EL ESPECTADOR
Bogotá -
Colombia
4 de
abril de 2019
Cultura
La flor amarilla del prestidigitador
De García Márquez a Gustavo
Tatis:
"Te he dado muchas cosas
para un libro"
La Feria Internacional de Libro de Bogotá será el
escenario para presentar el libro La flor amarilla del prestidigitador (Navona,
2019), del escritor colombiano Gustavo Tatis Guerra.
Por
Ileana Bolívar R.
La obra se divide en 17 capítulos que narran
los encuentros que sostuvo Tatis con Gabriel García Márquez en los que
conversaban de todo, menos de literatura, la clave para conocer al ser humano
más allá del escritor.
Nacido en Sahagún, Córdoba, Gustavo Tatis es
un reconocido periodista y escritor. Ha obtenido los premios de periodismo
Simón Bolívar, Álvaro Cepeda Samudio y el de la Agencia Colprensa. Ha publicado
poesía, crónica, cuentos infantiles y biografía. Desde 1984 trabaja en El
diario Universal de Cartagena.
Imagen
de la portada del más recuente libro de Gustavo Tatis Guerra. una biografía en
tono caribe sobre Gabriel García Márquez. Cortesía
El lanzamiento del libro se hará mediante un
conversatorio con Gustavo Tatis y el escritor Conrado Zuluaga, el sábado 4 de
mayo a la 1:00 p.m., en la FILBo.
¿Cómo descubre a Gabriel García Márquez y por
qué se convierte en uno de sus escritores de cabecera?
Lo descubro a mis trece o catorce años,
viviendo en el Sinú, entre Sahagún y Montería, donde transcurrieron mis
primeros años. La novela Cien años de soledad ejerció una
fascinación en mi espíritu, porque muchas cosas que se contaban allí eran
vividas entre nosotros en la familia y en el barrio. Por ejemplo, hablar en
jeringonza desde niños para decir procacidades o guardar secretos, jugar al
cuento del Gallo Capón, las historias de muertos que aparecían en los lugares
donde habían vivido, o las desmesuras de leyendas populares en donde el diablo
era protagonista. Pero especialmente, historias de la guerra de los Mil Días o
de las guerras civiles del siglo XIX, que los más viejos del Sinú, aún
recordaban. Pero la desmesura macondiana de mi infancia fue conocer la historia
de Javier Pereira, un indígena zenú que alcanzó la edad de 168 años, y era el
hombre más viejo del mundo. Así que me sentí identificado y deslumbrado al
leerlo no solo por las historias que narraba, sino por la manera natural y
embrujadora como las contaba. Su mundo no era tan distante al que habíamos
vivido en el Sinú, y en el resto del Caribe.
¿Cómo se
da el acercamiento al escritor?
Lo he contado varias veces, pero éste detalle no: siendo estudiante del
colegio Andrés Rodríguez, en Sahagún, en 1978, tuvimos el privilegio de conocer
personalmente a Germán Vargas Cantillo, amigo personal de García Márquez, y miembro
del mitificado Grupo de Barranquilla y personaje de las últimas ochenta páginas
de Cien años de soledad. Germán vino
como director de Inravisión a celebrar el Día del Campesino en mi tierra. Me
acerqué a la plaza y lo vi. Me acerqué a él esquivando el protocolo, y le dije
que yo lo conocía y quería preguntarle por dos de sus amigos que eran mi
admiración a mis 17 años: Gabriel García Márquez y Álvaro Cepeda Samudio. No sé
cómo las ingenié para llevarme a Germán Vargas a una tienda del pueblo e
invitarlo a tomar un par de cervezas. Creo que fié esas cervezas que nos
tomamos. Y Germán estaba tan encantado con la conversación que se olvidó de la
ceremonia, hasta que en los altoparlantes empezaron a llamarlo. Dos años
después, viviendo en Cartagena, mientras reclamaba la pensión de mi abuela
materna, Escolástica Flórez viuda de Guerra, conocí entre los que estaban allí
en la tesorería de la Gobernación de Bolívar, al padre de García Márquez,
Gabriel Eligio García Martínez, quien era amigo de mis abuelos, nacidos en
Sincé, como él. Esa fue la llave que me llevó ese año a conocer personalmente a
Gabriel García Márquez, en Arjona, en la casa de sus suegros. El padre del
escritor me acogió en su familia y me llevó a su casa de campo Trinidad, en
Santa Rosa del norte, y me leyó fragmentos de una novela que nunca terminó,
sobre sus amores con Luisa Santiaga Márquez.
¿Cuál
fue la impresión que tuvo de García Márquez al estrecharle su mano por primera
vez?
La de un hombre Caribe, con un gran sentido
del humor y una timidez para las
multitudes que conjuraba con su magia y su desparpajo para contar historias. Un
prestidigitador de la tribu del Caribe. Recuerdo que el sacerdote de Arjona se
le acercó a saludarlo, y a los pocos segundos, se despidió de él. Y García Márquez
le dijo: ¿Cómo se va a ir ahora que quería hablarle sobre la tentación? Y a mí
me dijo: "No se te ocurra estudiar Derecho", porque yo estaba a punto
de matricularme en la Universidad de Cartagena. Y el escritor me dijo:
"Renuncia a tiempo".
¿Por qué
los encuentros con él siempre fueron los jueves santos? ¿Tenían algún
significado?
Coincidía con su llegada a Cartagena en marzo
o abril, su reencuentro con su madre y su familia. Pero esos azares del destino, estaban
entretejidos por la lógica misteriosa de las causalidades. Luego, descubrí que
siendo un muchacho de veinte años, García Márquez escribió que el peor día para
morirse era un jueves. Y un Jueves Santo murió Úrsula, en Cien años de soledad, y otro Jueves Santo murió el escritor.
¿Qué le
quedó del Gabriel García Márquez como ser humano?
Era un hombre con una gran intuición y una
clarividencia prodigiosa, un adivino de la belleza y de los instantes supremos,
pero a su vez, supersticioso como todos los García Márquez. Con una memoria
sensitiva, una criatura generosa, estratega de paz, y un optimista irracional
por esa segunda oportunidad de felicidad y reconciliación de los seres humanos
sobre la tierra.
Cuando
García Márquez le dice “Te he dado muchas cosas para un libro”, ¿este libro es
de alguna manera un compromiso con él?
No. Nunca pensé en escribir racionalmente el
libro. Esperé que el tiempo lo decantara en instantes que pudieron valer la
pena. Pero nunca lo sentí como un compromiso con él. Mantuve prudencia y pudor
con eso. Los encuentros que se dieron después de las entrevistas estaban
antecedidas por una frase suya: "Aquí no vamos a hablar de
literatura". Una tarde solo conversamos, bebiendo limonada en el hotel
Hilton de Cartagena, de amores, miedos, enfermedades raras, la vejez, y sobre
la esquiva felicidad de los seres humanos.
Siendo
este libro un detallado retrato de la vida de Gabo, ¿qué tan fácil fue hacer la
selección de material recogido durante tantos años? Seguro quedaron temas por
fuera…
Escogí 17 capítulos, pero dejé por fuera el
largo capítulo de Cien años de soledad,
porque rompía con el tono del libro, y se acercaba más a un ensayo que a un
retrato humano. Seleccionar es algo brutal, como el pulso firme de un
carnicero, que separa con su cuchillo afilado, las carnes blandas y duras. Para
decirlo con menos dramatismo, es como el que lava la arena del río, buscando
las pepitas de oro. Lo que quedó por fuera, quedó intuido y sugerido en el
primer capítulo que es la entrevista con él.
¿Por qué
fue tan importante para usted el momento en que Mercedes, la viuda de Gabo,
llega a Cartagena con sus cenizas?
Sentía que no necesitaba entrevistarla porque
ella no concede entrevistas a nadie. Solo quería verle la cara, y tuve el
privilegio inmenso de que ella me invitara a almorzar a su casa. Mercedes es
una mujer maravillosa, de una fortaleza integral, el polo a tierra de García
Márquez, y supo como nadie manejar con guantes de seda, el funeral de un genio
como él. Luego, al traer la caja con las cenizas de su esposo, todo fue tan
sobrio, discreto, privado, ella no permitió que el descenso de las cenizas en
la urna del monumento con su efigie fuera público sino en una acto privado. Al
atardecer, pude verla a ella junto a sus hijos Rodrigo y Gonzalo, y sus nietos,
en una ceremonia en el Claustro de la Merced. Aquellos momentos me dieron el
tono liviano y discreto del epílogo del libro, como una hoja del árbol de
macondo que cae bajo la luz de abril.
¿Cómo
logró que este libro capturara la esencia, la mirada y la música de García
Márquez?
No quise que fuera un libro garciamarquiano,
sino un retrato humano del genio en su casa, en su ámbito cotidiano, que
tuviera la cadencia musical de las palabras que pudiera acercarse a su
humanidad, al latido de su corazón y al ritmo de sus gestos, emociones y
pensamientos. Como un tapiz de colores, tejidos con memorias.
En el
libro hay un capítulo sobre lo que García Márquez hizo por la paz de Colombia.
¿Qué nos puede contar de este episodio que pocos conocen?
Es tal vez el capítulo que retrata una de sus
facetas poco conocidas y valoradas: la del estratega de la paz que participó en
la cosecha que recogió después de tantas décadas de pesadumbre, el presidente
Santos. Si hay un artífice en ese proceso de desarmar a la guerrilla más vieja
del continente y la de proponerle que se convirtieran en grupo político, ese
fue García Márquez. Pero él se sentó con todos los líderes de las distintas
guerrillas para que se desarmaran y pasaran a combatir en la sociedad con
ideas. Y así como trabajaba por la paz de Colombia, estaba pendiente de América
Latina y del mundo. Su cercanía con el poder y su amistad con líderes políticos
como Fidel Castro, Omar Torrijos, Felipe González, las puso al servicio de los
derechos humanos. En su caso, fue el poder el que salió a buscar a García
Márquez. Y él como escritor siempre estuvo interesado en descifrar todas las
formas del poder. Desde niño fue el nieto predilecto de un patriarca, el
coronel Nicolás Márquez Mejía. Y a lo largo de su vida, se tropezó con
patriarcas que nutrieron el perfil del patriarca de su novela. El coronel
Aureliano Buendía pierde todas sus guerras, derrotado en la guerra y en el
amor, y el patriarca, por el contrario, gana la guerra y se siembra en ese
poder absoluto y fatídico de los dictadores. Se nos olvida que García Márquez
en su hermoso ensayo "Por un país al alcance de los niños", nos
retrata en nuestras virtudes y desatinos, y dibuja el alma paradójica y
contradictoria de lo que somos en Colombia.
¿Por qué
García Márquez era un descifrador de la realidad?
Era un descifrador de todas las realidades.
Sabía que el mismo camino que emprende el reportero con su insaciable búsqueda
de la realidad, es el mismo camino implacable que emprende el narrador de
ficciones. Ir tras esas realidades, tan esquivas, tan huidizas, en sus
profundidades impredecibles, es sumergirnos en el reino de la ficción que está
contenido en la propia realidad. Pero las verdades verificables del periodista
tienen tanto poder como las ficciones verosímiles e investigadas del novelista.
García Márquez sustentaba con el rigor de los constructores de catedrales, cada
ladrillo o episodio que elegía para sus crónicas, cuentos y novelas. El nombre
de cada uno de sus personajes era, también, fruto de sus desvelos por descifrar
esas realidades del misterioso arte de narrar.
Ahora
que Netflix llevará Cien años de soledad a la pantalla, ¿qué opinión le merece? ¿Le
da confianza que Rodrigo García Barcha esté al frente de la serie?
Lo he dicho de esta manera: la magia del cine
nunca ha podido atrapar la magia de las ficciones de García Márquez. El nunca
aceptó que su novela clásica fuera llevada al cine. Pero sí permitió que muchas
de sus novelas como Crónica de una muerte
anunciada, El coronel no tiene quien le escriba, El amor en los tiempos del
cólera o Del amor y otros demonios,
y muchos de sus cuentos como "Un señor con unas alas enormes" y
"La viuda de Montiel", fueran llevados al cine. La potestad está
sobre los hombros de sus hijos, Rodrigo García Barcha, que es un espléndido
director de cine, y de Gonzalo García Barcha, que es un gran artista. A García
Márquez le ocurrirá lo mismo que a Cervantes: su novela que es un patrimonio
universal se hará en el futuro cercano y lejano, en múltiples películas y
series televisivas, obras de teatro, dibujos animados, pinturas, canciones,
etc. La vida y el destino contrariarán la voluntad del escritor para que la
humanidad que aún no lee, lo disfrute de otra manera a través de las imágenes o
en las rutas mágicas que nos llevan al reino de Macondo.
** ** **
EL PAÍS
Madrid –
España
8 de abril
de 2019
Biografía
El colmillo del premio Nobel
Gustavo Tatis Guerra realiza en 'La flor amarilla del
prestidigitador' un recorrido sentimental y literario por el entorno familiar
de Gabriel García Márquez
Por Juan Luis Cebrián
Gabriel
García Márquez, en 1969 en Roma con su familia. Vittoriano Rastelli (Getty
Images)
El dentista de Gabriel García Márquez llevaba
colgado al cuello un dije engastado en oro. No era el diente de un tiburón ni
un trofeo arqueológico sino un colmillo humano, el incisivo superior derecho
del premio Nobel de Literatura que, además de paciente, fue su amigo y padrino
de uno de sus hijos. Solicitó semejante honor el propio Gabo, sorprendido al
comprobar que su nombre y el de su mujer, Mercedes Barcha, se añadían así a la
ya larga lista de protectores y testigos que acudieron a dar fe del agua bautismal
administrada al recién nacido. Los García Márquez fueron los padrinos números
13 y 14 de la ceremonia. ¡Todo un bautizo macondiano!, pudo exclamar Gabriel
con entusiasmo. Gustavo Tatis Guerra cuenta esta anécdota en medio de otras
muchas en su libro La flor amarilla del prestidigitador. Es un recorrido
sentimental y literario por el entorno familiar de García Márquez, sus sueños y
anhelos infantiles, la muy especial relación que tuvo con sus padres y los
demonios y ángeles interiores a los que estuvo sometido y por los que estuvo
encandilado a lo largo de su existencia. La tesis vertebral de la obra es la
suposición de que en realidad Cien años de soledad es en gran medida una
historia basada en la de la familia de su autor, aunque manipulada por su imaginación
y el respeto debido a la memoria de sus ancestros. El coronel Aureliano Buendía
sería así una recreación hiperbólica de su abuelo paterno.
En esta época en que proliferan la literatura
y los libros basura sobre el periodismo (tantas veces también periodismo
basura) es de agradecer el esfuerzo de Tatis por ofrecernos un relato cuyo eje
gira en torno a la excelencia de ambos oficios. Su texto, que no escapa a la
benéfica influencia estilística del creador de Macondo, recupera para nosotros
el reconocimiento del periodismo como género de la literatura, algo que siempre
defendió García Márquez, y de lo que bien puede dudarse hoy a juzgar por la
miserable calidad de tantas tertulias televisivas y las columnas que inundan de
mierda el comentario político.
En la primavera de 1987 mantuve con Gabo en
Barcelona una conversación de más de cuatro horas previa a la elaboración de un
libro sobre su figura que me había encargado Hans Meinke para el Círculo de
Lectores. Fruto del encuentro fue un largo perfil del escritor y una entrevista
con él que yo convertí en monólogo, como para poder ser representado algún día.
Trataba así no tanto de inmiscuirme en sus palabras sino en sus sentimientos,
procurando imbuirme de ellos, reír y sufrir con el personaje, y compartirlos
luego con su extensa nómina de admiradores. Como era habitual en él, me pidió
que no utilizara grabadora para la conversación, sino solo papel y pluma para
tomar notas. Este es un hábito que siempre he recomendado también yo. Lo
importante en nuestro trabajo es saber escuchar, no tanto reproducir
literalmente lo que otros dicen, sino lo que nosotros mismos somos capaces de
entender. De otra manera corremos el peligro de traicionar al interlocutor,
pues su lenguaje corporal, su mirada, sus aspavientos o su quietud forman parte
tanto o más que sus palabras de lo que quiere expresar. Como no quería
traicionar sin embargo su confianza me permití enviarle las pruebas de imprenta
tanto de la pequeña biografía que pergeñé como de su improvisado soliloquio. Me
las devolvió con algunas correcciones menores y un mensaje escrito de su puño y
letra: “¡Por fin alguien que cuenta una historia sobre mí que es cierta!”.
Ignoro si Tatis Guerra tuvo oportunidad de
enseñarle a Gabo los escritos y crónicas sobre él y su familia que ahora se han
editado; pero en lo que valga mi testimonio sobre la persona del escritor, cuya
amistad cultivé durante muchos años, la fidelidad al personaje que de ellas
emanan es absoluta. Tatis Guerra ha interrogado a los padres, hermanos, amigos,
profesores y colegas de García Márquez, ha buceado en el tiempo para descubrir
sus semejanzas con los principales personajes de la obra capital de Gabo, ha
desmenuzado sus escritos y escudriñado sus secretos. El resultado de su
investigación, en la que no descuida la crítica literaria, es para él
definitivo: el realismo mágico que García Márquez logró acuñar como género
novelístico, troncal para un cierto periodo de nuestra literatura, es en gran
medida la transliteración de los hechos que el propio escritor vivió. Tímido,
educado y soñador, Gabo tenía en opinión de su padre como dos cerebros, ambos
proteicos y llenos de redes neuronales. En uno le funcionaba una memoria
inagotable, y en el otro una imaginación sin límites. Pero yo oí en muchas
ocasiones al propio García Márquez que esta era siempre superada por la
realidad misma y que el realismo mágico, en su pluma, era menos mágico y más
real de lo que la gente podía creer. Esto no es de extrañar para nadie que
conozca Colombia. Y quizás por lo mismo se sintió siempre muy atado a su
profesión de periodista, de la que intentó inútilmente escapar y trató,
inútilmente también, que huyera el autor del libro que comentamos.
Entre los recuerdos de infancia que Tatis
Guerra menciona, está el castigo que su profesor Mesa Castillo le infligió
cuando tenía 10 años porque confundía la letra “v” con la “b”. “Lo encerró en
la biblioteca para que leyera las 10 primeras páginas de Las mil y una noches e
identificara las palabras que aparecían con dichas letras”. Pero él en vez de
hacer eso se dedicó a devorar materialmente el libro y a disfrutar con sus
cuentos. Estos tropiezos ortográficos le debieron dejar honda huella. En el
reciente congreso internacional de la lengua española celebrado en Córdoba
todavía resonaron los ecos de su famoso discurso en el primero de dichos
encuentros, habido en Zacatecas, México, hace más de 20 años. “Jubilemos la
ortografía, terror del ser humano desde la cuna; enterremos las haches
rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota”. “¿Y qué de
nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos
trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?”. Algunos pensaron entonces
que aquellas propuestas, como la de interrogarse qué sentido tiene la “u” detrás
de la “q”, eran consecuencia de un afán provocador. Muy al contrario, surgían
de una mentalidad curiosa e inocente, exenta de prejuicios, que le acompañó
desde la niñez. Los terrores nocturnos de la ortografía tenían nombre y
apellidos en los de su profesor.
García Márquez murió el día de Jueves Santo de
hace cinco años en Ciudad de México. En un postrer homenaje, Tatis Guerra
describe con pulcra emoción sus últimos momentos y recuerda la entereza de
Mercedes, que tanto le amó y tanto le ayudó en vida, cuando dijo a sus hijos
Gonzalo y Rodrigo: “Aquí no llora nadie. Aquí a lo puro macho de Jalisco”.
Admiro y admiré a Mercedes como a la mujer hermosa y fuerte de la Biblia,
alguien que todo hombre de bien hubiera querido tener a su lado en tanto que
madre, esposa o hija. Pero desde la distancia en que me sorprendió la muerte de
Gabito fui uno de los muchos que no la hicieron caso en aquel trance y lloré la
pérdida del amigo. El más grande escritor de la lengua castellana de todo el
siglo XX. Quizá desde Cervantes.
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PERIODISTAS
EN ESPAÑOL
Madrid
-España
14 de
abril de 2019
Libros
Noticias de Gabo
Cuando se cumple un lustro del fallecimiento de García
Márquez un nuevo libro revela aspectos desconocidos del Premio Nobel colombiano
Por
Francisco R. Pastoriza
-
Gabriel García Márquez Gabo murió el 17 de
abril de 2014 a las 12.08 horas en su casa de Ciudad de México mientras sonaban
los vallenatos de Rafael Escalona, que su mujer Mercedes Barcha había puesto en
el tocadiscos de la habitación para que esa música, que tanto había amado,
acompañara los últimos instantes de la vida del escritor.
Lo cuenta el poeta y periodista Gustavo Tatis
Guerra en “La flor amarilla del prestidigitador” (Navona), un libro sobre las
relaciones entre Tatis y Gabo en el que el periodista desvela aspectos poco
conocidos del Nobel colombiano y analiza su obra a la luz de vivencias y
memorias compartidas.
La
mirada del amigo
Un día en que Gustavo Tatis acudió a reclamar
la pensión de su abuela Escolástica Flórez en los bajos de la Gobernación de
Bolívar en Cartagena de Indias, cuando el bedel voceó el nombre y la localidad
de Sincé (de donde había venido para acudir a la cita), de entre el grupo de
personas que estaban esperando para otras gestiones se levantó un hombre que le
preguntó “¿Tú qué eres de Escolástica?”. “Soy su nieto”, respondió Tatis.
El hombre que se le había acercado era Gabriel
Eligio García Martínez, padre de Gabriel García Márquez y amigo desde la
infancia de los abuelos y los tíos de Tatis en Sincé, Sucre. Desde entonces se
inició entre ellos una relación que llevó varias veces al periodista a la casa
paterna del escritor, donde lo conoció personalmente y en la que era
considerado como de la familia. Gracias a este episodio Tatis inició una
amistad con García Márquez que trascendió la relación periodística y sólo se
interrumpió con la muerte del escritor.
Gustavo Tatis le hizo dos grandes entrevistas
a García Márquez, la primera el día de jueves santo del año de 1992 y la
segunda el jueves santo de 1993, las dos sin fotos y sin grabadora, como
siempre exigía Gabo (García Márquez falleció también otro jueves santo, como
Úrsula Iguarán, uno de los personajes de “100 años de soledad”).
Los materiales de estas entrevistas, que Tatis
publicó en el periódico “El Universal” de Cartagena de Indias, donde también
había trabajado García Márquez, forman parte de este libro junto a los
testimonios del propio García Márquez, de Gabriel Eligio, de algunos hermanos
del escritor y de Luisa Santiaga Márquez Iguarán, la madre de Gabo, a quien
prometió no publicarlos hasta su muerte (murió a los 97 años, “perdida en las
lagunas de la memoria”).
En su libro Tatis recoge el recuerdo, según el
testimonio de Gabo, de cuando su abuelo el coronel Nicolás Márquez lo llevó a
conocer el hielo que había llegado en bloques a la compañía bananera y le puso
las manos sobre el espejo de la superficie, una experiencia que para aquel niño
fue “el asombro para una novela infinita”.
Hay otros episodios más conocidos de su
infancia, como el suicidio de Emilio el Belga, el fascinante descubrimiento de
“Las 1001 noches” en un ejemplar descuadernado que se guardaba en una
buhardilla de la casa, el origen de los nombres de Macondo y del general
Buendía, las génesis de las novelas de dictadores y patriarcas y de la “Crónica
de una muerte anunciada” o sus vivencias en Aracataca y Cartagena de Indias.
Tatis dedica también capítulos a las
relaciones de García Márquez con Fidel Castro y a la fascinación del escritor
por el poder (“porque resume toda la grandeza y miseria del ser humano”), al
episodio de su enemistad con Vargas Llosa, a la concesión del Nobel (que sirvió
para que a su madre le arreglasen ese día el teléfono de casa), a su pasión
secreta de jugar al tenis a las seis de la mañana, a su oficio de periodista en
“El Universal”, “El Heraldo”, “El Nacional” y “El Espectador”, a las lecciones
impartidas en su Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, a la
presencia de las flores amarillas en todos los momentos importantes de su vida,
al último homenaje en 2007 en Cartagena de Indias en su 80 cumpleaños y en el
40 de la publicación de “Cien años de soledad”… hasta la aparición de la
neumonía crónica, y del alzheimer, que le impidió escribir los dos últimos
tomos de sus memorias. Y de su muerte hace ahora cinco años.
Xulio Formoso: Gabo.
Parecía imposible que después de las
biografías que sobre García Márquez escribieron Gerald Martin (“Gabriel García
Márquez. Una vida”), Dasso Saldívar (“El viaje a la semilla”), Plinio Apuleyo
Mendoza (“El olor de la guayaba”) y de las propias memorias del escritor
(“Vivir para contarla”) quedasen aún cosas ignoradas de la vida de Gabo.
Y sin embargo algunas de las que aquí recoge
Gustavo Tatis no se habían contado antes y tienen ese valor de lo inédito y lo
desconocido que tanto apreciamos de los personajes que nos fascinan.
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