Publicado por cortesía
de su autor
Letralia
Cagua – Venezuela
Septiembre de 2016
Antes y después: 50 años de la novela
cumbre de García Márquez
Dos instantes
mágicos
de Cien años de soledad
Por Jaime De la Hoz Simanca
I
Los
antecedentes de Cien Años de Soledad parecieran ser infinitos. En realidad, es
imposible precisar el momento en que nace ese mundo fantástico que habría de
iniciar vuelo el martes 30 de mayo de 1967, día y año de la aparición de la
novela en Buenos Aires, Argentina. Su autor, Gabriel García Márquez, la fue fraguando
en medio de una vida incesante y creativa que terminó el 17 de abril de 2014,
en Ciudad de México.
Desde
la infancia, García Márquez fue un soñador de imaginación viva, la cual fue
alimentando gracias a sus abuelos, el coronel Nicolás Márquez y Tranquilina
Iguarán, la matrona que, al igual que la tía Petra, contaba los hechos más
inverosímiles con una cara de palo sin par, al decir del mismo nieto, muchos
años después.
El
viejo Nicolás, en efecto, fue el encargado de poblar con extrañas imágenes el
universo mental de Gabo: desde aquel acompañamiento para que contemplara un
dromedario en el circo, hasta los relatos de hechos sangrientos que se
sucedieron en la Guerra de los Mil días, donde había participado el coronel.
Tranquilina,
por su parte, se dedicó a contar a su nieto historias mágicas, –que después
asumieron formas de realidad objetiva– paralelas a la otra realidad, la
verdadera, en la que se desenvolvía la cotidianidad de aquel infante que, poco
a poco, fue perdiendo el asombro y la perplejidad.
Varios
investigadores del libro emblemático del Premio Nobel colombiano, por tales
razones, apuntan que Nicolás y Tranquilina se encarnarían en los personajes del
coronel Aureliano Buendía y de Úrsula Iguarán, quienes se ubican en la cúspide
de ese intrincado árbol genealógico que conforma un mundo literario
inolvidable.
Pero Nicolás y Tranquilina configuran, apenas,
la punta del iceberg de lo que podrían llamarse antecedentes de Cien Años de
Soledad. La afición de Gabito por la lectura, especialmente los relatos y la
poesía, iría alimentando su deseo de contar todo aquello, algún día. No era
fácil, por supuesto. Antes, había que incursionar en el terreno de la
escritura; es decir, buscar recursos que permitieran volcar las ensoñaciones
reprimidas. El escritor encontró en la poesía misma, y en las cartas de
colegiales adolescentes, la manera de comunicar hacia el exterior las imágenes
fantasiosas que se iban acumulando en su cerebro.
Sin
embargo, el “daño” estaba hecho. El niño Gabito y, luego, el joven Gabo, se
acostumbró a una forma de ver el mundo circundante. Todo lo que lo rodeaba era
visto a partir de aquella exuberancia de que hicieron gala los abuelos durante
varios años.
Mario
Vargas Llosa, en el profundo estudio que realiza en Historia de un deicidio,
expresa, al comienzo de la obra, la impresión que le causó García Márquez al
escucharlo por primera vez:
“Entre
todos los rasgos de su personalidad hay uno, sobre todo, que me fascina: el
carácter obsesivamente anecdótico con que esta personalidad se manifiesta. Todo
en él se traduce en historias, en episodios que recuerda o inventa con una
facilidad impresionante. (…) Al contacto con esta personalidad, la vida se
transforma en una cascada de anécdotas. (…) Esta personalidad es también imaginativamente
audaz y libérrima, y la exageración, en ella, no es una manera de alterar la
realidad sino de verla”.
De
tal manera que, asumida como una forma de vida, el trabajo cotidiano de García
Márquez consistió en darle salida al universo que comenzaba a atragantarse y el
cual comenzó a llamar Macondo en sus primeros artículos y relatos hasta
convertirse, en la histórica novela y posterior
a esta, en aquel pueblo que terminó habitándonos a todos. ¿Quién no lleva
a cuestas su propio Macondo?
Hasta
donde se sabe, la primera mención de Macondo, en la obra redonda de García
Márquez, aparece en un cuento: Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo,
publicado en 1955, es decir, cuando su autor cuenta con 28 años y defiende su
subsistencia con las crónicas y reportajes que publica en el diario El
Espectador, de Bogotá. Extrañamente, en el relato sólo aparece la mención del
mítico pueblo en el título, pero, es indudable, que el rompecabezas comenzaba a
armarse, pues allí está la lluvia torrencial, la nostalgia y los recuerdos, la
exageración de los rasgos de la realidad y ese tono narrativo que habría de
asumir más cuerpo en las novelas posteriores y, por supuesto, en Cien años de
soledad.
“Aterrorizada,
poseída por el espanto y el diluvio, me senté en el mecedor con las piernas
encogidas y los ojos fijos en la oscuridad húmeda y llena de turbios
pensamientos. Mi madrastra apareció en el vano de la puerta, con la lámpara en
alto y la cabeza erguida. Parecía un fantasma familiar ante el cual yo misma
participaba de su condición sobrenatural. Vino hasta donde yo estaba. Aún
mantenía la cabeza erguida y la lámpara en alto, y chapaleaba en el agua del
corredor”
Antes
de la publicación del cuento en referencia, García Márquez se ha desempeñado
como redactor del diario El Heraldo, de Barranquilla, donde publica columnas de
opinión que, en el fondo, son minicrónicas de hechos acaecidos en cualquier
lugar del mundo, o historias edificadas a partir de la hiperbólica imaginación
del escritor. En esa época, o desde mucho antes, ya se mueve el mundillo de
Macondo, tal como lo refiere Gabo al investigador literario Luis Harss:
“Yo
empecé a escribir Cien años de soledad cuando tenía dieciséis años… Escribí en
ese momento un primer párrafo que es el mismo primer párrafo que hay en Cien
años de soledad. Pero me di cuenta que no podía con el ‘paquete’. Yo mismo no
creía lo que estaba contando, me di cuenta también que la dificultad era
puramente técnica, es decir que no disponía yo de los elementos técnicos y del
lenguaje para que esto fuera creíble, para que fuera verosímil. Entonces lo fui
dejando y trabajé cuatro libros mientras tanto…”
En efecto, las cuatro obras que menciona
García Márquez son tres novelas y un libro de cuentos. La primera es La
hojarasca, la cual había empezado a escribir en 1950 y cuya publicación se
produce cinco años después, poco antes de irse al exilio en París. La segunda
es El coronel no tiene quien le escriba, esa pequeña joya que fue publicada por
primera vez en la revista Mito, en 1958. La tercera es La mala hora, novela que
gana el Premio Esso en 1961. La publicación, bajo el sello Editorial Esso,
Madrid, se hizo un año después. Y la cuarta obra es Los funerales de la mamá
grande, cuya primera edición es de la Universidad Veracruzana de Xalapa,
México, año 1962.
Hoy
podría afirmarse que estos libros constituyen una especie de etapa preparatoria
que permite luego llegar a Cien Años de Soledad. Se trata de un tránsito largo
o, si se quiere, una encarnizada pelea con el lenguaje pensando, eso sí, en
alcanzar el perfeccionamiento necesario para dibujar el mundo macondiano. Así,
en las novelas mencionadas y en los cuentos En este pueblo no hay ladrones y La
siesta del martes, incluidos en Los funerales de la mamá grande, hay mención de
Macondo, descripciones, situaciones, hechos, instantes mágicos, hipérboles
gigantes y personajes con los mismos nombres que aparecerán después en el best
seller que irrumpió como un rayo en el panorama de las letras
hispanoamericanas.
El
instante preciso de la concepción de Cien años de soledad lo refiere Óscar
Collazos de la siguiente manera: “En aquel enero de 1965, ya no era una imagen
aislada, tan evocadora como acuciante. Durante dieciocho meses –cuenta García
Márquez y lo repiten los cronistas– la ‘Cueva de la Mafia’ se convirtió en el
espacio de un recluso voluntario que vio cómo se acumulaban las deudas, se
vendía el ‘Opel’ y las facturas llegaban a los diez mil dólares. Dos, tres
paquetes de cigarrillos diarios. Ocho y diez horas ante la máquina de escribir.
Los primeros capítulos definitivos van a parar a manos de sus amigos. Otros
aparecen en revistas…”.
II
Cuentan los biógrafos que la primera edición
de Cien años de soledad, cuyo tiraje fue de ocho mil ejemplares, se agotó en
veinte días. En realidad, se había creado una gran expectativa, pues los
primeros avances fueron publicados por revistas especializadas en literatura.
En especial, Primera Plana, dirigida en ese entonces por el escritor Tomás Eloy
Martínez, autor de la novela Santa Evita, y uno de los más cercanos a Gabo.
Eloy,
quien conoció de la obra a través de Francisco Porrúa, editor de Sudamericana,
publicó en su revista una entrevista con García Márquez, escrita por Ernesto
Schoo, enviado especial a México. Todos los movimientos para la promoción los
hizo Porrúa, quien encargó la portada a la ilustradora Iris Pagano en vista de
que la del pintor méxico-español, Vicente Rojo –encargada por García Márquez–
no llegó sino para la segunda edición.
Lo
que hoy todavía constituye un misterio es el rápido grado de popularidad que
alcanzó la novela. Algunos testigos de la época han escrito que en los supermercados
de Buenos Aires veían salir a las mujeres con sus bolsas de alimentos en las
que se alcanzaba a ver asomado el ejemplar codiciado. Así mismo, el mundillo
intelectual comenzó a agitarse con la buena nueva de una obra que contaba en
350 páginas la historia de la familia Buendía y el génesis y apocalipsis de
Macondo.
García Márquez y Mercedes Barcha, su esposa,
llegaron al aeropuerto de Ezeiza, Buenos Aires, en la madrugada del 16 de
agosto, cuando la novela seguía vendiéndose en medio de un vértigo increíble. Y
su presencia en aquella ciudad aumentó mucho más la aceptación de Cien años de
soledad. Eloy Martínez relata la siguiente anécdota:
“Aquella
misma noche fuimos al teatro del Instituto di Tella. Estrenaban, recuerdo, “Los
siameses” de Griselda Gambaro. Mercedes y él se adelantaron a la platea,
desconcertados por tantas pieles tempranas y plumas resplandecientes. La sala
estaba en penumbras, pero a ellos, no sé por qué, un reflector les seguía los
pasos. Iban a sentarse cuando alguien, un desconocido, gritó “¡Bravo!”, y
prorrumpió en aplausos. Una mujer le hizo coro: “Por su novela”, le dijo. La
sala entera se puso de pie. En ese preciso momento vi que la fama bajaba del
cielo, envuelta en un deslumbrado aleteo de sábanas, como Remedios la bella, y
dejaba caer sobre García Márquez uno de esos tiempos de luz inmunes a los
estragos de los años”.
Una
respuesta a lo que algunos consideran “milagro literario” fue dada por Vargas
Llosa en el sentido de que Cien Años de Soledad constituye un laberinto por su
complejidad, pero también una avenida solitaria por su facilidad. Es decir, una
novela para lectores exigentes y también para medianías intelectuales. Hay de
todo, como en botica. Podría analizarse el intrincado tiempo psicológico de la
obra o divertirse con el destino de cada uno de los personajes. En fin, una
novela para todos los públicos; no obstante, dotada de una fuerza
inconmensurable que, por su atractivo y poder de seducción, se sitúa al lado de
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes.
Después
de la aparición del mítico libro, llegaron los premios, los reconocimientos,
las traducciones y otras obras que también hacían referencia a Macondo, el
villorrio universal sin tiempo ni espacio. Inicialmente, Cien años de soledad
fue destacada por El Mundo, diario español que la consideró como una de las 100
mejores novelas en español del siglo XX; así mismo, el diario Le Monde, de
Francia, la incluyó en la lista de los 100 libros del siglo XX.
Por
otra parte, en 1972 la novela ganó en Venezuela la segunda edición del Premio
Rómulo Gallegos. También obtuvo en Francia el Premio al mejor libro extranjero,
y el Premio Chianchiano en Italia, país donde el nombre de la mencionada obra
fue puesto a una plaza del pueblo sardo de Perdasdefogu, en el que se instaló
una placa en homenaje a su autor. De igual manera, y cuando apenas la fama de
la novela alzaba vuelo, fue calificada por la crítica especializada de Estados
Unidos como uno de los doce mejores libros de la década del sesenta.
Adicionalmente,
el instante de apogeo de Gabo lo constituyó el otorgamiento del Premio Nobel de
Literatura en 1982. Al respecto, uno de los jurados, el sueco Arthur Lundkvist,
ante la pregunta de por qué le dieron el Nobel a García Márquez, expresó a
Eligio García, su hermano menor, que “por toda su obra, pero especialmente por
Cien años de soledad, que ha tenido mucho éxito también en Suecia”.
Después
del Premio Nobel, Macondo siguió apareciendo en obras posteriores a Cien Años
de Soledad. Así, encontramos al mágico pueblo en Crónica de una muerte
anunciada, novela trágica que fue publicada en 1981. Igualmente, en La
increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, donde
Macondo es visitado por la abuela, Eréndira y la caravana que secunda el
camino.
En
cuanto a las traducciones, llovieron una tras otra. Se calcula que la novela ha
sido traducida a más de 40 idiomas y que ha vendido más de 50 millones de
copias sin incluir las ediciones piratas en muchos países. La que más alabó
Gabo fue la traducción al inglés hecha por Gregory Rabassa, un especialista en
literatura latinoamericana que también trabajó obras de Mario Vargas Llosa y
Julio Cortázar.
En
2007, se presentó en Cartagena la edición conmemorativa de Cien años de
Soledad, lo que constituyó el más reciente acto de exaltación de la gran
novela. Fue un acto público en el que participó el autor, un hombre de 80 años
a quien ya se le notaban los estragos del paso del tiempo. Pero con la lucidez
intacta y la memoria nítida para los recuerdos de aquellos instantes de gloria
y pesadumbre.
La
edición fue supervisada por Gabo y en ella hay estudios previos de Álvaro
Mutis, Carlos Fuentes, Víctor García de la Concha, Claudio Guillén, Pedro Luis
Barcia, Juan Gustavo Cobo Borda, Gonzalo Celorio, Sergio Ramírez y Mario Vargas
Llosa, quien autorizó la reproducción de algunos textos de su monumental
Historia de un deicidio. Se trata de un volumen de 606 páginas cuyo tiraje fue
de un millón de ejemplares. En el evento, con manos temblorosas y voz firme,
dijo Gabo:
“Ni
en el más delirante de mis sueños, en los días en que escribía Cien Años de
Soledad, llegué a imaginar que podría asistir a este acto para sustentar la
edición de un millón de ejemplares. Pensar que un millón de personas pudieran
leer algo escrito en la soledad de mi cuarto, con 28 letras del alfabeto y dos
dedos como todo arsenal, parecería a todas luces una locura. Hoy las academias
de la lengua lo hacen con un gesto hacia una novela que ha pasado ante los ojos
de cincuenta veces un millón de lectores, y hacia un artesano, insomne como yo,
que no sale de su sorpresa por todo lo que le ha sucedido. Pero no se trata ni
puede tratarse de un reconocimiento a un escritor. Este milagro es la
demostración irrefutable de que hay una cantidad enorme de personas dispuestas
a leer historias en lengua castellana, y por lo tanto un millón de ejemplares
de Cien Años de Soledad no son un millón de homenajes al escritor que hoy
recibe, sonrojado, el primer libro de este tiraje descomunal. Es la
demostración de que hay millones de lectores de textos en lengua castellana
esperando, hambrientos, de este alimento”.
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Las 2 orillas
Bogotá – Colombia
2 de septiembre de 2017
En su discurso
en la
Casa de Nariño,
el papa prefirió
citar más
a Gabo que a la
Biblia
“La soledad de
estar siempre enfrentados ya se cuenta por décadas y huele a cien años. No
queremos que cualquier tipo de violencia restrinja o anule ni una vida más”
Por: Las2orillas
En
la Plaza de Armas de la Casa de Nariño, el Papa Francisco dio su discurso a las
9 de la mañana. Desde temprano se estuvo esperando las palabras del líder de la
Iglesia Católica, quien también habló frente a más de 2.000 jóvenes en la Plaza
de Bolívar, recordándoles que deben permanecer unidos y mantener la esperanza
para buscar la paz. Además, Francisco fue recibido por un millón de personas en
el Parque Simón Bolívar, donde la gente lo estuvo esperando desde las 5 de la
mañana. La felicidad y el fervor se sintieron en el ambiente tras su llegada y
paseo en el papamóvil a través del parque.
Este
es el discurso leído por Francisco:
Señor
Presidente,
Miembros
del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático,
Distinguidas
Autoridades,
Representantes
de la sociedad civil,
Señoras
y señores.
Saludo
cordialmente al Señor Presidente de Colombia, Doctor Juan Manuel Santos, y le
agradezco su amable invitación a visitar esta Nación en un momento
particularmente importante de su historia; saludo a los miembros del Gobierno
de la República y del Cuerpo Diplomático. Y, en ustedes, representantes de la
sociedad civil, quiero saludar afectuosamente a todo el pueblo colombiano, en
estos primeros instantes de mi Viaje Apostólico.
Vengo
a Colombia siguiendo la huella de mis predecesores, el beato Pablo VI y san
Juan Pablo II y, como a ellos, me mueve el deseo de compartir con mis hermanos
colombianos el don de la fe, que tan fuertemente arraigó en estas tierras, y la
esperanza que palpita en el corazón de todos. Sólo así, con fe y esperanza, se
pueden superar las numerosas dificultades del camino y construir un País que
sea Patria y casa para todos los colombianos.
Colombia
es una Nación bendecida de muchísimas maneras; la naturaleza pródiga no sólo
permite la admiración por su belleza, sino que también invita a un cuidadoso
respeto por su biodiversidad. Colombia es el segundo País del mundo en
biodiversidad y, al recorrerlo, se puede gustar y ver qué bueno ha sido el
Señor (cf. Sal 33,9) al regalarles tan inmensa variedad de flora y fauna en sus
selvas lluviosas, en sus páramos, en el Chocó, los farallones de Cali o las
sierras como las de la Macarena y tantos otros lugares. Igual de exuberante es
su cultura; y lo más importante, Colombia es rica por la calidad humana de sus
gentes, hombres y mujeres de espíritu acogedor y bondadoso; personas con tesón
y valentía para sobreponerse a los obstáculos.
Este
encuentro me ofrece la oportunidad para expresar el aprecio por los esfuerzos
que se hacen, a lo largo de las últimas décadas, para poner fin a la violencia
armada y encontrar caminos de reconciliación. En el último año ciertamente se
ha avanzado de modo particular; los pasos dados hacen crecer la esperanza, en
la convicción de que la búsqueda de la paz es un trabajo siempre abierto, una
tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos. Trabajo que nos pide
no decaer en el esfuerzo por construir la unidad de la nación y, a pesar de los
obstáculos, diferencias y distintos enfoques sobre la manera de lograr la
convivencia pacífica, persistir en la lucha para favorecer la cultura del
encuentro, que exige colocar en el centro de toda acción política, social y
económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien
común. Que este esfuerzo nos haga huir de toda tentación de venganza y búsqueda
de intereses sólo particulares y a corto plazo. Cuanto más difícil es el camino
que conduce a la paz y al entendimiento, más empeño hemos de poner en reconocer
al otro, en sanar las heridas y construir puentes, en estrechar lazos y ayudarnos
mutuamente (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 67).
El
lema de este País dice: «Libertad y Orden». En estas dos palabras se encierra
toda una enseñanza. Los ciudadanos deben ser valorados en su libertad y
protegidos por un orden estable. No es la ley del más fuerte, sino la fuerza de
la ley, la que es aprobada por todos, quien rige la convivencia pacífica. Se
necesitan leyes justas que puedan garantizar esa armonía y ayudar a superar los
conflictos que han desgarrado esta Nación por décadas; leyes que no nacen de la
exigencia pragmática de ordenar la sociedad sino del deseo de resolver las
causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia. Sólo así
se sana de una enfermedad que vuelve frágil e indigna a la sociedad y la deja
siempre a las puertas de nuevas crisis. No olvidemos que la inequidad es la
raíz de los males sociales (cf. ibíd., 202). En esta perspectiva, los animo a
poner la mirada en todos aquellos que hoy son excluidos y marginados por la
sociedad, aquellos que no cuentan para la mayoría y son postergados y
arrinconados. Todos somos necesarios para crear y formar la sociedad. Esta no
se hace sólo con algunos de «pura sangre», sino con todos. Y aquí radica la
grandeza y belleza de un País, en que todos tienen cabida y todos son importantes.
En la diversidad está la riqueza. Pienso en aquel primer viaje de san Pedro
Claver desde Cartagena hasta Bogotá surcando el Magdalena: su asombro es el
nuestro. Ayer y hoy, posamos la mirada en las diversas etnias y los habitantes
de las zonas más lejanas, los campesinos. La detenemos en los más débiles, en
los que son explotados y maltratados, aquellos que no tienen voz porque se les
ha privado de ella o no se les ha dado, o no se les reconoce. También detenemos
la mirada en la mujer, su aporte, su talento, su ser «madre» en las múltiples
tareas. Colombia necesita la participación de todos para abrirse al futuro con
esperanza.
La
Iglesia, en fidelidad a su misión, está comprometida con la paz, la justicia y
el bien de todos. Es consciente de que los principios evangélicos constituyen
una dimensión significativa del tejido social colombiano, y por eso pueden
aportar mucho al crecimiento del País; en especial, el respeto sagrado a la
vida humana, sobre todo la más débil e indefensa, es una piedra angular en la
construcción de una sociedad libre de violencia. Además, no podemos dejar de
destacar la importancia social de la familia, soñada por Dios como el fruto del
amor de los esposos, «lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a
pertenecer a otros» (ibíd., 66). Y, por favor, les pido que escuchen a los
pobres, a los que sufren. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo
momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes. En ellos se
aprenden verdaderas lecciones de vida, de humanidad, de dignidad. Porque ellos,
que entre cadenas gimen, sí que comprenden las palabras del que murió en la
cruz –como dice la letra de vuestro himno nacional–.
Señoras
y señores, tienen delante de sí una hermosa y noble misión, que es al mismo
tiempo una difícil tarea. Resuena en el corazón de cada colombiano el aliento
del gran compatriota Gabriel García Márquez: «Sin embargo, frente a la
opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los
diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las
guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la
ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se
acelera». Es posible entonces, continúa el escritor, «una nueva y arrasadora
utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir,
donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las
estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una
segunda oportunidad sobre la tierra» (Discurso de aceptación del premio Nobel,
1982).
Es
mucho el tiempo pasado en el odio y la venganza… La soledad de estar siempre
enfrentados ya se cuenta por décadas y huele a cien años; no queremos que
cualquier tipo de violencia restrinja o anule ni una vida más. Y quise venir
hasta aquí para decirles que no están solos, que somos muchos los que queremos
acompañarlos en este paso; este viaje quiere ser un aliciente para ustedes, un
aporte que en algo allane el camino hacia la reconciliación y la paz.
Están
presentes en mis oraciones. Rezo por ustedes, por el presente y por el futuro
de Colombia.
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Publicado por
cortesía de su autor
Diario Occidente
Cali – Colombia
14 de septiembre de 2017.
Columna de opinión
Francisco: Papa
gabólogo
Por Luis Ángel Muñoz Zúñiga
Al
Papa Francisco le conocíamos: su humor, su afición futbolera, su conciencia
ecológica, sus mensajes a la juventud, su defensa de los más débiles, sus
conocimientos sobre problemas políticos y económicos, latinoamericanos y
mundiales, su pensamiento incluyente y su política conciliadora. Pero esta vez
nos sorprendió con sus referencias a la letra del Himno Nacional de Colombia y
al discurso “La soledad de América Latina”, pronunciado en 1982 en Estocolmo
por nuestro Premio Nobel de Literatura.
Nos
mostró otra de sus facetas, su pasión por la literatura, la poesía y la
narrativa. Las palabras del Papa Francisco sí supieron darle vigencia al poema
de Rafael Núñez, convocándonos a mirar de frente y a sus ojos a los pobres.
“Ellos que entre cadenas gimen sí que comprenden las palabras del que murió en
la cruz”.
Sus
palabras exhortaron para que donde todavía cultiven el amor patrio, no se
conformen con sólo el enseñar a cantarlo, es decir, simplemente repetirlo.
Convocó
tácitamente a que cuando interpretemos su letra, entonando sus analogías y
metáforas, también reflexionemos sobre su connotación histórica y social.
Francisco, a renglón seguido en su discurso, también se mostró como gran
admirador de Gabo.
“Resuena
en el corazón de cada colombiano el aliento del gran compatriota Gabriel García
Márquez… Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra
respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los
cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los
siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte”
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