EL
TIEMPO
Bogotá – Colombia
24 de Enero del 2014
Entre
las actividades se destaca el 'regreso' del Grupo de Barranquilla a la
fundación.
La Cueva celebra 60 años de existencia
Por: PAUL BRITO
Las imágenes evocan recuerdos del Grupo de Barranquilla.
Foto: Juan Camilo Segura
Gabo carga su primer manuscrito, Cepeda Samudio fuma y discute en
silencio, Germán Vargas se toma un trago y Alfonso Fuenmayor se dispone a leer
a Capote: el Grupo de Barranquilla sigue en La Cueva.
Entre los proyectos y actividades que desarrolla la Fundación La Cueva
hay uno que se llama La Cueva por Colombia, para el cual se fabricaron cuatro
figuras de madera con las fotos de cuerpo entero de los cuatro discutidores que
aparecen en las últimas cien páginas de 'Cien años de soledad': Álvaro,
Gabriel, Alfonso y Germán.
Es la última ocurrencia de Heriberto Fiorillo, director de la fundación
homónima, que cumple 60 años y diez de su reapertura.
Por invitación de Heriberto, yo presté mi cuerpo para la figura de
Cepeda. Esas imágenes se han vuelto parte del paisaje interior de La Cueva y,
cada vez que la visito, me perturba ver mi propio cuerpo recibiéndome con los
brazos abiertos y la cabeza de Cepeda.
No soy el único que se ve reflejado en esta imagen y en las otras que
recrean aquella época de oro. Ni soy el único que de alguna manera ha recibido
la herencia estética de aquella fenomenal cofradía: sus inquietudes,
contradicciones y dilemas artísticos.
Por ejemplo, el escritor Joaquín Mattos Omar sirvió de patrón para el
cuerpo de Alfonso Fuenmayor. Eso en apariencia, porque en lo profundo, admite
que el Grupo de Barranquilla lo influyó en su festiva actitud frente a la vida
pero también en el rigor y la seriedad con que aquellos asumían la lectura y la
escritura. Contrarios a la solemnidad y adeptos a disfrutar la vida y
alimentarse profundamente de la experiencia, no eran solamente unos diletantes
o aficionados a la literatura y el arte.
Para Mattos hay ahora muchos ‘herederos’ del grupo que se quedaron con
la parte vitalista, bohemia o hedonista, pero que casi no leen, escriben ni
pintan, ni ejercen crítica constructiva.
El fotógrafo bogotano Juan Camilo Segura, que sirvió de molde para el
cuerpo de Germán Vargas, afirma que las viejas historias de La Cueva le
enseñaron a sorprenderse con la realidad, a aplicar ese asombro a sus fotos y a
buscar con ellas relatos visuales. El legendario Nereo López, artífice de casi
todo el archivo fotográfico de aquella época, ha sido un ejemplo para él en la
actitud innovadora frente al arte de fotografiar y un paradigma en el
tratamiento de las fotos en blanco y negro, el terreno técnico preferido de
Segura.
En materia literaria, las descripciones visuales de Gabo, “más
dirigidas que sugeridas”, han sido también muy estimulantes en su trabajo. Las
pinturas de Alejandro Obregón, en cambio, con su énfasis en los colores, no han
influido en su concepción de las imágenes.
José Morillo, sociólogo y vendedor de discos, oriundo de Sevilla
(Magdalena), le dio cuerpo –el suyo– a Gabo, otro melómano crónico. En La
Cueva, recordamos con Morillo la relación de la música con este lugar y con
Gabo. En esa época, nunca sonaba vallenato allí, solo rumba, son cubano, chachachá
y otros ritmos tropicales. Sin embargo, Rafael Escalona siempre visitaba el bar
cuando venía a Barranquilla.
De Gabo decía que cantaba sus canciones mejor que él. Ambos armaron en
Aracataca, con un puñado de otros compositores e intérpretes, una pachanga a la
que Cepeda regaló tres camiones de cerveza helada. Esa fiesta fue la
inspiración para el primer festival en Valledupar. El mismo García Márquez
repetía que Cien años de soledad era
un vallenato de 450 páginas y El amor en
los tiempos del cólera, un bolero de la misma extensión.
Visita a La Cueva
como uno de los actos del
Diplomado Conocimiento
Vital del Caribe.
Foto de F. Jaramillo
No hay comentarios:
Publicar un comentario