11 de febrero de 2017

MEMORABILIA GGM 863



Kienyke
Bogotá – Colombia
10 de enero de 2017

La vida de Jaime Abello Banfi,
la mano derecha de Gabo.
“Puedes usar mi nombre todas las veces pero no te equivoques”, le dijo García Márquez

Por: Édgar Artunduaga 

 Jaime Abello

García Márquez le brindó su amistad, le abrió las puertas de la intimidad familiar, le entregó toda su confianza y Jaime Abello Banfi cumple –hace más de 20 años– el sueño del Nobel de trabajar por la excelencia del periodismo y contribuir a los procesos de democracia.

Me acuerdo que Gabo me dijo: puedes usar mi nombre todas las veces que quieras, pero no te equivoques, el día que te equivoques hasta allí llegamos, me dijo claramente. Entonces toda la vida he sido consciente de la responsabilidad que entraña el poder que me dio de usar su nombre.

Decidió por siempre no tomar notas de las conversaciones que tuviera con él. Perdió la oportunidad de escribir un libro sobre el García Márquez que conoció, pero eso le dio la libertad de establecer unas relaciones absolutamente confiables.

Pero, ¿quién es Jaime Abello (Jaime José en el acta de bautizo, Jaime Orlando en el registro civil), cómo llegó a la vida de García Márquez, cómo es su familia, de dónde viene, qué experiencia y bagaje tenía para que Gabo lo hiciera socio y líder de sus proyectos y empresas periodísticas? Responder estos interrogantes es la intención fundamental de esta entrevista.

Origen italiano, familia musical

Provengo de una familia muy musical. Eso es lo primero que yo tendría que decir, responde Jaime Abello Banfi cuando le pregunto por su historia de familia.
Mi padre y mi madre se enamoraron alrededor de la música, y los recuerdo cantando desde mis más remotas memorias de infancia y de niñez. Mi padre de 85 años (murió recientemente) y mi madre de 83. Ella estudió licenciatura musical. Su origen es italiano.
Mi abuelo, arquitecto, nacido en Nicaragua, pero enviado por su padre, mi bisabuelo, a estudiar a Milano. El inmigrante era mi bisabuelo, pero de una manera un poco sorprendente decidió que iba a hacer todo el esfuerzo por educar a sus hijos en su lugar de origen. Entonces mi abuelo Orlando Banfi estudió arquitectura, estuvo en la guerra y regresó a vivir a América a principios del siglo XX. Ya para ese entonces la familia de su padre se había trasladado a Colombia.
Mi bisabuelo había trabajado con la United Fruit Company, y esa fue la razón por la que se vinieron primero a Santa Marta y luego a Barranquilla.
Mi abuelo era un hombre culto, arquitecto, lector, pintor. Todavía tenemos en la familia sus cuadros. Y sus hijas, que fueron dos, mi madre Gina y mi tía Vera, las educaron también con gran amor a la música y las artes. Por ese lado el arte es muy importante en mi formación.
Mi abuela, la esposa de Orlando Banfi, era barranquillera, hija de italianos también. Su padre, Pellegrino Puccini fue un inmigrante que hizo gran fortuna y de hecho murió siendo presidente del Banco Dugant. De ese hombre que era tan sereno, tan elegante, de tan buen gusto, tan lector, yo heredé parte de la biblioteca.
Mi abuela Angelina Puccini era profundamente conservadora, laureanista, con ciertas ínfulas aristocráticas.
Cierta vez que me sorprendió leyendo “El Diablo” de Giovanni Papini se escandalizó al extremo de buscar la lista de libros prohibidos de la Iglesia Católica, para lo cual mi abuelo tenía permiso eclesiástico, y decidió quemarlos.
Yo tendría no sé, 11, 12 años, y recuerdo verlos, una pila de libros quemándose. Debo decir que esa relación con mi abuela fue muy importante con una persona, como digo, profundamente conservadora, algo autoritaria, que intervino en nuestra vida familiar, pero uno de los grandes retos de mi formación psicológica fue aceptarla, entenderla, comprenderla, y luego desprenderme de esa carga, de esa herencia dual.
Porque era una mujer extraña, profundamente neurótica y al mismo tiempo tenía unos gestos amorosos y gran sentido del humor, y una vivacidad, y una inteligencia, que me fascinaban.
Entonces yo diría que la presencia de mi abuela representaba para mí y posiblemente para mis hermanos al mismo tiempo amor y sufrimiento, una dualidad. Y tenía evidentemente un conflicto en relación con su yerno que era mi padre. Entonces son cosas que a uno lo van marcando porque se empieza a entender la complejidad de la psicología de las personas.
Yo creo que la primera escuela de tolerancia es la familia, aceptarnos, aceptarnos en nuestras diferencias pero tampoco someternos.
De todas maneras eso me dejó una carga importante que debo decir que resolví con sicoterapia. Soy de las personas que cree en la sicoterapia, y la sicoterapia es esa capacidad de hablarse con uno mismo guiado por un experto, en este caso mi sicoterapeuta, y durante años asistí a una consulta. Tenía que liberarme de los fantasmas, y uno se relacionaba con las contradicciones de esa herencia de sentimientos que mi abuela me había dejado.
Hoy en día la valoro lo bueno que ella me dejó, y creo que parte de mi proceso de formación ha sido justamente reconciliarme a través de la sicoterapia con los aspectos contradictorios de la formación familiar.

Las medallas y los diplomas de los abuelos

De mi abuelo Orlando y mi bisabuelo Pellegrino nos han quedado en el ámbito familiar las medallas y los diplomas otorgados por el Rey de Italia. Por el lado paterno, mi tatarabuelo Giuseppe de Andreas que se estableció en Ciénaga a fines del siglo XIX, también fue caballero de la orden del Rey de Italia. Como mi abuelo Pelegrino que fue cónsul en Barranquilla, este tatarabuelo por el lado paterno, De Andreas, fue cónsul en Ciénaga. La diferencia es que el de Ciénaga era masón carbonario como se decía en esa época en Italia.
Entonces hay diplomas y medallas, una de ellas, firmada por tres reyes de Italia distintos. Pero en el caso de mi abuelo, el secretario de la orden que era el canciller o primer ministro de Italia, quien firma ese diploma es Benito Mussolini. Yo leí libros sobre lo que representó el fascismo, y la preocupación de Italia por la unidad nacional y por reencontrarse con su destino como nación.
De hecho tengo ciudadanía italiana a pesar de que el último italiano de mis ascendientes es del nivel de los bisabuelos. Sin embargo, se conservó dentro de la familia la afinidad cultural, el interés por el idioma italiano.
Mi hermano médico, Mauricio, es un cantante, un tenor, que toca y ha grabado discos. Aunque su dedicación es la medicina, es un reumatólogo formidable, como tenor lírico se especializó en las canciones italianas, especialmente esas bellas canciones napolitanas que los inmigrantes trajeron a América.
En nuestro ámbito, en ciertas épocas como navidad o encuentros familiares, mi madre se pone al piano y mi hermano entona canciones napolitanas. Con eso quiero enfatizar que hay una herencia cultural muy interesante. Yo soy colombiano y es mi primer sentimiento, pero también en algo soy italiano y europeo.
Por el lado paterno también tenemos que ver con la United Fruit Company, con la zona bananera, con todo eso, porque vengo de una familia de comerciantes, y también de políticos, los Abello.

Por el lado de los Abello

Mi tatarabuelo Abello fue presidente del Estado Soberano del Magdalena y se distinguió por trabajar por la educación principalmente. Murió siendo Ministro de Marina, del presidente Murillo Toro, del gobierno Radical, una familia de liberales, mientras el lado italiano era un lado un poco más conservador, y mi abuelo Orlando Banfi murió siendo un hombre de espíritu liberal pero en su juventud había sido secretario del Facio en Cartagena, cuando era un inmigrante joven, o había regresado joven.
No creo que fuera por convicciones de derecha, sino simplemente porque en ese momento el fascismo representaba para Italia una esperanza política de unidad, de recuperar su papel en el mundo, y tenía toda la metodología del retorno, de lo que había significado Roma en su momento.
En cambio por el lado paterno, ya dije que tenía un tatarabuelo de origen italiano masón, y otro tatarabuelo, en este caso el señor Manuel Abello, liberal radical, mi abuelo fue un comerciante de mucho éxito que llegó a ser alcalde de Santa Marta, y formó a mi padre, sobre todo en el interés por el comercio.
Mi padre con quien estuve conversando largamente en el final de sus días, pidiéndole que me contara historias, me ha recordado sobre la empresa familiar que se dedicaba a la importación de toda clase de productos, especialmente materiales de construcción, víveres, licores, y los distribuía no solo en Barranquilla y en Santa Marta sino justamente en los pueblos en la zona bananera, de los que luego me vine a empapar a través de la obra de Gabriel García Márquez.
Y mi padre también fue un emprendedor. Empezó a estudiar administración de empresas en Estados Unidos pero el abuelo insistió que entrara sin demora en el negocio familiar. Tuvo la mala suerte empresarial de invertir mucho especialmente en tratar de establecer una hacienda bananera en la zona de Urabá en los años 60. Allí se le fue toda su herencia, toda su fortuna, y de allí le tocó regresar sin un peso a reconstruir su vida. Ese hombre, en esas condiciones, sin embargo, decidió apostarle todo a la educación de sus hijos, y con enorme esfuerzo logró formarnos en Bogotá, en la Universidad Javeriana.

Los hermanos Abello Banfi

Entonces estudié derecho en la Universidad Javeriana. Mi hermano Mauricio prefirió ser médico, se especializó en medicina interna y luego en reumatología. Mi hermana Beatriz es odontóloga, mi hermana Maribel comunicadora social y ha sido actriz, muy conocida, ahora vive en los Estados Unidos.
El menor, que pocos conocen, se fue desde muy joven a Centro América donde es un empresario de mucho éxito. Hugo es ingeniero industrial y presidente de una corporación agrícola actualmente en Nicaragua.
Es un grupo de hermanos magnífico, gente muy bien educada, cada uno ha armado su familia, hablan varios idiomas, son gente que viaja mucho, y cada uno es un profesional destacado.
Provenimos de una burguesía provinciana comercial, pero realmente somos profesionales de clase media, que nos hemos formado, y que hemos aprendido a vivir por nuestro trabajo. Y siento que por esa herencia cultural, por la vida, somos gente abierta al mundo, más costeños, caribeños, siempre interesados en las artes y la música, mucho por la lectura.
Yo especialmente me aficioné a la lectura desde joven y el cine. Estudié en el Colegio Alemán en Barranquilla, otro factor fundamental en mi formación. Un colegio de unos alemanes liberales, demócratas, un colegio donde me inculcaron autonomía con responsabilidad, y donde tuve acceso por ejemplo al cine, al nuevo cine alemán, y a una magnífica biblioteca.

Choque ideológico en La Javeriana

Cuando me decidí a estudiar derecho escogí el camino de hacerlo en la Universidad Javeriana. No debo negar que tuve un cierto inicial choque porque venía de un colegio liberal europeo, y me encontré con una institución universitaria manejada de manera conservadora por el padre Giraldo que era el decano de la facultad de Derecho.
Terminé adaptándome y agradezco la formación recibida en la Javeriana, pero una de las cosas que descubrí en el camino es que realmente iba a ser difícil para mí dedicarme al derecho, que me interesaba más lo que tenía el derecho de humanidades, de política, de ciudadanía, que propiamente la tarea, digamos, de defender intereses de los clientes en el campo jurídico.

Su paso por los tres poderes del Estado

Aproveché que mi primo Orlando Abello Martínez Aparicio había sido elegido congresista, Representante a la Cámara. Entonces en cuarto año de derecho, y quinto, fui miembro de su equipo. Todas las tardes me iba al Congreso.
Tuve tres experiencias formativas seguidas, respecto a las tres ramas del poder público. En el Congreso ayudaba a mi primo a preparar debates, armar proyectos de ley, un proyecto de reforma constitucional. Conocí la negociación, el lobby parlamentario.
Se me ocurrió interesante hacer mi tesis sobre el sistema penitenciario en Colombia, y la función de disciplinar a la sociedad siguiendo, digamos, la orientación de Foucault. El Ministro Felio Andrade, casado con una familiar, me nombró en la cárcel La Picota, en un puesto menor, para que estudiara en directo la situación. Tenía 22 años.
Fue una experiencia formadora impresionante, para un joven de espíritu un poco contestatario, que había recibido felicitaciones en la Javeriana en el primer año pero que casi me expulsan en el segundo porque me volví crítico, rebelde.
Cuando entro a la cárcel lo que yo veo es la miseria del ejercicio, no solo del abuso, porque la cárcel era un escenario de abuso. En la cárcel predomina la ley del más fuerte y así es todavía desgraciadamente.
Entonces siendo una institución teóricamente orientada al castigo pero también a la rehabilitación, la cárcel es formadora de dolor, y muchas veces de la continuación del crimen. No es reparadora, es terrible, y en ese momento lo era mucho más.
En el año 81, al que me refiero, la cárcel era una cosa horrorosa. Gente en las peores condiciones, con problemas mentales agudos. Allí se juntaba toda la miseria de todos los regímenes, no solo el régimen judicial y penitenciario de Colombia con todas sus incompetencias, sus errores, sus fallas y sus abusos de los Derechos Humanos sino también la esencia misma del sistema de la incomprensión.
Entendí que en el fondo la norma y el derecho están construidos sobre un ejercicio brutal del poder que es el que se da en la cárcel.
Francamente tomé la decisión de desistir de mi proyecto, me di cuenta que superaba mis capacidades humanas e intelectuales. Era muy doloroso, pero asimilé esos seis meses de experiencia.
Traté de ayudar a algunas personas a que se les mejoraran sus condiciones, e hice una de los primeros acercamientos al periodismo, con mi antiguo compañero de universidad Gerardo Reyes, que ya estaba en la Unidad Investigativa de El Tiempo.
Hablé con Santiago Diago, el viceministro y le anuncié mi renuncia y él me ofreció trabajar en su despacho. Había pasado rápidamente por el legislativo, el judicial y ahora estaba en el ejecutivo.
Después terminé renunciando por diferencias fundamentales con el gobierno del presidente Turbay y su estatuto de seguridad. No era posible continuar.
Yo era más de izquierda. En ese momento me sentí medio heroico.

De nuevo en Barranquilla.

Comenzó una nueva etapa de mi vida. Me trasladé a Barranquilla a trabajar en la Cámara de Comercio.
A los pocos meses yo era el secretario del comité intergremial del Atlántico. Mis interlocutores ya no eran los ministros ni los congresistas, ni los presos y sus guardias o los abusadores en la cárcel, sino el sector privado de Barranquilla, y me convertí en vocero.
Empecé a reencontrarme con Barranquilla, a reencontrarme por ejemplo con el Carnaval, a reencontrarme con la idea de estudiar la historia de la ciudad, a generar iniciativas que contaron con el apoyo del director ejecutivo de la Cámara de Comercio que era Arturo Saavedra Better.
Ayudamos a crear la asociación de grupos folclóricos del Atlántico, les hicimos unos estatutos, les conseguimos plata para que se organizaran. Creamos primero un cine club y luego la cinemateca que sigue funcionando en Barranquilla, impulsamos la renovación urbana de la ciudad.
Y estando en esa efervescencia, me entero que se estaba hablando de establecer un canal regional de televisión en Antioquia. Y empezamos la promoción de un canal regional público, de televisión regional en la costa.
Me retiré de la Cámara de Comercio, quería dedicarme al cine y me vine a Bogotá a manejar la Asociación de Cinematografistas Colombianos, el gremio de los cinematografistas, una cosa rarísima.

Con Gabo en Caracas

Estando en eso (año 90) viajé a Caracas a la firma de los acuerdos de coproducción iberoamericana, y me reencontré con una persona que había conocido en el 83 en Barranquilla cuando yo era secretario del comité intergremial, el señor Gabriel García Márquez, que era el personaje en Caracas de todo este tema del cine, y Gabo se acordaba perfectamente de mí.
Imagínate, yo lo había conocido porque Gabo en el 83, fue muy extraño, lo manda el presidente Betancur, él ya había vuelto a Colombia, había recibido el Nobel, y no sé por qué le aceptó al presidente Betancur el encargo de ir a Barranquilla a tratar de convencer a la dirigencia de Barranquilla de que aceptara que el Banco de la República le devolviera a la ciudad, al municipio, el teatro municipal Amira de la Rosa que el banco había ayudado a finalizar. Y me acuerdo que Saravia dijo no, ve tú, yo mejor no voy para no complicar la cosa, ve tú como secretario del comité intergremial pero eso sí, eso no le sirve a Barranquilla, nosotros necesitamos que el banco siga manejando eso.

La Fundación de Gabo

García Márquez fue presidente de la Fundación que hoy lleva su nombre, hasta el final, cuatro o cinco años antes de su muerte, cuando se hicieron más notorios sus problemas de salud, pero él y Mercedes –la esposa– autorizaron poner el nombre de Gabo dentro de la razón social de la Fundación, y autorizaron crear el premio en Medellín en reemplazo del que tenían.
La Fundación Gabriel García Márquez es una institución sólida, con una junta directiva internacional que tiene respeto y reconocimiento, con un presupuesto anual que en los últimos años ha estado en el orden de los tres millones de dólares, obtenidos con el desarrollo de proyectos, actividades, donaciones.
Es una máquina institucional –también– para producir oportunidades, estimular a los periodistas, darle oportunidad a los jóvenes para que hagan sus talleres de crónica, de reportaje, que entren en contacto con grandes nombres del periodismo mundial.

El acercamiento a Gabo y sus proyectos

Abello hizo parte de la comisión de empalme de dos gobiernos: de Barco a Gaviria y de Samper a Pastrana, en los ministerios de comunicaciones y cultura.
Fue el primer gerente de Telecaribe, elegido por siete gobernadores, que podían ser relevados por el Presidente y en efecto fueron 21.
Estando allí –en Telecaribe– me volví a encontrar con Gabo, lo vi en el Festival Vallenato, lo vi una vez en el Festival de Cine, y en el 93 él me llama a principios de diciembre y me dice “oye Jaime”…
Nos habíamos vuelto medio amigos, había una cordialidad, ya me identificaba plenamente. Me había comentado que su mamá, Luisa Santiaga, había sido compañera de mi abuela Devora Sarmiento en el Colegio de la Presentación, en Santa Marta.
Entonces me llama y me dice “Jaime, voy para Barranquilla, ¿por qué no me invitas a comer?” Yo me puse muy nervioso, ¿qué querrá Gabo?
Y lo invité a una cena el 28 de diciembre del año 93, el día de los inocentes. Le pregunté si quería invitar a otras personas y me sugirió a Ernesto McCausland. Terminé invitando también a una prima mía antropóloga con la que tenía unas conversaciones magníficas, Margarita Abello, y nos fuimos al club ABC de Barranquilla y Gabo empieza a echar cuentos de periodismo, y dale con el tema del periodismo, y anécdotas, y el tema del uso de la grabadora que era el oro digital, y el problema de no sé qué.
En resumen, luego lo acompaño y lo llevo al Hotel El Prado y ahí seguimos tomándonos un whisky en el lobby. Entonces empieza a hablarme de los talleres de periodismo, y yo sin saber para dónde iba.
Ayúdame a hacer esos talleres de periodismo, terminó proponiendo García Márquez.  Entonces lo tomé en serio, y convoqué unas reuniones en la gerencia de Telecaribe, empecé a tomar notas.
Pasan dos meses. Me volví a ver con Gabo en una parranda vallenata, y otros dos meses después en el Festival de Cine de Cartagena. Después de la cena y la parranda ya yo me sentía el mejor amigo de Gabo… Le hago una señal de saludo y él me llama con el dedo, como diciendo ven para acá, como haciendo un ganchito me dijo acércate, me acerco a él y le dije “ajá Gabito”, y me dice “¿qué has pensado?”, como en un tono de reclamo.
Me propone hablar mañana y yo le digo que a los dos días. Regreso corriendo para Barranquilla, hice un memorando con mis notas… Y tuvimos una cita al día siguiente en el hotel Hilton de Cartagena, después de que él jugó tenis, porque él jugaba tenis en la mañana. Le entregó el memorando.
Le propuse la creación de una fundación de periodismo y a su pregunta sobre los pasos a seguir le dije que haría un estudio de pre-factibilidad, que resulté encomendando a mi primo  Alberto Abello.
–Contrátalo, yo le pago, dijo Gabo.

Se crea la Fundación de periodismo

Creamos la fundación en junio del 94. Fue todo un año de planeación, nos reunimos con Gabo muchas veces, y echaba los cuentos, fue una delicia, la delicia máxima. Y él me pidió que asumiera la dirección de la fundación. Yo acepté y de hecho presidí la asamblea de constitución. Soy cofundador. Me nombraron director encargado, porque en ese momento yo estaba en Telecaribe, esto era una fundación de papel. Gabo puso seis millones de pesos a nombre suyo, aporte fundacional, un millón a nombre de Jaime García Márquez, su hermano, que dijo que él quería, y yo puse un millón.
Nos reunimos muchas veces, nos reunimos con Tomás Eloy Martínez, con Juan Gossaín, con Eligio García Márquez, con Joaquín Estefanía que venía desde España, director de la escuela de El País, entre otros personajes. Terminamos arrancando la fundación formalmente el 18 de marzo de 1995, con un seminario sobre libertad de expresión.

Gabo entusiasmo en Colombia

Era un momento muy interesante. Gabo por un lado estaba haciendo la casa en Cartagena y tenía ganas de hacer proyectos en el país.
Estaba pensando en los temas de educación, hacía parte de la comisión de sabios de la misión de educación ciencia y tecnología creada por el gobierno de Gaviria. Y había vuelto al periodismo, había decidido escribir un libro sobre los secuestros de periodistas y el ataque al establecimiento, y al periodismo, y al Estado colombiano emprendido por el narcotráfico, especialmente por Pablo Escobar.
Había empezado a investigar, a entrevistar a las víctimas y a profundizar en el asunto. Entonces por eso fue coherente que hayamos arrancado con un tema sobre libertad de expresión.
Hicimos ese primer encuentro y de ahí un año después Gabo me dio el poder para que firmara en nombre de él y le dimos inicio a la Fundación para la Libertad de Prensa que existe hoy en día.
La segunda actividad que hicimos fue el taller con Alma Guillermoprieto, en el diario El Universal donde Gabo había comenzado sus tareas de periodismo.
Yo por supuesto me retiré en esos días de Telecaribe, en momentos en que aprobó una nueva ley de televisión. Me di cuenta que iban a ser tiempos distintos, venía la televisión privada, se acababa lo que se llamaba el sistema mixto, un modelo único e interesante. Me correspondió organizar mi última actividad en Telecaribe, organizar el lanzamiento de la ley que sacaron el gobierno de Samper y el ministro Armando Benedetti, la ley de privatización de la televisión en Colombia.
Se empezó a constituir la Comisión Nacional de Televisión, y dije esto no es conmigo. Yo había sido muy activo en las televisiones regionales. Siempre creí en la televisión como servicio público y las cosas iban a ser bien distintas.

Primer alumno de la Fundación Gabo

Yo no era periodista, aunque era hombre de medios. Había vuelto a la televisión, por mi cercanía con el cine. Tenía interés especial en los medios audiovisuales.
Pero me convertí en el primer alumno de la Fundación, y francamente, modestia aparte, me considero hoy en día un experto en periodismo. Escribo, me gusta y entiendo al periodismo perfectamente así no haya hecho una carrera periodística convencional. Luchamos por el periodismo, por sus valores, la ética.

El poder, el amor y la muerte

¿Qué piensa usted del poder?
El poder para que le sirva a uno en la vida debe ser asumido con mucho cuidado. Me he dado cuenta que el poder está lleno de riesgos.
Hay que ser muy cuidadoso en lo público, además de asumir responsabilidades siempre transitorias.
El poder del dinero no lo conozco porque nunca he tenido mucho dinero.
Hay otro poder que se da en el escenario de las relaciones interpersonales, la ascendencia que uno adquiere y que va desde la relación íntima que puede tener uno con otra persona, o la relación que tiene uno con la empleada del servicio doméstico.
No hay nada peor que abusar de él, que dejar heridas, que golpear gente, porque todo eso se devuelve. El poder hay que asumirlo con cuidado. De otra parte, nada peor que el poder que esclaviza si se toma sólo por el lado de los beneficios. Cuando se pierde el cargo y el poder llega la nostalgia tremenda. No te olvides que todo es relativo, transitorio, pasajero.
El poder es distinto al liderazgo. La gente me respeta, pero mi influencia es eminentemente argumentativa. En la medida en que yo aporto ideas, las sustento, soy coherente en mí accionar, mantengo mi capacidad de influencia. Eso no es poder, es más liderazgo, influencia, que debe ejercerse con racionalidad.

El amor, las relaciones de pareja

¿Cómo le ha ido en el amor, en la vida personal, en la relación o relaciones de pareja?
Yo tengo una relación de hace 27 años con mi pareja, me siento feliz de compartir mi vida con esa persona.
Ha sido una vida de dos personas distintas unidas por la ternura, por la afectividad, pero completamente distintas en intereses, estilos. Para mí la casa se convierte más en un refugio que el espacio en donde estoy todo el día.
Es un tipo de convivencia diferente porque tenemos habitaciones separadas. Normalmente yo me voy los viernes y regreso el lunes. Todos los días hablamos varias veces al día. Es una forma de convivencia interesante y de unión.

Sobre la muerte

¿Qué piensa sobre la muerte? ¿Hay un más allá?
Ante la inevitabilidad de la muerte lo importante es poder despedirse de la vida con tranquilidad, poder sentir que hay amor, poder sentir que aprovechamos el tiempo al máximo, que nos acompañamos, que nos respetamos, que nos agradecemos los unos a los otros.
Yo creo que la vida es una oportunidad de goce, de dicha, la que he tenido por ejemplo de interactuar con gente increíble, empezando por García Márquez, pero toda mi vida me he relacionado en distintos escenarios con gente interesante, siempre aprendiendo.
La dicha no es algo eventual, casual, excepcional o residual, es algo sobre lo que uno puede volver si se propone.
Así como uno asume esa dimensión interna de la vida, que es la posibilidad de tener paz interior, dicha, tranquilidad, porque está dentro de nosotros, no es ajena, requiere algo de preparación, alguna búsqueda, y para eso hay varias maneras. A veces la religión es un camino, otras veces maestros espirituales, otras veces el budismo.
En mi caso yo he tenido, debo agradecer a un maestro que se llama Pren Rahwa con el cual aprendí a esa introspección que me ha permitido conectarme con mi fuente de dicha interior. Adquirí una manera distinta acerca del significado de la vida y de la muerte.
En todo caso la vida es un espacio para realizarme, para disfrutar, y la muerte es un espacio para asumir.
El catolicismo nos promete una vida después de la muerte, yo espero que sea así, no estoy seguro. En todo caso culturalmente sigo siendo católico y ojalá que eso se dé, pero en todo caso creo que el verdadero paraíso es el que podemos encontrar cuando estamos vivos.
Así que no desperdiciemos la oportunidad de ser dichosos en la vida, pero no una dicha, digamos, externa. Me refiero más a esa búsqueda interior, esa paz que está dentro de nosotros mismos, una oportunidad que no debemos desperdiciar, y ahí es donde está el paraíso. Y si luego tenemos después de la muerte otro paraíso, magnífico, pero eso no lo sabemos.

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TELESUR
Caracas – Venezuela
9 de febrero de 2017

Cuba dedicará una escultura
 a Gabriel García Márquez
La 26 Feria Internacional del Libro le rendirá homenajes a García Márquez por los 90 años de su nacimiento y los 50 de la publicación de la novela Cien años de soledad.

Por Redacción de Telesur

 La 26 Feria Internacional del Libro le rendirá homenajes a García Márquez por los 90 años de su nacimiento y los 50 de la publicación de la novela Cien años de soledad. | Foto: Archivo

El escultor cubano ajustó los detalles finales para develar en La Habana una escultura del escritor colombiano Gabriel García Márquez y Premio Nobel de Literatura.

La pieza fue encargada al artista cubano José Villa Soberón para colocarla en el Museo del Caribe en Barranquilla, pero el actual embajador de ese país suramericano en La Habana (Cuba), Gustavo Bell, insistió en instalar una copia en esa ciudad, que fue visitada muchas veces por el autor.

El jardín del Liceo Artístico y literario de La Habana, en el Palacio del Marqués de Arcos, dentro del centro histórico de la ciudad, acogerá la escultura inspirada en el momento en que el prolífico escritor y periodista acudió a la ceremonia de recibimiento del Nobel de Literatura, en Estocolmo, Suecia.

Villa Soberón confesó que él acepta trabajar solo cuando logra escoger una imagen con la cual se puede conectar y esta lo atrapó. El artista también trabaja en una escultura de la balairina cubana Alicia Alonso.

Algunos de sus trabajos más famosos son: su Monumento a John Lennon, en un parque de La Habana; las esculturas a Ernest Hemingway, emplazada en el restaurante-bar Floridita, también en La Habana; y la de Benny Moré, en el Paseo del Prado de Cienfuegos, provincia del centro de Cuba.


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VANGUARDIA
Ciudad de Mexico
6 de febrero de 2017


Buena Vida – Noticia

"Cien años de soledad"
hizo detonar el
"Boom Latinoamericano",
 afirma experta

Gabriel García Márquez, autor del libro / Foto: Archivo

Por Redaccion de Vanguardia

Sería difícil pensar en un éxito semejante, si García Márquez se hubiera quedado en París, o en Bogotá; no hubiera sido lo mismo. En México hubo un boom: experta

La obra “Cien años de soledad” puso en el candelero, en el mejor sentido, a la literatura latinoamericana, porque si bien desde Rubén Darío había habido momentos en que autores eran proyectados, el libro de Gabriel García Márquez (1927-2014) era lo que necesitaba una corriente de escritores del llamado “Boom latinoamericano’, para tener una carta de presentación fuerte y romper en los mercados de lengua hispana.

Así lo consideró Yanna Hadatty Mora (1969), doctora en Letras Iberoamericanas por la UNAM, quien señaló que el éxito de esta novela, publicada en 1967, y considerada una obra maestra de la literatura hispanoamericana y universal, se debe no sólo al tema, sino a la forma como su autor narró el tema.

En entrevista, recordó que todo mundo recuerda muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento al coronel Aureliano Buendía, y esa forma de introducirnos, que es una anticipación de algo que va ocurrir mucho después, porque luego sabríamos la historia de José Arcadio, de Úrsula, de cómo llegan a Macondo, y uno se va quedando como para un poco más y seguir leyendo.

“No sólo es la historia narrada y la estructura, es dónde cae cada palabra, como suena, es como si mucho tiempo uno se pudiera deleitar, leer en voz alta, leer un capítulo completo”, indicó la especialista en narrativa de vanguardia iberoamericana a propósito de los 50 años de esta publicación.

Según la especialista, en este trabajo existe una especie de galería infinita donde cada personaje da para otra novela. “Y otra y otra, y esa multitud y fertilidad que presenta como el paisaje, el lenguaje, los capítulos, los detalles de las historias, seducen al lector por esta prosa. Hay un antes y un después de ‘Cien años de soledad’”, refirió.

En la Biblioteca “Rubén Bonifaz Nuño” del Instituto de Investigaciones Filológicas, la narradora, ensayista, investigadora y crítica de literaria ecuatoriana, se dijo sorprendida porque la obra continúe leyéndose entre generaciones y “hasta en el metro”.

“Veía a gente en el metro con su ejemplar y leían al más novedoso escritor latinoamericano y eso es algo difícil de que vuelva a pasar, es decir, no me imagino a (la escritora) Rita Indiana, leída por todos los que vienen en el metro, es un fenómeno que rebasó lo imaginable”, expresó la especialista, quien destacó que a cinco décadas de la publicación García Márquez sea un autor que haya “podido caminar bien entre las aguas”.

Recordó que la génesis de esta novela está en 1965, “en este famoso viaje a la altura de Guerrero, donde Gabriel García Márquez, decide que ya tiene claro lo que desea decir, y expresa a quienes venían con él: nos regresamos, y hace esta famosa vuelta en U y se encierra a escribir esta novela, nueve horas diarias, en una máquina de escribir que no resuelve nada en lo económico y decide que lo principal es sacar la novela”.

“Fue una publicación que se escribió en México, Gabriel hacia adaptación de textos, junto a Vicente Leñero para la Pantalla Grande, en ese tiempo se graba uno de los textos de la Pantalla, era un cronista y vivía de lo se publicaba en la prensa y se había insertado en el medio cultural mexicano.

 “Pero en ese momento decide tener no obras menores, sino lanzarse por un volumen enorme, de tal suerte que funciona todo, esta alianza tan afortunada entre editoriales, público, autor, incluso en una familia”, consideró.

Hadatty Mora recordó a Gabo, como un autor que pudo ser citado por políticos, periodistas, jóvenes y gente de muchas generaciones, “porque 50 años son un tiempo interesante a nivel de cuánto se establece una novela dentro del buen gusto e historia literaria”.

Dejó claro, además, que de haberse escrito “Cien años de soledad” en otra parte del mundo, no hubiera tenido el éxito que tuvo en México.

“Sería difícil pensar en un éxito semejante, si García Márquez se hubiera quedado en París, o en Bogotá; no hubiera sido lo mismo. En México hubo un boom”, subrayó la experta, quien calificó a la publicación como “un universo, no universal en el sentido de llegar a los públicos, sino que a uno le da la sensación de plenitud como pocos textos de lectura”.

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EL TIEMPO
Bogotá – Colombia
7 de febrero de 2017

Medio siglo de 'Cien años de soledad'
Los mundos paralelos de Comala, de Rulfo, y Macondo, de García Márquez.

Por: Édgar Bastidas Urresty*


Este año, coincidencialmente, se cumple el centenario del nacimiento de Rulfo y los 50 años de la publicación de Cien años de soledad. Foto: Archivo particular

Al escritor mexicano Juan Rulfo se lo considera uno de los pioneros del llamado realismo mágico, esa forma literaria de colocar lo real al lado de lo fantástico, de fabular la realidad, lo cotidiano, que había iniciado el novelista guatemalteco Miguel Ángel Asturias, que alterna con lo real maravilloso de Alejo Carpentier.

Gabriel García Márquez prosigue esa tendencia en casi todas sus novelas, pero sobre todo en Cien años de soledad, donde Remedios la bella se eleva al cielo, como si levitara. Este año, coincidencialmente, se cumple el centenario del nacimiento de Rulfo y los 50 años de la publicación de Cien años de soledad.

Los autores de Pedro Páramo (1955) y Cien años de soledad (1967) nos dan lugar para hablar del juego reconocido de influencias, y de conceptos como el realismo, el realismo mágico, y el por qué de la permanencia de la obra de arte.

El realismo existe como escuela literaria, y a Balzac se lo considera su figura más representativa. Creó personajes y tipos humanos dotados de una gran psicología, a diferencia del naturalismo de Zolá. Su realismo no es una fotografía, copia de la realidad, sino otra realidad, ficticia. Sus personajes viven una realidad determinada, reúnen “sensaciones esparcidas” como dice Nathalie Sarraute, y son modelos y formas literarias. El realismo no se da en el padre Grandet porque es una forma que encierra la idea de avaricia. Sin desconocer que Balzac muestra la realidad que lo rodea, “el personaje no se reduce a ella, representa un modelo, reúne sensaciones esparcidas, vive intensamente, pero es una forma”.

Sarraute, de origen ruso judío, emigrada a París, hizo parte de la llamada nouveau roman, junto a Alain Robbe-Grillet, Michel Butor, Claude Simon, premio nobel en 1985, escuela caracterizada por la técnica experimental, objetual, más allá de la interpretación psicológica de los personajes. (Además: Colombia y Argentina celebrarán medio siglo de 'Cien años de soledad')

El realismo mágico

En 1976, Kundera, escritor checo, en una entrevista concedida a Ugne Karvelis y publicada por Le Monde, de París, declaró: “Hace 170 años, Novalis soñaba con una novela donde lo real y lo fantástico se fundieran hasta el punto de perder su identidad. Este es el viejo deseo de los novelistas, su manera de buscar la cuadratura del círculo, o el oro de los alquimistas”.

Y de repente, he aquí que un García Márquez, en Cien años... pinta un cuadro que no es menos un sueño fantástico. La frontera entre lo posible y lo imposible se esfuma por milagro. La novela no hace sino comenzar sus ricas posibilidades”.

Agrega que la novela tiene por terreno específico el misterio de la continuidad y la discontinuidad de la vida humana, y que el novelista está perpetuamente en la búsqueda del tiempo perdido de la humanidad. Que, en la vida, el hombre está continuamente separado de su propio pasado y de aquel de la humanidad, y que la novela permite curar esa herida.

Marthe Robert, en su libro Novela de los orígenes y los orígenes d ela novela, le da a la novela autonomía propia: “La realidad novelesca es ficticia, o más exactamente, es siempre una realidad de novela, donde los personajes tienen un nacimiento, una muerte, aventuras de novela”.

La ficción no se da en la novela histórica, que se ciñe a la realidad histórica, a los hechos tal como sucedieron, pero la novela tiene la virtud de anticiparse a la historia, a la ciencia. Se anticipa porque tiene la capacidad de prever lo que ocurrirá. García Márquez, en su cuento 'Los funerales de la Mamá Grande', se anticipa a la visita a Colombia del Papa, porque la anuncia en 1962, cuando asiste a los funerales de la Mamá Grande, visita que cumple Paulo VI en 1968.

La Mamá Grande, que había sido la soberana absoluta del reino de Macondo, acumula mucho poder y riquezas, y muere a los 92 años en olor de santidad.

La novela se anticipa a la ciencia en algunas novelas escritas en el siglo XIX, consideradas de ciencia ficción, porque predice los viajes espaciales, que se realizan en el siglo XX, como en algunas de las novelas del escritor francés Julio Verne (1828-1905): Veinte mil leguas de viaje submarino, Viaje al centro de la Tierra, o De la Tierra a la Luna.

García Márquez dijo que sus abuelos, con los que vivió varios años, fueron una fuente de inspiración literaria. La abuela le contaba historias de fantasmas, premoniciones, y el abuelo, historias de muertos porque había peleado como coronel en la guerra de los Mil Días.

García Márquez afirma que las buenas novelas son “una transposición de la realidad”, con lo que reconoce que a esta hay que darle un tratamiento ficticio, poético, que es determinante en la creación literaria. En Latinoamérica, el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri fue el primero en usar la expresión “realismo mágico”, en su ensayo 'El cuento venezolano', en el cual propone la negación poética de la realidad.

El escritor cubano Alejo Carpentier, en la introducción de su novela 'El reino de este mundo' (1949), que trascurre durante la revolución de Haití, habla de lo real maravilloso, que pude asociarse al realismo mágico. Lo real maravilloso sería la magia que está más allá de la realidad, que causa una impresión maravillosa, de asombro, como la lámpara de Aladino, o la levitación.

Asturias es figura muy importante de esta corriente literaria, con su novela 'El señor Presidente' (1933), retrato del dictador Manuel Estrada Cabrera, escrita, según la crítica, bajo la influencia del surrealismo.

Como elementos propios de este movimiento literario, cabe señalar la presencia de elementos mágicos o fantásticos en los personajes o en el mundo exterior, y que en algunas situaciones no tienen explicación. El tiempo cronológico es utilizado en forma lineal, o es traspuesto al pasado, o es alternativo.

Balzac y Marx

La diferencia entre Balzac y Marx radica en que La comedia humana permite conocer los valores, la vida de la sociedad burguesa francesa del siglo XIX. El barón de Nusingen, que representa esos valores, es un personaje del capitalismo moderno opuesto a la aristocracia, a pesar de que Balzac era monárquico y antiburgués.

El señor Grandet es una figura literaria, un modelo, encarna la avaricia, un valor burgués. La visión de Balzac es una visión totalizadora de la sociedad, es decir que su mirada abarca la sociedad en todas sus dimensiones.

Carlos Marx, que interpretó económica y políticamente la sociedad capitalista, no solo era un economista, sino un filósofo. Solo que como estudiante se alineó en la izquierda hegeliana, y finalmente le dio la vuelta al concepto hegeliano de la razón, del espíritu absoluto para reemplazarlo por el hombre histórico, de carne y hueso, que trabaja y hace la historia. A Marx le inquietaba la obra de arte, y se preguntaba por qué nos conmueve e influye sobre nosotros, por qué permanece a pesar de los cambios histórico-sociales. Influye sobre nosotros porque alcanza lo más humano en el individuo, por medio de la dolorosa experiencia de la historia, de su ruido, de su furor.

“Mientras la relación sea inhumana (Guernica es la representación de la violencia, del horror), mientras la falta sea sancionada y mientras existan las condiciones productivas de la falta, la tragedia Antígona, de Sófocles, escrita en 442 a. C., afectará al individuo”.

La obra de arte permanece porque es universal y es sensible. Es una forma de interpretación, de representación del mundo, de la vida.

El escritor marroquí Tahar ben Jellom niega el realismo porque no puede aprehenderse, y para demostrarlo cita a Rulfo y a Borges.

A Borges, sobre todo, por los relatos de su libro 'Manual de zoología fantástica', que se convirtió en 'El libro de los seres imaginarios', inspirado en la mitología, en la Biblia, o en Lewis Carroll, H. G. Wells, o Franz Kafka.
O por su cuento 'La biblioteca de Babel', total y universal, que existe desde la eternidad en la que todos los libros son distintos, escritos en todos los idiomas, y que contienen todo el saber.

Comala y Macondo

Para Tahar ben Jellom, Pedro Páramo es un libro “fetiche” por su densidad a pesar de ser tan corto. Recuerda la influencia que García Márquez reconoce haber recibido de Pedro Páramo y hace esta afirmación, que pudiera desconcertar: “Pedro Páramo es Cien años de soledad, pero más conciso, más riguroso”.

Gabriel García Márquez contó alguna vez en México, donde vivía en una especie de autoexilio, que Álvaro Mutis, su amigo y confidente, “subió a grandes zancadas los siete pisos de mi casa con un paquete de libros, separó del montón el más pequeño y corto, y me dijo muerto de risa: ¡lea esa vaina, carajo, para que aprenda!”.

“Era Pedro Páramo. Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí La metamorfosis, de Kafka, en una lúgubre pensión de estudio de Bogotá –casi diez años atrás– había leído (tenido) una conmoción semejante”.

En otra ocasión, el autor de Cien años de soledad reconocería que sin la lectura de Pedro Páramo no habría podido escribir Cien años de soledad.

En un artículo que García Márquez escribió para El País de España, en 1995, dedicado a Álvaro Mutis, confiesa que “leer a Juan Rulfo me ha enseñado, por una parte, a cambiar mi manera de escribir y, por otra, a tener siempre bajo el codo una historia diferente para no contar aquella que estoy en el plan de trabajar”.

Pedro Páramo se inicia con el relato de Juan Preciado, que va a buscar a Pedro Páramo, su padre, como se lo ha prometido a su madre en su lecho de muerte, para reclamarle la parte de sus bienes que le corresponden.

En el camino se encuentra con Abundio, otro hijo de Pedro Páramo, y luego se entera de que se trata de su sombra, y de que el pueblo está lleno de fantasmas, de voces, de murmullos.

Cien años de soledad es “la epopeya de la fundación, de la grandeza y la decadencia del pueblo de Macondo, y de su más ilustre familia de pioneros, frente a la historia cruel e irrisoria de una de esas repúblicas latinoamericanas tan increíbles que nos parecen aun al margen de la historia. Cien años de soledad es este teatro gigante donde los mitos engendran a los hombres, que a su turno engendran los mitos, como en Homero, Cervantes o Rabelais”(4).

En Cien años el tiempo “es circular o medio concéntrico: en torno a los Buendía y a Macondo se desenvuelve una suerte de nigromántico cosmorama en movimiento, que impide a los muertos serlo enteramente y los hace girar imprudentemente en el mundo de los vivos, que da a estos el terrible don de la profecía donde todo es contemporáneo a sí mismo en el flujo narrativo cronohistórico y legendario, memorioso y confesional, de la presunta intención”.

Analogías

Stefano Brugnolo y Laura Luche, en un extenso ensayo titulado ‘Los muertos que no mueren en Pedro Páramo y en Cien años de soledad’, explican lo que podría configurar la influencia de Pedro Páramo en Cien años de soledad (1967).

En las dos novelas, los autores ven la transfiguración de la sombra del padre de Hamlet, asesinado por Claudio para apoderarse del trono y que clama venganza.

Afirman que son dos novelas pobladas de muertos-vivos y de vivos-muertos, en las que los personajes viven en un purgatorio donde expían sus penas, por el fracaso de sus proyectos de vida, y sobre todo por haber perdido sus tierras a manos de los latifundistas, luego de la revolución agraria de los años cincuenta, en Pedro Páramo, y como consecuencia de los estragos que causó la explotación capitalista de las bananeras, en Cien años de soledad, que forzó el éxodo campesino hacia la ciudad.

La suerte de Comala y de Macondo, sociedades tradicionales, estaba echada por la irrupción del progreso, de la modernidad. Juan Preciado llega a Comala, un pueblo de muertos-vivos, donde se encuentra con almas en pena que le piden que abogue por ellas, donde se queda, y donde va a morir “ahogado por los murmullos de los muertos”.

La soledad de los personajes de Comala, sobre todo cuando ha sido abandonada y arrasada, es una constante en la novela. El tiempo es circular, es decir que se detiene, se repite, y se vuelve imperecedero.

El machismo mexicano está representado por Pedro Páramo, un terrateniente que somete, explota a los trabajadores, viola las mujeres y procrea desmesuradamente, en lo que sigue el ejemplo del conquistador.

“El pathos que la novela comunica tiene que ver con estas imágenes, y símbolos religiosos: el pecado, el perdón, la salvación, el Infierno, el Paraíso, el Purgatorio rulfiano”.

En Cien años de soledad también hay sombras y fantasmas. José Arcadio Buendía ha asesinado a un amigo, que puso en duda su honor y huye con su mujer para escapar del fantasma del muerto, y fundar Macondo.

Prudencio Aguilar y Melquíades son los primeros, y en cierto modo, José Arcadio Buendía, el patriarca de la estirpe de los Buendía, que ha llegado a la vejez y sufre “una lúcida locura”, a la sombra de un castaño.

El coronel liberal Aureliano Buendía, luego de haber perdido 32 guerras civiles con los conservadores, se encierra en su laboratorio de orfebrería a fabricar pescaditos de oro, y se convierte en otra sombra.

José Arcadio Segundo, el bisnieto, se retira a su habitación “sumergido en un mundo de tinieblas”. Otros “Buendías pagan penas a la espera de la muerte”, como una forma de expiación. Cuando la lluvia “anuncia el principio del fin, los habitantes de Macondo aparecen como fantasmas vivos”.

La soledad acompaña a los Buendía en su peregrinar, en su penar, “empuja a los muertos a regresar a la vida”. “Las estirpes condenadas a cien años de soledad no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra”.

La lluvia aparece en las dos novelas, en Macondo en forma de diluvio y en Pedro Páramo, como elemento perturbador. El patriarca de los Buendía, como Pedro Páramo, engendra un gran número de hijos a quienes no conoce o conoce a medias.

El purgatorio de García Márquez, como el de Rulfo, “está privado de esperanza”.

Aureliano Babilonia y Macondo son barridos por “un huracán bíblico” por un viento “lleno de voces del pasado, de suspiros de desengaño”, que recuerda los murmullos y suspiros que matan a Juan Preciado.

Tahar ben Jelloun, cuando se le preguntó qué libro le gustaría llevar para leer en una isla desierta, respondió:

“Tengo una certeza. (Comala) Es la tierra destruida que escribe en nosotros, es el pueblo desposeído, que se expresa en nuestras ficciones. Sus ecos, sus personajes favoritos, las risas ya viejas, las voces gastadas, el calor infernal, los muertos que vuelven a buscar su cobija, el hijo de Pedro Páramo que se le cruza en el camino y con quien se sienta a la sombra para contarle historias, las suyas eran llenas de fantasmas, de cadáveres ambulantes, de gente esculpida por el fuego y de frutos desconocidos, se convirtieron en su propio pueblo. Las mías querían ser un eco de esta fantasía de color y demencia”.

Coloca a Comala en una isla detrás del Árbol de las palabras.

* ÉDGAR BASTIDAS URRESTY
Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de Historia.
Exrector de la Universidad de Nariño.

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