26 de abril de 2024

MEMORABILIA GGM 937

Publicamos algunos de los comentarios que se hicieron hasta hoy, de la novela

En agosto nos vemos. (V)

 

NOROESTE

Culiacán – México

17 de marzo de 2024

 

Colaboraciones

 

En agosto... ¿nos vemos?

 

Por Juan José Rodríguez  

El mismo García Márquez pasó años sin escribir y, cuando volvió a presentar nuevos libros, eran un regreso al estilo convencional, cómodo y lúcido: ‘Crónica de una muerte anunciada’ y ‘El amor en los tiempos del cólera’ fueron sus triunfales regresos a su anterior y más fecundo modo narrativo. A juicio de sus lectores y críticos más duros, con el efecto del Premio Nobel en 1982 ya no volvería a recuperar esa gracia. 

¿Hasta dónde pueden los herederos de un gran escritor, guardar, resguardar o sacar al público las obras inconclusas de un escritor cuya obra es un patrimonio global, no sólo del idioma español, sino de toda la cultura contemporánea? 

Este es el caso de la nueva obra de Gabriel García Márquez, “En agosto nos vemos”, recién salida por estos días y de la cual él no estaba conforme. Una obra sobre amores contrariados para usar una de sus frases directas. 

El libro empieza con un prólogo de Rodrigo y Gonzalo, los hijos de Gabriel García Márquez, en un discreto tono de justificación y de disculpa, que un poco recuerda la carta de Clara Aparicio en los cuadernos de Juan Rulfo, que por cierto desde hace tiempo no he visto reeditados.

Es fácil acusar a los herederos de querer aumentar la mina de oro - la viuda de Roberto Bolaño saca cada vez más y más libros inéditos -, pero también hay que reconocer que es un gran aporte que hacen al compartir sus papeles privados, la carpintería secreta con la cual se hicieron obras maestras.

Y ese es el problema de quien hace obras maestras, que no se les permite jubilarse ni hacer libros posteriores en medio tono. Después de haber hecho el Quijote un escritor, no puede hacer novelas ejemplares y “Cien años de soledad” es un Quijote contemporáneo. 

Vivimos una cultura donde los héroes no se pueden jubilar. Sean Maradona o Gabriel García Márquez. 

Por eso hay muchos que en redes sociales hacen la crítica a esta novela de que es muy flojita, mientras que otros agradecen la oportunidad de volver a paladear esa prosa seductora, prosa que sabe colocar la palabra justa en el momento justo. 

Yo temo que sea una versión tropical del clásico del cine “El año en que viene la misma hora” donde una pareja de tímidos infieles se ve una vez al año en la terraza del Empire State

Cada nueva novela de Gabriel García Márquez necesariamente obliga a una relectura de sus obras, que ya forman parte de nuestro ideario e imaginario colectivo, así como su desempeño en la vida política. 

Se ha dicho y escrito mucho de un autor que, pese a las críticas enfrentadas, es un clásico no solo en nuestra lengua si no en la literatura moderna y la de todos los tiempos. Cien años de soledad es el clásico de nuestra época y, por fortuna, el colombiano radicado en México desde hacía varias décadas no es solo autor de “un solo libro”: hay una obra que lo respalda y legiones de lectores que son todo un espaldarazo a nuestro más auténtico “long-seller”.

Se nos olvida que una obra como “Cien años de soledad” es un clásico que, en cierta forma, se volvió antimodernista antes de que se inventara el concepto de posmodernismo: en un momento en que todas las novelas trataban de romper los formatos tradicionales, apareció un texto con una narración clásica, incluso convencional, pero dotada de maravilla y fantasía. 

En su época, las historias narradas más parecían el reporte de una autopsia o grabación intermitente de la grabación de una caja negra. Se creía que la literatura debía imitar en su atrevimiento al arte moderno conceptual y no volver al paisajismo o lo que en México se le llamaba “realismo aldeano” por los puristas. 

A pesar de su estilo barroco (párrafos grandes, diálogo incluido dentro de ellos, a excepción de ciertas frases lapidarias, a la manera de Alejo Carpentier, su más inmediato precursor) “Cien años de soledad” mantiene un fraseo muy actual u directo, así como un conocimiento poético y sensible a los efectos que provocan las minucias del lenguaje y la elección de palabras específicas. 

El humor no desaparece y algunos dicen que la historia a ratos recuerda un bolero o una película mexicana de los cincuenta. Como sucede con “En agosto nos vemos“. 

Eran los años sesenta, momento del rompimiento de la novela, cosa surgida lo mismo de la obra de James Joyce, William Faulkner y Virgina Woolf y luego marcado en la novela europea por autores como Robbe-Grillet, Claude Simon, y Juan Goytisolo: novelas difíciles para el lector convencional.

Aquí en México, uno de esos seguidores fue Juan García Ponce, en su momento amigo de García Márquez cuando recién llegó al DF. Con su novela, Gabo dio un salto hacia atrás que en realidad lo fue hacia adelante y de manera cuántica, abriendo nuevas puertas. Ya nadie tuvo miedo de contar su pasado en la aldea, el pueblo en la montaña o la selva brava. 

Sin embargo, García Márquez también creía en ese tipo de literatura y su siguiente novela, “El otoño del patriarca”, maneja ese estilo muy del Siglo 20. 

No pocos las consideraron un fiasco artístico, aunque autores de respeto como Alejandro Rossi siempre la defendieron como una obra maestra. 

“El otoño del patriarca” para la crítica gringa es su obra más original, ya que, para ellos, las otras novelas de García Márquez (¡Y de Vargas Llosa, Cortázar y Fuentes!) son simples puestas en al día de los hallazgos de otros novelista como Faulkner, Dos Passos y Jean Paul Sartre en lengua española. 

El mismo García Márquez pasó años sin escribir y, cuando volvió a presentar nuevos libros, eran un regreso al estilo convencional, cómodo y lúcido: “Crónica de una muerte anunciada” y “El amor en los tiempos del cólera” fueron sus triunfales regresos a su anterior y más fecundo modo narrativo. A juicio de sus lectores y críticos más duros, con el efecto del Premio Nobel en 1982 ya no volvería a recuperar esa gracia. 

Hay que decirlo: su imagen había sido vapuleada por su relación con Fidel Castro y la Revolución Cubana (dos cosas que a veces se nos olvidan que no son la misma y seguido se confunden), así como las críticas recientes que tuvo su libro “Memoria de mis putas tristes”, que confirmó que el tema del sexo, con menores de edad, ha sido siempre una referencia en casi todas sus obras. 

Y ahora esperemos si con esta novela que romantiza la infidelidad no se sobreviene una cascada de críticas, ahora que se supo que tuvo una hija no reconocida en una relación extramarital... motivo quizás secreto por el cual “En agosto nos vemos“ se publicó después de la muerte de su esposa, la señora Mercedes Barcha.

 

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LA TERCERA

Santiago - Chile

17 de marzo de 2024

 

Rodrigo García, hijo de García Márquez: “No sé cuál era la voluntad de Gabo, solo conozco la voluntad de una persona con alzhéimer”

 

Desde su casa en Los Ángeles, el cineasta e hijo mayor de Gabriel García Márquez habla de la novela póstuma de su padre, En agosto nos vemos. El escritor trabajó en ella hasta que el alzhéimer afectó sus facultades. Pidió entonces que el libro fuera destruido. A 10 años de su muerte, sus hijos “traicionaron” sus deseos. "No es una obra maestra, pero vale absolutamente la pena leerlo", dice en esta entrevista donde habla también de la adaptación de Cien años de soledad, y de Indira, la hija desconocida del premio Nobel.

 

Por Andrés Gómez 

A mediados de 2005, Gerald Martin visitó a Gabriel García Márquez en Ciudad de México. Habían pasado tres años desde su último encuentro. El biógrafo inglés lo vio más recuperado del cáncer, pero intelectualmente menos seguro, de memoria frágil. La gran materia prima de la que se nutría su obra comenzaba a esfumarse, y eso lo angustiaba. Meses antes había publicado Memoria de mis putas tristes, un relato breve, controversial y anacrónico, y ahora temía que no podría volver a escribir.

-Ya he escrito bastante, ¿no? La gente no puede sentirse defraudada, no me pueden pedir más, ¿no crees? -le dijo a Martin. 

En los años que siguieron García Márquez entró en el laberinto del alzhéimer. Apareció públicamente por última vez en 2007, en la celebración de los 40 años de Cien años de soledad. Murió en silencio y rodeado de su familia en abril de 2014. 

El escritor y premio Nobel le había dicho también a su biógrafo: “Todo escritor tiene tres vidas: la pública, la privada y la secreta”. En esa penumbra quedó una carpeta con un proyecto inacabado: un libro tentativo titulado En agosto nos vemos. Leyó un adelanto en 1999 en Madrid, y publicó un fragmento en 2003 en el diario El País. Pero a medida que perdía sus facultades, se sintió confundido, incapaz de terminarlo. Hasta que en un momento le dijo a sus hijos Rodrigo y Gonzalo:

-Este libro no sirve. Hay que destruirlo. 

Diez años después de su muerte, sin embargo, los hijos desafiaron los deseos de su padre: En agosto nos vemos acaba de ser publicada por el sello Random House en español, y simultáneamente llega al inglés, francés, alemán y una decena de idiomas. Los originales, cinco versiones en distintos estados de trabajo, se encontraban al cuidado del Centro Harry Ransom de la Universidad de Texas, así como una gran colección de papeles, manuscritos y fotografías.

La noticia se conoció en la feria de Frankfurt del año pasado y despertó interés mundial. También, alentó la controversia en torno a la legitimidad de desconocer la voluntad del escritor después de muerto. 

-En un principio, como Gabo decía que el libro no funcionaba, que había que destruirlo, mandamos todas las versiones al Centro Ransom, donde estuvo secuestrado un ratito. Después de unos años, se decidió que se digitalizaría y que podían ir a leerlo investigadores y estudiantes de doctorado. Entonces volvimos a leer las versiones y nos pareció que el libro estaba mucho mejor de lo que recordábamos, y mucho mejor de lo que decía Gabo -cuenta su hijo Rodrigo.

-En su momento no le hicimos tanto caso al libro porque partíamos de la base que era una decisión de Gabo. Pero cuando lo leímos nuevamente, empezamos a sospechar que a Gabo, a medida que perdía sus facultades, se le hizo imposible leer y juzgar el libro. De hecho, el libro se le olvidó, porque él históricamente pulía los libros hasta publicarlos o los destruía. Finalmente, el criterio fue ¿vale la pena leerlo? Y decidimos que sí.

¿Quiere decir que García Márquez no estaba capacitado para tomar esa decisión?

La persona que decía “esto no funciona” ya no era Gabo. Era una persona que había perdido muchas de sus facultades. Era incapaz de leer y entender una sola página. A veces leía un libro, lo mal leía, y no se daba cuenta que era uno de sus libros. O sea, sufría de lo que sufre la gente con alzhéimer, la incapacidad de leer, de comprender, de poder seguir un hilo lógico, un hilo narrativo. Gabo en sus cabales nunca dijo este libro no se puede publicar. Pero no hemos logrado comunicar eso. Yo creo que es más interesante decir que los hijos traicionaron al padre.

¿No reconoce que hay algo de traición?

Sí, hay algo de traición. Pero traicionamos al Gabo con alzhéimer. Estamos convencidos de que el libro vale la pena leerlo. Y finalmente, ¿sabes qué? Se vive con las decisiones que uno toma y en general lo que dijimos en el prólogo es lo que se está comentando: hay consenso de que no es uno de sus grandes libros, pero tiene muchos rasgos garciamarquianos muy fuertes. La prosa, la descripción, la riqueza de los personajes, lo interesante de la situación. No es una obra maestra, pero vale absolutamente la pena leerlo. 

En agosto nos vemos explora en la vida secreta de Ana Magdalena Bach, de 46 años. Una mujer culta, lectora, madre de dos hijos y casada hace 27 años con un músico “que amaba y que la amaba”. Cada 16 de agosto Ana Magdalena visita la tumba de su madre en una isla del Caribe, para dejarle gladiolos. En una de las visitas, cuando su hija está a punto de ingresar a un convento, ella decide buscar la libertad. La tradición anual de visitar la tumba de la madre se convierte entonces en la tradición de buscar un amante por una noche una vez al año. 

De 100 páginas, el relato se aproxima más a un cuento extendido que a una novela. Menuda y ligera, la historia se ambienta en tiempos contemporáneos, pero tiene resonancias de otra época. Desde luego, hay ecos y lazos que remiten a la obra del autor. 

Si García Márquez no hubiese atravesado esa condición de salud...

Había dos opciones. Lo hubiera terminado hasta perfeccionarlo y lo hubiera publicado, o lo habría destruido. Y esto también es un síntoma de su falta de facultades. Gabo no dejaba un libro dando vueltas por ahí. Si él sentía que el libro no funcionaba, lo destruía, como hizo siempre con cualquier obra no terminada. Entonces es un libro que abandonó y se le olvidó que existía, porque Gabo en sus cabales lo hubiera terminado o destruido, no dejado a la deriva como se quedó. Por último, al final nos dijo “cuando yo esté muerto, hagan lo que quieran”. 

Cristóbal Pera, editor de Vivir para contarla y Memoria de mis putas tristes, preparó la edición. Cotejó las diferentes versiones y unificó el texto. “Pero no se agregó nada que no estuviera en las versiones”, dice el hijo. 

A su juicio, ¿qué aporta el libro?

Aporta una visión más feminista de lo que era Gabo. O sea, sin duda él era una persona de su época, pero en un sentido muy feminista, amigo y colega de mujeres. 

¿Y cuáles destacaría como sus virtudes?

Siempre me sorprende el lenguaje y la calidad descriptiva, la capacidad de contar en dos o tres frases cosas que otros escritores necesitarían páginas para contar. El impulso que tiene la historia, que te va llevando de una manera muy dinámica, muy envolvente, y la capacidad para en dos o tres rasgos dar todo el perfil de un personaje. Y luego las situaciones que siempre son cargadas de grandes pasiones, de amores, de obstáculos fuertes. Creo que sí hay muchos de los aspectos más fuertes de Gabo. 

En agosto nos vemos puede funcionar en otro sentido: se instala ahora como la despedida de García Márquez, en lugar de Memoria de mis putas tristes, que fue una novela altamente controversial: la historia de un periodista que para celebrar sus 90 años quiere pasar una noche con una prostituta adolescente y virgen. El libro no logró la repercusión esperada y a menudo fue considerado un relato pálido y problemático, y recibió críticas por sus sesgos machistas.

¿En agosto nos vemos aporta un mejor final a la trayectoria de García Márquez? Memoria de mis putas tristes no parece un libro adecuado para la sensibilidad actual

Gabo escribía lo que le salía del cuerpo. Entiendo por qué el libro fue criticado, pero es lo que él escribió, o sea, no siento la obligación tampoco de defenderlo. No creo que haya escrito En agosto nos vemos para corregir nada, porque Gabo no leía críticas, no estaba consciente de lo que se decía o no se decía de sus libros. Empezó a escribir En agosto nos vemos antes de Memoria de mis putas tristes; es un libro que trabajó por lo menos diez o doce años antes de morir. 

En su opinión, ¿le otorga un mejor cierre?

A mi gusto y el de mi hermano, sí, pero no está ni escrito ni publicado con ese fin.

¿García Márquez no leía críticas?

No.

¿No se enteró de la controversia que suscitó en su minuto?

Sí se enteró, alguien le dijo, pero siguió adelante. Estamos hablando de una persona cuyas facultades ya iban disminuyendo. O sea, es posible que haya escuchado algunas críticas, pero al poco tiempo se le haya olvidado.

Y en su caso, ¿ha tenido la oportunidad de leer las críticas que se han escrito en estos días sobre En agosto...?

Me han enviado algunas y he visto algunos encabezados. Mi impresión es que la gente lo considera un libro que vale la pena leer. En general ha habido más debate sobre si se debió publicar o no, pero se habla muy poco de que ya no era su voluntad, era la voluntad de una persona muy disminuida por el Alzheimer. Pero no he leído ninguna crítica que diga este libro es una basura y no debió publicarse.

Una de las críticas adversas apareció en The New York Times. Según la reseña, el libro puede provocar frustración en los lectores y muestra a García Márquez imitándose a sí mismo…

Bueno, eso para mí no es interesante…

¿Eventualmente, las críticas adversas no los llevarían a replantearse la decisión?

No. Ya no hay vuelta atrás. Y, además, con todo respeto al New York Times, esa es una opinión. No vamos a dejar que todo gire alrededor de lo que dijo el New York Times. Gabo era el último en vivir en un eje cultural centrado en lo que se decía en Londres, París y Nueva York. Toda crítica y toda opinión es respetable, pero el libro no va a vivir o morir por lo que se diga en un lugar en particular. 

¿Qué piensa del debate en torno a la voluntad de los autores tras su muerte?

Con respecto a Gabo y este libro, no sé cuál era su voluntad, solo conozco la voluntad de una persona con alzhéimer, incapaz de leer una página. Es difícil decirlo. Tantos libros se pidió que se destruyeran, como la obra completa de Kafka, por ejemplo, y sin embargo, son libros que han cambiado el curso de la literatura. Siempre está esa pregunta: ¿por qué lo destruyó el propio autor? Hay algo un poquito contradictorio ahí. 

El gran secreto

En la novela se pueden reconocer algunos guiños al universo literario de García Márquez. Ana Magdalena lleva el nombre del río que el escritor y su madre recorrieron cuando fueron a vender la casa del abuelo, Nicolás Márquez. Es una de las imágenes más indelebles de sus memorias Vivir para contarla. Así también una de las escenas de Cien años de soledad, cuando Rebeca llega a Macondo con los huesos de sus padres, resuena en las nuevas páginas.

-El personaje de Rebeca fue real, era alguien que Gabo conoció de niño. No sé si era una familiar lejana, pero fue una niña que llegó a Aracataca con los huesos de sus padres… Hay relaciones que uno puede ir encontrando, porque todos los libros, de alguna manera, son personales, de alguna forma reflejan a su autor.

Publicada en 1967, Cien años de soledad fue la gran estrella del boom latinoamericano y transformó la vida de García Márquez, pero en un punto su éxito llegó a abrumarlo, recuerda su hijo. 

-Después del éxito inicial, que imagino le dio un enorme placer y le cambió la vida, el hecho de que año con año se hablaba y se hablaba del libro llegó a cansarlo. No es casualidad que tardó siete, casi ocho años en publicar su siguiente novela. Yo creo que estaba un poquito harto de oír hablar siempre del libro, pero luego, a partir de Crónica de una muerte anunciada y El amor en los tiempos del cólera, que tuvieron muchísima resonancia, Cien años de soledad, sin perder nada de su prestigio, dejó de dominar la conversación. 

Este año, la obra maestra de García Márquez se convertirá en una miniserie de dos temporadas, producida por Netflix. Con guión de José Rivera, la producción será grabada en Colombia y hablada en español. Se espera su estreno hacia fin de año. 

¿No hay más obras en producción?

No, porque tampoco queremos saturar. Va a salir Cien años y publicamos este libro. Hace un par de años hicimos Noticia de un secuestro, un muy buen trabajo que dirigió Andrés Wood. Ofertas nos llueven, por supuesto, cotidianamente. Si quisiéramos vender los libros de Gabo, los cuentos y sus memorias se podrían vender todos este mismo mes. Pero no se trata de saturar. Ya hay interés en este libro, pero por ahora no se va a vender. 

No faltará quien piense que la edición de este libro tiene que ver más con criterios comerciales...

Inevitablemente. Sí, me imagino que dirán que lo hicimos por dinero. Pero justamente, si fuera por dinero podríamos vender mañana mismo cualquiera de sus libros y con mucho menos riesgo.

En estos 10 años tras su muerte, tal vez la mayor revelación en torno a García Márquez se vincule con su vida secreta: en 2022, se publicó que el escritor tenía una hija, Indira, nacida de una relación de inicios de los 90 con la periodista mexicana Susana Cato, en Cuba. Indira tomó el apellido de su madre y hoy es cineasta en México. 

¿Ustedes sabían de ella? ¿Tienen relación?

No me gusta hablar mucho de Indira porque ella es muy privada, es mejor que hable ella. Ella es menor que nosotros por mucho. No supimos de ella hasta que ya tenía 17, 18 años. Y sí, hemos establecido una relación, nos llevamos bien, creo yo. Pero no me gusta decir mucho más porque ella es muy privada, y no quiere estar definida nada más por esta relación. 

¿Fue una noticia difícil para ustedes?

Evidentemente es una noticia sorprendente, pero bueno, se adapta uno a las cosas.

¿Después de este libro, ya no quedan materiales inéditos? ¿Tampoco de las memorias?

Ya no queda nada. Sé que hay gente que tiene cartas, pero no vamos a sorprender cada cinco años con un libro nuevo. Y de las memorias solo terminó el primer tomo. Creo que le dio miedo que el segundo tomo iba a ser sobre gente que aún estaba viva. Además, no le interesaba hacer las clásicas memorias de gente famosa donde todo es una especie de name dropping: nos juntamos con fulano o con mengano. Una vez que escribió sus memorias, se dio cuenta que esas eran las que le interesaban, que son los años que hicieron de él un escritor.

 

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EL ESPECTADOR

Bogotá - Colombia

15 de marzo de 2024

 

Columnistas

 

En agosto nos vemos

 

Por Santiago Gamboa

 

Pasé la mañana leyendo En agosto nos vemos y me conmovió sentir que García Márquez “está ahí”, en esa escritura tal vez ya no tan resuelta y algo cansada si se la compara con la de sus mejores libros. Pero está. Como la imagen borrosa de alguien muy querido en una foto recién descubierta. Pocos autores fueron tan amados por sus lectores como García Márquez. Lo suyo fue un amor invariablemente correspondido, un idilio entre sus libros y quienes los leímos, quienes seguimos su trayectoria asombrados, a veces más y otras un poco menos, pero siempre con la gratitud a un artista que nos hizo más comprensible la vida, que llevó muy lejos la experiencia de verbalizar de un modo implacable tal cantidad de situaciones e ideas que se volvieron su propia marca, su estilo específico de recrear el mundo, y que fue adoptado y celebrado en el planeta entero. Cuando se dice que un autor es universal, suele ser una metáfora. Porque el universo es infinito, claro. Pero si nos ceñimos a lo conocido, allí donde hay lectores y libros disponibles, podemos decir que García Márquez fue –junto a Pablo Neruda– el escritor más célebre del siglo XX. Más que Hemingway y Sartre y más que Marguerite Duras y Thomas Mann y Marcel Proust. A esos niveles tan altos se vuelve irrelevante comparar talentos, por supuesto, pero lo que sí podemos es ver cómo algunos de ellos tuvieron una vocación mayor para ser comprendidos e incorporados por diferentes culturas y diferentes tipos de individuos. García Márquez –jamás practiqué la infinita lambonería de llamarlo Gabo, que debería estar reservado a sus amigos íntimos de verdad– fue leído en lugares tan remotos como Indonesia o Tailandia, en China es un clásico y, como Neruda, muchas escuelas públicas llevan su nombre; su estética fue seguida por autores como Salman Rushdie desde la experiencia de la India, o Tahar Ben Jalloum desde Marruecos. En todos esos lugares no sólo lo leían, sino que lo idolatraban. Lo amaban. Y ese amor siempre correspondido estaba en todo tipo de personas: judíos y católicos y musulmanes y ateos; gente culta de derecha, de centro y de izquierda; jóvenes y mayores y viejos. Incluso su gran rival en lides políticas y humanas, que llegó a darle un puño en la cara, Mario Vargas Llosa, nunca renegó de su admiración literaria.

Por eso, para mí, la publicación de este libro es un acontecimiento que está en la esfera afectiva, humana, espiritual; más allá del probable valor literario, de si le agrega o no algo a su obra, sino en la posibilidad de volver a sentir el pulso, aún con latidos más débiles, de ese mismo corazón que nos llenó de anhelo, que nos hizo no sólo amar la literatura sino también la vida, que nos llevó a creer que las historias son una forma de conocimiento que nos hará mejores, porque nunca podremos ya saber qué diablos habría sido de nuestras vidas si no hubiéramos podido leer Cien años de soledad o si jamás hubiéramos tenido ante nuestros ojos la definición de la profundidad que escribió en su cuento El ahogado más hermoso del mundo: “Quisieron encadenarle a los tobillos un ancla de buque mercante para que pudiera fondear en los mares más profundos, allá donde los peces son ciegos y los buzos se mueren de nostalgia”. Gracias una vez más, maestro. Hasta la eternidad.

  

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20 de abril de 2024

MEMORABILIA GGM 936

Publicamos algunos de los comentarios que se hicieron hasta hoy, de la novela

En agosto nos vemos. (IV)

 

CLARIN

Buenos Aires – Argentina

9 de marzo de 2024

 

Opinión

 

Gabo, la música contada

"En agosto nos vemos", el libro más insólito e inesperado de García Márquez, ya está en la calle desde este miércoles 6 de marzo. Aquí, una crónica de su presentación en Barcelona.

                                                                   Ilustración Fidel Sclavo

Por Juan Cruz

Dotado de un oído especial para convencer al idioma de que lo obedezca, el novelista más musical del siglo XX, Gabriel García Márquez, el autor de Cien años de soledad, el hijo del telegrafista de Aracataca, acaso el mejor prosista que haya conocido el largo tiempo que lo separa del pasado, concitó este miércoles a los astros de la lírica para que compartieran con él en Barcelona la grandeza de su escritura. 

La razón es la existencia de un libro insólito, inesperado, e incluso rechazado por él cuando empezó a empeorar su relación con la realidad y también con el futuro. Empujados por la novedad, insólita porque ya parecía culminada la presencia de Gabo en las estanterías, antiguos amigos suyos de Barcelona, sus editores españoles e hispanoamericanos, periodistas, admiradores de su obra y de su trayectoria, se unieron en una especie de homenaje que parecía también, como él hubiera querido, un concierto de palabras y de música, o de música a secas, entendiendo por tal también las propias palabras de su literatura. 

Su libro más esperado y más improbable, En agosto nos vemos, que superó con los años la maldición con la que él mismo lo había arrinconado (“hay que destruirlo”, vino a decirle a sus hijos) ya está en la calle, se puso de largo precisamente este miércoles 6 de marzo, cuando él hubiera cumplido 97 años, en medio de una expectación que sólo puede superar ahora la que a lo largo de algunos años concitó el más enervante de sus atrevimientos, Cien años de soledad. Y la concentración, entre admirada y agradecida, fue en Barcelona, el talismán de la vida del joven Gabo, que se vino a hacer más famoso en la Barcelona que todavía soportaba las raíces podridas del franquismo. 

Atacado por la enfermedad que halló nombre cuando él era un muchacho, el alzeimer, Gabo terminó siendo desobedecido por sus hijos, Rodrigo y Gonzalo, que, ayudados por un gran editor que ya lo había sido de su padre, Cristóbal Pera, le dijeron a sus editoras (Random House en todo el mundo de habla hispana; Planeta en México y Centroamérica) que ya podían contar con esta música póstuma que siempre se tituló, cuando Gabo sabía y cuando él ya no sabía, En agosto nos vemos.

Esta celebración del nacimiento de una novela, y ya no habrá más novelas, dijo Gonzalo en la presentación definitiva de este hallazgo, tuvo efecto en Barcelona, donde Gabo conoció el éxito de Cien años de soledad mientras simulaba en los bailes de la gauche divine catalana que él todavía no era verdaderamente un escritor… Vivió durante meses simulando ser otro, aunque se llamara Gabo, pero en aquellas noches de Bocaccio de pronto sus mejores amigos (eso me contó Beatriz de Moura, la creadora de Tusquets) lo hallaron presumiendo de ser el autor de Cien años de soledad. “Porque lo era”, me contó Beatriz. 

Él vivió en Barcelona, con su mujer, con sus dos hijos, en la calle Caponata, a la espera de que, desde Argentina Paco Porrúa, su editor, le dijera que aquella maravilla, Cien años…, que le abriría los cielos del olimpo, en efecto lo iba a convertir en millonario. 

No fue cualquier cosa aquella premonición. Cuando él y Mercedes Barcha, la madre de los chicos, contrajeron matrimonio alguien le fue con cuentos al suegro: ese muchacho será siempre un muerto de hambre. A quien quisiera oírle Gabo le decía, para que fuera con el cuento al suegro, que él un día sería millonario.

Lo fue, también millonario de lectores. En Barcelona, donde escribía descalzo y bailaba como un colombiano, supo de la buena nueva que acompañó la suerte de la novela más importante de la literatura en español del siglo XX, vivió allí su idilio familiar con la ciudad, compartió las mieles del boom hasta que rompieron, con Mario Vargas Llosa, y encontró al gran amor de su vida de escritor: Carmen Balcells, la agente literaria que procuró que la riqueza que venía por un lado no se le fuera por el otro.

Jamás se dejaron ni se interrumpieron la agente y él, hasta el final de los días de Gabo, que murió dos años antes que Carmen. Hasta que ésta tuvo respiración, esa reunión astral (a Carmen le encantaba comprobar la suerte consultando a los astros) les dio beneficios mutuos.

Ella, Carmen, como los hijos, como los que leyeron las distintas fases de la novela que ahora reaparece como una emocionante novedad, tenían el pálpito de que era francamente exagerado romper en pedazos, tirar lo escrito a la basura llorosa de la historia. 

Los hijos dicen en el prólogo de esta edición que ahora es materia de lectura universal, pues en mucho tiempo un libro no ha creado tanta expectativa, que ojalá el padre les perdone por haber sacado de los arcanos universitarios esta obra de arte. 

En el acto de Barcelona, donde la actriz de origen argentina Barbara Lennie leyó párrafos que llenaron de emoción el auditorio de la Biblioteca Gabriel García Márquez, el marco de esta celebración, se escuchó la absolución laica de Héctor Abad Faciolince, colombiano como él, enamorado del texto y de su música. Dijo Héctor, mirando a Gonzalo: “Dénse ustedes por perdonados”.

Hubo en este acto mucha gente que aun recuerda al Gabo que escribía descalzo o jugando con sus hijos; aquel que recibía a los visitantes, para quitarse a sí mismo la timidez o la vergüenza, activando un artilugio que desprendía una risa fantasmal. Con aquella indumentaria como de arreglar coches, parecía vivir en el limbo infantil de sus hijos, en una casa que sabía a Bach y seguía siendo como un bromista de Cartagena de Indias y ya estaba en su estantería chica la legendaria cubierta de Cien años de soledad. 

Esa atmósfera de sorpresa y alegría había este 6 de marzo, como si en efecto Gabo hubiera vuelto, tras una larga excursión, a la ciudad de Barcelona, y se hallara entre amigos antiguos, como Leticia Feduchi y sus hijos, escuchando en la Biblioteca que lleva su nombre la música de jazz o algunas de las composiciones de sus músicos más queridos.

Fervor por Gabo. Xavi Ayen, uno de los grandes escritores del periodismo que sabe del boom, Pilar Reyes, la directora de la literatura en la casa Random House, y el paisano Abad Faciolince, el hijo Gonzalo, le pusieron literatura, evocación, a un acto que parecía una resurrección de bienvenidas. Aquella atmósfera, llena de música y de palabras, parecía dirigida por Gabo y por Carmen Balcells (alguien dijo: “Es como si resucitaran a la vez Carmen Balcells y Gabriel García Márquez”) en la ciudad que fue gran parte de la vida que ambos celebraron.

He vivido años junto a escritores, trabajando con ellos, leyéndolos, haciéndoles café o excursiones, desde Paul Bowles a Elena Poniatowska, Octavio Paz o Jorge Luis Borges, a todos los he visto hablar de sí mismos y sobre otros. A quien conocí cuando yo aun no sabía cómo eran los escritores fue precisamente a Gabriel García Márquez.

Abrió con su carcajada de cartón la calle en la que guardaba la intimidad de la casa, su cabeza pesando sobre unas manos que había adiestrado para que lo sorprendieran haciéndole caso a su ritmo, el que sigue intacto en esta novela que es la sinfonía para una mujer triste que se pasó la vida viajando para recuperar su alegría.

Algunos van diciendo que quizá este libro, en efecto, pudo esperar la suerte de la nada. Nos hubiéramos perdido la mejor metáfora de Gabo. Quien abre este libro, que es como una alcancía de secretos, abre también un cajón de lágrimas por las que él camina abriéndole la puerta al que tiene la voluntad de envolverse con su modo de decir, con su melancolía. Esa cara que tenía Gabo cuando, al final de sus tiempos lúcidos, empezó a saber que lo que tenía delante ya tan solo era el pasado, se entiende mejor aquí, en esta caja de música con la que se despidió de la salud de vivir.

Esta novela lo ha desvelado para ser reconocido otra vez con la alegría de ser leído como si fuera por primera vez y este libro inaugurará de nuevo su viaje por la música de escribir.

 

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EL ESPECTADOR

Bogotá – Colombia

10 de marzo de 2024

 

El Magazín Cultural

 

Lectura crítica de

En agosto nos vemos:

que García Márquez

nos jale las patas

Llegó a las librerías la novela que dejó en borradores nuestro premio nobel de literatura, y se abrió un debate sobre si se debía publicar o no la obra póstuma. Aplaudo tenerla en mi biblioteca.

Por Nelson Fredy  Padilla 

Gabriel García Márquez (1927-2014) cumplió 97 años de nacido el pasado 6 de marzo, día en que se publicó a nivel mundial “En agosto nos vemos”. Las celebraciones por su vida y obra continuarán hasta el próximo 17 de abril, día en que se cumplen diez años de su muerte.

                                                                                                             Foto: EFE y Penguin

Las 109 páginas en que terminó editada su novela póstuma, En agosto nos vemos, genera sentimientos contradictorios. La presentan con el mea culpa de los hijos, Rodrigo y Gonzalo García Barcha, que le piden perdón al padre de antemano tras el “acto de traición”, y eso despierta cierta indignación y morbo por haber ido en contra de la última voluntad literaria del autor, que les pidió destruirla, aunque también les dijo “hagan lo que quieran”. (Recomendamos: La lucha de los García Márquez contra el alzhéimer, investigación de Nelson Fredy Padilla) 

Pero al empezar la lectura eso se vuelve anécdota, porque como siempre lo hizo el premio nobel de literatura 1982, la historia de Anna Magdalena Bach y su isla lo agarra a uno por el cuello desde la primera frase y no lo suelta hasta hacerlo cómplice de una trama sobre cómo el amor materno, el amor de pareja y el amor casual entretejen la vida de esta mujer hasta el límite de sus pasiones de cuerpo y alma. 

Desde el primer hasta el último párrafo aparece su impronta en el dominio del idioma, para hacerlo sonar como una pieza musical, con ritmo y melodía dosificados con la composición de frases cortas y puntos seguidos. Eso mientras propone una banda sonora conmovedora y la lista de libros que lee Anna y que constituyen un regalo adicional. Es un reencuentro con la esencia del autor: sintaxis y gramática únicas, liberadas de “corsé”, como él decía, con la búsqueda eterna del adjetivo preciso que da vida suprema a los sustantivos. 

No es el encuentro con una ficción clásica de la importancia de El otoño del patriarca, Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera, en el orden que a mí me gustan. Pero sí es una novela corta valiosa, fruto de un ejercicio virtuoso de condensación narrativa que me recordó a El coronel no tiene quien le escriba. 

He leído a críticos que opinan que En agosto nos vemos debió desaparecer y que este caso no puede compararse con lo que hizo el editor Max Brod cuando decidió no incinerar los libros de su amigo Franz Kafka. Gonzalo García Barcha explicó en las ruedas de prensa de estos días que la publicación fue meditada en familia y con asesoría literaria por al menos ocho años. Dentro de los factores que tuvo en cuenta para aprobar la publicación fue definitivo que la novela estaba completa y con final revisado, que las versiones evidencian que la reescribió entre finales de los años 90 y 2004, y que su padre publicó obras a las que les corrigió detalles para ediciones posteriores.

Hay una que otra repetición de giros y adjetivaciones, un par de contradicciones que no voy a enumerar, para que el lector las descubra, pero asistimos, ahora sí, al último concierto del estilo garciamarquiano.

Recordándolo a él, a su rigurosidad “de hormigón” para corregir textos, como lo vimos ejercerla y nos la enseñó a la “muchachada” de la revista Cambio a finales de los años 90, seguramente no estaría satisfecho y, tal vez, por eso pidió botar los borradores. Habría dicho, como en la autocrítica que anotó sobre las páginas del perfil que escribió sobre el presidente venezolano Hugo Chávez en febrero de 1999, “El enigma de los dos Chávez”: “Indigno de un premio Rómulo Gallegos… el texto es lo que pudo haber sido y no fue”.

El hijo de Gabriel García Márquez, Gonzalo García Barcha (c), junto al periodista Xavier Allen (i) y el escritor Héctor Abad (d), el pasado miércoles en el acto de presentación de "En agosto nos vemos", en la biblioteca Gabriel García Márquez de Barcelona.

 El hijo de Gabriel García Márquez, Gonzalo García Barcha (c), junto al periodista Xavi Ayen (i) y el escritor Héctor Abad (d), el pasado miércoles en el acto de presentación de "En agosto nos vemos", en la biblioteca Gabriel García Márquez de Barcelona.  Foto: EFE - Marta Perez 

Bien dijo en la presentación en Barcelona el escritor colombiano Héctor Abad que esos lunares le lucen a la novela. Las enmendaduras a mano sobre una y otra versión, páginas que los lectores verán al final del libro, dan cuenta del proceso creativo de un obrero del idioma, que en este caso no había corregido su última obra al ciento por ciento porque el cáncer y el alzhéimer lo diezmaron, pero que reivindicó antes de irse, como dicen los hijos en el prólogo, “su capacidad de invención, la poesía del lenguaje, la narrativa cautivadora, su entendimiento del ser humano”. 

Por eso, al cerrar la bella edición de Penguin Random House, estructurada por Cristóbal Pera, mi sentimiento es de agradecimiento con él y con los hijos de García Márquez. Lo que nos han compartido es invaluable para mí como alumno del mejor maestro, como lector y como profesor de escritura creativa. No tenía sentido que esos originales, vendidos en 2015 por la familia García Barcha a la Universidad de Texas, siguieran guardados en los archivos del Harry Ransom Center, en Austin, sino que se volvieran de dominio y debate público.

Ahora podré sentarme con mis alumnos de la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional, como lo hemos hecho varias veces, a “desarmar” otro libro de García Márquez “por las costuras”, como él ordenaba al recomendar alguna obra en la revista Cambio.

Lo haremos para seguir aprendiendo de él en el siglo XXI, no porque queramos narrar como si viviéramos en los tiempos del boom latinoamericano y del realismo mágico, sino porque nos dejó una lección final de disciplina para seguir adelante: si uno ama escribir, debe ser consciente de que la escritura es “un oficio de todos los días y de todas las horas”, hasta que la salud decrete el día final. 

Llamo a embarcar hacia la isla y la vida de Anna Magdalena Bach, así el fantasma caribe de Gabo venga a jalarnos las patas. 

 

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EL TIEMPO

Bogotá- Colombia

17 de marzo de 2024

 

Columna de opinión

 

De un librito y otros demonios

‘En agosto nos vemos’ es una pesca desordenada de ideas

contenidas en varios proyectos de la novela.

 

Por María Isabel Rueda 

De todas las críticas y defensas que he leído y escuchado alrededor de la obra póstuma de García Márquez, ‘En agosto nos vemos’, quizás una de las que más pistas contiene de por qué la publicaron es la de Alexandra Alter en el ‘New York Times’. 

Sobre el libro, al que titula escuetamente ‘En agosto’, dice que García Márquez “lo alcanzó a batallar para terminarlo y estuvo haciendo cambios durante años, eliminando frases, garrapateando en los márgenes y dictando notas a su asistente. Y finalmente se rindió”.

Probablemente se dio cuenta de que no era publicable porque nunca estuvo terminado. La original historia es la de una mujer casada de mediana edad, Ana Magdalena Bach, que cada agosto hace un viaje para visitar la tumba de su madre en una isla del Caribe no identificada, que combina algunas veces (en el libro solo dos, que yo recuerde) con encuentros sexuales que mantenía con hombres desconocidos.

Se citan muchísimos ejemplos de famosos escritores que encomendaron la tarea de destruir textos inéditos a su muerte a familiares, amigos o albaceas, que los traicionaron publicándolos, de lo que a veces surgieron obras maestras. En el caso de García Márquez, según dice el artículo, la solicitud se la hizo a su hijo, Gonzalo García Barcha: “Me dijo directamente que había que destruir la novela”. 

Sin embargo, de común acuerdo, sus dos hijos, Rodrigo y Gonzalo, concluyeron que había que publicarla, y aquí viene la peor parte de la descripción del ‘New York Times’: su argumento se basó en que, por su demencia, “Gabo perdió la capacidad de juzgar el libro”. ¿Y por qué no pensamos en que pudo ser al revés? ¿En que el mayor acto de lucidez en el ocaso de su vida fue ese, destruir esas páginas deshilvanadas, cuando la neblina del alzhéimer ya levantaba vuelo alrededor de su mente?

Según el NYT, hace dos años sus hijos resolvieron darle un nuevo vistazo a la novela, que “era confusa en algunos lugares”, pero se sentía completa. (¿Según quién?) Dejó de ella al menos cinco versiones y en una carpeta había un OK. A partir de esa versión fue que empezó a trabajar Cristóbal Parra para editar el texto final. Pero igualmente tomó pedazos de otras versiones y de un documento compilado por un asistente del escritor con los cambios que había querido hacer. Se nota, porque en un solo capítulo Parra nos cuenta tres veces que la hija de su protagonista quería ser monja.

Y ahí viene esa especie de engaño que es ‘En agosto nos vemos’: que salió al mercado como la novela póstuma de García Márquez y no como una obra inconclusa. Lo que evidentemente es. 

La han defendido personas de tanta autoridad como mi profesor y amigo Juan Esteban Constaín, quien pregunta en su columna de EL TIEMPO: “¿Cuál es la obra completa de un artista? ¿Solo la de sus grandes momentos y su esplendor y su gloria o también la de su vida misma, su vida toda, forjándose día a día? Yo creo que es lo segundo. (…) Siento que el espíritu de un genio, su destino, está contenido en cada una de sus creaciones, no importa cómo, no importa cuándo”. Disiento de Juan Esteban. Este libro es una pesca desordenada de ideas contenidas en varios proyectos de la misma novela por parte de manos ajenas a las del autor. Por lo tanto, es una compilación que produjo un librito bastante malo. 

En cambio, las críticas de Aura Lucía Mera (exdirectora de Colcultura) en ‘El Espectador’, así como las de la escritora Carolina Sanín, en Cambio, son implacables. La primera sostiene que no piensa leerse el libro, porque “me parece que publicarla es una falta de ética de sus hijos, de los editores del libro y de toda la propaganda que se le está haciendo. Mientras Sanín dice: “Este libro es bastante pobre y no es la primera novela cursi de García Márquez. El gran genio americano publicó en sus últimos años libros en los que parecería estar copiando lo peor de sí mismo”. Y remata: “Este es un negocio gigantesco y como tal deberíamos tratarlo”. Por lo demás, sugiere que sospechosamente está escrito casi como un guion de cine en espera de que se filme la película que está esperando a Ana Magdalena Bach, que, con seguridad, pienso yo, será mejor que el libro. 

Yo lo compré porque mi librero de cabecera, el adorable Felipe Ossa, cuyos consejos sigo a ciegas, me dijo que el estilo de Gabo estaba retratado de principio a fin. También lamento discrepar. Si no se hubiera publicado esta novela, y siento decirlo, García Márquez habría ganado mucho y habría perdido nada. Por desgracia, la publicación de ‘En agosto nos vemos’ invierte la ecuación. 

Tiene al comienzo, sí, quizás unas primeras hojas muy garciamarquianas que retratan su realismo mágico; pero en escasos renglones se irá diluyendo hasta ya no existir al final de esta historia inconclusa, que termina como el libro: arrastrando sin misterios un saco de huesos. 


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15 de abril de 2024

MEMORABILIA GGM 935

El Periódico De España

Madrid - España

7 de marzo de 2024


Novedad Editorial

 

Crítica de 'En agosto nos vemos',

la novela póstuma de

Gabriel García Márquez:

la fuerza de la repetición

Este libro vuelve a demostrar hasta qué punto el Nobel, pese al temor de ya no ser el mismo por su pérdida de memoria, seguía dominando el arte de contar historias en la recta final de su vida

 

Gabriel García Márquez, autor de 'En agosto nos vemos' / ILUSTRACIÓN DE PABLO GARCÍA 

Por Ricardo Baixeras 

La decisión de sacar a la luz un libro que el autor no publicó en vida es siempre controvertida. Si ese autor se llama Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 1927- Ciudad de México, 2014) y confiesa además que ese libro no servía –"hay que destruirlo" (como si con semejante sentencia quisiera emular aquellas legendarias intenciones de Virgilio y de Franz Kafka con sus propios manuscritos)–, entonces la cuestión, si cabe, se convierte en todavía más compleja. En el prólogo de En agosto nos vemos, que aparece cuando se cumplen 10 años de su fallecimiento, sus hijos Rodrigo y Gonzalo indican que en sus últimos años el autor de El coronel no tiene quien le escriba sufrió especialmente "la pérdida de memoria", que era, según les contaba, "a la vez mi materia prima y mi herramienta. Sin ella, no hay nada".

Y lo cierto es que esta novela corta o cuento largo que narra las vidas de Ana Magdalena Bach, "las tantas y tantas horas de incertidumbres que quedaban de ella misma dispersas en la isla" y cómo cada mes de agosto va donde su madre está enterrada para depositar gladiolos, quizá no tiene la fuerza irrepetible de sus grandes textos. Sin embargo, es una ficción que vuelve a mostrar hasta qué punto García Márquez, a pesar del temor de no ser ya el mismo por su pérdida de memoria, seguía dominando el arte de contar historias como centro neurálgico de una escritura que no hizo de la técnica un general en su laberinto en el que perderse, pero sí el armazón de una literatura cuyos motivos (la muerte, el doble, la soledad) y técnicas (las recurrencias, las repeticiones, las espirales y las imágenes obsesivas) vuelven a aparecer aquí como si fuera la primera vez.

Importancia del tiempo

Porque está la insistencia en mostrar, desde el mismo título, la importancia del tiempo como ya indicaban sus paradigmáticos Cien años de soledad, Un día después del sábado, El otoño del patriarca y La siesta del martes. Esa importancia aquí queda fijada en el mes de agosto, con sus fuera de toda duda calores caribeños. Está, como en Crónica de una muerte anunciada, la minuciosa obsesión temporal de quien vuelve «a la isla el viernes 16 de agosto en el transbordador de las tres de la tarde», como volvía el obispo en su buque, y la minuciosidad de los nombres: de María Alejandrina Cervantes a Ana Magdalena Bach, de la literatura cervantina a la música sacra.

Está la temporalidad recurrente que vuelve sobre sí misma como un círculo que lo anuda todo, tal y como trata de anudar su vida Ana Magdalena Bach con el retorno cada agosto sin saber, en realidad, que está repitiendo muchos años después el mismo gesto de su madre. Están los movimientos de ida y vuelta constantes, cómo va y vuelve la protagonista sin percatarse de que, en realidad, se está juzgando «sin piedad». Está, como en los Buendía, la sensación de que a menudo las acciones pueden llegar a ser fútiles, de que hacer algo lleva incorporado a menudo la desaparición del acto. De que hacer implica deshacer, o no contar, o mentir.

Está, cómo no, la literatura, ya que aquí la protagonista en cada regreso a la isla siempre lleva un libro encima: Drácula, de Bram Stoker; Antología de la literatura fantástica, de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo; El día de los trífidos, de John Wyndham; Crónicas marcianas, de Ray Bradbury; El ministerio del miedo, de Graham Greene, y Diario del año de la peste, de Daniel Defoe.

Está una atmósfera inconfundible ("faltaban seis para las cuatro, pero se concedió un minuto de nostalgia para contemplar las garzas que planeaban inmóviles en el sopor ardiente de la laguna"), está la sensación de haber asistido a un mundo conjetural y conocido a la vez ("admiró las playas de harina dorada al borde mismo de la selva virgen, la algarabía de los pájaros y el vuelo fantasmal de las garzas en el remanso de la laguna interior"), y de haber probado otra vez el lector el apetito pantagruélico de un autor por querer mostrar de qué manera los espacios exteriores son la medida exacta de una conciencia interior anafórica.

Encuentro inolvidable

Está el amor, el tema que recoge motivos y técnicas en la obra de García Márquez. Un amor que aquí no aparece en los tiempos del cólera, sino en el tiempo en que una vida ya nunca más va a ser la misma tras un encuentro amoroso inolvidable que se convierte en la ceremonia de la confusión por "veinte euros", a pesar de que la protagonista después de aquel encuentro ya nunca "más volvería a ser la misma. Lo había vislumbrado en el transbordador de regreso, entre las hordas de turistas que siempre le habían sido ajenas y que de pronto y sin motivos claros se le volvieron abominables".

Está la vida imaginada de Ana Magdalena Bach tratando de acortar y comprender las distancias entre la realidad falseada y la ficción verídica porque la suya es una vida a la espera, una vida lanzada hacia el futuro de cada agosto por venir, pero condicionada por los recuerdos, por la esperanza de volver a vivir lo ya vivido y la desesperanza de que todo aquello fue una serie de acontecimientos, que como la música que también suena en este libro, es meditativa: seis movimientos que nacen de la misma nota, del mismo impulso. Y está la firmeza de un escritor por volver a contar una historia construida bajo el velo del lenguaje  

 

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LA VANGUARDIA

Barcelona – España

6 de marzo de 2024

 

EL ACONTECIMIENTO EDITORIAL DEL AÑO 

Gonzalo, hijo de Gabo:

“Si los lectores no dan ese voto

de aprobación a la novela,

no se reeditará”

El primogénito del escritor presenta a nivel mundial 'En agosto nos vemos', la última obra que escribió su padre y que le pidió que quemara.

 

Gonzalo, hijo de García Márquez, junto al periodista Xavi Ayén y el escritor Héctor Abad Miquel González / Shooting

Por Lara Gómez Ruiz

Barcelona hoy no ha dejado de mirar el reloj, esperando pacientemente que llegaran las 18:30. A esa hora, el libro póstumo de Gabriel García Márquez, En agosto nos vemos (Random House), se presentaba al mundo en la biblioteca barcelonesa que lleva su misma nombre y que está reconocida como la mejor del mundo. La expectación era máxima. Ni siquiera unos activistas, que justo antes de empezar el encuentro mediático aprovecharon la presencia del alcalde Collboni para denunciar la falta de previsión ante la situación de emergencia por sequía, lograron que la joya literaria quedara relegada.

Que la capital catalana sea la ciudad escogida para dicha presentación, no es baladí. Barcelona fue un lugar de metamorfosis para Gabriel García Márquez. Fue aquí donde creció literariamente y logró mutar de autor minoritario a novelista reconocido a nivel mundial. Un paso de gigante que solo unos pocos escritores alcanzan en su carrera y que explica el revuelo armado para poder acudir a este acontecimiento, donde era necesario hacer reserva previa. 

Eso no evitó que fueran decenas los que atendieran de pie al hijo del autor, Gonzalo García Barcha –que vivió parte de su infancia aquí–; al escritor Héctor Abad Faciolince; al periodista Xavi Ayén, experto en el boom latinoamericano; y a la actriz Bárbara Lennie, que leyó fragmentos de esta inédita obra, acompañada de la música del conjunto Ana Magdalena Ensemble. “Este libro está repleto de música”, avanzó la editora Pilar Reyes.

“Cuando Gabo nos dejó, fue bastante claro, pues dijo que esto había que destruirlo. Pero esa declaración iba totalmente en contra de todo lo que nos inculcaron nuestros padres, que nos educaron para promover, respetar y conservar cualquier obra de creación”, empezó la presentación García Barcha. Su primogénito, no obstante, reconocía a los pocos minutos que su padre llegó a pagar a su madre “una cantidad reducida de dinero” por las cartas de amor que le envió, y una vez las tuvo, las quemó.

Gonzalo García Barcha, hijo de Gabo, esta semana en Madrid  Dani Duch / Propias

“Siempre tuvo un instinto muy particular de la posteridad y una facultad algo profética, adelantándose a cosas de que luego han sucedido”. Una de ellas fue recién casado, cuando a su suegro, triste por separarse de Mercedes, le dijo que no se preocupara, que en diez años se convertiría en alguien rico y famoso. “Imagínense la desfachatez”, reconoce su hijo.

García Barcha contó que el libro lo leyeron todavía con Gabo en vida. “Pudimos leerlo, pero estaba menos terminada que otras de sus obras que dejaba leer antes de publicar. Él siguió escribiendo y, dos años después, soltó su frase lapidaria”. En el verano de hace dos años, algo cambió. “Yo estaba en el Empordà y tuve esa conversación pendiente con mi hermano Rodrigo. Me preguntó qué íbamos a hacer y sugerí dársela a un editor para ver si era publicable. Cristóbal, editor de sus últimas obras, la había leído mucho más profundamente que nosotros y no parecía tener ninguna duda”.

Los hijos aceptaron. No obstante, Gonzalo ha advertido hoy a la audiencia multitudinaria: “Si los lectores no dan ese voto de aprobación a la novela, no se reeditará y no tendrá revisiones”. También ha reconocido de que “me incomodaba la idea de que esta se convirtiera en la novela  escondida o perdida de cierto autor. Nosotros sabíamos que la novela tarde o temprano iba a acabar saliendo, y es posible que la edición pueda tener una evolución siempre que el texto sea del agrado de los lectores”.

La obra permaneció durante mucho tiempo en el archivo del autor en la universidad de Austin. Allí, “cualquiera que lo deseara y pidiera permiso, podía leerla”, ha recordado Gonzalo mientras aplaudía el impulso de la periodista colombiana Patricia Lara, que fue la primera en hacerlo y que “ya avanzó en su momento que le causó una buena impresión”.

A él mismo también se la causó, a la vez que le enterneció “ver como en las correcciones había un punto que dudaba en cada palabra y la tachaba, hasta hallar la más conveniente. Eso es algo bonito y refleja muy bien cómo describió en su día el oficio de escritor: un pobre hombre sentado seis horas diarias frente a una máquina de escribir con el compromiso de contar una historia que sea a la vez convincente y bella. Y esta novela tiene esas dos virtudes”. Unas cualidades que también, asegura, tiene la portada del libro, ilustrada por David de las Heras, al que tanto el primogénito como el público han aplaudido. 

 

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REFORMA

Ciudad de México

3 de marzo de 2024


CULTURA

 

García Márquez se reencuentra

con sus lectores

 Por Israel Sánchez

 

La portada del nuevo libro fue diseñada por el ilustrador David de las Heras. Crédito: X Fundación Gabo. García Márquez en una fotografía de 2010, mientras lee, en su casa, "Yo no vengo a decir un discurso". Seis años antes había publicado su última novela: "Memoria de mis putas tristes". Crédito: AP

A 20 años de la publicación de su última novela, Gabriel García Márquez (1927-2014) se reencuentra este miércoles con sus lectores de todo el mundo con el lanzamiento póstumo de En agosto nos vemos (Planeta).

"Realmente parecía algo ya imposible. Pensábamos que lo que se publicó en vida de García Márquez era su obra entera, puesto que él había tomado las decisiones editoriales", apunta en entrevista el escritor, traductor y crítico literario Geney Beltrán, para quien la aparición de esta obra ratifica el estatuto de autor clásico y universal del Premio Nobel de Literatura colombiano.

"Esa condición de clásico vuelve importante cualquier escrito suyo que no se haya publicado en vida. No es sólo un interés documental o histórico, sino que es un interés literario", agrega el coordinador ejecutivo de la Casa Estudio Cien Años de Soledad, proyecto dependiente de la Fundación para las Letras Mexicanas.

La undécima novela del autor de obras como Cien años de soledad y El coronel no tiene quién le escriba narra la historia de Ana Magdalena Bach, una mujer casada que cada 16 de agosto visita la tumba de su madre en una isla del Caribe, y durante esos viajes mantiene varios encuentros eróticos con distintos amantes.

Su publicación se enmarca en el aniversario 97 del natalicio de García Márquez, y a un mes de cumplirse 10 años de su muerte, con cerca de 40 editoriales internacionales realizando un lanzamiento global en todos los mercados, algo igualmente inédito para una obra póstuma, considera Jaime Abello, director y cofundador de Fundación Gabo.

"Está destinado a ser un bestseller, y esto confirma la condición de clásico que ya tiene García Márquez. Entonces, se recibe con interés la obra, más allá de que al final a uno le guste más o menos, pues es la obra de un clásico de la literatura mundial", dice Abello a REFORMA.

"Es, obviamente, un libro de Gabo, pero que ha sido autorizado por sus causahabientes, por sus herederos (sus hijos, Rodrigo y Gonzalo García Barcha), y no por él", continúa. "Es una decisión que se tomó muy cuidadosamente y se desarrolló editorialmente con mucho cuidado".

Los hijos del Nobel colombiano, quienes prologan la novela inédita, eligieron al editor Cristóbal Pera, que ya había trabajado antes con el autor, para concretar la publicación de la obra en la que García Márquez trabajó desde 1999 y de la que publicó algunos capítulos en revistas, cuyos manuscritos permanecían en los archivos vendidos al Harry Ransom Center de la Universidad de Texas.

"Básicamente, partió del último manuscrito que había en el Ransom, más las notas, más las correcciones adicionales que hizo (el autor) y que conservó en el computador la asistente de Gabo. Y a partir de allí compuso un texto que es de García Márquez, que lo único que ha tenido es un proceso editorial como el de cualquier otro libro de cualquier otro autor", refiere Abello.

"Yo pude reconocer en el manuscrito que ya esa obra estaba en un punto en el que sólo le faltaba un pulimiento por parte de un editor", resalta vía telefónica Gustavo Arango, autor, periodista y académico colombiano de la Universidad Estatal de Nueva York en Oneonta, autodenominado "abogado defensor" a favor de la publicación de este libro.

En realidad, Arango estima haber tenido una influencia definitiva en el hecho de que finalmente pudiera ver la luz esta novela inédita que parecía condenada por una lectura de la agencia literaria Carmen Balcells, representante de García Márquez por más medio siglo, cuyo dictamen también se podía consultar en el archivo en Texas.

"Realmente la demeritaba un poco, y yo tengo la impresión de que esa fue la única opinión en la que se basó su familia para decidir que no la iban a publicar", comparte Arango, estudioso de la vida y obra del Nobel, sobre aquel dictamen que consideraba a En agosto nos vemos como un cuento repetitivo y alargado.

"Y yo lo que pensaba era: 'Pero, por Dios, repetitivo Cien años de soledad; repetitivo es El otoño del patriarca'. Ése es casi que el sello de García Márquez en muchas de sus obras, y es porque maneja una temporalidad muy caribeña, muy cíclica que a veces cuesta entender".

A decir suyo, un artículo que publicó en 2022 destacando el valor de esta historia y la importancia de publicarla habría sido el punto de partida para que la propia familia de García Márquez así lo reconsiderara; "no voy a salir ahora a decir: 'Yo logré que se publicara', pero digamos que algo influí, y eso me llena de mucha satisfacción", destaca.

"Y, bueno, incluso no siendo su mejor novela, es un buen cierre para su conjunto. Pero, además, una novela mediana de García Márquez sigue siendo una novela muy superior en el ámbito de la literatura latinoamericana", argumenta Arango, elogiando el estilo transparente y depurado de esta nueva obra.

"Es una novela que no va a decepcionar", asegura quien la devorara en una tarde y ya tiene preordenadas las ediciones en español e inglés. "Es una novela donde está García Márquez en ese nivel de una persona de una gran maestría, a pesar de las dificultades que todos sabemos que estaba viviendo para escribir (en sus últimos años)".

Sobre todo, Arango remarca la importancia de cerrar la obra del autor originario de Aracataca con esta historia luego de la recepción y crítica tan severa en contra de Memoria de mis putas tristes (2004), su última entrega de ficción.

"Ahí la literatura un poco se pierde porque es un tema demasiado complicado: un hombre de 90 años que se compra una noche con una niña. Eso es difícil de aceptar, y eso no es García Márquez en general. Cerrar una obra como la de él con ese episodio un poco sórdido me parece que no era un buen cierre", opina Arango.

"Mientras que aquí (en En agosto nos vemos) hay una dignificación de la mujer que yo creo que es más él porque siempre fue un hombre, un autor, una persona muy respetuosa, y siempre puso en una situación muy digna a la mujer. Y es un poco frustrante ver que muchos lo estaban descalificando simplemente como un machista perverso. Por eso es que me parece que esta novela representa un cierre mucho más digno".

'Más allá del bien y del mal'

Si bien destinada a ser un superventas, la novela inédita de García Márquez también parece sentenciada a la guillotina de una crítica feroz bajo el actual signo de los tiempos.

Arango, quien considera a En agosto nos vemos como una obra con un desdoblamiento femenino del autor y un diálogo con su madre muerta, augura, por ejemplo, señalamientos "patriarcales" al intento por parte de un hombre de construir un personaje femenino.

"Me parece equivocado juzgar a un autor por lo que hacen sus personajes; también me parece que es un poco estrecho decir que un hombre no puede crear personajes femeninos, o que una mujer no puede crear personajes masculinos. Entonces, obviamente, la incomprensión está garantizada", sostiene Arango.

"Realmente, el autor se expone a la crítica, y cuando se trata de un autor tan difundido como García Márquez, también se expone a críticas poco fundamentadas, un poco viscerales, poco informadas. Entonces, bueno, García Márquez está más allá del bien y del mal en este momento", prosigue el académico.

¿Es justo publicar una novela que será tan criticada cuando ya no está su autor para poder defenderla?

He llegado un poco a la conclusión de que toda literatura es póstuma, que el autor no está para defender su obra; la obra es el producto de muchas cosas: de un espíritu creador, de una época, de un contexto cultural, y está para ser apreciada y para suscitar reacciones. Pero realmente la obra no hay que defenderla, la obra es póstuma (...) y la obra se tiene que defender por sí sola.

Para Beltrán, por su parte, la obra literaria no es reductible a una sola consideración, "y menos si se busca una identificación con una forma, más que de pensamiento, de opinión", expresa el escritor.

"Y, ciertamente, la ausencia física del autor ya es irrelevante. Lo que se puede cuestionar es la obra; hay aspectos de maestría técnica y de retórica que por sí solos son dignos de consideración y que pueden ser verdaderamente maravillosos", añade Beltrán, enfático además en cuanto a que no importa si un autor es hombre o mujer, sino la manifestación de una "sensibilidad andrógina".

"Es esa sensibilidad andrógina una despersonalización que te lleva más allá de lo que es tu cuerpo, de lo que es tu historia personal por crecer con un cuerpo en un género determinado, lo que se manifiesta en la escritura en esos momentos privilegiados en los cuales la imaginación y la sensibilidad expresan lo que nosotros ni siquiera sabemos qué traemos dentro".

 

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