EL CORREO
Sevilla
– España
24 de
mayo de 2014
Publicado por amabilidad de Jaime Abello.
«Gabo era chévere»
a
Gabriel García Márquez, Gabo adoraba la
palabra ‘chevere’. Siempre tenía en la boca ese vocablo suramericano que llegó a
España a bordo de los culebrones latinos de amores extraviados, damas ingenuas
y malos malísimos. «Para el todo tenía que ser chévere, gozoso. Era la alegría
de vivir» recuerda Jaime Abello Banfi, amigo y estrecho colaborador del Nobel
recientemente fallecido, mientras su mirada deambula extasiada por el interior
de los Palacios Nazaríes de la Alhambra. Junto a él camina el biógrafo de Gabo,
el británico Gerald Martin, que estuvo en el monumento hace medio siglo y ahora
es incapaz de perdonarse el pecado de no haber regresado antes. «¿Cómo he
podido tardar tanto tiempo en volver a la Alhambra?», se fustiga para sus
adentros desde una balconada palaciega que se asoma al Albaicín, el barrio más
típico de la ciudad.
Brilla el sol pero la mañana es fría. En los
rincones umbríos del Castillo Rojo, y aunque el calendario dice que estamos a
finales de mayo, todavía es invierno. Pro cuando huye de la sombra y para eso
solo hace falta moverse un paso, estalla la primavera y los cuerpos lo
agradecen. Así es el clima de Granada: contradictorio y mágico. Como el de
Macondo-Aracataca que también se asienta a los pies de su propia Sierra Nevada.
«Yo creo que Gabo era un neogranadino» comenta Abello Banfi tras repasar las
coincidencias orográficas que unen a los dos lugares. Gerald sonríe. A ambos se
les ve contentos. Es el anticiclón perfecto: dos de los máximos conocedores de
la vida y la obra de García Márquez se han citado en La Alhambra para hablar del
Nobel en el marco de las jornadas ‘Futuro del español’. Todo un programa. Es
difícil que vuelva producirse una carambola tan feliz.
Parece como si el propio Gabo, allá donde esté,
hubiese movido los hilos para concertar la cita… Porque Gabo era un pelín
brujo. «Era clarividente. Tenía una intuición increíble. A veces cuando estaba
con él, tenía la impresión de que sabía en que estaba pensando yo y que era lo
que iba a decir. Y acertaba», relata Martin. Lo cuenta con un punto de emoción
y otro de susto, así que es imposible no creerle. Solo alguien capaz de leer la
mente de los otros pudo escribir Cien
años de soledad.
Lo más atractivo del genio es que combinaba su
faceta mágica con el realismo a prueba de bombas. Se podría afirmar que Gabo no
invento el célebre género literario: él era el realismo mágico. «Había una cosa
en el que siempre me llamaba la atención: sus facturas de teléfono eran
astronómicas. Era algo increíble. Vivía en México y gastaba ¡millones! En hablar
con sus amigos de Colombia para saber cómo iba todo. ¡Colombia le costó mucha
plata a Gabo! Y había quien decía que se olvidó de Colombia…» se lamenta Abello
Banfi.
Los pesos se le iban a chorros por hilo
telefónico, pero, paradójicamente, era muy cauto a la hora de hablar con sus
paisanos. No daba información: la pedía. Preguntaba mucho y apenas respondía.
Era tan precavido «porque se sabía espiado», confiesa Abello Banfi. Y con razón
«Le hicieron escuchas los servicios secretos de todos los países en los que
estuvo, me imagino que incluida España. Eso empezó seguramente el año que
trabajó en Estados Unidos para la agencia de noticias cubana. Y él lo sabía. También
en eso fue un adelantado. Ahora todos somos conscientes de que nos espían, pero
él ya lo tenía claro hace muchos años» añade Abello Banfi. El novelista hecho
novela.
«Soy un
pobre con dinero»
Luego, con el advenimiento del internet, la
perpetua costumbre de fisgar empezó a aproximarse a la perfección técnica,
pero, a cambio, Gabo podía informarse sin tener que gastar en teléfono. Aunque
la verdad es que el dinero no le importaba. «Vivió muy bien , pero siempre
invirtió en ayudar a los demás. Era muy generoso. Siempre decía: ‘Soy un pobre
con dinero’. También era muy generoso socialmente: siempre respetó a Fidel
Castro, pero se calcula que ayudó a 3.200 disidentes cubanos» explica Abello Banfi.
Queda claro que Gabo no se hizo internauta
para ahorrar, sino porque le atrajo el universo delas tres uves dobles. Su
curiosidad era inagotable. «Fue el primer gran escritor que se pasó a la
computadora. No tuvo problemas con las nuevas tecnologías» Aunque hay que aclarar,
precisan ambos especialistas que las redes sociales no le sedujeron.
Gabriel García Márquez contempló la Alhambra «como
hubieron querido verla siempre los califas: bajo un aguacero torrencial», según
detallo en una de sus jugosas ‘Notas de prensa’ publicadas en España por
Editorial Mondadori en 1991. Probablemente fue en los años 70 cuando viajó
hasta Granada para conocer el monumento nazarí. «Perseguí a la alargada sombra
de Federico García Lorca», según admite en un artículo titulado España la nostalgia de la nostalgia.
Pero se llevó un romántico chasco. «Fui a buscar la calle Elvira, para ver si
era cierto que allí vivían las manolas, como había escrito García Lorca. No las
encontré (…)»
–¡Quizá lo pillaron ya mayor esos ingenios?
Gerald Martin: No. Gabo siempre fue mayor. Ha
sido el gran escritor de la vejez. Cuando tenía veinte años ya escribía de la
vejez. Siempre pensé que llegaría a los noventa. Físicamente no lo logró pero
en su imaginación sí.
Lo cierto es que a Gabo le interesaba todo. Nada
le era ajeno: ni la enigmática poesía de Góngora ni el rock and roll, por poner
dos ejemplos aparentemente alejados. «Le entusiasmaban Los Beatles. Disfrutaba
con su música. Gabo era muy musical» detalla Abello Banfi.
Es curioso, porque a pesar de que huía del
bullicio propio del estrellato literario que alcanzó, Gabriel García Márquez
sintió en ocasión en sus carnes la asfixiante presión de los fans «Fue en México,
en Guadalajara. No lo olvidaré nunca, porque tuve el privilegio de presentar la
biografía de Gabo junto a él. Había unas tres mil personas. Las colas de gente
eran enormes. Aguardaban con servilletas de papel en las manos para que Gabo
les echase un autógrafo. Y eso que el solo firmaba libros, decía: ’No tienen
que ser míos pero solo firmo libros’. Al final, tuvo que salir a la calle
protegido por la policía como si fuera uno de sus queridos Beatles» rememora
Gerald Martin.
–¿Y cómo soportaba García Márquez que confesó
ser un tímido recalcitrante esas muestras de efusividad?
Gerald Martin: Era tímido sí, pero también
audaz y atrevido. Era una mezcla. Tenía una gran inseguridad porque se había
sentido rechazado por su madre. Y, en parte, escribía para hacerse querer,
porque necesitaba cariño.
Abello Banfi: Pero eso no quiere decir que
necesitase tener un sequito de ayudantes
como los que tienen los jefes de estado o las estrellas de rock. Era muy
sencillo. Todas las personas que conocieron
a Gabo, aunque solo fuera un minuto, se enamoraron de él. Si luego
volvían a verlo en otra ocasión, le recordaban ese minuto y, claro, Gabo se fatigaba.
El dialogo entre la pareja de ‘gabistas’ ha
llegado hasta el Patio de los leones en La Alhambra, que, desde que culminó su
restauración, empieza a conocerse también como ‘El patio de los ¡Ooooones! por
el asombro que causa su hermosura entre los visitantes. La estancia, alfombrada
de reluciente mármol blanco, tiene el mismo aspecto que presentaba cuando los
Reyes Católicos tomaron Granada y entraron en la fortaleza roja. Un abrazo
entre la belleza y la historia. Contagiados por la alegría que produce el
sitio, Jaime Abello Banfi y Gerald Martin recuerdan lo divertido que odia
llegar a ser su amigo. «Yo he bailado mucho con Gabo. Era un hombre sabroso,
muy festivo. Sabía ser parrandero pero sin excederse». En resumen, que, además
de un escritor de talla gigantesca, el Nobel colombiano fue clarividente, tímido,
audaz, ‘beatlemaniaco’, generoso, inseguro, brujo, pobre, rico… En tres
palabras «Gabo era chévere».
** ** **
El
documento que se publica a continuación fue recibido directamente de su autora
la señora Tachia Rosoff, mejor conocida como la actriz de teatro Tachia
Quintanar y fue publicado en un libro de homenajes alrededor del año 2007. Enviamos
nuestros agradecimientos a la señora Rosoff por su gentileza.
Mi Gabriel nunca fue Gabo
Por
Tachia Rosoff
Tachia fue la compañera de
Gabo en Paris durante su primera estancia en esta ciudad. De origen español,
llegó a esta ciudad por recomendación de su novio de entonces, el reconocido
poeta Blas de Otero, de quien además fue su musa y quien la bautizó con ese
nombre que reemplazó para siempre el de Conchita Quintana. Posteriormente se
casó con el ingeniero Rosoff. Hoy vive en París, da recitales de poesía, y
conserva una entrañable amistad con el escritor y su familia. Además de ser la
generala de El coronel no tiene quien le
escriba, García Márquez le dedicó la edición francesa de El amor en los tiempos del cólera.
Tachia estuvo presente en el
homenaje que se le hizo a Gabriel García Márquez en Paris y aceptó participar
en este libro con una especial semblanza de su “Gabo”
Tachia Rosoff en su apartamento de Paris.
8’160.000citaciones en Internet, 2 o 3
biografías, tantas y tantas tesis de doctorado , no sé cuántos Honoris Causa,
tantos y tantísimos artículos hablando del hombre que escribió el libro que
casi deja chiquito a Cervantes a la hora de vender novelas y ahora me piden que
haga yo una semblanza más de Gabriel García Márquez. Solo faltaba la mía y esta,
si tiene un pequeño interés, será por lo de única, es decir mi vivencia, ese
pasar por mi vida de Gabriel, pasaje corto pero muy intenso. Mi Gabriel era
aquel muchacho tímido, discreto, inteligente y sensible que tenía las manos más
finas y elegantes del mundo, que solo sabía escribir a máquina y acariciar
tiernamente, que decía que mi nariz era “guerrillera” cuando esquivaba sus
besos, yo, la provinciana de Bilbao. Mi Gabriel, aquel joven que me ofrecía de
regalo crepúsculos y claros de luna en vez de flores, con el que descubrí el
acorazado Potemkine y Alexandre Newsky en el Champo, el que me bautizó con el
rotundo y severo nombre de GENERAL (por lo mandona, decía) y nunca, o casi
nunca, me llamó por mi nombre o a veces me llamaba Mlle. Chocolat pues así me
llamaba la patrona del bistrot “La chope parisienne” que a veces frecuentábamos
en frente del cine con el que descubrí el tarama en el Acropole, restaurante de la
calle de l’Ecole de Medicine, con el que fui por primera vez a la fète de
l’humanité.
Mi Gabriel que se sabía todos los vallenatos
de Escalona y era feliz cantándolos mejor que nadie en la casa de Vieco en la
Rue Guénegaud y que el otro día, 52 años después, le oí cantar de nuevo en casa
de nuestro común amigo Paco Ibáñez en Barcelona, y que lloré de emoción lo mismo
que lloré en Estocolmo oyéndoselos al autor en la gran fiesta del Nobel, que
por cierto el premio fue tan sonado en mi casa que en aquel día de octubre del
82 el teléfono sonó todo el día y la noche, pues los amigos me llamaban del
mundo entero como si me lo hubiera ganado yo.
Mi Gabriel escribió uno de sus mejores libros
(El coronel no tiene quien le escriba)
entre el hotel de Flandres en la rue Cujas y el 90 de la rue d’Assax en aquel
cuartito que yo tenía y a cuya
propietaria dedicó el libro muchos años después, con esta dedicatoria que puso en
la contraportada. ‘A Madame Pagers 43 años después con toda mi gratitud’ Y debo
reconocer, aunque a ratos me duele, que la mujer del coronel se parece bastante
al ‘General’ del tiempo aquel.
Mi Gabriel llamaba “soupe a la rigolade” a una
sopa que yo me inventaba cada día echando agua en una cazuela y añadiendo toda
suerte de especias, a falta de otra cosa y un día que solo teníamos una tisana
de tila (un tanto pasada de tiempo) Gabriel dijo: “esto sabe a procesión”. Éramos
tan pobres que recorríamos Paris a pié por no tener para el metro. ¡Qué placer
de nuevo rico tuvo veinte años después, cuando un dia que estaba de visita en
mi casa, y yo tuve la tontería de decir bromeando “con que gusto me comería
ahora un toast de caviar” (lo dije por decir algo) y mi Gabriel desapareció (yo
creí que habría bajado a comprar tabaco) y un cuarto de hora después volvió con
un kilogramo del mas blanco Beluga comprado donde Petrossian en la Madelaine.
Son vivencia que naturalmente solo tienen
interés para mí pero que hoy las cuento aquí por ser diferentes de todo lo que
de él se sabe.
Mi Gabriel, unos días después de que Armstrong
y Aldrin pisaran la luna durmió en mi humilde casita de Chátillon en la Drôme a
pesar del frio que bajaba de las montañas
del Vercors. Era la primera vez que lo veía desde la rue d’Assas y
habrían pasado 13 años.
Mi Gabriel, quiso dedicarme El amor en los tiempos del cólera en la
versión francesa con el beneplácito de Mercedes con quien me une una verdadera
amistad y hasta una cierta complicidad.
¡Qué suerte tuvo mi Gabriel de encontrar una
mujer como Mercedes!
Mi Gabriel durante muchos años compartió en mi
casa de Paris con su familia y la mia las ostras en navidad. El solo come
ostras en Paris. El Gabriel de mi tiempo no pudo comer ostras y ahora se saca
la espina pues le encantan.
Mi Gabriel, en fin, es ese hombre complejo,
adorable e insoportable a veces, con un corazón como la torre Eiffel, un
talento inmenso como el mar y una sensibilidad a flor de piel como una amapola.
Mi Gabriel sigue a sus 80 años al pié del cañón,
desafiando al tiempo y sus sacudidas, cada vez más querido por sus amigos, para
los que escribe. Mi Gabriel siempre fue para mí Gabriel. Nunca fue GABO.
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Mi Siglo
Blog de José Julio
Perlado
abril 18 de 2014
Tarde
superpuesta
García Márquez y el arte de
contar
por
jjulio
“Es duro y macizo, pero ágil, con un
impresionante mostachón, una nariz de coliflor y los dientes emplomados. Luce
una vistosa camisa de sport abierta, pantalones estrechos y un saco oscuro
echado sobre los hombros” así lo retrataba Luis Harss en su gran libro de
entrevistas titulado “Los nuestros“. “Escribo un libro que ya no sé cuál es; lo
que da valor literario es el misterio, lo que vibra es esa magia que hay en los
actos cotidianos“, decía García Márquez en 1966. En noviembre de 1965 le
escribe a Luis Harss: “Estoy loco de felicidad. Después de cinco años de
esterilidad absoluta, “Cien años de soledad” está saliendo como un chorro, sin
problemas de palabras. Será como la base del rompecabezas cuyas piezas he
venido dando en los libros precedentes. Aquí están dadas todas las claves. Se
conoce el origen y el fin de los personajes, y la historia completa, sin
vacíos, de Macondo. Aunque en esta novela las alfombras vuelan, los muertos
resucitan y hay lluvias de flores, es tal vez el menos misterioso de todos mis
libros, porque el autor trata de llevar al lector de la mano para que no se
pierda en ningún momento ni quede ningún punto oscuro. Con éste, termino el
ciclo de Macondo, y cambio por completo de tema en el futuro.”
Pero si el tema cambió en su novelística, muy
costoso fue en cambio para García Márquez cambiar el “tono”, encontrar una
nueva “voz”.
El novelista colombiano declaraba que “una de
las cosas más difíciles de hacer es escribir el primer párrafo. He pasado
muchos meses trabajando en un primer párrafo, pero una vez que lo tengo, el
resto sale con facilidad. En el primer párrafo se resuelven la mayor parte de
los problemas del libro. Se define el tema, el estilo, el tono. En mi caso, al
menos, el primer párrafo es un tipo de muestra de lo que va a ser el resto del
libro. Por eso escribir un libro de relatos cortos es mucho más difícil que
escribir una novela. Cada vez que se escribe un
relato breve, hay que empezar otra vez desde el principio”.
Como he señalado hace poco en “El proceso
creador” al hablar de la diferencia en los “tonos”, “desde esta frase primera
de “Cien años de soledad” :“Muchos años después, frente al pelotón de
fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde
remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo” a la frase primera de “El
otoño del patriarca”, han pasado varios años y sobre todo mucha concentrada
disciplina, muchos tanteos en el escritor colombiano hasta encontrar el nuevo
“tono” de su libro y separarse así del primero que le hiciera tan famoso. En
las distintas entrevistas que García Márquez concedió en Barcelona mientras
estaba escribiendo “El otoño del patriarca” confesaba que le era “necesario
buscar otro lenguaje, desembarazándome de “Cien años de soledad”.
“En mi caso –decía el Premio Nobel–, el ser
escritor es un mérito descomunal, porque soy muy bruto para escribir. He tenido
que someterme a una disciplina atroz para terminar media página en ocho horas
de trabajo, pero soy muy testarudo y he logrado publicar cuatro libros en
veinte años”. Pero la primera frase para muchos escritores es esencial, “la
primera frase puede ser el laboratorio para establecer nuevos elementos del
estilo, de la estructura y hasta de la longitud del libro”.
El escritor colombiano contó cuándo decidió
narrar de un modo determinado “El otoño del patriarca“: ” Durante muchos años
–confesó– tuve problemas de estructura. Una noche en La Habana, mientras
juzgaban a Sosa Blanco, me pareció que la estructura útil era el largo monólogo
del viejo dictador sentenciado a muerte. Pero no, en primer lugar era anti
histórico: los dictadores aquellos o se morían de viejos o los mataban o se fugaban.
Pero no los juzgaban. En segundo término, el monólogo me hubiera restringido al
único punto de vista del dictador y a su propio lenguaje”. Cuando García
Márquez llevaba escritas trescientas páginas, suspendió la narración ” porque
no sabía aun cómo era y por consiguiente no conseguía meterme a fondo”. Seis
años después reanudó la novela. ” Trabajé durante seis meses y la volví a
suspender porque no estaban muy claros algunos aspectos morales del
protagonista. Como dos años después, compré un libro sobre cacerías en África,
porque me interesaba el prólogo escrito por Hemingway. El prólogo no valía
nada, pero seguí leyendo el capítulo sobre los elefantes, y allí estaba la
solución de mi novela. La moral de mi dictador se explicaba muy bien por
ciertas costumbres de los elefantes”.
Ricardo Gullón, en su excelente estudio
“García Márquez o el arte de contar” (Taurus) destaca cómo la naturalidad
narrativa es más notoria cuando lo que se cuenta oscila entre lo imposible y lo
cotidiano, y memorables e insustituibles son también los análisis de Vargas
Llosa en “García Márquez: historia de un deicidio” (Barral Editores) cuando
desmenuza la gran novela. El escritor colombiano que acaba de morir repartió
muchas de sus opiniones en numerosas entrevistas “porque –decía– yo he ejercido el periodismo durante muchos
años y siento una enorme gratitud por el oficio.” Fue su oficio, entre muchas
otras cosas en “El Espectador“, donde sus comentarios en “Día a día” le
sirvieron para trabajar incansablemente su estilo. En esas notas anónimas –se
ha dicho– García Márquez es más estilista que nunca. Como en los títulos de sus
artículos en “El Universal” de Cartagena que brillaron sorprendentes, y así
quise aludir a ellos en Mi Siglo.
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