20 de febrero de 2020

MEMORABILIA GGM 904

ALNAVIO

Madrid - España
11 de Febrero de 2020

Descubrimos la entrevista que a Gabriel García Márquez le hizo un Presidente de Venezuela

Por Juan Carlos Zapata

El presidente Rafael Caldera entrevistó a Gabriel García Márquez en Caracas. Toda una curiosidad oculta por casi medio siglo. Fue publicada a mediados de 1972 en el diario ‘El Nacional’ de Caracas, y ahora la rescatamos y reproducimos en la nueva edición, ampliada y corregida, del libro ‘Gabo nació en Caracas no en Aracataca’. La entrevista con Caldera es significativa en el cronograma de las relaciones de Gabo con el poder. Gabo había ganado la segunda edición del Premio Rómulo Gallegos. El encuentro se produjo en el Palacio de Miraflores. Días antes había declarado: «Creo que en Venezuela es muy difícil una revolución porque es en este país donde el imperialismo tiene más que perder, por ser una nación que vive del petróleo».

En la segunda edición del Premio Rómulo Gallegos las cuentas estaban claras. Se había superado el número de participantes de la primera vez con 165 novelas. Rafael Pineda, coordinador del Premio, enumeró que Argentina, con 37, España con 34 y Venezuela con 19, ocuparon los primeros lugares en la competencia. Cuba envió apenas una novela. La prensa no recogió el número de concursantes en representación de Colombia. Ni tampoco se destacó la presencia del embajador en los actos. Con Gabo bastaba. Había ganado en buena lid con Cien años de Soledad. Antes, 1967, lo había hecho Mario Vargas Llosa con La casa verde. Los finalistas en esta ocasión, 1972, fueron Miguel Otero Silva y Guillermo Cabrera Infante. Cuando Alfredo Tarre Murzi le hizo entrega del cheque de 100 mil bolívares, lo tomó con ambas manos como si quisiera estirarlo y luego lo besó, gesto que levantó una salva de aplausos y risas. Mientras se desarrollaba el evento, no dejó de moverse en la silla, de acodarse en la mesa, de llevarse una mano a los ojos, otra al mostacho, se lo mesaba, luego la mano bajaba a la mesa para volver a subir a la quijada, en esa pose del sujeto pensativo. Por último, leyó la página que llevaba escrita, siendo ovacionado de pie. Una foto recoge el abrazo con Tarre Murzi. La hoja del discurso destaca en la espalda ancha del funcionario. Al día siguiente, el periodista Emilio Santana le preguntaba a José Vicente Rangel –primer candidato presidencial del Movimiento Al Socialismo, MAS, fundado por Teodoro Petkoff– sobre la donación de los 100 mil bolívares -25.000 dólares- para el partido, y su respuesta superó toda expectativa:

Gabo le había adelantado a El Nacional –5 de agosto– que almorzaría con el presidente Rafael Caldera, «quien tuvo la cortesía de invitarme a pesar de conocer mis ideas políticas». Su posición política era transparente con la entrega del dinero al MAS. «Es un acto político», señaló. En un país donde la lucha armada estaba derrotada, era consecuente con el momento donar el dinero con el objeto de adquirir una imprenta y no armas para hacer la revolución. «Creo que en Venezuela es muy difícil una revolución porque es en este país donde el imperialismo tiene más que perder, por ser una nación que vive del petróleo». En estas aguas nadaba con cierta comodidad, o sutileza. Se identificaba con el proceso político que vivía el país. Un año antes en entrevista con el periodista Arístides Bastidas, también para El Nacional, había puntualizado la importancia del hecho electoral, de solucionar los problemas vía elecciones, la toma de conciencia de elegir presidentes en vez de estar sometidos a los designios de los caudillos, tal como ocurrió una vez conquistada la independencia. Encontró una imagen feliz para explicar el giro histórico que en cierto modo determinaba el presente:

–Venezuela tuvo su Guerra de Federación –se refiere a la Guerra Federal, larga y genocida de la segunda mitad del siglo XIX que enfrentó y acabó caudillos–. Yo diría que ustedes ganaron las 32 revoluciones que en Colombia perdió Aureliano Buendía.

La frase en cursivas mereció el llamado en primera página del diario El Nacional del lunes 12 de abril de 1971.

En un país donde la lucha armada estaba derrotada, era consecuente con el momento donar el dinero con el objeto de adquirir una imprenta y no armas para hacer la revolución

Rafael Caldera no le era desconocido. A la caída de Marcos Pérez Jiménez si no lo conoció en la intimidad, debió abordarlo y tenerlo cerca cuando ejercía de reportero en esos días de turbulencia decisiva. Además, en el reportaje La generación de los perseguidos, Caldera es uno de los cuatro protagonistas. En las elecciones de 1958, las primeras de la democracia, las ganadas por Rómulo Betancourt, Caldera también era candidato y Gabo secretario de Redacción de Venezuela Gráfica. De modo que le correspondió estar al frente de una edición histórica, y en sentido alguno habría que descartar que durante ese proceso electoral no se hayan producido contactos de diversa naturaleza en los mítines, en las conferencias de prensa, en los encuentros informales que suelen darse entre fuente y periodista.

En el reportaje La generación de los perseguidos, define a Caldera como el «benjamín» de los cuatro dirigentes que han hecho posible el retorno de la democracia. Hizo un inventario de la carrera política de Betancourt, Gustavo Machado, Jóvito Villalba y, por supuesto, de Caldera. El texto han debido leerlo ellos. Y habrían preguntado, ¿quién es ese García Márquez? De Betancourt, se recuerda que exiliado en Barranquilla, «los domingos organizaba manifestaciones contra Juan Vicente Gómez. Su clientela más entusiasta eran los choferes de taxis, ociosos, del Paseo Bolívar». En Barranquilla, Betancourt va a producir algunos de los documentos fundacionales del partido Acción Democrática. Gabo termina el reportaje señalando que el 23 de enero de 1958 los cuatro declararon la tregua partidista, sellada con «el abrazo de mutua felicitación», el cual era a su vez, «el abrazo del pueblo venezolano… Ahora están reincorporados de nuevo a su patria, a sus partidos, a sus hogares, unidos en el mismo ideal. De esa unidad depende la consolidación de la democracia en Venezuela. Esta vez, después de tantas azarosas experiencias, el retorno de los cuatro líderes puede ser definitivo». Y fue definitivo.

El proceso político iniciado en 1958 estuvo vigente hasta 1998 con la llegada de Hugo Chávez al poder. Los cuatro murieron en su tierra. Caldera, que era el benjamín, murió el 24 de diciembre de 2009; había nacido en 1916. Gobernó en dos oportunidades. Antes de ganar la presidencia en 1968, había sido candidato por el partido Copei en 1947 contra Rómulo Gallegos; en 1959 contra Betancourt, en 1962 contra Raúl Leoni y en 1968 contra Gonzalo Barrios, a quien finalmente derrotó por apenas 30 mil votos. Repitió en 1998, aprovechando la ola populista abierta por el intento de golpe de Hugo Chávez –4 de febrero de 1992– contra Carlos Andrés Pérez, y sin escatimar cálculos a la hora de sacrificar a su propio partido y al sistema que ayudó a fundar. Es en esta ocasión en la que Petkoff y el MAS, apoyando a Caldera, alcanzaron el poder.

La entrevista con Caldera es significativa en el cronograma de las relaciones de Gabo con el poder. Siguiendo la biografía escrita por Gerard Martin se puede afirmar que su primer encuentro con un presidente se remonta a los tiempos de bachillerato en Zipaquirá cuando junto a dos condiscípulos y el rector del colegio, asistió, con el fin de «solicitar recursos», a una audiencia concedida por el presidente Alberto Lleras Camargo, quien después estuvo en el acto de graduación del que Gabo era el encargado de pronunciar las palabras. «De lo que no cabe duda es que dieciocho años –señala Martin– fue una edad prematura para mantener audiencia con un presidente y acceder por primera vez a la sede del gobierno». La segunda vez puede ubicarse en enero de 1958, en Caracas. La caída de la dictadura. Los cuatro líderes. Los jefes militares. El Palacio de Miraflores. Wolfgang Larrazábal como jefe de la asonada. La inspiración por el poder. La tercera vez, Rómulo Betancourt, victorioso en las elecciones de 1959, cuya imagen ilustró la portada de la Venezuela Gráfica de la que Gabo era jefe. La quinta vez, el encuentro fugaz con el líder de la revolución cubana, Fidel Castro en el aeropuerto de Camagüey en diciembre de 1960. Como Gabo trabajaba en Prensa Latina, había viajado a Cuba (su destino final era La Habana), pero el mal tiempo lo retuvo en Camagüey cuando de pronto apareció Castro, causando un revuelo instantáneo. Narra Martin: «García Márquez se acercó a Celia Sánchez y le explicó quién era y lo que estaba haciendo en Cuba. Castro volvió, saludó a García Márquez y después siguió departiendo» y metido en lo suyo. La sexta vez, sería con Caldera. La séptima vez, Carlos Andrés Pérez. Cierto que Pérez no era aún presidente aunque estaba a punto de serlo. Y el encuentro ocurrió en la semana en la que recogió el Premio en Caracas. La octava vez, el primer ministro de Portugal, Vasco Goncalvez en junio de 1975, con El otoño del Patriarca en vitrina. La novena vez con Omar Torrijos, también en 1975, a quien entrevistó en Panamá, y quien, según Martin, le comentó que este «es tu mejor libro. Somos así como tú dices». La décima vez, Castro de verdad. Luego de varias diligencias se concretó el encuentro en marzo de 1976. Ya se sabe lo que ocurrió después: nació una relación que solo la muerte pudo separar. Es también, por esa época, que, siguiendo la pista de Martin, Gabo conoce a Felipe González y a otros líderes de la Internacional Socialista. En 1977 se firman los tratados del Canal entre Panamá y Estados Unidos, en cuyo logro, Carlos Andrés Pérez era pieza fundamental. En el acto de los acuerdos, Gabo acompañaba a la delegación panameña. Luego, en 1978, gana Luis Herrera Campins las elecciones en Venezuela, a quien Gabo ya conocía desde 1957. En Colombia, Alfonso López Michelsen le ponía punto final al período presidencial, 1974-1978. Y en 1993, Ramón J. Velásquez –quien leyó los originales de El Coronel no tiene quien le escriba– asume la Presidencia para terminar el período del defenestrado Carlos Andrés Pérez.

 El presidente Caldera, Gabo y el secretario de la Presidencia, Luis Alberto Machado / Foto: ALN - El Nacional

La entrevista con Caldera habría de ser reproducida en la columna MiniForo, del periodista Emilio Santana en El Nacional. Por lo que revela Santana se concluye que la iniciativa partió del jefe del Inciba (Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes), Alfredo Tarre Murzi, a quien el reportero identifica como Sanín, que era el seudónimo que usaba en sus artículos. Era un polemista de primera línea. A Carlos Andrés Pérez no le daría tregua en el período siguiente. Además de los artículos de prensa, escribió varios libros contra Pérez, entre otros, Venezuela saudita y Gracias a ti. Es autor también de una biografía sobre Rómulo Betancourt. Hay que imaginarse que Caldera habría comprado de inmediato la idea de Sanín. Visto como un hombre de derecha, reunirse con Gabo lo mostraría amplio y tolerante. De hecho, venía de ponerle punto final al proceso de pacificación -el fin de la guerrilla- del que surgió el MAS. Y también de arremeter contra la dirigencia del partido en respuesta al que quizá fue el primer afiche, marzo de 1971, que distribuyó el MAS en todo el país, cuya imagen mostraba a Caldera con la bandera de los Estados Unidos detrás y un globo que encerraba el blablablaba de los habladores. «No le creas», rezaba la propaganda. El Gobierno consideró ofensivo el cartel, más por la conexión que se intentaba establecer entre el presidente y los intereses de los Estados Unidos.

En la conversación ambos personajes despliegan humor, amplio y preciso. Es Caldera quien introduce a Pedro Tinoco, su ministro de Hacienda, banquero, hijo de quien fuera uno de los ministros más poderosos de Juan Vicente Gómez. Tinoco estaba a punto de romper con Caldera. Este nunca le perdonaría su acercamiento progresivo a Carlos Andrés Pérez que entonces era el jefe de la Fracción Parlamentaria de Acción Democrática, el principal partido de oposición. Tinoco era líder de un movimiento, el Desarrollista, que pregonaba el estado eficaz; el antecedente más lejano del neoliberalismo en Venezuela. Era el abogado de las petroleras y de la familia Rockefeller, lo que no le impedirá ser uno de los artífices de la nacionalización del petróleo en 1975. Era también asesor, socio, y mentor del Grupo Cisneros y Gustavo Cisneros. Resultaría ser el banquero de mayor poder e influencia en más de medio siglo, hasta que Caldera, en su segunda presidencia, en 1994, haga lo posible por borrar del mapa su legado y el de Pérez, sentenciando el derrumbe definitivo del Banco Latino. Curiosamente, su esposa, Carmen Montilla, artista plástico, se acerca a Cuba y a Fidel Castro –con quien mantiene un romance–, instalándose por temporadas con casa y taller en La Habana.

En la entrevista hace referencia a La casa verde de Vargas Llosa porque su partido, Copei, se identifica con el color verde mientras los adecos con el blanco y el MAS con el naranja. Gabo no se queda atrás al conectar con el distribuidor «Ciempiés», un tramo de autopista inaugurado por Caldera, y las «cien mil casas», el número que el gobierno se había comprometido a construir cada año.

La evocación de Carlos Gardel no es gratuita, en tanto que en Caldera destacaba el estilo estricto en el vestir y el peinado con gomina. A lo mejor también pensó, y no lo dijo, en el presidente Mariano Ospina Pérez, de quien escribió, a partir de una fotografía, en su columna diaria, La Jirafa, 1950, que era un hombre bien vestido, bien peinado, bien afeitado; en fin, un mandatario con tiempo para acudir todos los días al barbero. Por supuesto, el tema electoral no podía faltar. El Lorenzo que mencionan los dos es Lorenzo Fernández, ministro de Interior del gobierno de Caldera, y ya para entonces, candidato presidencial. Lorenzo perdería ante Pérez las elecciones de 1973, y de esa derrota no se recuperaría jamás: una depresión lo llevó a la tumba. Sin más preámbulo, leamos a Santana. Leamos a Caldera y a Gabo. Un documento que los biógrafos de Gabo no han tomado en cuenta.

«El autor de Cien años de soledad estuvo en Miraflores. Fue un encuentro interesante entre el novelista que acababa de donar el monto del premio Rómulo Gallegos al MAS y el Presidente de los venezolanos. Los dos hablaron en forma amplia y cordial. Fue un éxito de la coexistencia pacífica y según apuntan los especialistas en la paz y la guerra, se ha anotado nuevos puntos la política de la pacificación. Antes de compartir su mesa con el escritor galardonado y otros distinguidos intelectuales, el Presidente lo invitó a un salón donde conversaron solo en presencia de Sanín, Tarre Murzi. Se trataba de una conversación intima. Sanín me entregó un resumen del diálogo con la condición que no lo publicara.

PRESIDENTE: Bueno, García Márquez, me parece que tu presencia en Miraflores demuestra que yo soy un gobernante amplio.

GARCÍA MÁRQUEZ: Por cierto que también demuestra que yo soy un escritor amplio.

PRESIDENTE: Definitivamente, no estamos en la misma tienda. Pero siempre he aceptado de buen agrado ese refrán que expresa que «Lo cortés no quita lo valiente».

GARCÍA MÁRQUEZ: Por eso precisamente preferí hacer mi donativo al MAS antes de esta entrevista. Actuar de otra manera hubiera sido inelegante.

PRESIDENTE: Después de todo esa plata era tuya y tenías derecho a invertirla en cualquier cosa.

GARCÍA MÁRQUEZ: Muchas gracias, Presidente. Mucha gente me dijo que usted podría sentirse desairado.

PRESIDENTE: Lo he tomado en una forma deportiva. El que se ha disgustado un poco es Pedro Tinoco.

GARCÍA MÁRQUEZ: ¿El desarrollista?

PRESIDENTE: Sí, no le gustó que le dieras esa plata a los del MAS.

GARCÍA MÁRQUEZ: ¿Y eso por qué?

PRESIDENTE: Tinoco considera que has debido entregársela a los desarrollistas. Parece ser que ese movimiento está más necesitado.

GARCÍA MÁRQUEZ: Lo tomaré en cuenta para el próximo premio.

PRESIDENTE: Perdona que insista en el tema, pero, ¿te has puesto a pensar lo que significan cien mil bolívares en pesos colombianos?

GARCÍA MÁRQUEZ: En ningún momento saqué cuentas en pesos. Si lo hago, seguro que desisto de la idea de la donación.

PRESIDENTE: ¿Y de dónde salieron todos esos comentarios en el sentido de que ibas a comprar un barco?

GARCÍA MÁRQUEZ: Se presentó la confusión porque yo dije que pensaba «embarcar» a unos cuantos con el premio.

PRESIDENTE: Entonces, desde un primer momento habías decidido entregárselo al MAS.

GARCÍA MÁRQUEZ: Por supuesto. Es mi partido.

PRESIDENTE: ¿Se te olvidó el peine?

GARCÍA MÁRQUEZ: Ahora no se usa el peine tanto como antes. Yo estoy a la moda con mi pelo alborotado. En cambio, usted con ese pelo súper peinado me recuerda a Rodolfo Valentino o a Carlos Gardel.

PRESIDENTE: ¿Por qué no llevas corbata?

GARCÍA MÁRQUEZ: Porque la corbata no hace al monje.

PRESIDENTE: ¿Es cierto que pensabas inscribirte en el MAS?

GARCÍA MÁRQUEZ: Traté de hacerlo. Pero no me lo permiten porque soy un indocumentado.

PRESIDENTE: ¿Qué opinó Vargas Llosa sobre el destino de los cien mil bolívares?

GARCIA MÁRQUEZ: Primero se sintió preocupado. Pensó que la gente iba a comparar la actitud de él con la mía. Ahora está más tranquilo.

PRESIDENTE: Después de todo, cuando Vargas Llosa se ganó el Premio, todavía no habían fundado al MAS.

GARCIA MÁRQUEZ: En todo caso poco importa el destino que el ganador le dé a su plata. Cada quien hace de su camisa un saco.

PRESIDENTE: A mí me gustaría mucho que el próximo Concurso lo ganara un venezolano, preferiblemente un copeyano.

GARCÍA MÁRQUEZ: Quién sabe, a lo mejor lo gana un adeco.

PRESIDENTE: A los adecos les resulta un poco difícil ganar concursos de novela. Se especializan en el cuento.

GARCÍA MÁRQUEZ: Hasta ahora no he conocido a ningún escritor que viva de los cuentos. Los únicos que viven del cuento son los políticos. Y ahí no veo muchas diferencias de colores.

PRESIDENTE: ¿Te gustaría ser presidente de la República?

GARCÍA MÁRQUEZ: ¿De cuál República?

PRESIDENTE: De Colombia.

GARCÍA MÁRQUEZ: ¿Y a usted le gustaría ser ganador del premio Rómulo Gallegos?

PRESIDENTE: No es mala idea. Sin embargo, Vargas Llosa se ganó el premio con La casa verde.

GARCÍA MÁRQUEZ: Usted puede aprovechar el boom de los «Cien». A lo mejor le sale un buen libro titulado «Cien pies Años de Soledad» o «Las Cien Mil Casas Verdes por Año».

PRESIDENTE: Según las normas creo que tú formarías parte del jurado en el próximo Concurso. ¿Votarías por mí?

GARCÍA MÁRQUEZ: Puede contar con mi voto. Y ahora dígame algo Presidente, ¿qué destino le daría a los cien mil bolívares en caso de que gane el Premio?

PRESIDENTE: Creo que también lo donaré.

GARCÍA MÁRQUEZ: ¿No me diga? ¿Lo donaría al MAS?

PRESIDENTE: Pienso que es «más mejor» donarlo a la campaña de Lorenzo.

GARCÍA MÁRQUEZ: Pero en esa época Lorenzo ya será presidente, si es que gana Copei, como ustedes dicen.

PRESIDENTE: No se me había ocurrido. Entonces, ¿si Lorenzo será el Presidente quién seré yo?

GARCÍA MÁRQUEZ: ¿Usted? Imagino que será el expresidente.

PRESIDENTE: Yo como que no compito en ese concurso. Las malas lenguas dicen que solo son premiados los extremistas.

GARCÍA MÁRQUEZ: De todas maneras le queda la posibilidad de participar en un Concurso Nacional de Nutrición.

PRESIDENTE: No te voy a negar que he engordado unos pocos kilos desde que estoy en el poder, pero francamente no tengo ninguna posibilidad de ganarle ese concurso a Lossada Rondón. (Este era el periodista de El Nacional que cubría la fuente de Palacio, y era gordo, enorme).

GARCÍA MÁRQUEZ: Y ya que hablamos de comida, ¿cómo está el menú para hoy?

PRESIDENTE: Todavía no sé muy bien lo que vamos a comer. Parece que no podremos comer carne porque subieron los precios.

GARCÍA MÁRQUEZ: ¿Subieron?

PRESIDENTE: Mejor cambiemos de tema.

GARCÍA MÁRQUEZ: Y yo que tenía la esperanza de comerme un bistecito…

PRESIDENTE: Si los precios de la carne han bajado para cuando visites de nuevo a Venezuela, a lo mejor te hago servir un churrasco. ¿Y por qué has puesto esa cara de tristeza?

GARCÍA MÁRQUEZ: Es que tengo ganas de llorar.

PRESIDENTE: ¿Y por qué no lo haces?

GARCÍA MÁRQUEZ: Es que «cuando quiero llorar no lloro»

PRESIDENTE: ¿Qué quieres decir con eso?

GARCÍA MÁRQUEZ: Que Miguel Otero me invitó hoy a comer un lomito en su casa y yo no acepté porque me dijeron que la comida en Miraflores era mejor. Mi única satisfacción es que tanto Miguel como María Teresa (su esposa) me acompañarán ahora en esta «huelga de hambre».

PRESIDENTE: Vamos, Gabriel, no se ponga triste, en estas comiditas nosotros siempre tenemos nuestros platicos especiales para la gente del partido.

GARCÍA MÁRQUEZ: ¡Viva Lorenzo!

PRESIDENTE: ¿Lorenzo Fernández?

GARCÍA MÁRQUEZ: No, Lorenzo Parachoques…».

El día que salió publicada la transcripción de la entrevista ya estaba en Barranquilla y allí ofreció unas declaraciones en las que definía a Caldera como un «hombre impecable», según reseñó la agencia española EFE. En Caracas, la ciudad que lo vio madurar como reportero, los periodistas le volvieron a preguntar sobre el dinero donado al MAS. Dijo que «todo lo que hice fue devolver ese dinero a sus dueños legítimos, los venezolanos, a través de una gente que merece toda la confianza como es la del MAS». Menos mal, porque el comentario que la Cadena Capriles –en la que había trabajado en 1958– sumó a la reproducción en el diario El Mundo de uno de sus reportajes de 1958, Nivel de vida: Cero, lo señalaba de haberle entregado el dinero a «la extrema izquierda venezolana».

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A24.com
Buenos Aires – Argentina
12 de febrero de 2020

Entrevista

Jaime Abello Banfi, director de la Fundación Gabo, a 25 años de su creación: "El poder de turno preferiría que no exista más el periodismo"

 Jaime Abello Banfi

Jaime Abello Banfi tiene la misión de guardar y promover el legado que le encargó personalmente Gabriel García Márquez. La Fundación Gabo, conocida como FNPI, Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, fue creada por Gabo en 1995. En su sede central, en Cartagena de Indias, Colombia, fue recibido un periodista de A24.com para una entrevista con su director, en donde se recorre la obra del genial Premio Nobel; sus deseos, mirada y un análisis del periodismo actual y de lo que pasa en Argentina.

¿Cuál fue el verdadero motivo que llevó a García Márquez a irse de Colombia?
"Siempre se hace la pregunta sobre si Gabo decidió alejarse de Colombia o se exilió. Yo creo que hay que contextualizar el momento en que se va. Estamos hablando de los años 60 en que García Márquez, después de regresar de Europa y trabajar un tiempo en Venezuela y casarse, está siendo influido por el huracán que sopló en el continente en ese momento con la Revolución Cubana, un hecho que tomó una fuerza extraordinaria desde el 1 de enero del 1959".

"A raíz de esto, Gabo y algunos amigos periodistas se van a Cuba. Allí, como tantas personas, Gabo se hace parte de la Revolución (como un factor de esperanza). Y cuando Lino (Plinio, N del E.) Mendoza junto con el periodista argentino Jorge Ricardo Masetti, le pide que abra la oficina de la nueva agencia Prensa Latina en Colombia, piensa inmediatamente en Gabo y le pide que vaya de Caracas a Bogotá".

"Ahí se transforma corresponsal en una época en que el enfrentamiento con los EEUU de la comunidad cubana se agudiza. García Márquez –que ya era un periodista excelente–, estaban metidos en Prensa Latina como García Luppo, Masetti (que ya sabemos todos que después de su salida de Prensa Latina decidió irse a la guerrilla y forma la primera guerrilla argentina allá en el norte, en Tucumán)".

"Entonces Gabo se va de corresponsal a Nueva York, allí dura poco y termina abruptamente. Primero que estaba siendo utilizado por todos los anticastristas y segundo porque el contexto interno se complica, porque sacan a Masetti, entra en una ola política mucho más radical, y ese grupo de periodistas internacionalistas terminan retirándose. Ahí Gabo tiene que decidir qué hacer".

"Está en Nueva York con su esposa Mercedes, su hijo Rodrigo de pocos meses de edad que había nacido en Bogotá; entonces la pregunta es volver a Colombia, con el estigma de haber trabajado en Prensa Latina. Colombia estaba ya rompiendo relaciones con Cuba. Gabo tenía un excelente amigo, el escritor Alvaro Montes (Mutis, N del E) en México que le dice “aquí vas a poder realizar tu sueño de trabajar en el cine” Gabo quería ser guionista, director, y entonces se va para México a trabajar en el cine. Desde Nueva York, cruzando toda la frontera, llega a Ciudad de México y allí es acogido magníficamente por los escritores y todo el mundo intelectual".

"Le empiezan a salir proyectos, escribe guiones: hizo por ejemplo la adaptación del cuento de Juan Ruffo “El Gallo de Oro”, un guion original de “En este pueblo no hay ladrones”, llevado al cine por Alberto Sac. (Isaac, N del E). Ser guionista en un trabajo que solo en Hollywood sirve para que uno viva todo el año, entonces él al mismo tiempo hacia otras cosas como por ejemplo, trabajó en publicidad, pero todo esto se ve modificado por el hecho que decide volver sobre un viejo proyecto que antiguamente se llamaba “La Casa”: proyecto de novela, y resulta que la cosa empieza a fluir a borbotones con las ventas y por eso Gabo decide cortar con todos los compromisos y concentrarse con la novela que estaba escribiendo".

¿Cómo surge Cien Años de Soledad, la novela lo que llevó al Premio Nobel?
"La novela que se llamó “Cien años de soledad” corresponde a una búsqueda que él tenía de un mundo literario, (de una voz), que se empieza a visualizar en su primera novela “La hojarasca” y luego en los cuentos de “Los funerales de la mama grande”, “La mala hora” y es todo el mundo de Macondo. Gabo está en México de los 60, es un hombre maduro, desarrollado periodística y literariamente, tiene esa gran eclosión, da a luz ese parto que es la novela Cien años de soledad que se publica en Buenos Aires. Con toda esa historia con la editorial Sudamericana que dio para varios comentarios…".
Parte del archivo de la Fundación Gabo

Que lo fue enviando por partes…
"Claro, bueno Cien años de soledad incluso la anterior la novela La hojarasca fue rechazada por el cuñado de Borges que era el director de la editorial Losada. Entonces Gabo encontró en México desde ese momento, ya con su hijo Gonzalo nacido en México se estableció allí. Después volvió a Colombia, empezó a viajar, pero en México hizo su residencia. Estuvo un tiempo en Barcelona, España volvió a Colombia, se volvió a ir a México y al final de la vida tenia casa principal en ciudad de México; la segunda casa era Colombia entre Bogotá y Cartagena, dos departamentos unidos en Bogotá y una casa grande aquí en Cartagena. Pero él solía viajar, tenía una casa en La Habana, otra en Barcelona y también en Los Angeles, California".

¿Y el exilio?
"Yo te diría que el único momento en que Gabo se va a una situación de exilio fue en el año 81 con el gobierno de Julio Cesar Turbay, que luego se transformó en un personaje del libro de no ficción de Gabo Noticias de un secuestro porque su hija Diana Turbay fue secuestrada y fue uno de los personajes principales. Entonces Gabo se ve forzado a salir del país con protección de la embajada de México, porque en ese momento había un estatuto de seguridad en Colombia con un gobierno complicado, de corte represivo".

"Y por eso se exilia, pero duró un año y pico porque después vino el gobierno de Belisario Betancur y el regresa en el 83. Y salvo el 82, creo que desde el ’66 en adelante no hubo ningún año en que Gabo no volviera a Colombia. Además Gabo nunca cambió su ciudadanía, jamás adquirió ciudadanía mexicana, tanto Mercedes como él han sido ciudadanos colombianos y siempre tuvieron apartamento en Cartagena. Luego tuvieron la casa de Bogotá y se mantuvieron en contacto con toda la gente, además Gabo era un hombre extremadamente amado. Y así como tenía algunos detractores también mucha gente lo admiró desde muy joven; porque era un hombre muy notable como periodista y escritor".

Pese a su amistad con Fidel Castro, ¿Hubo en algún momento una mirada crítica de Gabo a la Revolución Cubana?
"A ver, contextualicemos su relación con la revolución cubana. Gabo entra a La Habana en enero del 59 como periodista, cubre los juicios políticos que condujeron a algunos fusilamientos y establece más adelante esa relación hasta el año 61. Pero Gabo deja de ir a Cuba desde el 61 hasta bien entrados los años 70. En los años 60, cuando todos los escritores latinoamericanos iban a La Casa de las Américas, y La Habana era el centro político y cultural del continente, García Márquez nunca iba a La Habana".

"Estaba un poco distanciado, pero todo esto cambia en el año 71 con el famoso caso Padilla, que es la decisión de una serie de intelectuales y de escritores, de pedirle a Fidel Castro libertad de expresión para los escritores cubanos a partir de ese caso. Y Gabo es uno de los que, a pesar de una primera versión que se pensaba que lo había firmado Gabo pero nunca lo firmó, yo diría que a partir de ahí hubo un acercamiento de Cuba hacia Gabo, en donde el acepta una invitación y llega a conocer y a establecer una relación con Fidel, eran los años 70".

"Luego todo eso se fortalece alrededor del cine, del Festival de La Habana, de la propuesta de crear la Escuela de Cine; y aparte la decisión de Gabo de contra viento y marea, expresar su solidaridad con una revolución cuestionada. Naturalmente, un hombre con el espíritu crítico, como era Gabo no huye a estos momentos, aunque sean algunas cosas privadas, pero yo diría no tengo que entrar en ningún detalle, porque uno se da cuenta que un hombre de esa lucidez distinguía perfectamente qué funcionaba y qué no funcionaba".

"El lo que hizo es que aprovechó la relación con Fidel, de todas maneras una relación complicada, pero no solo por su interés en la figura política de Fidel, en el hecho que Fidel es el gran resistente contra los EE.UU. en América Latina, sino que logró establecer una relación tal que permitía que él intercediera o por presos o por personas que querían salir de Cuba en esos momentos. O por personas que eran disidentes. Por eso durante muchos años ayudó a toda la gente que pudo. Gabo era un hombre profundamente independiente internamente, y yo creo que no era incondicional de nada".

"Pero era al mismo tiempo una persona que seguía su instinto y como es la amistad, y él sintió y vivió una relación de amistad con Fidel Castro y fue leal hasta el final. Pero también fue amigo de Bill Clinton y fue amigo de César Gaviria Trujillo y de Felipe González, porque Gabriel García Márquez era una persona que suscita el interés. Los políticos buscaban a Gabo, porque construye mundos a partir de la literatura, un hombre de una curiosidad insaciable. Yo creo que tenía mucha curiosidad por la política y además nunca recibió prebendas, ni fue embajador, ni acepto candidaturas: sí usó –no solo– en el caso de Cuba y en otros casos, la cercanía al poder para ayudar a las personas".

"En Colombia es bien conocido el esfuerzo de Gabriel García Márquez por ayudar al acercamiento de las conversaciones y negociaciones en distintos procesos de paz; una paz con los ojos abiertos. Nosotros acabamos de publicar un libro, que se llama La paz con los ojos abiertos que habla justamente del compromiso de la Fundación Gabo, que es el nombre actual, de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano que es como nos conocemos en la Argentina, con los temas de periodismo y paz; pero haciendo una historia de la propia relación de García Márquez con las frases de él".

"En el año 83 Gabo el dibuja con una brocha, con sus manos, en la plaza Bolívar de Bogotá –en ocasión de las expectativas que había suscitado el proceso de paz en el gobierno de Betancur–, una pintada en el suelo que decía “viva la paz con los ojos abiertos”. Gabo era un hombre de paz, independiente, humanista. Así como tenía un criterio propio, también era un amante de la libertad, de la libertad de expresión, un hombre profundamente demócrata, independientemente de esas contradicciones políticas aparentes, como la relación que tenía con Fidel".

¿Qué aspecto te impresionó más de Gabo: su inteligencia, su creatividad, su oficio, su estrategia, su intuición?
"Todo eso tenía: inteligencia, estrategia, intuición, capacidad de visualizar, un hombre de una lucidez e imaginación que lo hacían un clarividente. Él sabía cómo llegaba el agua al molino y cómo iba a ocurrir, hacia dónde iban las cosas. Lo otro que tenía era que era un hombre absolutamente disciplinado no solo en hábitos de trabajo sino en su decisión en periodismo, en literatura de investigar, se documentaba muy bien, averiguaba todo, sabía todo porque todo lo verificaba".

¿Era obsesivo?
"No, obsesivo no era. Al mismo tiempo era un hombre con un sentido del humor, todo el mundo sabe era simpático. Pero digamos, simplemente cuidadoso. No es tan aparente pero es así. De hecho la propia historia de nuestra Fundación, nunca se me olvida el hecho que le dedicamos un año completo de las reuniones de trabajo, de la planeación y diseño de lo que iba a pasar un año después. Y García Márquez pagó de su bolsillo un estudio de factibilidad. E hicimos talleres con Tomas Eloy Martínez y otros amigos para ver cómo se iba a regularizar todo eso. Es decir, no salimos de la noche a la mañana con la idea que ha sido una de las fortalezas que hemos tenido, que en el 2020 lleguemos a los 25 años de operaciones. Eso ha sido la claridad técnica que Gabo nos ha dejado".

¿Cómo era trabajar con Gabo?
"Gabo era un hombre creativo, siempre un apasionado del periodismo que le encantaba hacer talleres de manera innovadora. Por ejemplo eso se notaba en los talleres, en su interés de resaltar la necesidad de que los periodistas fueran observadores conseguía con una llamada que la policía mandara un experto en retrato hablado y luego hacia que los periodistas del taller compararan un rostro con lo que hacía luego el experto en retrato hablado, eran maneras muy ingeniosas y creativas de hacer talleres de periodismo. Era un apasionado de la crónica y del reportaje".

"Y en el aspecto personal, un hombre amable, que sabía vivir, gozar la vida, que al mismo tiempo compartimentada mucho sus cosas, era muy cuidadoso y sabía que todo el tiempo había alguien espiándole y grabándolo, o un periodista detrás tratando de sacarle algo. Y en lo institucional era muy divertido porque él realmente era la visión clave de las cosas, pero al mismo tiempo era pragmático. Él fue un hombre que planificó mucho, no se dejaba confundir por grandes teoría".

"La anécdota muy simpática fue cuando con el presidente de la junta directiva tuvimos un trabajo de consultoría por parte de la Universidad Los Andes relacionado con la planeación estratégica de la Fundación, Recuerdo que después de haber pasado algunos meses en reuniones, consultas, encuestas, talleres, planeación con otros miembros y nos dicen esto lo tiene que validar el propio Gabo, convocamos a una reunión de junta directiva con esa finalidad, y los consultores le presentaron a GM las recomendaciones y terminaron concluyendo, diciéndole: Gabo, tú tienes que decidir cuál es el camino, si es por aquí o por allá".

"Entonces Gabo no contestaba, y estos seguían por aquí y por allá de sacarle algo, hasta que Gabo se decide a hablar y le dice, tal vez un poco ya saturado por toda la jerga, y por los gráficos: “miren, yo en estas cosas soy muy práctico, yo creo que lo que se puede, se puede, y lo que no se puede, no se puede”. Justamente su idea era propiamente contraria a la de estrategia “¡hagamos lo que se puede y lo que no se puede no lo hagamos!”. Así era Gabo, al mismo tiempo siempre con humor, siempre con socarronería".

¿Tenía preferencia por vestirse de blanco?
"Bueno, se vestía de muchas maneras, de hecho quienes quieren aprender cómo se vestía García Márquez, la Fundación Gabo los invita a vestir a Gabo".

¿Cómo es eso?
"Tenemos un sitio web que se llama Centro Gabo y dentro de eso hay un especial multimedia que se llama el legado de Gabo, que acabamos de lanzar en el mes de diciembre, y que tiene distintos recursos y distintas maneras de conocerlo, un programa interactivo para que le pongas a Gabo los vestidos. Y no solo se puede vestir de blanco, se vestía de camisas de colores, de sacos de cuadros, de saco y corbata, Gabo era un hombre de mundo realmente".

¿Gabo tenía presente a la Argentina?
"Sí, sabía perfectamente que el día que regresara a la Argentina, el amor que sienten por el los argentinos, lo iba a asfixiar y ese iba a ser el final de su vida y decidió no volver a Buenos Aires, que es una ciudad que él siempre recordó porque le encantaba. Los argentinos que estuvieron en sus talleres, en los que Gabo participó, los disfrutaba".

"Le gustaba sentarse con los argentinos, preguntarles y oírles cuentos, tenía buenos amigos argentinos como Tomas Eloy Martínez, Horacio Verbitsky, Rogelio García Luppo, y otros más. Estaba muy pendiente de la Argentina. Pero nunca más volvió y Tomas Eloy dio la explicación que es que no quería terminar con el embrujo de haber entrado a la fama en Buenos Aires".

Con 25 años de la Fundación que te toca dirigir, ¿Cuáles son los desafíos del periodismo, en el marco de las redes sociales y de los nuevos periodistas?
"Yo creo que el desafío es volverse indispensable para las audiencias; un periodismo que no es indispensable para el público no va a sobrevivir, tal vez no merece sobrevivir. Porque la información hoy está en todos lados, hay mucha información. Entonces ¿qué ofrece el periodismo?: tiene que ofrecer un valor agregado, que es permitirte entender una realidad compleja, permitirte entender una situación de crisis, permitir esclarecer los casos complicados, permitir gozar o entender mejor la vida a través de las crónicas, pero todo eso hay que hacerlo desde una posición de independencia con mucha investigación, algo muy bien contado, en el medio que se use".

"Es un reto porque ya no hay espacio para la mediocridad, el único periodismo que va a sobrevivir es el que ofrezca calidad, el que valga la pena. Yo diría que ese es un reto existencial, tendremos que adaptarnos, mantener el valor social del periodismo. Hay gente que preferiría que no exista el periodismo. Muchos poderes sustituyen en el discurso público al periodismo con estructuras potentes de comunicación estratégica, inclusive con mucha narrativa periodística, adoptada por comunicadores, medios aparentemente independientes que de alguna u otra manera están cooptados por poderes".

"El otro papel del periodismo, es seguir siendo un contrapoder. Luego le agregaría que lo bueno de una fundación como ésta es poder adaptarnos a esa realidad, seguir contribuyendo y seguir siendo relevantes. Y creo que eso lo hemos logrado, tenemos maestros magníficos, miles de periodistas de todo el continente que participan que nos siguen. Y la disposición como organización de adaptarnos a las nuevas realidades y de no quedarnos en la lamentación de lo que ya se perdió. Todo es más difícil pero al mismo tiempo, hay posibilidades como nunca y hay narrativas periodísticas disponibles en mil maneras en todas partes, en las redes sociales, en las plataformas digitales".

"Por eso sabemos que hay desafíos enormes en materia de economía en los medios, de sostenibilidad de los proyectos periodísticos. Pero tendremos que ir encontrando las soluciones como muchos la proponen. Yo pienso ahora en los ganadores del Premio Gabo en distintas categorías por ejemplo: en excelencia periodística, gente que ha construido proyectos disponibles del periodismo que hoy no solo dependen de publicidad, sino de otras fuentes de ingreso como en cuotas, en membresías, etc."

"También por suscripción o apoyo, hay nuevas alianzas que se hacen del periodismo (lo que antes era un mero patrocinio), hoy es un tipo de alianza. Siempre lo importante en todo esto es mantenerse independiente y coherente y consistente para lo que una audiencia determinada espera y mantener la función del periodismo que es trabajar por la sociedad y de manera encubierta, para hacer proselitismo".
Entrevista a Jaime Abello Banfi, director de la Fundación Gabo, a 25 años de su creación

¿Qué significan para la región los reclamos sociales en Chile, Bolivia, Colombia e incluso en Argentina?
"Creo que estamos en una época donde tendremos que acostumbrarnos a la protesta social, a un tipo de democracia distinta, que no es tan institucional, sino que la gente empoderada por las redes sociales y la comunicación que tiene cualquier ciudadano, tiene la capacidad de exigir, demandar, de organizarse rápidamente, de protestar. El problema es que las respuestas siguen siendo institucionales y a veces se complica, y el contexto económico de la región tampoco es favorable".

"Todo eso sumado a que las clases medias precarias, que han conocido las mejoras sociales, que está amenazada en un deterioro en su posición social, tienen expectativa y todo el mundo anda presionando y buscando lo suyo nos va a conducir a convivir más abiertamente con la protesta social. Y creo que el papel del periodismo es contextualizar y no crear pánico con todo esto".

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EL TIEMPO
Bogotá - Colombia
12 de febrero de 2020

Crónica

Una joya: las cartas que escribió
García Márquez cuando tenía 20 años
Son 4 que el joven periodista le remitió a un amigo
mientras laboraba en El Heraldo de Barranquilla.

Por: Juan Gossaín
Especial para EL TIEMPO

La señora Vivian, que es tan cariñosa, me llama para decirme que tiene en su poder unos papeles muy importantes que me mandaron de Cali. Son tan valiosos que ni siquiera se arriesga a decirme por teléfono de qué se trata ni a mandármelos con algún mensajero.

Como si yo fuera el protagonista de una misteriosa novela de detectives, me voy calladamente para su casa, caminando por la sombra, intrigado, cuidando cada paso. Miro a ambos lados de la calle, a ver si hay algún extraño que me esté siguiendo o un sospechoso parado en una esquina.

Por fin llego. Ahora tengo los papeles entre mis manos. Son las cartas que el joven Gabriel García Márquez, que entonces tenía un poco más de 20 años, le escribió a un amigo mientras trabajaba como periodista en el diario El Heraldo de Barranquilla.

Es mejor que empecemos por el principio, con el cuento completo, para que podamos entendernos. García Márquez, que se retiró de estudiar abogacía en la Universidad de Cartagena, a finales de los años cuarenta fue contratado como reportero y columnista en el periódico El Universal. Poco después se trasladó a Barranquilla con el mismo trabajo, al que él llamaba “el oficio más bello del mundo”. Ya estaba iniciándose la década de los cincuenta.

García Márquez tenía un amigo de la infancia, llamado Francisco Padilla García, al que sus compañeros de travesuras le decían Chin, que era un diminutivo de Pachín, que a su vez era un diminutivo de Pacho, que a su vez era un diminutivo de Francisco. Perdonen ustedes, pero Macondo es Macondo.

De modo, pues, que la vida los convirtió en amigos entrañables, aunque Gabito, que nació en Aracataca, en el departamento del Magdalena, se fue a estudiar en Zipaquirá, después en Bogotá, luego en Cartagena y ahora estaba trabajando en Barranquilla. Chin, por su lado, nació y se quedó en Magangué, la próspera ciudad llena de comercio y canoas, a orillas del río Magdalena, en el departamento de Bolívar.

Las primeras cartas

Son cuatro las cartas de García Márquez que han llegado a mis manos. Solo una de ellas está escrita en papel de bloc, que antes se llamaba “papel de cartas”, y las otras tres en papel de teletipo de periódicos, amarillo y grueso. Todas están impresas con la tipografía inconfundible de las máquinas de escribir que en aquella época resonaban en las salas de redacción.

La primera está fechada en abril 14, pero no dice el año. Es allí donde García Márquez habla de su primera obra, La hojarasca, que estaba a punto de ser publicada. En el tercer párrafo revela el conflicto que se le presentó con la famosa Editorial Losada de Buenos Aires.

“Te informo que no hay Hojarasca en la Losada”, le cuenta García Márquez a Chin. “La empresa editorial, con su prestigio y todo, fue enviada al diablo porque se permitió el abuso de insinuarme algunas modificaciones. Actualmente me estoy moviendo con el objeto de publicarla por mi cuenta, lo cual, al tiempo que no le hace perder mercado, constituirá para mí una entrada superior a la que podría proporcionarme la edición de Losada”.

Confesiones amorosas

Y luego el gran escritor, que apenas estaba dando sus primeros pasitos, le confía a su amigo los quebrantos personales que está padeciendo por cuenta del amor.
“Se me ha perdido de vista”, dice, sin mencionar el nombre de la dama. “La tengo aquí, atravesada como un venablo en la bomba circulatoria, en una terrible cosa entre tiempo y espacio, viento y marea, que no sé si sea amor o muerte. De todos modos, es algo tan tenebroso que no habrá más remedio que disolverlo en una buena pócima matrimonial, con cucharaditas suministradas tres veces al día, hasta la hora de la muerte, amén”.

Te contaré a fondo todas las pesadillas de que ha estado circundada esta sangrienta aventura de amor. Recibe el entrañable abrazo de tu amigo de siempre, GABITO

Y finaliza sus confesiones íntimas con estas palabras:

“Un día de estos que vengas por acá –pues yo, en mi condición de jefe de información de El Heraldo, en donde estoy a tus órdenes, no puedo moverme ni un instante– te contaré a fondo todas las pesadillas de que ha estado circundada esta sangrienta aventura de amor. Recibe el entrañable abrazo de tu amigo de siempre, GABITO”.

El Cocodrilo Sagrado

Varios parientes de García Márquez coinciden en contarme que la muchacha a quien se refiere es Mercedes Barcha, que era descendiente de emigrantes egipcios. Nació y vivió en Magangué, donde su padre, Demetrio Barcha, tenía una farmacia.

Gabito la conoció cuando él era un niño que acompañaba a su padre a vender medicinas naturistas de pueblo en pueblo. Años después contaba que quedó enamorado de Mercedes desde que la vio y le propuso matrimonio cuando él apenas tenía trece años. Duraron largos años de novios hasta que se casaron, por fin, en 1958. Seguirían casados, unidos y con dos hijos varones durante 56 años más, hasta el día en que murió él, en el 2014.

Bueno. Lo cierto es que después de aquella carta a Chin que acabo de mencionar, La hojarasca finalmente se publicó en Colombia en 1955. Está dedicada a ‘El Cocodrilo Sagrado’. Yo sé que hubo muchos críticos, periodistas e investigadores tratando de descifrar el misterio sobre esa persona y su extraño apodo. Era la propia Mercedes, a la que Gabito llamaba así.

El profeta del Nobel

En la siguiente carta, sin fecha, dirigida a “mi gran Chin”, García Márquez empieza por confesar que acaba de perder las llaves de su oficina y del escritorio. “He perdido las llaves de todo”, se lamenta.

Admite que ha recibido ya tres cartas suyas, “y ninguna de ellas ha sido contestada. La primera, porque me pedías una cosa imposible: que te enviara versos. El gallinazo lírico que me inspiró aquellos poemas adolescentes tiene, a estas horas, merecidamente torcido su estúpido cuello de ganso. Un gallinazo-cuello de ganso, como tú sabes, no sirve sino para poner serenatas endecasílabas junto a la ventana de los dieciséis años. Pero nada más”.

Para excusarse por no responderle sus cartas, escribe una frase que a mí me causó perplejidad y risa al mismo tiempo, porque me confirma lo que siempre he sospechado: que todo escritor genuino tiene alma de profeta, aunque sea en broma. Le dice: “Debo decirte que merezco el premio Nobel de la contestación de cartas”.

Treinta años después, García Márquez merecería el Nobel, pero no en la categoría de escribir cartas, sino en otra.

Su padre y la política

Entre sus familiares y allegados fue siempre motivo de comentarios y preocupaciones, pero en privado y discretamente, la gran discrepancia ideológica que existió entre Gabito y Eligio Gabriel, su padre. Tuvieron muchos conflictos y separaciones por esos motivos. Como bien se sabe, Gabito era de ideas que hoy llamaríamos izquierdistas, amigo personal de Fidel Castro y defensor de la Revolución cubana. Su padre, en cambio, era un conservador ardiente que hizo proselitismo y fue funcionario del Estado en varias regiones de Colombia.

En la misma carta que venimos comentando, le dice a Chin: “Con mi adversario político y padre mío, además, recibí una carta tuya, la tercera, si no estoy mal”. En otra de las cartas reconoce que desde hace seis meses no se dirige la palabra con su padre. “Por razones políticas me trata como si yo fuera su enemigo y me insulta con frecuencia”.

Y en la correspondencia venidera vuelve de modo constante a los temas del amor, los quebrantos románticos, los versos que no quiere escribir y los cuentos que sí está escribiendo.

Cuentos a $ 70

Algunos fragmentos de las cartas a Chin han sido borrados por el tiempo, hay palabras a medias y párrafos incompletos. Son cartas largas, minuciosas, ninguna tiene menos de dos páginas, y eso que la letra es chiquitica. No como los mensajes telegráficos y en abreviatura que hoy se escriben por el correo electrónico.

Entre las que me mandaron, hay una carta de 1953: “Te digo con franqueza que no estoy escribiendo versos. Más aún, te agradecería que destruyeras todos los existentes”. Y, a renglón seguido, le agrega que, “si en realidad te interesa lo que estoy haciendo, te informo, por si no lo sabes, que todos los días escribo los editoriales de El Heraldo y una sección que se llama La Jirafa”.

Pero también estaba dedicado ya a las tareas literarias: “He publicado una serie de cuentos en el suplemento dominical de El Espectador, que constituye mi mejor entrada, pues me pagan, por cada uno, una suma que en literatura colombiana debe considerarse fabulosa: setenta pesos”.

Y le queda un párrafo para hablar también de sus actividades personales: “Por lo demás, la misma vida de siempre. Un poco de bohemia, un poco de escapadas a las afueras de la ciudad, un poco de lectura de autores norteamericanos, que son los únicos que me interesan después de que me decepcioné de los piedracielistas”.

Epílogo

Y, para terminar este recorrido por las cartas de aquel muchacho periodista, hay otra, también de 1953, en la que hace a su amigo Chin confidente de estas revelaciones: “Tengo a punto de ser terminadas dos novelas: La casa y Nadie vendrá a tu entierro. Es posible que ellas aparezcan antes del mes de junio. Te reservo tres ejemplares”.

La casa y Nadie vendrá a tu entierro. Es posible que ellas aparezcan antes del mes de junio. Te reservo tres ejemplares

Asómbrense: La casa, que luego se llamaría La casa de los Buendía, es el origen de Cien años de soledad, su obra maestra, que solo se publicaría catorce años después, en 1967, para deleite, admiración y júbilo del mundo entero.

Por último, quiero dedicar estos renglones finales a darle públicamente mi agradecimiento eterno y gigantesco al señor César Amador, un escritor nacido en Corozal, que hoy queda en territorio de Sucre, y que vive en Cali hace muchos años. No lo conozco en persona, pero fue él quien tuvo la generosidad inmensa de mandarme las cartas a través de la señora Vivian.

Por allá en Cali fue donde Amador conoció a un médico llamado Néstor Padilla García, hermano de Chin, y a través de él obtuvo las cartas que ahora están en mis manos.

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