Fronterad
Revista Digital
Madrid –
España
17 a 23 de abril de 2015
.
Espía en la FNPI.
El ingenio del García Márquez
periodista
Por
Miguel Ángel del Arco *
En un hotel de Cartagena de Indias una
veintena de periodistas del Caribe colombiano comparte cierto aire de misterio.
Se les va a contar lo que está pasando en La Habana, en las conversaciones de
paz entre el gobierno de Colombia y la guerrilla de las FARC. Van a tener la
oportunidad de ver, oír y saber de primera mano. A cambio se les pide la
discreción del off the record, dado lo delicado del asunto. Y asesores del alto
comisionado, negociadores, habituales de esos encuentros, explican los
protocolos, las maneras de verse, las discusiones, las rutinas, los lenguajes
empleados, verbales y no verbales, entre los guerrilleros y los enviados del
gobierno de Bogotá. Junto a ellos un gran periodista que domina los entresijos,
que conoce a quienes parlamentan, Álvaro Sierra, ayuda a interpretar señales y
mensajes.
El autor junto a parte del equipo de la FNPI. 30 de julio
de 2014.
Es un momento delicado, controvertido, porque
los encuentros de La Habana se hacen sin una tregua previa, sin alto el fuego,
lo que supone que esa mesa de negociación tenga muchos enemigos y exija una
cobertura periodística rigurosa y tranquila. Tras dos largos días concentrados,
los periodistas salen del hotel sabiendo qué se acuerda, quién, cómo se
traslada a los guerrilleros desde la selva colombiana a la mesa de negociación,
con nuevos contactos en sus agendas, con detalles sorprendentes sobre los
gustos y las actitudes de quienes dialogan. Y sobre todo llenos de claves para
leer entre líneas los comunicados y movimientos que lleguen de la capital de
Cuba.
A otro hotel, este de Bogotá, acuden 15
periodistas de otros tantos países con historias pensadas para investigar: cómo
se arma la población en Costa Rica, la explotación sexual de niñas en Caracas,
la ciudad más violenta de Nicaragua, el microtráfico en el Bronx de Bogotá,
campesinos guardianes del narco en Bolivia, el crimen organizado y el sector de
la construcción en Medellín, tregua entre pandillas en El Salvador, la infancia
en el territorio narco de Rosario (Argentina), las raíces del miedo en Lima y
pulso entre autodefensas, narcos y gobierno en Michoacán (México). Tras una
semana, esas ideas para desarrollar salen como proyectos discutidos,
enriquecidos y a veces reenfocados. De eso se encarga María Teresa Ronderos, la
maestra, que les hace repensar, comparte experiencias y ensaya con ellos cómo
mirar, cómo investigar, cómo conseguir.
Alberto Salcedo Ramos, premio Ortega y Gasset
y uno de los grandes contadores de historias, se encierra con diez periodistas
seleccionados en un hotel de Medellín para convencerlos de que la crónica es un
género periodístico que no hace florituras porque debe narrar, pero sobre todo
informar. Les muestra su cocina, cómo emborrona él cientos de cuartillas, y a
quien llega arropado con el paraguas del estilo le explica la teoría de
Hemingway sobre la investigación: “es como un iceberg, se ve solo un diez por
ciento de lo que hay. Pero si no hay el otro 90% no se sostiene”. Así que la
principal lección que les deja es que se embarren, que se mojen, que se
ensucien las manos si quieren hacer buen periodismo.
Cartagena, Bogotá, Medellín son una muestra de
las incontables actividades que organiza la Fundación Gabriel García Márquez
para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), la institución que el autor de
Cien años de soledad ideó hace casi veinte años para trabajar por la excelencia
del periodismo y la búsqueda de buenos periodistas.
Se la inventó el Nobel colombiano para hacer
la guerra, como recuerda la escritora mexicana Alma Guillermoprieto, “a la idea
misma de la ‘comunicación social’, la plaga de las facultades iberoamericanas”.
Su fórmula: lecciones de buen periodismo, talleres prácticos que son mitad
reunión mitad lección, pero sobre todo intercambio y convivencia entre un
maestro reconocido y un grupo pequeño y seleccionado de jóvenes periodistas.
Durante tres meses fui sombra de la FNPI.
Estuve en sus talleres, en sus reuniones, los observé, conviví, los seguí;
entrevisté a maestros y alumnos y comprendí algunos de los secretos de su
éxito. Las mejores crónicas se escriben en América Latina y los mejores
cronistas han pasado por la FNPI. Encontré una institución que tiene la rara
habilidad de conciliar cheveridad, relaciones internacionales y periodismo,
como tituló la propia Alma, “entre la disciplina y la parranda”. La fundó
García Márquez y en ella han sido maestros de periodistas él mismo, Tomás Eloy
Martínez, Ryszard Kapuscinski, Carlos Monsiváis, y lo son Jon Lee Anderson,
María Teresa Ronderos, Cristian Alarcón, Alberto Salcedo o Martín Caparrós.
La FNPI parece una máquina bien engrasada que
no puede parar. Como si su supervivencia dependiera de que no se enfríe su
pulso ni un instante. Desde su director general, Jaime Abello, hasta su
penúltimo becario, Jaime Beltrán, pasando por la secretaria-recepcionista,
Delsy Martínez, o su director gerente, Ricardo Corredor, o su encargada de la
cafetería y mantenimiento, Yamile Chamorro, todos se afanan en empujar el
ingenio para que no se detenga nunca. Están convencidos de que de ello depende,
de no parar, la estabilidad y el éxito de la fundación que soñó García
Márquez.
La sede de la FNPI está en el centro de la
ciudad amurallada, en un segundo piso de la calle San Juan de Dios, junto a la
iglesia de San Pedro Claver. Justo al lado de la antigua sede de la redacción
de El Universal, el periódico donde García Márquez empezó a escribir crónicas a
su llegada a Cartagena de Indias.
La veintena de personas empleadas allí, y los
maestros, los alumnos brillantes y los aliados –los patrocinadores y mecenas a
quienes Jaime Abello llama “cómplices cordiales”– se sienten con una misión:
hacer que el legado de García Márquez se mantenga y su proyecto entre la
pedagogía y el periodismo continúe ampliando su red de influencias. Así que
cada semana, cada día, a veces a cada hora, se celebran cursos, o talleres, o
foros, o chats, o conferencias, o webines, o seminarios, en vivo, en directo,
presenciales o virtuales. Una oferta de charlas y debates sobre el mejor oficio
del mundo y su aprendizaje, pero también sobre los retos de las nuevas
tecnologías o el proceso de paz entre el gobierno colombiano y las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que parecería apabullante si no
fuera porque es la manera de hacer que no pare la música, tras la muerte de
Gabo. En la FNPI no se acaba de
desarrollar una actividad y ya se está preparando otra, mientras otra más se
está diseñando y otra se está poniendo en marcha.
Alma
Guillermoprieto recuerda cómo empezó todo porque ella fue quien dictó el primer
taller de la FNPI, entre 3 y el 8 de abril de 1995. “Cuando me llamó Gabriel
García Márquez a fines de 1994 para participar en la construcción de la nueva
fundación que andaba tramando, lo escuché con cuidado –porque soy periodista y
siempre escucho con cuidado– pero también porque el proyecto que traía en mente
me entusiasmó”. Lo que llevaba en la mente era un taller “un lugar de trabajo,
donde se practicarían las formas para lograr echar el cuento bien contado”. Así
dice que dijo, el cuento bien contado. Se acuerda de una idea más: “me hizo
entender de golpe la sagacidad del personaje: el taller sería impartido por
periodistas, pero no por cualquier periodista: tendrían que ser grandes
periodistas, tener star quality”. (Pronunció con cuidado la frase en inglés,
remarca Alma). “Hay que deslumbrar. Lo dijo porque yo le había nombrado a
varios colegas que a mi juicio estarían capacitados para impartir esos
talleres, y los descontó de inmediato con esa frase”. Total que: “a pesar de
mis dudas, acabé dando el primer taller oficial de la Fundación”.
Otro punto importante, entonces y ahora, es la
selección de los talleristas: “¿Seleccionamos a los más hábiles o a los más
necesitados? Si fuera por los hábiles todos los talleristas serían argentinos,
pero si no incluyéramos a una gran cantidad de muchachos sin mucha formación y
cero condiciones dejaríamos fuera a los talentosísimos jóvenes que han ido
surgiendo y que han ido transformando el periodismo en El Salvador, Nicaragua,
Perú, México y la propia Colombia”. Un equilibrio difícil: “Quizás lo más
difícil para la Fundación ha sido evitar convertirse en un Club de Toby y me
parece que ahí queda trabajo por hacer”. Cuenta Alma que en los últimos años
algunos reporteros talentosos no han concursado a un taller “porque no les
interesa convertirse en parte de ese gremio de presumidos”.
Algunos hay, periodistas que pasaron por la
FNPI, con cierto nombre, que son presumidos y miran y dicen como si tuvieran en
la frente un sello de calidad. De la coquetería a la tontería a veces hay una
línea endeble que unos traspasan y otros no. Pero ninguno puede evitar
presumir, unos por dentro y otros por fuera, de sus momentos con Gabo, de sus
clases con Kapuscinski. Alberto Salcedo entiende que “la FNPI permite el
prodigio de que un reportero joven de América Latina pueda desayunar con Juan
Villoro, almorzar con Jon Lee Anderson y cenar con Alma Guillermoprieto”. Y
proporciona la posibilidad de “crear redes, compartir saberes, reflexionar
sobre el oficio, todas esas cosas que los periodistas difícilmente pueden hacer
en sus medios”.
El chileno-argentino Cristian Alarcón, editor
de la revista Anfibia, ha sido alumno y es maestro de la fundación, así que ha
probado los dos lados: “Es una epifanía encontrarse con un espacio de
aprendizaje creativo tan potente. Los espacios de formación de la Fundación tienen
esa capacidad clarificadora, el periodismo no es solo información, es mirada,
investigación permanente y literatura”. Se apuntó a un taller que daba
Kapuscinski en México, en 2001: “Me encontré allí con periodistas talentosos,
Juanita León, Boris Muñoz, Julio Villanueva Chang, Carlos Alberto Giraldo”.
Todos nombres de impacto hoy. Aquel fue un taller paradigmático. Alarcón
recuerda las charlas, los tequilas compartidos en la Plaza Garibaldi, los modos
de hacer del gran periodista polaco, “Kapucisnki decía que debes investigar más
pensando en un libro que para el apuro por el cierre”. Cuenta que también iba
Gabo al taller, verborréico, y no parada de hablar, hasta el punto que Giraldo
hacia preguntas a Kapusciski: “Decía, esta es una pregunta para el maestro
Kapuscinski”.
Carlos Alberto Capeto Giraldo, periodista de
El Colombiano de Medellín, ha tomado talleres con Tomas Eloy Martínez, Daniel
Santoro, Jean Francois Fogel, García Márquez. Siempre tuvo debilidad por
Kapuscinki. Tiene grabado cómo hacía que todos los talleristas hablaran de sus
dificultades con la investigación o la escritura. “Él tomaba notas, callado, y
al día siguiente volvía con soluciones perfectamente estructuradas”. Tiene
tesoros de aquella época, como cuatro horas de grabación de una lección del
polaco, o una foto en la que aparecen Kapuscinski y Gabo y la casualidad
muestra un letrero entre los dos que dice: “Periodismo”.
Jean Francois Fogel pertenece a la junta
directiva de la FNPI. “Yo conocí al Gabo en los setenta. En el momento de
creación de la fundación me pidió venir como maestro, pero yo estaba en el
diario Le Monde y no tenía tiempo y le dije que no. En 2002 me fui de Le Monde
de papel y quedé en la web y me dijo ahora ya no tienes una excusa y ya me
incorporé”. El periodista francés tiene una explicación más graciosa para la
marca de la FNPI. “En mi opinión no hay nada parecido a la Fundación. Tiene una
doble dimensión: la que tiene que ver con la matriz inicial, la idea de Gabo
por el gran periodismo, el interés para América Latina y por la democracia y lo
que podemos llamar un poco familiarmente la cheveridad, que es una forma alegre
de juntarse. Es decir, la Fundación del Gabo no es la de una país del norte de
Europa, ni de China, tiene que ver con una forma festiva de hacer las cosas,
compartiendo todos los momentos, el taller, el almuerzo, desayuno y cena y
hasta la fiesta. Era la única manera de crear un intercambio competo entre los
participantes, maestros y talleristas”.
Todos, alumnos presuntuosos y descreídos,
maestros, directivos y aliados son portavoces de la FNPI. Decía García Márquez
que no es suficiente con ser los mejores, sino que se sepa. Así que están todos
empeñados en esa misión, ser la referencia del periodismo latinoamericano y que
lo sepa todo el mundo, cacarearlo.
Pasé tres meses largos y dichosos entre ellos,
vi que logran ser buenos y desde luego hacen que se sepa. Sus redes de
cómplices abarcan desde la Patagonia a Río Bravo, pero también llegan a los
lugares influyentes de América del Norte y de Europa. En cada periódico, en
cada medio, tienen un aliado: o es maestro que enseña o es alumno que aprende,
o es aspirante a una cosa y a otra. Una foto que pone Jaime Abello en Facebook,
un selfi de Ricardo Corredor, reciben al instante cientos de me gusta. Marcas
un teléfono o escribes un email nombrando a la FNPI, y se abren las puertas.
Cuando llegué, a finales de abril, estaban en
pleno dolor. Habían pasado apenas diez días desde el Jueves Santo, el 17 de
abril de 2014, la fecha de la muerte de Gabriel García Márquez. Los correos,
digitales y analógicos, aparecían atestados de condolencias, de emociones
amarillas, de testimonios, de muestras solidarias. Las mesas se veían sembradas
de recortes de periódicos, de revistas en todos los idiomas con la imagen del
Nobel. Alcancé sudoroso el primer piso, tras caminar bajo el sol achicharrante
de Cartagena. Me recibió Jessica y me abrazaron los dos Jaimes, el director
general y el hermano de García Márquez. Me sentaron con ellos a escuchar el homenaje
que en la ONU se hacía al escritor.
Me encontré a la FNPI a toda pastilla, con la
web dedicada a los afectos, con Jaime Abello multiplicándose para intervenir en
la asamblea de la UNESCO, responder a peticiones de entrevistas, presidir
homenajes o coordinar la edición de un libro que se hizo en tres días y en él
se recogió todo lo publicado en el mundo tras la muerte de Gabo: las portadas,
las crónicas, las fotos, las reacciones, los testimonios, los reportajes. El
resultado fue un volumen grueso, de pastas amarillas, que llevaron fresco a
Mercedes Barcha, la viuda, y ahora presidenta de la FNPI.
Unos días después estaba convocada una reunión
general de todo el equipo. Las cotidianas se celebran en la sala principal de
la sede, alrededor de una gran mesa rectangular, como la de una redacción
antigua, presidida por Jaime Abello en la cabecera, en el mismo sitio donde
antes se sentaba el propia García Márquez, y se da cuenta de lo pendiente, se
improvisan soluciones y se recomponen proyectos. Pero la junta extraordinaria
los concentró en el hotel Corales de Indias, junto al mar en Cartagena. Empezó
a las nueve, una pausa a las doce para comer y se prolongó hasta el atardecer
un sábado de mayo. Estaban los tres Jaimes de la FNPI, el director general, el
hermano y el becario; Ricardo Corredor, director ejecutivo; Ana Teresa
Hernández, directora administrativa y financiera; Carlos Serrano, Natalia
Algarín, Stephanny Rúa, Jessica Arrieta, Melissa García y César Ortiz. Abello
aprovechó para presentarme a todos, y para bromear.
—Esperemos que no sea un espía.
Y acordó él mismo que no, que amigo y
cómplice. Así vi cómo trabajan, cómo deciden, cómo aúnan simpatía caribeña y
rigor, baile costeño y eficacia. Jaime Abello, el jefe, cuenta historias,
revolotea, le gusta escucharse, tiene en la cabeza mil cuentos, pero no da una
puntada sin hilo. Sus anécdotas parecen rodeos por tranquilos atardeceres pero
nunca olvida desembocar en un mensaje claro que pone las pilas al equipo. Da
soluciones y pide responsabilidades preguntando a cada uno por su parcela. Se
habla de talleres en ciernes, la razón de ser principal de la fundación, de
futuro, de patrimonio, de gobernanza, de nuevos escenarios, de los premios
venideros. Tengo apuntado en una pequeña libreta frases cazadas al vuelo, como
preocupaciones:
A lo
largo del día se repasan tareas, aparecen ideas que se desechan y luego se
retoman y después se les da una vuelta, “y que tal un concierto conjunto de
Calle 13, Shakira y Carlos Vives”. Ricardo maneja desde su portátil un Excel
que proyecta en la pantalla de la sala de reuniones del hotel. Columnas y filas
muestran lo previsto, lo pendiente y lo propuesto en forma de actividades
asignadas y fechadas por meses: mayo, junio… hasta diciembre de 2014, talleres,
seminarios, nuevos maestros. Arriba, el título: Cronograma de Planeación
Operativa FNPI.
Y entre risas, requiebros, zumbas, anécdotas
sabrosas de Gabo con Jaime Abello, de Gabo con Fidel Castro, de Gabo con
Clinton, Ricardo va llenando su cronograma. Se habla de presupuestos, de
dineros, del alquiler de la sede que se queda pequeña y Ana Teresa ya está
buscando otra para trasladarse. Cuando llega la tarde el ambiente se va
ablandando, perdiendo gas. Ricardo anuncia que se ha tratado el 30% de lo
previsto. Ahí se levanta la sesión. Se continuará el lunes.
Buena parte del equipo anda viajando
continuamente porque no todos los talleres y encuentros se celebran en Cartagena,
de hecho la mayoría ocurren fuera, en Bogotá, Medellín, México, Brasil,
Argentina, Costa Rica... Y si Ricardo y Natalia y Carlos viajan, Jaime Abello,
se pasa la vida en los aeropuertos del mundo, cacareando la buena nueva de la
FNPI, presentando talleres, concediendo entrevistas, atrayendo cómplices.
Además es de Barranquilla, así que aprovecha los huecos de su atestada agenda
para pasar algunas horas en su ciudad, lo que no agrada mucho a un buen número
de cartageneros. Pero diplomático y afectuoso, ni una vez olvida pasar a
saludar, a preguntar si estoy bien, a contar. Y propone comer en Cremes &
Waffles o en el Bistro, o el Charladero,
donde plantea compartir platos y postres en su proceso, parece que exitoso, de
perder algunos kilos.
El espíritu de Gabo está presente en cada
rincón del caserón de la FNPI. No porque estén sus fotos, sus recuerdos, sus
libros o sus sentencias sobre la vida y el periodismo o la literatura colgados
en las paredes, que están –“novela y reportaje son hijos de una misma madre”,
“la crónica es la novela de la realidad”, “la mejor noticia es siempre la que
se da primero sino la que se da mejor”–, es porque se percibe su misma
presencia. Da la sensación de que puede aparecer con su guayabera blanca en
cualquier momento. Quien aparece así, de blanco, es su hermano Jaime, que
corrobora datos, que siembra sus charlas de recuerdos, que te agarra del brazo,
risueño, y te cuenta momentos y detalles. Así que se siente el aliento del
Nobel en el hall de entrada, donde Delsy da la bienvenida, en los despachitos
de la derecha, alineados como en un tren, donde suelen estar Teresita y Natalia
y quien esto escribe, entre los más de 2.000 títulos de periodismo que conforma
la biblioteca; está a la izquierda, en la cocina, donde sacan su tapper quienes
llevan al trabajo la comida, Cesar, Stephanny, Ana Teresa, Melisa, Omar o
Paola, y donde se celebran los cumpleaños, con Yamile que siempre ofrece un
tinto (café solo) y una sonrisa. Sigue estando al cruzar la cocina, tras pasar
el pasadizo de los baños y llegar a la sala grande, con la gran mesa
rectangular en el centro y los espacios de trabajo colocados a lo largo de las
paredes como puestos de teleoperadores. Está en la planta de arriba, con la
gente de administración a la derecha y los despachos de Jaime y Ricardo a la
izquierda de la escalera. Y está en la terraza desde la que se ven los tejados
de Cartagena, donde Gabo organizaba fiestas y tragos por las noches. Disciplina
y parranda.
El despacho de Jaime Abello es el núcleo de
todo el tinglado. Su Mac preside un espacio atiborrado de documentos, de
fotografías, de libros, de recuerdos, de revistas, en un aparente caos
perfectamente controlado. A él fue a quien dijo García Márquez hace casi veinte
años que ejecutara su proyecto, su sueño de inventar una escuela para arreglar
el periodismo. Ahí tiene los papeles con lo que se dijo en los primeros
encuentros, las reuniones con Tomas Eloy Martínez para darle forma a esa idea
de taller. Pero también la cabeza de Jaime Abello tiene dentro toda la
historia, todos los momentos, todos los detalles, todos los nombres. Y allí
arriba en el mismo despacho o en Crepes & Waffles ante un postre se pone a
hilar recuerdos y contar historias que son oro puro. Se están cumpliendo veinte
años de lo que él llama “el año en que Gabo tiene el brazo caliente”.
El año que el Nobel tuvo el brazo así empezó
con las Navidades del 94 al 95, en Cartagena, que fueron bien movidas: pasó la
noche del 28 de diciembre con los reyes del vallenato; la del 31 fue a celebrar
el fin de año y festejar en la plaza de San Diego; el domingo, 1 de enero, se
desenguayabó en su casa; el lunes 3 de enero salió a jugar a tenis en el hotel
Las Américas y luego a desayunar y trabajar con Sergio Cabrera en un guión. Ahí
le sonó el celular y era el presidente de México entonces, Carlos Salinas de
Gortari, para decirle que había nacido una nueva guerrilla mexicana, los
zapatistas. Celebró su cumpleaños, el 6 de marzo, en La Ranchería, en
Bocagrande, con veinte grupos de vallenatos, una parranda babilónica. Tomaron
un taxi para volver a casa, en la calle del Curato de Santo Toribio, junto a la
muralla. Y Gabo “no llevaba plata” y le dijo al taxista que le habría gustado
ser taxista y éste le respondió que a él ser escritor.
Entre 3 y el 8 de abril de ese 1995 Alma
Guillermoprieto dictó el primer taller
de la FNPI. García Márquez viajó a Sevilla para estar en la Feria de Abril y el
23 del mismo mes llegó a su apartamento de Barcelona, para la presentación del
libro Del amor y otros demonios. El 15 de junio estaba de nuevo en Cartagena de
Indias para ser el verdadero anfitrión de la cumbre Iberoamericana de Jefes de
Gobierno, y paseó por la ciudad amurallada con el Rey de España y con Fidel
Castro. El 25 de junio, en la piscina del hotel Caribe, se firman los estatutos
de la FNPI. En julio viajó a Medellín, a hacer la entrevista a Jorge Luis
Ochoa, el jefe del Cartel de Medellín. El 13 de agosto estaba en su casa de
México y allí lo llamó de nuevo Carlos Salinas de Gortari, en plena crisis de
los balseros, porque le había pedido Clinton un mediador con Fidel Castro. Y
viajó Gabriel García Márquez a Nueva York, en compañía de William Styron y
Carlos Fuentes, a encontrarse con Clinton. En octubre se reúne con Tomás Eloy Martínez
para seguir perfilando su particular escuela de periodismo y para reafirmarse
en que no aceptaría el premio Cervantes, del que era candidato cada año. En
diciembre va a La Habana a dictar su taller de cine.
Un año caliente que muestra la intensidad, la
actividad, las relaciones, los intereses, los sueños y la vida de Gabriel
García Márquez. Periodista, escritor, político, curioso, hombre influyente y
ciudadano. Podría pensarse que el hijo del telegrafista era intuitivo y
apasionado, que lo era, y que el sueño de la Fundación lo armó con los amigos
entre dos tragos. Pero también hemos sabido que era meticuloso, concienzudo,
obsesivo e incluso podía ser colérico.
Mirtha Buelvas, antropóloga barranquillera,
recuerda la lluvia de ideas durante una reunión densa en Cartagena de Indias,
en el edificio de la Cooperación Española, en la Plaza de Santo Domingo.
Estaban Tomas Eloy Martínez, Gabriel García Márquez, Jaime Abello y ella, “un
día completo, siguieron tras el almuerzo, discutiendo cómo sería la escuela” y
relata que estaba el presidente Ernesto Samper en Cartagena y quiso acercarse a
saludar. “Gabo dijo que no se podía interrumpir el trabajo”. Mirtha llama Kapu
a Kapuscinski, “le gustaba tomar grapa, le hablé de los indios wayuu y me dijo
que quería ir a la Guajira, que si quería ir con el”. Parece que Kapu nunca
llegó a ir. No cree Mirtha que el periodista polaco fuera tímido, “era como
García Marquez, si no tiene interés aparece callado y lejano”. También Mirtha,
como todos, recuerda que Gabo aparecía siempre al final de cada taller para
decir lo trascendental que es el periodismo, para insistir en que lo que
importa no es la chiva (primicia) sino la historia.
Patricia Nieto es una de las grandes
periodistas de hoy que también pasó por la FNPI. Llegó a Cartagena buscando una
revelación: quería descubrir el misterio de Gabo, cómo contar las historias.
Era 1995, su primer taller y el escritor guardaba un regalo para los diez
elegidos que atendían como Patricia: les iba a leer nada menos que unas páginas
de su próximo libro, aun por publicar, Noticia de un secuestro. Y Gabo fue
derramando párrafos, embrujándolos, hasta que se rompió la fascinación. En el
silencio sagrado se escuchó claramente el clic de una grabadora. Alguien se
había atrevido a romper la confidencialidad, a traicionar la confianza, lo más
oscuro del oficio. El maestro se transformó en fiera y salió dando un portazo.
También
ese enfado sucedió en el año caliente de 1995. Abello entendió desde el primer
momento lo que quería hacer Gabo, lo acompañó y hoy se empeña en sostener el
ingenio. Costeño también, le encanta hablar, dicen que si coge un micrófono no
hay quien se lo quite. Es capaz de levantar el teléfono y juntar influencias,
capitanear el proceso de paz en Colombia o encontrar un patrocinio. Se le puede
ver bailando una cumbia, como Wally apareciendo en todas las fotografías de
grupo, presentando cada taller. No lo imagino jugando a tenis, aunque seguro
que lo haría si eso granjeara otro aliado a la FNPI. Repite la sencilla
fórmula: los mejores maestros comparten experiencias y sabiduría con los
jóvenes periodistas más destacados. Cuenta que en 2006, cuando comentaban en lo
que se había convertido aquella idea de 1995, en un continuo ir y venir de
grandes periodistas y aplicados talleristas, le dijo García Márquez: “Y pensar
que esto estaba en nuestra imaginación”.
Si en 2006 habían cambiado mucho las cosas, en
2015 bastante más. Hoy las charlas se han olvidado un poco de los géneros y
abarcan todas las temáticas. Antes se sabía que el taller de Kapuscinski era de
reportaje, el de Carlos Monsiváis de crónica. Ahora que serán muchos, como
setas en otoño. Los nuevos tiempos, las tecnologías y la viabilidad han ido
transformando dinámicas.
Ya no es exactamente una semana conviviendo
con Kapuscinski, es una jornada con Leila Guerriero, una visita con Jon Lee
Anderson al barrio Nelson Mandela o una comunicación on line con Nacho Escolar.
De ahí la lista tan larga, atestada de propuestas que necesitan una
financiación para ser llevadas a cabo. Es la máquina que no puede parar que
llena el cronograma de Ricardo Corredor de actividades. La violencia, el
periodismo cultural, periodismo de datos, la ética, la investigación,
innovación, las redes sociales, la salud, la ciencia, la políticas, las
tecnologías… los argumentos, los debates de los nuevos tiempos.
A los críticos con el presente de la FNPI,
algunos antiguos talleristas hoy con nombre pero lejos de la coquetería, no les
gusta el elitismo, el cierto endiosamiento de una crema de periodistas con
marchamo de la Fundación de García Márquez. Consideran, también lo dicen
algunos maestros, que se ha producido un cierto abandono de los talleres por
las conferencias on line. Echan de menos el ambiente de redacción, de contacto
personal. Creen que el espíritu del que partió Gabo, la reunión de las cinco de
la tarde, se da cada vez menos.
Cristian Alarcón lo reconoce: “Es cierto que
la Fundación ya no es el espacio que nosotros conocimos, ni en la forma de
promover el periodismo. Las épocas han cambiado y la nueva manera en que se
organiza el premio, por ejemplo, va teniendo más importancia el periodismo
digital y la imagen”.
Dicen que los talleres eran un acontecimiento,
antes, durante y después, con los tragos y la rumba y la convivencia; que se
reconocían por ser únicos, por la duración y por el contenido globalizador, un
canto al buen periodismo. Y que ahora muchos talleres son foros, encuentros,
videoconferencias, seminarios web. Probablemente la sostenibilidad hace que se
organicen más, y más concentrados, más en red, más píldoras, más micro. Quizá
no son tiempos para la star quality que deseaba el fundador, como recuerda Alma
Guillermoprieto.
Es verdad que en los talleres a los que asistí
no vi mucha rumba, pero sí trago, expectación y convivencia. Hablaban de las
míticas fiestas en la terraza del piso de la calle San Juan de Dios y también
es cierto que en los tres meses de mi estancia no hubo ninguna. Pero los
talleristas de hoy viven momentos tan únicos como los de ayer. Y además tienen
selfis. Quienes comparten y escuchan a María Teresa Ronderos, a Miguel Ángel
Bastenier, a Jon Lee Anderson, Cristian Alarcón, Alberto Salcedo, Juan Villoro,
Leila Guerriero, o Martín Caparrós son tan conscientemente privilegiados como
los que oían y participaban de Monsiváis, Kapuscinski, Alma Guillermoprieto o
Tomás Eloy Martínez. Matilde, Éel, Melisa, Martin, Julia, Jorge, Jackeline,
Alejandro, Priscila, Tammy, Jorge, Jose Enrique, Silvina, Nelfi, Bruno,
Leonardo, Ana María, Nelson, Oswialdo, Verónica, Ignacio o Angélica, son de
Nicaragua, São Paulo, Medellín,
Barranquilla, Panamá, Bolivia, Venezuela, Cali, Buenos Aires, Ecuador,
México, El Salvador o Chile. Ya son buenos periodistas y en breve recibirán
premios y fundarán medios y serán líderes. Todos van acumulando recuerdos y
vivencias únicos.
Queda por saber si lo que aprenden, lo oído y
lo practicado en los talleres sobre investigación, ética y buena escritura lo
pueden aplicar en los medios de donde vienen. Pero ellos lo llevan. Forman ya
parte del canon. Están donde han estados los mejores exponentes de lo que se ha
dado en llamar periodismo narrativo. Si bien uno piensa que todo periodismo
debe ser narrativo, lo cierto es que la FNPI es un referente mundial por su
fundador y porque se ha convertido en cantera de buenos periodistas, en un
lugar medio mítico lleno de nombres de impacto y en red de reporteros y
editores que interactúan con conciencia de elegidos, se apoyan y se llaman y se
citan.
La duda está en el futuro, las pegas en el
desarraigo y la nostalgia de que los talleres y las convivencias no sean los
que eran. Los hechos ciertos: que ya no está Gabo, que los grandes maestros se
van sustituyendo y también que el espíritu sí parece el mismo.
Abello no sólo ve naturales los cambios sino
que los considera previstos. Incluso los pone en el haber del propio fundador:
por visionario. “García Márquez piensa una fundación que no existía y tiene una
visión vanguardista a algo que en ese momento estaba surgiendo a nivel mundial
que es este sector del desarrollo de medios”. Y otorga: “Nos vimos forzados a
ensayar nuevos modelos, nuevas maneras de hacer las cosas ante la
descomposición del modelo anterior, de buscar nuevos caminos, dominando lo
digital”.
Jean Francios Fogel afirma que la idea básica
de Gabo era un “encuentro entre periodistas para hablar de periodismo” y eso es
lo que se hace en los talleres, digitales o presenciales. “Mi opinión es que
por el momento, la dinámica, el capital, el conocimiento de actividades nos da
una gran fuerza a corto y medio plazo. Es cierto que la relación del mundo
digital nos plantea preguntas, pero la calidad de la narración, contar bien,
todo lo que fue el aporte de Gabo es el ADN de la fundación”.
No podemos saber qué diría el fundador, aunque
su deseo era convencer a los periódicos de que invirtieran menos en la
tecnología y más en la capacitación del personal. ¿Diría él mismo que la FNPI
se ocupa más de la tecnología, de los nuevos medios, como exigen los tiempos,
que en talleres presenciales? ¿Le gustaría que haya más comunicación en red y
menos tertulia? Él que era tan mirado en la elección de maestros y sólo quería
la star quality ¿estaría contento con los nuevos maestros?
Tengo la sensación, tras verlos de cerca, tras
la convivencia, de que la maquinaria de la calle San Juan de Dios a veces no
tiene tiempo de pararse a pensarlo. La dinámica establecida los hace, a los
veinte que trabajan allí, huir hacia adelante, viajar, casar agendas, cerrar
acuerdos, encontrar patrocinios, idear contenidos nuevos, recibir invitados.
Sólo muy de tarde en tarde conceden que existe
cierta preocupación por el futuro, o que les duele que la ciudad que los acoge,
Cartagena de Indias, no sepa mucho de ellos, o que no les gusta que en algunos
ámbitos se les considere demasiado elitistas.
Fue una suerte y un privilegio pasar tres
meses en aquel despachito rodeado de tantos libros sobre periodismo, de
charlas, con la sonrisa de Delsy cada mañana, con la voz cantarina de Jasmine a
cada rato, “un tinto, profesor”, “un agüita, profesor”. Las dos con sus
camisetas amarillas cuando jugaba Colombia el Mundial, sin aguantarse los
nervios si el equipo contrario cruzaba el medio campo.
Tomé para ellos el pulso a la ciudad intentando
conocer dónde fallan las relaciones de buena vecindad. Participé en sus
talleres: con María Teresa Ronderos sobre violencia, con Álvaro Sierra sobre el
proceso de paz en Colombia, con Sandra Crucianelli sobre periodismo de datos,
con Miguel Ángel Bastenier sobre cómo hacer un periódico. Me convocaron a sus
cumpleaños, conocí maestros y talleristas, estudié sus informes, fui jurado en
segunda instancia del premio García Márquez. A cada rato fui testigo, más que
espía. Hay claroscuros entre los logros, el mito del Nobel los cobija y
confunde, quedan las dudas del futuro, pero todos los jóvenes periodistas
iberoamericanos darían lo que fuera por tener un asiento reservado en el salón
del hotel de Bogotá, el de Cartagena de Indias o el de Medellín para compartir
con Álvaro Sierra, María Terea Ronderos o Alberto Salcedo.
* Miguel Ángel del Arco es periodista y
profesor de periodismo en la Universidad Carlos III de Madrid. Ha sido
reportero y redactor jefe en Tiempo y La Clave. Es autor de la novela El crimen
de Julián el Guiñote, de los blogs Visióndeconjunto, Un cuento real y Crónicaynegra. Coautor del libro de cuentos
Muelles de Madrid, se doctoró con la tesis Periodismo y bohemia (alrededor de
1900). Los bohemios en la prensa del Madrid absurdo, brillante y hambriento de
fin de siglo.
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