25 de abril de 2019

MEMORABILIA GGM 898

EL ESPECTADOR
Bogotá - Colombia
4 de abril de 2019

Cultura
La flor amarilla del prestidigitador

De García Márquez a Gustavo Tatis:
"Te he dado muchas cosas para un libro"
La Feria Internacional de Libro de Bogotá será el escenario para presentar el libro La flor amarilla del prestidigitador (Navona, 2019), del escritor colombiano Gustavo Tatis Guerra.

Por Ileana Bolívar R.

La obra se divide en 17 capítulos que narran los encuentros que sostuvo Tatis con Gabriel García Márquez en los que conversaban de todo, menos de literatura, la clave para conocer al ser humano más allá del escritor.

Nacido en Sahagún, Córdoba, Gustavo Tatis es un reconocido periodista y escritor. Ha obtenido los premios de periodismo Simón Bolívar, Álvaro Cepeda Samudio y el de la Agencia Colprensa. Ha publicado poesía, crónica, cuentos infantiles y biografía. Desde 1984 trabaja en El diario Universal de Cartagena.
 
Imagen de la portada del más recuente libro de Gustavo Tatis Guerra. una biografía en tono caribe sobre Gabriel García Márquez. Cortesía

El lanzamiento del libro se hará mediante un conversatorio con Gustavo Tatis y el escritor Conrado Zuluaga, el sábado 4 de mayo a la 1:00 p.m., en la FILBo.

 ¿Cómo descubre a Gabriel García Márquez y por qué se convierte en uno de sus escritores de cabecera?
Lo descubro a mis trece o catorce años, viviendo en el Sinú, entre Sahagún y Montería, donde transcurrieron mis primeros años.  La novela Cien años de soledad ejerció una fascinación en mi espíritu, porque muchas cosas que se contaban allí eran vividas entre nosotros en la familia y en el barrio. Por ejemplo, hablar en jeringonza desde niños para decir procacidades o guardar secretos, jugar al cuento del Gallo Capón, las historias de muertos que aparecían en los lugares donde habían vivido, o las desmesuras de leyendas populares en donde el diablo era protagonista. Pero especialmente, historias de la guerra de los Mil Días o de las guerras civiles del siglo XIX, que los más viejos del Sinú, aún recordaban. Pero la desmesura macondiana de mi infancia fue conocer la historia de Javier Pereira, un indígena zenú que alcanzó la edad de 168 años, y era el hombre más viejo del mundo. Así que me sentí identificado y deslumbrado al leerlo no solo por las historias que narraba, sino por la manera natural y embrujadora como las contaba. Su mundo no era tan distante al que habíamos vivido en el Sinú, y en el resto del Caribe.

¿Cómo se da el acercamiento al escritor?
Lo he contado varias veces, pero  éste detalle no: siendo estudiante del colegio Andrés Rodríguez, en Sahagún, en 1978, tuvimos el privilegio de conocer personalmente a Germán Vargas Cantillo, amigo personal de García Márquez, y miembro del mitificado Grupo de Barranquilla y personaje de las últimas ochenta páginas de Cien años de soledad. Germán vino como director de Inravisión a celebrar el Día del Campesino en mi tierra. Me acerqué a la plaza y lo vi. Me acerqué a él esquivando el protocolo, y le dije que yo lo conocía y quería preguntarle por dos de sus amigos que eran mi admiración a mis 17 años: Gabriel García Márquez y Álvaro Cepeda Samudio. No sé cómo las ingenié para llevarme a Germán Vargas a una tienda del pueblo e invitarlo a tomar un par de cervezas. Creo que fié esas cervezas que nos tomamos. Y Germán estaba tan encantado con la conversación que se olvidó de la ceremonia, hasta que en los altoparlantes empezaron a llamarlo. Dos años después, viviendo en Cartagena, mientras reclamaba la pensión de mi abuela materna, Escolástica Flórez viuda de Guerra, conocí entre los que estaban allí en la tesorería de la Gobernación de Bolívar, al padre de García Márquez, Gabriel Eligio García Martínez, quien era amigo de mis abuelos, nacidos en Sincé, como él. Esa fue la llave que me llevó ese año a conocer personalmente a Gabriel García Márquez, en Arjona, en la casa de sus suegros. El padre del escritor me acogió en su familia y me llevó a su casa de campo Trinidad, en Santa Rosa del norte, y me leyó fragmentos de una novela que nunca terminó, sobre sus amores con Luisa Santiaga Márquez.

¿Cuál fue la impresión que tuvo de García Márquez al estrecharle su mano por primera vez?
La de un hombre Caribe, con un gran sentido del humor y  una timidez para las multitudes que conjuraba con su magia y su desparpajo para contar historias. Un prestidigitador de la tribu del Caribe. Recuerdo que el sacerdote de Arjona se le acercó a saludarlo, y a los pocos segundos, se despidió de él. Y García Márquez le dijo: ¿Cómo se va a ir ahora que quería hablarle sobre la tentación? Y a mí me dijo: "No se te ocurra estudiar Derecho", porque yo estaba a punto de matricularme en la Universidad de Cartagena. Y el escritor me dijo: "Renuncia a tiempo".

¿Por qué los encuentros con él siempre fueron los jueves santos? ¿Tenían algún significado?
Coincidía con su llegada a Cartagena en marzo o abril, su reencuentro con su madre y su familia.  Pero esos azares del destino, estaban entretejidos por la lógica misteriosa de las causalidades. Luego, descubrí que siendo un muchacho de veinte años, García Márquez escribió que el peor día para morirse era un jueves. Y un Jueves Santo murió Úrsula, en Cien años de soledad, y otro Jueves Santo murió el escritor.

¿Qué le quedó del Gabriel García Márquez como ser humano?
Era un hombre con una gran intuición y una clarividencia prodigiosa, un adivino de la belleza y de los instantes supremos, pero a su vez, supersticioso como todos los García Márquez. Con una memoria sensitiva, una criatura generosa, estratega de paz, y un optimista irracional por esa segunda oportunidad de felicidad y reconciliación de los seres humanos sobre la tierra.

Cuando García Márquez le dice “Te he dado muchas cosas para un libro”, ¿este libro es de alguna manera un compromiso con él?
No. Nunca pensé en escribir racionalmente el libro. Esperé que el tiempo lo decantara en instantes que pudieron valer la pena. Pero nunca lo sentí como un compromiso con él. Mantuve prudencia y pudor con eso. Los encuentros que se dieron después de las entrevistas estaban antecedidas por una frase suya: "Aquí no vamos a hablar de literatura". Una tarde solo conversamos, bebiendo limonada en el hotel Hilton de Cartagena, de amores, miedos, enfermedades raras, la vejez, y sobre la esquiva felicidad de los seres humanos.

Siendo este libro un detallado retrato de la vida de Gabo, ¿qué tan fácil fue hacer la selección de material recogido durante tantos años? Seguro quedaron temas por fuera…
Escogí 17 capítulos, pero dejé por fuera el largo capítulo de Cien años de soledad, porque rompía con el tono del libro, y se acercaba más a un ensayo que a un retrato humano. Seleccionar es algo brutal, como el pulso firme de un carnicero, que separa con su cuchillo afilado, las carnes blandas y duras. Para decirlo con menos dramatismo, es como el que lava la arena del río, buscando las pepitas de oro. Lo que quedó por fuera, quedó intuido y sugerido en el primer capítulo que es la entrevista con él.

¿Por qué fue tan importante para usted el momento en que Mercedes, la viuda de Gabo, llega a Cartagena con sus cenizas?
Sentía que no necesitaba entrevistarla porque ella no concede entrevistas a nadie. Solo quería verle la cara, y tuve el privilegio inmenso de que ella me invitara a almorzar a su casa. Mercedes es una mujer maravillosa, de una fortaleza integral, el polo a tierra de García Márquez, y supo como nadie manejar con guantes de seda, el funeral de un genio como él. Luego, al traer la caja con las cenizas de su esposo, todo fue tan sobrio, discreto, privado, ella no permitió que el descenso de las cenizas en la urna del monumento con su efigie fuera público sino en una acto privado. Al atardecer, pude verla a ella junto a sus hijos Rodrigo y Gonzalo, y sus nietos, en una ceremonia en el Claustro de la Merced. Aquellos momentos me dieron el tono liviano y discreto del epílogo del libro, como una hoja del árbol de macondo que cae bajo la luz de abril.

¿Cómo logró que este libro capturara la esencia, la mirada y la música de García Márquez?
No quise que fuera un libro garciamarquiano, sino un retrato humano del genio en su casa, en su ámbito cotidiano, que tuviera la cadencia musical de las palabras que pudiera acercarse a su humanidad, al latido de su corazón y al ritmo de sus gestos, emociones y pensamientos. Como un tapiz de colores, tejidos con memorias.

En el libro hay un capítulo sobre lo que García Márquez hizo por la paz de Colombia. ¿Qué nos puede contar de este episodio que pocos conocen?
Es tal vez el capítulo que retrata una de sus facetas poco conocidas y valoradas: la del estratega de la paz que participó en la cosecha que recogió después de tantas décadas de pesadumbre, el presidente Santos. Si hay un artífice en ese proceso de desarmar a la guerrilla más vieja del continente y la de proponerle que se convirtieran en grupo político, ese fue García Márquez. Pero él se sentó con todos los líderes de las distintas guerrillas para que se desarmaran y pasaran a combatir en la sociedad con ideas. Y así como trabajaba por la paz de Colombia, estaba pendiente de América Latina y del mundo. Su cercanía con el poder y su amistad con líderes políticos como Fidel Castro, Omar Torrijos, Felipe González, las puso al servicio de los derechos humanos. En su caso, fue el poder el que salió a buscar a García Márquez. Y él como escritor siempre estuvo interesado en descifrar todas las formas del poder. Desde niño fue el nieto predilecto de un patriarca, el coronel Nicolás Márquez Mejía. Y a lo largo de su vida, se tropezó con patriarcas que nutrieron el perfil del patriarca de su novela. El coronel Aureliano Buendía pierde todas sus guerras, derrotado en la guerra y en el amor, y el patriarca, por el contrario, gana la guerra y se siembra en ese poder absoluto y fatídico de los dictadores. Se nos olvida que García Márquez en su hermoso ensayo "Por un país al alcance de los niños", nos retrata en nuestras virtudes y desatinos, y dibuja el alma paradójica y contradictoria de lo que somos en Colombia.

¿Por qué García Márquez era un descifrador de la realidad?
Era un descifrador de todas las realidades. Sabía que el mismo camino que emprende el reportero con su insaciable búsqueda de la realidad, es el mismo camino implacable que emprende el narrador de ficciones. Ir tras esas realidades, tan esquivas, tan huidizas, en sus profundidades impredecibles, es sumergirnos en el reino de la ficción que está contenido en la propia realidad. Pero las verdades verificables del periodista tienen tanto poder como las ficciones verosímiles e investigadas del novelista. García Márquez sustentaba con el rigor de los constructores de catedrales, cada ladrillo o episodio que elegía para sus crónicas, cuentos y novelas. El nombre de cada uno de sus personajes era, también, fruto de sus desvelos por descifrar esas realidades del misterioso arte de narrar.

Ahora que Netflix llevará Cien años de soledad a la pantalla, ¿qué opinión le merece? ¿Le da confianza que Rodrigo García Barcha esté al frente de la serie?
Lo he dicho de esta manera: la magia del cine nunca ha podido atrapar la magia de las ficciones de García Márquez. El nunca aceptó que su novela clásica fuera llevada al cine. Pero sí permitió que muchas de sus novelas como Crónica de una muerte anunciada, El coronel no tiene quien le escriba, El amor en los tiempos del cólera o Del amor y otros demonios, y muchos de sus cuentos como "Un señor con unas alas enormes" y "La viuda de Montiel", fueran llevados al cine. La potestad está sobre los hombros de sus hijos, Rodrigo García Barcha, que es un espléndido director de cine, y de Gonzalo García Barcha, que es un gran artista. A García Márquez le ocurrirá lo mismo que a Cervantes: su novela que es un patrimonio universal se hará en el futuro cercano y lejano, en múltiples películas y series televisivas, obras de teatro, dibujos animados, pinturas, canciones, etc. La vida y el destino contrariarán la voluntad del escritor para que la humanidad que aún no lee, lo disfrute de otra manera a través de las imágenes o en las rutas mágicas que nos llevan al reino de Macondo.

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EL PAÍS
Madrid – España
8 de abril de 2019

Biografía
El colmillo del premio Nobel
Gustavo Tatis Guerra realiza en 'La flor amarilla del prestidigitador' un recorrido sentimental y literario por el entorno familiar de Gabriel García Márquez


Por Juan Luis Cebrián

Gabriel García Márquez, en 1969 en Roma con su familia. Vittoriano Rastelli (Getty Images)

El dentista de Gabriel García Márquez llevaba colgado al cuello un dije engastado en oro. No era el diente de un tiburón ni un trofeo arqueológico sino un colmillo humano, el incisivo superior derecho del premio Nobel de Literatura que, además de paciente, fue su amigo y padrino de uno de sus hijos. Solicitó semejante honor el propio Gabo, sorprendido al comprobar que su nombre y el de su mujer, Mercedes Barcha, se añadían así a la ya larga lista de protectores y testigos que acudieron a dar fe del agua bautismal administrada al recién nacido. Los García Márquez fueron los padrinos números 13 y 14 de la ceremonia. ¡Todo un bautizo macondiano!, pudo exclamar Gabriel con entusiasmo. Gustavo Tatis Guerra cuenta esta anécdota en medio de otras muchas en su libro La flor amarilla del prestidigitador. Es un recorrido sentimental y literario por el entorno familiar de García Márquez, sus sueños y anhelos infantiles, la muy especial relación que tuvo con sus padres y los demonios y ángeles interiores a los que estuvo sometido y por los que estuvo encandilado a lo largo de su existencia. La tesis vertebral de la obra es la suposición de que en realidad Cien años de soledad es en gran medida una historia basada en la de la familia de su autor, aunque manipulada por su imaginación y el respeto debido a la memoria de sus ancestros. El coronel Aureliano Buendía sería así una recreación hiperbólica de su abuelo paterno.

En esta época en que proliferan la literatura y los libros basura sobre el periodismo (tantas veces también periodismo basura) es de agradecer el esfuerzo de Tatis por ofrecernos un relato cuyo eje gira en torno a la excelencia de ambos oficios. Su texto, que no escapa a la benéfica influencia estilística del creador de Macondo, recupera para nosotros el reconocimiento del periodismo como género de la literatura, algo que siempre defendió García Márquez, y de lo que bien puede dudarse hoy a juzgar por la miserable calidad de tantas tertulias televisivas y las columnas que inundan de mierda el comentario político.

En la primavera de 1987 mantuve con Gabo en Barcelona una conversación de más de cuatro horas previa a la elaboración de un libro sobre su figura que me había encargado Hans Meinke para el Círculo de Lectores. Fruto del encuentro fue un largo perfil del escritor y una entrevista con él que yo convertí en monólogo, como para poder ser representado algún día. Trataba así no tanto de inmiscuirme en sus palabras sino en sus sentimientos, procurando imbuirme de ellos, reír y sufrir con el personaje, y compartirlos luego con su extensa nómina de admiradores. Como era habitual en él, me pidió que no utilizara grabadora para la conversación, sino solo papel y pluma para tomar notas. Este es un hábito que siempre he recomendado también yo. Lo importante en nuestro trabajo es saber escuchar, no tanto reproducir literalmente lo que otros dicen, sino lo que nosotros mismos somos capaces de entender. De otra manera corremos el peligro de traicionar al interlocutor, pues su lenguaje corporal, su mirada, sus aspavientos o su quietud forman parte tanto o más que sus palabras de lo que quiere expresar. Como no quería traicionar sin embargo su confianza me permití enviarle las pruebas de imprenta tanto de la pequeña biografía que pergeñé como de su improvisado soliloquio. Me las devolvió con algunas correcciones menores y un mensaje escrito de su puño y letra: “¡Por fin alguien que cuenta una historia sobre mí que es cierta!”.

Ignoro si Tatis Guerra tuvo oportunidad de enseñarle a Gabo los escritos y crónicas sobre él y su familia que ahora se han editado; pero en lo que valga mi testimonio sobre la persona del escritor, cuya amistad cultivé durante muchos años, la fidelidad al personaje que de ellas emanan es absoluta. Tatis Guerra ha interrogado a los padres, hermanos, amigos, profesores y colegas de García Márquez, ha buceado en el tiempo para descubrir sus semejanzas con los principales personajes de la obra capital de Gabo, ha desmenuzado sus escritos y escudriñado sus secretos. El resultado de su investigación, en la que no descuida la crítica literaria, es para él definitivo: el realismo mágico que García Márquez logró acuñar como género novelístico, troncal para un cierto periodo de nuestra literatura, es en gran medida la transliteración de los hechos que el propio escritor vivió. Tímido, educado y soñador, Gabo tenía en opinión de su padre como dos cerebros, ambos proteicos y llenos de redes neuronales. En uno le funcionaba una memoria inagotable, y en el otro una imaginación sin límites. Pero yo oí en muchas ocasiones al propio García Márquez que esta era siempre superada por la realidad misma y que el realismo mágico, en su pluma, era menos mágico y más real de lo que la gente podía creer. Esto no es de extrañar para nadie que conozca Colombia. Y quizás por lo mismo se sintió siempre muy atado a su profesión de periodista, de la que intentó inútilmente escapar y trató, inútilmente también, que huyera el autor del libro que comentamos.

Entre los recuerdos de infancia que Tatis Guerra menciona, está el castigo que su profesor Mesa Castillo le infligió cuando tenía 10 años porque confundía la letra “v” con la “b”. “Lo encerró en la biblioteca para que leyera las 10 primeras páginas de Las mil y una noches e identificara las palabras que aparecían con dichas letras”. Pero él en vez de hacer eso se dedicó a devorar materialmente el libro y a disfrutar con sus cuentos. Estos tropiezos ortográficos le debieron dejar honda huella. En el reciente congreso internacional de la lengua española celebrado en Córdoba todavía resonaron los ecos de su famoso discurso en el primero de dichos encuentros, habido en Zacatecas, México, hace más de 20 años. “Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna; enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota”. “¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?”. Algunos pensaron entonces que aquellas propuestas, como la de interrogarse qué sentido tiene la “u” detrás de la “q”, eran consecuencia de un afán provocador. Muy al contrario, surgían de una mentalidad curiosa e inocente, exenta de prejuicios, que le acompañó desde la niñez. Los terrores nocturnos de la ortografía tenían nombre y apellidos en los de su profesor.

García Márquez murió el día de Jueves Santo de hace cinco años en Ciudad de México. En un postrer homenaje, Tatis Guerra describe con pulcra emoción sus últimos momentos y recuerda la entereza de Mercedes, que tanto le amó y tanto le ayudó en vida, cuando dijo a sus hijos Gonzalo y Rodrigo: “Aquí no llora nadie. Aquí a lo puro macho de Jalisco”. Admiro y admiré a Mercedes como a la mujer hermosa y fuerte de la Biblia, alguien que todo hombre de bien hubiera querido tener a su lado en tanto que madre, esposa o hija. Pero desde la distancia en que me sorprendió la muerte de Gabito fui uno de los muchos que no la hicieron caso en aquel trance y lloré la pérdida del amigo. El más grande escritor de la lengua castellana de todo el siglo XX. Quizá desde Cervantes.

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PERIODISTAS EN ESPAÑOL
Madrid -España
14 de abril de 2019

Libros

Noticias de Gabo
Cuando se cumple un lustro del fallecimiento de García Márquez un nuevo libro revela aspectos desconocidos del Premio Nobel colombiano

Por Francisco R. Pastoriza
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Gabriel García Márquez Gabo murió el 17 de abril de 2014 a las 12.08 horas en su casa de Ciudad de México mientras sonaban los vallenatos de Rafael Escalona, que su mujer Mercedes Barcha había puesto en el tocadiscos de la habitación para que esa música, que tanto había amado, acompañara los últimos instantes de la vida del escritor.

Lo cuenta el poeta y periodista Gustavo Tatis Guerra en “La flor amarilla del prestidigitador” (Navona), un libro sobre las relaciones entre Tatis y Gabo en el que el periodista desvela aspectos poco conocidos del Nobel colombiano y analiza su obra a la luz de vivencias y memorias compartidas.

La mirada del amigo

Un día en que Gustavo Tatis acudió a reclamar la pensión de su abuela Escolástica Flórez en los bajos de la Gobernación de Bolívar en Cartagena de Indias, cuando el bedel voceó el nombre y la localidad de Sincé (de donde había venido para acudir a la cita), de entre el grupo de personas que estaban esperando para otras gestiones se levantó un hombre que le preguntó “¿Tú qué eres de Escolástica?”. “Soy su nieto”, respondió Tatis.

El hombre que se le había acercado era Gabriel Eligio García Martínez, padre de Gabriel García Márquez y amigo desde la infancia de los abuelos y los tíos de Tatis en Sincé, Sucre. Desde entonces se inició entre ellos una relación que llevó varias veces al periodista a la casa paterna del escritor, donde lo conoció personalmente y en la que era considerado como de la familia. Gracias a este episodio Tatis inició una amistad con García Márquez que trascendió la relación periodística y sólo se interrumpió con la muerte del escritor.

Gustavo Tatis le hizo dos grandes entrevistas a García Márquez, la primera el día de jueves santo del año de 1992 y la segunda el jueves santo de 1993, las dos sin fotos y sin grabadora, como siempre exigía Gabo (García Márquez falleció también otro jueves santo, como Úrsula Iguarán, uno de los personajes de “100 años de soledad”).

Los materiales de estas entrevistas, que Tatis publicó en el periódico “El Universal” de Cartagena de Indias, donde también había trabajado García Márquez, forman parte de este libro junto a los testimonios del propio García Márquez, de Gabriel Eligio, de algunos hermanos del escritor y de Luisa Santiaga Márquez Iguarán, la madre de Gabo, a quien prometió no publicarlos hasta su muerte (murió a los 97 años, “perdida en las lagunas de la memoria”).

En su libro Tatis recoge el recuerdo, según el testimonio de Gabo, de cuando su abuelo el coronel Nicolás Márquez lo llevó a conocer el hielo que había llegado en bloques a la compañía bananera y le puso las manos sobre el espejo de la superficie, una experiencia que para aquel niño fue “el asombro para una novela infinita”.

Hay otros episodios más conocidos de su infancia, como el suicidio de Emilio el Belga, el fascinante descubrimiento de “Las 1001 noches” en un ejemplar descuadernado que se guardaba en una buhardilla de la casa, el origen de los nombres de Macondo y del general Buendía, las génesis de las novelas de dictadores y patriarcas y de la “Crónica de una muerte anunciada” o sus vivencias en Aracataca y Cartagena de Indias.

Tatis dedica también capítulos a las relaciones de García Márquez con Fidel Castro y a la fascinación del escritor por el poder (“porque resume toda la grandeza y miseria del ser humano”), al episodio de su enemistad con Vargas Llosa, a la concesión del Nobel (que sirvió para que a su madre le arreglasen ese día el teléfono de casa), a su pasión secreta de jugar al tenis a las seis de la mañana, a su oficio de periodista en “El Universal”, “El Heraldo”, “El Nacional” y “El Espectador”, a las lecciones impartidas en su Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, a la presencia de las flores amarillas en todos los momentos importantes de su vida, al último homenaje en 2007 en Cartagena de Indias en su 80 cumpleaños y en el 40 de la publicación de “Cien años de soledad”… hasta la aparición de la neumonía crónica, y del alzheimer, que le impidió escribir los dos últimos tomos de sus memorias. Y de su muerte hace ahora cinco años.

 Xulio Formoso: Gabo.

Parecía imposible que después de las biografías que sobre García Márquez escribieron Gerald Martin (“Gabriel García Márquez. Una vida”), Dasso Saldívar (“El viaje a la semilla”), Plinio Apuleyo Mendoza (“El olor de la guayaba”) y de las propias memorias del escritor (“Vivir para contarla”) quedasen aún cosas ignoradas de la vida de Gabo.

Y sin embargo algunas de las que aquí recoge Gustavo Tatis no se habían contado antes y tienen ese valor de lo inédito y lo desconocido que tanto apreciamos de los personajes que nos fascinan.

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