7 de julio de 2019

MEMORABILIA GGM 900


EL ESPECTADOR

Bogotá – Colombia
24 de junio de 2019



Cuando el dirigente conservador Álvaro Gómez Hurtado
estaba secuestrado, el entonces expresidente Belisario Betancur realizó
contactos con el gobierno de Cuba y envió a la isla a su amigo
Guillermo Angulo, fotógrafo y humanista.
En este texto, 33 años después, el “Maestro” revela apartes
del diario íntimo que le entregó a Belisario sobre su misión.

Un secuestro

Por Guillermo Angulo

Este es el extracto de una especie diario inédito que cuenta una misión personal, que Belisario Betancur me encomendó cuando Álvaro Gómez Hurtado fue secuestrado.
Existe la falsa impresión de que Betancur y Gómez Hurtado eran enemigos. Al contrario: eran muy buenos amigos y Belisario le tenía gran admiración. En ocasiones fueron contendores políticos, pero eso es otra cosa.

El original fue escrito en Cuba y los comentarios –de ahora– van en itálicas y entre paréntesis cuadrados.

Viernes 10 de junio de 1988, Bogotá
Desayuno en casa de Belisario Betancur, quien me pregunta si estoy dispuesto a trasladarme inmediatamente a Cuba, para comprobar quién tiene detenido a Álvaro Gómez Hurtado, pedir al grupo que lo tenga que garanticen su vida y tratar de gestionar su liberación. Sin dudarlo le digo que sí, agregando: «¿Pero si tú ya hablaste con Fidel, para qué quieres mandarle un embajador personal?» «Para que vea que yo estoy de verdad muy interesado. Y tú amistad con Gabo será de gran utilidad».

Sábado 11 de junio. La Habana
Llego a La Habana a las dos de la mañana y en el aeropuerto me están esperando Gabriel García Márquez, Carmen Balcells y Alessandro, mi hijo, que está haciendo un curso de guiones en la escuela de San Antonio de los Baños.

Ese mismo sábado Gabo me invita a una ceremonia de condecoración a Juan Bosch, en el Palacio de la Revolución, donde me presenta a Fidel Castro, rodeado de personas que lo querían conocer. Una venezolana le pide un pelo de su barba y él le dice: «Sí, pero yo mismo me lo arranco». Había algo de fervor religioso en esa petición y en el deseo de muchas personas de simplemente estar cerca o tocarlo.

Luego, pasamos con Gabo a un buffet y ahí me presenta a Manuel «Barba Roja» Piñeiro, un cubano simpático y abierto, jefe del Departamento de Latinoamérica y experto en todos nuestros vericuetos, políticos y económicos.

Estamos de acuerdo en dos puntos obvios: que hay que saber con certeza qué grupo tiene a Álvaro Gómez, contactarlo y pedirle que le respeten la vida.

Fidel se acerca y me dice que él se va con Gabo a su casa y allá nos vemos. Gabo sugiere que localicen a Antonio Navarro y el Comandante inmediatamente le ordena a Piñeiro que lo invite, de parte suya, a venir a Cuba.

[Después Gabo me contó que Fidel lo había llamado aparte y le había preguntado: «¿Qué tan de confiar es Angulo? Porque conocerá muchos de nuestros secretos». A lo que Gabo le contestó en costeño: «Está bajado en mi casa».]

Domingo 12 de junio
Como a eso de las 12:30 Fidel lleva aparte a Piñeiro, conversan un rato a solas y luego nos invitan, a Gabo y a mí, a reunirnos con ellos. Luego, Gabo llama a Belisario y le informa de lo que va pasando.

INTERLUDIO
[Acompaño a mi hijo Alessandro a ver unas compañeras de la escuela de cine. Cuando llegamos tres de ellas están leyendo el tarot. Y Alessandro comenta sonriente: «Dicen que todos los cubanos saben leer y escribir. Pero ustedes lo que saben leer es el tarot». A pesar de mi escepticismo sobre los métodos de adivinación, por puro pasatiempo le pido a una de las jóvenes que le pregunte al tarot lo siguiente: «¿Está vivo, o muerto?». Va poniendo las cartas, una a una, con parsimonia, y veo con horror a un hombre colgado de un pie. La tarotera me dice: «Está vivo, pero inmovilizado». Quedé completamente sorprendido, y es obvio decir que estas bellas cubanas (al contrario de Piñeiro) no saben nada de lo que estaba pasando en Colombia, ni el motivo de mi visita.

Otra vez, en la noche llega a la casa de Gabo el Comandante, y nos hace una amplia disertación sobre diversos temas: desde la nueva apertura al turismo internacional hasta cómo cocinar un bacalao.

LUNES 13 DE JUNIO
Voy a la Fundación de Cine y Gabo me invita a participar en una sesión de sus famosos talleres. Ahí recibo una llamada de Belisario, quien me lee un comunicado del M-19, dado a conocer en Panamá, en el que reconocen tener en su poder a Álvaro Gómez Hurtado.

Por la noche, poco antes de las doce, llega Fidel, quien se ha interesado sobremanera en el asunto y ha estado viniendo y comunicándose con nosotros todos los días, a pesar de estar padeciendo un molesto resfriado. Nos dice: «Las cosas van por el lado positivo. Creo en la autenticidad del comunicado del M-19 y en él no dan indicios de que no quieran respetarle la vida. Sería absurdo que un grupo político dijera: «Lo tenemos, para luego matarlo. Sería, además de cruel, impolítico».

[En una conversación privada con Fidel, nos dijo –a Gabo y a mí–, que él estaba en desacuerdo con el secuestro: «Lo hicimos una sola vez, pero no por dinero sino por publicidad. Batista gobernaba y Juan Manuel Fangio había venido a competir en el Gran Premio de Cuba, que tenía lugar en el Malecón. Lo secuestramos con fines propagandísticos y el Gobierno decidió que, de todas maneras, se hacia la carrera. Pero la publicidad mundial fue para nosotros y el secuestro. Terminada la carrera lo regresamos indemne y tuvimos aún más publicidad. Luego Fangio regresó varias veces a Cuba y siempre nos buscaba».]

Martes 14 de junio
En la tarde llega Piñeiro y nos confirma que llegó Navarro y confirmó que el comunicado es auténtico. Tienen a Álvaro Gómez y han dado seguridades de que la vida del prisionero no está corriendo ningún peligro. [No se sabe por qué todos los guerrilleros rehúyen usar la palabra ‘secuestrado’]. Que el mismo Gómez Hurtado es consciente de que la solución puede ser larga y ha decidido ponerse a estudiar economía.

Hablo en la noche con Belisario y le hago llegar el resumen de lo ocurrido, incluyendo las seguridades que ofrece el M-19 de conservarle la vida.

Miércoles 15 de junio
A las 4:30 de la tarde pasa el Comandante por la casa buscando a Gabo, que había salido a ver a Navarro. Se queda un rato, va hasta la nevera de la cocina, saca un whisky de una sola malta, me ofrece (le cambio la oferta por un vaso de vino) y se sirve apenas dos dedos. Nos sentamos a conversar y al final me pregunta si he tenido alguna nueva noticia. Y agrego que, después de la intervención suya y lo dicho por Navarro, considero terminada mi misión. Me da la mano y me dice sonriendo: «Antes nos tenemos que comer el bacalao que trajo Carmen».

Más tarde me telefonea Gabo y me dice que Navarro me quiere ver. Voy a casa de Piñeiro y hablo a solas con Navarro (a quien no conocía). Me recibe muy bien y me trata de ‘Maestro’ y conversamos como si fuéramos viejos amigos. Me confirmó lo sabido sobre el secuestro, agregando algunas precisiones: «Está en perfecto estado de salud. En ningún momento fue herido o lastimado. En el momento del secuestro hizo repulsa, pero al saber que eran del M-19 se tranquilizó, y no opuso más resistencia. Se encuentra bien de ánimo, estudiando, porque piensa que la cosa puede durar». Agrega que ellos le garantizan la vida, dentro de la normalidad. Si los atacan, puede que en la balacera ocurra algún accidente o que de pronto las mismas Fuerzas Armadas puedan tener interés en matar a Álvaro Gómez, para achacarles a ellos su muerte.

Recomienda que el Gobierno suspenda por completo su búsqueda. Dice que está perfectamente vigilado por un comando élite, bien entrenado y adecuadamente armado; con alta capacidad de combate, y dispuesto a resistir y repeler el más fuerte ataque. Y puntualiza: «El encargado de todo el operativo es Carlos Pizarro. Con él debe hablar el Gobierno, y ellos saben cómo contactarlo».
           
Jueves 16 de junio
El Comandante llega puntual al almuerzo de despedida en casa de los Gabos. Vamos a comer el tan esperado bacalao. Como el Comandante, antes de pasar a la mesa, insiste en darle a Mercedes las instrucciones precisas para la preparación del bacalao, Mercedes le dice con cariño y firmeza, mientras sonríe: «Vea, Comandante: usted manda en la Isla, pero en mi cocina mando yo; y voy a hacer el bacalao a mi manera». ¡Y qué buena resultó la manera de la Gaba!

A la mesa estábamos Gabo, el Comandante, Mercedes, Piñeiro y yo. (Carmen Balcells había regresado a Barcelona). Mientras almorzábamos, Fidel hace un resumen de lo que hemos hablado en los días anteriores. Al terminar, aprovecho para darle las gracias, en nombre del Belisario Betancur y el mío, por toda la atención prestada a nuestras peticiones. No trascurrió un solo día sin que Fidel no hubiera llamado –o aparecido–, por la casa de los Gabos, enterándonos, o inquiriendo, sobre el desarrollo de los acontecimientos.

En medio del almuerzo, Fidel aborda uno de sus temas favoritos: la deuda externa y me dice: «Angulo: ¿Cuánto tiempo se demoraría un solo hombre (trabajando sólo ocho horas diarias y, naturalmente, descansando sábado y domingo), para contar a mano, en billetes de a dólar, la totalidad de la deuda externa de Latinoamérica?»

Al no tener ni idea del monto de la deuda externa, aventuro al azar un lapso que me pareció exagerado: «Treinta años, Comandante».

Y Fidel, con una sonrisa triunfal, me rectifica: «Once mil años. Hace una pausa dramática antes de agregar: ¡Y una deuda que no se puede contar, no se puede pagar!»

Antes de retirase, Fidel se despide de mí con un fuerte y cálido abrazo, mientras me dice: «Angulo: Dígale a Belisario que yo sigo esperándolo y disponible, para lo que se le pueda ocurrir».

EPILOGO
A mi regreso a Colombia, pasó lo siguiente:
Fuimos a visitar a la familia de Álvaro Gómez y Belisario los enteró de los buenos resultados de nuestra gestión.           

[Yo conocía a Mauricio «el Godo» Gómez. Por cierto, la primera vez que almorcé con los dos, le dije a Álvaro: Yo a su hijo lo llamo ‘Godo’. Y se lo cuento para que, cuando oiga el nombre, no volteen a ver los dos. Se rio y quedó roto el hielo].

Belisario le comunicó nuestra gestión al presidente Barco y al ministro de Gobierno de ese entonces, César Gaviria Trujillo, quien insistió en ir a entrevistarme a mi apartamento.

Otro que quiso enterarse de primera mano de lo sucedido, fue Carlos Ardila Lülle. Nos mandó su avión privado para que fuéramos a almorzar a Medellín, Belisario, Bernardo Ramírez y yo.

Durante el almuerzo, le conté lo de la deuda externa. Ardila, que es un genio de las matemáticas, con una computadora en la cabeza, se paró, dio una vuelta caminando torpemente apoyado en sus bastones, y regresó diciéndonos: «Fidel está equivocado. No son once mil años». [Claro, pensé yo; no pueden ser más de treinta]. Son veintidós mil años —continuó Ardila Lülle exultante—. Él está haciendo el cálculo contando de a tres dólares por segundo; y, a mano, no se pueden contar más de u


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CULTO
Santiago de Chile
5 de julio de 2019

La chilena que pintó
el amor en tiempos de
Gabriel García Márquez

Por Alejandro Jofré

Luisa Rivera se llama la ilustradora que pintó en tonos cálidos y casi otoñales la última edición de El amor en los tiempos del cólera, un romance narrado con la habilidad del Nobel colombiano y titulado como un tratado médico por la conclusión a la que había llegado su autor: los síntomas del cólera son iguales a los síntomas del amor. Acá habla sobre su trabajo gráfico y la serie de Cien años de soledad, basada en otra novela que también ilustró.

Publicada originalmente en 1985 —a la sombra de la alabada y sorprendente Cien años de soledad—, El amor en los tiempos del cólera cuenta las peripecias de dos personajes, Florentino Ariza y Fermina Daza. Desde muy joven, él se enamora de ella, pero no todo sale como imagina. Las complicaciones de la vida misma y el matrimonio de ella con el doctor Juvenal Urbino, terminan por volverlo una especie de “Quijote caribeño”.

 
En una de esas vueltas de la vida, Florentino, el personaje de Gabriel García Márquez, le promete un amor eterno, contradictorio e imponente a Fermina, en un modelo de amor atávico y cercano.

 “Trabajar con esta obra también implicaba entrar en su mundo personal”, comenta Rivera.

“La historia está basada en la experiencia de sus propios padres, Gabriel y Luisa Santiaga, así que fue maravilloso investigar ese contexto”, subraya.

Gabriel García Márquez pensaba que todo había nacido de la nostalgia y que “el amor se hace más grande y noble en los tiempos de peste”.

“Tuve una infancia extraordinaria rodeado de personas de una gran imaginación y cargadas de supersticiones”, justificó alguna vez su autor entrevistado para la promoción de la novela.

 

Allí habló de su abuela, la mujer que le contaba por las noches, de la manera más natural posible, cosas que lo aterraban.

 “El Caribe es una región en la que se da una perfecta simbiosis, o se da más claramente que en otras partes del mundo, entre el hombre, el medio natural y la vida cotidiana. Yo viví en un pueblo olvidado de la selva calurosa en la ciénaga caribeña de Colombia. Allí, el olor de la vegetación descompone los intestinos”, contó Gabriel García Márquez.

Su autor contaba que El amor en los tiempos del cólera “es la historia de un hombre y una mujer que se aman desesperadamente y que no pueden casarse a los 20 años porque son demasiado jóvenes, y no pueden tampoco casarse a los 80, después de todas las vueltas de la vida, porque son demasiado viejos”.

Algo de ese tránsito del tiempo tienen las acuarelas de Luisa Rivera, que piensa que “la ilustración no soluciona problemas de la realidad, pero ayuda a imaginar otros caminos”.

 “Creo que el colorido fue clave en ese proceso. Con la editorial queríamos una paleta diferente a la de Cien años de soledad, pero que además representara la atmósfera del relato”, asegura la artista al correo.

La ilustradora, a cargo de la nueva edición en tapa dura del clásico de García Márquez, dice que “utilizar tonos cálidos y casi otoñales para un contexto caribeño era una propuesta arriesgada, pero era la correcta porque en esos colores hay mucha información: el paso del tiempo, la nostalgia, la calidez de los personajes y el amor siempre vivo de Florentino”.
 
La edición ilustrada de El amor en los tiempos del cólera. Foto: Luisa Rivera.

-Como decía Carver, ¿de qué hablamos cuando hablamos de amor?
-Una pregunta infinita, pero digamos que hablamos de múltiples maneras de querer, que a su vez están en perpetua mutación en un abanico ilimitado de escenarios. Fermina es un ejemplo de eso, porque en ella conviven el amor reposado, el amor romántico de adolescencia, amor de madre, de hija, de amiga, etc.

-Antes estuviste a cargo de ilustrar la edición conmemorativa del medio siglo de Cien de soledad. ¿Qué te parece el anuncio de una serie sobre la novela?
-Un desafío complejo, porque Gabo nunca quiso que Cien años de soledad se llevara al cine. Si la ilustración ya era una tarea ardua de “aterrizaje”, ponerlo en pantalla debe serlo aún más, pero quizás en el formato de serie y con todos los recursos que existen hoy puede surgir algo interesante.

 Luisa Rivera.

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Diario de León.es
León - España
2  de junio de 2019

Filandón
Durruti contado por García Márquez
El escritor colombiano abordó la figura del anarquista leonés en el cuento ‘María dos Prazeres’. Algunos consideran que la obra cumbre del Nobel colombiano Gabriel García Márquez fue un pequeño cuento dedicado al anarquista leonés Buenaventura Durruti.

 
El multitudinario entierro del anarquista leonés Buenaventura Durruti en Barcelona -

Por Alfonso García

Editado en España a principios de la década de los noventa del pasado siglo el libro Doce cuentos peregrinos del Nobel colombiano Gabriel García Márquez, algunos afirmaron que la cumbre de su obra literaria no era ninguna de sus novelas más conocidas, sino un pequeño cuento aparecido en el libro citado. Opiniones para todos los gustos. Lo cierto es que esta, trasladada al escritor por uno de sus amigos, venía a confirmar la obsesión de García Márquez de que su obra siempre fuese comparada con Cien años de soledad, en un contraste que, por supuesto, no hace justicia a la globalidad de su creación literaria. Muy recientemente, y en una edición primorosa, Random House ha seleccionado seis cuentos. No son infrecuentes las colecciones de cuentos de autores clásicos agrupados bajo criterios de diversa índole, sean temáticos, estructurales, vertebrados en torno a un hilo conductor o sometidos a la mirada artística de quien los ilustra. En este caso, media docena de relatos sorprendentes y mágicos de los más notables de su producción, provenientes de las colecciones publicadas en 1962, 1972 y 1992. En todos ellos la presencia de algún niño o en los que aparecen circunstancias o personajes de novelas anteriores o la influencia de las novelas de aventuras que tanta presencia tienen en su obra, cuyo conjunto forma un universo particular, único y compacto. Añádase en esta ocasión concreta las primorosas y abundantes ilustraciones a todo color firmadas por Carme Solé Vendrell, reconocida artista en todos los ámbitos del sector, que fue distinguida con el Premio Nacional de Ilustración y que «tiene el honor –leemos- de ser la única persona que dio vida a los cuentos de García Márquez con el permiso del autor».

Pues bien. En esta selección también aparece el pequeño cuento que algunos consideraron –no entro en valoraciones, por supuesto, que no comparto- la cumbre de su obra literaria. Se titula María dos Prazeres. La nueva lectura ha reavivado las notas que tomé en su momento y que no tienen más pretensiones que rememorar la presencia en este cuento del mítico leonés Buenaventura Durruti. Cada cual hará después su propia lectura, que de eso se trata. A mí se me antoja un relato en que a la historia se suman la crítica, la ironía, la ternura –sobre todo el final, porque «había valido la pena esperar tantos y tantos años»- y el homenaje. Homenaje a Buenaventura Durruti, que, junto a Ángel Pestaña y Diego Abad de Santillán, conforman el trío libertario leonés. «Ningún leonés de cualquier época –escribe Ernesto Escapa refiriéndose a Durruti- ha merecido la fascinación de escritores tan importantes». Sería prolija la enumeración, pero interesante sin duda.

Setenta y seis años tiene la protagonista en el momento de la narración. María dos Prazeres, que da su nombre al título del cuento y que «había recibido a tantos hombres a cualquier hora», es una prostituta brasileña que vive en Barcelona y que estaba segura de que iba a morir antes de Navidad. El destino, siempre imprevisible, fue otro. «Soy puta, hijo. ¿O es que no se nota?», le dice al hombre de la agencia funeraria con el que había concertado una cita en su casa para comprar una tumba «con cuotas anticipadas», puesto que «tres meses antes había tenido en sueños la revelación de que iba a morir».

Y había elegido Montjuïc «para descansar en paz», en un lugar «donde nunca lleguen las aguas», que me «entierren acostada sobre todo –«circulaba el rumor de que se estaban haciendo enterramientos verticales para economizar espacio»- y, «si es posible a la sombra de los árboles en verano, y donde no me vayan a sacar después de cierto tiempo para tirarme a la basura». Exigencias del pago al contado.

«Ella se orientó en el tablero de colores hasta encontrar la entrada principal –es la primera referencia explícita del relato a nuestro personaje-, donde estaban las tres tumbas contiguas, idénticas y sin nombres donde yacían Buenaventura Durruti y otros dos dirigentes anarquistas muertos en la Guerra Civil. Todas las noches alguien escribía los nombres sobre las lápidas en blanco. Los escribían con lápiz, con pintura, con carbón, con crayón de cejas o esmalte de uñas, con todas sus letras y en el orden correcto, y todas las mañanas los celadores los borraban para que nadie supiera quién era quién bajo los mármoles mudos. María dos Prazeres había asistido al
entierro de Durruti, el más triste y tumultuoso de cuantos hubo jamás en Barcelona, y quería reposar cerca de su tumba. Pero no había ninguna disponible en el vasto panteón sobrepoblado».

Aunque hay aún pasajes oscuros sobre algunos aspectos biográficos del leonés, no menos sobre su muerte no del todo aclarada, lo que sí se sabe es quiénes son los propietarios de esas sepulturas anónimas del relato, reconocidos de forma fehaciente y cuyos nombres llevó, entre otros, Chicho Sánchez Ferlosio a una canción, de la que reproduzco un breve texto: «Buenaventura Durruti, / Ascaso y García Oliver: / Tres hojas de trébol negro / contra el viento del Poder».

Con un generoso reportaje gráfico, más llamativo aún por las fechas, La Vanguardia (24 de noviembre de 1936) corrobora la masiva asistencia al entierro. Leemos en el periódico barcelonés: «Una multitud inmensa desfiló, durante muy cerca de seis horas, acompañando los restos del heroico Buenaventura Durruti, muerto en el frente del Centro. El duelo estuvo presidido por el Presidente de Cataluña y, como representante del Gobierno de la República, por el Ministro de Justicia, García Oliver».

Lo cierto es que María dos Prazeres «después de la visita del vendedor de entierros terminó por convertirse en uno más de los numerosos visitantes dominicales del cementerio. Al igual que sus vecinos de tumba sembró flores de cuatro estaciones en los canteros, regaba el césped recién nacido y lo igualaba con tijeras de podar hasta dejarlo como las alfombras de la alcaldía, y se familiarizó tanto con el lugar que terminó por no entender cómo fue que al principio le pareció tan desolado». Las razones se fueron fortaleciendo y concretando, tal como se narra en el párrafo siguiente: «En su primera visita, el corazón le había dado un salto cuando vio junto al portal las tres tumbas sin nombres, pero no se detuvo siquiera a mirarlas, porque a pocos pasos de ella estaba el vigilante insomne. Pero el tercer domingo aprovechó un descuido para cumplir uno más de sus grandes sueños, y con el carmín de labios escribió en la primera lápida lavada por la lluvia: Durruti. Desde entonces, siempre que pudo volvió a hacerlo, a veces en una tumba, en dos o en las tres, y siempre con el pulso firme y el corazón alborotado por la nostalgia». Uno de esos días en que ejerció el rito tantas veces repetido, una tarde fría de noviembre, se desató una tormenta al salir del cementerio. «Había escrito –leemos en el relato- los nombres en las tres lápidas y bajaba a pie hacia la estación de autobuses cuando quedó empapada por completo por las primeras ráfagas de lluvia». Lo que no sabía en aquel momento María dos Prazeres era que muy poco tiempo después su vida cambiaría de rumbo y que había merecido la pena «haber sufrido tanto en la oscuridad, aunque solo hubiera sido para vivir aquel instante».

Reavivar personajes y textos literarios de altura, más cuando se dan la mano, como es el caso, en un cuento, tiene una doble ventaja al menos: recordar y valorar en su medida al personaje en cuestión y disfrutar del alto nivel de la literatura pensada y escrita por García Márquez en esta ocasión.

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