PanAm Post
Miami –
Florida
5 de
agosto de 2017
Opinión
Cien años de soledad:
la novela
más
sobrevalorada de la historia
Por
Alejandro Jenkins Villalobos*
Aunque son muchos los críticos eminentes y
respetables que la han catalogado como una de las mayores novelas jamás
escrita, personalmente encuentro que Cien años de soledad es débil, incluso
comparada con otras de las novelas de Gabriel García Márquez (mi favorita es El
general en su laberinto). Aunque me considero una persona culta y versada en la
literatura en español, me tomó un esfuerzo considerable para poder acabarla, y
solo pude pasar de las primeras cincuenta páginas en mi sexto intento.
No cabe duda de que la idea detrás de Cien
años de soledad, crear una saga mítica para la Latinoamericana independiente,
es atractivamente ambiciosa; pero encuentro que la ejecución concreta de ese
proyecto es casi totalmente exánime. El problema fundamental está en que
prácticamente no hay ningún personaje en la novela que pueda despertar
verdadero interés en el lector, o que siquiera tenga una personalidad bien
definida (solo la chacaca Fernanda del Carpio, con sus locas ínfulas
aristocráticas y catolicismo fanático, me pareció un personaje más o menos
convincente).
El propio García Márquez debe haber estado consciente
de esto, porque repite los mismos nombres, hasta que uno ya ni sabe bien quién
es quién (más de una vez me faltó la energía para detenerme a desenredar de
cuál Aureliano o José Arcadio se trataba). Pero esto es una enorme debilidad en
una obra literaria, que me recuerda al chiste de Evelyn Waugh en Decline and
Fall sobre una película vanguardista que fracasó en la taquilla por “su austera
exclusión de todo personaje humano”.
Quizás una trama suficientemente interesante
podría sobreponerse a esto, pero la verdad es que la historia que se cuenta en
Cien años es casi tan inerte como sus personajes. El mundo que se pinta en la
novela es no solo física, sino también moral y emotivamente irreal. Hasta el
supuesto clímax del libro, la masacre de tres mil trabajadores bananeros
(episodio inspirado por un controvertido acontecimiento en la historia moderna
de Colombia, la Masacre de las bananeras en 1928), le acaba pareciendo a uno
otra arbitrariedad narrativa, en el mismo plano que la plaga de insomnio, o el
que lluevan flores amarillas sobre Macondo.
Hay otro aspecto de Cien años de soledad (por
cierto, ¿qué significa ese título?) que no dejó de molestarme por un largo
tiempo, sin que pudiera decir yo exactamente de qué se trataba. Ahora me
percato de que es la manera tan artificial en que García Márquez recluta a la
historia de la ciencia (¡de entre todas las cosas de las que podría haber
echado mano!) en su empresa de establecer un mito.
Me doy cuenta ahora de que ese es, en
realidad, un vicio característico de la intelectualidad colombiana moderna. En
un grado quizás aún mayor que el de otras naciones latinoamericanas, Colombia
tiene una historia sangrienta y opaca, en que suele ser difícil siquiera
entender por qué una facción estaba matando a otra en un momento dado.
Tradicionalmente, esto ha alimentado la esperanza de encontrar una clave
esotérica que revele la significado oculto detrás de esta historia (de ahí la
importancia enorme que tradicionalmente ha tenido la masonería esotérica en
Latinoamérica, por mencionar solo un ejemplo).
Hace poco me topé con esta entrevista a Jorge
Arias de Greiff, ingeniero y exrector de la Universidad Nacional de Colombia,
en la que el entrevistado hace la extraña reclamación de que la historia de la
ciencia (Arias de Greiff ha escrito extensamente sobre la historia de la
astronomía) “puede ayudar a arreglar las cojeras de la historia patria; que a
lo mejor la historia de la ciencia ilumina aspectos confusos de la otra
historia.” No se detiene a explicar cómo
podría darse tal cosa, que me parece muy improbable en vista del papel mucho
menor que la ciencia ha jugado en Latinoamérica, comparada con otras partes del
mundo occidental.
Sospecho que las esperanzas de Arias de Greiff
están subconscientemente asociadas a un sentido de que las graves obscuridades
propias de la actual práctica académica de la historia de la ciencia pueden
ofrecer un nuevo y secular esoterismo que reemplace a los viejos y
desacreditados esoterismos con los que los intelectuales latinoamericanos tradicionalmente
han buscado iluminar sus dolorosas historias patrias. Y creo que esta es al
menos una parte de la respuesta a una de las preguntas que más me inquietó
cuando finalmente conseguí terminar de leer Cien años de soledad: ¿qué es,
exactamente, lo que están haciendo ahí o lo que puedan querer decir en su
contexto las alusiones sostenidas al heliocentrismo, la alquimia, los imanes,
la refrigeración, etc?
Cien años es, obviamente, la obra cumbre del
realismo mágico, ese movimiento que fuera tan exitosamente comercializado a
nivel internacional después de los años sesenta como marca de la nueva
generación de autores latinoamericanos. Al fin de las cuentas, yo encuentro que
ese realismo mágico es en buena parte un fraude.
Para comenzar, no hay nada novedoso en
introducir elementos fantásticos en las narrativas: Borges (en mi opinión un
escritor incomparablemente mayor que García Márquez) subrayó que la literatura
fantástica es tan vieja como el lenguaje humano. Es cierto que las técnicas
específicas del realismo mágico permitieron capturar ciertos aspectos de la
cultura latinoamericana tradicional (por ejemplo, el conflicto entre los deseos
de ser parte del mundo moderno y de mantener una identidad propia, el
sincretismo entre el catolicismo y las religiones animistas, la percepción de
una continuidad entre los mundos de los vivos y los muertos, etc.) y que el
éxito de esta corriente ayudó a liberar a los autores latinoamericanos de las
rígidas líneas ideológicas del “realismo social” practicado por la mayor parte
de la anterior generación literaria. Pero, aunque la literatura no obedece a un
lógica rigurosamente científica, psicológica o política, sí tiene que obedecer
a su propia lógica literaria, y esto requiere de una disciplina artística que
no se puede tirar por la borda simplemente invocando la licencia de escribir
“realismo mágico”.
*Alejandro Jenkins Villalobos es doctor en física teórica
de Caltech
y profesor de la Universidad de Costa Rica.
Este texto fue previamente publicado en inglés en su
página de Quora.
** ** **
El País
Cali –
Colombia
1 de
agosto de 2017
Columna
de opinión
Más de Vargas Llosa
Por:
Santiago Gamboa
La semana pasada, entrevistado por la W, Mario
Vargas Llosa volvió a hablar de su relación con Gabriel García Márquez y una
vez más se encendieron los radares.
Lo más polémico, de acuerdo a los
comentaristas, es que Vargas Llosa considerara en un plano menor a García
Márquez al decir que no era “un hombre de pensamiento” sino un artista
primigenio, alejado de las ideas, como esos músicos de jazz que, cuasi
analfabetas, modifican el arte en el que se expresan sin apenas darse cuenta.
Para ser sincero, esto no me parece un
insulto, aunque tampoco creo que García Márquez se ajuste a esa realidad. Es
verdad que existen artistas puros, primigenios, que no necesitan de la
reflexión teórica y que están lejos de las ideas acerca del arte que ejercen.
Mozart debió de ser uno de estos artistas “en estado salvaje”, incapaz de
teorizar sobre su oficio, pero que, al hacerlo, dejaba a todos con la boca
abierta. Esto es muy visible en los músicos.
El jazz está lleno de ejemplos. Charlie Parker, Thelonius Monk, Chet
Baker. Artistas al límite de la razón, casi incapaces de
comprender lo que hacían. Caso muy distinto al de Stravinsky que, además de sus
obras sinfónicas, escribió ensayos sobre la composición musical que aún se
estudian en las facultades.
La pintura tiene también sus ejemplos. Van
Gogh, sin ir más lejos. Pero la explicación de estos casos tiene un elemento
particular y es que un músico o un pintor no necesitan verbalizar su genio para
ejercerlo. La suma de sus observaciones y recuerdos y estados de ánimo e ideas
sobre el color hacen que un trazo sea más grueso o más fino, y que los colores
de fondo tengan cierta tonalidad y no otra. ¿Por qué lo hace? Él lo sabe, pero
no necesita ponerlo en palabras. Como decía el novelista chileno Hernán Rivera
Letelier: “Si me preguntas por qué lo hago, no lo sé; pero si no me lo
preguntas, sí lo sé”. El escritor tiene una ventaja y es que la explicación se
expresa en palabras, que son a la vez el material que domina.
Pero volvamos a Gabriel García Márquez. Es
cierto que en su obra no hay grandes y sesudos ensayos, como en la de Octavio
Paz, Carlos Fuentes o el propio Vargas Llosa. Pero en cambio está su prosa
periodística, que a pesar de no presentarse bajo la forma del ensayo contiene
ideas sobre literatura, política o cultura. Y es ahí donde Vargas Llosa se
equivoca.
Que un texto no esté escrito a la manera del
ensayo tradicional, no lo invalida como entidad o asunto intelectual. Los
artículos de García Márquez están llenos de anécdotas personales y de humor,
claro, pero ese es el caldo en el que sus ideas se expresan. Su discurso de
recepción del premio Nobel, entre otros, contiene una síntesis poética y social
muy fuerte, la de la soledad de América Latina. Muy por encima, por cierto, del
trivial discurso de Vargas Llosa, que nos dejó a todos bastante perplejos.
Lo que sí fue un golpe bajo en la entrevista
radial fue afirmar que García Márquez había seguido siendo amigo de Fidel por
conveniencia y oportunismo. Un modo de sugerir que parte de su éxito en el
mundo de la cultura, “que es un mundo de izquierda”, según dijo Vargas Llosa,
se debió a una actitud interesada y pragmática. Es ahí, a mi modo de ver, donde
el peruano sí saca el cuchillo contra el que, ya muerto y sin poder objetar,
fue su rival durante 40 años.
** ** **
La Republica
Lima –
Perú
6 de
agosto de 2017
Cultural
Jorge Edwards:
“Josie Bliss fue un gran
amor de Neruda”
Jorge Edwards. El escritor y premio Cervantes chileno,
invitado a la FIL de Lima, acaba de entregar a sus editores 'Oh, maligna', una
novela que habla sobre un amor juvenil del poeta en Birmania. También opina
sobre Gabriel García Márquez.
Por
Redacción Pedro Escribano
El escritor chileno Jorge Edwards ha vuelto a
Pablo Neruda y ya no en registro biográfico –Adiós, poeta–, sino como personaje
de novela. Acaba de entregar a sus editores Oh, maligna, un libro en el que
trata los amores que tuvo el vate en Birmania, una amante que vigilaba sus
sueños con un cuchillo en mano esperando que el poeta pronuncie otro nombre que
no sea el suyo. Edwards detalla sobre su novela.
Jorge Edwards
Insiste
en Neruda...
Sí, porque hay algo que no había escrito yo,
que se había escrito antes pero con poca información, y es sobre los amores de
Neruda. Él era un chico de 23 años, cónsul de Chile en Birmania, que estaba con
una birmana muy joven, Josie Bliss, que casi lo mató. Ella caminaba alrededor
del mosquitero donde dormía Neruda con un cuchillo de cocina pensando en si se
lo iba clavar o no, esto provocó la huida del poeta. Esto está un poco en el
poema “Tango del viudo”. Sobre ese episodio es mi novela, que se llama Oh
maligna. Después el editor me preguntó por qué no mejor se llama “Maligna”,
pero le dije que no porque para cambiar ese “Oh” tienen que pasar por encima de
mi cadáver.
Hay una
faceta muy dura, el Neruda padre de una niña discapacitada.
Sí, pero esto fue mucho anterior a ese
episodio. En la novela, Neruda todavía se llamaba Ricardo Reyes, yo juego mucho
con eso. Al principio no se nota que el personaje es Neruda, sino un poeta
joven que viene del sur del mundo, que llega a Birmania y que se llama Neftalí
Ricardo Reyes.
Todavía
no era inmortal.
El cambio de Neftalí Ricardo a Pablo lo hago
lentamente.
¿Usted
aborda todos los amores juveniles de Neruda?
Yo sé mucho del tema, pero no lo sé todo. Hice
una novela en la que hay un personaje real que se llama Neftalí Ricardo Reyes,
y hay amores que yo inventé.
Como
todo novelista.
Claro, sobre todo cuando él estaba en una
colonia inglesa y había jóvenes inglesas que llegaban de la isla británica. Y
según Josie, la birmana, iban a buscar marido. Cuando no encontraban marido,
iban a Birmania, iban a las colonias, por eso ella estaba muerta de celos,
tanto que quería matarlo con un cuchillo. Neruda, que me tenía confianza en
estos temas, me contó que ella le dijo una vez “si tú te murieras, yo podría
descansar tranquila. Mientras tú estás vivo, yo estoy sufriendo de celos, de
amargura”. Esa mujer era fiera.
¿Era una
nativa?
Era birmana. Él siempre dice “la furiosa”, “la
maligna”, “la deshabitada”. Yo me pregunto por qué “deshabitada”, yo me hago
muchas preguntas como novelista. Pero fue un gran amor...
Tremendo
poema que le ha dedicado...
Le ha dedicado muchos poemas. Hay poemas sobre
ella en Estravagario, en Memorial de Isla negra y siguió hablando de ella. Yo
una vez conocí una chica en París que era poeta y que se llamaba “José”.
Entonces, yo le conté a Neruda, le dije “mira qué cosa más rara, conocí a una
poeta que es muy atractiva pero se llama José”. Y él me dijo “y qué te extraña,
si Josie es José”.
Los dos
han tenido su José...
Claro. Josie Bliss se llamaba la birmana.
Josie es un diminutivo de José, Josesita. Hablamos de ella, él estaba muy
impresionado con ella porque le escribía una poesía de misterio en la que el
mundo oriental entraba mucho. Por ejemplo, Residencia en la tierra está llena
de funerales que son unas procesiones en las que al final se incinera al
cadáver y se lo tira al río. Aparece muchas veces Mandalay, que era la antigua
capital de Birmania. “Eres la más bella de Mandalay”. Resulta que los abuelos
de Josie eran de Mandalay.
¿Ha ido
a Birmania?
Yo pensaba ir a Birmania para investigar, pero
luego dije que mejor nunca iba a ir a Birmania. Por lo tanto, inventé Birmania.
Yo estaba en Madrid, fui al mercado viejo del lugar y compré todo lo que
encontré sobre Birmania, muchas guías de turismo muy antiguas. Leí Días de
Birmania de George Orwell, él fue un policía inglés en Birmania, luego se
avergonzó por haber sido policía en la colonia. Si Salgari ha escrito Sandokán
y otras novelas sin ir a la India, por qué yo no inventarme a Birmania (risas).
A
propósito de Neruda, ahora se investiga si lo asesinaron. ¿Qué piensa usted?
No sé si asesinaron a Neruda, porque tuve que
haber estado ahí, cómo voy a saber yo. Ahora, lo que sí sé es que si lo
asesinaron fue una tontería porque el poeta estaba muriéndose. Resulta que
ahora, mirando sus libros para escribir la novela, hay uno, Incitación al nixonicidio, que en la
dedicatoria dice: “Escribí este libro enfermo en Isla Negra”. Estaba muy
enfermo Neruda, lo sé porque estaba conmigo en la embajada y él se operó dos
veces. No podíamos decir que el embajador estaba enfermo, menos yo, que era el
segundo en el cargo. Pero estuvo operado de cáncer de próstata dos veces.
Entonces, ¿había necesidad de matarlo por razones políticas, esa idea me suena
muy artificial. Yo seguí viendo mucho a Matilde y ella nunca me dijo nada sobre
ese tema. Ella lo hubiera dicho en una sola palabra.
La
cuestión judicial ha avanzado. Se exhumó su cuerpo.
Debería haber una resolución judicial ya, pero
la historia sigue. No sé a quién le conviene que hayan matado a Neruda, seguramente
al Partido Comunista, por eso de tener un héroe, un mártir, un santo, pero yo
no sé. También pienso, aunque puede ser errado, que al gobierno de Chile de
Pinochet le hubiera complicado la vida tener a Neruda en el exilio. Aunque no
creo, estaban asesinando gente, disparando en la calle con los francotiradores
para que estuvieran preocupados en matar a un viejo poeta.
Pero era
un símbolo...
Pero un símbolo es más fuerte muerto que vivo.
Recuerdo
de Gabo
Usted
hizo una gran amistad con Vargas Llosa, ¿también la hizo con García Márquez?
Era bien difícil ser amigo de los dos. Si
Vargas Llosa le pegó una bofetada a García Márquez. Le voy a contar, a raíz de
mi libro sobre Cuba, Persona non grata, no estaba de acuerdo conmigo. Él era
profundamente castrista, amigo de Fidel; sin embargo, nunca hubo una ruptura
mía con García Márquez. Sabíamos que pensábamos diferente, pero cuando
estábamos en el mismo lugar, por ejemplo México. La mujer de él no me quería
nada, pero García Márquez se escapaba para conversar conmigo. Una vez me contó
algo de Fidel muy divertido a propósito de mi libro Persona non grata. En una
reunión, le decían a Fidel que había racionamiento de luz, de comida, de
azúcar, tanto le decían que dijo: “entonces Edwards tenía razón”.
Vargas
Llosa ha dicho que Gabo más que un intelectual era un creador. ¿Coincide?
¿Ha dicho eso? No he leído eso, pero es
verdad. García Márquez no era verdaderamente un intelectual y por eso su
adhesión al castrismo era más emocional que filosófica. Pero era un artista en
el lenguaje, la prueba está en su escritura. A mí me gustan sus cuentos y
novelas cortas.
¿Y Cien
años de soledad?
Menos, me aburre.
Vargas
Llosa dice que es la que va a quedar.
Vargas Llosa tiene sus opiniones, no estoy de
acuerdo con él todo el tiempo. Encuentro en Cien años... una repetición de la
fantasía. Yo tuve que leer por segunda vez Cien años... para enseñarlo en una
universidad y verdad nunca he sufrido más, me aburrí como un loco. Por qué no
lo voy a decir si es la verdad, es mi verdad.
¿Usted
ha seguido a Roberto Bolaño?
Y no solo leí a Bolaño, sino fui la primera
persona que presentó a Bolaño en Barcelona. Presenté Los detectives salvajes
con Bolaño a mi lado. Él estaba muy contento de que lo presentara porque era un
lector mío y escribió varias veces sobre mis cosas. ¿Qué puedo decirle sobre
él? Es un escritor refinado, muy ocurrente, de una gran fantasía, pero al mismo
tiempo yo diría que –y no es un defecto– es un escritor para escritores.
** ** **
El Mundo
Madrid –
España
5 de
julio de 2017
Literatura
50 aniversario
El biógrafo de García Márquez
desentraña sus dilemas
Gerald Martin y Daniel Samper examinan los dilemas, el
entorno y el folclore
que llevaron a García Márquez a escribir su primera obra
global
Gerald Martín, biógrafo del escritor colombiano Nacho Calonge
"Uno no se muere cuando debe, sino cuando
puede", recogía Gabriel García Márquez en el relato de la historia de la
familia Buendía a lo largo de siete generaciones en el pueblo ficticio de
Macondo. Para ellos la vida era cambio, de la misma forma que lo es cada uno de
los detalles de Cien años de soledad.
En él, cada línea y cada palabra recuerda a un momento histórico y personal y
nadie mejor que Gabo para explotar esa experiencia casi instantánea.
"Tenía un universo primordial, original, de temporalidad estática",
ha afirmado Gerald Martin, biógrafo del escritor colombiano. "Siento que
nos adelantó a todos por la manera en que había regresado al pasado".
La publicación de Cien años de soledad, cuyo 50 aniversario se conmemora este año,
convirtió a García Márquez en uno de los escritores más leídos y reconocidos
del mundo. Su novela fundaba y clausuraba un género narrativo, el realismo
mágico, que tuvo un inmenso influjo en escritores diversos que encontraron en
sus páginas claves para contar las historias de sus respectivos países.
"Es un libro único y abrumador que, a día de hoy, sigue siendo
impenetrable. Tenía un nivel obvio y fácil de leer que no cambia en todo el
transcurso -mismo tono, misma manera de narrar las cosas- aunque debajo había
mil estratos diferentes".
Así, lejos de ser un libro anacrónico,
confiesa que le parece más vigente ahora que hace 30 años por el arquetipo que
realiza del tercer mundo. "Hay clásicos que vienen de arriba, como los de
Borges, que parten de la abstracción, del pensamiento", ha reconocido,
durante su intervención en los cursos de verano de la Universidad Complutense
en El Escorial, Daniel Samper, periodista y escritor. "Cien años es el libro de la asimilación
por parte de los latinoamericanos de su historia".
Pero García Márquez no se agota en él ni en el
realismo mágico. Su obra se compone de crónicas, memorias, cuentos y novelas
ancladas a la realidad, al igual que de columnas y trabajos periodísticos que
sembraron una fértil escuela de periodismo narrativo en América Latina.
"Yo creo en esa etiqueta. Al comienzo no me gustó el realismo mágico, pero
¿qué le vamos a hacer? Existe y existirá siempre. Y ya me está gustando",
confiesa Martin que compró su ejemplar frente al Palacio de Bellas Artes en
México DF, en 1968. Lo que se encontró fue la historia del continente en un
momento dramático como paso previo al boom de la nueva novela latinoamericana.
"No hay comienzos ni finales mejores que los suyos. El siempre atesoró el
binomio: comienzo, nacimiento; fin, muerte".
En el caso del Nobel de Literatura 1982,
cualquiera podía intuir lo que hacía, pero no discernir el cómo. Podía haber
una historia o una saga familiar, pero ¿de qué se trataba? ¿Cómo funcionaba?
"No hay ningún libro sobre el cual la gente repite tanto lo que se dice en
éste. Sin embargo, me costó 20 años expresar algo inteligente sobre él",
ha sostenido, al mismo tiempo que señala que sus dos objetivos favoritos de la
obra son diáfano y radiante. "A pesar de ser todo luz, resultó totalmente
oscura. Parecía absolutamente accesible, pero casi imposible de explicar".
Quizá como su autor. "Fue un hombre
tímido y expansivo con sus amigos, tanto que podía cantar o bailar. Sin
embargo, en reuniones grandes se enclaustraba en sí mismo, y cuando había gente
le costaba mucho trabajo abrirse", ha explicado Samper. "No llevaba
bien la popularidad. Dependía del humor que tuviese en ese momento". Lo
que, también, influenció siempre su obra, incluido ésta que demuestra que los mitos
son interminables y difíciles de descifrar pero que tienen orígenes e
historias. La cuestión final, entonces, que plantea es: ¿Estamos todos
condenados en el pasado? ¿O es nada más una época la que terminó? "Su
libro planteó la pregunta en el 1967, la vuelve a hacer ahora y, si la
humanidad sobrevive, la volverá a plantear planteando en 2067 cuando los Cien años de soledad llegue a su
permanente fin".
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