EL HERALDO
Barranquilla
– Colombia
23 de
abril de 2015
Cultura
“Macondo me produce alegría
llena de dolor”: Jaime García Márquez
Dice Jaime García Márquez sobre el homenaje que le rinden
al Nobel de Literatura en la Feria del Libro
Por: César
Muñoz Vargas
La primera
impresión de Jaime, el García Márquez que “no escribe ni cartas de
amor”, como él mismo lo dice, es que el lugar le produce “una alegría llena de
dolor”. Le cuesta trabajo reponerse del impacto tras cruzar el umbral del
pabellón Macondo, el país invitado de la
Feria Internacional del Libro de Bogotá Filbo 2015. Tiene gratitud por el
homenaje a su hermano Gabo, pero en sus emociones convergen los recuerdos y la
nostalgia por este primer año de soledad.
Armando Estrada Villa y
Jaime García Márquez . Medellín. Diciembre de 2011
Foto de F. Jaramillo
Continúa el pariente del nobel: “Es difícil
poder explicar este recorrido, tengo el dolor a flor de piel. Hablar de Gabito
puede ser la cosa más compleja o sencilla del mundo porque era el tipo más elemental que uno se pueda imaginar…”
Y tal como lo describe el propio Jaime, parece que en este viaje por el país de
Macondo, recreado en el recinto de Corferias, no hay un itinerario fijo, sino
un recorrido libre, que para realizarlo, el único pasaje que se requiere es la
imaginación.
Pantallas led reciben a los
visitantes con imágenes alusivas a la obra del nobel.
Foto: Johnny Hoyos Soto
Así se advierte de las impresiones de Yesenia
y Valeria, dos colegialas de grado once que llegaron a la Filbo en plan de
tarea escolar, pero que hace algunos años se acercaron a las novelas de Gabriel
García Márquez por voluntad propia. Yesenia dice que tiene que volver a leer
Cien años de soledad, porque a la edad que lo hizo muchas frases le parecieron
complejas, pero que ahora. Frase que ahora intentó descifrar el paseo por el
recinto ferial.
Jaime Abello Banfi, director de la Fundación
Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) y uno de
los gestores del país de Macondo en la
feria, afirma que el lugar es un espacio abierto a la interacción con criterio
“evocador y no concluyente”, en el que cada cual puede tener un concepto porque
no hay reglas ortodoxas ni en su
interpretación ni en su significación.
“La percepción de Macondo cambia con el paso
del tiempo y del contexto del tiempo en que se lee”, piensa Abello Banfi.
Ciertamente las interpretaciones son disímiles, pues en el lugar hay
académicos, investigadores y tropas de párvulos que por primera vez llegan a la
feria o que no han tenido contacto con
una primera página de García Márquez, pero que ya saben de su fama, y de
aquello de que “Gabo es el colombiano más universal de todos los tiempos”.
Lo que
piensan los niños
María Paula, una pequeña de ocho años apura a
definir Macondo: “es un lugar donde hay un tren amarillo, un acordeón y un imán
que encuentra cosas perdidas”. La niña habla en el espacio Gabriel el viajero,
una estación del recorrido, y bajo el murmullo de un son vallenato que proviene
del salón de espejos y espejismos, otra
parada en el viaje. La estudiante de básica primaria habla y se aleja rauda
para no perderse de un curso bullicioso que denota entusiasmo.
Justo de los espejos y espejismos, donde se
sembraron matas de plátano y a través de fotogramas se proyecta la masacre de
las bananeras, le habló a EL HERALDO la poeta y escritora Piedad Bonnett, una
de las curadoras dentro del equipo
creador. “Los espejismos son la ciudad de las utopías fracasadas, como decía
García Márquez”, refiere la novelista.
Para ella, el mundo de Macondo construido en
la Filbo no es tan evidente. “La idea es que el visitante haga la pausa, se
detenga y vea cada uno de los lugares”. Bonnett, autora de Lo que no tiene
nombre, habla, por ejemplo, del espacio de las campanas, un lugar donde el
viajero logra internarse en sonidos y
pasajes del legado
garciamarquiano.
Sobre
la bonanza
En la estación
de los espejismos, refiere la poeta, Gabo aborda “las fiebres que cada
tanto tenemos”, como las bonanzas marimbera, la cafetera, o la fiebre del
petróleo. Bonanzas que, afirma, dan pie para los imperialismos que extraen todo
y se van. “No queremos que vengan y se lleven hasta el mar”, había citado
Bonnett a Gabo en las alocuciones de apertura.
En la gallera, una de las primeras
estaciones del viaje, el investigador de
la Biblioteca Nacional Nicolás Pernett,
señala que el pabellón recrea y no define la obra del nobel de Aracataca. El
conocedor de la literatura de Gabo habla en el espacio que evoca pasajes vistos
en varias de sus novelas. “Las peleas de gallos, hacen parte de la
idiosincrasia Caribe y son menos perversas que la minería ilegal”. En la Filbo, por ese espacio pasarán
escritores, académicos y acordeonistas vallenatos que han musicalizado a Gabo.
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EL PAIS
Madrid –
España
23 de
abril de 2015
Cultura
Macondo, territorio mítico
de García Márquez
Por Winston
Manrique Sabogal
Un día, el niño Gabriel García Márquez
(1927-2014) iba asomado a la ventana en un tren amarillo, que no paraba de
soltar serpientes de humo con cada pitido, y leyó en la entrada de una finca un
letrero metálico azul que en letras blancas decía: Macondo. Y la palabra voló a
esconderse en algún refugio de su memoria.
Macondo no nació el día que todos creen.
Macondo tiene siete actas de fundación: tres tienen que ver con la aparición de
este territorio de ficción en sendos libros; dos son citadas por primera vez
por el autor sin que sus libros hayan sido publicados, y las otras dos
provienen de sus vivencias que darán origen a ese pueblo mítico. Para dar con
sus raíces hay que desandar la ruta de la imaginación de la gente a lo real.
En el imaginario universal ese territorio nace
en el arranque de Cien años de soledad (1967): “Muchos años después, frente al
pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella
tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces
una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un
río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas,
blancas y enormes como huevos prehistóricos”.
La primera vez real que la gente lee la
palabra macondo es en el relato Un día después del sábado, con el que en 1954
gana el Premio Nacional de Cuento.
Aunque la primera presencia para los lectores
estaría en el propio título de un relato de 1955: Monólogo de Isabel viendo
llover en Macondo, en origen titulado El invierno. Otra pista falsa, porque la
primera vez real que la gente lo lee es en el relato Un día después del sábado,
con el que en 1954 gana el Premio Nacional de Cuento, donde se narra: “Pero ese
sábado llegó alguien. Cuando el padre Antonio Isabel del Santísimo Sacramento
del Altar se alejó de la estación, un muchacho apacible, con nada de particular
aparte de su hambre, lo vio desde la ventana del último vagón en el preciso
instante en que se acordó de que no comía desde el día anterior. Pensó: ‘Si hay
un cura debe haber un hotel’. Y descendió del vagón y atravesó la calle
abrasada por el metálico sol de agosto y penetró en la fresca penumbra de una
casa situada frente a la estación donde sonaba el disco gastado en el
gramófono. (...) Y ahí penetró, sin ver la tablilla: Hotel Macondo; un letrero
que él no había de leer en su vida”.
La realidad es que García Márquez incorpora la
palabra Macondo por primera vez entre 1948 y 1949, cuando escribe la que habría
de ser su primera novela: La hojarasca, publicada en 1955. Y lo hace en la
narración introductoria: “De pronto, como si un remolino hubiera echado raíces
en el centro del pueblo, llegó la compañía bananera perseguida por la
hojarasca. (…) hasta los desperdicios del amor triste de las ciudades nos
llegaron en la hojarasca. (…) Después de la guerra, cuando vinimos a Macondo y
apreciamos la calidad de su suelo, sabíamos que la hojarasca había de venir
alguna vez. (…) Entonces pitó el tren por primera vez. La hojarasca volteó y
salió a verlo y con la vuelta perdió el impulso, pero logró unidad y solidez; y
sufrió el natural proceso de fermentación y se incorporó a los gérmenes de la
tierra”. Y es una línea más abajo cuando el escritor deja constancia de la
fecha más antigua de ese pueblo en la tierra, al fechar ese informe así:
“Macondo, 1909”.
La realidad es que García Márquez incorpora la
palabra Macondo por primera vez entre 1948 y 1949, cuando escribe la que habría
de ser su primera novela: La hojarasca, publicada en 1955
Ficciones que hunden sus raíces en la
realidad. En este desandar la estación inaugural está a comienzos de los años
50 cuando acompaña a su madre, Luisa Santiaga Márquez, a vender la casa de los
abuelos maternos, con los que él vivió sus primeros años, en Aracataca. En ese
viaje de reencuentro el mundo que quería contar empieza a tomar cuerpo. García
Márquez arranca sus memorias Vivir para contarla, de 2002, evocando aquel
viaje. Los dos se alejan del mar de Barranquilla para tomar una lancha motor
que los lleve al otro lado de la ciénaga, tierra adentro, allí toman el tren que
los cruzará por platanales, pueblos refundidos en la memoria. Llegan a la hora
de la siesta. Madre e hijo caminan bajo un sol inclemente por las calles
polvorientas rumbo a la Casa. Fue. Fue. Fue. Eso es Aracataca mientras avanzan.
La madre se encuentra con su comadre, se abrazan, lloran, a su lado el joven
periodista con sueños de escritor mira, y, poco a poco, tras un largo viaje por
calles pavimentadas, ciénagas, un tren que se adentró en el calor y los pasos
en un pueblo sonámbulo, ve cómo las ideas literarias que le revoloteaban
empiezan a armar el rompecabezas: “Cuando el tren arrancó, con una pitada
instantánea y desgarradora, mi madre y yo nos quedamos desamparados bajo el sol
infernal y toda la pesadumbre del pueblo se nos vino encima. (…) Todo era
idéntico a los recuerdos, pero más reducido y pobre, y arrasado por un
ventarrón de fatalidad”.
Ficciones que hunden sus raíces en la
realidad. En este desandar la estación inaugural está a comienzos de los años
50 cuando acompaña a su madre, Luisa Santiaga Márquez, a vender la casa de los
abuelos maternos, con los que él vivió sus primeros años, en Aracataca
En realidad, el Nobel colombiano ya había
plasmado este episodio en un cuento en 1962. Fue en La siesta del martes, pero
mezclado con un acontecimiento que de niño le impactó: la muerte de un ladrón a
manos de la dueña de la casa y la visita que hicieron la madre del difunto y su
hermana pequeña para llevarle flores a la tumba, tras un largo viaje en tren en
medio de platanales y pueblos sin nombre hasta apearse y caminar silenciosas a
la hora de la siesta: “El pueblo flotaba en el calor. La mujer y la niña
descendieron del tren, atravesaron la estación abandonada cuyas baldosas
empezaban a cuartearse por la presión de la hierba, y cruzaron la calle hasta
la acera de sombra”.
Y la verdad se remonta a aquellos años
infantiles cuando él ve que una finca junto a la vía del tren se llama Macondo.
En Vivir para contarla escribe: “Esta palabra me había llamado la atención
desde los primeros viajes con mi abuelo, pero sólo de adulto descubrí que me
gustaba su resonancia poética. Nunca se lo escuché a nadie ni pregunté siquiera
qué significaba. La había usado ya en tres libros míos como nombre de un pueblo
imaginario, cuando me enteré en una enciclopedia casual que es un árbol del
trópico parecido a la ceiba, que no produce flores ni frutos, y cuya madera
esponjosa sirve para hacer canoas y esculpir trastos de cocina. Más tarde
descubrí en la Enciclopedia Británica que en Tanganyka existe la etnia errante
de los makondos y pensé que aquel podría ser el origen de la palabra”.
Lo cierto es que vendieron esa casa donde nace
el verdadero Macondo. Los años que vivió con su abuela Tranquilina Iguarán
Cotés y su abuelo el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía. Lo cierto es,
también, que Macondo tiene una vida circular porque es hasta Cien años de
soledad, en 1967, donde se cuenta su origen. Y ahí se juntan la realidad
geográfica e histórica de Aracataca y de su lugar mítico. La única vía de
llegar a Aracataca desde Barranquilla coincide con el viaje que hizo con su
madre en los 50: “En su juventud él (José Arcadio Buendía) y sus hombres, con
mujeres y niños y animales y toda clase de enseres domésticos, atravesaron la
sierra buscando una salida al mar, y al cabo de veintiséis meses desistieron de
la empresa y fundaron a Macondo para no tener que emprender el viaje de
regreso. Era, pues, una ruta que no le interesaba, porque solo podía conducir
al pasado”.
Así, Macondo quedó lindando al oriente con una
sierra impenetrable, al sur por los pantanos y una ciénaga sin límites, al
occidente con una “extensión acuática sin horizontes, donde había cetáceos de
piel delicada con cabeza y torso de mujer, que perdían a los navegantes con el
hechizo de sus tetas descomunales, y al norte la salida inencontrada al mar”.
Se quedaron allí porque a medida que avanzaban la naturaleza se cerraba detrás
de ellos. “Un espacio de soledad y olvido, vedado a los vicios del tiempo”.
Macondo es palabra que en lengua bantú significa “alimento
del diablo” y es el vocablo con el que los bantúes denominan al banano. (N del
E.)
Para ver algunas fotografías del pabellón Macondo
en la Feria del Libro de Bogotá, copie y
pegue en su navegador el enlace siguiente:
EL UNIVERSAL
México
D.F.
22 de
abril de 2015
Con recuerdo a Gabo, inicia
la Feria del
Libro de Bogotá
EFE - El
Universal
El legado literario, periodístico, político y
social de García Márquez, eje de esta edición, fue destacado en todos y cada
uno de los discursos con los que se inició ayer la Filbo
El anhelo de paz para Colombia de 'Gabriel García
Márquez y la identidad latinoamericana reflejada en Macondo sobrevolaron hoy
como mariposas amarillas la sesión de apertura de la XXVIII Feria Internacional
del Libro de Bogotá (Filbo), dedicada al pueblo imaginario creado por el nobel.
El legado literario, periodístico, político y
social de Gabo, eje de esta edición de la feria, fue destacado en todos y cada
uno de los discursos con los que se inició esta noche la Filbo, que bajará el
telón el próximo 4 de mayo.
En un acto repleto de referencias a Macondo,
el invitado especial de la feria y a los personajes de Cien años de soledad,
desde el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, hasta el escritor y ex
presidente nicaragüense Sergio Ramírez. pasando por académicos y empresarios
coincidieron en que la obra de García Márquez trasciende las fronteras de la
literatura.
“La paz en nuestra América y en Colombia fue
una inspiración, una ambición suya, y por tanto una parte de su legado",
manifestó Ramirez, quien junto con el realismo mágico evocó la lucha de Gabo
"por un destino democrático y de paz para nuestra América Latina".
Ramirez. que en esta feria presentará el
próximo sábado Sara, su nueva novela, destacó que la obra de García Márquez
"no tuvo que ver únicamente con el dominio de la imaginación sino también
con el relato de hechos reales porque fue un periodista para la historia, un
maestro de periodistas".
Y en una reflexión sobre el alma
latinoamericana, el autor nicaragüense añadió que todo lo que Gabo contó en sus
libros "nos viene en los genes de nuestra memoria".
"Macando no es el pequeño pueblo bananero
de la ciénaga colombiana sino el pequeño pueblo de cualquier país
latinoamericano", expresó.
Santos, por su parte, se presentó como
"presidente encargado" del país de Macando, cuyo "único y
verdadero gobernante" es Gabriel García Márquez. "uno que nadie
destronará jamás".
El mandatario citó Cien años de soledad para
recordar que así como en Macando llovió cuatro años, once meses y dos días,
"en nuestras almas no ha dejado de llover" desde aquel 17 de abril de
2014 en que falleció en Ciudad de México "el hijo del telegrafista de
Aracataca", Premio Nobel de Literatura de 1982, el más universal de los
colombianos.
Tras esa introducción, el mandatario afirmó
que "en Macando, como en Colombia, hay guerras y confrontaciones que
afectan a generaciones enteras" y que de la misma forma, en esos dos
lugares, el imaginario y el real, "las estirpes demandan una nueva
oportunidad sobre la tierra, una oportunidad para la felicidad y la concordia".
¿Quién mejor que Gabo para describirnos la
'sin salida' en la que nos quieren poner como sociedad?", se preguntó el
jefe de Estado, quien en una defensa de su proceso de paz con la guerrilla de
las FARC agregó: "Sin duda es más sencillo y más notorio exponer la sangre
de otros que pensar en los que sufren cada día que sigue la guerra en
Colombia".
Santos, que ha sido abucheado en público en
dos ocasiones esta semana por sectores que le reclaman una mano más dura contra
las FARC tras el ataque que dejó once militares muertos, subrayó: "Si el
costo de buscar la paz lo pago con mi capital político con mi popularidad,
estoy más que dispuesto a pagarlo".
El sueño de paz como un clamor nacional
también fue expresado por los demás participantes en el acto en el que un grupo
de niños del coro "Canta, Bogotá Canta" vestidos con camisetas con
los colores amarillo, azul y rojo de la bandera nacional, interpretó' Un canto
para la paz" a ritmo de vallen ato, la música preferida del nobel.
"Macondo no solo es el lugar en que los
colombianos nos reconocemos, es un llamado a mirarnos y repensarnos en un
momento en que una mayoría de colombianos tenemos puesta nuestra esperanza en
la paz", manifestó la escritora Piedad Bonnett, que forma parte del trío
de curadores que elaboró el concepto del invitado de honor.
Por su parte el presidente del recinto de
exposiciones Corterias, Andrés López Valderrama instó a los colombianos a
"recuperar la sensatez" y dijo que es necesario • recordar a García
Márquez como hombre sabio con anhelo de paz".
"Ser ciudadanos de Macondo es una
condición que llevamos millones de latinoamericanos", concluyó.
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