emilioichikawa
Blog
Miami USA: (?)
28 de enero de 2014
Gabriel García Márquez,
publicista temprano (y defectuoso)
de los hermanos Castro
Dr. Sergio López Rivero
Desde hace años, se sabe que el laureado escritor colombiano Gabriel
García Márquez ha actuado como un fans de Fidel Castro. Especialista en
edulcorar la realidad cubana y obviar cualquier alternativa ajena a la solución
del poder el primero de enero de 1959, el Premio Nobel de Literatura ha sido un
verdadero malabarista político, en eso de analizar el régimen totalitario
cubano. Al menos a lo largo de los últimos cuarenta años, desde que por primera
vez fue recibido por Fidel Castro en La Habana. ¿Qué desde la llegada al poder
de Fidel Castro, el famoso narrador colombiano dedicó su pluma a venerar ese
fenómeno histórico conocido como Revolución cubana? Es cierto. Pero no olvidar
que sólo después de escribir Cuba, de
cabo a rabo, para la revista de corte socialista Alternativa de Bogotá, en
el año 1975, fue que Gabriel García Márquez obtuvo el beneplácito para integrar
el grupo de los más allegados, de parte de los ocupantes del llamado Palacio de
la Revolución en la isla del Caribe.
Lo anterior viene a cuento,
porque resulta casi desconocido que alrededor de diecisiete años antes de
aquella reflexión canonizada por el mundo revolucionario, publicada
originalmente en tres partes (La mala
noche del bloqueo, La necesidad hace parir gemelos y Si no me creen, vayan a
verlo), Gabriel García Márquez se interesó por primera vez por el problema
cubano. Lo hizo en Mi hermano Fidel (Cuando era feliz e indocumentado, Plaza
& Janes Editores, Barcelona, 1974, pp. 117-125), un trabajo temprano
publicado en el año 1958, cuando trabajaba como reportero de El Espectador,
basado en la entrevista a Enma Castro, realizada por él en Caracas, Venezuela,
en el mes de marzo del mismo año. De entrada, en Mi hermano Fidel, llaman la atención del historiador, los gazapos
que muestran a un Gabriel García Márquez desconocedor de la realidad cubana. A
lo cual, inmediatamente debemos sumar los defectos en la construcción del
relato, que no son comunes en un periodista comprometido con la causa
revolucionaria. De un verdadero productor cultural al servicio de la
revolución, como seguramente diría Pierre Bordieu, dispuesto a subrayar una y
otra vez los puntos básicos de la ontología del bien y del mal que promovían
los mandamases de la Sierra Maestra.
Empecemos por reconocer, que las
intenciones de Gabriel García Márquez no se alejaban en lo esencial de lo que
esperaban de él los fundadores de la mitología revolucionaria. Por lo que dijo,
refiriéndose a la habitación de Fidel Castro con ventana abierta a la Sierra
Maestra, sus lecturas de las obras completas del símbolo fundacional del
nacionalismo cubano José Martí, o el anuncio incipiente de su barba mesiánica.
Y por lo que ocultó, acerca de la influencia del falangismo español en las
ideas de su padre Ángel Castro, el nombre de Rafael del Pino como el compañero
(y futuro enemigo) de Fidel Castro en el llamado “Bogotazo”, la existencia de
su ex mujer Mirtha Díaz Balart hermana del líder batistiano Rafael Díaz Balart,
su escasa vinculación laboral que lo obligó a vivir de las remesas mensuales de
su familia, o la petición pública de su madre tras el desembarco del yate
Granma a favor del cese del derramamiento de sangre en Cuba. El joven García
Márquez no defraudó tampoco, al excluir de su breve narración a las demás
organizaciones revolucionarias, que se enfrentaban al dictador Fulgencio
Batista. A lo que dijo y lo que ocultó Gabriel García Márquez, se debe añadir
una considerable dosis de exageración al gusto de los líderes del 26 de Julio,
al asegurar que Fidel Castro aglutinó 150 mil cubanos y en menos de un mes
recogió 160 mil dólares en los Estados Unidos.
Dicho esto, la ignorancia acerca de la realidad cubana de Gabriel
García Márquez, resultó notoria en la anacrónica descripción de los supuestos
peones negros que “cantaban plegarias de amor y superstición”, en la hacienda
azucarera fundada por el padre de Fidel Castro. Que su madre se llamaba Lidia
(y no Lina), o que la familia vivía en Biram (en vez de Birán). Se equivocó
también Gabriel García Márquez, al afirmar que Raúl Castro se había trasladado
a México a inicios del año 1956, cuando era conocido que ocurrió a mediados del
año 1955. Sin embargo, cualquiera que conozca un poco acerca de los rasgos
trascendentales de la publicidad revolucionaria cubana, se dará cuenta que lo
que se salía del guión pactado en estos casos, eran las deformaciones de la
morfología del héroe valiente, sin temor a la muerte, sacrificado, austero y
ultranacionalista que se pretendía transmitir con la imagen representada por Fidel
Castro. Asegurar que Fidel Castro, no había apostado desde el inicio por la
violencia revolucionaria para desalojar a Fulgencio Batista, es un desliz de
principiante. Describir que en México vestía traje azul oscuro, impecable, con
corbata a rayas y bigotillo, debía haberlo evitado un periodista militante.
Regodearse con las maneras distinguidas, sin acento cubano de Enma (sic)
Castro, rodeada en su residencia particular con muebles de bambú y un cenicero
en forma de paraguas abierto, tocaba de soslayo la fabricación de su hermano
como héroe, alejándolo de la pretendida devoción de los cubanos normales y
corrientes. Igual que insistir en que la comida italiana era la preferida de
Fidel Castro, y asegurar que el dictador Fulgencio Batista se había cuidado siempre
de no molestar a su familia en la isla.
Con todo, no se puede negar que
a punto de convocarse la huelga del 9 de abril de 1958, el artículo Mi hermano Fidel de Gabriel García
Márquez transmitía la euforia revolucionaria del momento. Sería injusto, acusarlo
también de enaltecer la figura de Juanita Castro, por un distanciamiento que
ocurrió años más tarde. Tampoco, sería apropiado condenarlo por no haber
intuido que el gobierno de los Estados Unidos se convertiría en “el otro”, que
daría razón de ser al nuevo nacionalismo cubano. Parecía difícil de preverlo
para Gabriel García Márquez, en la primera mitad del año 1958. Le faltó esa
sensibilidad, que rayando en lo sagrado se acerca al fundamentalismo. El creer
antes que el saber, desarrollado luego en Cuba,
de cabo a rabo, publicado por la revista de corte socialista Alternativa de
Bogotá, alrededor de diecisiete años después, que le brindó el beneplácito para
integrar el selecto grupo de los más allegados a la corte de Fidel Castro, y
que todavía hoy se exhibe como un valioso artículo de colección para
nostálgicos del socialismo real en el siglo XXI.
No hay comentarios:
Publicar un comentario