11 de abril de 2017

MEMORABILIA GGM 866


Universo Centro
Número 84, marzo 2017
Medellín – Colombia

Cuento

Un día después del martes

Por Joaquín Mattos Omar

Lo despertó el dolor de cabeza y, poco a poco, no sin cierto esfuerzo, la conciencia lo puso en antecedentes: aquel era el segundo día de su nueva vida de octogenario y la resaca que lo agobiaba era un estrago natural de la parranda de su cumpleaños que se había prolongado hasta después de la media noche.

Era un miércoles cartagenero que prometía ser canicular, pero mitigado por las brisas frescas del mar: miércoles 7 de marzo de 2007. Gabriel García Márquez se levantó, mientras Mercedes, con soñolienta pereza, cambió de posición en la cama. Caminó hasta el cuarto de baño y, mirándose a la cara con detenimiento en el espejo redondo de cromo pulido, le musitó a su propia imagen, repitiendo de memoria una frase que alguna vez, mucho tiempo atrás, le había dicho a su amigo Alfonso Fuenmayor: “Es un verdadero milagro que aún estemos vivos”.

Luego de tomar una ducha, se sentó en la confortable poltrona de su estudio y, pensativo, empezó a recordar todo cuanto se había dicho y vuelto a decir de él durante la noche anterior y los días que la precedieron, lo que resonaba en su cabeza como un confuso y creciente rumor: “El ciudadano colombiano más destacado de toda la historia del país… el único colombiano inmortal… el compatriota de leyenda… el más grande escritor vivo en lengua castellana… el más grande escritor vivo del planeta… el patriarca de las letras… el mago de las palabras… el premio Nobel de Literatura… el premio Nobel de Literatura… el premio Nobel de Literatura…”.

 
Ilustración: Sebastián Rubiano

Sacudió la cabeza. Y se sintió asaltado por dos sentimientos encontrados: por un lado, una especie de plenitud producida por la satisfacción de haber logrado, en un grado rigurosamente insuperable, la meta que se había propuesto cuando era apenas un jovencito de dieciocho años: “Ser un escritor de los grandes”; y, por otro, esa sensación desolada que él mismo había llamado en otra ocasión “la soledad de la fama”.

Bajo la influencia de este último sentimiento, le resultó de pronto absolutamente extraño el hecho de que su cumpleaños —que, hasta sus cuarenta años, había sido siempre, como suele serlo para el común de la gente, un momento íntimo, una fiesta circunscrita al estrecho círculo de su familia y de sus amigos más cercanos— hubiera terminado por ser un acontecimiento universal, histórico, solemne, celebrado con pompas jubilares en todo el mundo y destacado con abrumador despliegue por todos los medios de comunicación nacionales e internacionales.

No pudo evitar entonces la rara sensación de que el individuo así celebrado, aunque se llamara también Gabriel García Márquez, era otro, completamente ajeno a él, quien era tan solo el hombre silencioso y pensativo que ahora estaba sentado en una poltrona de su casa, como un vecino más de una ciudad que para él, en ese momento, no era otra que la ciudad calurosa y llena de zancudos en que, por años, había compartido con sus padres y sus diez hermanos los duros esfuerzos diarios por la supervivencia.

Pero, pasados algunos minutos, y después de ver una fotografía suya colgada en una de las paredes, en que aparecía él, vestido con un liquilique como el que solía ponerse su abuelo Papalelo en las ocasiones especiales, recibiendo la insignia del Premio Nobel de Literatura de manos del rey Carlos Gustavo de Suecia, aterrizó de nuevo en la realidad: el hombre objeto de tantos festejos públicos era, en efecto, él mismo; él, y nadie más que él, era el hombre grande de quien todos hablaban, el colombiano más importante y más famoso de toda la bola del mundo.

Mientras trataba de resignarse a ello, oyó una voz desconocida que le decía: “Estás en la cumbre; el Olimpo, con todo lo elevado que es, termina ahí, bajo tus pies. Ya no te queda un solo palmo por escalar, ya no hay ni siquiera un mínimo más-arriba que tengas el reto de remontar”. Sintió una especie de vértigo, teñido de cierta tristeza, y, llevado por un impulso espontáneo, le preguntó en voz baja a aquella voz silenciosa: “Entonces, ¿ahora qué hago?”.

No obtuvo respuesta, pero la pregunta lo llevó a desear de súbito, con una fuerza apremiante, que todo regresara a los comienzos, que el tiempo retornara a sus fuentes y lo instalara otra vez en el punto de partida, de modo que volviera a ver, alzando los ojos, y a través de una pequeña y polvorienta ventana (y no el lujoso ventanal de cristal que ahora tenía a su lado), la cima lejana, remota, que se perdía en las alturas celestes, mientras él, sentado de nuevo frente a una vieja Underwood, martillaba las teclas redondas con estrépito y desespero, en el silencio de la madrugada, en medio del calor de la muerta sala de redacción de El Heraldo, en el viejo centro de Barranquilla, batallando con su primera novela, enfrentándola con las armas de todos los recursos y trucos literarios que había aprendido hasta entonces, esforzándose por redondear esa escena en que, recién llegado a la casa del coronel en Macondo, el excéntrico médico extranjero es invitado a sentarse a almorzar a una mesa espléndida preparada por Adelaida, la esposa del viejo militar, y el visitante los sorprende entonces diciéndoles que lo agradece, pero no, que él solo come hierba, hierba como la que comen los burros y las vacas.

De esta placentera ensoñación, o fantasía, lo sacó la amable voz de Mercedes, quien apareció diciéndole, con el teléfono portátil en una mano: “Gabito, te llaman del New York Times”, mientras espantaba con elegantes manotazos de la otra cuatro mariposas amarillas que revoloteaban en la estancia y que eran parte de los restos del jolgorio de la noche anterior.

Entonces comprobó que no tenía escapatoria alguna: aquella llamada le acabó por confirmar que, para su infinita pesadumbre, su magnífica gloria de mierda —que le negaba el derecho a volver a disfrutar de ese estado de gracia que consiste en levitar entre las volutas de humo de las ilusiones de triunfo y de grandeza— era definitivamente irreversible.

** ** **

Pagina/12
Buenos Aires - Argentina
9 de abril de 2017

Crónica

Muchos años después

Hace cincuenta años la editorial Sudamericana publicaba Cien años de soledad, la novela que cambiaría la literatura latinoamericana creando una marca estética y una identidad, el realismo mágico, y consolidando a Gabriel García Márquez como un escritor sin fronteras. Durante medio siglo se sucedieron diversas lecturas y relecturas que alimentaron y actualizaron los elementos más potentes del libro: la invención de Macondo y la saga familiar maldita de los Buendía, su visión mítica de la historia social, la fusión de elementos realistas y maravillosos, en suma, la creación de todo un universo que sigue sorprendiendo y deslumbrando a nuevas generaciones de lectores. Radar reconstruye los días de la aparición del libro y reproduce la crítica de Tomás Eloy Martínez en la revista Primera Plana, que le dedicó su tapa a García Márquez en junio de 1967, cuando en Buenos Aires se agotaba la primera edición de la novela.


(Imagen: Gonzalo Martinez)

Por Susana Cella

A partir de 1967, cuando la editorial argentina Sudamericana la publicó, Cien años de soledad fue cumpliendo años hasta llegar hoy al medio siglo. Su autor, Gabriel José de la Concordia García Márquez, nacido en Aracataca en 1927 no llegó, en esta coincidencia de fechas entre sus cumpleaños y los de su principal novela, en cifras redondas, a ver el cincuentenario del relato que sigue su ininterrumpida circulación por todo el mundo. Murió en Ciudad de México el 27 de abril de 2014.

Aunque en el itinerario de García Márquez Cien años de soledad bien puede nombrarse como un hito definitivo para su lugar en las letras, –tanto es así que, cuando el autor cumplía los ochenta años en 2007, la Real Academia Española junto con las correspondientes en los países de habla hispana, efectuaron una edición de homenaje a la que fuera considerada un clásico del idioma–, la gesta había comenzado antes y continuó, incluyendo sus memorias (Vivir para contarla), una obra que da cuenta de variados datos biográficos que reiteradas veces mencionó, muchos de los cuales fueron materia prima para sus relatos. Así por ejemplo, la historia de amor entre sus padres, la relación con su abuelo, el coronel, o con la abuela dotada de una sabiduría vital transmisible en cuentos y recuentos afincados en la experiencia y en visiones de mundo sintetizadas en enunciados que bien supo aprovechar literariamente el autor para la consecución de un proyecto literario que tuvo la virtud de conjugar nuevos modos de escritura con el anclaje en un espacio reconocible y perfectamente diseñado, a fin de forjar una poética que presentase a través de su aldea inventada la imagen de América Latina, aunando el ímpetu creativo –su inmensa capacidad de narrar – con la continua remisión a una zona necesitada de nombres y memorias.

Se dijo y repitió muchas veces que García Márquez jamás estuvo en Buenos Aires, quizá como una de las tantas leyendas en torno de su vida y obra. Sin embargo hubo un viaje precisamente dos meses después de publicada la novela cuyo manuscrito fue  dificultosamente enviado debido al costo (Mercedes, la esposa de García Márquez,empeñó una licuadora, regalo de casamiento, para juntar el dinero necesario, incidente muy citadoen torno de la publicación del libro) hasta que llegó al editor Paco Porrúa de Sudamericana, quien inició con una tirada de ocho mil ejemplares la onda expansiva que de ahí en más tendría la novela. Simultáneamente, Primera Plana, revista que en esa década funcionaba como una referencia cultural insoslayable, le otorgaba un destacadísimo lugar. “En junio, el semanario del que yo era jefe de redacción dedicó su portada a Cien años de soledad, consagrándola como ‘la gran novela de América’ con una reseña crítica que yo mismo escribí”, evocó Tomás Eloy Martínez en el cumpleaños cuarenta de la novela. Allí expone algunas consideraciones que bien definen la propuesta de García Márquez, por ejemplo, la dimensión épica fundida con episodios tanto habituales como insólitos, la presencia del mito enlazado con la historia concreta de Colombia, la fundación de un lugar como “metáfora minuciosa de toda la vida americana, de sus peleas, malos sueños y frustraciones”, en una novela “total”, desde el génesis al apocalipsis, dotada de una “vitalidad cataclísmica”.

Cuando Cien años… cumplió sus treinta, Tomás Eloy Martínez recordó que antes de esa novela García Márquez era sólo reconocido por un reducido grupo. El crítico chileno Luis Harss, en la vorágine del boom latinoamericano, compuso un libro de entrevistas que tituló Los nuestros. Algunos dicen que fue Cortázar, otros que Carlos Fuentes, lo cierto fue que le hablaron del colombiano y entrevistó a García Márquez, quien figura en esa certera elección de figuras centrales de la literatura latinoamericana (Borges, Onetti, Miguel Angel Asturias, Juan Rulfo, Alejo Carpentier, João Guimarães Rosa, Julio Cortázar) entre los más recientes, junto a Fuentes y Vargas Llosa. La primera edición de aquel testimonio literario apareció, también por Sudamericana, en 1966, es decir un año antes de Cien años… cuando García Márquez ya había publicado La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, Los funerales de la Mamá Grande y La mala hora, como eventos parciales acaecidos en Macondo. Decía por entonces Harss: “la próxima fase del libro, que anuncia para marzo o abril de 1967 se llamará Cien años de soledad.” “No es sólo la historia del coronel Aureliano Buendía” explicaba García Márquez, “sino la historia de toda su familia, desde la fundación de Macondo hasta que el último Buendía se suicida, cien años después y se acaba la estirpe”.

La editorial y Primera Plana invitaron al escritor como jurado –junto a Leopoldo Marechal y Augusto Roa Bastos– del premio de novela que ambas organizaban. Llegó con su esposa, según recordó Tomás Eloy Martínez, un 16 de agosto, dos meses después de publicada la novela que iba alcanzando once mil ejemplares vendidos. García Márquez pudo constatar entonces el halo de fama que nunca más lo abandonaría. Por qué nunca volvió a Buenos Aires se hunde en las brumas de las leyendas, mitos o supersticiones que abonó en toda su trayectoria el propio autor.

Hubo fiesta de cumpleaños para la novela cuando iba sumando aniversarios coincidentes con los del autor, veinte, treinta, cuarenta de vigencia, de lecturas multiplicadas. En 2007, con más de treinta millones de ejemplares vendidos, traducida a unas treinta y cinco lenguas, “Gabo” pudo celebrar junto con sus ochenta años de vida, los cuarenta de la novela que fue reconocida como una de las obras más importantes de la lengua castellana durante el IV Congreso Internacional de la Lengua Española.

Realismo mágico

García Márquez, siguiendo una persistente costumbre, envolvió el origen y desarrollo de la novela en una aureola mítica: contó que en viaje a Acapulco con su familia, en 1965, se sintió “fulminado por un cataclismo del alma”, le surgió la famosa frase inicial y continuó sin descanso para contar toda la historia de Macondo, nombre que le habría sugerido un cartel visto de lejos acompañado de su abuelo. Las anécdotas se multiplican y hasta difieren. Lo que subsiste es el juego entre realidad e invención que García Márquez no sólo plasmó en su escritura sino también en el origen de sus relatos. Al referirse a la gestación de la novela en El olor de la guayaba, libro de conversaciones con su amigo Plinio Apuleyo Mendoza publicado en 1982 (año en que le fuera concedido el Nobel de literatura), además de hablar de esa especie de rayo fulmíneo que lo tocó mientras viajaba en su auto, destaca que se trata de “una historia lineal donde con toda inocencia lo extraordinario entrara en lo cotidiano”. Ni más ni menos que una especie de síntesis de esa poética que tendría innúmeras aceptaciones así como cuestionamientos y que sintetizó como realismo mágico. Lo que parece una contradicción, es decir, si se habla de realismo se supone una representación verosímil del referente que en Cien años…sería todo lo que tiene que ver con la mención de las guerras entre liberales y conservadores, la injerencia de los norteamericanos, la huelga bananera, etc. Pero, a diferencia de una novela realista tradicional que desdeña “magias” y ancla en la verosimilitud, este relato se desliga de ella. Lo que efectivamente puede ser algo cierto –valga recordar por ejemplo el momento en que el gitano Melquíades llega al pueblo con un nuevo invento, su dentadura postiza– se narra de tal modo que parece un milagro: el gitano ha derrotado a la vejez, vuelve rejuvenecido. A esto se suman otros acontecimientos –la lluvia interminable, la invasión de las mariposas amarillas, la levitación de Remedios– aunando hechos con creencias y fantasías, lo que pone en entredicho los esquemas de la razón instrumental para dar cabida a la potencia de lo imaginario. Lo que se denomina “mágico” no es sino acudir, en una de las tantas vertientes que la novela amalgama, al relato maravilloso. Como realista, García Márquez estaría “representando” la realidad, sólo que ésta, en América Latina no es la realidad organizada según pautas racionales, sino que las sobrepasa y desafía, de ahí la desmesura de las acciones de los personajes, sus modos de actuar y pensar, regidos más bien por una razón alternativa donde lo inverosímil está instalado como “normal” en la vida cotidiana.

Por otro lado Cien años… conserva una serie de convenciones narrativas, para entonces ya puestas en cuestión. El relato avanza siguiendo una cronología lineal, desde los fundadores de Macondo hasta su último descendiente, y hay un narrador que, como revela la frase inicial de la novela conoce el pasado y futuro de los personajes y va desplegando sus aventuras y desventuras hasta llegar a un punto de culminación, pero a la vez el tiempo es cíclico en la repetición de destinos de los personajes, en las constantes que desafían la progresión. Y más, el final lleva a un movimiento de retroacción: volver al inicio para leer lo que decían los manuscritos.
Los alimentos textuales

Cuando García Márquez reconoce la incidencia de William Faulkner con la fundación de su condado de Yoknatapawa, efectúa sin embargo un proyecto que tiene conexiones con “el maestro”, pero características propias. Podría decirse que lo principal que toma es la configuración de un espacio y el devenir de las estirpes, pero no acude a formas de la narración del norteamericano ( monólogo interior, dislocación extrema de la temporalidad, multiplicación de narradores, voces particulares hablando en registros diversos) sino que acopia “los relatos de su abuela” para citar una de las claves que dio sobre la novela, leyendas y una dimensión intertextual donde pueden aparecer por ejemplo, personajes de otros relatos, algunos de ellos contemporáneos al boom, como la mención al “compadre Artemio Cruz”, protagonista de la novela de Carlos Fuentes. A lo que se suman referencias múltiples donde caben desde alusiones bíblicas a experiencias personales que remiten al Grupo de Barranquilla –del que participó efectivamente García Márquez– cuando habla de la librería del maestro catalán, Ramón Vinyes. Todo amalgamado en un relato sin solución de continuidad.

Cien años de soledad innova y a la vez conserva modos tradicionales de la narración. Así por ejemplo, va a mantener la presencia del narrador “omnisciente” (el que sabe todo respecto de los personajes, que puede introducirse en sus pensamientos, en su pasado, presente y futuro), lo que se advierte en el mero inicio de la novela: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el Coronel Aureliano Buendía habría de recordar la tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. La frase encierra una significación múltiple. Quien narra sabe acerca del futuro del personaje, sabe acerca de su recuerdo, introduce un dato muy vinculado con el contexto –el hielo, para alguien nacido en un ámbito tropical o subtropical no es algo usual, sino más bien desconocido. Siguiendo esa primera página, aparece la localidad que con el tiempo parece haberse convertido en un lugar geográfico existente. Desde luego se la vinculó con Aracataca –lugar natal del autor– y Colombia, pero no quedó suscripta a ese ámbito sino que se la identificó con toda América Latina. La fórmula tuvo enorme éxito pero también fue denostada argumentando que configuraba una imagen forexport, para consumo de las metrópolis internacionales, que “embellecía” tremendas realidades del subcontinente, que era una nueva forma de exotismo, entre otras críticas. La historia de violencia, de guerras y calamidades, sin embargo están en la novela, valga recordar la saga del coronel Aureliano Buendía y sus batallas.

Vale la pena contrastar dos valoraciones importantes, primero la del crítico uruguayo Ángel Rama que, por otra parte, apreciaba más El coronel no tiene quien le escriba que Cien años… Señalaba que por una parte se veían rigurosamente hechos acaecidos, pero que convivían con “una visión ahistórica, casi mítica, del universo, fuertemente invadida por las concepciones tradicionales del catolicismo popular donde pervive la idea de la culpa y del castigo consiguiente, la noción del pecado original, la esperanza en la revelación, la acechanza mágica, la afirmación del destino como clave de la aventura humana”. Segundo, la de Carlos Fuentes cuando dice que García Márquez apunta a “el triple encuentro del tiempo latinoamericano. Encuentro del pasado vivo, matriz, creador, que es tradición de ruptura y riesgo...Encuentro del futuro deseado...Encuentro del presente absoluto en el que recordamos y deseamos”.

Cincuenta años de lecturas 

Aquellos que se encontraron con ese texto en 1967, son hoy día padres o abuelos de los lectores jóvenes, que leen por primera vez la novela. Como todo clásico Cien años de soledad suma también las relecturas. El nombre de García Márquez no es hoy materia de descubrimiento sino algo más que conocido. Relatos del autor –por ejemplo Crónica de una muerte anunciada o Relato de un náufrago– ingresaron al canon escolar.

Cincuenta años significa también un lapso en el cual las expectativas y el horizonte de recepción, han cambiado. En los sesenta tanto el autor como su novela fueron una novedad, algo muy diferente de lo que devino en clásico en base a la propuesta literaria del realismo mágico, que cundió como lo propio de América Latina.

Los cincuenta años permiten pensar una historia de lecturas en un lapso que traspasó el siglo y en el que se sucedieron cambios raigales en la sociedad, en los intereses, imaginario y formas de lectura e interpretación. Surgió en terreno fértil pero suscitó dispares opiniones desde su emergencia hasta hoy. Sin embargo apologías y rechazos no son similares en el transcurso del tiempo. Si décadas atrás los cuestionamientos o las valoraciones tenían un sesgo ideológico marcado, en los lectores “primerizos” aparecen desde elogios hasta observaciones peyorativas acerca de la dificultad que implica la proliferación de personajes con los mismos nombres, lo que ven como repeticiones, las extensas frases, y hasta el mismo final. O sea, más que la discusión en torno del realismo mágico (en términos de poética e imagen de Latinoamérica) aparecen expectativas de recepción actuales que se inclinan más bien por un relato simple, una prosa exenta del despliegue verbal de Cien años… en favor de una narración sin complejidades.

Y aun, aun, Cien años… sigue el derrotero que unifica medio siglo de lecturas: su capacidad de apelar a los lectores más diversos, desde los literatos y críticos que le dedicaron estudios minuciosos en clave sociológica, psicoanalítica, mítica o textual hasta los que se sumergen en la narración desencadenada, encantatoria, quizá la verdadera magia de este realismo.

** ** **

El Sol de Zamora
Michoacán - Mexico
11 de abril de 2017

Noticia

Canal 22 proyectará documental
sobre acervo de Gabriel García Márquez

                                                                        Garcia Marquez

 México, 6 Abr (Notimex).- Un recorrido por el acervo histórico del autor de “Cien años de soledad”, se presenta en el documental “El archivo de la magia. Las memorias de Gabriel García Márquez”, que se estrenará por Canal 22 el próximo 17 de abril.

Bajo la dirección de Gabriel Santander y producido por Noemí Cadena, el documental muestra el legado histórico del Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, que comprende manuscritos, cartas y fotografías que alberga el Centro Harry Ransom de la Universidad de Texas y que el público puede consultar.

El director Gabriel Santander, quien agradeció a la familia García Márquez, al Centro Harry Ransom y a Canal 22 por el apoyo en la realización del documental, relató que cuando revisaron el material encontraron contenido epistolar, fotográfico, manuscritos e inclusive objetos como máquinas de escribir.

“Tienen las máquinas de Gabriel García Márquez desde la mecánica y ruda Smith Corona hasta las más avanzadas, por lo que vimos que siempre le interesó estar a la vanguardia de la tecnología”, expresó.

Al momento de abrir las cajas, abundó el realizador luego de proyectarse un fragmento del documental en un foro de Canal 22, acción que le dio nombre al documental, encontraron a muchos personajes ligados al personaje público, al personaje que es fundamental para Fidel Castro y Cuba, pero que también es fundamental en la relación con la Casa Blanca.

“Por ejemplo vemos en las cartas que era muy importante o al menos era escuchado por Bill Clinton, pero si vemos que tenían una relación muy importante pero no era solo una relación de amistad, sino una relación que tenía que ver con fines políticos, todo eso lo podemos ir viendo en los documentos del archivo que está en la Universidad de Texas”, señaló.

Otra parte del acervo se refiere a las fotografías que le fueron entregadas a la universidad, en esos álbumes familiares y es que Mercedes Barcha, viuda del escritor, juntó las imágenes de cumpleaños y de premios y las fue poniendo en esas carpetas, pero ahora están resguardadas de manera profesional.

También hay mucha correspondencia de sus lectores por lo que uno descubre el significado de figura que tenía el Premio Nobel de Literatura 1982 como caudillo cultural de América Latina, comentó Santander.

En término literarios, agregó, lo más importante del acervo son los manuscritos, por ejemplo, uno va por el de “Cien años de soledad” que cumple 50 años de su publicación.

“Lo que hay que aclarar es que esos manuscritos de ´Cien años de soledad´ son muy tardíos, no sé qué pasó si los quemaron o tiraron muchos manuscritos, pero no existen, empiezan a existir los muy tardíos, el penúltimo y el último de este libro”, aclaró.

Dijo que todavía falta por revisar algunos discos duros de las computadoras personales de Gabriel García Márquez, y el manuscrito inédito “Nos vemos en agosto”, que es una novela inconclusa que evidentemente no dejan que lo graben por nada del mundo.

Pedro Miguel Cota Tirado, director de Canal 22, mencionó que hace poco más de 50 años Gabriel García Márquez escribía en la Ciudad de México una de sus más grandes obras, una historia atemporal, la cual se ha convertido en un referente de la literatura mundial: “Cien años de soledad”.

Añadió que su legado y huella como uno de los escritores más grandes de habla hispana, es sin duda trascendental para la cultura a nivel global.

“No es casualidad que en nuestro país, se haya gestado una obra de tal magnitud como lo ha sido ´Cien años de soledad´, es por ello que Canal 22 siguiendo su compromiso de generar contenidos novedosos y atractivos, hoy presenta un proyecto que inició su desarrolló en 2016 y que rinde homenaje a uno de los intelectuales más sobre salientes de nuestro tiempo”, puntualizó.

** ** **

EL PAIS
Madrid – España
6 de abril de 2017

Cultura

50 años de ilustrada soledad
Una edición con dibujos de la chilena Luisa Rivera celebra
el medio siglo del libro más famoso de García Márquez

 
Ilustración del primer capítulo de Cien años de soledad

Es uno de los libros fetiche de la historia de la literatura y se ha editado en pasta dura, en bolsillo, en facsímil. Faltaba una edición ilustrada y la editorial Penguin Random House ha esperado un sonoro cumpleaños, el 50, para sacar Cien años de soledad a las librerías a todo color, una elegante edición para la que se ha contado con la ilustradora Luisa Rivera (Santiago de Chile, 29 años). Actualmente afincada en Londres, Rivera ha trasladado el realismo mágico de sus dibujos a las famosas páginas del colombiano.

Con un currículo nada desdeñable, Rivera ha tenido la oportunidad de “dialogar” con uno de los grandes, el colombiano Gabriel García Márquez (Aracataca, 1927 - Ciudad de México 2014), premiado con el Nobel en 1982. Ella habla con todos los autores, “estén vivos o no”, cuando tiene que dibujar sus historias. “Busco información, trato de entender sus procesos. Esta vez pude conectar con uno de mis favoritos y me siento muy afortunada”, contesta mediante un correo electrónico desde la capital británica.

El director editorial de Penguin Random House, Claudio López Lamadrid, está satisfecho con el resultado, “elegante y económico” que permite una compra por 24,90 euros. Recuerda que esta edición ha tenido otro singular padrino: el hijo del escritor, el tipógrafo Gonzalo García Barcha, que ha creado el tipo de letra, Enrico, en especial para el libro. Las capitulares están adornadas por la ilustradora.

Cien años de soledad es un libro que sigue leyéndose en los centros escolares y que siempre será un objeto de regalo. “Creo que es un fetiche”, dice López Lamadrid. Esa edición también puede serlo. Las páginas ilustradas se han troquelado con unas gotas de lluvia que transparentan las letras, y reciben y despiden al lector los peces dorados que fabricaba el coronel Aureliano Buendía como Penélope, tejiendo y destejiendo.

Sin ideas preconcebidas

Por ser tan conocida la historia, Rivera ha querido huir de “ideas preconcebidas, lo cual es muy difícil cuando trabajas con una obra tan arraigada en tu propia cultura”. Por lo mismo, “Decidí que Gabo iba a ser mi guía. Estudié mucho el libro, pero además recolecté información, entrevistas que le hicieron, discursos, historias. Todo aquello que me ayudara a entender el origen de esta historia, una de mis novelas favoritas”.

La paleta de colores es unificadora, entrelaza las ilustraciones de principio a fin. Predominan los verdes y azulados, tostados, ocres naranjas y siempre con brochazos blancos de luz. “En términos de colorido, queríamos algo que rescatara las descripciones de los lugares pero que añadiera ese toque extraño, propio del realismo mágico”, donde el pensamiento y el pincel de Rivera se sienten cómodos. No en vano, la obra se cimenta en las raíces de América Latina. “Este libro es muy importante porque habla de nuestra identidad, de nuestra historia, de nuestros conflictos políticos”.

Entre los trazos coloreados de Rivera se cuelan las ranas y los pájaros, las charcas y los juncos, las gallinas con sus huevos y el río con los suyos. Y la lluvia constante que riega la vegetación exagerada de ese lado del mundo. “El realismo mágico ha influido muchísimo mi trabajo, porque para mí es más que un género, es un estado mental y creativo”, explica esta mujer que proviene de una familia con “una veta artística inclinada hacia la música”, que siempre le ha servido de inspiración.

La naturaleza es una constante en su obra. La que imagina para un texto de realismo mágico "responde a la misma lógica de la narrativa: no es fantasía, ni surrealismo, más bien es lo extraño expresado como un elemento cotidiano”. “En ese sentido, me interesaba que las ilustraciones tuvieran esa mezcla de lo coherente y lo irreal”, dice.

Rivera no imita la naturaleza que ve, “como lo hacían los naturalistas”, sino que mezcla elementos e inventa otros, “lo cual funciona bien para Cien años de soledad”, un libro cuyo principio pueden recitar varias generaciones y estremecerse con “el pavoroso remolino de polvo” que pone fin a la historia.
Portada del libro del escritor Gabriel García Márquez, "Crónica de una muerte anunciada". EFE/Archivo


Quien es la ilustradora del libro

Luisa Rivera

Nació en Santiago (Chile, 1988). Actualmente vive en Londres. Estudió Licenciatura en Bellas Artes en Chile, con énfasis en arte visual. Antes de llegar a Londres, gracias a una beca Fulbright, había terminado su Maestría en Bellas Artes en Ilustración en el Colegio de Arte y Diseño de Minneapolis (EE.UU.).

** ** **

EFE
Desde Barranquilla – Colombia
7 de abril de 2017

Noticia

Falleció el hombre que inspiró personaje de "Crónica de una muerte anunciada"

EFE Barranquilla (Colombia)

Miguel Reyes Palencia, en quien se inspiró el nobel de literatura Gabriel García Márquez para crear el personaje "Bayardo San Román", de la novela "Crónica de una muerte anunciada", falleció hoy en la ciudad colomiana de Barranquilla a los 95 años, confirmaron sus familiares.
Reyes Palencia, quien padecía problemas cardiacos y había compartido vivencias con García Márquez, era el único personaje de las historias del escritor que aún vivía.
 
Portada de la primera edición del  libro del escritor Gabriel García Márquez,
"Crónica de una muerte anunciada". EFE/Archivo

En la novela, que en su momento representó un acercamiento entre lo periodístico y lo narrativo, Bayardo San Román devolvió a sus suegros en la noche de bodas a su esposa, Ángela Vicario, al descubrir que no era virgen.

En "Crónica de una muerte anunciada", García Márquez tomó la acción central, los protagonistas, el escenario y las circunstancias de un hecho ocurrido en la población de Sucre, donde vivió en su niñez y adolescencia, para plasmar una historia cargada de realismo mágico.

En 1994, Reyes Palencia demandó al nobel y a su hermano Eligio porque al hacerle protagonista en las novelas que escribieron, "Crónica de una muerte anunciada" y "La tercera muerte de Santiago Nassar", respectivamente, dañaron su "honra y su dignidad".

El Tribunal Superior de Barranquilla, en el norte de Colombia, falló en 2011 a favor del escritor al desestimar la demanda interpuesta en segunda instancia por Reyes.

El propio García Márquez reconoció que el hecho inspirador, ocurrido en 1951, pronto se incorporó en la memoria popular, que la enriqueció con detalles y variaciones hasta que en 1981 escribió la novela.

En 2007, Reyes Palencia publicó el libro "La verdad: 50 años más tarde", en el cual narra la auténtica historia del asesinato de Cayetano Gentile, identificado como "Santiago Nasar" en la novela y quien es acusado de "deshonrar" a Ángela Vicario.

A propósito del fallecimiento de Reyes, a fines del año pasado falleció en Santiago de Chile, Miguel Ángel Roldán quien sirviera de modelo a la ilustración de la portada de la primera edición de Crónica de una muerte anunciada. (N del E.).

** ** **

No hay comentarios: