31 de marzo de 2022

MEMORABILIA GGM 920

EL ESPECTADOR
Bogotá – Colombia
25 de octubre de 2021.

Cultura
 
Gabo reconquista Roma: 
la Ciudad Eterna más cerca de Macondo

En el siglo XVII, el poderoso cardenal Scipione Caffarelli Borghese, sobrino del Papa Pio V, jamás habría podido imaginar que una de las callecitas del parque de ochenta hectáreas de propiedad de su familia, sería dedicado al más ilustre hijo de Aracataca, a Gabriel García Márquez.


Por Mary Villalobos




Durante el pontificado del tío (1566-1572), Scipione Borghese se conviritió en un influyente patriarca del Vaticano y mecenas de los artistas. Así comenzó a acumular tierras y obras de arte formando una de las mayores colecciones mundiales de pintura y escultura, que va del estilo clásico, al renacimiento, al barroco y entre las que se encuentran obras de artistas inmortales como Rafael Sanzio, Caravaggio, Lorenzo Bernini, Antonio Canova.
 
En 1901, el estado italiano, después de una larga negociación, compró el ingente patrimonio de la familia Borghese. Hoy tanto el Parque como la colección personal de arte custodiada en la Galería Borghese son lugares públicos, para el recreo y placer de romanos y turistas. La vía que rinde homenaje a Gabo se encuentra a pocos pasos de la ex galería privada del Cardenal convertida en un prestigioso museo.
 
El Nobel regresa a los lugares de Roma donde vivió hace más de medio siglo. Ahora es posible pasear por el corazón verde de la capital italiana, entre cedros, laureles y cipreses centenarios mientras se vuela con la imaginación a Macondo la aldea global creada por su pluma.
 
La calle bautizada con el nombre del escritor, situada en el cruce entre Viale Dei Cavalli     Marini y Viale Villa Borghese, despertará en los transeúntes la curiosidad de conocer el período en el cual el autor de Cien Años de Soledad pasó su “dolce vita” en la ciudad eterna. Será posible recorrerla mientras se evoca al joven de 28 años quién llegó por primera vez a la capital italiana el 31 de Julio de 1.955 enviado especial del diario El Espectador.

Gabo transformó el ex-jardín de las delicias del Cardenal, en una escenografía “verde” para relatar sus vivencias italianas. En el cuento “La Santa” escrito en 1981, dejó varias instantáneas de aquella época. Narró que su habitación estaba muy cerca de Villa Borghese y no necesitaba un reloj para levantarse: nos despertaba el rugido pavoroso del león en el zoológico de la Villa Borghese.
 
Retrató los “laureles centenarios”, “las muchachas” que mariposeaban en la hierba y el león del zoológico que interrumpía los ejercicios de canto de su amigo y vecino de habitación, el tenor colombiano Rafael Ribero Silva: La expectativa diaria era que cuando daba el do de pecho le contestaba el león de la Villa Borghese con un rugido de temblor de tierra.
 
 El tenor y el periodista iban con frecuencia al zoológico, hoy conocido como Bioparco, a visitar al león de veleidades líricas. Los dos jóvenes se volvieron compinches, decidieron desafiar la canícula de agosto y explorar juntos la Roma en aquel verano inolvidable:
 
“Después del almuerzo Roma sucumbía en el sopor de agosto. El sol de medio día se quedaba inmóvil en el centro del cielo, y en el silencio de las dos de la tarde sólo se oía el rumor del agua, que es la voz natural de Roma”.
 
Pasadas las siete de la noche la ciudad se transformaba según Gabo: “una muchedumbre jubilosa se echaba a las calles sin ningún otro objetivo que el de vivir.” Los dos amigos se unían a esa muchedumbre que en Vespa vagabundeaba por los rincones de la Roma sagrada y profana.
 
Pero él, además de disfrutar de la “Dolce Vita”, enviaba su trabajo de corresponsal, escribió diversas crónicas, algunas dedicadas al Papa Pio XII víctima de fuertes ataques de hipo, motivo por el cual El Espectador lo envió a indagar al Vaticano, cubrió el XVI Festival del cine de Venecia y se matriculó al curso de dirección en el “Centro Sperimentale de Cinecittá.”
 
El cineasta argentino Fernando Birri, conocido como el padre del nuevo cine latinoamericano, fue su cicerone en materia de Séptimo Arte. A sus 87 años me concedió una entrevista en su casa de Roma. Con su memoria intacta revivió aquella tarde del otoño de 1.955 cuando se encontró por primera vez con Gabo en un Café cerca a la “Plaza de España”. Encendió el proyector de su pasado y relató que entre el humo de cigarrillos y tazas de café conversaron hasta la madrugada:
 
“Tenía la figura de un cantante de boleros intelectual con bigotitos afilados, una figura armónica y ágil con una gran belleza espiritual muy a la mano, muy familiar”.
 
El argentino había trabajado como asistente del director Vittorio De Sica y del guionista Cesare Zavattini, padres del neorealismo de cuyas películas “Sciusciá” (1946), “Ladron de bicicletas” (1948), “Milagro en Milán” (1951), “Umberto D”, películas sobre cuales Gabo había escrito exaltantes críticas en El Espectador antes de llegar a Roma.
 
“Apenas nos conocimos me dijo que le consiguiera una cita con Cesare Zavattini”, precisó
Birri. “No buscó a los inteletuales de la época: Pasolini que ese año había publicado “Ragazzi di Vita” ni al escritor Alberto Moravia famoso por sus libros “Los indiferentes” y “El conformista” quienes en los años cincuenta frecuentaban los cafés en los alrededores de Plaza del pueblo; él quería encontrar al célebre guionista”.
 
La devoción de Gabo por Zavattini fue constante, la cultivó de joven y creció con el paso de los años. En Noviembre de 1982, ad portas de recibir el Nobel escribió un artículo para el diario El País de España, titulado “La Penumbra del Escritor de Cine” en el cual recordó a su admirado maestro:” con un corazón de alcachofa, Zavattini le infundió al cine de su época un soplo de humanidad sin precedentes”.
 
Zavattini le respondió con una carta de agradecimiento fechada en Roma el 12.12.82 

“Caro e ilustre García Márquez”,
 “Su artículo me produjo una gran emoción. Agradezco sus generosas palabras me siento honorado”. En otro párrafo de la misiva color sepia, con varios tachones y correcciones conservada en el Centro de Memoria de Luzzara, su pueblo natal, recordó su primer encuentro con Gabo:
 
“Sabe que en Roma en mi casa de Via Merici 40 nos conocimos? Usted estaba sentado en una poltrona que todavía está en mi estudio. No recuerdo quién lo llevó ni cuál fue el argumento de la conversación. Recuerdo su mirada inquisidora con un halo de
inconformidad”.
 
“Estoy leyendo “Cien Años de Soledad”, le escribo cuando termine la lectura”.
 
Ahora, los dos amigos, premios Oscar y Nobel, están reunidos en Roma a través de las calles bautizadas con sus nombres. La del maestro Zavattini en el sur de Roma, en las cercanías de los estudios de Cinecittà; la de Gabo, al norte en Villa Borghese.
 
La vía de la capital será la segunda consagrada a García Márquez en Italia.
 
En el 2015, Perdas de fogu (Piedras de Fuego), pueblo de la Isla de Cerdeña de 1.700 ánimas, intituló una plaza, Cien años de soledad. El tributo de una aldea enclavada en el mediterráneo donde en sus mitos, en sus calles desoladas y en sus piedras mágicas, también se respira el aire de Macondo.
 
Gabo manifestó, en varias oportunidades, su alergia a los homenajes oficiales, a los protocolos acartonados y a las estatuas; pero su leyenda tiene luz propia y las celebraciones públicas son inevitables.
 
Francia fue el primer país europeo que se rindió ante el mito. Le dedicó una plaza y colocó dos placas, en pleno corazón de la capital, para recordar sus años en París.
 
Veintidos años después de aquel verano del 1955, Gabo regresó a Roma con el propósito de refrescar la memoria y ultimar los detalles para terminar sus “Doce Cuentos Peregrinos”, publicados en 1992 inspirados en su experiencia en el viejo mundo.

En su peregrinación al pasado encontró que el edificio en el barrio Parioli donde había vivido, a pocas cuadras de la calle que ahora lleva su nombre, estaba intacto, pero de María Bella, la dueña de la pensión, que le enseñó la fonética italiana leyendo los periódicos en voz alta, nadie le dio razón.
 
“La luz de diamante de otros tiempos se había vuelto turbia, y los lugares que habían sido míos y sustentaban mis nostalgias eran otros y ajenos.”
 
 En las añoranzas de su “antigua” Roma, el único que seguía en el mismo sitio era el león de Villa Borghese. Tal vez, por milagros del realismo mágico, los rugidos de sus herederos, a pesar de no contar con un tenor para hacer dueto, se escucharán en la inauguración del nuevo “Viale Gabriel García Márquez” en la Ciudad Eterna.
 
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EL ECONOMISTA
Ciudad de México
13 de noviembre de 2021
 
CRONICA
 
Me metí al clóset de los Gabo
y me llevé una camisola de Mercedes Barcha
Fui a la casa de Los Gabos, su nieta Emilia, puso a la venta 400 piezas de la pareja y fui a conocer algunos secretos de la casa que habitó el premio Nobel de Literatura y su esposa durante su estancia en México.
 
Por Isamar R. Escobar
Fotos: Isamar R. Escobar
 

 
Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha no eran personas asiduas a la moda, no eran seguidores ni portadores de lujosas marcas, a simple vista.

Yo soy fiel seguidora de la moda, mas no portadora de la misma, me apasiona documentarme sobre las tendencias, diseñadores y textiles. La literatura predilecta para mi mundo es la de Gabo, realismo mágico que me ha hecho sentir emociones intensas cada que me dispongo a leer sus libros y que me ha enseñado a crear escenas a través de las letras, cada que escribo.

Conocer el guardarropa de un personaje histórico y poder leerlo a través de algo tan personal como lo es su clóset es algo que me entusiasmó muchísimo. Pienso que mi abuela, María Meléndez, me inculcó esto de la fascinación por la ropa y de leer a las personas por la manera en la que se visten.

Tenía deseo por entrar al clóset de Los Gabos, más allá de poderme comprar algo o no, quería vivir la experiencia de poder ver algo tan íntimo como es el guardarropa del Premio Nobel de Literatura (1982) y de su esposa. Deseaba en voz bajita en mi cabeza y digo en voz bajita, porque no quería tener la decepción de no haber acudido; el hecho de poder salir de esa venta de garaje con un saco y poder usarlo, o sino con un pañuelo o unos pares de zapatos o una pluma y dejarlos en mi librero junto a mis libros de Gabriel García Márquez.

¿Se imaginan?... Yo con esa escena en mi memoria ya estaba alucinada. Literal sentía el mariposeo en la barriga.



 La casa ubicada en el Pedregal, en la calle de Fuego, está llena de buganvilias moradas en su fachada, con un jardín en tono verde intenso, y con un árbol que tiene orquídeas incrustadas. Este árbol es quien viste la enorme pared del jardín que tiene el letrero de “Plaza de Gabriel García Márquez 1927-2914, hombre de letras colombianas, Premio Nobel de Literatura”, una pared emblemática. Afortunada fui en tomarme una foto ahí.

Al fondo se encontraba el estudio de Gabo con su computadora IMac G3, fueron mi primer cuadro visual para después encontrarme con su nieta Emilia García, quién me dio la bienvenida a un salón pequeño donde estaba la ropa de Los Gabos. Ya había pocas cosas, lo que había visto en fotos de personas que ya habían acudido en comparación con lo que encontré ya era distinta, se notaba que era el último día.
 
Me fui directo a los sacos, todo era de precio alto, que si hubiera tenido el dinero sin pensarlo dos veces lo compro, además la venta se hizo por una buena causa. El 100% de las ganancias son para la Fundación FISANIN, esta organización es dirigida por la actriz Ofelia Medina, y está enfocada en combatir la desnutrición en los estados de Guerrero y Chiapas. La nieta de Los Gabos, Emilia, y la actriz Ofelia, hicieron equipo para apoyar esta causa.

Me seguí adentrando y vi las medias empaquetadas de la colección “Brillantes Christian Dior 1988”, en una canasta, no tenían precio, y le pregunté al señor que estaba acomodando y cuidando de cierta forma las piezas. Por pura curiosidad.

Seguí buscando y cada vez me intrigaba más la forma en la que se componía su clóset.

Agarré un bolso de bordado chiapaneco en tonos rojos con borlas rosas fluorescentes, y Genovevo, el señor que ahí estaba rondando me dijo “llévatela, está bien bonita, a la señora le gustaba mucho comprarse ese tipo de bolsas” ... y le dije ¿si, le contaron?... “No, yo soy su chofer de toda la vida”, me respondió.
 


En ese momento empecé a maquilar un millón de preguntas, pero Genoveno Quiróz a quien Gabo llamaba su asistente, marcó el ritmo y me dispuse a escuchar con todos mis sentidos, estaba atenta a los olores, era un aroma maderoso el que tenía impregnada la ropa, toda estaba perfectamente limpia, el clima era frio, la textura de la mayoría de la ropa era seda, lino y popelina. Le hice ese comentario a Genovevo y me dijo “Sí, les gustaba andar muy frescos”.

Inspeccionando cada prenda, me encontré con que Barcha compraba todo lo que sacaba la firma Marina Rinaldi. Esta firma es una marca de ropa italiana para mujeres de tallas grandes y no es que Mercedes fuera robusta, aunque puedo percibir que era una mujer muy grande, alta. Sus zapatos eran del 6 y medio y 7, y haciendo memoria con las fotos que tienen la pareja pude concluir que de esa manera se acomodan en las fotos para ella no lucir tan grande a lado del Gabo, que también considero que no era tan pequeño. Los sacos eran tallas 40 en promedio.
 

Las bolsas que aún estaban a la venta eran tres Louis Vuitton, una Guess y las demás, unas cuatro sin marca reconocible, pero eran bolsos pequeños de mano bastante usados, pero en buenas condiciones. Había gabardinas, huipiles, blusas de botones y unos 7 pares de zapatillas.

También pude deducir que: a Gabo le gustaban los maletines Louis Vuitton, los sacos confeccionados a su medida y los mocasínes ya bien amoldados a la forma de su pie. Uno que otro botín se veía usado, todos perfectamente cuidados. Era de camisas color claro, blancas, beige, rosas, azules, una que otra en color negro, le gustaba traer pañuelos en sus sacos.

Genovevo y yo estábamos de un lado para otro dentro de este salón dónde se pusieron las prendas para vender. El hombre de aproximadamente 60 años, me contó sobre su trabajo con los señores de la casa (Mercedes y Gabo), ambos estábamos emocionados, y me dirigió a uno de los cuatro percheros de sacos y abrió uno. “¡Ahí estaba un plumón!, así los dejaba en sus sacos”, me enseñó que se quedó ese saco con todo y su tradicional Sharpie que cargaba el Nobel de literatura.
 
Le pregunté por el precio de los zapatos más usados que vi, porque Genovevo es quién daba el precio y si no lo sabía iba con Emilia, la nieta y ella le recordaba el precio. Pero de lo caro e inalcanzable que estaba ese par de zapatos de marca Beefar, mi memoria bloqueó la cantidad y no la recuerdo, pero no quise dejar pasar la oportunidad y tomarle foto hasta la suela. Estaba muy desgastada y entre risas me dijo Genovevo “¡Uy, esos eran de sus favoritos!” y le dije sí se ve.



Seguido de los zapatos —que moría porque estuvieran en mi librero—, fui a ver a detalle el vestido de gala color verde esmeralda con hojas negras que usó Mercedes Barcha cuando le entregaron el premio Nobel a Gabo.

Tenía una hora para hacer el recorrido, de 4 a 5 era la cita, pero dieron las 6 de la tarde y yo seguía ahí, con mi guía que hasta la fecha orgullosamente se presenta como su chofer de Don Gabo, viendo la ropa y finalmente elegí un vestido camisero de lino negro de la firma Marina Rinaldi. No quería salir de ahí sin algo. Ese vestido realmente me gustó y más allá de usarlo o no, me gusta coleccionar cosas que son icónicas en mi mundo y que a veces también lo son para el mundo en general.

Ahora puedo presumir que tengo un Rinaldi que usó Mercedes Barcha y yo.



Genovevo, cuando vio que me medí el vestido a ojo de buen cubero y viéndome en el espejo ovalado de latón que estaba al fondo del salón donde estaba la ropa me dijo: ¡Ese lo usó mucho la señora cuando se iban de vacaciones, es muy fresco y elegante, creo que hasta lo usó para desayunar al otro día después de que le dieron el premio Nobel al señor!

Y dijeran, será el sereno, pero con toda la emoción y más con lo que me dijo Genovevo, me lo traje ahora para mi clóset. Es un vestido camisero muy sencillo pero muy lindo, sus botones son de concha nacar, es de manga corta.

Ahora quien lleva la administración tanto de la casa como de la venta de garaje es Mónica, la secretaría de Gabo, que aún sigue laborando para la familia como lo hace Genovevo.

Emilia García Elizondo, su nieta, sentada en el jardín, se levantó y se fue a despedir de Mónica, que estaba en la biblioteca de Gabo, “Adiós Moni, voy a ver a mi madre, ya no vendrá nadie”, dijo Emilia.
Mónica, sentada frente a la computadora en la biblioteca de la casa —ahí era donde estaban haciendo el cobro— la despidió.


Genovevo seguía dándome el recorrido, mostrándome los libros que entre ellos había separadores y que los usaba de consulta García Márquez. Las paredes blancas divididas con repisas que formaban un enorme librero de tres metros de altura y con 8 metros de largo repletas de sus libros y entre ellos fotografías y ahora la ofrenda de la pareja que a los cuatro vientos se sabe se amaron profundamente.

Había libros de: Juan Rulfo, Kundera, Nikos Kazantzakis, de Freud, Jostein Gaader, Ivo Andric, Sándor Márai, por mencionar a algunos autores. Las repisas estaban repletas de literatura, de un Don Quijote de la Mancha en diferentes presentaciones, de enciclopedias mundiales y de coffee tables books de fotografías de la historia de México.

En una mesa dentro de su biblioteca tiene un jardín zen, con 19 piedritas y en cada piedrita le escribió el título y el año de sus libros. ¡Qué joya!

Los trabajadores, al hablar de Mercedes Barcha y de Gabriel García Márquez, se llenan de orgullo, y expresan el carisma que tenía la pareja. Un cuadro enorme de Gabo con sus nietos dentro de la biblioteca se puede apreciar en una pared blanca iluminada.


Al momento que vieron detenerme en el cuadro me confiaron: “Son sus nietos, su adoración y mira, en este sillón se sentaba cuando necesitaba un respiro para continuar escribiendo o se sentaba a platicar con nosotros”. La cabeza del Nobel de Literatura quedó marcada en la piel del sillón, se ve que lo usaba y se recargaba viendo hacía el techo.
 
“¿Te llevas este vestido?”, me preguntó Mónica y le dije que sí y aproveché para preguntarle sobre la cantidad de personas que iban por día. “¡No sé decirte, pero todos los días hubo gente, los fines de semana no, pero si se han vendido muchas cosas!”

Fueron 400 piezas que se pusieron a la venta de las cuales aún quedó el 20% de ellas dentro de la casa que habitó la pareja y que ya quedó sin alguno de ellos, Mercedes murió en el 20 de agosto del 2020 y Gabriel García Márquez murió el 14 de agosto del 2014. Ahora será Casa de la Literatura García Márquez.
 
“¿A qué te dedicas y de dónde vienes?”, me preguntaron, les dije que era periodista y que vivía en la Ciudad de México y a lo que contestaron “Ah, es que vino mucha gente de fuera”.


Me despedí de ellos y me acompañó Genovevo a la puerta, “entonces, ¿eres periodista?” Le dije sonriendo bajo mi cubrebocas que sí y que me daba mucha emoción haber presenciado lo que acababa de vivir. Genovevo recordó que García Márquez también era periodista y me contó de los periódicos que le llegaban Don Gabo. Los leía en su cuarto, y con la mirada hacía la habitación comenzó a enlistar los diarios: “El Universal, El País, La Jornada, El Economista... se los echaba todos”. Volvimos a reír y nos despedimos.

Fue desde 1974 que la pareja habitó esta casa en el Pedregal, y aquí fue donde realizó la mayoría de sus títulos de literarios. Entre su habitación, su oficina y la biblioteca según su gente de confianza eran los lugares donde el premio Nobel, escribía las páginas de sus libros.

No fui la primera en ir, pero sí la última en haber estado dentro de la casa de los Gabos de manera privada, bien dicen que no hay periodista sin suerte.
 
 





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