3 de marzo de 2024

MEMORABILIA GGM 932

El Espectador

Bogotá - Colombia

3 de marzo de 2024

 

El Magazín Cultural

 

La historia detrás de

“En agosto nos vemos”,

la última novela de

García Márquez

La noticia literaria del año es el lanzamiento, el próximo miércoles, de la novela que el Premio Nobel de Literatura colombiano dejó en borradores. Homenajes al músico Bach y al escritor Faulkner, dos de las claves de la obra.

 

Por Nelson Fredy Padilla

 


Una de las últimas fotos del escritor Gabriel García Márquez (1927-2014), luego de una cena el viernes 26 de julio de 2013, en Cartagena. A la derecha la portada de "En agosto nos vemos", que sale al mercado con el sello editorial Random House. Foto: EFE y Penguin

El miércoles 6 de marzo de 2024, día del natalicio 97 de Gabriel García Márquez (1927-2014), será recordado como la fecha en que se presentó a nivel mundial En agosto nos vemos, la novela que no quiso publicar en vida el escritor colombiano a pesar de tener diez borradores.

Quienes tuvimos el honor de conocer y trabajar con el Premio Nobel de Literatura colombiano en la revista Cambio supimos de esa obra porque, a finales de los años 90, nos contó que estaba frente a tres proyectos literarios: Memoria de mis putas tristes, novela corta que cuenta la historia de un anciano que se enamora de una adolescente virgen; sus memorias Vivir para contarla y En agosto nos vemos. Esto mientras oficiaba como asesor editorial de Cambio hasta 1998 y luego como propietario desde 1999, año en el que leyó por primera vez un capítulo de En agosto nos vemos en la Casa de América de Madrid. Luego publicó otro avance en la revista Cambio, pero su autobiografía pasó a ser la prioridad porque recién se había recuperado de una operación de pulmón y cada vez era más consciente de que, por más que luchaba contra la herencia genética, el alzhéimer amenazaba los recuerdos de su vida, como ya lo había admitido a finales de 1996, cuando leyó el primer capítulo de las memorias en la Universidad de Guadalajara.

En el 2000 superó varias sesiones de quimioterapia contra un cáncer linfático y a finales de ese año supimos que había terminado el primer tomo de las memorias en 1.200 cuartillas. Llegó a comentar que serían tres volúmenes: como se sabe, el primero reconstruye sus años como periodista de El Espectador, el segundo abarcaría su vida como escritor hasta el boom de Cien años de soledad y el tercero sería su vida cercana al poder: “Recuerdos de mis relaciones personales con seis o siete presidentes de distintos países”, dijo para Cambio. En la lista tentativa estaban Fidel Castro, Omar Torrijos, Felipe González, Bill Clinton y Belisario Betancur.

Se supone que había empezado a escribir el segundo en enero de 2001, luego de “revisar a fondo” el primero, pues la única versión de Vivir para contarla salió ala venta el 9 de junio de 2002, fecha de la muerte de su amnésica madre, paradójicamente “el mismo día y casi la misma hora en que puse el punto final de estas memorias”.

Los efectos de la quimioterapia agravaron sus problemas de memoria, según me confirmó entonces su hermano Jaime García Márquez: “Estamos marcados por la demencia senil”. Dejó sus obligaciones de director, jefe de redacción (lo era en la práctica), cronista y columnista de Cambio y se concentró en recuperar su salud para terminar los citados proyectos. No hay que olvidar que, a pesar de sus afugias, García Márquez también le puso punto final a Memoria de mis putas tristes, novela corta publicada en 2004.

Los apuntes para los dos tomos restantes de sus memorias junto a las versiones de En agosto nos vemos, unos impresos y mecanografiados, otros grabados en nueve disquetes y algunos fechados en Los Ángeles (Estados Unidos), donde hizo el tratamiento contra el cáncer, quedaron engavetados en el archivo personal que custodiaba su esposa Mercedes Barcha (1932-2020) en su casa en Ciudad de México y que en 2015 fue vendido al Harry Ransom Center de la Universidad de Texas, en Austin. Allí han sido estudiados casi diez años por expertos, incluido el amigo y último editor personal del escritor colombiano, el español Cristóbal Pera, doctor en Literatura de esa universidad y editor de Penguin Random House en México, en cuyo concepto se apoyaron los hijos de García Márquez, Rodrigo y Gonzalo, para autorizar la publicación a ese poderoso grupo editorial.

Al revisar el archivo es evidente, por las fechas y correcciones sobre hojas mecanografiadas, que el autor trabajó intensamente en las versiones entre 2002 y 2004 hasta una “versión final” que envió a Carmen Balcells (1930-2015), su agente literaria en Barcelona, en julio de ese año para saber su concepto. Después, se registran archivos electrónicos hasta 2008.


Casi diez años después de su muerte, la vida y obra de Gabriel García Márquez siguen siendo epicentro de encuentros culturales. Aquí el museo construido en su memoria donde el escritor nació en el municipio de Aracataca, departamento del Magdalena.  Foto: Óscar Pérez

El Harry Ransom Center advierte durante la consulta: “Estos textos, con gran cantidad de anotaciones, se encontraban originalmente en carpetas con ganchos de sujeción, y contenían secciones de las páginas dobladas y en algunos casos sujetados con clips. Para capturar el estado original de los textos, se tomaron imágenes de las secciones con las páginas dobladas. Las imágenes digitalizadas se imprimieron y fueron intercaladas con el texto para mostrar su estado original. Las páginas fueron desplegadas, se eliminaron los clips y las páginas se colocaron en sobres de papel dentro de las carpetas para mantener los grupos originales juntos. No se permiten fotografías o fotocopias de estos materiales inéditos. El acceso a este documento está restringido hasta su publicación”.

De ahí surgió la edición de 150 páginas y cinco capítulos que los lectores podrán disfrutar desde este 6 de marzo, que incluye imágenes de los documentos originales y una explicación del editor Pera sobre el citado proceso de conservación y sobre la versión final que “se estructuró respetando cada palabra escrita por García Márquez”, según una fuente de la editorial.

Homenaje a Bach y Faulkner

Hay otros dos factores desconocidos detrás de En agosto nos vemos: uno era el deseo de García Márquez de hacerle un homenaje al compositor alemán Johann Sebastian Bach, uno de los clásicos de la música que prefirió toda la vida.

La protagonista de la novela se llama Anna Magdalena Bach, la mujer que cada agosto viaja a la isla donde está sepultada su madre, mientras va contando su vida sentimental. Ese es el mismo nombre de la segunda esposa de Bach, una recordada soprano alemana que también pasó a la historia por el Pequeño libro de Anna Magdalena Bach, dos cuadernos manuscritos sobre música que le dedicó Bach entre 1722 y 1725. García Márquez dijo que la Suite n.° 1 para cello solo, pieza clásica de Bach, era el disco que se llevaría a una isla desierta.

¿Por qué escogió agosto para el título de esta novela? Su hermano y también escritor Eligio García Márquez (1947-2001) alcanzó a contar en la revista Cambio que Gabito quería rendirle homenaje a Luz de agosto, novela del escritor estadounidense William Faulkner, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1949. En su autobiografía Vivir para contarla admite que esa lectura “truculenta” iluminó la formación del Nobel de Literatura colombiano y declaró a Faulkner “el más fiel de mis demonios tutelares”.

Además, agosto y los nacidos bajo el signo Leo le marcaron la vida: su madre, Luisa Santiaga Márquez, su amiga y agente literaria de toda la vida, Carmen Balcells, y su amigo más poderoso, Fidel Castro, eran nacidos ese mes. Su hijo Rodrigo García Barcha, el cineasta que autorizó publicar En agosto nos vemos, nació en agosto y fue a principios de agosto de 1966 cuando el autor de Cien años de soledad fue con su esposa Mercedes a la oficina de correos de México a enviar a Buenos Aires la versión final de la novela que le cambió la vida y la historia de la literatura.

Agosto se convirtió en una época ideal para desarrollar el realismo mágico. En El coronel no tiene quien le escriba la fecha en la que el coronel es incluido en el escalafón militar es el 12 de agosto de 1949. En Cien años de soledad Arcadio “pensaba en su hija de ocho meses, que aún no tenía nombre, y en el que iba a nacer en agosto”. Y “una tarde de agosto, agobiada por el peso insoportable de su propia obstinación, Amaranta se encerró en el dormitorio a llorar su soledad hasta la muerte”.

En El otoño del patriarca: “José Ignacio Sáenz de la Barra en traje de etiqueta que venía a recordarle que era una noche histórica, 12 de agosto, general, la fecha inmensa en que estábamos celebrando el primer centenario de su ascenso al poder”. Desde su novela La mala hora (1962) hasta la última la oscuridad, el brillo, la luminosidad, las siestas, los espantos o los sopores de agosto fueron la atmósfera escogida.

En sus cuentos abundan “remotas” o “tormentosas” tardes de ese mes, “el metálico sol de agosto”, “soñolientos domingos de agosto” y “hasta Dios se va de vacaciones en agosto”. En columnas y notas de prensa se puede hacer la misma búsqueda, empezando en La Jirafa que publicaba en El Heraldo (1951): “Yo estaba viviendo un poco de ese agosto nublado y triste que se me había sedimentado en el hígado”.

Con estas claves, podremos descifrar En agosto nos vemos, una oportunidad única de asistir como lectores al último taller de escritura de Gabriel García Márquez, a punto de cumplirse una década de su muerte, el próximo 17 de abril.

Me sumo a la invitación de los hijos del maestro, Rodrigo y Gonzalo, que presentarán el libro el martes 5 de marzo a las 10 a. m. en una rueda de prensa virtual: “Fue el fruto de un último esfuerzo por seguir creando contra viento y marea. Leyéndolo una vez más, a casi diez años de su muerte, descubrimos que el texto tenía muchísimos y muy disfrutables méritos y nada que impida gozar de lo más sobresaliente de la obra de Gabo: su capacidad de invención, la poesía del lenguaje, la narrativa cautivadora, su entendimiento del ser humano y su cariño por sus vivencias y sus desventuras, sobre todo en el amor, posiblemente el tema principal de toda su obra”.

 Nelson Fredy  Padilla

Periodista desde 1989, magíster en escrituras creativas, autor de cinco libros, catedrático de periodismo y literatura desde 1995, y profesor de la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional, del Instituto de Prensa de la SIP y de la Escuela Global de Dejusticia.@NelsonFredyPadi  npadilla@elespectador.com

 

Quien realmente dio los pasos necesarios para que esta novela fuera conocida por el público, fue Gustavo Arango, autor del libro Un ramo de nomeolvides. En este libro recopiló los primeros trabajos periodísticos de Gabo en El Universal de Cartagena de Indias. La lectura que hizo Arango de En agosto nos vemos en el Harry Ransom Center de la Universidad de Texas, lo animó a hacerles ver a los hijos de Gabo los méritos literarios del manuscrito y eso impulsó que la Agencia Literaria Carmen Balcells expresara su conformidad para que Random House Mondadori –signatarios del contrato de exclusividad para la publicación de la obra de Gabo–, editara el libro que esta semana estará en manos de los millones de lectores del Premio Nobel. (N. del E.)

 

 

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REVISTA LENGUA

 

Así empieza «En agosto nos vemos», 

la novela inédita de Gabriel García Márquez

Este 6 de marzo de 2024, el día en el que Gabriel García Márquez cumpliría 97 años, los amantes de la lectura disfrutaremos juntos de un hecho literario histórico: el lanzamiento de «En agosto nos vemos» … ¡su novela inédita! Para ir abriendo boca, LENGUA tiene el placer de publicar a continuación (¡en exclusiva mundial!) las primeras páginas del nuevo libro del premio Nobel colombiano, un título editado por Random House.

 

Por Gabriel García Márquez

Volvió a la isla el viernes 16 de agosto en el transbordador de las tres de la tarde. Llevaba pantalones vaqueros, camisa de cuadros escoceses, zapatos sencillos de tacón bajo y sin medias, una sombrilla de raso, su bolso de mano y como único equipaje un maletín de playa. En la fila de taxis del muelle fue directa a un modelo viejo carcomido por el salitre. El chofer la recibió con un saludo de amigo y la llevó dando tumbos a través del pueblo indigente, con casas de bahareque, techos de palma amarga y calles de arena ardiente frente a un mar en llamas. Tuvo que hacer cabriolas para sortear los cerdos impávidos y a los niños desnudos que lo burlaban con pases de torero. Al final del pueblo se enfiló por una avenida de palmeras reales donde estaban las playas y los hoteles de turismo, entre el mar abierto y una laguna interior poblada de garzas azules. Por fin se detuvo en el hotel más viejo y desmerecido.

El conserje la esperaba con la ficha de inscripción lista para firmar y las llaves de la única habitación del segundo piso que daba a la laguna. Subió las escaleras con cuatro zancadas y entró en el cuarto pobre con un olor de insecticida reciente y casi ocupado por completo con la enorme cama matrimonial. Sacó del maletín un neceser de cabritilla y un libro intonso que puso en la mesa de noche con una página marcada por el cortapapeles de marfil. Sacó una camisola de dormir de seda rosada y la puso debajo de la almohada. Sacó también una pañoleta de seda con estampados de pájaros ecuatoriales, una camisa blanca de manga corta y unos zapatos de tenis muy usados, y los llevó al baño.


 En agosto nos vemos

Gabriel García Márquez

Antes de arreglarse se quitó el anillo de casada y el reloj de hombre que usaba en el brazo derecho, los puso en la repisa del tocador y se hizo abluciones rápidas en la cara para lavarse el polvo del viaje y espantar el sueño de la siesta. Cuando acabó de secarse sopesó en el espejo sus senos redondos y altivos a pesar de sus dos partos. Se estiró las mejillas hacia atrás con los cantos de las manos para acordarse de cómo había sido joven. Pasó por alto las arrugas del cuello, que ya no tenían remedio, y se revisó los dientes perfectos y recién cepillados después del almuerzo en el transbordador. Se frotó con el pomo de desodorante las axilas bien afeitadas y se puso la camisa de algodón fresco con las iniciales AMB bordadas en el bolsillo. Se cepilló el cabello indio, largo hasta los hombros, y se amarró la cola de caballo con la pañoleta de pájaros. Para terminar, se suavizó los labios con lápiz labial de vaselina simple, se humedeció los índices en la lengua para alisarse las cejas encontradas, se dio un toque de Maderas de Oriente detrás de cada oreja, y se enfrentó por fin al espejo con su rostro de madre otoñal. La piel sin un rastro de cosméticos tenía el color y la textura de la melaza, y los ojos de topacio eran hermosos con sus oscuros párpados portugueses. Se trituró a fondo, se juzgó sin piedad, y se encontró casi tan bien como se sentía. Sólo cuando se puso el anillo y el reloj se dio cuenta de su retraso: faltaban seis para las cuatro, pero se concedió un minuto de nostalgia para contemplar las garzas que planeaban inmóviles en el sopor ardiente de la laguna.

El taxi la esperaba bajo los platanales del portal. Arrancó sin esperar órdenes por la avenida de palmeras hasta un claro de los hoteles donde estaba el mercado popular al aire libre, y se detuvo en un puesto de flores. Una negra grande que dormitaba en una silla de playa despertó sobresaltada por la bocina, reconoció a la mujer en el asiento posterior del automóvil, y le dio entre risas y chácharas el ramo de gladiolos que había encargado para ella. Unas cuadras más adelante el taxi torció por un sendero apenas transitable que subía por una cornisa de piedras afiladas. A través del aire cristalizado por el calor se veía el Caribe abierto, los yates de placer alineados en la dársena del turismo, el transbordador de las cuatro que regresaba a la ciudad. En la cumbre de la colina estaba el cementerio más pobre. Empujó sin esfuerzo el portón oxidado y entró con el ramo de flores en el sendero de túmulos ahogados por la maleza. En el centro había una ceiba de grandes ramas que la orientó para identificar la tumba de su madre. Las piedras afiladas hacían daño aun a través de las suelas de caucho recalentado, y el sol áspero se filtraba por el raso de la sombrilla. Una iguana surgió de los matorrales, se detuvo en seco frente a ella, la miró un instante y escapó en estampida.

Se puso un guante de jardín que llevaba en el bolso, y había tenido que limpiar tres lápidas cuando reconoció la de mármol amarillento con el nombre de la madre y la fecha de su muerte, ocho años antes.

Había repetido aquel viaje cada 16 de agosto a la misma hora, con el mismo taxi y la misma florista, bajo el sol de fuego del mismo cementerio indigente, para poner un ramo de gladiolos frescos en la tumba de su madre. A partir de ese momento no tenía nada que hacer hasta las nueve de la mañana del día siguiente, cuando salía el primer transbordador de regreso.

Se llamaba Ana Magdalena Bach, había cumplido cuarenta y seis años de nacida y veintisiete de un matrimonio bien avenido con un hombre que amaba y que la amaba, y con el cual se casó sin terminar la carrera de Artes y Letras, todavía virgen y sin noviazgos anteriores. Su madre había sido una célebre maestra de primaria montessoriana que, a pesar de sus méritos, no quiso ser nada más hasta su último aliento. Ana Magdalena heredó de ella el esplendor de los ojos dorados, la virtud de las pocas palabras y la inteligencia para manejar el temple de su carácter. Era una familia de músicos. Su padre había sido maestro de piano y director del Conservatorio Provincial durante cuarenta años. Su marido, también hijo de músicos y director de orquesta, sustituyó a su maestro. Tenían un hijo ejemplar que era el primer chelo de la Orquesta Sinfónica Nacional a los veintidós años, y había sido aplaudido por Mstislav Leopóldovich Rostropóvich en una sesión privada. En cambio, la hija de dieciocho años tenía una facilidad casi genial para aprender de oído cualquier instrumento, pero sólo le gustaba como pretexto para no dormir en casa. Estaba de amores alegres con un excelente trompetista de jazz, pero quería profesar en la orden de las Carmelitas Descalzas contra el parecer de sus padres.

La voluntad de ser enterrada en la isla la había expresado su madre tres días antes de morir.

 

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