26 de abril de 2024

MEMORABILIA GGM 937

Publicamos algunos de los comentarios que se hicieron hasta hoy, de la novela

En agosto nos vemos. (V)

 

NOROESTE

Culiacán – México

17 de marzo de 2024

 

Colaboraciones

 

En agosto... ¿nos vemos?

 

Por Juan José Rodríguez  

El mismo García Márquez pasó años sin escribir y, cuando volvió a presentar nuevos libros, eran un regreso al estilo convencional, cómodo y lúcido: ‘Crónica de una muerte anunciada’ y ‘El amor en los tiempos del cólera’ fueron sus triunfales regresos a su anterior y más fecundo modo narrativo. A juicio de sus lectores y críticos más duros, con el efecto del Premio Nobel en 1982 ya no volvería a recuperar esa gracia. 

¿Hasta dónde pueden los herederos de un gran escritor, guardar, resguardar o sacar al público las obras inconclusas de un escritor cuya obra es un patrimonio global, no sólo del idioma español, sino de toda la cultura contemporánea? 

Este es el caso de la nueva obra de Gabriel García Márquez, “En agosto nos vemos”, recién salida por estos días y de la cual él no estaba conforme. Una obra sobre amores contrariados para usar una de sus frases directas. 

El libro empieza con un prólogo de Rodrigo y Gonzalo, los hijos de Gabriel García Márquez, en un discreto tono de justificación y de disculpa, que un poco recuerda la carta de Clara Aparicio en los cuadernos de Juan Rulfo, que por cierto desde hace tiempo no he visto reeditados.

Es fácil acusar a los herederos de querer aumentar la mina de oro - la viuda de Roberto Bolaño saca cada vez más y más libros inéditos -, pero también hay que reconocer que es un gran aporte que hacen al compartir sus papeles privados, la carpintería secreta con la cual se hicieron obras maestras.

Y ese es el problema de quien hace obras maestras, que no se les permite jubilarse ni hacer libros posteriores en medio tono. Después de haber hecho el Quijote un escritor, no puede hacer novelas ejemplares y “Cien años de soledad” es un Quijote contemporáneo. 

Vivimos una cultura donde los héroes no se pueden jubilar. Sean Maradona o Gabriel García Márquez. 

Por eso hay muchos que en redes sociales hacen la crítica a esta novela de que es muy flojita, mientras que otros agradecen la oportunidad de volver a paladear esa prosa seductora, prosa que sabe colocar la palabra justa en el momento justo. 

Yo temo que sea una versión tropical del clásico del cine “El año en que viene la misma hora” donde una pareja de tímidos infieles se ve una vez al año en la terraza del Empire State

Cada nueva novela de Gabriel García Márquez necesariamente obliga a una relectura de sus obras, que ya forman parte de nuestro ideario e imaginario colectivo, así como su desempeño en la vida política. 

Se ha dicho y escrito mucho de un autor que, pese a las críticas enfrentadas, es un clásico no solo en nuestra lengua si no en la literatura moderna y la de todos los tiempos. Cien años de soledad es el clásico de nuestra época y, por fortuna, el colombiano radicado en México desde hacía varias décadas no es solo autor de “un solo libro”: hay una obra que lo respalda y legiones de lectores que son todo un espaldarazo a nuestro más auténtico “long-seller”.

Se nos olvida que una obra como “Cien años de soledad” es un clásico que, en cierta forma, se volvió antimodernista antes de que se inventara el concepto de posmodernismo: en un momento en que todas las novelas trataban de romper los formatos tradicionales, apareció un texto con una narración clásica, incluso convencional, pero dotada de maravilla y fantasía. 

En su época, las historias narradas más parecían el reporte de una autopsia o grabación intermitente de la grabación de una caja negra. Se creía que la literatura debía imitar en su atrevimiento al arte moderno conceptual y no volver al paisajismo o lo que en México se le llamaba “realismo aldeano” por los puristas. 

A pesar de su estilo barroco (párrafos grandes, diálogo incluido dentro de ellos, a excepción de ciertas frases lapidarias, a la manera de Alejo Carpentier, su más inmediato precursor) “Cien años de soledad” mantiene un fraseo muy actual u directo, así como un conocimiento poético y sensible a los efectos que provocan las minucias del lenguaje y la elección de palabras específicas. 

El humor no desaparece y algunos dicen que la historia a ratos recuerda un bolero o una película mexicana de los cincuenta. Como sucede con “En agosto nos vemos“. 

Eran los años sesenta, momento del rompimiento de la novela, cosa surgida lo mismo de la obra de James Joyce, William Faulkner y Virgina Woolf y luego marcado en la novela europea por autores como Robbe-Grillet, Claude Simon, y Juan Goytisolo: novelas difíciles para el lector convencional.

Aquí en México, uno de esos seguidores fue Juan García Ponce, en su momento amigo de García Márquez cuando recién llegó al DF. Con su novela, Gabo dio un salto hacia atrás que en realidad lo fue hacia adelante y de manera cuántica, abriendo nuevas puertas. Ya nadie tuvo miedo de contar su pasado en la aldea, el pueblo en la montaña o la selva brava. 

Sin embargo, García Márquez también creía en ese tipo de literatura y su siguiente novela, “El otoño del patriarca”, maneja ese estilo muy del Siglo 20. 

No pocos las consideraron un fiasco artístico, aunque autores de respeto como Alejandro Rossi siempre la defendieron como una obra maestra. 

“El otoño del patriarca” para la crítica gringa es su obra más original, ya que, para ellos, las otras novelas de García Márquez (¡Y de Vargas Llosa, Cortázar y Fuentes!) son simples puestas en al día de los hallazgos de otros novelista como Faulkner, Dos Passos y Jean Paul Sartre en lengua española. 

El mismo García Márquez pasó años sin escribir y, cuando volvió a presentar nuevos libros, eran un regreso al estilo convencional, cómodo y lúcido: “Crónica de una muerte anunciada” y “El amor en los tiempos del cólera” fueron sus triunfales regresos a su anterior y más fecundo modo narrativo. A juicio de sus lectores y críticos más duros, con el efecto del Premio Nobel en 1982 ya no volvería a recuperar esa gracia. 

Hay que decirlo: su imagen había sido vapuleada por su relación con Fidel Castro y la Revolución Cubana (dos cosas que a veces se nos olvidan que no son la misma y seguido se confunden), así como las críticas recientes que tuvo su libro “Memoria de mis putas tristes”, que confirmó que el tema del sexo, con menores de edad, ha sido siempre una referencia en casi todas sus obras. 

Y ahora esperemos si con esta novela que romantiza la infidelidad no se sobreviene una cascada de críticas, ahora que se supo que tuvo una hija no reconocida en una relación extramarital... motivo quizás secreto por el cual “En agosto nos vemos“ se publicó después de la muerte de su esposa, la señora Mercedes Barcha.

 

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LA TERCERA

Santiago - Chile

17 de marzo de 2024

 

Rodrigo García, hijo de García Márquez: “No sé cuál era la voluntad de Gabo, solo conozco la voluntad de una persona con alzhéimer”

 

Desde su casa en Los Ángeles, el cineasta e hijo mayor de Gabriel García Márquez habla de la novela póstuma de su padre, En agosto nos vemos. El escritor trabajó en ella hasta que el alzhéimer afectó sus facultades. Pidió entonces que el libro fuera destruido. A 10 años de su muerte, sus hijos “traicionaron” sus deseos. "No es una obra maestra, pero vale absolutamente la pena leerlo", dice en esta entrevista donde habla también de la adaptación de Cien años de soledad, y de Indira, la hija desconocida del premio Nobel.

 

Por Andrés Gómez 

A mediados de 2005, Gerald Martin visitó a Gabriel García Márquez en Ciudad de México. Habían pasado tres años desde su último encuentro. El biógrafo inglés lo vio más recuperado del cáncer, pero intelectualmente menos seguro, de memoria frágil. La gran materia prima de la que se nutría su obra comenzaba a esfumarse, y eso lo angustiaba. Meses antes había publicado Memoria de mis putas tristes, un relato breve, controversial y anacrónico, y ahora temía que no podría volver a escribir.

-Ya he escrito bastante, ¿no? La gente no puede sentirse defraudada, no me pueden pedir más, ¿no crees? -le dijo a Martin. 

En los años que siguieron García Márquez entró en el laberinto del alzhéimer. Apareció públicamente por última vez en 2007, en la celebración de los 40 años de Cien años de soledad. Murió en silencio y rodeado de su familia en abril de 2014. 

El escritor y premio Nobel le había dicho también a su biógrafo: “Todo escritor tiene tres vidas: la pública, la privada y la secreta”. En esa penumbra quedó una carpeta con un proyecto inacabado: un libro tentativo titulado En agosto nos vemos. Leyó un adelanto en 1999 en Madrid, y publicó un fragmento en 2003 en el diario El País. Pero a medida que perdía sus facultades, se sintió confundido, incapaz de terminarlo. Hasta que en un momento le dijo a sus hijos Rodrigo y Gonzalo:

-Este libro no sirve. Hay que destruirlo. 

Diez años después de su muerte, sin embargo, los hijos desafiaron los deseos de su padre: En agosto nos vemos acaba de ser publicada por el sello Random House en español, y simultáneamente llega al inglés, francés, alemán y una decena de idiomas. Los originales, cinco versiones en distintos estados de trabajo, se encontraban al cuidado del Centro Harry Ransom de la Universidad de Texas, así como una gran colección de papeles, manuscritos y fotografías.

La noticia se conoció en la feria de Frankfurt del año pasado y despertó interés mundial. También, alentó la controversia en torno a la legitimidad de desconocer la voluntad del escritor después de muerto. 

-En un principio, como Gabo decía que el libro no funcionaba, que había que destruirlo, mandamos todas las versiones al Centro Ransom, donde estuvo secuestrado un ratito. Después de unos años, se decidió que se digitalizaría y que podían ir a leerlo investigadores y estudiantes de doctorado. Entonces volvimos a leer las versiones y nos pareció que el libro estaba mucho mejor de lo que recordábamos, y mucho mejor de lo que decía Gabo -cuenta su hijo Rodrigo.

-En su momento no le hicimos tanto caso al libro porque partíamos de la base que era una decisión de Gabo. Pero cuando lo leímos nuevamente, empezamos a sospechar que a Gabo, a medida que perdía sus facultades, se le hizo imposible leer y juzgar el libro. De hecho, el libro se le olvidó, porque él históricamente pulía los libros hasta publicarlos o los destruía. Finalmente, el criterio fue ¿vale la pena leerlo? Y decidimos que sí.

¿Quiere decir que García Márquez no estaba capacitado para tomar esa decisión?

La persona que decía “esto no funciona” ya no era Gabo. Era una persona que había perdido muchas de sus facultades. Era incapaz de leer y entender una sola página. A veces leía un libro, lo mal leía, y no se daba cuenta que era uno de sus libros. O sea, sufría de lo que sufre la gente con alzhéimer, la incapacidad de leer, de comprender, de poder seguir un hilo lógico, un hilo narrativo. Gabo en sus cabales nunca dijo este libro no se puede publicar. Pero no hemos logrado comunicar eso. Yo creo que es más interesante decir que los hijos traicionaron al padre.

¿No reconoce que hay algo de traición?

Sí, hay algo de traición. Pero traicionamos al Gabo con alzhéimer. Estamos convencidos de que el libro vale la pena leerlo. Y finalmente, ¿sabes qué? Se vive con las decisiones que uno toma y en general lo que dijimos en el prólogo es lo que se está comentando: hay consenso de que no es uno de sus grandes libros, pero tiene muchos rasgos garciamarquianos muy fuertes. La prosa, la descripción, la riqueza de los personajes, lo interesante de la situación. No es una obra maestra, pero vale absolutamente la pena leerlo. 

En agosto nos vemos explora en la vida secreta de Ana Magdalena Bach, de 46 años. Una mujer culta, lectora, madre de dos hijos y casada hace 27 años con un músico “que amaba y que la amaba”. Cada 16 de agosto Ana Magdalena visita la tumba de su madre en una isla del Caribe, para dejarle gladiolos. En una de las visitas, cuando su hija está a punto de ingresar a un convento, ella decide buscar la libertad. La tradición anual de visitar la tumba de la madre se convierte entonces en la tradición de buscar un amante por una noche una vez al año. 

De 100 páginas, el relato se aproxima más a un cuento extendido que a una novela. Menuda y ligera, la historia se ambienta en tiempos contemporáneos, pero tiene resonancias de otra época. Desde luego, hay ecos y lazos que remiten a la obra del autor. 

Si García Márquez no hubiese atravesado esa condición de salud...

Había dos opciones. Lo hubiera terminado hasta perfeccionarlo y lo hubiera publicado, o lo habría destruido. Y esto también es un síntoma de su falta de facultades. Gabo no dejaba un libro dando vueltas por ahí. Si él sentía que el libro no funcionaba, lo destruía, como hizo siempre con cualquier obra no terminada. Entonces es un libro que abandonó y se le olvidó que existía, porque Gabo en sus cabales lo hubiera terminado o destruido, no dejado a la deriva como se quedó. Por último, al final nos dijo “cuando yo esté muerto, hagan lo que quieran”. 

Cristóbal Pera, editor de Vivir para contarla y Memoria de mis putas tristes, preparó la edición. Cotejó las diferentes versiones y unificó el texto. “Pero no se agregó nada que no estuviera en las versiones”, dice el hijo. 

A su juicio, ¿qué aporta el libro?

Aporta una visión más feminista de lo que era Gabo. O sea, sin duda él era una persona de su época, pero en un sentido muy feminista, amigo y colega de mujeres. 

¿Y cuáles destacaría como sus virtudes?

Siempre me sorprende el lenguaje y la calidad descriptiva, la capacidad de contar en dos o tres frases cosas que otros escritores necesitarían páginas para contar. El impulso que tiene la historia, que te va llevando de una manera muy dinámica, muy envolvente, y la capacidad para en dos o tres rasgos dar todo el perfil de un personaje. Y luego las situaciones que siempre son cargadas de grandes pasiones, de amores, de obstáculos fuertes. Creo que sí hay muchos de los aspectos más fuertes de Gabo. 

En agosto nos vemos puede funcionar en otro sentido: se instala ahora como la despedida de García Márquez, en lugar de Memoria de mis putas tristes, que fue una novela altamente controversial: la historia de un periodista que para celebrar sus 90 años quiere pasar una noche con una prostituta adolescente y virgen. El libro no logró la repercusión esperada y a menudo fue considerado un relato pálido y problemático, y recibió críticas por sus sesgos machistas.

¿En agosto nos vemos aporta un mejor final a la trayectoria de García Márquez? Memoria de mis putas tristes no parece un libro adecuado para la sensibilidad actual

Gabo escribía lo que le salía del cuerpo. Entiendo por qué el libro fue criticado, pero es lo que él escribió, o sea, no siento la obligación tampoco de defenderlo. No creo que haya escrito En agosto nos vemos para corregir nada, porque Gabo no leía críticas, no estaba consciente de lo que se decía o no se decía de sus libros. Empezó a escribir En agosto nos vemos antes de Memoria de mis putas tristes; es un libro que trabajó por lo menos diez o doce años antes de morir. 

En su opinión, ¿le otorga un mejor cierre?

A mi gusto y el de mi hermano, sí, pero no está ni escrito ni publicado con ese fin.

¿García Márquez no leía críticas?

No.

¿No se enteró de la controversia que suscitó en su minuto?

Sí se enteró, alguien le dijo, pero siguió adelante. Estamos hablando de una persona cuyas facultades ya iban disminuyendo. O sea, es posible que haya escuchado algunas críticas, pero al poco tiempo se le haya olvidado.

Y en su caso, ¿ha tenido la oportunidad de leer las críticas que se han escrito en estos días sobre En agosto...?

Me han enviado algunas y he visto algunos encabezados. Mi impresión es que la gente lo considera un libro que vale la pena leer. En general ha habido más debate sobre si se debió publicar o no, pero se habla muy poco de que ya no era su voluntad, era la voluntad de una persona muy disminuida por el Alzheimer. Pero no he leído ninguna crítica que diga este libro es una basura y no debió publicarse.

Una de las críticas adversas apareció en The New York Times. Según la reseña, el libro puede provocar frustración en los lectores y muestra a García Márquez imitándose a sí mismo…

Bueno, eso para mí no es interesante…

¿Eventualmente, las críticas adversas no los llevarían a replantearse la decisión?

No. Ya no hay vuelta atrás. Y, además, con todo respeto al New York Times, esa es una opinión. No vamos a dejar que todo gire alrededor de lo que dijo el New York Times. Gabo era el último en vivir en un eje cultural centrado en lo que se decía en Londres, París y Nueva York. Toda crítica y toda opinión es respetable, pero el libro no va a vivir o morir por lo que se diga en un lugar en particular. 

¿Qué piensa del debate en torno a la voluntad de los autores tras su muerte?

Con respecto a Gabo y este libro, no sé cuál era su voluntad, solo conozco la voluntad de una persona con alzhéimer, incapaz de leer una página. Es difícil decirlo. Tantos libros se pidió que se destruyeran, como la obra completa de Kafka, por ejemplo, y sin embargo, son libros que han cambiado el curso de la literatura. Siempre está esa pregunta: ¿por qué lo destruyó el propio autor? Hay algo un poquito contradictorio ahí. 

El gran secreto

En la novela se pueden reconocer algunos guiños al universo literario de García Márquez. Ana Magdalena lleva el nombre del río que el escritor y su madre recorrieron cuando fueron a vender la casa del abuelo, Nicolás Márquez. Es una de las imágenes más indelebles de sus memorias Vivir para contarla. Así también una de las escenas de Cien años de soledad, cuando Rebeca llega a Macondo con los huesos de sus padres, resuena en las nuevas páginas.

-El personaje de Rebeca fue real, era alguien que Gabo conoció de niño. No sé si era una familiar lejana, pero fue una niña que llegó a Aracataca con los huesos de sus padres… Hay relaciones que uno puede ir encontrando, porque todos los libros, de alguna manera, son personales, de alguna forma reflejan a su autor.

Publicada en 1967, Cien años de soledad fue la gran estrella del boom latinoamericano y transformó la vida de García Márquez, pero en un punto su éxito llegó a abrumarlo, recuerda su hijo. 

-Después del éxito inicial, que imagino le dio un enorme placer y le cambió la vida, el hecho de que año con año se hablaba y se hablaba del libro llegó a cansarlo. No es casualidad que tardó siete, casi ocho años en publicar su siguiente novela. Yo creo que estaba un poquito harto de oír hablar siempre del libro, pero luego, a partir de Crónica de una muerte anunciada y El amor en los tiempos del cólera, que tuvieron muchísima resonancia, Cien años de soledad, sin perder nada de su prestigio, dejó de dominar la conversación. 

Este año, la obra maestra de García Márquez se convertirá en una miniserie de dos temporadas, producida por Netflix. Con guión de José Rivera, la producción será grabada en Colombia y hablada en español. Se espera su estreno hacia fin de año. 

¿No hay más obras en producción?

No, porque tampoco queremos saturar. Va a salir Cien años y publicamos este libro. Hace un par de años hicimos Noticia de un secuestro, un muy buen trabajo que dirigió Andrés Wood. Ofertas nos llueven, por supuesto, cotidianamente. Si quisiéramos vender los libros de Gabo, los cuentos y sus memorias se podrían vender todos este mismo mes. Pero no se trata de saturar. Ya hay interés en este libro, pero por ahora no se va a vender. 

No faltará quien piense que la edición de este libro tiene que ver más con criterios comerciales...

Inevitablemente. Sí, me imagino que dirán que lo hicimos por dinero. Pero justamente, si fuera por dinero podríamos vender mañana mismo cualquiera de sus libros y con mucho menos riesgo.

En estos 10 años tras su muerte, tal vez la mayor revelación en torno a García Márquez se vincule con su vida secreta: en 2022, se publicó que el escritor tenía una hija, Indira, nacida de una relación de inicios de los 90 con la periodista mexicana Susana Cato, en Cuba. Indira tomó el apellido de su madre y hoy es cineasta en México. 

¿Ustedes sabían de ella? ¿Tienen relación?

No me gusta hablar mucho de Indira porque ella es muy privada, es mejor que hable ella. Ella es menor que nosotros por mucho. No supimos de ella hasta que ya tenía 17, 18 años. Y sí, hemos establecido una relación, nos llevamos bien, creo yo. Pero no me gusta decir mucho más porque ella es muy privada, y no quiere estar definida nada más por esta relación. 

¿Fue una noticia difícil para ustedes?

Evidentemente es una noticia sorprendente, pero bueno, se adapta uno a las cosas.

¿Después de este libro, ya no quedan materiales inéditos? ¿Tampoco de las memorias?

Ya no queda nada. Sé que hay gente que tiene cartas, pero no vamos a sorprender cada cinco años con un libro nuevo. Y de las memorias solo terminó el primer tomo. Creo que le dio miedo que el segundo tomo iba a ser sobre gente que aún estaba viva. Además, no le interesaba hacer las clásicas memorias de gente famosa donde todo es una especie de name dropping: nos juntamos con fulano o con mengano. Una vez que escribió sus memorias, se dio cuenta que esas eran las que le interesaban, que son los años que hicieron de él un escritor.

 

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EL ESPECTADOR

Bogotá - Colombia

15 de marzo de 2024

 

Columnistas

 

En agosto nos vemos

 

Por Santiago Gamboa

 

Pasé la mañana leyendo En agosto nos vemos y me conmovió sentir que García Márquez “está ahí”, en esa escritura tal vez ya no tan resuelta y algo cansada si se la compara con la de sus mejores libros. Pero está. Como la imagen borrosa de alguien muy querido en una foto recién descubierta. Pocos autores fueron tan amados por sus lectores como García Márquez. Lo suyo fue un amor invariablemente correspondido, un idilio entre sus libros y quienes los leímos, quienes seguimos su trayectoria asombrados, a veces más y otras un poco menos, pero siempre con la gratitud a un artista que nos hizo más comprensible la vida, que llevó muy lejos la experiencia de verbalizar de un modo implacable tal cantidad de situaciones e ideas que se volvieron su propia marca, su estilo específico de recrear el mundo, y que fue adoptado y celebrado en el planeta entero. Cuando se dice que un autor es universal, suele ser una metáfora. Porque el universo es infinito, claro. Pero si nos ceñimos a lo conocido, allí donde hay lectores y libros disponibles, podemos decir que García Márquez fue –junto a Pablo Neruda– el escritor más célebre del siglo XX. Más que Hemingway y Sartre y más que Marguerite Duras y Thomas Mann y Marcel Proust. A esos niveles tan altos se vuelve irrelevante comparar talentos, por supuesto, pero lo que sí podemos es ver cómo algunos de ellos tuvieron una vocación mayor para ser comprendidos e incorporados por diferentes culturas y diferentes tipos de individuos. García Márquez –jamás practiqué la infinita lambonería de llamarlo Gabo, que debería estar reservado a sus amigos íntimos de verdad– fue leído en lugares tan remotos como Indonesia o Tailandia, en China es un clásico y, como Neruda, muchas escuelas públicas llevan su nombre; su estética fue seguida por autores como Salman Rushdie desde la experiencia de la India, o Tahar Ben Jalloum desde Marruecos. En todos esos lugares no sólo lo leían, sino que lo idolatraban. Lo amaban. Y ese amor siempre correspondido estaba en todo tipo de personas: judíos y católicos y musulmanes y ateos; gente culta de derecha, de centro y de izquierda; jóvenes y mayores y viejos. Incluso su gran rival en lides políticas y humanas, que llegó a darle un puño en la cara, Mario Vargas Llosa, nunca renegó de su admiración literaria.

Por eso, para mí, la publicación de este libro es un acontecimiento que está en la esfera afectiva, humana, espiritual; más allá del probable valor literario, de si le agrega o no algo a su obra, sino en la posibilidad de volver a sentir el pulso, aún con latidos más débiles, de ese mismo corazón que nos llenó de anhelo, que nos hizo no sólo amar la literatura sino también la vida, que nos llevó a creer que las historias son una forma de conocimiento que nos hará mejores, porque nunca podremos ya saber qué diablos habría sido de nuestras vidas si no hubiéramos podido leer Cien años de soledad o si jamás hubiéramos tenido ante nuestros ojos la definición de la profundidad que escribió en su cuento El ahogado más hermoso del mundo: “Quisieron encadenarle a los tobillos un ancla de buque mercante para que pudiera fondear en los mares más profundos, allá donde los peces son ciegos y los buzos se mueren de nostalgia”. Gracias una vez más, maestro. Hasta la eternidad.

  

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