EL ESPECTADOR
Bogotá – Colombia
18 de abril de
2014
La aldea universal
Por: Juan David Ochoa
Fue irónicamente Vargas Llosa, reconocido adversario
personal de Márquez, quien redactó la mejor de las críticas a la tronante Cien
años de soledad, describiéndola como la historia de un deicidio: el atentado a
una realidad junto a sus paradigmas canónicos y sus deidades aceptadas y sus
historias repetidas del pasado en que los hombres suponen soportarse sin
asombro, destruida por la atmosfera de leyes contrapuestas, donde la amnesia
puede convertirse de repente en pandemia y convertir al olvido en otra realidad
en que los hombres pueden existir, asombrados en la novedad, y redactándose sus
mismas costumbres en sus cuerpos para sobreponerse a la rutina. O donde el
viento puede absorber y levantar a Remedios para perderla para siempre entre la
historia de la tierra y el cielo, o donde un cuerpo puede reducirse en la vejez
hasta la contextura y el tamaño de las pasas, y la sangre puede recorrer en un
hilo predeterminado y racional las calles de un pueblo hasta volver, después,
al orificio inaugural del muerto.
Toda la historia de un deicidio: la obra de un dios emulada
por la rebeldía de otro inventor, que en el final de su obra, decide acabarla
sin la tediosa levedad de los finales agónicos, y la suprime en el hambre de un
viento que viene de repente a arrastrar con los manteles, los vestidos y los
suelos y los nombres de esa estirpe imaginada. Es el recurso de los lugares
ficticios para subvertir la insoportable y demasiada realidad, de la que
hablaba Eliot, y revocarla en las propias licencias. Lo hizo el también Nobel e
influyente reconocido por el propio Márquez, William Faulkner, con su condado
imaginario Yoknapatawpha, Onetti con la ciudad de Santa María y Lewis Carrol en
su país de maravillas.
Lugares alternos de la rebelión donde cabe la sátira, la
ironía y la alusión, o el simple símil de otra raza o de otra sociedad con
otros tedios y revelaciones como pretexto de la representación, el viejo canon de
Tolstoi para representar el universo desde el conocimiento exacto de una aldea.
Macondo sobrepasaba el símil y representaba también los
intersticios de la guerra de los mil días con la sutileza de un símil con
suerte, el folclor y la pirotecnia de su cultura que absorbió desde la lengua
de sus tías maternas, entre el sopor del magdalena, cuando narraban las
estrambóticas historias del pasado con la naturalidad de una oratoria
ancestral. Fue esa lengua natural la que afinó García Márquez sin la pretensión
de los recursos forzados. Amaestró la oralidad con el ritmo que afinó, tal vez,
escuchando las sinfonías de Bartok y los preludios de Debussy, que repetía
mientras sostenía el pulso salvaje de sus páginas entrecortadas por las comas y
el vértigo.
El Patriarca, que alguna vez decidió escribir para retar la
sentencia de Eduardo Zalamea, en la que aseguraba que no existían en Colombia
jóvenes literatos con talento, ha muerto. Las generaciones emergentes, algunas
muertas por la influencia brutal de su lenguaje, tienen la estricta obligación
de emularlo.
** ** **
EL TIEMPO
Bogotá – Colombia
Sábado 26 de abril
de 2014
GENTE
Gabo me
dijo:
'vente conmigo a Cuba
'vente conmigo a Cuba
y te
presento a Silvio Rodríguez'
Hijo de Galán recuerda cómo, por cuenta del
nobel,
terminó siendo testigo de la relación con
Castro.
Por Claudio Galán Pachón*
Era junio de 1996. Estaba en medio de exámenes finales
del primer año de universidad en París donde me encontraba radicado con mi
familia desde el a muerte de mi papá. Una de mis grandes pasiones era la música
y en especial la música cubana, que intentaba interpretar en una guitarra que hace
poco tiempo una prima me había regalado. No era cualquier guitarra. La había
comprado mi papá en Italia en 1974 para el cumpleaños de ella.
Gabriel García Márquez se encontraba en París
promocionando su nuevo libro Noticia de un secuestro que narra el secuestro de
mi tía Maruja Pachón y de un grupo de periodistas colombianos a manos de Pablo Escobar.
Le dijo a mi mamá que quería conocernos a mis hermanos y a mí y nos invitó a
los tres a almorzar a un restaurante cerca a Montparnasse.
Pedí choucroute,
el típico plato alsaciano a base de repollo cocinado y salchicha. A Gabo le
encantó el helado de vainilla. Nos preguntó muchas cosas. Mi hermano Juan
Manuel le habló de su proyecto de tesis sobre el Nuevo Liberalismo y él le hizo
algunas sugerencias para la investigación. A Carlos Fernando, quien quería en
ese momento estudiar derecho, le dijo que para él los primeros años de esa
carrera le habían servido mucho, pero que no la había terminado.
Cuando le conté de mi pasión por la música cubana y por
Silvio Rodríguez, me dijo: “En una semana me voy para Santiago de Cuba al
Festival de la Cultura Caribeña en el que Colombia es el invitado especial.
Vente conmigo y yo te presento a Silvio. Lo único que tienes que hacer es llegar
a Madrid y de ahí me encargo yo”.
Nos firmó un libro a cada uno y a mi hermano mayor le
escribió: “Para Juan Manuel, el día que empezó a escribir su tesis alrededor de
una choucroute”, y a mí me puso: “Para Claudio, el de la choucroute”. Como Carlos
Fernando no tenía libro, nos llevó a su apartamento y escogió uno de los
ejemplares de su biblioteca personal y se lo dedicó. No podía creer que Gabriel
García Márquez me estuviera invitando a viajar con él a Cuba. Terminé mis
exámenes, empaqué mi guitarra y me fui para Madrid donde me encontré con él y
con Mercedes, su esposa, para viajar al otro día a La Habana. Al llegar a La
Habana, Gabo me hizo sentir como si fuera un miembro más de su familia.
Incluso, le decía a todo el mundo que yo era su sobrino. Me instaló en uno de
los cuartos de la casa donde él solía quedarse y al día siguiente viajamos
juntos a Santiago.
El vuelo fue en un avión Yákovlev Yak-42 de fabricación
rusa de la aerolínea Cubana de Aviación. Cuando Gabo se subió al avión hubo una
conmoción y tuvo que entrar a la cabina con los pilotos porque todo el mundo se
le acercaba para saludarlo y tomarse una foto con él. Tanto era el acoso de la
gente que nunca me atreví en todo el viaje a pedirle que se tomara una foto
conmigo para no molestarlo.
Fue la primera capital cubana y la ciudad por donde
entraron los primeros esclavos a Cuba y con ellos las fuertes raíces musicales
que explican por qué Santiago es conocida como la cuna del son. Allí nacieron figuras
como Compay Segundo, Sindo Garay y Eliades Ochoa.
Gabo solo estuvo los dos primeros días del festival y me
dejó instalado en el Casagranda, un antiguo y hermoso hotel en el parque
Céspedes donde permanecí durante los 5 días del festival.
Silvio Rodríguez no estuvo pero conocí a Compay Segundo y
a Totó la Momposina y descubrí a los santiagueros, su historia, su cultura y su
comida.
A mi regreso a La Habana, Gabo y Mercedes me esperaban
para comer. Revisaban la correspondencia y tenían una montaña de libros para firmar.
Les conté sobre mi viaje y me aconsejaron sobre los sitios para visitar en La
Habana antes de irme. Gabo me dijo que intentó contactar a Silvio Rodríguez
pero que estaba grabando un disco y que había sido imposible comunicarse con
él. Ya cuando estábamos a punto de levantarnos de la mesa entró caminando y sin
avisar nada menos que Fidel Castro en persona con todo su esquema de seguridad.
Vestía su tradicional uniforme verde olivo.
Nos saludó y se sentó junto con Felipe Pérez Roque, quien
en ese momento era su asistente personal y tres años más tarde se convertiría
en el canciller cubano y el miembro del gabinete más joven con apenas 34 años
de edad. Fidel pidió un whisky y se quedó conversando hasta pasada la
medianoche.
Según varios relatos hechos por el mismo jefe de Estado
cubano, hablar con García Márquez y su esposa era para él “una receta contra
las fuertes tensiones” que vivía de manera constante. En esta ocasión, Fidel
invitó a Gabo a la celebración de su cumpleaños 70 que era en agosto de ese año
y Gabo a su vez le recordó su propio septuagésimo aniversario que era el año
siguiente. Fue una conversación amena en la que se evidenciaba la cercanía que
existía entre ellos, hablaron de política, literatura, historia y hasta de las cosas más banales.
Cuando Gabo le dijo a Fidel quien era mi papá
inmediatamente se acordó de él y de que lo había conocido en la posesión de un
presidente latinoamericano. Más tarde recordé que mi papá comentaba con frecuencia
ese encuentro en el que, según él, Fidel le dijo que la lucha armada ya no era
el camino para América Latina.
También me impresionó Felipe Pérez Roque quien parecía
una enciclopedia. Cada vez que hacían referencia a un hecho histórico conocía los
detalles e inmediatamente se los describía a Fidel. Al final Castro separó y se
despidió diciendo que se iba a trabajar. Gabo, mirándolo de reojo le dijo
molestándolo: “Si así te vas a trabajar después de todos estos tragos con razón
te salen las leyes como te salen”.
Al día siguiente volvió Fidel a la hora de la comida,
esta vez con el vicepresidente Carlos Lage quien, para ese entonces, era la
figura más popular del Gobierno después de Castro. Habían convenido un viaje a
la casa de huéspedes en los cayos, al occidente de la isla, con Fidel, Gabo, Mercedes,
Lage y su familia y unos chilenos cercanos al Gobierno. Fidel me invitó al
viaje y me pidió que llevara la guitarra para tocarles y animar el paseo. Le
dije que se me había roto una cuerda y que iría a buscar una nueva para tenerla
lista. El día del viaje, Carlos Lage llegó temprano con una guitarra. Me la entregó
y me dijo: “Aquí te manda Fidel”. Me dio una angustia terrible. Yo era apenas
un principiante aficionado y no me sabía muchas canciones, pero lo peor es que
no cantaba nada y sin embargo quedé con la responsabilidad de animar el paseo.
Cuando llegó el momento y me pidieron que sacara la guitarra pensé que si
tocaba algo de Silvio Rodríguez, alguien me acompañaría cantando. Intenté con
Ojalá y nada. Seguí con La Maza y tampoco. Cuando Gabo se dio cuenta de mi
angustia y de mi incapacidad salió a mi rescate y me pidió que tocara un
bolero: Perfidia. Me acompañó cantando y salvamos la patria. La casa de los
cayos tenía una piscina de agua salada, una playa cristalina y, como muchas
cosas en Cuba, parecía haberse quedado congelada en la década del 60. Durante
todo el paseo intenté hacerme una foto con Gabo ycon Fidel, pero había llevado
una cámara desechable que ya no tení afotos.
***
Dos semanas más tarde sonó el teléfono en nuestra casa en
París. Era un funcionario de la Embajada de Colombia quien estaba con Silvio Rodríguez
y me lo pasó. Le habían contado que yo había ido a Cuba a conocerlo y se
conmovió con la historia. Recuerdo que me dijo “que forma más extraña de
conocernos”. Silvio iba a estar dos meses en París y necesitaba una guitarra.
Obviamente le ofrecí la mía y me invitó a almorzar para entregársela. Al mes
siguiente me devolvió la guitarra y me dijo que había compuesto varias
canciones en ella y que si algún día las publicaba le haría una mención. Años
después salió el álbum Descartes, que compuso en París y, aunque no hubo
mención, es probable que gran parte de ese disco lo haya compuesto en la
guitarra que hoy mi esposa tiene arrumada en el depósito.
Desde que regresé de Cuba ese verano de 1996 quise
escribir una crónica de esta experiencia que, gracias a la generosidad de Gabo,
tuve el privilegio de vivir. Siempre guardaré ese recuerdo de él y en especial
de la última vez que lo vi, dos años después en la casa del presidente César Gaviria
en Washington. Cuando me vio se emocionó, me dijo “mi niño” y me abrazó.
*Politólogo y
profesional en relaciones internacionales
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DIALOGO DIGITAL
San Juan – Puerto
Rico
19 de mayo de 2014
García Márquez,
más vivo ahora que nunca
más vivo ahora que nunca
Por Marcos Reyes
Dávila*
Según la biografía de Gerald Martin sobre Gabriel García
Márquez, el escritor jugó un papel clave en la liberación de la ex presidiaria
política puertorriqueña Lolita Lebrón. Según la biografía de Gerald Martin
sobre Gabriel García Márquez, el escritor jugó un papel clave en la liberación
de la expresidiaria política puertorriqueña Lolita Lebrón. Portada de la
biografía Gabriel García Márquez: Una vida
Gabriel García Márquez ha desaparecido de repente, sin
alharaca de gallinazos, pero bajo una lluvia planetaria de flores amarillas y
gozando de la vacuna ante la fiebre del olvido. Quizás reaparezca como
Melquíades un día de estos y quizás se quede habitando las galerías de nuestros
sueños con su sonrisa retozona, libre de polvos, cenizas y polillas y de la
huella percudida de lo irremediablemente marchito. Sea así, o no sea, es
oportuno, me parece, recordar en este momento la biografía del Gabo escrita por
Gerald Martin con un título tan simple como Remedios la bella: Gabriel García
Márquez: Una vida (Vintage Español, 2009).
Gerald Martin es profesor emérito de la Universidad de
Pittsburgh y, además, profesor de la Universidad London Metropolitan. La
biografía de 762 páginas es en realidad un compendio de una obra que en algún
momento alcanzó a tener dos mil folios y seis mil notas al calce. En ese
sentido, Martin parece haber seguido al maestro biografiado que en varias
ocasiones, como ocurrió incluso con Cien años de soledad, ha dado a la imprenta
una versión reducida a más de la mitad de la obra original. A las 626 páginas
del texto biográfico final publicado, se añaden 76 páginas de notas al calce y
el resto de índices, mapas, árboles genealógicos, bibliografía y páginas no
numeradas de fotos.
La obra de Martin, en general, secuestra al lector por
alucinante, no solo por el delirio mágico que ha sido Gabriel García Márquez
(GGM) para inmensas muchedumbres del planeta y por más de 40 años, es decir, a
partir de la publicación de Cien años de soledad, sino por el tono y el talento
en la narración y exposición que utiliza sabiamente el autor, rica y
minuciosamente documentadas. Quizás se beben sus páginas con más fruición aún
que la propia autobiografía de García Márquez, Vivir para contarla, lo que es
mucho decir.
Y es que en esta obra se aúna al talento del autor la
riqueza verbal y la jocosidad incorregible de un escritor inaudito que, a todas
luces, será un hito imprescindible en la historia de la literatura de los
siglos por venir. Además, el exhaustivo recorrido a lo largo de la vida
aventurera de GGM deja satisfecho al lector más exigente. Martin ha explorado
todos los espacios imprescindibles y ha profundizado en cada detalle de la vida
de este autor caribeño de manera que nunca decae una narración que mantiene un
ritmo ágil, veloz, con revelaciones sucesivas interminables y un tránsito que
oscila consistentemente entre el asombro y la risa.
En primer lugar, el lector tiene ante sí una imagen amplia
de la infancia del autor en la que nada parece faltar. Explora su mundo
particular dentro del entorno familiar que le tocó vivir en relativa orfandad
aunque de la mano de su abuelo coronel. Están aquí las figuras principales de su
infancia que resultaron en la formación de su visión de mundo, ya se trate del
Coronel o de Úrsula, o de personajes como los gitanos, el cura que levita, el
italiano, o Remedios. Y más allá del entorno familiar inmediato, Martin explora
además el pueblerino, así como la historia de la compañía bananera y la Guerra
de los Mil Días.
Las novedades para quien escribe, que no es un lector
primerizo ni superficial de GGM, son abundantes. Entre ellas, una explicación
de la cara de susto y sorpresa del infante que decora la cubierta de la
autobiografía, la formación escolar irregular de un niño que contrario a la
precoz alfabetización de Sor Juana, aprendió a leer y escribir a los ocho años
y la descripción precisa de la célebre casona, incluido el castaño, motivo de
sus obsesiones, miedos y amores. El desplazamiento fuera de Aracataca del niño
que acude a estudios que lo llevarán lejos de sus abuelos y padres, y el lento
desarrollo persistente o testarudo del escritor profesional. Gran parte de los
25 capítulos –si incluimos el epílogo–, en tres partes, se estructurarán en
torno a los sucesivos libros principales o las diferentes actividades
periodísticas, ya fuera en Cartagena, Barranquilla, o Europa, o ya sea, Los
funerales de la Mamá Grande, La hojarasca, El coronel no tiene quien le
escriba, El otoño del patriarca, etcétera.
Abundantes datos nuevos hay aquí para todos. Ya se trate de
la historia del boom, o la disputa con Mario Vargas Llosa que culminó con un
puño que derribó a GGM en México, o su intensa labor política y su
participación en infinidad de asuntos de primera línea en el plano
internacional como si fuera otro jefe de estado, su compleja relación con
Colombia y con Cuba, su amistad inquebrantable con Fidel Castro, o la noticia
extraordinaria de un primer amor con una española que terminó encinta de él
cuando vivía en Francia “feliz e indocumentado”. No sabíamos que había jugado
un papel con Jimmy Carter para obtener la liberación de Lolita Lebrón y los
otros presos nacionalistas en cárceles gringas. Ni que hubiera dedicado tantos
recursos económicos y tanto esfuerzo personal en la institucionalización e
instrumentación de diversas iniciativas ya fuera en el campo político,
periodístico o cinematográfico, en muy diversos países, o en la Unesco.
El libro contiene información sobre la disputa entre el Gabo
y Mario Vargas Llosa, quienes inicialmente fueron grandes amigos. En esta
imagen aparecen junto a José Donoso y sus respectivas esposas en tiempos
mejores.
De hecho, parte sustancial del libro se dedica a exponer la
intensa actividad política que realizó GGM tras la publicación de Cien años de
soledad, consciente de la oportunidad que le otorgaba la fama de influir en
conflictos nacionales e internacionales. Esta parte del libro es otra
revelación para el lector, pues aunque tuviéramos conocimiento de su
participación en un sinnúmero de eventos, no sabíamos que ese sinnúmero era tan
grande, ni que se había ocupado a niveles tan altos, o secretos, con tantísimos
asuntos. El tema no deja de ser harto pertinente pues pone al descubierto otro
aspecto de la obra del Gabo que si bien sabíamos que era amplia, no teníamos
idea de cuánto. Me refiero a la inmensa obra de naturaleza periodística que va
mucho más allá del periodismo del joven costeño en Cartagena, Barranquilla y
Bogotá, y de sus “jirafas”, náufragos y secuestros.
Extraordinaria es también, por otra parte, la relación de la
pasión incontenible por la literatura que lo llevó a grandes sacrificios y a
una vida que a ratos se aproxima a una nueva picaresca, pues iba de mal en
peor. Extraordinarias son varias de las interpretaciones que hace Martin en
torno a algunas obras cuyas fuentes o referencias nos eran insospechadas.
Extraordinaria es la magnitud de una fama de la que creíamos estar advertidos
hasta leer aquí que cuando se publicó la “primera edición” de la Crónica de una
muerte anunciada, la edición colombiana era tan grande que necesitó ser
exportada en 45 boeings 727. Extraordinario es constatar cuánta curiosidad,
creatividad, acción y compromiso desarrolló este hombre a lo largo de su vida,
y cómo solo parecía lamentar, al contemplar cuánto se consumía en su ocaso, no
contar con la misma energía para luchar infinitamente con la vida.
No obstante, no compartimos algunos aspectos del análisis de
Martin. En algunos casos hay repeticiones, en otros inconsistencias, y en
alguna que otra ocasión nos parece que Martin especula en exceso. Así, por
ejemplo, en cuanto al posible vínculo entre Fidel Castro y la figura de El
otoño del patriarca. O en su análisis sobre la manera como GGM integró y
conformó sus concepciones revolucionarias y su concepto sobre el comunismo.
Algunos conceptos nos han parecido confusos, como por ejemplo, el de modernismo
y modernista. Su interpretación negativa de su última novela, Memoria de mis
putas tristes, creo que deja qué desear. Más allá de la moral conservadora que
recusa a priori la pretensión del anciano de regalarse una joven virgen para su
cumpleaños noventa, está la bella sorpresa inesperada del primer amor que en
lugar de sexo recibe el anciano como regalo de cumpleaños y compensación de una
vida gris; sorpresa que pone en evidencia que los afanes de la vida nunca
caducan, y que, tal como ocurrió con esa semi parodia de novela rosa que es El
amor en los tiempos del cólera, el amor mantiene incólume su fuego a través de
todas las edades porque la vida es una flama que se resiste a terminar. Empero,
la obra de Martin ayuda a comprender innumerables aspectos de la obra sublime
de GGM como muy pocas.
Martin hace una relación de la decadencia física de GGM que,
finamente, lo llevó a la muerte. Supimos de sus problemas de salud y tuvimos
noticias de un cáncer. Aquél fue del pulmón, operado con éxito en el 1992. Pero
no teníamos noticias concretas del linfoma de 1998, cáncer del sistema
inmunológico. Martin insiste, además, en subrayar la pérdida de memoria,
acelerada quizás, dice, por la quimioterapia, que constató en su entrevista con
Gabito, el “Napoleoncito” de su abuelo coronel, en el 1999. Las presentaciones,
pocas ciertamente, de GGM en los últimos años desmienten o atenuaron algo aquellas
especulaciones. En ese sentido considero una suerte de la providencia la
inesperada oportunidad que tuve de ver y oír el que quizás haya sido el último
discurso público de GGM durante la convención de la Academia de la Lengua
Española en Cartagena en el 2007.
La fama de GGM es un hecho quizás sin precedente. A mi
regreso de Cartagena, releí ese mismo año Cien años de soledad tras tres veces,
cada vez con la misma fascinación, y también El general en su laberinto. Aunque
se le compare con Cervantes, y al Quijote con Cien años de soledad, no se puede
ignorar el hecho de que Cervantes murió sin los laureles de una fama que sería
póstuma. En cambio, el Gabo ha visto agotarse por millones y millones las
tiradas insaciadas de sus obras principales. En el libro hay quien asegura que
la importancia histórica de GGM es solo comparable, a pesar de las obvias
diferencias, a la de Bolívar.
Quizás quepa pensar que Martin podrá darle ahora término
final a su libro. La reacción planetaria a su muerte sugiere, sin embargo, que
quizás García Márquez esté más vivo ahora que nunca.
* El autor es
Catedrático en el Departamento de Español de la Universidad de Puerto Rico en
Humacao.
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