1 de febrero de 2014

MEMORABILIA GGM 718


EL UNIVERSAL
México D.F.
30 de enero de 2014


Cultura

Rinden homenaje a Gabo

en la casa donde creció

EFE| El Universal

Aracataca, el lugar que inspiró al Nobel de Literatura
para crear Cien años de soledad,
le rindió tributo como preámbulo del Hay Festival



La magia y la literatura envolvieron hoy a la pequeña y tropical localidad de Aracataca, en el norte de Colombia, donde el Nobel Gabriel García Márquez fue homenajeado en la misma casa donde creció, el lugar que recreó en Cien años de soledad y convirtió en "Macondo".

"Yo sé que en esta casa hubo flores, allá por 1927, donde revoloteaban mariposas amarillas". Con estas emotivas palabras, que hacen referencia a uno de los episodios más evocados de Cien años de soleda, el reconocido escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez inició el homenaje.

Un tributo organizado por el Ministerio colombiano de Cultura como preámbulo al Hay Festival que comienza mañana en Cartagena de Indias y además el primero que se rinde al genio de las letras en su pueblo natal.

Un acto además no exento de realismo mágico, ya que los vecinos de Aracataca recitaron de memoria párrafos enteros de las obras del Nobel e incluso un profesor que llegó desde Cartagena de Indias cantó un poema, bien argumentado, que contenía los títulos de absolutamente todas las novelas del escritor.


RECONOCIMIENTO. Un actor representa a uno de los personajes 
de las obras del Premio Nobel de literatura, 
Gabriel García Márquez, en Aracataca. (Foto: EFE )



Vásquez, autor del éxito editorial El ruido de las cosas al caer y uno de los más reconocidos escritores colombianos del momento, aclaró que "Macondo es la transcripción poética de Aracataca" y por eso confesó que "conocer la casa de García Márquez es un placer inmenso".

Y es que la fiesta se celebró en la casa-museo de Aracataca, la vivienda rehabilitada de la familia García Márquez y lugar que inspiró al Nobel para escribir la obra latinoamericana más universal.

El coronel Aureliano Buendía, Úrsula, José Arcadio, Amaranta y Remedios la Bella, los personajes de la gran novela, merodeaban hoy las habitaciones e interpretaban locas escenas de un libro leído por millones y millones de personas en el mundo y traducido a decenas de idiomas.

"Se puede decir sin exagerar que Cien años de soledad, o más bien ese lente que inventó y que hoy llamamos realismo mágico, fue una de las maneras de ver el mundo más influyentes que ha salido de la literatura en lengua española", manifestó Vásquez.

El novelista fue más allá: "No hay libro que haya dejado huella y escuela en otras civilizaciones como Cien años de soledad".

Y el crítico literario, escritor y editor Conrado Zuluaga, uno de los grandes conocedores de la obra de García Márquez, manifestó que Colombia "estaba en mora de hacer este homenaje", al calificar de "increíble" que siendo un Nobel no haya "unas obras completas, ni una edición crítica, incluso que sus libros no circulen en las librerías".

"Es increíble que la derecha lo repudie por ser amigo de los Castro, que la izquierda lo repudie por ser amigo de Bill Clinton. Estamos en un país muy mezquino y muy mediocre. Ojalá se sigan haciendo estos homenajes", aseveró.

Zuluaga fue especialmente crítico con la situación que se presenta en las librerías de Colombia, donde es prácticamente imposible conseguir libros de García Márquez debido a una operación financiera que hizo Norma al abandonar la publicación de novela y poner condiciones difíciles a los pequeños libreros, siendo la única editorial que tiene los derechos del autor en este país.

El experto macondiano dijo que el mejor homenaje que se debe hacer a Gabo, como se le conoce al Nobel en Colombia, es reclamar a la editora de García Márquez que asuma la responsabilidad y los libros lleguen a las librerías colombianas, grandes y pequeñas.

Zuluaga planteó estas quejas por una razón obvia: "García Márquez devolvió el placer de la lectura en lengua española, devolvió los sueños, las aspiraciones, los secretos, los augurios, los inventos y la magia que todos llevamos por dentro".

A causa de su avanzada edad, Gabo fue el gran ausente de este homenaje en su tierra natal, donde su pueblo se volcó para recibir a una delegación de escritores, fanáticos, críticos, periodistas e incluso ministros.

Su hermano Jaime fue el representante de la familia que estuvo presente y expresó que para los García Márquez este acto "significa lo mismo que para toda Colombia, para América Latina y el mundo entero, pero con un orgullo adicional".

"Yo soy uno más de los once hijos del telegrafista de Aracataca", indicó con humildad, casi repitiendo las palabras de su venerado hermano, quien siempre ha expresado públicamente su orgullo familiar, inspirador de la saga Buendía.

Gabo viajó a Aracataca en 2007 por última vez, cuando recorrió sus calles, visitó la casa del telégrafo, donde trabajó su padre, la residencia familiar, hoy convertida en museo, y lo hizo en tren por esas vías que usaron las plataneras durante décadas, las que fueron testigo de la masacre de la United Fruit Company en 1928 que tan bien retrata en Cien años de soledad.

Aracataca, una localidad ubicada entre ciénagas y ríos, hoy recordó como nunca a su hijo predilecto.


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EL PAIS
Madrid – España
30 de enero de 2014 

Hay Festival de Cartagena de Indias

Peregrinar a Macondo

El festival literario arrancó en la casa natal de García Márquez, en Aracataca, con un multitudinario homenaje al Nobel colombiano

Lo que nació con García Márquez

Jesús Ruiz Mantilla
Cartagena de Indias


Por donde el instituto de enseñanza Picardía, enfrente del comercio para todo La mano de Dios, está la casa de Gabriel García Márquez, de Gabo, de Gabito, en Aracataca. La casa blanca rodeada de jazmines y cercada por el rumor de las acequias, la casa del abuelo Nicolás, donde se conserva la cuna en la que durmió sus primeros cuatro años, donde cada noche le acostaba Magdalena Bolaño, su niñera, que sobrevive hoy, con sus rostro de café agrietado, sus andares decididos a los 97 años y los recuerdos de un niño inquieto al que tenía que atar corto pero que décadas después daría gloria a su pueblo perdido y transmutado en territorio literario, en medio de la Colombia mecida por la bruma del

Caribe, donde ayer se inició el Hay Festival de Cartagena de Indias con un homenaje al escritor.


Magdalena Bolaño, que cuidó a García Márquez de niño. / foto: daniel mordzinski


“Tenía que andar detrás de él, esa libreta que lleva en la mano, así la veía, la quería y le podría pegar a usted por ello, era muy tremendo”, comenta Magdalena hoy en su casa, donde posteriormente crecieron sus 12 hijos, ajena al jolgorio que se montaba por donde esta mujer menuda, dulcísima, trabajó de niña cuidando al Nobel y sirviendo a sus abuelos Nicolás y Tranquilina. Lo hizo casi desde que llegó un día a aquel pueblo después de un viaje en burro, “una semana, aguantando sol y hambre”, desde Valledupar.

Reliquia viva, aire de los recuerdos que congregaron ayer, llegados de todas partes de Colombia y otros lugares, a devotos de García Márquez (Aracataca, 6 de marzo de 1927) como a un ritual, Magdalena Bolaño parecía ajena al mundo de sueños que ella quizás contribuyó a edificar contándole alguna historia o sencillamente cuidando que no le acecharan las desgracias azarosas.

Así, entre las atenciones de gentes como Magdalena o la formación medio licenciosa y guiada a partes iguales por los guiños de la naturaleza y el fanatismo por la curiosidad científica, política, artística, vital que le legó su abuelo Nicolás, Gabo llegó a parir, entre otras cosas, Macondo. “Es muchos lugares, pero no hay duda de que el eje de ese territorio literario, mágico y universal está aquí, en Aracataca”, comentaba en el acto de apertura del Hay, Jaime Abello, su colaborador de confianza al frente de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada por García Márquez en 1994 con sede en Cartagena.

Aunque hoy no se aprecie, es fácil imaginar que hubo un tiempo en Aracataca en que no llegó a morirse nadie. También que el hielo que una buena tarde vio por primera vez Aureliano Buendía bien podría asemejarse al diamante más grande del mundo envuelto en un cofre del que emanaba un aliento glacial, con infinitas agujas internas en las cuales se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo.

Se hubiera derretido aquella piedra preciosa ayer del calor sofocante que acompañaba a los peregrinos en Aracataca. Hasta allí se desplazaron, como imantados por aquella octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia que un día llevó a Macondo el gitano Melquiades, cientos de fieles que convirtieron en fiesta el encuentro. Una fiesta con mensaje presidencial y presencia de dos ministros del Gobierno colombiano: la de Cultura, Mariana Garcés, y el de Vivienda, Ciudad y Territorio, Luis Felipe Henao, que se encargó de anunciar que las obras de la presa iban hacia adelante y congratularse de que, al fin, hacía un año, el pueblo disponía de agua potable.

En la ceremonia, oficiada por Abello, participaron el escritor Juan Gabriel Vásquez, el experto en el autor, Conrado Zuluaga o la documentalista británica Kate Horne, que contemplaban boquiabiertos cómo un profesor de literatura abogaba por transmitir la obra del Nobel a los jóvenes inventándose cuentos como los suyos en los que, en un suspiro, dos personajes se encuentran en una plaza y mantienen una conversación picante y nutrida por todos los títulos de las novelas que ha escrito García Márquez.

De sus curiosidades académicas, de la creciente universalidad a los chismes –“cómo es que un día, Vargas Llosa le empujó un puño a Gabo”, se preguntaban, algo que ha quedado sellado por un pacto de silencio entre caballeros–, no hubo tapujos, ni requiebros ante lo que allí se planteó. La admiración entre ambos autores es lo que cuenta y sí pudieron saber que el día en que a Vargas Llosa se le comunicó que había ganado también el Nobel, éste acababa de releer Cien años de soledad. Pero no sólo eso, sino que en las calificaciones de 10 al 20 que el escritor peruano señala al final de cada libro, le reservó la misma, según Vásquez, “que da a Flaubert o a Víctor Hugo: un 20”.

De reivindicaciones a homenajes se vistió en gran parte el acto. Entre las primeras, denunciar, que el absurdo bloqueo de sus derechos en Colombia –detentados por la editorial Norma– hacen imposible que se le pueda difundir como es debido en su propio país. Entre los reconocimientos, una cálida y sentida propuesta de Vásquez, quien invitó al público a que uno de los mejores homenajes que se le podían hacer era aprenderse de memoria los comienzos de sus novelas.

Buena la armó el autor de la excelente, densa y sutil Las reputaciones (Alfaguara), porque acto seguido, como en una oración en la que el murmullo se iba encarrilando por la vía que antiguamente portó esplendor al lugar gracias a la línea de la United Fruit Company, los presentes se lanzaron a entonar sus plegarias: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el Coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en la que su padre lo llevó a conocer el hielo”, “Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados”, “El coronel destapó el tarro del café y comprobó que no había más de una cucharadita…”. Amén.

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