22 de mayo de 2022

MEMORABILIA GGM 924

CAMBIO

Bogotá – Colombia

26 de marzo de 2022

 

Placer

 

Mercedes Barcha y Gabriel García Márquez en Valledupar, durante un Festival de la Leyenda Vallenata. Crédito: Colprensa

Por: Patricia Lara Salive

Este viernes 25 de marzo, a las cinco de la tarde, las cenizas de Mercedes Barcha, la Gaba, la Jefa, la Madre o el Cocodrilo sagrado, como le decía su marido, el premio nobel de literatura, Gabriel García Márquez, quedaron para siempre mezcladas con las suyas, en el Claustro de La Merced de la Universidad de Cartagena de Indias.

La ceremonia estrictamente privada, a la que asistieron familiares y amigos, se inició con una obra clásica interpretada por el cuarteto de la Orquesta Sinfónica de Cartagena; continuó con las palabras de la doctora Bertha Arnedo, una de las vicerrectoras de la universidad; y siguió con los discursos de las nietas. Luego los hijos, Rodrigo y Gonzalo, llevaron la urna con las cenizas de Mercedes, la depositaron en la pequeña torre que contenía los despojos mortales de su padre; más tarde dos operarios del Claustro colocaron la tapa del monumento y, encima, pusieron el busto de bronce de Gabriel García Márquez. Después, un conjunto de guitarras interpretó el tango Por una Cabeza y tres de los vallenatos que más les gustaban a los García Márquez: El cantor de Fonseca, El bachiller y La diosa coronada. Al final, en la casa de la Calle del Curato, construida por el arquitecto Rogelio Salmona para los García Márquez, los invitados disfrutaron hasta la madrugada de una parranda como las que le gustaban a Mercedes (fallecida en agosto de 2020), y bailaron hasta el cansancio para darle el último adiós a la Jefa Máxima.


Rodrigo y Gonzalo García Barcha, en el momento en que depositan las cenizas de su madre, Mercedes Barcha, en el mismo cenizario donde reposan las cenizas de su padre, el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez. Foto: Alejandra Barcha.

Rodrigo y Gonzalo García Barcha, en el momento en que depositan las cenizas de su madre, Mercedes Barcha, en el mismo cenizario donde reposan las cenizas de su padre, el nobel de literatura Gabriel García Márquez. Foto: Alejandra Barcha.

Sin embargo, los discursos pronunciados por las nietas en esta ceremonia estrictamente privada bien vale la pena darlos a conocer porque son obituarios distintos, salpicados de humor y de ternura, que retratan bien a esa mujer recia que tuvo la sabiduría de organizarlo todo para que su marido dispusiera de la tranquilidad necesaria que le permitió crear su obra monumental. Mercedes tuvo la inteligencia, por ejemplo, de llegar hasta vender la licuadora con el fin de que la familia pudiera subsistir en México durante esos últimos días de creación frenética de Cien años de soledad.

El divertido discurso de Inés

Inés García Sheinbaun, hija del director de cine Rodrigo García y nieta de Mercedes Barcha y Gabriel García Márquez, pronunció uno de los dos discursos que se dijeron en la ceremonia.

 

Inés García Sheinbaun, junto al mausoleo en el Claustro de la Universidad de Cartagena, donde el viernes se unieron las cenizas de sus dos abuelos, Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha, uno de cuyos trajes luce su nieta, luego de pronunciar sus palabras de despedida. Foto: Patricia Lara Salive.

“Para los que no me conocen, soy Inés, la bebé y la gigante de la familia. Pero aquí, yo no soy Inés, Mercedes no es Mercedes, y mi hermana y mis primos no son Isabel, Mateo, Emilia y Jerónimo. Ella es Abui, y nosotros somos sus nenes y nenas.

Tuve el placer de pasar tiempo con Abui en muchos lugares. Cuando tenía casi dos años, estuvimos aquí en Colombia y todos los años sin falta la veía en Los Ángeles y en México. Pero mi lugar favorito para pasar tiempo con mi abuela no era una ciudad o un país. Era un lugar trascendente del espacio y el tiempo. No importaba si estábamos en la calle Fuego o en la calle 11, si mi abuela y yo estábamos sentadas juntas frente al televisor, estábamos en el paraíso. Nada me hacía más feliz que sentarme con Abui a ver las repeticiones del show Caso Cerrado. Ella y Doña Ivis, quien ocasionalmente lo veía con nosotras, se reían cuando yo cantaba el tema principal ‘caso cerrado oh oh oh oh‘. Sonaba como un reloj al principio y al final de cada episodio. Pero en el momento en que la juez Ana María Polo salía con su toga negra y su pequeño martillo, nos poníamos serias y, sin ninguna vergüenza, juzgábamos como si nosotras mismas tuviéramos el título en leyes. Me reía cuando los acusados intentaban que la juez se pusiera de su lado. Ana María Polo era estricta pero justa, e iba un paso por delante de todos los que la rodeaban. Lograr que soltara una sonrisa era difícil, pero cuando lo hacía siempre era gratificante. ¿Les recuerda a alguien?

Como muchos de ustedes saben, mi abuela tenía una manera curiosa de mostrar afecto, pero cuando estábamos sentadas al frente del televisor, comiendo paletas de vainilla con chocolate de Hagen Dass, yo sentía el amor que ella me tenía y el amor que yo le tenía a ella. Simultáneamente, pondríamos los ojos en blanco en situaciones patéticas que aparecían en la pantalla y luego ella simplemente me señalaría con su cabeza hacia su encendedor para que yo se lo pasara: pronto las dos estaríamos inhalando el humo de sus cigarrillos.

Mientras que nos sentábamos en la salita, Abui siempre interrumpía y recordaba una historia de su propia vida, mucho más dramática e interesante que cualquier cosa que pudiera aparecer en el televisor. En esos momentos, sabía que nadie en el mundo era más fabuloso que ella.

Pero no era su armario aparentemente interminable, o su colección de zapatos y pashminas lo que la hacían ser tan fabulosa. Era fabulosa en la manera en que era como una fábula. Una brújula moral, siempre enseñándonos lecciones sobre la vida; una persona tan interesante y glamorosa que parecía de ficción. Lo cual tiene perfecto sentido y explica por qué Gabo estaba tan enamorado y cautivado por ella. Abui era el puro ejemplo del realismo mágico al frente de todos nuestros ojos.

Sé que en este momento ella está en algún lugar sentada en su silla, que en realidad se parece más a un trono, viendo este evento como un programa de televisión mientras que Gabo duerme la siesta a su lado. Mi abuelo es la única persona a la que dejaría que ocupara mi lugar enfrente de la tele junto a ella. Pero hasta que podamos vernos otra vez algún día, recordaré estos momentos con ella y los veré en mi memoria con el mismo entusiasmo y cariño con que veíamos Caso Cerrado”.

Las sentidas palabras de Emilia

El otro discurso lo leyó Gonzalo García Barcha, en nombre de su hija Emilia García Elizondo, quien no pudo estar presente en la ceremonia.


 Emilia García Elizondo

“Tengo la teoría de que a Mercedes nunca le gustaron las despedidas. Cuando te despedías de ella por teléfono, solo colgaba y uno se quedaba del otro lado del teléfono pensando que estaba de malas. Hoy me doy cuenta de que, seguramente, no le gustaba decir adiós, porque qué difícil son las despedidas.

Yo hoy, también decido no despedirme de ella, sino solo hacer lo que siempre hacía cuando me iba de esa casa o ella se iba de viaje: escribirle una carta y esperar volver a verla lo más pronto posible.

Agui,

No te preocupes. Aquí todo sigue igual. Claro, ahora hay un inmenso vacío en todas nuestras vidas pero todo lo demás sigue prácticamente igual.

Tu casa sigue funcionando a la perfección, Geno y Mónica, resolviéndole la vida a todos, y Roci, dejando cada rincón de ese lugar, exactamente como tú lo dejaste. Tus nietos siguen siendo un desorden, pero adorables, y tus nietas, impecables como siempre. Papa y Ro siguen teniéndolo todo bajo control, como Tú y tus nueras teniéndolos a ellos bajo control. Y tus amigos… bueno, igual de fiesteros que siempre y, si no me crees, espérate a hoy en la noche.

Quizás lo único que ha cambiado es que tu closet ahora esta vacío, cosa que estoy segura te causaría un pequeño infarto. Pero no te preocupes, le dimos una segunda vida y ayudamos a mucha gente. Igual que tú, en vida, te propusiste ayudar a tantos.

No podría hablar por los demás, quienes creo que estarían de acuerdo conmigo, pero sí puedo hablar por mí. Quisiera decirte que no había lugar más seguro para mí, que tú. Inconscientemente, o quizás conscientemente y mejor sin decir mucho, cuidamos la una de la otra sin condiciones. Nos pusimos límites donde hacía falta y nos acompañamos la grandísima soledad que las dos sentíamos a ratos. Me diste una educación de vida fundamental, ahora sé perfectamente bien qué tenedor usar, si algún día ceno con la reina de Inglaterra.

Me regañaste lo suficiente como para entender muchas cosas, como nunca hablar de nada importante por teléfono, y me guiaste siempre en el buen camino, ahora no habrá forma de que me case sin firmar un GRANDISIMO prenup.

Tenemos, todos, mucho que agradecerte.

Gabo no hubiera sido Gabo sin ti, y ninguno de nosotros estaría sentado en este lugar, trayendo tus cenizas a Cartagena, rodeado de la gente que estamos rodeados, con las oportunidades que todos hemos tenido, si tú, Mercedes, no hubieras sido la gran mujer que eras.

Tu manera de contar historias era particularmente cautivante, y los chismes, ni se diga. Aunque siempre había que descifrar el código de quién era quién en la historia. No fuera a ser que nos estuvieran escuchando.  El “ya tú sabes” siempre cerraba la historia. Y aunque “no supiéramos realmente”, siempre fue un placer escucharte. Tus comidas siempre bien pensadas, dependiendo de los que asistieran, con una presentación impecable y cómo olvidar la hora de la tele, encabezada por la doctora Polo y las noticias. Nunca supe cuál era peor. Al final, siempre supiste hacerlo todo divertido. Gracias.

Me diste a mi padre, mi persona favorita en el mundo, la persona que más me hace reír, el mejor maestro. De mis mejores amigos, educado de tal manera que mi admiración por él es infinita. Persona que con grandísimo gusto escogió a mi Madre, hermosísima mujer, y gran ser humano, y ellos, juntos, me dieron a mis hermanos. Por supuesto me diste a mis tíos y mis primas y sin olvidar a Carmen, a Fernanda, a Diego, entre otros, quienes hoy cuidan de mí como si fueran tú. Mi educación, mi casa, mi hermosa casa con la que llegó la gran estabilidad que tanto necesitaba. Pero mi más grande regalo, tú, tus risas, tus regaños tus mal humores, tus enseñanzas, tu manera de ver la vida, la discreción, la elegancia. La fortaleza que puede llegar a tener alguien que muchas veces sacrificó su propia identidad por el otro.  El amor incondicional, la generosidad, la bondad hacia los demás, las diferentes maneras de demostrar amor, a regañadientes muchas veces pero siempre con la mejor intención.

Todo lo que tenemos y mucho de lo que somos hoy, empezó contigo.

No le quiero quitar crédito al señor, sin duda, algo tuvo que ver, pero no por nada hay rumores de que tú fuiste la que sacó Cien años de soledad de la basura, y de lo que sí estamos seguros es que una mujer que empeña su licuadora para que el marido pueda seguir escribiendo es un genio en su totalidad.

Tuve la gran suerte de poder entrar a tu closet, al espacio, en mi opinión, más íntimo que había en esa casa, y reconocerte en todas tus etapas. De encontrarme pistas y destellos de quién eras antes de que yo te conociera. De poder tener entre mis manos tus agendas, objetos preciados en donde no ponías horas ni citas, sino nombres de personas que te visitaban, a quien querías y molestias físicas, al igual que momentos clave en tu vida. Agradezco profundamente a mi padre y mi tío por darme la oportunidad de pensarte aun más como un ser humano y no como el ser inmortal que siempre creí que eras.

La mujer que eras tú, Mercedes Barcha, no Mercedes García Márquez, ni la Gaba, es una mujer a la que trato de seguir conociendo, a la que admiro, a la que a pesar de ya no estar, me enseña todos los días.

Me reconozco en ti siempre, y pienso en ti constantemente.

Es una inmensa tristeza que no estés aquí hoy, controlándolo todo, dando órdenes, y regañándonos a todos por llorar y hacer desorden.

Hoy yo no pude estar aquí, porque mi tristeza es desbordante, perderte fue como perder un faro de luz gigantesco que iluminaba el camino a casa, no estoy lista para dejarte ir… y bueno también porque soy actriz y a una le gusta llamar la atención. Pero confío en que todos te festejarán como lo mereces, en grande, con tequila, mucho tequila y mucha música. Y que todos sabrán que ahí estoy dándole la mano a Papa y a Ro y haciendo una que otra broma porque, como dice Ro, you gotta laugh cus other wise you Will cry.

Y por cierto, esa risa tuya. Cómo se extraña.

Me acuerdo de las muchas veces que te dije te quiero, y lo difícil que era para ti decirlo de regreso. Hoy no será diferente, sé que no lo dirás. Esta vez más por una imposibilidad física que cualquier otra cosa. Pero sé que me quieres, sé que nos quieres a todos y cada uno como nada en el universo porque siempre lo demostraste sin duda alguna. Fue un gran privilegio y una inmensa suerte haber compartido un pedazo de vida contigo. Te extraño como no te imaginas. Te quiero. Nos vemos pronto. Buen viaje.”

 

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CENTRO GABO

Cartagena de Indias

28 de abril de 2022

 

Lectura

 

La traducción y los traductores en 10 reflexiones de Gabriel García Márquez

Diez reflexiones del escritor colombiano sobre los traductores y su oficio.

 

Por Redacción Centro Gabo

En el Index Traslationum, la base de datos de la Unesco que registra las traducciones de textos escritos, Gabriel García Márquez figura en el puesto 49, siendo el único escritor hispanoamericano que se encuentra en la selecta lista de los cincuenta autores más traducidos de la historia. A Gabo es posible leerlo en casi todas las lenguas del mundo que tienen un número considerable de hablantes. La seducción universal que poseen sus historias es, sin duda, la gran responsable de ello. Sin embargo, dentro de esta exitosa difusión también habría que reconocer la titánica labor de sus traductores.

El fenómeno de las traducciones siempre interesó al narrador colombiano. Él pensaba que la mejor manera de leer un texto era traduciéndolo y que entre un buen traductor y el escritor se forjaba un vínculo de complicidad. El traductor no es un traidor, decía, sino un “cómplice genial”. Tan convencido estaba de este precepto que durante mucho tiempo supervisó los procesos de traducción de sus libros hasta donde las barreras idiomáticas se lo permitieron.

García Márquez admiraba a los traductores porque consideraba que verter una historia a otra lengua era una tarea bastante difícil y avasalladora, en el sentido en que el traductor “debe hacer los mismos gestos y asumir las mismas posturas del escritor, le gusten o no”.

En el Centro Gabo hemos seleccionado diez reflexiones del narrador colombiano sobre la traducción y los traductores. Las compartimos contigo:

 

1. Una forma mal pagada de leer bien

 

Alguien ha dicho que traducir es la mejor manera de leer. Pienso también que es la más difícil, la más ingrata y la peor pagada.

 "Los pobres traductores buenos”.

Artículo escrito por Gabriel García Márquez

publicado por El Espectador y El País de España, julio de 1982.

 

2. Las terribles notas al pie

 

Siento gran admiración por los traductores, salvo por los que usan notas al pie. Siempre tratan de explicarle al lector algo que probablemente el autor no quiso decir, y como está allí, el lector debe leerlo. Traducir es un trabajo muy difícil, nada gratificante y muy mal pago. Una buena traducción es siempre una recreación en otra lengua. Por eso admiro tanto a Gregory Rabassa. Mis libros han sido traducidos a veintiún idiomas y Rabassa es el único traductor que nunca pidió aclaraciones sobre algo para poder poner una nota al pie.

 

“Gabriel García Márquez”. The Paris Review, invierno de 1981.

 

3. El lado amistoso de la traducción

 

Cuando se lee a un autor en una lengua que no es la de uno se siente un deseo casi natural de traducirlo. Es comprensible, porque uno de los placeres de la lectura -como de la música- es la posibilidad de compartirla con los amigos.

 

"Los pobres traductores buenos”.

Artículo escrito por Gabriel García Márquez

publicado por El Espectador y El País de España, julio de 1982.

 

4. Traductores: cómplices geniales

 

Tradittore, traditore, dice el tan conocido refrán italiano, dando por supuesto que quien nos traduce nos traiciona. Maurice-Edgar Coindreau, uno de los traductores más inteligentes y serviciales de Francia, hizo en sus memorias habladas algunas revelaciones de cocina que permiten pensar lo contrario. "El traductor es el mono del novelista", dijo, parafraseando a Mauriac, y queriendo decir que el traductor debe hacer los mismos gestos y asumir las mismas posturas del escritor, le gusten o no. Sus traducciones al francés de los novelistas norteamericanos, que eran jóvenes y desconocidos en su tiempo -William Faulkner, John Dos Passos, Ernest Hemingway, John Steinbeck-, no sólo son recreaciones magistrales, sino que introdujeron en Francia a una generación histórica, cuya influencia entre sus contemporáneos europeos -incluidos Sartre y Camus- es más que evidente. De modo que Coindreau no fue un traidor, sino todo lo contrario: un cómplice genial.

 

"Los pobres traductores buenos”.

Artículo escrito por Gabriel García Márquez

publicado por El Espectador y El País de España, julio de 1982.

 

5. Traducción intuitiva

 

Admiro tanto a los traductores. Son más intuitivos que intelectuales. Y no solo reciben una paga miserable de los editores, sino que además su trabajo no se considera creación literaria. Me hubiera gustado traducir algunos libros al castellano, pero me hubiera insumido tanto trabajo como escribir mis propios libros, y no hubiera ganado suficiente dinero para vivir.

 

“Gabriel García Márquez”. The Paris Review, invierno de 1981.

 

6. Autor y traductor, compañeros inseparables

 

Es poco probable que un escritor quede satisfecho con la traducción de una obra suya. En cada palabra, en cada frase, en cada énfasis de una novela hay casi siempre una segunda intención secreta que sólo el autor conoce. Por eso es sin duda deseable que el propio escritor participe en la traducción hasta donde le sea posible. Una experiencia notable en ese sentido es la excepcional traducción de Ulysses, de James Joyce, al francés. El primer borrador básico lo hizo completo y solo August Morell, quien trabajó luego hasta la versión final con Valery Larbaud y el propio James Joyce. El resultado es una obra maestra, apenas superada -según testimonios sabios- por la que hizo Antonio Houaiss al portugués de Brasil.

 

"Los pobres traductores buenos”.

Artículo escrito por Gabriel García Márquez publicado

por El Espectador y El País de España, julio de 1982.

 

7. El problema de la traducción al francés

 

Me gusta mucho la traducción inglesa de Cien años de soledad: el lenguaje se comprime más, gana más fuerza. La italiana quedó muy bien: trabajamos mucho con el traductor, aclarando cosas. La francesa también es buena, pero yo no siento el libro en francés. Y la edición francesa, pese a que fue premio al mejor libro extranjero en 1969 y tuvo buena crítica, no se ha vendido mucho. Creo que va por los cinco mil ejemplares. Yo siempre tuve la impresión de que el libro en Francia no marcharía, porque no es un libro cartesiano. Tú sabes que, entre el racionalismo de Descartes y la imaginación desbordada de Rabelais, en Francia ganó Descartes.

 

“García Márquez: ahora doscientos años de soledad”.

Triunfo, noviembre de 1970.

 

8. Entre la traducción secreta y la profesional

 

Desde hace mucho traduzco gota a gota los Cantos de Giaccomo Leopardi, pero lo hago a escondidas y en mis pocas horas sueltas, y con la plena conciencia de que no será ese el camino que nos lleve a la gloria ni a Leopardi ni a mí. Lo hago sólo como uno de esos pasatiempos de baños que los padres jesuitas llamaban placeres solitarios. Pero la sola tentativa me ha bastado para darme cuenta de qué difícil es, y qué abnegado, tratar de disputarles la sopa a los traductores profesionales.

 

"Los pobres traductores buenos”.

Artículo escrito por Gabriel García Márquez

publicado por El Espectador y El País de España, julio de 1982.

 

9. Un mismo libro en todos los idiomas

 

Me presentaron a un escritor japonés, muy bueno, del cual después seguí siendo amigo. Me lo presentaron en París y hablábamos en francés. Él empezó a hablarme de Cien años de soledad y a mí me entusiasmó mucho porque la había leído en japonés… Algunos de los libros míos traducidos al japonés no son traducidos del castellano, sino que tienen la edición en inglés y la edición francesa y traducen de dos traducciones. Me imaginaba qué podía quedar de aquello, pero hablé como dos horas con mucho entusiasmo y con mucha alegría con este japonés en francés de Cien años de soledad y el libro que él había leído era el mismo que yo había escrito. Entonces ya me despreocupé de eso y me alegró mucho y estoy absolutamente seguro de que lo que mis lectores leen en los otros idiomas, es el libro que yo escribí de todas maneras.

 

“Entrevista radial a Gabriel García Márquez”.

Caracol Radio, mayo de 1991.

 

10. La aventura de traducir a Lezama Lima

 

Hace unos años, en el ardiente verano de Pantelaria, tuve una enigmática, experiencia de traductor. El conde Enrico Cicogna, que fue mi traductor al italiano hasta su muerte, estaba traduciendo en aquellas vacaciones la novela Paradiso, del cubano José Lezama Lima. Soy un admirador devoto de su poesía, lo fui también de su rara personalidad, aunque tuve pocas ocasiones de verlo, y en aquel tiempo quería conocer mejor su novela hermética. De modo que ayudé un poco a Cicogna, más que en la traducción, en la dura empresa de descifrar la prosa. Entonces comprendí que, en efecto, traducir es la manera más profunda de leer. Entre otras cosas, encontramos una frase cuyo sujeto cambiaba de género y de número varias veces en menos de diez líneas, hasta el punto de que al final no era posible saber quién era, ni cuándo era, ni dónde estaba. Conociendo a Lezama Lima, era posible que aquel desorden fuera deliberado, pero sólo él hubiera podido decirlo, y nunca pudimos preguntárselo. La pregunta que se hacía Cicogna era si el traductor tenía que respetar en italiano aquellos disparates de concordancia o si debía verterlos con rigor académico. Mi opinión era que debía conservarlos, de modo que la obra pasara al otro idioma tal como era, no sólo con sus virtudes, sino también con sus defectos. Era un deber de lealtad con el lector en el otro idioma.

 

"Los pobres traductores buenos”.

Artículo escrito por Gabriel García Márquez

publicado por El Espectador y El País de España, julio de 1982.

 

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