Elena Poniatowska, escritora mexicana, premio Cervantes
de 2013,
acaba de publicar un libro que reúne sus mejores
entrevistas,
a personajes de su entorno. Entre esas entrevistas se
encuentra la que
tomó a García Márquez a continuación.
(N del E.)
La Jornada
México
D.F.
4 de
junio de 2017
Entrevista
Medio siglo de Cien años de
soledad
Por Elena
Poniatowska
Elena Poniatowska y García Márquez. Foto de Pedro
Valtierra.
Al regresar a México, en 1973, después del
triunfo de Cien años de soledad,
Gabriel García Márquez alquiló primero la casa de Armando Ayala Anguiano y
Sarah en San Angel Inn; luego vivió en la de Tito Monterroso y finalmente,
cuando la Gaba-Mercedes viajó a Colombia con su hijo menor, Gonzalo, él y
Rodrigo se cambiaron primero a un hotel cualquiera y a los dos días al Camino
Real, el más grande y lujoso del Distrito Federal.
¿Gabo, Qué
haces tú en un hotel tan palaciego?
–Mira, convéncete de que los únicos hoteles
que funcionan son los de tipo norteamericano; aquí nada falla; en el otro creían
que yo era un impostor, cómo me lo confesó más tarde la recepcionista y no me atendían
ni me tomaban un solo recado.
“Me siento muy bien, muy bien, Vamos a
continuar la entrevista en un salón vacío; ahora están haciendo la limpieza, nadie
nos molestará, vente, Elena.”
Antes de iniciar la plática, lo llaman de la
Universidad Nacional Autónoma de México. le ruegan que el domingo vaya a La
Casa del Lago porque todos piden su presencia; unos estudiantes lo invitan a
una función de teatro experimental, una joven poeta quiere leerle sus poemas y
le explica que son más de 100; un actor lo requiere para su opera prima y le
asegura que lo recomienda Oscar Chávez; una gorda muy alta y enojona quiere
invitarlo a tomar un trago, y un flaquito de Filosofía y Letras, con ojos
inteligentes, solicita una entrevista para el boletín de su facultad:
“¿Recuerda que me lo prometió cuando lo abordó en la calle? Sólo vamos a tratar
temas políticos”,
–De lo que menos quiero hablar es de política
–ríe Gabo. Primero tengo que atender a Elena que es mi amiga de antes.
Para Gabo, los amigos de antes de su triunfo,
son quienes importan: Carlos Fuentes, el cineasta Luis Alcoriza, Álvaro Mutis,
Jomí García Ascot y María Luisa Elio, a quienes les dedicó su libro y nunca
imaginaron que eso los haría inmortales.
Lo que
no me explicó, Gabo, es que escribieras un libro en que suceden tantas cosas en
un lapso tan largo, como son 100 años, y no te confundieras con tantas
generaciones dc Buendía, guerras civiles y batallas, hijos, nietos y tataranietos
de Arcadio Buendía.
–Bueno, tuve unos cuadernitos, así –hace una
señal con la mano–, unos cuadernitos de colegio que uso, como este que tú
traes, de hojas que se arrancan. Cuando terminó mi novela había llenado por lo
menos 40, porque Pera, la secretaria de Manolo Barbachano Ponce, estaba pasando
a máquina el capítulo tres, pero iba yo por el 12, por el 15 con el cuadernito.
El libro llevaba gran velocidad y no lo podía dejar escapar, entonces en ese
cuadernito escolar consultaba en qué punto del relato iba, ¿entiendes?
Pero
¿apuntabas frases, ideas, fechas?
–No, nada de eso, yo iba controlando la
estructura del libro en ese cuadernito. Necesitaba saber si Fulano de Tal era
nieto o bisnieto o tataranieto de Arcadio Buendía, porque yo mismo me había
hecho bolas, y entonces me remitía al cuadernito donde tenía todo muy claro.
Incluso hice un árbol genealógico, pero lo rompí.
¿Así es
que tus 40 cuadernos fueron invaluables?
–Si. Cuando el editor me mandó decir que había
recibido el original de Cien años de
soledad, llamó a Mercedes y nos sentamos una noche y rompimos absolutamente
todos los cuadernitos
¿Por qué?
–Por pudor. Ahora me dicen críticos y amigos
que no debí de hacerlo, porque hubieran tenido un gran interés para los
estudiosos, pero yo no quise que alguien viera la costura del libro, su cocina,
los desperdicios, las cáscaras, los cascarones de huevo, las peladuras de papa,
por eso los destruí. Incluso a mí mismo me dio pudor encontrarme con ellos; era
como ver intimidades que no se deben conocer.
“Oye, Elena, es una vergüenza que estés
haciendo la entrevista con grabadora. Desde que los periodistas trabajan con
grabadora ya no piensan, ya no interpretan, ya nada, ni siquiera piensan.”
Gabo, es
que hablas mucho y muy rápido, se me caería la mano de tanto escribir.
–Pero la entrevista sería mejor si tu condensaras, si interpretaras tus
notas, Entonces tomarlas todo lo esencial, sintetizarías y no taca, taca, taca,
mecánicamente, toda esta palabrería está de más. Además me molesta la grabadora,
me molesta mucho; me distrae, me fuerza, me pierdo en mis pensamientos, me
siento acosado, espiado.
Gabo arquea las cejas tupidísimas bajo su pelo
african look, que parece erizársele mas cuando se irrita como en este momento,
en que quisiera que aventara yo la grabadora a la lujosísima alberca de este lujosísimo
hotel
Fíjate
Gabo, tengo una foto contigo en el coctel de Siglo XXI, en 1967. Tienes el
cabello aplacadito, un saco blanco a rayas azules, como los de Alec Guiness en
el papel del hombre en La Habana...
– ¡Ni me la enseñes! Esas fotos me matan de la
tristeza.
¿Por
qué?
–Porque pienso que perdí los mejores años de mi vida, ¿sabes lo que es eso?,
escribiendo como imbécil, habiendo tantas cosas mejores que hacer (ríe).Mira yo
he tenido mucho cuidado con el éxito. Al principio me desconcertó, después me dio
miedo, después un poco de risa y ahora estoy en un punto en que quiero servirme
de él para finalidades políticas.
¿Cómo?
–Sí creo que el éxito es un capital político
que tengo que manejar lo más cuidadosamente posible en favor de la revolución
en América Latina; quiero aprovechar el renombre, todo el bombo que me ha hecho
la prensa, aprovechar el prestigio que significa haber vendido más dc 2
millones dc ejemplares en castellano en menos de un año para hacer algo
políticamente importante; no en el sentido de que vaya a tener una militancia
activa, pero sí en el de ejercer influencia política desde mi posición de
escritor.
Gabo, al
escribir Cien años de soledad, ¿pensaste que estabas haciendo la historia de todo el continente
latinoamericano, la de su soledad, su atraso, su desamparo, su miseria?
–Yo nunca fui consciente de ello, nunca soy
consciente de nada que sea importante. Tú lo sabes muy bien, tú me conoces. Y
sabes también que tengo una cita dentro de 10 minutos.
Gabo ¿qué
es lo más importante para ti en México?
–Mis amigos, yo resuelvo mi vida al llegar a
México en el momento en que me vinculo a un grupo de amigos; desde el momento
en que oigo la voz de Álvaro Mutis o de García Ascot o de Alcoriza o de Fuentes
por teléfono, empiezo a sentirme bien. Hago mi vida aquí siempre relacionado
con mis amigos desde que llego hasta que me voy, todas las noches ceno con unos
u otros. Creo que mi mayor triunfo es no haber perdido jamás a uno solo de los que
he tenido siempre, los de antes del éxito de Cien años de soledad.
La primera edición de Cien años de Soledad se publicó el 5 de junio de 1967 e hizo que
los lectores entráramos al mundo de la felicidad, porque leerlo nos cambió. Ningún
otro libro ha logrado darnos fe en nosotros mismos como esta novela, la más leída
en América Latina.
En una de las escasas apariciones públicas de
García Márquez la escritora Rosa Beltrán pidió la palabra: “Maestro, esto no es
una pregunta, sino una observación: Cien
años de soledad es un libro que cambió mi vida”. El Nobel respondió: “A mí
también” Así nos sucedió a los lectores de México y de América Latina. Cien años de soledad nos colocó en cl
mapa mundial y nos dio colas de cochinito.
Nadie ha hecho tanto por Colombia o por la
literatura dc América Latina como Gabriel García Márquez. Claro, tuvimos a
grandes próceres (palabra que siempre me ha intrigado), pero ninguno nos cambió
como lo hizo Remedios La Bella al salir volando asida a una sábana, o Aureliano
Buendía, al forjar sus pescaditos de oro.
Conocí a García Márquez años antes de imaginar
siquiera que escribiría Cien años de
Soledad. Bailaba cumbias con Elena Garro; lo acompañé cuando él y Carlos
Fuentes trabajaban en Telerevista con Manolo Barbachano Ponce. Gabo no era el
centro de la gran fiesta de la literatura de América Latina. Mercedes Barcha lo
vigilaba en casa de Fuentes en San Ángel. Fuentes invitaba a bailar a Candice
Bergen, a Gregory Peck, a Jane Fonda, a Debra Paget, a Louis Malle, a Marie
Pierre Colle, al embajador de Estados Unidos, su primo John Gavin (quien
personificó al Pedro Páramo de Juan Rulfo), a John Houston, a Susan Sontag, a
William Styron y fascinaba a todos con su inmenso savoir faire.
El chileno José Donoso vivía en una casa al
fondo del jardín y escribía El obsceno
pájaro de la noche. Todos habrían de viajar más tarde a Barcelona a convertirse
en La infame turba y a que Carmen
Balcells los cobijara bajo sus inmensas alas editoriales. José Donoso habría de
dar fe de esa época en su libro La
historia personal del boom.
Cien
años de soledad acabó con todo. Gabo se sentó sobre el
mundo entero y viajó a Europa con su nueva novela El amor en los tiempos del cólera colgada del cuello en un USB.
Gabo rememoró en varias ocasiones: “Un halo de
magia rodeó Cien años de soledad que
ejerció su sortilegio antes de su publicación. Cuando pensé: ‘Ahora es cuando’,
lo dejé todo, mi trabajo en Walter Thompson y Stanton, mis guiones de cine;
empeñe el coche y durante tres meses no salí ni a la puerta”.
"Dejarlo todo", he aquí el punto de
partida de la obra maestra que derribó todos los muros que ahora nos amenazan.
** ** **
La Vanguardia
Barcelona
– España
14 de
enero de 2017
Cultura
El álbum secreto de García
Márquez
Fotos de fiestas, parte de una novela inédita, encuentros
con políticos o estrellas del cine, correcciones de manuscritos, impresiones
anotadas en cuadernos y hasta adivinanzas... sale a la luz una parte de los
archivos del escritor en la Universidad de Texas
Por Xavi
Ayén
El álbum secreto de García MárquezAlegría.
Gabriel García Márquez bailando cumbia junto a un grupo de música regional, en
una foto sin datar (.)
(La foto
pertenece a las celebraciones de la entrega del Premio Nobel en Estocolmo.
Diciembre de 1982. N del E.)
Los fans de Gabriel García Márquez que entran
estos días en la web del Harry Ransom Center se sienten como si estuvieran
husmeando en los cajones de la casa del Nobel colombiano. Desde el mes pasado,
los papeles, fotos, cuadernos, manuscritos corregidos, fichas y discos duros de
Gabriel García Márquez (1927-2014) ya están en la red, para saciar la
curiosidad de sus millones de lectores en todo el mundo. Para ser más precisos,
se trata tan solo de una parte de ellos, una selección que ha hecho este centro
dependiente de la Universidad de Texas, institución pública a la que la familia
vendió, en el 2015, los archivos del escritor por 1,8 millones de euros con el
objetivo de que “el archivo llegara a un público lo más amplio posible”,
explica su hijo Rodrigo. Un portavoz de la universidad dijo que, tras los
27.500 documentos –entre papeles e imágenes– digitalizados y ya colgados en la
red, casi la mitad del legado, no está previsto hacer lo mismo con el resto.
Para consultarlo, es preciso desplazarse a la ciudad de Austin, la sede del
centro Harry Ransom.
Los recorridos virtuales posibles son muchos,
y el visitante cuenta con la ayuda de un buscador. Por ejemplo, se pueden ver
imágenes del encuentro a finales de los años 80 entre el actor Robert Redford y
Gabo, originado porque ambos habían fundado escuelas de cine, uno en Cuba y
otro en EE.UU. y se rindieron visita mutua. Cuando Redford regresó del Caribe,
fue investigado por su Gobierno por haber aceptado que los gastos corrieran a
cuenta del gobierno cubano.
Un encuentro históricamente más importante fue
el que el escritor mantuvo con Bill Clinton en 1994, cuando este llevaba un año
como presidente de EE.UU. y tuvo que hacer frente a la crisis de los balseros.
Quedaron en casa del escritor William Styron en una isla de Massachusetts y
allí, al poco de empezar a charlar, Gabo le trasladó un mensaje de Fidel
Castro, diciéndole que lo único que el presidente cubano atendería es una
negociación sobre el levantamiento del bloqueo económico. Anotó lo que le dijo:
“Cualquier otra cosa será inútil. Y no se equivoquen más: F no se va a caer, no
le van a dar un golpe militar, no habrá una insurrección popular, y tampoco va
a renunciar ni se va a morir. (...) No persistan en el error de tratar que F se
vaya (...) Trate de entenderse con F, pues él tiene muy buen concepto de usted
(...) Estoy seguro de que conversarían muy bien, y este es un buen momento.
Para ambos, pero sobre todo para usted, porque usted solo gobernará por ocho
años (cosa que yo deseo), pero F seguirá por cien años más”. Acto seguido, se
pusieron a hablar de libros y la conversación duró, en total, unas cinco horas.
Los recorridos virtuales posibles son muchos,
y el visitante cuenta con la ayuda de un buscador
Hay también pasaportes, cuadernos de notas, su
discurso del Nobel en audio, 134 borradores de novelas que corresponden a
distintas –y cambiantes– versiones, que además se pueden comparar. Y se lee una
parte de En agosto nos vemos, la obra
inacabada que dejó sin publicar, en las diez versiones de ella que llegó a
realizar.
Las adivinanzas que redactaba son una
curiosidad. Se refieren por lo general a frutas y se imprimieron en un
calendario cubano ilustrado por el pintor chileno Roberto Matta que adornó las
paredes de las escuelas de la isla. Ejemplos: “Roja es / octubre la pone / la
tierra es redonda / por ser como ella / llorando se pela / cantando se come /
naranja se llama... / ¡ay, perdonen!”. Como juego, proponemos otra más difícil:
“Parecía un loro perdido / en la naturaleza muerta / de la nevera / lo abrieron
en canal / y le sacaron el hígado de ganso viejo / se lo llevaron a la mesa / y
le sacaron el corazón de piedra / que Mercedes usaba en agosto / para marcar
los monogramas / de mis guayaberas / mientras pasaba el agua cantando por aquí
/ cate carajo que no la vi”. (La solución, al final de este artículo).
Algunas pocas cartas forman parte del
material. Por ejemplo, la que le envió a Susan Sontag en el 2003 cuando esta le
criticó por su postura de apoyo a Cuba, cuando hasta el comunista Saramago
criticaba al régimen. Un ofendido pero educado García Márquez le responde: “Yo
mismo no podría calcular la cantidad de presos, de disidentes y de
conspiradores que he ayudado, en absoluto silencio, a salir de la cárcel o a
emigrar de Cuba en no menos de veinte años. Muchos de ellos no lo saben, y con
los que lo saben me basta para la tranquilidad de mi conciencia. En cuanto a la
pena de muerte, no tengo nada que añadir a lo que he dicho en privado y en
público desde que tengo memoria: estoy en contra de ella en cualquier lugar,
motivo o circunstancia”.
Entre las fotografías, además de las vistas en
estas páginas, está la serie completa del escritor con el ojo morado tras ser
golpeado por Mario Vargas Llosa en México en 1976.* Un incidente al que no
alude, por cierto, en unas notas guardadas en una carpeta para un segundo tomo
de sus memorias. Allí, de modo atropellado y sin elaboración literaria, se
enumeran los hechos de su vida cronológicamente. Ese proyecto nunca vio la luz
(el primer volumen, Vivir para contarla, se acaba en 1950). En esa carpeta, se
lee también su visita al recién elegido Papa Juan Pablo II “para una gestión
relacionada con los 10.000 desaparecidos de Argentina”. Lo que más le
impresionó fue “su parecido con el novelista checo Milan Kundera”.
La solución a la adivinanza planteada es:
aguacate.
* Las fotos fueron tomadas por el fotógrafo colombiano,
residente en México, Ricardo Moya,
según esta crónica a continuación. (N del E.)
** ** **
La Jornada
México –
D.F.
6 de
marzo de 2007
La historia de un ojo morado:
el día que Mario Vargas Llosa
le aplicó un certero derechazo a
Gabo
El fotógrafo Rodrigo Moya, quien fotografió a García
Márquez durante muchos años, contó la historia de una foto que le pidió sacarse
el escritor.
Por
Rodrigo Moya *
Tal vez Gabriel García Márquez sea el más
popular de los mortales, porque es asombrosa la cantidad de gente que en una
reunión o fiesta cualquiera se refiere al escritor como “el Gabo”, como si lo
conociera de toda la vida o fueran primos hermanos del premio Nobel. Algunos
hasta hablan de él como “el Gabito”, pero en más de una ocasión he descubierto
a ciencia cierta que dicha familiaridad es ficticia, y que quienes lo tratan
con tal confianza quizás lo han leído de cabo a rabo, pero nunca han cruzado
una palabra con él.
Mi madre, Alicia Moreno de Moya, sí que podía
referirse a Gabriel García Márquez y a Mercedes Barcha, su esposa, como amigos
muy cercanos, y referirse a él como mi Gabito, Gabo de mi alma, y a Mercedes
como Mechelinda, o mijita linda, y en medio de cualquier diálogo soltar un ¡eh
Ave María!, o unos más contundentes carajos y varios pendejos, que a veces eran
de cariño, y a veces simplemente una especie de sustantivo o calificativo de
difusas connotaciones.
Y es que Alicia era una colombiana de
Medellín, una antioqueña de pura cepa, una auténtica paisa, como la definía el
propio García Márquez. Él y Mercedes la querían como una de los mejores
representantes de la colombianidad en México, por allá a principios de los años
60 del siglo pasado, cuando lo conocí en aquella casa de mi madre que era una
especie de embajada paralela de Colombia en México, cuando la oficial estaba
ocupada por los militares de la dictadura en turno.
En alguna de aquellas fiestas de intelectuales
y artistas de destinos aún inciertos, el tal Gabo no me cayó muy bien que
digamos. En plena reunión él se tendió en uno de los largos sofás, la cabeza
apoyada en el brazo acodado, y desde esa posición como de marajá aburrido
sostenía escuetos diálogos, o emitía juicios contundentes o frases entre
ingeniosas y sarcásticas. Estaban aún lejos Cien años de soledad y el premio
Nobel, pero el paisano de mi madre se comportaba ya con una seguridad y cierta
arrogancia intelectual que no a todos agradaba. Poco después leí La hojarasca,
y luego Relato de un náufrago, y El coronel no tiene quien le escriba, y todo
lo que escribiría a lo largo de los siguientes casi 50 años, y entendí entonces
porqué aquel tipo de bigote y gestos como de fastidio y pocas pero contundentes
palabras como de frases célebres, podía recostarse en el sofá en medio de una
ruidosa tertulia y decir lo que le viniera en gana. Por aquellas tertulias en
la casa materna fue que tuve cercanía amistosa con García Márquez, con Mercedes
y sus hijos adolescentes, Rodrigo y Gonzalo. Yo sí tenía el derecho de llamarlo
Gabo, pero nunca llegué a llamarlo Gabito, pues de alguna manera lo he visto
como un gigante al que no le van los diminutivos. Siendo fotógrafo y amigo, no
le pedí alguna vez que posara para mí, y cuantas veces los visité en su casa
fue sin la cámara en el hombro. Ahora tal vez me arrepiento.
Por eso, fue natural que el 29 de noviembre de
1966 el Gabo apareciera por mi apartamento en los Edificios Condesa para que le
tomara algunas fotografías para ilustrar la solapa o la contraportada del libro
que había terminado después de dos años de trabajo, y estaba ya en manos de los
editores. Llegó acompañado de nuestro mutuo amigo Guillermo Angulo, quien había
sido mi maestro, pero en esos años trabajaba como cónsul de Colombia en Estados
Unidos. El saco que había escogido Gabo para aquella sesión era despampanante,
y estuve tentado de sugerirle mejor una foto en camisa arremangada o prestarle
una de mis chamarras, pero usaba la prenda con tal naturalidad que adiviné que
la amaba y así las fotos se hicieron a su manera. La foto era para Cien años de
soledad, cuya edición se preparaba en Buenos Aires.
Pero nadie sabía, quizás ni él mismo, lo que
ese título significaría en la historia de la literatura.
Casi 10 años después, el 14 de febrero de
1976, Gabriel García Márquez volvió a tocar el timbre de mi casa, ya por
distintos rumbos, en la colonia Nápoles, para que le tomara otras fotografías.
Esa vez lo notable no era el saco de cuadritos, sino el tremendo hematoma en el
ojo izquierdo y una herida en la nariz, causada por el puñetazo que dos días
antes le había propinado su colega y hasta ese momento gran amigo Mario Vargas
Llosa.
Su esposa Mercedes Barcha, quien lo acompañaba
en aquella ocasión luciendo enormes lentes ahumados, como si fuera ella quien
hubiera sufrido el derechazo, fue menos lacónica y comentó con enojo la brutal
agresión, y la describió a grandes rasgos: En una exhibición privada de cine,
García Márquez se encontró poco antes del inicio del filme con el escritor
peruano. Se dirigió a él con los brazos abierto para el abrazo. ¡Mario...! Fue
lo único que alcanzó a decir al saludarlo, porque Vargas Llosa lo recibió con
un golpe seco que lo tiró sobre la alfombra con el rostro bañado en sangre. Con
una fuerte hemorragia, el ojo cerrado y en estado de shock, Mercedes y amigos
del Gabo lo condujeron a su casa en el Pedregal. Se trataba de evitar cualquier
escándalo, y el internamiento hospitalario no habría pasado desapercibido. Mercedes
me describió el tratamiento de bisteces sobre el ojo, que le había aplicado
toda la noche a su vapuleado esposo para absorber la hemorragia. Es que Mario
es un celoso estúpido, repitió Mercedes varias veces cuando la sesión
fotográfica había devenido charla o chisme.
Según los comentarios que recuerdo de aquella
mañana, mientras ambas parejas vivían en París los García Márquez habían
tratado de mediar los disturbios conyugales entre Vargas Llosa y su esposa
Patricia, acogiendo sus confidencias. Como suele suceder, los consejos o
comentarios de la pareja colombiana rebotaron hacia Vargas Llosa cuando éste
volvió al redil y se reconcilió con su esposa. Y lo que sea que se hubiese
dicho o sucedido, el caso es que el peruano se sentía gravemente ofendido, y su
furia la resolvió de aquella manera expedita y salvaje. Guarda las fotos y
mándame unas copias, me dijo el Gabo antes de irse. Las guardé 30 años, y ahora
que él cumple 80 años, y 40 la primera edición de Cien años de soledad,
considero correcta la publicación de este comentario sobre el terrífico
encuentro entre dos grandes escritores, uno de izquierda, y otro de
contundentes derechazos.
(* Rodrigo Moya nació en Colombia en 1935 y se
naturalizó mexicano. Es uno de los fotógrafos más importantes en la historia
contemporánea. Entre su trabajo destaca la documentación de los movimientos
guerrilleros, incluido un libro con material hasta aquel entonces inédito de
fotografías del Che Guevara, y su colaboración con Salvador Novo en trabajos de
crónica urbana.)
** ** **
El Espectador
Bogotá -
Colombia
26 de enero
de 2018
Opinión
Una firma que vale US$20.000
Por:
Ricardo Bada
Una de
las muchas leyendas tejidas en torno a Picasso es que nunca pagó en efectivo
las facturas de su panadero, de su carnicero, de sus proveedores. No, el pícaro
malagueño siempre las pagó con cheques, unos cheques que ni su panadero ni su
carnicero ni ningún otro de sus proveedores depositaron en sus respectivas
cuentas bancarias, sino que fueron mercados por coleccionistas como autógrafos
del genial autor del Guernica.
Pienso en
ello viendo la lista de los diez libros más caros vendidos por Iberlibro.com en
el año recién pasado. Para quienes no lo sepan, Iberlibro.com es un portal que
agrupa a los libreros de viejo, las librerías de segunda mano y los anticuarios
de toda España, pero al que se han ido incorporando sus homólogos de muchos
países, entre ellos, con nutrida representación, el Reino Unido y los EE. UU.
Para
darles una idea de sus fondos, mientras pergeño esta columna tengo a la vista
el rubro Cien años de soledad, de la que hay en oferta 815 ejemplares; desde
uno de su traducción al alemán que puede adquirirse por 4,50 euros, hasta uno
de la primera edición, Buenos Aires 1967, por un valor de 21.121,03 euros...
donde debo confesar que esos tres centavos de euro me parecen un producto
colateral del realismo mágico. Y la razón del altísimo precio es que ese
ejemplar está dedicado de su puño y letra por Gabo al amigo Luis Roffo.
Cien años
de soledad se encuentra, por cierto, ocupando el puesto 7 entre los diez libros
más caros vendidos por el portal Iberlibro.com en el 2017. También se trata de un
ejemplar de la primera edición, pero sin dedicatoria autógrafa, lo que se
refleja en el modesto precio de sólo 1.637 euros. Y por cierto también que
García Márquez es el único autor presente en esa lista con dos libros: en el
puesto 5 figura un ejemplar de la primera edición de La increíble y triste
historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada, vendido por 1.850 euros
gracias a una dedicatoria autógrafa personal: “Para la cándida Silvia, de su
abuelo desalmado. Gabo, 1980”.
Por lo
que a mí se refiere, uno de los mayores tesoros garciamarquianos de mi
biblioteca no tiene nada que ver con autógrafos sino con el hecho de que me
avivé a tiempo y compré en su día un ejemplar de la edición defectuosa de Memoria de mis putas tristes. Aquella
donde en su última página puede leerse uno de los más morrocotudos gazapos en
toda la historia de la literatura en lengua castellana: “Hagamos una apuesta de
viejos: el que se muera primero se queda con todo lo del otro”. Es casi tan
bueno como aquel principio de novela que un autor primerizo le entregó a don
Juan Eugenio Hartzenbusch y que dice así: “Era de noche, y sin embargo llovía”.
** ** **
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