25 de enero de 2014

MEMORABILIA GGM 714



EL TIEMPO
Bogotá – Colombia
24 de Enero del 2014

Entre las actividades se destaca el 'regreso' del Grupo de Barranquilla a la fundación.

La Cueva celebra 60 años de existencia

Por: PAUL BRITO

Las imágenes evocan recuerdos del Grupo de Barranquilla.
Foto: Juan Camilo Segura

Gabo carga su primer manuscrito, Cepeda Samudio fuma y discute en silencio, Germán Vargas se toma un trago y Alfonso Fuenmayor se dispone a leer a Capote: el Grupo de Barranquilla sigue en La Cueva.

Entre los proyectos y actividades que desarrolla la Fundación La Cueva hay uno que se llama La Cueva por Colombia, para el cual se fabricaron cuatro figuras de madera con las fotos de cuerpo entero de los cuatro discutidores que aparecen en las últimas cien páginas de 'Cien años de soledad': Álvaro, Gabriel, Alfonso y Germán.

Es la última ocurrencia de Heriberto Fiorillo, director de la fundación homónima, que cumple 60 años y diez de su reapertura.

Por invitación de Heriberto, yo presté mi cuerpo para la figura de Cepeda. Esas imágenes se han vuelto parte del paisaje interior de La Cueva y, cada vez que la visito, me perturba ver mi propio cuerpo recibiéndome con los brazos abiertos y la cabeza de Cepeda.

No soy el único que se ve reflejado en esta imagen y en las otras que recrean aquella época de oro. Ni soy el único que de alguna manera ha recibido la herencia estética de aquella fenomenal cofradía: sus inquietudes, contradicciones y dilemas artísticos.
Por ejemplo, el escritor Joaquín Mattos Omar sirvió de patrón para el cuerpo de Alfonso Fuenmayor. Eso en apariencia, porque en lo profundo, admite que el Grupo de Barranquilla lo influyó en su festiva actitud frente a la vida pero también en el rigor y la seriedad con que aquellos asumían la lectura y la escritura. Contrarios a la solemnidad y adeptos a disfrutar la vida y alimentarse profundamente de la experiencia, no eran solamente unos diletantes o aficionados a la literatura y el arte.

Para Mattos hay ahora muchos ‘herederos’ del grupo que se quedaron con la parte vitalista, bohemia o hedonista, pero que casi no leen, escriben ni pintan, ni ejercen crítica constructiva.

El fotógrafo bogotano Juan Camilo Segura, que sirvió de molde para el cuerpo de Germán Vargas, afirma que las viejas historias de La Cueva le enseñaron a sorprenderse con la realidad, a aplicar ese asombro a sus fotos y a buscar con ellas relatos visuales. El legendario Nereo López, artífice de casi todo el archivo fotográfico de aquella época, ha sido un ejemplo para él en la actitud innovadora frente al arte de fotografiar y un paradigma en el tratamiento de las fotos en blanco y negro, el terreno técnico preferido de Segura.

En materia literaria, las descripciones visuales de Gabo, “más dirigidas que sugeridas”, han sido también muy estimulantes en su trabajo. Las pinturas de Alejandro Obregón, en cambio, con su énfasis en los colores, no han influido en su concepción de las imágenes.

José Morillo, sociólogo y vendedor de discos, oriundo de Sevilla (Magdalena), le dio cuerpo –el suyo– a Gabo, otro melómano crónico. En La Cueva, recordamos con Morillo la relación de la música con este lugar y con Gabo. En esa época, nunca sonaba vallenato allí, solo rumba, son cubano, chachachá y otros ritmos tropicales. Sin embargo, Rafael Escalona siempre visitaba el bar cuando venía a Barranquilla.

De Gabo decía que cantaba sus canciones mejor que él. Ambos armaron en Aracataca, con un puñado de otros compositores e intérpretes, una pachanga a la que Cepeda regaló tres camiones de cerveza helada. Esa fiesta fue la inspiración para el primer festival en Valledupar. El mismo García Márquez repetía que Cien años de soledad era un vallenato de 450 páginas y El amor en los tiempos del cólera, un bolero de la misma extensión.

 
 Visita a La Cueva como uno de los actos del  
               Diplomado Conocimiento Vital del Caribe.                           
Foto de F. Jaramillo

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