Bogotá – Colombia
24 de junio de 2019
Cuando el
dirigente conservador Álvaro Gómez Hurtado
estaba
secuestrado,
el entonces expresidente Belisario Betancur realizó
contactos con el gobierno de Cuba y envió a la isla a
su amigo
Guillermo Angulo, fotógrafo y humanista.
En este texto, 33 años después, el “Maestro” revela apartes
del diario íntimo que le entregó a Belisario sobre
su misión.
Un secuestro
Por Guillermo Angulo
Este
es el extracto de una especie diario inédito que cuenta una misión personal,
que Belisario Betancur me encomendó cuando Álvaro Gómez Hurtado fue
secuestrado.
Existe
la falsa impresión de que Betancur y Gómez Hurtado eran enemigos. Al contrario:
eran muy buenos amigos y Belisario le tenía gran admiración. En ocasiones
fueron contendores políticos, pero eso es otra cosa.
El
original fue escrito en Cuba y los comentarios –de ahora– van en itálicas y
entre paréntesis cuadrados.
Viernes 10 de junio de 1988, Bogotá
Desayuno
en casa de Belisario Betancur, quien me pregunta si estoy dispuesto a
trasladarme inmediatamente a Cuba, para comprobar quién tiene detenido a Álvaro
Gómez Hurtado, pedir al grupo que lo tenga que garanticen su vida y tratar de
gestionar su liberación. Sin dudarlo le digo que sí, agregando: «¿Pero si tú ya
hablaste con Fidel, para qué quieres mandarle un embajador personal?» «Para que
vea que yo estoy de verdad muy interesado. Y tú amistad con Gabo será de gran
utilidad».
Sábado 11 de junio. La Habana
Llego
a La Habana a las dos de la mañana y en el aeropuerto me están esperando
Gabriel García Márquez, Carmen Balcells y Alessandro, mi hijo, que está
haciendo un curso de guiones en la escuela de San Antonio de los Baños.
Ese
mismo sábado Gabo me invita a una ceremonia de condecoración a Juan Bosch, en
el Palacio de la Revolución, donde me presenta a Fidel Castro, rodeado de
personas que lo querían conocer. Una venezolana le pide un pelo de su barba y
él le dice: «Sí, pero yo mismo me lo arranco». Había algo de fervor religioso
en esa petición y en el deseo de muchas personas de simplemente estar cerca o
tocarlo.
Luego,
pasamos con Gabo a un buffet y ahí me presenta a Manuel «Barba Roja» Piñeiro,
un cubano simpático y abierto, jefe del Departamento de Latinoamérica y experto
en todos nuestros vericuetos, políticos y económicos.
Estamos
de acuerdo en dos puntos obvios: que hay que saber con certeza qué grupo tiene
a Álvaro Gómez, contactarlo y pedirle que le respeten la vida.
Fidel
se acerca y me dice que él se va con Gabo a su casa y allá nos vemos. Gabo
sugiere que localicen a Antonio Navarro y el Comandante inmediatamente le
ordena a Piñeiro que lo invite, de parte suya, a venir a Cuba.
[Después
Gabo me contó que Fidel lo había llamado aparte y le había preguntado: «¿Qué
tan de confiar es Angulo? Porque conocerá muchos de nuestros secretos». A lo
que Gabo le contestó en costeño: «Está bajado en mi casa».]
Domingo 12 de junio
Como
a eso de las 12:30 Fidel lleva aparte a Piñeiro, conversan un rato a solas y
luego nos invitan, a Gabo y a mí, a reunirnos con ellos. Luego, Gabo llama a
Belisario y le informa de lo que va pasando.
INTERLUDIO
[Acompaño
a mi hijo Alessandro a ver unas compañeras de la escuela de cine. Cuando
llegamos tres de ellas están leyendo el tarot. Y Alessandro comenta sonriente:
«Dicen que todos los cubanos saben leer y escribir. Pero ustedes lo que saben
leer es el tarot». A pesar de mi escepticismo sobre los métodos de adivinación,
por puro pasatiempo le pido a una de las jóvenes que le pregunte al tarot lo
siguiente: «¿Está vivo, o muerto?». Va poniendo las cartas, una a una, con
parsimonia, y veo con horror a un hombre colgado de un pie. La tarotera me
dice: «Está vivo, pero inmovilizado». Quedé completamente sorprendido, y es
obvio decir que estas bellas cubanas (al contrario de Piñeiro) no saben nada de
lo que estaba pasando en Colombia, ni el motivo de mi visita.
Otra
vez, en la noche llega a la casa de Gabo el Comandante, y nos hace una amplia
disertación sobre diversos temas: desde la nueva apertura al turismo
internacional hasta cómo cocinar un bacalao.
LUNES 13 DE JUNIO
Voy
a la Fundación de Cine y Gabo me invita a participar en una sesión de sus
famosos talleres. Ahí recibo una llamada de Belisario, quien me lee un
comunicado del M-19, dado a conocer en Panamá, en el que reconocen tener en su
poder a Álvaro Gómez Hurtado.
Por
la noche, poco antes de las doce, llega Fidel, quien se ha interesado
sobremanera en el asunto y ha estado viniendo y comunicándose con nosotros
todos los días, a pesar de estar padeciendo un molesto resfriado. Nos dice:
«Las cosas van por el lado positivo. Creo en la autenticidad del comunicado del
M-19 y en él no dan indicios de que no quieran respetarle la vida. Sería
absurdo que un grupo político dijera: «Lo tenemos, para luego matarlo. Sería,
además de cruel, impolítico».
[En
una conversación privada con Fidel, nos dijo –a Gabo y a mí–, que él estaba en
desacuerdo con el secuestro: «Lo hicimos una sola vez, pero no por dinero sino
por publicidad. Batista gobernaba y Juan Manuel Fangio había venido a competir
en el Gran Premio de Cuba, que tenía lugar en el Malecón. Lo secuestramos con
fines propagandísticos y el Gobierno decidió que, de todas maneras, se hacia la
carrera. Pero la publicidad mundial fue para nosotros y el secuestro. Terminada
la carrera lo regresamos indemne y tuvimos aún más publicidad. Luego Fangio
regresó varias veces a Cuba y siempre nos buscaba».]
Martes 14 de junio
En
la tarde llega Piñeiro y nos confirma que llegó Navarro y confirmó que el
comunicado es auténtico. Tienen a Álvaro Gómez y han dado seguridades de que la
vida del prisionero no está corriendo ningún peligro. [No se sabe por qué todos
los guerrilleros rehúyen usar la palabra ‘secuestrado’]. Que el mismo Gómez
Hurtado es consciente de que la solución puede ser larga y ha decidido ponerse
a estudiar economía.
Hablo
en la noche con Belisario y le hago llegar el resumen de lo ocurrido,
incluyendo las seguridades que ofrece el M-19 de conservarle la vida.
Miércoles 15 de junio
A
las 4:30 de la tarde pasa el Comandante por la casa buscando a Gabo, que había
salido a ver a Navarro. Se queda un rato, va hasta la nevera de la cocina, saca
un whisky de una sola malta, me ofrece (le cambio la oferta por un vaso de
vino) y se sirve apenas dos dedos. Nos sentamos a conversar y al final me
pregunta si he tenido alguna nueva noticia. Y agrego que, después de la
intervención suya y lo dicho por Navarro, considero terminada mi misión. Me da
la mano y me dice sonriendo: «Antes nos tenemos que comer el bacalao que trajo
Carmen».
Más
tarde me telefonea Gabo y me dice que Navarro me quiere ver. Voy a casa de
Piñeiro y hablo a solas con Navarro (a quien no conocía). Me recibe muy bien y
me trata de ‘Maestro’ y conversamos como si fuéramos viejos amigos. Me confirmó
lo sabido sobre el secuestro, agregando algunas precisiones: «Está en perfecto estado
de salud. En ningún momento fue herido o lastimado. En el momento del secuestro
hizo repulsa, pero al saber que eran del M-19 se tranquilizó, y no opuso más
resistencia. Se encuentra bien de ánimo, estudiando, porque piensa que la cosa
puede durar». Agrega que ellos le garantizan la vida, dentro de la normalidad.
Si los atacan, puede que en la balacera ocurra algún accidente o que de pronto
las mismas Fuerzas Armadas puedan tener interés en matar a Álvaro Gómez, para
achacarles a ellos su muerte.
Recomienda
que el Gobierno suspenda por completo su búsqueda. Dice que está perfectamente
vigilado por un comando élite, bien entrenado y adecuadamente armado; con alta
capacidad de combate, y dispuesto a resistir y repeler el más fuerte ataque. Y
puntualiza: «El encargado de todo el operativo es Carlos Pizarro. Con él debe
hablar el Gobierno, y ellos saben cómo contactarlo».
Jueves 16 de junio
El
Comandante llega puntual al almuerzo de despedida en casa de los Gabos. Vamos a
comer el tan esperado bacalao. Como el Comandante, antes de pasar a la mesa,
insiste en darle a Mercedes las instrucciones precisas para la preparación del
bacalao, Mercedes le dice con cariño y firmeza, mientras sonríe: «Vea,
Comandante: usted manda en la Isla, pero en mi cocina mando yo; y voy a hacer
el bacalao a mi manera». ¡Y qué buena resultó la manera de la Gaba!
A
la mesa estábamos Gabo, el Comandante, Mercedes, Piñeiro y yo. (Carmen Balcells
había regresado a Barcelona). Mientras almorzábamos, Fidel hace un resumen de
lo que hemos hablado en los días anteriores. Al terminar, aprovecho para darle
las gracias, en nombre del Belisario Betancur y el mío, por toda la atención
prestada a nuestras peticiones. No trascurrió un solo día sin que Fidel no
hubiera llamado –o aparecido–, por la casa de los Gabos, enterándonos, o
inquiriendo, sobre el desarrollo de los acontecimientos.
En
medio del almuerzo, Fidel aborda uno de sus temas favoritos: la deuda externa y
me dice: «Angulo: ¿Cuánto tiempo se demoraría un solo hombre (trabajando sólo
ocho horas diarias y, naturalmente, descansando sábado y domingo), para contar
a mano, en billetes de a dólar, la totalidad de la deuda externa de
Latinoamérica?»
Al
no tener ni idea del monto de la deuda externa, aventuro al azar un lapso que
me pareció exagerado: «Treinta años, Comandante».
Y
Fidel, con una sonrisa triunfal, me rectifica: «Once mil años. Hace una pausa
dramática antes de agregar: ¡Y una deuda que no se puede contar, no se puede
pagar!»
Antes
de retirase, Fidel se despide de mí con un fuerte y cálido abrazo, mientras me
dice: «Angulo: Dígale a Belisario que yo sigo esperándolo y disponible, para lo
que se le pueda ocurrir».
EPILOGO
A
mi regreso a Colombia, pasó lo siguiente:
Fuimos
a visitar a la familia de Álvaro Gómez y Belisario los enteró de los buenos resultados
de nuestra gestión.
[Yo
conocía a Mauricio «el Godo» Gómez. Por cierto, la primera vez que almorcé con
los dos, le dije a Álvaro: Yo a su hijo lo llamo ‘Godo’. Y se lo cuento para
que, cuando oiga el nombre, no volteen a ver los dos. Se rio y quedó roto el
hielo].
Belisario
le comunicó nuestra gestión al presidente Barco y al ministro de Gobierno de
ese entonces, César Gaviria Trujillo, quien insistió en ir a entrevistarme a mi
apartamento.
Otro
que quiso enterarse de primera mano de lo sucedido, fue Carlos Ardila Lülle.
Nos mandó su avión privado para que fuéramos a almorzar a Medellín, Belisario,
Bernardo Ramírez y yo.
Durante
el almuerzo, le conté lo de la deuda externa. Ardila, que es un genio de las
matemáticas, con una computadora en la cabeza, se paró, dio una vuelta
caminando torpemente apoyado en sus bastones, y regresó diciéndonos: «Fidel
está equivocado. No son once mil años». [Claro, pensé yo; no pueden ser más de
treinta]. Son veintidós mil años —continuó Ardila Lülle exultante—. Él está
haciendo el cálculo contando de a tres dólares por segundo; y, a mano, no se
pueden contar más de u
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CULTO
Santiago de Chile
5 de julio de 2019
La chilena que
pintó
el amor en
tiempos de
Gabriel García
Márquez
Por Alejandro Jofré
Luisa
Rivera se llama la ilustradora que pintó en tonos cálidos y casi otoñales la
última edición de El amor en los tiempos del cólera, un romance narrado con la
habilidad del Nobel colombiano y titulado como un tratado médico por la
conclusión a la que había llegado su autor: los síntomas del cólera son iguales
a los síntomas del amor. Acá habla sobre su trabajo gráfico y la serie de Cien
años de soledad, basada en otra novela que también ilustró.
Publicada
originalmente en 1985 —a la sombra de la alabada y sorprendente Cien años de
soledad—, El amor en los tiempos del cólera cuenta las peripecias de dos
personajes, Florentino Ariza y Fermina Daza. Desde muy joven, él se enamora de
ella, pero no todo sale como imagina. Las complicaciones de la vida misma y el
matrimonio de ella con el doctor Juvenal Urbino, terminan por volverlo una
especie de “Quijote caribeño”.
En
una de esas vueltas de la vida, Florentino, el personaje de Gabriel García
Márquez, le promete un amor eterno, contradictorio e imponente a Fermina, en un
modelo de amor atávico y cercano.
“Trabajar con esta obra también implicaba
entrar en su mundo personal”, comenta Rivera.
“La
historia está basada en la experiencia de sus propios padres, Gabriel y Luisa
Santiaga, así que fue maravilloso investigar ese contexto”, subraya.
Gabriel
García Márquez pensaba que todo había nacido de la nostalgia y que “el amor se
hace más grande y noble en los tiempos de peste”.
“Tuve
una infancia extraordinaria rodeado de personas de una gran imaginación y
cargadas de supersticiones”, justificó alguna vez su autor entrevistado para la
promoción de la novela.
Allí
habló de su abuela, la mujer que le contaba por las noches, de la manera más
natural posible, cosas que lo aterraban.
Su
autor contaba que El amor en los tiempos del cólera “es la historia de un
hombre y una mujer que se aman desesperadamente y que no pueden casarse a los
20 años porque son demasiado jóvenes, y no pueden tampoco casarse a los 80,
después de todas las vueltas de la vida, porque son demasiado viejos”.
Algo
de ese tránsito del tiempo tienen las acuarelas de Luisa Rivera, que piensa que
“la ilustración no soluciona problemas de la realidad, pero ayuda a imaginar
otros caminos”.
La
ilustradora, a cargo de la nueva edición en tapa dura del clásico de García
Márquez, dice que “utilizar tonos cálidos y casi otoñales para un contexto
caribeño era una propuesta arriesgada, pero era la correcta porque en esos
colores hay mucha información: el paso del tiempo, la nostalgia, la calidez de
los personajes y el amor siempre vivo de Florentino”.
La edición
ilustrada de El amor en los tiempos del cólera. Foto: Luisa Rivera.
-Como decía Carver, ¿de qué hablamos
cuando hablamos de amor?
-Una
pregunta infinita, pero digamos que hablamos de múltiples maneras de querer,
que a su vez están en perpetua mutación en un abanico ilimitado de escenarios.
Fermina es un ejemplo de eso, porque en ella conviven el amor reposado, el amor
romántico de adolescencia, amor de madre, de hija, de amiga, etc.
-Antes estuviste a cargo de ilustrar la
edición conmemorativa del medio siglo de Cien de soledad. ¿Qué te parece el
anuncio de una serie sobre la novela?
-Un
desafío complejo, porque Gabo nunca quiso que Cien años de soledad se llevara
al cine. Si la ilustración ya era una tarea ardua de “aterrizaje”, ponerlo en
pantalla debe serlo aún más, pero quizás en el formato de serie y con todos los
recursos que existen hoy puede surgir algo interesante.
Luisa Rivera.
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Diario de León.es
León - España
2
de junio de 2019
Filandón
Durruti contado
por García Márquez
El escritor
colombiano abordó la figura del anarquista leonés en el cuento ‘María dos Prazeres’.
Algunos consideran que la obra cumbre del Nobel colombiano Gabriel García
Márquez fue un pequeño cuento dedicado al anarquista leonés Buenaventura
Durruti.
El
multitudinario entierro del anarquista leonés Buenaventura Durruti en Barcelona
-
Por Alfonso García
Editado
en España a principios de la década de los noventa del pasado siglo el libro Doce cuentos peregrinos del Nobel
colombiano Gabriel García Márquez, algunos afirmaron que la cumbre de su obra
literaria no era ninguna de sus novelas más conocidas, sino un pequeño cuento
aparecido en el libro citado. Opiniones para todos los gustos. Lo cierto es que
esta, trasladada al escritor por uno de sus amigos, venía a confirmar la
obsesión de García Márquez de que su obra siempre fuese comparada con Cien años
de soledad, en un contraste que, por supuesto, no hace justicia a la globalidad
de su creación literaria. Muy recientemente, y en una edición primorosa, Random
House ha seleccionado seis cuentos. No son infrecuentes las colecciones de
cuentos de autores clásicos agrupados bajo criterios de diversa índole, sean
temáticos, estructurales, vertebrados en torno a un hilo conductor o sometidos
a la mirada artística de quien los ilustra. En este caso, media docena de
relatos sorprendentes y mágicos de los más notables de su producción,
provenientes de las colecciones publicadas en 1962, 1972 y 1992. En todos ellos
la presencia de algún niño o en los que aparecen circunstancias o personajes de
novelas anteriores o la influencia de las novelas de aventuras que tanta
presencia tienen en su obra, cuyo conjunto forma un universo particular, único
y compacto. Añádase en esta ocasión concreta las primorosas y abundantes
ilustraciones a todo color firmadas por Carme Solé Vendrell, reconocida artista
en todos los ámbitos del sector, que fue distinguida con el Premio Nacional de
Ilustración y que «tiene el honor –leemos- de ser la única persona que dio vida
a los cuentos de García Márquez con el permiso del autor».
Pues
bien. En esta selección también aparece el pequeño cuento que algunos
consideraron –no entro en valoraciones, por supuesto, que no comparto- la
cumbre de su obra literaria. Se titula María dos Prazeres. La nueva lectura ha
reavivado las notas que tomé en su momento y que no tienen más pretensiones que
rememorar la presencia en este cuento del mítico leonés Buenaventura Durruti.
Cada cual hará después su propia lectura, que de eso se trata. A mí se me
antoja un relato en que a la historia se suman la crítica, la ironía, la
ternura –sobre todo el final, porque «había valido la pena esperar tantos y
tantos años»- y el homenaje. Homenaje a Buenaventura Durruti, que, junto a
Ángel Pestaña y Diego Abad de Santillán, conforman el trío libertario leonés.
«Ningún leonés de cualquier época –escribe Ernesto Escapa refiriéndose a
Durruti- ha merecido la fascinación de escritores tan importantes». Sería
prolija la enumeración, pero interesante sin duda.
Setenta
y seis años tiene la protagonista en el momento de la narración. María dos
Prazeres, que da su nombre al título del cuento y que «había recibido a tantos
hombres a cualquier hora», es una prostituta brasileña que vive en Barcelona y
que estaba segura de que iba a morir antes de Navidad. El destino, siempre
imprevisible, fue otro. «Soy puta, hijo. ¿O es que no se nota?», le dice al
hombre de la agencia funeraria con el que había concertado una cita en su casa
para comprar una tumba «con cuotas anticipadas», puesto que «tres meses antes
había tenido en sueños la revelación de que iba a morir».
Y
había elegido Montjuïc «para descansar en paz», en un lugar «donde nunca
lleguen las aguas», que me «entierren acostada sobre todo –«circulaba el rumor
de que se estaban haciendo enterramientos verticales para economizar espacio»-
y, «si es posible a la sombra de los árboles en verano, y donde no me vayan a
sacar después de cierto tiempo para tirarme a la basura». Exigencias del pago
al contado.
«Ella
se orientó en el tablero de colores hasta encontrar la entrada principal –es la
primera referencia explícita del relato a nuestro personaje-, donde estaban las
tres tumbas contiguas, idénticas y sin nombres donde yacían Buenaventura
Durruti y otros dos dirigentes anarquistas muertos en la Guerra Civil. Todas
las noches alguien escribía los nombres sobre las lápidas en blanco. Los
escribían con lápiz, con pintura, con carbón, con crayón de cejas o esmalte de
uñas, con todas sus letras y en el orden correcto, y todas las mañanas los
celadores los borraban para que nadie supiera quién era quién bajo los mármoles
mudos. María dos Prazeres había asistido al
entierro
de Durruti, el más triste y tumultuoso de cuantos hubo jamás en Barcelona, y
quería reposar cerca de su tumba. Pero no había ninguna disponible en el vasto
panteón sobrepoblado».
Aunque
hay aún pasajes oscuros sobre algunos aspectos biográficos del leonés, no menos
sobre su muerte no del todo aclarada, lo que sí se sabe es quiénes son los
propietarios de esas sepulturas anónimas del relato, reconocidos de forma
fehaciente y cuyos nombres llevó, entre otros, Chicho Sánchez Ferlosio a una
canción, de la que reproduzco un breve texto: «Buenaventura Durruti, / Ascaso y
García Oliver: / Tres hojas de trébol negro / contra el viento del Poder».
Con
un generoso reportaje gráfico, más llamativo aún por las fechas, La Vanguardia
(24 de noviembre de 1936) corrobora la masiva asistencia al entierro. Leemos en
el periódico barcelonés: «Una multitud inmensa desfiló, durante muy cerca de
seis horas, acompañando los restos del heroico Buenaventura Durruti, muerto en
el frente del Centro. El duelo estuvo presidido por el Presidente de Cataluña
y, como representante del Gobierno de la República, por el Ministro de
Justicia, García Oliver».
Lo
cierto es que María dos Prazeres «después de la visita del vendedor de
entierros terminó por convertirse en uno más de los numerosos visitantes
dominicales del cementerio. Al igual que sus vecinos de tumba sembró flores de
cuatro estaciones en los canteros, regaba el césped recién nacido y lo igualaba
con tijeras de podar hasta dejarlo como las alfombras de la alcaldía, y se
familiarizó tanto con el lugar que terminó por no entender cómo fue que al
principio le pareció tan desolado». Las razones se fueron fortaleciendo y
concretando, tal como se narra en el párrafo siguiente: «En su primera visita,
el corazón le había dado un salto cuando vio junto al portal las tres tumbas
sin nombres, pero no se detuvo siquiera a mirarlas, porque a pocos pasos de
ella estaba el vigilante insomne. Pero el tercer domingo aprovechó un descuido
para cumplir uno más de sus grandes sueños, y con el carmín de labios escribió
en la primera lápida lavada por la lluvia: Durruti. Desde entonces, siempre que
pudo volvió a hacerlo, a veces en una tumba, en dos o en las tres, y siempre
con el pulso firme y el corazón alborotado por la nostalgia». Uno de esos días
en que ejerció el rito tantas veces repetido, una tarde fría de noviembre, se
desató una tormenta al salir del cementerio. «Había escrito –leemos en el
relato- los nombres en las tres lápidas y bajaba a pie hacia la estación de
autobuses cuando quedó empapada por completo por las primeras ráfagas de
lluvia». Lo que no sabía en aquel momento María dos Prazeres era que muy poco
tiempo después su vida cambiaría de rumbo y que había merecido la pena «haber
sufrido tanto en la oscuridad, aunque solo hubiera sido para vivir aquel
instante».
Reavivar
personajes y textos literarios de altura, más cuando se dan la mano, como es el
caso, en un cuento, tiene una doble ventaja al menos: recordar y valorar en su
medida al personaje en cuestión y disfrutar del alto nivel de la literatura
pensada y escrita por García Márquez en esta ocasión.
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