9 de julio de 2014

MEMORABILIA GGM 763



EL CORREO
Sevilla – España
24 de mayo de 2014

Publicado por amabilidad de Jaime Abello. 

«Gabo era chévere»
a
Gabriel García Márquez, Gabo adoraba la palabra ‘chevere’. Siempre tenía en la boca ese vocablo suramericano que llegó a España a bordo de los culebrones latinos de amores extraviados, damas ingenuas y malos malísimos. «Para el todo tenía que ser chévere, gozoso. Era la alegría de vivir» recuerda Jaime Abello Banfi, amigo y estrecho colaborador del Nobel recientemente fallecido, mientras su mirada deambula extasiada por el interior de los Palacios Nazaríes de la Alhambra. Junto a él camina el biógrafo de Gabo, el británico Gerald Martin, que estuvo en el monumento hace medio siglo y ahora es incapaz de perdonarse el pecado de no haber regresado antes. «¿Cómo he podido tardar tanto tiempo en volver a la Alhambra?», se fustiga para sus adentros desde una balconada palaciega que se asoma al Albaicín, el barrio más típico de la ciudad.

Brilla el sol pero la mañana es fría. En los rincones umbríos del Castillo Rojo, y aunque el calendario dice que estamos a finales de mayo, todavía es invierno. Pro cuando huye de la sombra y para eso solo hace falta moverse un paso, estalla la primavera y los cuerpos lo agradecen. Así es el clima de Granada: contradictorio y mágico. Como el de Macondo-Aracataca que también se asienta a los pies de su propia Sierra Nevada. «Yo creo que Gabo era un neogranadino» comenta Abello Banfi tras repasar las coincidencias orográficas que unen a los dos lugares. Gerald sonríe. A ambos se les ve contentos. Es el anticiclón perfecto: dos de los máximos conocedores de la vida y la obra de García Márquez se han citado en La Alhambra para hablar del Nobel en el marco de las jornadas ‘Futuro del español’. Todo un programa. Es difícil que vuelva producirse una carambola tan feliz.




Parece como si el propio Gabo, allá donde esté, hubiese movido los hilos para concertar la cita… Porque Gabo era un pelín brujo. «Era clarividente. Tenía una intuición increíble. A veces cuando estaba con él, tenía la impresión de que sabía en que estaba pensando yo y que era lo que iba a decir. Y acertaba», relata Martin. Lo cuenta con un punto de emoción y otro de susto, así que es imposible no creerle. Solo alguien capaz de leer la mente de los otros pudo escribir Cien años de soledad.

Lo más atractivo del genio es que combinaba su faceta mágica con el realismo a prueba de bombas. Se podría afirmar que Gabo no invento el célebre género literario: él era el realismo mágico. «Había una cosa en el que siempre me llamaba la atención: sus facturas de teléfono eran astronómicas. Era algo increíble. Vivía en México y gastaba ¡millones! En hablar con sus amigos de Colombia para saber cómo iba todo. ¡Colombia le costó mucha plata a Gabo! Y había quien decía que se olvidó de Colombia…» se lamenta Abello Banfi.

Los pesos se le iban a chorros por hilo telefónico, pero, paradójicamente, era muy cauto a la hora de hablar con sus paisanos. No daba información: la pedía. Preguntaba mucho y apenas respondía. Era tan precavido «porque se sabía espiado», confiesa Abello Banfi. Y con razón «Le hicieron escuchas los servicios secretos de todos los países en los que estuvo, me imagino que incluida España. Eso empezó seguramente el año que trabajó en Estados Unidos para la agencia de noticias cubana. Y él lo sabía. También en eso fue un adelantado. Ahora todos somos conscientes de que nos espían, pero él ya lo tenía claro hace muchos años» añade Abello Banfi. El novelista hecho novela.

«Soy un pobre con dinero»

Luego, con el advenimiento del internet, la perpetua costumbre de fisgar empezó a aproximarse a la perfección técnica, pero, a cambio, Gabo podía informarse sin tener que gastar en teléfono. Aunque la verdad es que el dinero no le importaba. «Vivió muy bien , pero siempre invirtió en ayudar a los demás. Era muy generoso. Siempre decía: ‘Soy un pobre con dinero’. También era muy generoso socialmente: siempre respetó a Fidel Castro, pero se calcula que ayudó a 3.200 disidentes cubanos» explica Abello Banfi.

Queda claro que Gabo no se hizo internauta para ahorrar, sino porque le atrajo el universo delas tres uves dobles. Su curiosidad era inagotable. «Fue el primer gran escritor que se pasó a la computadora. No tuvo problemas con las nuevas tecnologías» Aunque hay que aclarar, precisan ambos especialistas que las redes sociales no le sedujeron.

 

Gabriel García Márquez contempló la Alhambra «como hubieron querido verla siempre los califas: bajo un aguacero torrencial», según detallo en una de sus jugosas ‘Notas de prensa’ publicadas en España por Editorial Mondadori en 1991. Probablemente fue en los años 70 cuando viajó hasta Granada para conocer el monumento nazarí. «Perseguí a la alargada sombra de Federico García Lorca», según admite en un artículo titulado España la nostalgia de la nostalgia. Pero se llevó un romántico chasco. «Fui a buscar la calle Elvira, para ver si era cierto que allí vivían las manolas, como había escrito García Lorca. No las encontré (…)»

–¡Quizá lo pillaron ya mayor esos ingenios?

Gerald Martin: No. Gabo siempre fue mayor. Ha sido el gran escritor de la vejez. Cuando tenía veinte años ya escribía de la vejez. Siempre pensé que llegaría a los noventa. Físicamente no lo logró pero en su imaginación sí.

Lo cierto es que a Gabo le interesaba todo. Nada le era ajeno: ni la enigmática poesía de Góngora ni el rock and roll, por poner dos ejemplos aparentemente alejados. «Le entusiasmaban Los Beatles. Disfrutaba con su música. Gabo era muy musical» detalla Abello Banfi.

Es curioso, porque a pesar de que huía del bullicio propio del estrellato literario que alcanzó, Gabriel García Márquez sintió en ocasión en sus carnes la asfixiante presión de los fans «Fue en México, en Guadalajara. No lo olvidaré nunca, porque tuve el privilegio de presentar la biografía de Gabo junto a él. Había unas tres mil personas. Las colas de gente eran enormes. Aguardaban con servilletas de papel en las manos para que Gabo les echase un autógrafo. Y eso que el solo firmaba libros, decía: ’No tienen que ser míos pero solo firmo libros’. Al final, tuvo que salir a la calle protegido por la policía como si fuera uno de sus queridos Beatles» rememora Gerald Martin.

–¿Y cómo soportaba García Márquez que confesó ser un tímido recalcitrante esas muestras de efusividad?
Gerald Martin: Era tímido sí, pero también audaz y atrevido. Era una mezcla. Tenía una gran inseguridad porque se había sentido rechazado por su madre. Y, en parte, escribía para hacerse querer, porque necesitaba cariño.

Abello Banfi: Pero eso no quiere decir que necesitase tener un sequito de ayudantes  como los que tienen los jefes de estado o las estrellas de rock. Era muy sencillo. Todas las personas que conocieron  a Gabo, aunque solo fuera un minuto, se enamoraron de él. Si luego volvían a verlo en otra ocasión, le recordaban ese minuto y, claro, Gabo se fatigaba.

El dialogo entre la pareja de ‘gabistas’ ha llegado hasta el Patio de los leones en La Alhambra, que, desde que culminó su restauración, empieza a conocerse también como ‘El patio de los ¡Ooooones! por el asombro que causa su hermosura entre los visitantes. La estancia, alfombrada de reluciente mármol blanco, tiene el mismo aspecto que presentaba cuando los Reyes Católicos tomaron Granada y entraron en la fortaleza roja. Un abrazo entre la belleza y la historia. Contagiados por la alegría que produce el sitio, Jaime Abello Banfi y Gerald Martin recuerdan lo divertido que odia llegar a ser su amigo. «Yo he bailado mucho con Gabo. Era un hombre sabroso, muy festivo. Sabía ser parrandero pero sin excederse». En resumen, que, además de un escritor de talla gigantesca, el Nobel colombiano fue clarividente, tímido, audaz, ‘beatlemaniaco’, generoso, inseguro, brujo, pobre, rico… En tres palabras «Gabo era chévere».

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El documento que se publica a continuación fue recibido directamente de su autora la señora Tachia Rosoff, mejor conocida como la actriz de teatro Tachia Quintanar y fue publicado en un libro de homenajes alrededor del año 2007. Enviamos nuestros agradecimientos a la señora Rosoff por su gentileza.

Mi Gabriel nunca fue Gabo

Por Tachia Rosoff

Tachia fue la compañera de Gabo en Paris durante su primera estancia en esta ciudad. De origen español, llegó a esta ciudad por recomendación de su novio de entonces, el reconocido poeta Blas de Otero, de quien además fue su musa y quien la bautizó con ese nombre que reemplazó para siempre el de Conchita Quintana. Posteriormente se casó con el ingeniero Rosoff. Hoy vive en París, da recitales de poesía, y conserva una entrañable amistad con el escritor y su familia. Además de ser la generala de El coronel no tiene quien le escriba, García Márquez le dedicó la edición francesa de El amor en los tiempos del cólera.
Tachia estuvo presente en el homenaje que se le hizo a Gabriel García Márquez en Paris y aceptó participar en este libro con una especial semblanza de su “Gabo”

 
Tachia Rosoff en su apartamento de Paris.

8’160.000citaciones en Internet, 2 o 3 biografías, tantas y tantas tesis de doctorado , no sé cuántos Honoris Causa, tantos y tantísimos artículos hablando del hombre que escribió el libro que casi deja chiquito a Cervantes a la hora de vender novelas y ahora me piden que haga yo una semblanza más de Gabriel García Márquez. Solo faltaba la mía y esta, si tiene un pequeño interés, será por lo de única, es decir mi vivencia, ese pasar por mi vida de Gabriel, pasaje corto pero muy intenso. Mi Gabriel era aquel muchacho tímido, discreto, inteligente y sensible que tenía las manos más finas y elegantes del mundo, que solo sabía escribir a máquina y acariciar tiernamente, que decía que mi nariz era “guerrillera” cuando esquivaba sus besos, yo, la provinciana de Bilbao. Mi Gabriel, aquel joven que me ofrecía de regalo crepúsculos y claros de luna en vez de flores, con el que descubrí el acorazado Potemkine y Alexandre Newsky en el Champo, el que me bautizó con el rotundo y severo nombre de GENERAL (por lo mandona, decía) y nunca, o casi nunca, me llamó por mi nombre o a veces me llamaba Mlle. Chocolat pues así me llamaba la patrona del bistrot “La chope parisienne” que a veces frecuentábamos en frente del cine con el que descubrí el tarama en el Acropole, restaurante de la calle de l’Ecole de Medicine, con el que fui por primera vez a la fète de l’humanité.


Mi Gabriel que se sabía todos los vallenatos de Escalona y era feliz cantándolos mejor que nadie en la casa de Vieco en la Rue Guénegaud y que el otro día, 52 años después, le oí cantar de nuevo en casa de nuestro común amigo Paco Ibáñez en Barcelona, y que lloré de emoción lo mismo que lloré en Estocolmo oyéndoselos al autor en la gran fiesta del Nobel, que por cierto el premio fue tan sonado en mi casa que en aquel día de octubre del 82 el teléfono sonó todo el día y la noche, pues los amigos me llamaban del mundo entero como si me lo hubiera ganado yo.

Mi Gabriel escribió uno de sus mejores libros (El coronel no tiene quien le escriba) entre el hotel de Flandres en la rue Cujas y el 90 de la rue d’Assax en aquel cuartito que yo tenía  y a cuya propietaria dedicó el libro muchos años después, con esta dedicatoria que puso en la contraportada. ‘A Madame Pagers 43 años después con toda mi gratitud’ Y debo reconocer, aunque a ratos me duele, que la mujer del coronel se parece bastante al ‘General’ del tiempo aquel.

Mi Gabriel llamaba “soupe a la rigolade” a una sopa que yo me inventaba cada día echando agua en una cazuela y añadiendo toda suerte de especias, a falta de otra cosa y un día que solo teníamos una tisana de tila (un tanto pasada de tiempo) Gabriel dijo: “esto sabe a procesión”. Éramos tan pobres que recorríamos Paris a pié por no tener para el metro. ¡Qué placer de nuevo rico tuvo veinte años después, cuando un dia que estaba de visita en mi casa, y yo tuve la tontería de decir bromeando “con que gusto me comería ahora un toast de caviar” (lo dije por decir algo) y mi Gabriel desapareció (yo creí que habría bajado a comprar tabaco) y un cuarto de hora después volvió con un kilogramo del mas blanco Beluga comprado donde Petrossian en la Madelaine.

Son vivencia que naturalmente solo tienen interés para mí pero que hoy las cuento aquí por ser diferentes de todo lo que de él se sabe.

Mi Gabriel, unos días después de que Armstrong y Aldrin pisaran la luna durmió en mi humilde casita de Chátillon en la Drôme a pesar del frio que bajaba de las montañas  del Vercors. Era la primera vez que lo veía desde la rue d’Assas y habrían pasado 13 años.
Mi Gabriel, quiso dedicarme El amor en los tiempos del cólera en la versión francesa con el beneplácito de Mercedes con quien me une una verdadera amistad y hasta una cierta complicidad.

¡Qué suerte tuvo mi Gabriel de encontrar una mujer como Mercedes!

Mi Gabriel durante muchos años compartió en mi casa de Paris con su familia y la mia las ostras en navidad. El solo come ostras en Paris. El Gabriel de mi tiempo no pudo comer ostras y ahora se saca la espina pues le encantan.

Mi Gabriel, en fin, es ese hombre complejo, adorable e insoportable a veces, con un corazón como la torre Eiffel, un talento inmenso como el mar y una sensibilidad a flor de piel como una amapola.

Mi Gabriel sigue a sus 80 años al pié del cañón, desafiando al tiempo y sus sacudidas, cada vez más querido por sus amigos, para los que escribe. Mi Gabriel siempre fue para mí Gabriel. Nunca fue GABO.

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Mi Siglo
Blog de José Julio Perlado
abril 18 de 2014

Tarde superpuesta

García Márquez y el arte de contar

por jjulio
“Es duro y macizo, pero ágil, con un impresionante mostachón, una nariz de coliflor y los dientes emplomados. Luce una vistosa camisa de sport abierta, pantalones estrechos y un saco oscuro echado sobre los hombros” así lo retrataba Luis Harss en su gran libro de entrevistas titulado “Los nuestros“. “Escribo un libro que ya no sé cuál es; lo que da valor literario es el misterio, lo que vibra es esa magia que hay en los actos cotidianos“, decía García Márquez en 1966. En noviembre de 1965 le escribe a Luis Harss: “Estoy loco de felicidad. Después de cinco años de esterilidad absoluta, “Cien años de soledad” está saliendo como un chorro, sin problemas de palabras. Será como la base del rompecabezas cuyas piezas he venido dando en los libros precedentes. Aquí están dadas todas las claves. Se conoce el origen y el fin de los personajes, y la historia completa, sin vacíos, de Macondo. Aunque en esta novela las alfombras vuelan, los muertos resucitan y hay lluvias de flores, es tal vez el menos misterioso de todos mis libros, porque el autor trata de llevar al lector de la mano para que no se pierda en ningún momento ni quede ningún punto oscuro. Con éste, termino el ciclo de Macondo, y cambio por completo de tema en el futuro.”

Pero si el tema cambió en su novelística, muy costoso fue en cambio para García Márquez cambiar el “tono”, encontrar una nueva “voz”.

El novelista colombiano declaraba que “una de las cosas más difíciles de hacer es escribir el primer párrafo. He pasado muchos meses trabajando en un primer párrafo, pero una vez que lo tengo, el resto sale con facilidad. En el primer párrafo se resuelven la mayor parte de los problemas del libro. Se define el tema, el estilo, el tono. En mi caso, al menos, el primer párrafo es un tipo de muestra de lo que va a ser el resto del libro. Por eso escribir un libro de relatos cortos es mucho más difícil que escribir una novela. Cada vez que se escribe un  relato breve, hay que empezar otra vez desde el principio”.

Como he señalado hace poco en “El proceso creador” al hablar de la diferencia en los “tonos”, “desde esta frase primera de “Cien años de soledad” :“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo” a la frase primera de “El otoño del patriarca”, han pasado varios años y sobre todo mucha concentrada disciplina, muchos tanteos en el escritor colombiano hasta encontrar el nuevo “tono” de su libro y separarse así del primero que le hiciera tan famoso. En las distintas entrevistas que García Márquez concedió en Barcelona mientras estaba escribiendo “El otoño del patriarca” confesaba que le era “necesario buscar otro lenguaje, desembarazándome de “Cien años de soledad”.

“En mi caso –decía el Premio Nobel–, el ser escritor es un mérito descomunal, porque soy muy bruto para escribir. He tenido que someterme a una disciplina atroz para terminar media página en ocho horas de trabajo, pero soy muy testarudo y he logrado publicar cuatro libros en veinte años”. Pero la primera frase para muchos escritores es esencial, “la primera frase puede ser el laboratorio para establecer nuevos elementos del estilo, de la estructura y hasta de la longitud del libro”.

El escritor colombiano contó cuándo decidió narrar de un modo determinado “El otoño del patriarca“: ” Durante muchos años –confesó– tuve problemas de estructura. Una noche en La Habana, mientras juzgaban a Sosa Blanco, me pareció que la estructura útil era el largo monólogo del viejo dictador sentenciado a muerte. Pero no, en primer lugar era anti histórico: los dictadores aquellos o se morían de viejos o los mataban o se fugaban. Pero no los juzgaban. En segundo término, el monólogo me hubiera restringido al único punto de vista del dictador y a su propio lenguaje”. Cuando García Márquez llevaba escritas trescientas páginas, suspendió la narración ” porque no sabía aun cómo era y por consiguiente no conseguía meterme a fondo”. Seis años después reanudó la novela. ” Trabajé durante seis meses y la volví a suspender porque no estaban muy claros algunos aspectos morales del protagonista. Como dos años después, compré un libro sobre cacerías en África, porque me interesaba el prólogo escrito por Hemingway. El prólogo no valía nada, pero seguí leyendo el capítulo sobre los elefantes, y allí estaba la solución de mi novela. La moral de mi dictador se explicaba muy bien por ciertas costumbres de los elefantes”.

Ricardo Gullón, en su excelente estudio “García Márquez o el arte de contar” (Taurus) destaca cómo la naturalidad narrativa es más notoria cuando lo que se cuenta oscila entre lo imposible y lo cotidiano, y memorables e insustituibles son también los análisis de Vargas Llosa en “García Márquez: historia de un deicidio” (Barral Editores) cuando desmenuza la gran novela. El escritor colombiano que acaba de morir repartió muchas de sus opiniones en numerosas entrevistas “porque –decía–  yo he ejercido el periodismo durante muchos años y siento una enorme gratitud por el oficio.” Fue su oficio, entre muchas otras cosas en “El Espectador“, donde sus comentarios en “Día a día” le sirvieron para trabajar incansablemente su estilo. En esas notas anónimas –se ha dicho– García Márquez es más estilista que nunca. Como en los títulos de sus artículos en “El Universal” de Cartagena que brillaron sorprendentes, y así quise aludir a ellos en Mi Siglo.

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