La
Jornada
México D.F.
25 de noviembre de 2013
De cómo García Márquez felicitó
a Poniatowska por el Cervantes
Por Elena Poniatowska
La escritora, en su casa, el pasado 19 de noviembre.
Foto Francisco
Olvera
A las 10 de la mañana vi volar cuatro mariposas amarillas en el jardín
frente a la iglesia de San Sebastián Mártir en Chimalistac.
“¡Qué raro –pensé– jamás las había visto por aquí!” Luego percibí un
intenso olor a guayaba. “¡Qué raro –aquí siempre huele a confesionario y a
pecado venial!”
Hacia las dos de la tarde, una camioneta negra se estacionó frente a la
casa y vi que la sobrevolaba un enjambre de alas amarillas. Y de pronto un
hombre de camisa abierta me anunció con cierto misterio. "Yo soy Genovevo,
y el señor la está esperando aquí adelantito". ¿El Señor de los Anillos?
¿El Señor Jesucristo? ¿El Señor Presidente? ¿El Señor del los Cielos? ¿El Señor
Marido de todas las viudas de la capital?
Obedecí, porque así me enseñaron desde niña. Como lo inesperado amanece
frente a la puerta últimamente, me asomé al carruaje, vi la cara redonda de
Gabriel García Márquez, y oí: "Elena". Sus dos manos me tendieron un
ramo de rosas amarillas ("Yo las escogí" –habría de decirme más tarde
la Gaba). La camioneta se convirtió
en un solo enjambre de mariposas amarillas que aleteaban en su cabeza.
"Todos somos premiados", dijo Genovevo. Gabo conoce bien el rumbo, porque Gonzalo, su hijo, y Pía Elizondo,
su nuera, vivieron en la calle de San Sebastián.
Ese mediodía me di cuenta, gracias al Quijote, que Gabo se desplaza con un séquito alado y reparte con sólo tenderlos
con sus dos manos el amarillo que es el color del astro rey, que tanta falta
hace a aquellos a quienes de pronto se quedan sin entender qué fue lo que les
pasó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario