Occidente
Cali – Colombia
2 de enero de 2018
Macondo: pueblo de
emprendedores
Por Luis Ángel Muñoz Zúñiga*
Se han publicado ensayos suficientes que analizan el estilo
innovador literario de Gabriel García Márquez y contextualizan a
Cien años de Soledad. Sin embargo, a la par que investigan el realismo mágico
macondiano, a los críticos les ha faltado auscultar un concepto
empresarial implícito en la narración novelística, actualmente de moda: el
emprendimiento. Tal vez porque erróneamente los críticos piensan que
hablar de emprendimiento sea un asunto exclusivo de los economistas
y que el tema sea invisible en la literatura porque son pocos los
novelistas que tienen en cuenta que las relaciones sociales y las
pasiones humanas son determinadas o intervenidas por el modo
de producción económico de cada época.
La literatura, igual que el arte, la política, el pensamiento y el
derecho, hace parte del nivel ideológico o superestructural de la sociedad y en
cada época histórica este será reflejo de la base económica o modo de
producción, es decir, de las relaciones sociales de producción determinadas por
la propiedad sobre las fuerzas productivas, conformadas por los medios de
producción y la fuerza de trabajo. Categorización aún
vigente, aunque por las crisis del socialismo hayan
pregoneros neoliberales que pretendan revaluar en su totalidad los
postulados marxistas. Pero difícil les será pretender invalidar el carácter
científico del materialismo histórico como metodología para la interpretación
del desarrollo social de la humanidad.
Se escucha hablar de emprendimiento como alternativa ocupacional ahora
más cuando las crisis económicas afectan al país y son pocas las oportunidades
laborales en las empresas. Serán emprendedores aquellos socios que
deciden hacer tolda aparte iniciando una empresa nueva e independiente. De igual
manera los empleados y los trabajadores que optan por independizarse
laboralmente y montar su propia empresa. En ambos casos, tanto en el
emprendimiento sostenible, como en el de subsistencia, los nuevos emprendedores
requieren de predisposición al riesgo, actitudes autogestionarias, espíritu
innovador, recursos necesarios, formación técnica, profesionalización
gerencial y estrategias competidoras en los mercados.
Cien años de emprendimiento
En Cien años de soledad, José Arcadio Buendía huyendo del
espíritu ambulante acosador de Prudencio Aguilar, a quien en vida ultimó
tras un desafío en un duelo por honor en la gallera de Riohacha y,
convenciendo a veinte parejas de amigos que lo acompañaron en su
aventura de búsqueda de una tierra prometida, se convierte en el gran
emprendedor que se encarga de trazar y liderar el proyecto de la
ubicación espacial y creación de Macondo. “Al principio, José Arcadio Buendía era una
especie de patriarca juvenil, que daba instrucciones para la siembra y consejos
para la crianza de los niños y animales, y colaboraba con todos, aun en el
trabajo físico, para la buena marcha de la comunidad”.
En Cien años de soledad, desde los primeros capítulos,
estructurados manejando de manera circular el tiempo, Gabriel
García Márquez describe a los fundadores de Macondo como personas
laboriosas y emprendedoras, cuyas reglas de juego están guiadas por los
principios éticos, la igualdad y la construcción de una utopía socialista.
Pronto su líder se gana la confianza de su pueblo porque sus convicciones y sus
acciones son ejemplos vivos. “José Arcadio Buendía, que era el hombre más
emprendedor que se vería jamás en la aldea, había dispuesto de tal modo la
posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de
agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que
ninguna casa recibía más sol que otra a la hora del calor”.
José Arcadio Buendía era consciente de la necesidad de sacar a
Macondo del aislamiento geográfico y el estancamiento económico. “La idea de un Macondo peninsular prevaleció
durante mucho tiempo, inspirada en el mapa arbitrario que dibujó José Arcadio
Buendía al regreso de su expedición. Lo trazó con tanta rabia, exagerando de
mala fe las dificultades de comunicación, como para castigarse así mismo por la
absoluta falta de sentido con que eligió el lugar. Nunca llegaremos a ninguna
parte –se lamentaba ante Úrsula-. Aquí nos hemos de pudrir en vida sin
recibir los beneficios de la ciencia. Esa certidumbre, que rumiada varios meses
en el cuartito del laboratorio, lo llevó a concebir el proyecto de trasladar a
Macondo a un lugar más propicio”.
Cuando los gitanos arribaron a Macondo con sus inventos, José Arcadio
Buendía, con actitud emprendedora, le propone a Melquiades un trueque por dos
imanes, animado por el proyecto de utilizar esos gigantescos lingotes en la
exploración de oro por los ríos. “José
Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el
ingenio de la naturaleza, aun más allá del milagro y la magia, pensó que era
posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la
tierra”. García Márquez contextualiza históricamente su
utopía literaria en un continente devastado por la conquista y colonización
españolas. “Lo único que logró
desenterrar fue una armadura del siglo XV con todas sus partes soldadas por un
cascote de óxido”.
Las adversidades no derrotan su espíritu emprendedor, atraído por la
alquimia se enclaustra en el laboratorio que le regaló Melquiades,
animado por la investigación metalúrgica. Cuando cae en
depresión y locura, Úrsula Iguarán asume el rol de líder
emprendedora: trabaja en las faenas de la huerta, fabrica
caramelos con formas de animalitos y, tras ir en búsqueda de su hijo
mayor que había escapado con los gitanos, regresó rodeada de comerciantes
forasteros, que liderados por ella vienen a revitalizar la
economía. “Las
gentes que llegaron con Úrsula divulgaron la buena calidad de su suelo y su
posición privilegiada con respecto a la ciénaga, de modo que la escueta
aldea de otro tiempo se convirtió muy pronto en un pueblo activo, con tiendas y
talleres de artesanía, y una ruta de comercio permanente…”.
La laboriosidad de Úrsula andaba a la par con
la de su marido. Activa, menuda, severa, aquella mujer de nervios
inquebrantables, a quien en ningún momento de su vida se la oyó cantar, parecía
estar en todas partes desde el amanecer hasta muy entrada la noche, siempre
perseguida por el suave susurro de sus pollerines de olán. Gracias a
ella, los pisos de tierra golpeada, los muros de barro sin encalar, los
rústicos muebles de madera construidos por ellos mismos estaban siempre
limpios, y los viejos arcones donde se guardaba la ropa exhalaban un
tibio olor de albahaca”.
Macondo emprendedor hacia el progreso social
Los macondianos son conscientes que para salir adelante y lograr
el progreso social, no podían rezagarse en una economía cerrada, ajena a
los avances tecnológicos y a las comunicaciones. Gabriel García Márquez
presenta a unos líderes que no se sientan a esperar la benevolencia
paternalista de un Estado que desde entonces asistía sólo a aquellas regiones
colonizadas por el gamonalismo en el poder y que recibirían beneficio
estatal si figurasen como potenciales electorales. Macondo, por el contrario,
contextualizado en tiempos de la hegemonía conservadora, era la cuna de
los líderes liberales rebeldes que se levantaron contra el gobierno en la
guerra civil de los mil días.
“Aureliano
Segundo, que si algo tenía del bisabuelo y algo le faltaba del coronel
Aureliano Buendía era una absoluta impermeabilidad para el escarmiento, soltó
el dinero para llevar el ferrocarril con la misma frivolidad con que lo
soltó para la absurda compañía de navegación del hermano (…) Pero cuando se
restablecieron del desconcierto de los silbatazos y resoplidos, todos los
habitantes se echaron a la calle y vieron a Aureliano Triste saludando con la
mano desde la locomotora, y vieron hechizados el tren adornado de flores que
por primera vez llegaba con ocho meses de retraso”.
La virtud literaria de Gabriel García Márquez es haber
escrito la novela latinoamericana más cargada de emprendedores,
pero jamás triunfalistas. Podría pensarse que la destrucción y el fin de
Macondo sea la impronta de una pluma que hace apología al fracaso. “Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo
y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico, cuando
Aureliano saltó once páginas para no perder el tiempo en hechos demasiado
conocidos, y empezó a descifrar el instante que estaba viviendo,
descifrándolo a medida que lo vivía, profetizándose a sí mismo el acto de
descifrar la última página de los pergaminos, como si estuviera viendo en
un espejo hablado”.
El emprendimiento como alternativa autogestionaria
Cien años de soledad, al tiempo que muestra a unos
habitantes emprendedores que llevan la aldea a la
prosperidad, con los posteriores hechos de violencia y
destrucción advierte que el emprendimiento no puede tomarse
como la panacea para la solución de los problemas que competen a las
políticas gubernamentales nacionales. Macondo cae en la miseria
por las hegemonías que enajenan los recursos naturales. La aldea
imaginaria, ubicada en la zona bananera del Magdalena,
refleja la realidad de los municipios del Caribe,
empobrecidos por la United Fruit Company. El gobierno nacional defiende los
intereses de la compañía gringa arremetiendo una masacre contra los huelguistas.
Los trabajadores de la zona que devengaban míseros salarios y laboraban
en condiciones insalubres habían declarado la huelga y esperaban la
prometida visita del Gobierno que llegaría en el tren. Pero arribó el
ejército con orden de dispersar a los trabajadores a punta de
metralla. Se narra en Cien años de soledad: “Al final de su grito ocurrió algo que no le
produjo espanto, sino una especie de alucinación. El capitán dio la orden de
fuego y catorce nidos de ametralladoras le respondieron en el acto”.
En Cien años de soledad, Gabriel García Márquez describe a un pueblo
emprendedor, que sin embargo desaparece apocalípticamente. “Entonces dio otro salto para
anticiparse a las predicciones y averiguar la fecha y las circunstancias de su
muerte”. De todas maneras el emprendimiento es una
alternativa autogestionaria de subsistencia en tiempos de globalización.
No podemos desconocer que puede ser análogo a la historia de David
y Goliat, aunque en estos tiempos de privatizaciones, globalización y nuevo
reparto mundial de mercados, el emprendimiento no siempre tenga un final
heroico como en el pasaje bíblico donde triunfa el más débil.
En nuestra, cultura con raíces en la colonización española, amenazada por
el Goliat imperialista, será difícil el emprendimiento. Pero los
emprendedores siempre han sido forjadores del progreso: los colonizadores antioqueños
lograron el crecimiento demográfico de la nación y los comerciantes
emprendedores generaron los primeros centros industriales de nuestro país.
Estas notas van dirigidas especialmente a los conferencistas o capacitadores
que dicten seminarios de formación de emprendedores, con el único
propósito de convencerles para que empiecen sus exposiciones
motivando con lecturas de Cien años de soledad, para persuadir a los
convocados, hacer comprensible el tema, volver más amenas sus conferencias,
sobre todo, para que generen nuevas utopías y verdaderas vocaciones hacia
el logro de los objetivos emprendedores.
*Docente de Literatura en el Colegio de Santa
Librada
y periodista columnista del Diario Occidente.
**
** **
The New York Times
U. S. A.
30 de diciembre
de 2017
Opinión Comentario
La soledad
multitudinaria
de García
Márquez
Por Álvaro Santana-Acuña *
Gabriel
García Márquez cometía faltas de ortografía al escribir sus obras. La causa era
que cuando escribía, como confesó en un fax desenfadado a Carmen Balcells, su
agente literaria, “yo le ovedesco más a la inspirasión que a la gramática”.
Además de sus combates contra las reglas del lenguaje, en el archivo del
escritor —que desde 2014 está en el Harry Ransom Center de Austin, Texas—
descubrimos sus rituales de escritura y sus dudas creativas. Desde hace unas
semanas, casi la mitad del archivo —27.500 imágenes que recorren más de cinco
décadas de escritura— está disponible de manera gratuita en internet.
En
el archivo en línea hay información inédita sobre sus éxitos literarios, sus
obsesiones creativas y su círculo de amigos y colegas; además de nuevos detalles
sobre el padre de familia, el protagonista de la política latinoamericana y el
artista abrumado por la fama planetaria. Los documentos del archivo, como
explico en mi próximo libro, Ascent to Glory: How One Hundred Years of Solitude
Became a Global Classic, ayudan a desmontar varios mitos en torno a García
Márquez, algunos cuidadosamente alimentados por él mismo.
Dos
mitos que se han construido sobre el escritor se refieren a su genialidad y al
origen legendario de sus obras. Al igual que a otros creadores de obras
famosas, a García Márquez se le suele considerar un genio solitario tocado por
el relámpago de la inspiración. Se sigue repitiendo que, tras ocurrírsele el
comienzo de Cien años de soledad mientras conducía desde Ciudad de México hacia
Acapulco, el autor abandonó su trabajo de inmediato y se encerró a escribir en
su estudio durante 18 meses hasta que acabó la novela. Mientras tanto, su mujer
se endeudó con los comerciantes del barrio para alimentar a la familia. Su
archivo nos descubre que consiguió un crédito para dedicarse solo a su novela y
que no la escribió de un tirón durante un año y medio, sino en 12 meses, con
interrupciones. Tampoco escribió sobre la soledad en soledad, sino en compañía
multitudinaria.
García
Márquez se rodeó de amigos y colegas mientras escribía el libro que lo hizo
famoso. Algunos le ayudaron como asistentes de investigación para documentarse
sobre múltiples temas, como las técnicas de alquimia empleadas por José Arcadio
Buendía, las propiedades curativas de las plantas que usaba Úrsula Iguarán y la
historia de varias guerras en Colombia y América Latina mencionadas en las
aventuras del coronel Aureliano Buendía.
El
manuscrito de Cien años de soledad fue muy comentado, revisado y mejorado antes
de su publicación. Casi a diario, en la casa de García Márquez y su esposa se
reunían de noche el poeta Álvaro Mutis, su mujer y el matrimonio de la actriz
María Luisa Elío y el cineasta Jomi García Ascot (a esta pareja tan
providencial les dedicó la novela). García Márquez les leía en voz alta o les
hablaba de lo escrito ese día y todos le daban ideas sobre cómo podía avanzar
la historia de los Buendía. Cada sábado, mientras duró la redacción, el autor
discutía las páginas escritas durante la semana con el crítico literario
Emmanuel Carballo, quien le aconsejaba sobre la trama y los personajes. Y
compartió la novela en preparación con escritores influyentes. A Carlos
Fuentes, por ejemplo, le envió a París las primeras ochenta páginas del libro.
Fuentes incluso publicó una reseña elogiosa de Cien años de soledad cuando a
García Márquez le faltaban aún tres meses para terminarla.
Es
poco conocido que, un año antes de su lanzamiento en Buenos Aires, García
Márquez sacó los capítulos más arriesgados del libro en distintas publicaciones
de Europa y América. El escritor quería saber qué pensaban los lectores
comunes, críticos literarios, lectores cultos y otros escritores e introducir
cambios que mejorasen el texto final, como acabó haciendo.
De
García Márquez no puede decirse que escribía sin tropiezos frases acabadas. Los
usuarios del archivo descubrirán que la clave de su proceso creativo estaba en
la edición. Era un excelente y obsesivo corrector de su propia escritura, como
Balzac. En el punto donde la mayoría de los escritores se detienen satisfechos
con su manuscrito, García Márquez buscaba darle al suyo otra vuelta de tuerca,
a menudo con ayuda de su círculo de amistades.
Una página del borrador de "Crónica
de una muerte anunciada" que muestra algunas revisiones hechas por García
Márquez. Credit Centro Harry Ransom
Como
perfeccionista nato, no dudaba en tachar páginas y párrafos completos e incluso
pulir el texto palabra por palabra. En Cien años de soledad, por ejemplo, la
frase “una copa de la azucarada substancia color de ámbar”, se convirtió en
“una copa de la substancia color ámbar”, luego en “una copa de la substancia
ambarina” y finalmente en “una copa de la sustancia ambarina”.
A
simple vista, estos cambios pueden parecer irrelevantes. Sin embargo, el autor
aprendió que la magia de la literatura reside en la capacidad para cautivar a
los lectores a través de los pequeños detalles. “Un escritor es aquel que
escribe una línea y hace que el lector quiera leer la que sigue”, le confesó a
su amigo Guillermo Ángulo. Para lograrlo, García Márquez podía comprimir las
palabras, introducir un dato clave o añadir un giro poético o sensorial al
lenguaje. Por ejemplo, Santiago Nasar, el protagonista de Crónica de una muerte
anunciada, se apellidaba Aragonés, y al comienzo de la novela se levantaba “a
las cinco de la madrugada” y no a “las 5:30 de la mañana”, como en el texto
final.
La
comparación de los manuscritos a lo largo de los años muestra un cambio decisivo
en la creatividad del autor; conforme envejecía, su talento para editar sus
obras decayó. Sus problemas de memoria fueron la principal causa. Él nunca
quiso crear historias que no estuviesen enraizadas en vivencias personales, y
para escribirlas necesitaba de su memoria, que lo fue abandonando, como revelan
los persistentes signos de interrogación en las sucesivas versiones de sus
manuscritos. Por esta razón dejó sin terminar el segundo volumen de su
autobiografía —de la que una selección puede consultarse en línea— y la novela
En agosto nos vemos, que solo puede consultarse en sala.
García
Márquez, descubrimos, ocultaba otra obsesión: lo que escribían sobre él y sus
obras. Antes de publicar Cien años de soledad trabajó en agencias de publicidad
y aprendió que un escritor debe vender exquisitamente su imagen pública a los
lectores, algo que le preocupó durante décadas. Mientras que en público decía
ser impermeable a la crítica, en privado coleccionó compulsivamente durante más
de 50 años recortes de prensa de más de 20 países y en más de 10 lenguas. En
los 21 álbumes de recortes disponibles en línea, atesoró desde reseñas de sus
obras publicadas en The New York Times hasta en El Día, un periódico de las
islas Canarias. Guardó incluso numerosas reseñas negativas (pero perspicaces),
como la de un crítico colombiano que calificó Cien años de soledad de “saga
prosaica [de] literatura escapista”.
La
otra mitad del archivo solo puede consultarse en el Harry Ransom Center e
incluye la correspondencia del escritor —que muestra los contactos menguantes
con Julio Cortázar y José Donoso, y ningún rastro de su malograda amistad con
Mario Vargas Llosa, tras el puñetazo que el Nobel peruano le propinó en un cine
de México—, los contratos de edición, las cándidas cartas de fans de todo el
mundo, una carta de rechazo de The New Yorker de 1981 —al editor no le gustó el
final de “El rastro de tu sangre en la nieve”— y hasta la carta astral de
García Márquez, que una alarmada Balcells encargó cuando supo que su representado
nació en 1927 y no en 1928, como se pensaba.
El texto mecanografiado de "Cien
años de soledad" con algunas correcciones a un año de su publicación, en
1967. Credit Harry Ransom Center
Entre
los grandes méritos del archivo está el confirmar que convertirse en uno de los
escritores más exitosos del último siglo fue un trabajo arduo. “Es necesario
despedazar muchas cuartillas para que finalmente uno pueda llevar al editor
unas pocas páginas”, dijo García Márquez en una entrevista cuando tenía 28
años, poco después de publicar La hojarasca, su primera novela. “Quien no tenga
vocación auténtica de escritor se desalienta”.
El
éxito, sin embargo, no depende solo del trabajo duro. Detrás del infatigable
artesano de la palabra había un talentoso creador de mitos sobre cómo escribió
las historias en sus libros y un artista inserto en un excepcional círculo de
amigos y colegas. Sin esos mitos y sin ese entorno personal, Cien años soledad
y García Márquez podían haber acabado en el cementerio de los libros y
escritores olvidados.
*Álvaro
Santana-Acuña es profesor de sociología en el Whitman College y autor del libro
en preparación “Ascent to Glory: How 'One Hundred Years of Solitude' Became a
Global Classic”.
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