EL UNIVERSAL
México D.F.
30 de
enero de 2014
Cultura
Rinden homenaje a Gabo
en la casa donde creció
EFE| El
Universal
Aracataca, el lugar que inspiró al Nobel de Literatura
para crear Cien años de soledad,
le rindió tributo como preámbulo del Hay Festival
La magia y la literatura envolvieron hoy a la
pequeña y tropical localidad de Aracataca, en el norte de Colombia, donde el
Nobel Gabriel García Márquez fue homenajeado en la misma casa donde creció, el
lugar que recreó en Cien años de soledad
y convirtió en "Macondo".
"Yo sé que en esta casa hubo flores, allá
por 1927, donde revoloteaban mariposas amarillas". Con estas emotivas
palabras, que hacen referencia a uno de los episodios más evocados de Cien años de soleda, el reconocido
escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez inició el homenaje.
Un tributo organizado por el Ministerio
colombiano de Cultura como preámbulo al Hay Festival que comienza mañana en
Cartagena de Indias y además el primero que se rinde al genio de las letras en
su pueblo natal.
Un acto además no exento de realismo mágico,
ya que los vecinos de Aracataca recitaron de memoria párrafos enteros de las
obras del Nobel e incluso un profesor que llegó desde Cartagena de Indias cantó
un poema, bien argumentado, que contenía los títulos de absolutamente todas las
novelas del escritor.
RECONOCIMIENTO. Un actor
representa a uno de los personajes
de las obras del Premio Nobel de literatura,
Gabriel García Márquez, en Aracataca. (Foto: EFE )
Vásquez, autor del éxito editorial El ruido de las cosas al caer y uno de
los más reconocidos escritores colombianos del momento, aclaró que
"Macondo es la transcripción poética de Aracataca" y por eso confesó
que "conocer la casa de García Márquez es un placer inmenso".
Y es que la fiesta se celebró en la casa-museo
de Aracataca, la vivienda rehabilitada de la familia García Márquez y lugar que
inspiró al Nobel para escribir la obra latinoamericana más universal.
El coronel Aureliano Buendía, Úrsula, José
Arcadio, Amaranta y Remedios la Bella, los personajes de la gran novela,
merodeaban hoy las habitaciones e interpretaban locas escenas de un libro leído
por millones y millones de personas en el mundo y traducido a decenas de
idiomas.
"Se puede decir sin exagerar que Cien años de soledad, o más bien ese
lente que inventó y que hoy llamamos realismo mágico, fue una de las maneras de
ver el mundo más influyentes que ha salido de la literatura en lengua
española", manifestó Vásquez.
El novelista fue más allá: "No hay libro
que haya dejado huella y escuela en otras civilizaciones como Cien años de soledad".
Y el crítico literario, escritor y editor
Conrado Zuluaga, uno de los grandes conocedores de la obra de García Márquez,
manifestó que Colombia "estaba en mora de hacer este homenaje", al
calificar de "increíble" que siendo un Nobel no haya "unas obras
completas, ni una edición crítica, incluso que sus libros no circulen en las
librerías".
"Es increíble que la derecha lo repudie
por ser amigo de los Castro, que la izquierda lo repudie por ser amigo de Bill
Clinton. Estamos en un país muy mezquino y muy mediocre. Ojalá se sigan
haciendo estos homenajes", aseveró.
Zuluaga fue especialmente crítico con la
situación que se presenta en las librerías de Colombia, donde es prácticamente
imposible conseguir libros de García Márquez debido a una operación financiera
que hizo Norma al abandonar la publicación de novela y poner condiciones
difíciles a los pequeños libreros, siendo la única editorial que tiene los
derechos del autor en este país.
El experto macondiano dijo que el mejor
homenaje que se debe hacer a Gabo, como se le conoce al Nobel en Colombia, es
reclamar a la editora de García Márquez que asuma la responsabilidad y los
libros lleguen a las librerías colombianas, grandes y pequeñas.
Zuluaga planteó estas quejas por una razón
obvia: "García Márquez devolvió el placer de la lectura en lengua
española, devolvió los sueños, las aspiraciones, los secretos, los augurios,
los inventos y la magia que todos llevamos por dentro".
A causa de su avanzada edad, Gabo fue el gran
ausente de este homenaje en su tierra natal, donde su pueblo se volcó para
recibir a una delegación de escritores, fanáticos, críticos, periodistas e
incluso ministros.
Su hermano Jaime fue el representante de la
familia que estuvo presente y expresó que para los García Márquez este acto
"significa lo mismo que para toda Colombia, para América Latina y el mundo
entero, pero con un orgullo adicional".
"Yo soy uno más de los once hijos del
telegrafista de Aracataca", indicó con humildad, casi repitiendo las
palabras de su venerado hermano, quien siempre ha expresado públicamente su
orgullo familiar, inspirador de la saga Buendía.
Gabo viajó a Aracataca en 2007 por última vez,
cuando recorrió sus calles, visitó la casa del telégrafo, donde trabajó su
padre, la residencia familiar, hoy convertida en museo, y lo hizo en tren por
esas vías que usaron las plataneras durante décadas, las que fueron testigo de
la masacre de la United Fruit Company en 1928 que tan bien retrata en Cien años de soledad.
Aracataca, una localidad ubicada entre
ciénagas y ríos, hoy recordó como nunca a su hijo predilecto.
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EL PAIS
Madrid –
España
30 de
enero de 2014
Hay
Festival de Cartagena de Indias
Peregrinar a Macondo
El festival literario arrancó en la casa natal de García
Márquez, en Aracataca, con un multitudinario homenaje al Nobel colombiano
Lo que nació con García Márquez
Jesús
Ruiz Mantilla
Cartagena
de Indias
Por donde el instituto de enseñanza Picardía,
enfrente del comercio para todo La mano de Dios, está la casa de Gabriel García
Márquez, de Gabo, de Gabito, en Aracataca. La casa blanca rodeada de jazmines y
cercada por el rumor de las acequias, la casa del abuelo Nicolás, donde se
conserva la cuna en la que durmió sus primeros cuatro años, donde cada noche le
acostaba Magdalena Bolaño, su niñera, que sobrevive hoy, con sus rostro de café
agrietado, sus andares decididos a los 97 años y los recuerdos de un niño
inquieto al que tenía que atar corto pero que décadas después daría gloria a su
pueblo perdido y transmutado en territorio literario, en medio de la Colombia
mecida por la bruma del
Caribe, donde ayer se inició el Hay Festival
de Cartagena de Indias con un homenaje al escritor.
Magdalena
Bolaño, que cuidó a García Márquez de niño. / foto: daniel mordzinski
“Tenía que andar detrás de él, esa libreta que
lleva en la mano, así la veía, la quería y le podría pegar a usted por ello,
era muy tremendo”, comenta Magdalena hoy en su casa, donde posteriormente
crecieron sus 12 hijos, ajena al jolgorio que se montaba por donde esta mujer
menuda, dulcísima, trabajó de niña cuidando al Nobel y sirviendo a sus abuelos
Nicolás y Tranquilina. Lo hizo casi desde que llegó un día a aquel pueblo
después de un viaje en burro, “una semana, aguantando sol y hambre”, desde
Valledupar.
Reliquia viva, aire de los recuerdos que
congregaron ayer, llegados de todas partes de Colombia y otros lugares, a
devotos de García Márquez (Aracataca, 6 de marzo de 1927) como a un ritual,
Magdalena Bolaño parecía ajena al mundo de sueños que ella quizás contribuyó a
edificar contándole alguna historia o sencillamente cuidando que no le
acecharan las desgracias azarosas.
Así, entre las atenciones de gentes como
Magdalena o la formación medio licenciosa y guiada a partes iguales por los guiños de la
naturaleza y el fanatismo por la curiosidad científica, política, artística,
vital que le legó su abuelo Nicolás, Gabo llegó a parir, entre otras cosas,
Macondo. “Es muchos lugares, pero no hay duda de que el eje de ese territorio
literario, mágico y universal está aquí, en Aracataca”, comentaba en el acto de
apertura del Hay, Jaime Abello, su colaborador de confianza al frente de la
Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada por García Márquez en 1994
con sede en Cartagena.
Aunque hoy no se aprecie, es fácil imaginar
que hubo un tiempo en Aracataca en que no llegó a morirse nadie. También que el
hielo que una buena tarde vio por primera vez Aureliano Buendía bien podría
asemejarse al diamante más grande del mundo envuelto en un cofre del que
emanaba un aliento glacial, con infinitas agujas internas en las cuales se
despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo.
Se hubiera derretido aquella piedra preciosa
ayer del calor sofocante que acompañaba a los peregrinos en Aracataca. Hasta
allí se desplazaron, como imantados por aquella octava maravilla de los sabios
alquimistas de Macedonia que un día llevó a Macondo el gitano Melquiades,
cientos de fieles que convirtieron en fiesta el encuentro. Una fiesta con mensaje
presidencial y presencia de dos ministros del Gobierno colombiano: la de
Cultura, Mariana Garcés, y el de Vivienda, Ciudad y Territorio, Luis Felipe
Henao, que se encargó de anunciar que las obras de la presa iban hacia adelante
y congratularse de que, al fin, hacía un año, el pueblo disponía de agua
potable.
En la ceremonia, oficiada por Abello,
participaron el escritor Juan Gabriel Vásquez, el experto en el autor, Conrado
Zuluaga o la documentalista británica Kate Horne, que contemplaban boquiabiertos
cómo un profesor de literatura abogaba por transmitir la obra del Nobel a los
jóvenes inventándose cuentos como los suyos en los que, en un suspiro, dos
personajes se encuentran en una plaza y mantienen una conversación picante y
nutrida por todos los títulos de las novelas que ha escrito García Márquez.
De sus curiosidades académicas, de la
creciente universalidad a los chismes –“cómo es que un día, Vargas Llosa le
empujó un puño a Gabo”, se preguntaban, algo que ha quedado sellado por un
pacto de silencio entre caballeros–, no hubo tapujos, ni requiebros ante lo que
allí se planteó. La admiración entre ambos autores es lo que cuenta y sí pudieron saber que el día en que a
Vargas Llosa se le comunicó que había ganado también el Nobel, éste acababa de
releer Cien años de soledad. Pero no
sólo eso, sino que en las calificaciones de 10 al 20 que el escritor peruano
señala al final de cada libro, le reservó la misma, según Vásquez, “que da a
Flaubert o a Víctor Hugo: un 20”.
De reivindicaciones a homenajes se vistió en
gran parte el acto. Entre las primeras, denunciar, que el absurdo bloqueo de
sus derechos en Colombia –detentados por la editorial Norma– hacen imposible
que se le pueda difundir como es debido en su propio país. Entre los
reconocimientos, una cálida y sentida propuesta de Vásquez, quien invitó al
público a que uno de los mejores homenajes que se le podían hacer era
aprenderse de memoria los comienzos de sus novelas.
Buena la armó el autor de la excelente, densa
y sutil Las reputaciones (Alfaguara), porque acto seguido, como en una oración
en la que el murmullo se iba encarrilando por la vía que antiguamente portó
esplendor al lugar gracias a la línea de la United Fruit Company, los presentes
se lanzaron a entonar sus plegarias: “Muchos años después, frente al pelotón de
fusilamiento, el Coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde
remota en la que su padre lo llevó a conocer el hielo”, “Era inevitable: el
olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores
contrariados”, “El coronel destapó el tarro del café y comprobó que no había
más de una cucharadita…”. Amén.
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