Bogotá – Colombia
No. 593
Zona Libros
Caminos divergentes
Una mirada alternativa a la
obra de Gabo
Roberto Burgos Cantor –
Compilador
Universidad Central
Bogotá, 2019
197 páginas
Por Redacción
Antes de fallecer el novelista cartagenero Roberto Burgos
Cantor tuvo la idea de realizar en la Universidad Central una cátedra anual
sobre García Márquez.
El rector, Rafael Santos, acogió con generosidad la idea y
en 2018 se realizó la primera. Un año después aparecen estos Caminos divergentes, una mirada
alternativa a la obra de García Márquez que reúne una docena de ponencias al
respecto.
Se destacan las del recién fallecido Alberto Abello. Una
inmersión en el mar Caribe, horizonte ineludible de toda la obra de García
Márquez en contrapunto con el paisaje andino, rígido y represivo Pero el Gran
Caribe se amplía en islas regadas por todo el mar y figuras históricas como sir
Francis Drake, Simón Bolívar, Juan Bosch y el poeta de Martinica que escribía
en francés, Aimé Césaire. Así se logra visualizarla compenetración vital y
cultural qué en definitiva cubre el golfo de México, el sur de Estados Unidos y
el norte de Brasil, en la voz de Jorge Amado. Allí donde el aporte negro del
africano se funde con la raíz indígena y las sucesivas olas de inmigrantes de
todo el mundo, de Francia y Holanda, de Líbano y China, en el hervor del
mestizaje.
“Asi enseña Gabo a leer y escribir" del cronista de El Espectador Nelson Fredy Padilla es un
muy valioso testimonio con pruebas del modo de trabajar y corregir de Gabo en
tiempos de la revista Cambio. Su
rigor, su confrontación de fuentes, su consulta del diccionario, su
preocupación por la gramática y la búsqueda de la palabra a la vez rigurosa y
melódica. Una cátedra magistral, sin lugar a dudas.
Ariel Castillo, a su vez, detecta muchas de las vetas populares
que alimentan la obra, como el caso de las canciones de Guillermo Buitrago, “el
toque de queda", un leitmotiv de
toda la obra marcada por esa situación política, de control y censura.
También es muy valioso en este aporte el rescate de
escritores como Antonio Bruges Carmona o José Francisco Socarrás, que
anticiparon una visión renovada de ese mundo de pueblos sumidos en el sopor del
trópico y padeciendo el drama de esas tragedias ancestrales.
Caroline Lepage, a partir del primer párrafo de El general en su laberinto, nos anuncia
la totalidad de la novela, su decrepitud y su fracaso político, en el diálogo
entre Bolívar y José Palacios. “su servidor", confidente e interlocutor.
Lisandro Duque se refiere el cine de Gabo, y se precisan en otros
trabajos la génesis de La langosta azul,
donde un agente secreto rastrea la radiactividad de unas langostas. Un ensayo
de Alessandro Secomandi sobre Cepeda Samudio y el rescate editorial de su obra
cierra este útil y variado volumen.
** ** **
INFOBAE
Buenos
Aires – Argentina
2 de
julio de 2019
Cultura
Xavi
Ayén: "Vargas Llosa
siempre fue cercano;
García Márquez
parecía estar en lo alto
de una montaña, en un castillo
y rodeado de soldados"
siempre fue cercano;
García Márquez
parecía estar en lo alto
de una montaña, en un castillo
y rodeado de soldados"
Infobae
Cultura dialogó con el autor de "Aquellos años del boom", el libro
que refleja la historia de cómo los dos Nobel de literatura, Cortázar y otros
autores "pusieron a América Latina en el mapa", bajo el comando de la
agente literaria catalana Carmen Balcells. "Estos escritores abolieron las
fronteras nacionales", dijo
Por
Guillermo E. Pintos
La agente literaria Carmen Balcells posa sonriente con
García Márquez, Jorge Edwards, Vargas Llosa, José Donoso y el guionista español
Ricardo Muñoz Suay. Faltan Julio Cortázar y Carlos Fuentes
"La historia de un grupo de amigos que cambió la
literatura para siempre" suena perfecto y tentador para sumergirse en
ella. En verdad es mucho más que eso. Se trata de una extensa investigación
periodística que involucra profundas entrevistas con varios de los
protagonistas, más de 300 fuentes consultadas y una depurada, obsesiva
recopilación de datos que confluyen en Aquellos años del boom. García Márquez,
Vargas Llosa y el grupo de amigos que cambió todo. Escrito por el periodista
cultural catalán Xavi Ayén -redactor del diario La Vanguardia de Barcelona-, el
libro ganó el premio Gaziel de Biografías y Memorias en 2013 y ahora tiene una
segunda edición (Debate) que incluye declaraciones que la súper agente y DT de
la selección del boom Carmen Balcells pidió no hacer públicas antes de su
muerte (ocurrida en septiembre de 2015) y nuevos testimonios que contribuyen a
retratar en detalle el fenómeno que, no solo en cifras de ventas, conmovió el
universo cultural de Occidente.
Finalmente
parece haber coincidencia en afirmar que la palabra "boom" surgió de
un texto del chileno Luis Harss ¿Cómo podría explicar el origen del término que
terminó definiendo a este fenómeno?
Este es un tema sobre el que había bastante confusión pero
ahora está claro que "boom" se utilizó por primera vez en la revista
Primera Plana, en agosto de 1966, y que lo utilizó precisamente Luis Harss.
Para aclarar su significado añadió entre paréntesis: "Auge". Harss
tomó el término de unos reportajes en los que se referían al boom económico de
Italia y decidió aplicarlo a la literatura. En un congreso, el crítico
Rodríguez Monegal reconoció públicamente que Harss era el padre del concepto. A
mí parece apropiado, como si hubiera sido un big bang a partir del cuál se creó
el universo que ahora habitamos. Estos escritores abolieron las fronteras
nacionales y posibilitaron que sus obras fueran publicadas en muchos países a
la vez. Así se multiplicó la cantidad de lectores en español en todo el mundo.
Hoy es habitual, pero antes cuando se citaba a los grandes escritores vivos del
momento se hablaba de europeos y estadounidenses. Ellos pusieron a América
Latina en el mapa.
–El
término define no solo a un grupo de escritores, sino a un fenómeno editorial.
–Sí, es un término que cuaja, en parte, porque el boom ya
había comenzado cuando se acuñó. Harss habló por primera vez del boom cuando
faltaba un año para que Cien años de soledad -la novela que generó todo- se
publicase en 1967. Muchas de las grandes obras del boom, desde Rayuela a La
ciudad y los perros, nacieron sin que el movimiento hubiera sido bautizado
todavía.
Durante los años 60 y principios de los 70 sucedió esta
revolución que comenzó de manera más o menos silenciosa en Buenos Aires con la
primera edición de Cien años de soledad, y que sirvió de marco para la
publicación de algunas de las novelas capitales de la literatura
hispanoparlante en el siglo XX – y de la cual emergieron los premios Nobel de
literatura Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. En paralelo, cambiaron
las reglas del negocio editorial para siempre. "Carmen Balcells creó el
oficio en España. Cambió las normas de los contratos, poniéndoles límite
temporal y geográfico, y se convirtió en una especie de madre para los
escritores, con los que tuvo una enorme intimidad", afirma Ayén.
El papel de Carmen Balcells es, a lo largo del libro,
"determinante". Aunque su autor aclara que "cuando ella empezó a
trabajar con los autores la ola ya existía". Para Ayén "lo que hizo
Balcells fue subirse y dirigir esa ola. Ningún agente, y Carmen tampoco, podía
conseguir que comiencen a comprarse masivamente determinadas novelas. Fue
necesaria una confluencia de elementos y lo que consiguió ella fue que los
escritores se ganaran la vida escribiendo, algo que hoy no es nada fácil.
Balcells creía que la escritura no es un hobby y puso a los escritores a
trabajar profesionalmente, liberandolos de todas las cargas incluso las
familiares. Se ocupó de que no les faltase de nada, de que tuvieran cinta para
la máquina de escribir, la escuela para los hijos, médicos, una casa donde
vivir… Cuando no tenían dinero, se lo adelantaba".
La foto de tapa del libro es emblemática al respecto:
rodeada de "sus muchachos" y con un objeto esférico en sus manos (¿el
mundo?), la agente literaria Carmen Balcells posa sonriente con García Márquez,
Jorge Edwards, Vargas Llosa, José Donoso y el guionista español Ricardo Muñoz
Suay. Faltan Julio Cortázar y Carlos Fuentes (que deberían reemplazar a Edwards
y Muñoz Suay), y allí estaría formado el dream team del boom. "Apoyaban a
la revolución cubana, vivían en Barcelona o bien realizaban visitas periódicas
a la ciudad (Cortázar por ejemplo)", enumera como características afines
al grupo.
¿Cuáles serían, a su entender, otros rasgos característicos comunes del grupo?
Es un tema delicado porque cuando hablamos de otros
movimientos artísticos-literarios lo que une es una estética común, no sé… Los
surrealistas, los románticos por ejemplo. En cambio éstos no tienen una
estética común aunque actúan como colectivo. Vargas Llosa no es realismo
mágico, pero sí hay un rasgo común definitorio y todos lo creían a ciegas: una
idea trascendente de la novela. La novela era aquello capaz de expresar la
verdad profunda de la existencia humana y no había nada superior a eso. No hay
poetas, es narrativo. Un novelista estaba calificado para hablar de los grandes
temas de la humanidad. Pero claro, cada uno aplica esa idea de una forma muy
distinta, y por eso a la larga hubo peleas.
Le
propongo un juego. Pensemos a los escritores del boom como Los Beatles: tenemos
a Lennon y Mc Cartney (García Márquez y Vargas Llosa), Cortázar -el que no
vivía en Barcelona ni era representado por Balcells- como Harrison, y Fuentes
-el más simpático y seductor de la banda- como Ringo Starr. Pero hay un
"quinto" beatle que no llegó al cielo de la masividad ni los
millones, un Pete Best: José Donoso. ¿Coincide?
(Risas). Donoso es el quinto beatle, efectivamente… Les
dio conciencia de grupo y escribió un libro maravilloso que retrató el fenómeno
(N. de la R: Historia personal del boom). Él no tuvo el éxito comercial de los
otros, algunos amigos bromeaban con él diciéndole que había escrito el libro
para asegurarse que, cuando hubieran pasado los años, la gente supiera que él
había estado ahí. Aparte de sus problemas de salud, él veía cómo iban
triunfando comercialmente todos sus compañeros y, cuando Balcells le dijo que
había conseguido una traducción de una de sus obras, se alegró mucho.
"¡Qué bien! Podré cambiarme de casa!" cuentan que exclamó. Balcells,
sin embargo, no tardó en contestarle: "Nada, nada, solo te llega para una
nueva máquina de escribir". Donoso vivió muy mal esta ausencia de éxito.
Obviamente hay centralidad en su libro para Vargas Llosa y García Márquez, su
amistad, sus desencuentros sobre Cuba, su famosa pelea a las trompadas…
Bueno siguiendo el juego diría que Patricia Llosa fue Yoko
Ono, la que los separó. No me extraña que se hubieran hecho amigos, los dos
compartían la misma pasión por la novela (aunque cada uno a su manera). También
compartieron el compromiso político con la izquierda, e incluso Vargas Llosa en
algún momento le reprochó a Gabo ser "un poco tibio". Pero su
carácter era radicalmente diferente: los entrevisté a ambos y mis experiencias
no pudieron ser más distintas. Vargas Llosa siempre fue, al menos conmigo,
abierto, cercano y bien dispuesto. García Márquez más bien parecía estar en lo
alto de una montaña, en un castillo y rodeado de soldados. Sin embargo, debo
decir que una vez que me concedió una entrevista fue también muy amable y
colaborador, y sin límite de tiempo.
En
el libro usted cita a Carmen Balcells que los definió como "el mejor
alumno de la clase" (Vargas Llosa) y "un genio" (García
Márquez).
Es así, aunque ella se enfadaba porque enseguida quería
aclarar que cuando decía que Gabo era un "genio" no quería decir que
fuera mejor… A García Márquez y lo he visto así, le ponías un micrófono delante
y temblaba, dudaba qué decir. Vargas Llosa es magistral en su oratoria y en
cómo expone su inmenso conocimiento. Lo he visto dando clase en Princeton sobre
Borges y, hombre, fue el mayor espectáculo que haya visto en mi vida.
Magistral, propio de un completísimo intelectual.
Hay
una interesante historia sobre él y el momento en que ganó el Premio Nobel, del
que usted participó como observador ¿Podría contarla?
Era 2010 y yo no sabía cómo terminar el libro. Le pedí una
entrevista y me invitó a presenciar unos ensayos de una obra de teatro que él
dirigía, que protagonizaba Aitana Sánchez Gijón… Allí estuve durante tres días.
La tarde anterior al anuncio del Nobel, le pedí me prometiera que si se lo
daban a él, me permitiera estar en su casa durante esa mañana. Él me respondió
"Ya estoy viejo para eso, no me lo van a dar…" Pero aceptó. Bueno, lo
cierto es que al día siguiente sucedió, lo llamé y me recibió. Llegué a la
puerta de su edificio, en donde ya estaban todas las cadenas de televisión del
mundo, guardé discretamente mi libreta de anotaciones y me anuncié en
recepción. Me hicieron pasar y ahí estuve. Mientras se sucedían los llamados de
personajes relevantes de todo el mundo y su familia festejaba, yo pasaba como
silencioso testigo. De vez en cuando, el hombre sentía tanta euforia por lo que
estaba sucediendo que emitía un grito muy agudo, casi un alarido… Mira, hace
poco vi la película de Glenn Close y Jonathan Pryce (N. de la R: La esposa) y
se acerca bastante a eso que viví esa mañana en el departamento de Vargas Llosa
en Manhattan. A él lo único que le preocupaba realmente era la vanidad que
podía invadirlo. "Es una enemiga muy poderosa y temida por mí", me
dijo.
** ** **
EL TIEMPO
Bogotá
– Colombia
9 de
agosto de 2019
Columna
de opinión
Gabo
y Netflix
“Mientras
yo esté vivo, Cien años no se filma;
ni
siquiera Kurosawa, que ya la empezó”.
Por
Salvo Basile
Cuando supe de buena fuente que Netflix había adquirido los
derechos de Cien años de soledad, experimenté una sensación terrible de
desasosiego que las viejas cartageneras bautizan ‘muerte chiquita’. Sí, porque
yo había asistido hace 30 años a un tête à tête de Sergio Leone y Gabriel
García Márquez, y mientras Leone le suplicaba a Gabo que le concediera los
derechos de su obra más preciada, Gabo salió con una de sus frases lapidarias:
“Mientras yo esté vivo, Cien años no
se filma; ni siquiera Kurosawa, que ya la empezó”.
Estaba yo de asistente de dirección de Leone en la película
Érase una vez en América y Gabo, que se hallaba de paso por Roma, me llamó
desde la zapatería más elegante de Via Veneto. Y ese fue mi momento de gloria,
porque todo Cinecittá supo, por las operadoras chismosas, que García Márquez
había llamado a Salvo Basile.
Mientras yo hablaba con Gabo, Sergio Leone, mi gran jefe y
maestro, me hizo seña de invitarlo a comer. Gabo me dijo que lo consultaría con
Mercedes, que afortunadamente al final dio su placet y organizamos una mesa
estelar que se volvió todavía más estelar cuando llegó el personaje más
rutilante, que ahora les cuento.
La mesa estaba compuesta por Gabo, la Gaba, Robert de Niro,
Dalila di Lazzaro, Sergio Leone, Salvo Basile y una pareja venezolana familiar
de Carlos Andrés Pérez. El resultado fue un acto de comedia a la italiana,
porque así sonaba: Gabo chapuceando un italiano aprendido en el Centro
Sperimentale de Cinematografia, Robert de Niro se expresaba en un italiano de
mafioso de Little Italy y Sergio Leone, un idioma de cowboy; pero lo único que
sobresalía era la ‘jeremiades’ de Sergio pidiendo, y la testarudez de Gabito
que no aflojó ni siquiera cuando me pareció oír una suma estratosférica, en
esos años estrafalaria: algo como 700.000 dólares. Una barbaridad en los años
80.
Y a todo esto hay que sumarle la llegada de la verdadera
estrella de la noche: Muhammad Ali, en todo su esplendor y ya con comienzos de
párkinson. De esa noche, hay una foto memorable que Gabo atesoraba en su
estudio. Los hijos de Gabo, especialmente Rodrigo, siempre me preguntan: ¿y por
qué no estás en la foto? Y siempre respondo: ¿Y quién crees que la tomó?
Mi desasosiego se debe a que conociendo a Rodrigo García
Barcha, que ni él ni Gonzalo se meterán en la realización de la serie, tal como
Gabo no se metió ni en Crónica de una muerte anunciada ni en El amor en los
tiempos del cólera. Y ojalá se hubiera metido.
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EL HERALDO
Barranquilla
– Colombia
17 de
mayo de 2019
Sobre el libro La cueva
Columna
de Opinión
El
Escalona del grupo
Por
Heriberto Fiorillo
Roberto Prieto era pianista, Orlando Rivera gran bailarín,
Gabriel García Márquez cantante y tocador de dulzaina, Germán Vargas le jalaba
también al canto, pero el único músico idóneo del emblemático grupo de
Barranquilla fue Rafael Escalona, quien se conoció con Gabo el 23 de marzo de
1950.
Lo escribí en mi libro La Cueva, crónica del Grupo de
Barranquilla, pero con mucho gusto lo repito:
Escalona había llegado esa vez a Barranquilla con el fin de
comprar repuestos de maquinaria para trasladar a Valledupar, pero su motivo
ulterior era conocer a García Márquez, el escritor y columnista que, a juicio
de su amigo Manuel Zapata Olivella, cantaba al pie de la letra todas sus
canciones.
“Está en EL HERALDO”, le había dicho. Y allá lo llamó el
compositor.
“No me fue difícil reconocer –dijo Gabo– al otro extremo de
la línea, la misma voz discreta, mesurada, que tantas noches de buena fiesta he
admirado en la letra y en la música de El Trajecito, El Cazador, El Bachiller y
en otras canciones nuestras incorporadas al patrimonio popular”.
Pero cuando lo citó y lo encontró en el Café Roma, fue
Gabito quien tarareó El Hambre del Liceo, una canción de Escalona que el
escritor cataquero identificaba con sus penurias de Zipaquirá.
Pocas horas después, Escalona le hablaba de su gente y de
aquella novia inolvidable a quien una tarde le pidió, con palabras de música,
que se pusiera el mismo traje, ese que tiene flores pintadas, dos mariposas y
un pajarito...
Cosas como las que Escalona cantaba, eran las que Gabo
quería escribir. “Creo que más que cualquier libro –reflexiona García Márquez–
lo que me abrió los ojos fue la música, los cantos vallenatos. Me llamaba la
atención, sobre todo, la forma como ellos contaban, como se relataba un hecho,
una historia”.
Los dos amigos se siguieron viendo, cada vez que Escalona
venía a Barranquilla, en el mismo lugar, y fue así como el compositor se volvió
miembro esporádico del grupo al que pertenecía el escritor de Aracataca. “A
veces aparecía Escalona –contó Germán Vargas– y nos íbamos al Café Roma, y era
él quien nos cantaba en tono muy bajo las últimas canciones que había compuesto
y Gabito se las aprendía enseguida”.
Alfonso Fuenmayor, que solía describir a Rafael Escalona
como el más vanidoso de los hombres, sostuvo que el compositor había creado sin
duda una música perdurable, en la que alentaba el alma de su pueblo.
“A Escalona –comentó Fuenmayor– le gustaba oír cantar a
Gabito, con su cara de cantante mexicano”.
De diciembre de 1952 a marzo del 53, Gabito estuvo vendiendo
enciclopedias y libros de medicina por la provincia de Valledupar, donde vivió
una larga temporada con Escalona, Nereo y Manuel Zapata Olivella. El escritor
aprovechó para tomar notas que le ayudarían en la escritura de sus libros.
“Estudiábamos a fondo el vallenato. Escalona me ayudó mucho. Yo asistí al parto
de muchos de sus cantos. Componía seguido. Uno detrás de otro”. (Continuará).
** ** **
EL HERALDO
Barranquilla
– Colombia
24 de
mayo de 2019
Sobre el libro La cueva
Columna
de Opinión
El
Escalona del grupo II
Como decíamos, en aquellos años cincuenta, Gabo vendía
libros de medicina y enciclopedias por el Valle de Upar. Manuel Zapata
Olivella, que lo veía con frecuencia, recordó su “obsesión por olerlo todo: las
ciruelas jobas, las almojábanas, los sancochos de chivo y las parrandas de
acordeón”.
Escalona contó que “Gabito comía huevo de iguana y arepa
criolla, y le gustaban las salamandras y las lagartijas como los bellolíes y
los arcoíris”. Que a él le pedía caracoles, caballitos del diablo, animalitos
extraños. “Cazaba chicharras que amarraba y hacía mover sobre su cabeza, hasta
que un día una le metió las alas en un ojo y duró un mes poniéndose pañitos
calientes de agua de sal y de manzanilla”.
Gabo discutía con Escalona sobre la existencia de Francisco
el Hombre. Gabo sostenía que aquel no había existido. Escalona que sí, que se
llamaba Francisco Enrique Moscote Daza y que era de la provincia de Padilla y
Valledupar. Gabo y Escalona se lo preguntaban todo y el compositor colmaba a su
amigo de regalos: peinillas, jabón de Reuter, pañuelos morados, lentes de
fantasía y zapatos Faitala.
“Cuando Escalona compuso ‘La vieja Sara’ –recuerda García
Márquez– estábamos en una parranda. Rafael no alcanzó a terminar la canción
porque se la silbó a un acordeonero que estaba por ahí. El tipo agarró música y
letra de una sola oída. Fue viernes o sábado de carnaval. Cuando la parranda
terminó, Escalona, que iba de Villanueva para Valledupar tuvo un accidente, una
cosa leve, pero que lo obligó a suspender la parranda de carnavales. El tipo a
quien él le silbó la canción empezó a regarla y fue el éxito de las fiestas en
toda la provincia. Cuando Rafa se levantó, ya la canción se le había ido de las
manos, ya no tenía control sobre ella, ya estaba en todas partes y él, que
trató de efectuarle algunas correcciones, no pudo hacerlo porque los acordeoneros
no le paraban bolas sino a la versión inicial”.
Gabo supo bien cuánto hubo de vallenato en su saga literaria
y cuánto de forma, ritmo y contenido pusieron la letra y la música de acordeón
en sus cuentos y novelas. Sobre las dotes narrativas del más grande compositor
vallenato dijo alguna vez su amigo común, Álvaro Cepeda Samudio:
“Escalona, el gran romancero de este tiempo, relata en sus
cantos la geografía de su región; nombra su topografía, anota sus ríos, enumera
sus municipios, indica el modo de viajar de un sitio a otro, cataloga su fauna,
determina sus cultivos, establece sus orígenes históricos, cuenta su vida
diaria, exalta las realizaciones de sus hombres y se burla de sus necedades;
amorosa e indiscretamente, ventila en público su vida pasional y puebla sus
valles y montañas de los personajes que habrán de perpetuarlo”.
¿Acaso no hace lo mismo un escritor de novelas? En
Barranquilla, Gabo se dio cuenta de que tenía que irse por el Magdalena hasta
La Guajira. “El camino contrario al recorrido por mi familia. El viaje de
regreso. El viaje a la semilla”. (Continuará).
** ** **
EL HERALDO
Barranquilla
– Colombia
24 de
mayo de 2019
Sobre el libro La cueva
Columna
de Opinión
El Escalona del
grupo (III)
En
marzo de 1966, en plena escritura de Cien años de soledad, García Márquez se dio
un respiro y viajó desde México al Festival de Cine de Cartagena, acompañando
la película en blanco y negro Tiempo de morir, escrita por él con Carlos
Fuentes y dirigida por Arturo Ripstein. (Jorge Alí Triana realizaría la versión
a colores de esa historia casi 20 años después).
“Tenía
siete años de no venir a Colombia -recordaba Gabito-. Entonces Escalona me
visitó y yo le pregunté qué se había hecho en el país, en materia de
vallenatos, durante aquellos años. Me dijo que muchas cosas y me invitó a
Aracataca para que oyera a los conjuntos que él pudiera convocar en toda la
provincia”. Gloria Pachón, que estaba con ellos en esa ocasión, escribió una
nota para El Tiempo, titulada Festival vallenato en Aracataca.
“Cuando
llegamos -dijo Gabito- mi pueblo estaba lleno de acordeones. Ese día oímos
vallenato en cantidad”.
Él
había viajado de Cartagena a Barranquilla y de allí enrumbado a Aracataca en el
Land Rover de su compinche Álvaro Cepeda Samudio. También fueron Kike Scopell, Germán
Vargas y Alfonso Fuenmayor. El pretexto de García Márquez era reunir en su
tierra lo mejor del folclor para intentar llevarlo en corto tiempo al celuloide
mexicano en el que él ya trabajaba. “Macondo está casi igual –fue lo primero
que dijo Gabito al llegar a Aracataca–. Los almendros polvorientos siguen allí.
Las casas de madera circundan la plaza”.
Esa
tarde de marzo, Escalona llegó tarde. “Recuerdo –añadió Gabito– que Armando
Zabaleta no fue invitado pero se presentó con su conjunto y, como siempre,
echándole vainas a Escalona. (…) Así empezaron los festivales vallenatos”.
Gabito,
por su parte, había escuchado música de acordeón desde su infancia, había
aprendido a cantar con sentimiento los vallenatos de Escalona y había escrito
sobre todo ello, desde una columna del 22 de mayo de 1948 en El Universal de
Cartagena. En alguna Jirafa de marzo de 1950, en EL HERALDO de Barranquilla,
diría: “No hay una sola letra en los vallenatos que no corresponda a un
episodio cierto de la vida real, a una experiencia del autor. Un juglar del río
Cesar no canta porque sí ni cuando se le viene en gana, sino cuando siente el
apremio de hacerlo después de haber sido estimulado por un hecho real.
Exactamente como el verdadero poeta, exactamente como los juglares de la mejor
estirpe medieval”.
Del
buen vallenato pues, Gabito lo supo todo sobre su música y las historias que
narraba. Conoció a los legendarios compositores, cultivó una bella amistad con
el más grande y escuchó a sus mejores intérpretes. Cantó como uno de ellos las
canciones que le llegaron al alma, las aprendió a tocar en dulzaina y memorizó
las tonadas que le arrugaron el sentimiento. Sólo le faltaba componer una pieza
y lo hizo: un vallenato de 500 páginas. Cuando uno sabe esto entiende por qué
es Rafael Escalona la persona que Gabito más admiró en su vida. El creador que
siempre quiso ser.
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