Barcelona - España
7 de abril de 2019
La Barcelona de
Un programa de
actos evoca sus ocho años en la ciudad
Por Xavi Ayén
Escritores,
amigos e instituciones se han conjurado para organizar una serie de eventos,
del 6 al 13 de abril, que ponen en valor la vinculación del colombiano con
Barcelona, localidad en la que residió ocho años y a la que volvía
continuamente. Mesas redondas con autores latinoamericanos que viven hoy en la
ciudad, como Villalobos, Roncagliolo, Restrepo o Fresán, amigos de la época
como Luis Goytisolo o Nuria Amat, y una amplia oferta de talleres componen el
homenaje.
El
premio Nobel de Literatura que más tiempo ha vivido en Catalunya –ocho años, de
1967 a 1975– es Gabriel García Márquez. Fue en Barcelona donde experimentó la
mayor mutación que puede sufrir un escritor: se transformó de autor minoritario
en uno de los novelistas más famosos del mundo. El regalo que pidió cuando
llegó al millón de ejemplares vendidos de Cien
años de soledad fue que le tradujeran ese libro al catalán (y que lo
hiciera su amigo Tísner). Desde 1975, su editorial principal ha estado en
Barcelona. Y, desde mediados de los años sesenta, su carrera fue dirigida en lo
económico –y estratégico– por la agencia Carmen Balcells. A pesar de no vivir
en la capital catalana desde 1975, acudía regularmente casi todos los años y,
tras una etapa en que se alojó en hoteles, se compró un piso que mantuvo hasta
el final de sus días. La lista de anécdotas, afectos, proyectos y amistades que
ha generado García Márquez en Barcelona daría para varias enciclopedias.
Gabriel García Márquez, leyendo un
diario en la plaza Catalunya en febrero del año 1970 (EFE)
Es
por ello que sorprende que, hasta ahora, no se hubiera celebrado nada parecido
a El rastro de Gabo en Barcelona, una serie de debates, talleres, rutas y
publicaciones, que tendrán lugar del 6 al 13 de abril, organizados por el
consulado de Colombia, la Obra Social La Caixa y Casa América Catalunya, con el
apoyo de otros medios y entidades, como La Vanguardia, Barcelona Ciutat
Literària, Biblioteques de Barcelona, el máster de Periodismo Narrativo de la
UAB, la agencia Carmen Balcells o la FNPI, fundación que creó el escritor para
promover el periodismo de calidad. Se trata de la primera gran reivindicación
del vínculo del personaje con la ciudad. “Queremos hacer visible algo que a la
gente le pasa desapercibido, que esta es una de las ciudades importantes en la
vida de Gabo”, apunta la cónsul, Pilar Calderón, quien, como periodista,
coincidió con García Márquez en la revista colombiana Cambio, de la que él era
el propietario.
Si
bien se trata, por un lado, de una conmemoración a los cinco años de la muerte
del escritor –que se cumplirán el 17 de abril– el programa, más que analizar
las obras o episodios del pasado, se enfoca más en proyectar su legado y sus
ideas hacia el futuro. Por un lado, está previsto que los escritores
latinoamericanos que residen actualmente en la ciudad –Santiago Roncagliolo,
Laura Restrepo, Rodrigo Fresán y Juan Pablo Villalobos– debatan (lunes 8) sobre
los atractivos e inconvenientes de Barcelona como lugar donde escribir. Por
otro, una selección de amigos del Nobel –se espera a Luis Goytisolo, Nuria Amat
o Wendy Guerra– evocarán (jueves 11) momentos vividos junto al colombiano. Otras
mesas abordarán cuestiones como los cambios tecnológicos del periodismo (martes
9), el reporterismo de viajes (miércoles 10) o la relación entre música y
literatura del Caribe (viernes 12). Entre los ponentes, nombres como Miquel
Molina, Xavier Aldekoa, Martín Caparrós o Alberto Salcedo Ramos, entre otros
(véase recuadro).
Tras
haber publicado Cien años de soledad
en Buenos Aires, Gabriel García Márquez se mudó a Barcelona, por consejo de
Carmen Balcells y seducido por el aura mítica que le había conferido a la
ciudad Ramon Vinyes, el “sabio catalán” de su tertulia juvenil de letraheridos
de Barranquilla. Aterrizó en el aeropuerto de Barajas el 4 de noviembre de 1967
y, tras pasar unos días en la capital de España, se dirigió a Barcelona, con su
mujer, Mercedes Barcha, y sus hijos Rodrigo y Gonzalo, en un coche de alquiler.
Su primer asentamiento fue en un aparthotel de la calle Lucà. Al poco, se
mudaron a un piso en el número 168 de la avenida República Argentina, desde el
que, el 6 de febrero de 1969, se cambiaron a los bajos de la calle Caponata
número 6, 165 metros cuadrados en el barrio de Sarrià. En la misma esquina
vivió su gran amigo, el peruano Mario Vargas Llosa.
La
novela que escribió en Barcelona fue El
otoño del patriarca, publicada justo tras su marcha en 1975, y en la que el
dictador protagonista adquiere “algunos detalles de la agonía de Franco, que
iba tomando de la prensa”, según él mismo ha contado. Pero no fue ese su único
“libro barcelonés”. Su amiga Beatriz de Moura había fundado en 1969, junto a su
entonces marido, el arquitecto Oscar Tusquets, la editorial Tusquets y le pidió
un texto para apoyar el nuevo sello. “‘Os voy a dar uno que salvará la
editorial’, bromeó –recuerda Tusquets–, era un material que había publicado en
la prensa colombiana sobre un polémico naufragio... Vaya si nos salvó, ¡hicimos
80 ediciones! Y Relato de un náufrago
se convirtió en el libro más vendido de la historia de la editorial”.
“Le
gustaba hablar de lo que estaba escribiendo –rememora Tusquets–, un día en
Bocaccio me dijo: ‘He tenido una idea maravillosa para un cuento gracias a un
problema que he sufrido con la electricidad’. Y me lo narró allí mismo: unos
padres se van a cenar a casa de unos amigos, pero se dejan una bombilla
desenroscada, por la que empieza a escaparse la luz y, cuando vuelven, se
encuentran la casa entera inundada de luz y a sus niños ahogados en el techo”.
El relato es La luz es como el agua, incluido en el libro Doce cuentos peregrinos.
“En los momentos de penurias económicas
–prosigue Tusquets–, Gabo les decía a sus hijos: ‘No os preocupéis, porque un
día vendré con una maleta llena de dólares’. Y, ya consagrado, para hacerles
reír, exigía a Carmen Balcells cobrar así algunos libros... ¡y, dicho y hecho,
ella se presentaba a verle con una maleta repleta de billetes!”.
Dormía
la siesta en el suelo de las casas de sus amigos, compraba membrillo de
guayaba, era supersticioso...
Su
rutina laboral era escribir vestido con un mono de mecánico hasta media tarde,
hora en que recibía a amigos o se iba a pasear, y “a leer el diario vespertino,
ya fuera El Noticiero o el Tele/eXprés, cuyas noticias luego comentaba con mi
padre o con los vecinos”, explica Luis Miguel Palomares, hijo de Carmen
Balcells y director de la agencia desde el 2015.
En
Barcelona, García Márquez no se implicó mucho en el antifranquismo, pero sí
“jugaba” a las conspiraciones políticas, sobre todo en América Latina, y a
menudo intentaba poner de acuerdo a bandos enfrentados. Por su piso desfilaron
guerrilleros, políticos... personajes como Régis Debray, Gregorio López
Raimundo o Pablo Neruda. A raíz del caso Padilla en 1971 –el encarcelamiento y
posterior autoinculpación pública del escritor cubano Heberto Padilla– saltaron
chispas en algunas conversaciones. “Me discutí con Gabo antes, en 1968
–recuerda Juan Marsé–, porque yo volvía de La Habana de ser jurado del premio
Casa de las Américas. Fidel Castro quiso que retiráramos los premios a Padilla
y a Arrufat y nos negamos. ‘Si quieren lo fusilan, pero su libro es el mejor’,
les dije. De vuelta, al comentárselo a Gabo, diciéndole que no éramos
comisarios, estalló: ‘¿Eres tonto o qué? ¡La revolución es muy importante! ¡No
tenéis ni puta idea!’”. Ya en la transición, mostró su simpatía en reuniones y
mítines con dirigentes socialistas y tuvo gran contacto con Felipe González,
Pasqual Maragall o Narcís Serra.
Gabriel García Márquez, en Barcelona,
tras ajustarse un pantalón de tirantes en el año 1990 (Agencia Balcells)
Pero
las tres familias que trabaron mayor amistad con los García Barcha en Barcelona
fueron los Feduchi (Luis y Leticia), los Muñoz (el productor de cine Ricardo
Muñoz Suay y su esposa Nieves Arrazola, que tiene hoy 102 años) y, por
supuesto, los Palomares Balcells. Berta Muñoz, hija de Ricardo y Nieves,
explica: “Íbamos a Calafell, los fines de semana y en verano, los Gabos
alquilaron allí un apartamento para estar con nosotros. Pero él era
supersticioso, y había una vecina de arriba que decía él que era pavosa, vamos,
que le daba yuyu, y al final no se quería quedar a dormir en aquel apartamento.
En el bar La Espineta, de la familia Barral, nos reuníamos todos, también con
Marsé, Ana María Moix, Gil de Biedma...” Otros conocidos fueron la fotógrafa
Colita, Rosa Regàs, Joaquín Marco, Félix de Azúa, Carme Riera...
Convertido
ya en autor famoso, García Márquez viajaba mucho, junto a su esposa. “Entonces
–revela Berta Muñoz– yo me instalaba en su casa, para estar con Rodrigo y
Gonzalo, más pequeños. Les hacía de canguro y secretaria, dormía en la cama de
los Gabos”. A veces “me enviaban a comprar membrillo de guayaba, que le
encantaba, a un colmadillo que había en la actual plaza Francesc Macià”.
Los
amigos recuerdan las legendarias siestas de García Márquez. “Se quedaba medio
dormido en cualquier sitio –dice Muñoz–, parecía que no escuchaba, pero, de
golpe, te soltaba alguna frase genial”. Palomares explica que “su especialidad
era la siesta en la alfombra: en casa de mi madre se había llegado a estirar
directamente en el suelo”. “Era una persona entrañable, muy fácil, nada
conflictivo –añade Muñoz–. Nunca gritaba, no reñía a los niños. Le gustaba
hacer reír y observaba mucho”.
García Márquez, en 1993, en un mitin del
PSC junto a Oriol Bohigas, Pasqual Maragall, Felipe González y Raimon Obiols (LUIS GENE / EFE)
“Un
día, nos invitó a Julio Cortázar y a mí a comer al Reno –rememora la uruguaya
Cristina Peri Rossi–, y se quedó muy sorprendido al ver que pedíamos unos
huevos fritos con patatas”. Gracias a un consejo de Gabo, Cortázar encontraba
en Barcelona jerséis y camisas de su (alta) talla: “Ve al Corte Inglés, yo me
compro los trajes allí”. Son varios los restaurantes que frecuentó, a lo largo
de varias etapas, algunos han desaparecido y otros siguen funcionando: el 7
Portes, Casa Leopoldo, el Amaya (que aún exhibe enmarcado un dibujito que les
hizo de una lubina), La Puñalada, Semon, Giardinetto, Flash Flash...
Nélida
Piñón y Rosa Regàs recuerdan lo que todos llamaban “la Gabo sound machine”, el
espectacular equipo de música de su domicilio, cuyo interiorismo diseñaron
Alfonso Milà, Federico Correa y Leopoldo Pomés (le gustó tanto, por cierto, que
lo reproducía en todos los pisos que iba adquiriendo en varias ciudades del
mundo).
Para
los fetichistas, es bueno saber que el rastro de Gabo en Barcelona se podría
seguir literalmente a través de algunos objetos que dejó aquí, como la mesa de
madera en que escribió El otoño del
patriarca y que le cedió a Carmen Balcells. O, explica Luis Miguel
Palomares –fotógrafo de profesión– “mi primera cámara, esta que tengo en la
mano, una Minolta SRT 101, me la cedió al irse, igual que mi primer coche, un
Seat 1430 motor Fiat. Hay que decir que el fotómetro de la cámara estaba
estropeado, sobreexponía, salían las fotos quemadas, lo que a veces conseguía
algún efecto interesante”.
Pero,
si le forzaran a elegir algo de lo que le dejó Gabo, Palomares señala: “Un
consejo que me dio: ‘Noi, la naturalidad te abrirá todas las puertas,
recuérdalo siempre’. Y en eso estoy”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario