Publicamos algunos de los comentarios
que se hicieron hasta hoy, de la novela
En
agosto nos vemos.
EL COLOMBIANO
Medellín - Colombia
3 de marzo de 2024
En agosto nos vemos:
claves para leer la última novela
de Gabriel García Márquez
En este ensayo el poeta y editor Harold Alvarado
Tenorio descifra
la novela que cierra la carrera literaria del Nobel de
Literatura de 1982.
Por Harold Alvarado Tenorio
De tal palo tal astilla es un refrán que hace referencia al carácter y las costumbres que se transmiten de madres a hijas. Quizás la primera vez que Gabriel García Márquez dio a conocer el primer capítulo de En agosto nos vemos fue en Madrid, en una lectura que hizo del texto durante el Foro de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), un viernes de marzo de 1999. Entre el público estaban Felipe González y Mariano Rajoy, entonces ministro de cultura del gobierno de José María Aznar. GGM anunció que lo leído haría parte de un libro de cuentos y, pidiendo silencio, rogó a quienes se aburrieran saliesen sin hacer ruido, “para no despertar a los que se hubiesen dormido”. The New Yorker publicaría el mismo capítulo como Meeting in August, en una de las ediciones de finales de ese año y en traducción de Edith Grossman.
Se sabe que siguió trabajando en la historia varios años y, ya bien entrado el siglo nuevo, comentó que sería una novela. Tras su muerte, llegó a pensarse que la tenía abandonada porque había perdido las facultades del genio tras padecer de cáncer linfático, mientras combatía sin vigor el Alzheimer que le llevaría a la eternidad. Ahora sabemos que hizo más de doce versiones de ese cuento largo y que lo había enviado a uno de sus agentes literarios, que lo hizo leer de un tarado, que conceptuó que En agosto nos vemos no tenía la calidad, ni extensión, de sus famosas novelas y apenas superaba en algo a Memoria de mis putas tristes, donde un anciano putañero, al filo de la muerte, encuentra el amor de su vida con una mulatica de la clase obrera, que le vende su virginidad para ayudar a su familia. Tal vez el lector anónimo afirmó tal cosa porque supuso que las ventas del libro serían un fracaso por la amenaza del Nobel de no visitar más España en protesta porque Josep Piqué i Camps, que acaba de morir, exigía visados a los colombianos.
Los hijos de GGM decidieron, luego de consultarlo con la almohada y tras el fallecimiento de Mercedes Barcha, publicarla. En una versión ligeramente enmendada, pues en el antiguo manuscrito la protagonista, por ejemplo, tiene 52 años y viaja a la isla de sus amores profanos en un ferry de las tres de la tarde, y en esta tiene 50 y viaja a las dos.
La literatura de parábolas, me dijo una noche GGM en Siqueiros Piano Bar, frente a Magdalena Rodríguez, la inventó Jonás, cuando convenció a su mujer que había vuelto a casa con tres días de retraso porque se lo había tragado una ballena. En agosto nos vemos narra las vicisitudes del añejo matrimonio de Ana Magdalena Bach, inundado de melodías clásicas y melodías caribes, y las tres últimas aventuras de viajes eróticos a la isla donde reposan los restos de su madre Micaela, desde hace veintinueve años. Ana Magdalena Bach es una empedernida lectora de novelas raras y de amores contrariados, que ha cumplido medio siglo al final de la historia, casada con el director de un conservatorio, madre de una pareja de hijos, también melómanos o músicos que interpretan igual el chelo que otros instrumentos. Todos habitan un lugar que bien puede ser Cartagena de Indias, y la isla, San Andrés.
En la primera de las visitas que narra GGM, Ana Magdalena llega a la isla y la encuentra, como ha sido desde hace veintiocho años, un lugar de desolación y abandono, con las arenas y las calles sucias, niños semidesnudos y negros mutilados por la pólvora de la pesca furtiva, con un viejo hotel levantado por un senador que deseaba ser presidente y coches de alquiler destartalados y envejecidos por el óxido del salitre, pero con un cuarto de hotel que da a una laguna poblada de garzas azules. La noche después de la visita a la tumba de su madre, baja al comedor, ordena un bocadillo de jamón y queso y toma un brebaje de ginebra con hielo y soda que le anima antes del sueño pero que esa noche le lleva hasta los brazos de un ingeniero civil de cuarenta y seis años con quien comete el furor de capitular en cuerpo y alma.
“No le dejó ninguna iniciativa. Se acaballó sobre él
hasta el alma y lo devoró para ella y sin pensar en él, hasta que ambos
quedaron exhaustos en un caldo de sudor. Permaneció encima, luchando a solas
contra las primeras dudas de su conciencia bajo el chorro caliente y el ruido
sofocante del ventilador, hasta que se dio cuenta que él no respiraba bien,
abierto en cruz bajo el peso de su cuerpo. Entonces descabalgó y se tendió
bocarriba.
De pronto, como el rayo de la muerte, la fulminó la
conciencia brutal de que había fornicado y dormido por la primera vez en su
vida con un hombre que no era el suyo [...]
Hasta entonces no se había dado cuenta que nada sabía de él, ni siquiera el nombre, y que lo único que quedaba de su noche loca era un triste olor a lavanda en el aire purificado por la borrasca. Sólo cuando cogió el libro de la mesa de noche para guardarlo en el maletín se dio cuenta que él le había dejado entre sus páginas de horror un billete de veinte dólares” (En agosto nos vemos).
El año siguiente, Ana Magdalena tiene su alma tan irreconocible que decide tomar un taxi nuevo e instalarse en el Carlton, un hotel tan caro como el anunciado cementerio para turistas, donde entierran los muertos de pie para ahorrar terreno. Allí baila con un individuo de treinta años, como de museo de cera, caderas ceñidas, piel apagada, ojos ardientes, cejas frondosas y pelo negro, henchido en un esmoquin, tan postizo como sus maneras, pero patrón de una camioneta de dos asientos que se hacen catre, con equipo de sonido y ducha con bidé. Un encuentro que le dejó en el vientre una trilla de fuego con tres días de compresas y baños de asiento.
En el penúltimo viaje a la isla todos los hoteles de dos estrellas, incluido el Hotel del senador, están ocupados y tiene que buscar refugio en uno casi de lance en compañía de un hombre mayor que le lleva en su coche. Pero este amor de una noche resulta ser un obispo que “le dio un beso inocente que la estremeció hasta el alma, y siguió besándola mientras le quitaba la ropa pieza por pieza con una maestría mágica de los dedos, hasta que sucumbieron en un abismo feliz”. Y como el primero de la serie, le dejó un recuerdo entre las páginas del libro que estaba leyendo: una tarjeta de visita.
De regreso al continente y mientras leía otra vez en un diario realista de la peste de mediados del siglo XVIII en Londres, imaginando quien en verdad seria ese hombre holandés que decía la tarjeta de visita, Ana Magdalena va cayendo en cuenta que sus escasas aventuras amorosas de tantos años de visita a la isla han sido una ilusión, una quimera del destino: ya con cincuenta años encima estaba íngrima para siempre en un mundo de hombres: su marido no visita su cama, su hija había ingresado al convento, su hijo viajaba por el mundo tocando su chelo y sus amigas hacían lo mismo que ella en la isla, pero en la ciudad. Maldijo haber roto la tarjeta del obispo, pero una tarde, mientras tomaba las onces con ellas, vio a un caballero en traje de lino, con el cabello ceniciento y un bigotillo terminado en puntas que le recordó a alguien, pero solo más tarde, muchos días después, cayó en cuenta que era el primer amante, el que le había dejado los 20 dólares entre su libro de vampiros.
El último 16 de agosto vuelve al mismo hotel, las mismas calles avejentadas como su florista y recibió otro golpe del destino: supo porque su madre visitaba la isla y quiso ser enterrada allí. Ante la tumba encontró un promontorio de flores podridas por las lluvias, despojos de las que cualquier día del año dejaba un hombre de unos setenta años, con cabellos nevados, bigote de legislador y un bastón que convertía en paraguas.
El argumento o tema del doble es un asunto conocido desde tiempos remotos. En las leyendas germánicas el doble fantasmagórico, el sosias, el doble que va a nuestro lado, nuestra sombra viva o bilocación, sería un fenómeno paranormal, sobrenatural o divino según el cual una persona estaría al tiempo en dos o más lugares diferentes. De allí que los antiguos habitantes del mundo del hielo creyesen que ver al propio doble sería un augurio de la muerte, o que visto por amigos o parientes sería la indicación de una enfermedad o un problema de salud inminentes. Y hay quienes creen, como el sueco Johan August Strindberg, que quien ve su doble va a morir. Según Borges, estas apariciones espectrales vendrían de los espejos de metal o del agua, o de la memoria y los sueños, que nos hacen al tiempo espectadores y actores.
Cuando Gabito creció y viajó por el mundo hombres y mujeres creían en el amor, aspiraban a repetir las historias de sus padres, soportar el matrimonio y criar los hijos que nadie sabe para que vinieron al mundo. La izquierda que se descolocó en mayo de 1968, así proclamara el amor libre, lo que afanosamente buscaba era esa otra mitad nuestra, ese único y verdadero amor que liquidaría la soledad y las derivas de la existencia y, que lamentable, es la profecía incumplida.
Luego de haber recibido la revelación de las aventuras de su madre, Ana Magdalena, abrumada por las emociones deambula por los arrabales y da con un mago a quien preguntó dónde estaría el hombre de su vida y este le contestó con imprecisión certera: Ni tan cerca como tú quisieras ni tan lejos como tú crees. Regresa al hotel, rechaza a un joven pretendiente, hace una siesta larga y después de las cuatro va al cementerio a exhumar los restos de su madre para llevarlos consigo.
“El celador y un sepulturero de alquiler desenterraron
el ataúd y lo abrieron sin compasión con las artes de un mago de feria. Ana
Magdalena se vio entonces a sí misma en el cajón abierto como en un espejo de
cuerpo entero, con la sonrisa helada y los brazos en cruz sobre el pecho. Se
vio idéntica y con su misma edad de aquel día, con el velo y la corona con que
se había casado, la diadema de esmeraldas rojas y los anillos de boda, como su
madre lo había dispuesto con su último suspiro. No sólo la vio como fue en
vida, con su misma tristeza inconsolable, sino que se sintió vista por ella
desde la muerte, querida y llorada por ella, hasta que el cuerpo se desbarató
en su propio polvo final y sólo quedó la osamenta carcomida que los
sepultureros desempolvaron con una escoba y la guardaron sin misericordia en un
saco de huesos.
Dos horas después, Ana Magdalena le dio una última mirada de compasión a su propio pasado y un adiós para siempre a sus desconocidos de una noche y a las tantas y tantas horas de incertidumbres que quedaban de ella misma dispersas en la isla. El mar era un remanso de oro bajo el sol de la tarde. A las seis, cuando el marido la vio entrar en la casa arrastrando sin misterios el saco de huesos, no pudo resistir su sorpresa. “Es lo que queda de mi madre”, le dijo ella, y se anticipó a su espanto.
“--No te asustes –le dijo--. Ella lo entiende. Más aún, creo que es la única que ya lo había entendido cuando decidió que la enterraran en la isla” (En agosto nos vemos).
Los habituales lectores de GGM quizás noten que En agosto nos vemos puede leerse como una historia de adulterios femeninos, nada indignos en un matrimonio católico, o como novela en clave, que oculta, tras la macabra sorpresa del final, la certeza de que nuestras vidas son actos sin sentido, sin ayer, sin presente ni futuro y forraje de la nada. Ana Magdalena es una alegoría, ni femenina ni masculina, de los espejos, las ideas o el coito, que dan continuidad al mundo humano. Y resucitan la nada, al servicio del sepulturero de turno, ese invento del capitalismo que suplantó el pensamiento mágico y las religiones.
Ana Magdalena es también quien lee su historia y siente el marasmo aterrador de los presagios y de “ese otro” que nos acompaña, como sombra. Ana Magdalena es tantas y tantos como los amantes anuales que recluta. Y más que pensamientos y voces de mujer, es la milenaria voz de los presentimientos, que termina por hacernos polvo, como los huesos y maderos del cofre de la madre. Como en Cien años de soledad y las tragedias griegas, En agosto nos vemos un acaso nefasto y obscuro sino gobierna la historia del sujeto. El sujeto no hace su historia: la padece.
Hay quienes creen que el laurel de GGM reside en una cosa llamada realismo mágico. Nada de eso. Su eternidad y hechizo son consecuencia de su lirismo, la médula de las grandes narraciones de nuestra lengua desde Cervantes y Rubén Darío. En agosto nos vemos percibimos ese aleteo de su prosa, pero también el cansancio y la lentitud de ella alcanzado el nuevo siglo. Lo que asombra es que estando enfermo de ese mal del olvido, los capítulos 1 y 5 conserven el ritmo poético de El amor en los tiempos del cólera y El general en su laberinto, su obra maestra y su mejor autorretrato.
Que la protagonista sea en continente una señora de medio siglo, que su villa republicana esté abrumada por melodías clásicas y sus noches de infidelidad por danzones caribes, y sus lecturas sean libros que Gabito adoraba, todo ello y de consuno, no son cosa distinta que despojos para seguir dislocando, en el lector, el tiempo y el espacio de la nouvelle. Igual con las pinceladas de las miserias del mundo y sus pobrezas.
Los fragmentos eróticos son de una finura y contundencia comparable a algunas páginas La Romana, de Alberto Moravia, y son de una eficacia digna de los plano secuencia de De Sica o Rossellini. Gabito era de un pudor que solo se borra con la elevación que engendra la poesía, y sin duda, las canciones amor, que ocultan los mas salaces actos de lascivia con un andamiaje de virtudes y avemarías. Ni Lawrence, ni Miller, ni Navokov y menos Proust, se dan cita en esta narrativa lírica, digna de Lyckliga skitar, el filme de Vilgot Sjöman sobre Charlie el vergonzoso.
“No hubo más trámites. Ambos sabían ya a lo que iban,
y ella sabía que era lo único distinto que podía esperar de él desde que
bailaron el primer bolero. La asombró la maestría de mago de salón con que la
desnudó pieza por pieza, con la punta de los dedos y sin tocarla apenas, como
deshollejando una cebolla. En la primera embestida se sintió morir por el dolor
y una conmoción atroz de ternera descuartizada. Quedó sin aire y empapada en un
sudor helado, pero apeló a sus instintos primarios para no sentirse menos ni
dejarse sentir menos que él, y se entregaron juntos al placer inconcebible de
la fuerza bruta subyugada por la ternura. Nunca se preocupó por saber quién era
él, ni lo pretendió, hasta unos tres años después de aquella noche brutal,
cuando le reconoció en la televisión” (En agosto nos vemos).
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LA VANGUARDIA
Barcelona
– España
3 de
marzo de 2024
Secretos y enigmas
de la última novela
de García Márquez
EL 6
DE MARZO, A LA VENTA
Álvaro Santana Acuña ha estudiado en profundidad
el manuscrito de 'En agosto nos vemos'
Gabriel García Márquez en una imagen del 2005. Foto: Llibert Teixidó
Por Álvaro Santana Acuña
En el 2004, a sus 77 años y con toda la fama del mundo sobre los hombros, Gabriel García Márquez envió a su agente literaria Carmen Balcells el borrador de la que acabó siendo su última novela, En agosto nos vemos (Random House, a la venta el 6 de marzo). Era un ritual desde hacía más de treinta años. García Márquez quería conocer la opinión sobre el manuscrito de Kame, como llamaba cariñosamente a su agente. Lo que le envió no era la versión final, pero sí era la versión con final. La novela estaba terminada, aunque había que pulirla, y García Márquez lo sabía mejor que nadie.
Los últimos diez años he estudiado los manuscritos de las novelas, los cuentos, los discursos y los artículos periodísticos de García Márquez que se conservan en el Harry Ransom Center de la Universidad de Texas y la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá. He conocido en detalle cómo escribió, entre otros, los manuscritos de El coronel no tiene quien le escriba, Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera y por supuesto Cien de años de soledad, novela sobre la que escribí una biografía en inglés, Ascent to glory, que saldrá en castellano el próximo año
Además de los manuscritos de Gabo, como se le conoce popularmente, también he examinado los manuscritos de Fortunata y Jacinta de Pérez Galdós, Madame Bovary de Flaubert, Kew gardens de Woolf, Mientras agonizo de Faulkner y Rayuela de Cortázar. He mirado con lupa las pruebas de imprenta corregidas a mano de El viejo y el mar de Hemingway y Ulises de Joyce. No con menos fervor, leí las hojas escritas en letras diminutas de Los Rivero, el relato inacabado de Borges que pudo convertirse en la novela que nunca escribió.
Estos y otros manuscritos y documentos los he leído con obsesivo cuidado, y aprendí que si algo caracteriza a estos maestros de la literatura es su pasión irrefrenable por contarnos una historia y un respeto exquisito por la palabra. Sus manuscritos nos descubren además que los caminos para escribir un texto, desde la idea inicial hasta el punto final, son múltiples y sinuosos. En el caso de García Márquez, lo que singulariza su forma de escribir es su manera de reescribir sus textos.
El manuscrito de ‘En agosto nos vemos’
contiene la magia de su estilo
La capacidad que Gabo tenía de autoeditarse, de corregir lo escrito con los ojos del más riguroso editor, no la he visto en los manuscritos de otros escritores. De Fortunata y Jacinta de Galdós solo se conservan dos versiones manuscritas y las pruebas de imprenta. En el caso de Gabo, de Memoria de mis putas tristes existen dieciocho versiones. Y en cada nueva versión se ve cómo, palabra a palabra, tachón a tachón, reescritura a reescritura, va emergiendo la magia de ese estilo que sigue hipnotizando a millones de lectores.
Con cada revisión del manuscrito, García Márquez intentaba dar un salto de calidad en la historia. Era un trabajo casi artesanal, siempre en busca de la palabra cumplidora y sorprendente. De hecho, en las fotos donde aparece escribiendo en su estudio, siempre a su lado no faltaban toda clase de diccionarios. Consultarlos era, según cuenta en sus memorias, Vivir para contarla, un hábito heredado de su abuelo, quien acostumbraba a buscar en su diccionario el significado inequívoco de las palabras.
Los lectores son afortunados porque En agosto nos vemos contiene la magia del estilo de Gabo. Nos sorprende con combinaciones impensables entre palabras, con frases musicales y con pasajes deslumbrantes que se nos clavarán en la memoria. Es el García Márquez contador de siempre, pero en el otoño de sus casi ochenta años. En ese momento, como nos recuerdan sus hijos Rodrigo y Gonzalo en el prólogo a la novela, su principal materia prima y herramienta de trabajo, la memoria, se le consumía sin esperanza. En esa memoria, Gabo almacenaba su propio diccionario creado tras sesenta años escribiendo. Sentir que se le borraba debió ser tan doloroso para él como para Beethoven fue el ir quedándose sordo.
Aunque la magia de la narración está mermada por su enfermedad, no significa que los manuscritos de En agosto nos vemos dejen de tener su propia magia. De hecho, las diferentes versiones de una novela que se quedó sin una autoedición completa sean la mejor y más transparente oportunidad para entender cómo escribía realmente García Márquez.
Con cada revisión, intentaba dar un salto
de calidad en la historia
En esas versiones, que primero leí en el 2017 y luego en el 2019 y el 2022, Gabo se pregunta si “dando tumbos” es la manera exacta de describir cómo viaja el taxi que conduce a la protagonista, Ana Magdalena Bach, hacia un hotel. También pensó y repensó si ella debía tener cuarenta o cincuenta años. Eliminó la palabra infidelidad para acaso no plantar estigmas en la imaginación de los lectores. Cambió los nombres de los personajes: Narciso se convirtió en Gastón. No desarrolló la idea de un encuentro con una lesbiana. Sacó párrafos enteros de un capítulo y los injertó en otro. Pero acaso lo más impresionante sea admirar cómo palabras que son solo pinceladas impresionistas, como un telegrama, se van llenando de vida sobre el papel.
Además, García Márquez solía hacer cambios muy
fuertes en las versiones más tardías. Por ejemplo, en el manuscrito final de Crónica
de una muerte anunciada, cambió el nombre del protagonista, Santiago
Aragonés, por el de Santiago Nasar. ¿Cuál habría sido el texto definitivo de En
agosto nos vemos si la salud le hubiera respetado? La respuesta se la
llevó García Márquez consigo, pero gracias a la cuidadosa labor del editor
español Cristóbal Pera, el más estrecho colaborador del escritor en sus libros
finales, los lectores de todo el mundo tendrán la última y feliz oportunidad de
reencontrarse con una nueva historia de García Márquez.
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REFORMA
Ciudad
de México
3 de marzo
de 2024
CULTURA
García Márquez se reencuentra
con sus lectores
Por
Israel Sánchez
La
portada del nuevo libro fue diseñada por el ilustrador David de las Heras.
Crédito: X Fundación Gabo
García
Márquez en una fotografía de 2010, mientras lee, en su casa, "Yo no vengo
a decir un discurso". Seis años antes había publicado su última novela:
"Memoria de mis putas tristes". Crédito: AP
A 20 años de la publicación de su última novela, Gabriel García Márquez (1927-2014) se reencuentra este miércoles con sus lectores de todo el mundo con el lanzamiento póstumo de En agosto nos vemos (Planeta).
"Realmente parecía algo ya imposible. Pensábamos que lo que se publicó en vida de García Márquez era su obra entera, puesto que él había tomado las decisiones editoriales", apunta en entrevista el escritor, traductor y crítico literario Geney Beltrán, para quien la aparición de esta obra ratifica el estatuto de autor clásico y universal del Premio Nobel de Literatura colombiano.
"Esa condición de clásico vuelve importante cualquier escrito suyo que no se haya publicado en vida. No es sólo un interés documental o histórico, sino que es un interés literario", agrega el coordinador ejecutivo de la Casa Estudio Cien Años de Soledad, proyecto dependiente de la Fundación para las Letras Mexicanas.
Su publicación se enmarca en el aniversario 97 del natalicio de García Márquez, y a un mes de cumplirse 10 años de su muerte, con cerca de 40 editoriales internacionales realizando un lanzamiento global en todos los mercados, algo igualmente inédito para una obra póstuma, considera Jaime Abello, director y cofundador de Fundación Gabo.
"Está destinado a ser un bestseller, y esto confirma la condición de clásico que ya tiene García Márquez. Entonces, se recibe con interés la obra, más allá de que al final a uno le guste más o menos, pues es la obra de un clásico de la literatura mundial", dice Abello a REFORMA.
"Es, obviamente, un libro de Gabo, pero que ha sido autorizado por sus causahabientes, por sus herederos (sus hijos, Rodrigo y Gonzalo García Barcha), y no por él", continúa. "Es una decisión que se tomó muy cuidadosamente y se desarrolló editorialmente con mucho cuidado".
Los hijos del Nobel colombiano, quienes prologan la novela inédita, eligieron al editor Cristóbal Pera, que ya había trabajado antes con el autor, para concretar la publicación de la obra en la que García Márquez trabajó desde 1999 y de la que publicó algunos capítulos en revistas, cuyos manuscritos permanecían en los archivos vendidos al Harry Ransom Center de la Universidad de Texas.
"Básicamente, partió del último manuscrito que había en el Ransom, más las notas, más las correcciones adicionales que hizo (el autor) y que conservó en el computador la asistente de Gabo. Y a partir de allí compuso un texto que es de García Márquez, que lo único que ha tenido es un proceso editorial como el de cualquier otro libro de cualquier otro autor", refiere Abello.
"Yo pude reconocer en el manuscrito que ya esa obra estaba en un punto en el que sólo le faltaba un pulimiento por parte de un editor", resalta vía telefónica Gustavo Arango, autor, periodista y académico colombiano de la Universidad Estatal de Nueva York en Oneonta, autodenominado "abogado defensor" a favor de la publicación de este libro.
En realidad, Arango estima haber tenido una influencia definitiva en el hecho de que finalmente pudiera ver la luz esta novela inédita que parecía condenada por una lectura de la agencia literaria Carmen Balcells, representante de García Márquez por más medio siglo, cuyo dictamen también se podía consultar en el archivo en Texas.
"Realmente la demeritaba un poco, y yo tengo la impresión de que esa fue la única opinión en la que se basó su familia para decidir que no la iban a publicar", comparte Arango, estudioso de la vida y obra del Nobel, sobre aquel dictamen que consideraba a En agosto nos vemos como un cuento repetitivo y alargado.
"Y yo lo que pensaba era: 'Pero, por Dios, repetitivo Cien años de soledad; repetitivo es El otoño del patriarca'. Ése es casi que el sello de García Márquez en muchas de sus obras, y es porque maneja una temporalidad muy caribeña, muy cíclica que a veces cuesta entender".
A decir suyo, un artículo que publicó en 2022 destacando el valor de esta historia y la importancia de publicarla habría sido el punto de partida para que la propia familia de García Márquez así lo reconsiderara; "no voy a salir ahora a decir: 'Yo logré que se publicara', pero digamos que algo influí, y eso me llena de mucha satisfacción", destaca.
"Y, bueno, incluso no siendo su mejor novela, es un buen cierre para su conjunto. Pero, además, una novela mediana de García Márquez sigue siendo una novela muy superior en el ámbito de la literatura latinoamericana", argumenta Arango, elogiando el estilo transparente y depurado de esta nueva obra.
"Es una novela que no va a decepcionar", asegura quien la devorara en una tarde y ya tiene preordenadas las ediciones en español e inglés. "Es una novela donde está García Márquez en ese nivel de una persona de una gran maestría, a pesar de las dificultades que todos sabemos que estaba viviendo para escribir (en sus últimos años)".
Sobre todo, Arango remarca la importancia de cerrar la obra del autor originario de Aracataca con esta historia luego de la recepción y crítica tan severa en contra de Memoria de mis putas tristes (2004), su última entrega de ficción.
"Ahí la literatura un poco se pierde porque es un tema demasiado complicado: un hombre de 90 años que se compra una noche con una niña. Eso es difícil de aceptar, y eso no es García Márquez en general. Cerrar una obra como la de él con ese episodio un poco sórdido me parece que no era un buen cierre", opina Arango.
"Mientras que aquí (en En agosto nos vemos) hay una dignificación de la mujer que yo creo que es más él porque siempre fue un hombre, un autor, una persona muy respetuosa, y siempre puso en una situación muy digna a la mujer. Y es un poco frustrante ver que muchos lo estaban descalificando simplemente como un machista perverso. Por eso es que me parece que esta novela representa un cierre mucho más digno".
'Más allá del bien y del mal'
Si bien destinada a ser un superventas, la novela inédita de García Márquez también parece sentenciada a la guillotina de una crítica feroz bajo el actual signo de los tiempos.
Arango, quien considera a En agosto nos vemos como una obra con un desdoblamiento femenino del autor y un diálogo con su madre muerta, augura, por ejemplo, señalamientos "patriarcales" al intento por parte de un hombre de construir un personaje femenino.
"Me parece equivocado juzgar a un autor por lo que hacen sus personajes; también me parece que es un poco estrecho decir que un hombre no puede crear personajes femeninos, o que una mujer no puede crear personajes masculinos. Entonces, obviamente, la incomprensión está garantizada", sostiene Arango.
"Realmente, el autor se expone a la crítica, y cuando se trata de un autor tan difundido como García Márquez, también se expone a críticas poco fundamentadas, un poco viscerales, poco informadas. Entonces, bueno, García Márquez está más allá del bien y del mal en este momento", prosigue el académico.
¿Es
justo publicar una novela que será tan criticada cuando ya no está su autor
para poder defenderla?
He llegado un poco a la conclusión de que toda literatura es póstuma, que el autor no está para defender su obra; la obra es el producto de muchas cosas: de un espíritu creador, de una época, de un contexto cultural, y está para ser apreciada y para suscitar reacciones. Pero realmente la obra no hay que defenderla, la obra es póstuma (...) y la obra se tiene que defender por sí sola.
Para Beltrán, por su parte, la obra literaria no es reductible a una sola consideración, "y menos si se busca una identificación con una forma, más que de pensamiento, de opinión", expresa el escritor.
"Y, ciertamente, la ausencia física del autor ya es irrelevante. Lo que se puede cuestionar es la obra; hay aspectos de maestría técnica y de retórica que por sí solos son dignos de consideración y que pueden ser verdaderamente maravillosos", añade Beltrán, enfático además en cuanto a que no importa si un autor es hombre o mujer, sino la manifestación de una "sensibilidad andrógina".
"Es esa sensibilidad andrógina una despersonalización que te lleva más allá de lo que es tu cuerpo, de lo que es tu historia personal por crecer con un cuerpo en un género determinado, lo que se manifiesta en la escritura en esos momentos privilegiados en los cuales la imaginación y la sensibilidad expresan lo que nosotros ni siquiera sabemos qué traemos dentro".
De las páginas a la pantalla, 'un shock'
Aunado al impacto que previsiblemente tendrá la publicación de la novela inédita de García Márquez, se suma el lanzamiento este mismo año de la adaptación televisiva de Cien años de soledad, en Netflix.
"Eso también va a renovar el interés en el autor", percibe Abello.
Claro que no todo el mundo está de acuerdo con tal adaptación; el propio Arango se ha propuesto que no la verá, apelando al propio rechazo que en su momento llegó a manifestar el autor
"Una de las razones que daba es que, en el momento en que las personas ven el rostro de un actor en un personaje, inmediatamente queda fija esa imagen. Cuando no existe la versión audiovisual, no existe la película o el programa de televisión, cada uno se imagina a Aureliano Buendía como su abuelito, a Úrsula Iguarán como su abuelita, y él (García Márquez) decía: 'Ninguno de nosotros tiene un abuelito que se parezca a Robert Redford'.
"Y es lo que ha pasado un poco con El amor en los tiempos del cólera; yo ya no soy capaz de leer esa novela sin pensar en Javier Bardem", lamenta el autor, quien además refiere las dificultades para llevar la obra de García Márquez a las pantallas.
"Aunque digan que es muy visual, el lenguaje, lo verbal, es muy difícil de visualizar en el cine", explica. "Por ahí escuché que incluso ya la serie basada en Cien años de soledad no se va a llamar así, sino Macondo, que es en cierto modo ya empezar a admitir la derrota. Ya se dieron cuenta que no van a ser capaces".
Es, compara a su vez Beltrán, "ponerse con Sansón a las patadas", en tanto cada lector se ha hecho su propio Macondo mental donde habitan los personajes de la familia Buendía.
"Y presentar esa traducción al lenguaje cinematográfico o televisivo es un shock. Creo que va a ser un shock entre lo que uno tiene en la cabeza y lo que encontraremos", predice.
Finalmente, el coordinador de la Casa Estudio Cien Años de Soledad pondera aquella negativa inicial de García Márquez hacia las adaptaciones, aunque al final dejó abierta la puerta a sus hijos para que ellos tomaran la decisión de dar cualquier tipo de autorización a proyectos de esta índole.
"Quizás también faltaba que asumiéramos la posibilidad de que se adaptara a una serie; yo me pregunto, si hace 30 años hubiera habido este auge de las series televisivas, y alguien le hubiera dicho a Gabo: 'Mira, no una película, pero sí una serie de 10 o 15 capítulos', capaz que Gabo lo hubiera considerado llamativamente si hubiera visto él Breaking Bad o Los Soprano. Pero es sólo especulación mía"
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