Orlando Ramírez Casas
Medellín – Colombia
1º de abril de 2020
The New Yorker, GGM rechazado
Hola, jóvenes:
–
Suelo relacionarme bien con la
mayoría de las personas, pero hay un espécimen al que me da especial dificultad
aceptar, y es el hombre o la mujer que al parecer por naturaleza (o no sé si
por cultura y educación en el seno de su hogar) es prepotente, soberbio,
arrogante, humillador, despreciativo, presuntuoso, altanero, engreído, altivo,
pagado de sí mismo, desdeñoso, desplantador, envanecido, presumido, endiosado,
que no cabe dentro de sus ropas porque su ego parece desbordar toda línea de
contención. Lástima que el diccionario no traiga ningún sinónimo que empiece
con H o con triple H, porque eso es lo que tal sujeto me inspira. El congresista
beodo, sorprendido en infracción de tránsito, que increpa al agente que le
levanta el comparendo con un insufrible grito amenazante de “¿Usted no sabe
quién soy yo?”. El jefe que mira a los subordinados por debajo, el funcionario
o empleado de taquilla que menosprecia a los usuarios que están en la fila. El gobernante,
o el ministro, o el jerarca, o el que tiene poder sobre otro y lo pordebajea,
lo minimiza, le hace la vida imposible, lo aplasta. Este espécimen no me lo
puedo tragar.
Lo dijo Abraham Lincoln:
“Casi todos podemos soportar
la adversidad, pero si quieres probar el carácter de un hombre, dale poder”.
Y también lo dijo mi abuela:
“Téngale miedo, mijo, a las
carangas resucitadas… porque pican muy duro”.
Se refería a esos obreros
esclavos de la zafra que cuando el amo los elevaba a capataces blandían contra
los suyos el látigo con más rigor que si hubieran nacido en noble cuna. Se
refería a los verdugos nazis de las SS y de la Gestapo que mandaban en los
campos de concentración, se refería a los policías chulavitas que a mediados de
siglo azotaron con sus armas los campos y los pueblos de nuestro país, se
refería a algunos maestros que se convirtieron en verdugos y torturadores de
los alumnos puestos a su cuidado, se refería a…A estas alturas de la vida cada
lector tendrá alguien en mente que ha conocido en la vida y que responde a esta
descripción.
Cualquiera de nosotros pudo
haberse visto alguna vez, recién salido del colegio, en un mar de nervios,
presentando su hoja de vida en solicitud de vacante en alguna empresa, y
encontrarse con un empleado displicente que no oculta su menosprecio por el
solicitante o por la fila de solicitantes.
Y cualquiera de nosotros pudo
haberse sentido alguna vez en la situación de un Gabriel García Márquez
desconocido o poco conocido, que escribe con mucho esfuerzo un texto y lo envía
al escrutinio de una junta editora que toma las decisiones en alguna editorial
de la que depende que su escrito se vea en letras de molde. Pongámosle junta, porque
a veces no es una junta sino un solo miembro el que da su veredicto y actúa
como vocero de su conjunto. Eso pasa, a veces.
A García Márquez le pasó.
Envió el manuscrito o mecanoscrito de “La Hojarasca” a la Editorial Losada de
Buenos Aires, que era dirigida por un cuñado del escritor Jorge Luis Borges, de
nombre Guillermo de Torre; y en entrevista a Daniel Samper Pizano dijo Gabo
que:
“La editorial la rechazó, con
una carta del crítico Guillermo de Torre que decía no solamente que el libro
era impublicable, sino que el muchacho que lo había escrito no tenía porvenir
como escritor”.
Esta carta tuvo dos efectos en
GGM: En primer lugar, le tomó verdadera aversión a los críticos y a los
editores; y, en segundo lugar, los originales de Cien Años de Soledad se los
envió a Editorial Suramericana y no a Losada, que con su displicencia había
quebrado la confianza del escritor.
Mucho habrán tenido que
reprocharle y mucho habrá tenido que reprocharse Guillermo de Torre por esa
decisión.
Dijo alguno que las cosas no
solo hay que decirlas, sino que hay que saber cómo decirlas.
A mi modo de ver, muy comedida
fue la forma como el Sr. Roger Agnelli, del departamento editorial de The New Yorker,
le comunicó a GGM que un cuento suyo no había sido aceptado para su publicación
en esa empresa editora. Abajo transcribo el texto en inglés, y aquí va la
correspondiente traducción del Sr. Google que he sometido a un par de ajustes
de latonería y pintura.
Creo que Carmen Balcells le ha informado que, a
nuestro pesar, hemos decidido no publicar su nuevo cuento “El rastro de su
sangre en la nieve”.
La historia se caracteriza por el acostumbrado
toque de su escritura pero, a nuestro modo de pensar, su final no lleva al
lector a aceptar su atrevido y bello concepto. Esta fue una decisión difícil
para nosotros, y le ruego nos disculpe.
Espero con la mayor expectativa el placer de
considerar otros trabajos suyos en un futuro cercano.
Adjunto una copia Xerox de la traducción del Sr.
Rabassa.
Sinceramente suyo,
Roger Angell
Offices Editor
The New Yorker
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Transcripción del texto en
inglés:
THE NEW YORKER
Offices Editor
July 15, 1981
I believe Carmen Balcells has
informed you that we have reluctantly decided not to publish your new story,
THE TRAIL OF YOUR BLOOD IN THE SNOW.
The story is characterized by
the customery brilliance of your writing, but to our way of thinking its
resolution does not quite sweep the reader into acceptance of your daring and
beautiful concept. This was a difficult decisión for us, and I send you our
regrets and apologies.
We look forward with
undiminished expectation to the pleasure of considerin more work of yours in
the near future.
I enclose a Xerox copy of Mr.
Rabassa´s translation.
Yours sincerily,
Roger Angell
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El 15 de julio de 1981 el
editor de la revista New Yorker rechazó la publicación del cuento "El
rastro de tu sangre en la nieve" de Gabriel García Márquez.
Así lo notificó al autor en
esta histórica carta. Le comunica que espera, Carmen Balcells -agente del
escritor- le haya expresado la decisión.
Al año siguiente recibió el
Nobel.
Este es el enlace de Harry
Ransom Center donde informa de lo anterior
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