MEMORABILIA GGM 669
ELESPECTADOR.COM
Bogotá -
Colombia
10 de
Mayo de 2013
Polémica
editorial
El ensayo no publicado de Vallejo
contra Gabriel García Marquez
En el libro ‘Peroratas’ (Alfaguara), compendio
de conferencias y discursos del escritor Fernando Vallejo, se incluyó un
escrito sobre Gabriel García Márquez que no fue publicado en 1998 por ‘El
Malpensante’.
Por:
Nelson Fredy Padilla /
editor
dominical de El Espectador
El siguiente es el
mensaje que envió a este diario Andrés Hoyos, director de la revista ‘El
Malpensante’:
“En el ‘Alto
Turmequé’ del domingo hay una imprecisión que quisiera señalar. Dicen allí que
El Malpensante rechazó un ensayo que Fernando Vallejo nos propuso en 1998 por
ser un ataque contra García Márquez y Cien años de soledad, lo cual es sólo
parcialmente cierto. De hecho, publicamos por esos días otro ensayo de Vallejo
llamado ‘Cursillo de orientación ideológica para García Márquez’, donde
Fernando arremete contra el comportamiento político de su famosísimo
compatriota sin la menor contemplación (ver: http://bit.ly/10bJ9XH). El que no
publicamos pretendía demoler Cien años de soledad diciendo que es una novela
escrita en tercera persona y otras cosas que ustedes citan en la nota. Yo era
el director en esa época y recuerdo que mi respuesta a Vallejo fue: ‘uno no ataca
a un elefante con un cortauñas’. Dicho esto, me parece estupendo que Alfaguara
haya publicado el ensayo de marras para que sean los propios lectores quienes
decidan si el elefante muere o no”.
El siguiente es el
texto completo del ensayo “Un siglo de soledad”, rescatado por Alfaguara para
el libro ‘Peroratas’, ya en librerías, y cuya publicación exclusiva en El
Espectador fue autorizada desde México por el escritor Fernando Vallejo:
Fernando Vallejo
UN
SIGLO DE SOLEDAD
«Muchos años después, frente al pelotón de
fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde
remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo».
En uso del derecho a malpensar que me confiere
esta revista, voy a hacerte unas preguntas, Gabito, muchos años después, sobre
tu libro genial que así empieza. ¿Muchos años después de qué, Gabito? ¿De la
creación del mundo? Si es así, yo diría que tendrías que haberlo dicho, o algún
malpensado podrá decir que se te quedó tu frase en veremos, como una telaraña
colgada del aire. Pero si no es después de la creación del mundo sino «después
de aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo», entonces
algo ahí sobra. O te sobra, Gabito, el «remota» pues ya está en «muchos años
después», o te sobra el «muchos años después» pues ya está en el «remota».
Pero no te preocupés por la sintaxis, Gabito,
que con las computadoras y el Internet ¿hoy a quién le importa? Al que te venga
a criticar con el cuento de la sintaxis, decile que ésas son ganas de
malpensar, de joder, y mandalo al carajo, que vos estás por encima de eso.
Soltales un «carajo» de esos sonoros, tuyos, como los de tu coronel Buendía.
Y en efecto, la originalidad de tu frase
inicial, así a algún corto de oído le suene sintácticamente coja, es soberbia,
y no está en la sintaxis sino en la escena luminosa que describes. Un viejo que
lleva a un niño a conocer el hielo, ¿no es una originalidad genial? ¿Cómo se te
ocurrió, Gabito? ¿Cómo se dio el milagro? ¿De veras fue como lo has contado en
repetidas ocasiones a la prensa, una tarde calurosa en que ibas camino de
Acapulco con Mercedes? ¿En qué ibas pensando camino de Acapulco con Mercedes
esa tarde calurosa? Aunque yo soy un pobre autor de primera persona que a las
doce del día no recuerdo qué desayuné, y no un narrador omnisciente como vos
que todo lo sabés, oís y ves, y que leés los pensamientos y nos podés contar lo
que recordó el coronel Buendía muchos años después, apuesto a que sé en qué
ibas pensando esa tarde calurosa camino de Acapulco con Mercedes. Ibas pensando
en Rubén Darío, en su autobiografía, en la que el poeta nicaragüense, muerto en
1916, cuenta que su tío abuelo político, el coronel Félix Ramírez, esposo de su
tía abuela doña Bernarda Sarmiento, lo lleva a conocer el hielo: «Por él
aprendí pocos años más tarde a andar a caballo, conocí el hielo, los cuentos
pintados para niños, las manzanas de California y el champaña de Francia». ¡Te
plagió, Gabito, te plagió ese cabrón nicaragüense! ¡Y con semejante frase tan
fea! Y no sólo te robó el hielo y el grado de coronel, sino hasta la expresión
genial tuya de «muchos años después», pues el «pocos años más tarde» de ese
sinvergüenza ¿no viene a ser lo mismo, aunque al revés? Y después dicen que los
colombianos somos ladrones. ¡Ladrones los nicaragüenses! Cuando te acusen de
plagio me llamás a mí, Gabito, yo te defiendo. A cambio vos me vas a enseñar a
ser autor omnisciente y a leer los pensamientos. Como ves, ya empecé a
aprender, vos me diste el ejemplo, ya sé en qué ibas pensando camino de
Acapulco con Mercedes esa tarde calurosa en que se te ocurrió lo del hielo: en
ese nicaragüense ladrón. Pero explicame ahora la segunda frase de tu libro
genial: «Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava
construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un
lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos». ¿Huevos
prehistóricos? ¡Prehistóricos serán los tuyos, güevón! No hay huevos
«prehistóricos». Los huevos son del Triásico y del Jurásico, o sea de hace
doscientos millones de años, cuando los pusieron los dinosaurios, y nada tienen
que ver con la prehistoria, que es de hace diez mil o veinte mil. Los bisontes
de las cuevas de Altamira y de Lascaux sí son prehistóricos. Sólo que los
bisontes no ponen huevos. ¿O en el realismo mágico sí? En esto de los huevos
prehistóricos sí metiste las patas, Gabito. ¡Por no consultarme a mí! ¿Qué te
costaba, si yo también vivo en México, llamarme por teléfono desde Acapulco? Yo
tengo en México dos o tres libros de paleontología con unos huevos de
dinosaurio fosilizados, magníficos, muy útiles para tu creación del mundo y de
tu Macondo.
Pero aclarame aunque sea otra frase, la
tercera, Gabito: «El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre
y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo». Si vos estás escribiendo
en español –una de las contadas «lenguas de civilización» de que habla Toynbee,
y que ha producido la máxima obra literaria, el Quijote, después de la cual
sigue la tuya, si no es que es al revés–, ¿no se te hace que se te fue un
poquito la mano con eso de que muchas cosas carecían de nombre y que para
mencionarlas había que señalarlas con el dedo? ¿No hay ahí una inadecuación
entre la lengua tuya, la del narrador (así sean tan genialmente pobres su
léxico y su sintaxis), y el mundo que describes? Para mí que te hubiera quedado
mejor tu libro en protobantú o en una lengua de la Amazonia. Pero claro, en
protobantú nadie se llama Aureliano Buendía con nombre y apellido, ni mucho
menos tiene grado de coronel. Gabito: ¿No se te hace raro que en Macondo muchas
cosas no tengan nombre pero las personas sí? Y para colmo con grado militar. En
un mundo tan primitivo, Gabito, tan recién bañado por el primer aguacero cual
es el caso de Macondo, ¿de dónde salió la jerarquía militar? Pues donde hay un
coronel hay generales y mayores y cabos. Pero esto no es un reproche, Gabito,
yo a vos te tengo buena voluntad. Nada más te lo recuerdo por si algún cabrón
malpensado algún día te lo saca a relucir, estés preparado y sepás qué
responder. Respondele: «Animal, ¿no ves que estamos ante el realismo mágico?
Por eso es mágico. Si las cosas tienen explicación, ¿dónde está la magia? ¿Qué
chiste hay pues?».
De todas formas, Gabito, si cuando escribías
tu creación del Universo me hubieras consultado sobre este asunto de los
nombres de los personajes, yo te habría aconsejado que para evitar malpensamientos
de cabrones los señalaras con el dedo. Además eso de llamar a los personajes
cada vez que se mencionan con nombre y apellido en realidad no es manía tuya,
es de Rulfo y de Mejía Vallejo: Pedro Páramo, Pedro Canales, Anacleto Morones,
Fulgor Sedano, Susana San Juan... Vos que sos tan imaginativo y genial ¡qué vas
a copiar a ese par de güevones!
Ahora bien, si no querés señalar a tus
personajes con el dedo, pues mencionalos siempre con nombre y dos apellidos
para que te distingás de ellos. Por ejemplo: Mauricio Babilonia Asiria, Pietro
Crespi Rossini, Pilar Ternera Mesa. Con este cambio tu comienzo te quedaría
así: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel
Aureliano Buendía Iguarán habría de recordar aquella tarde remota en que su
padre lo llevó a conocer el hielo». Mejora mucho en originalidad. Incluso el
«Iguarán» lo podés cambiar por «Iguana»: el coronel Aureliano Buendía Iguana.
Suena más paleontológico, más a huevo prehistórico.
Llegados a este punto, Gabito, te quiero preguntar
una última cosa, pero si no me la querés contestar no me la contestés: ¿De
veras plagiaste a Balzac? ¿O eran elucubraciones sin fundamento de ese
guatemalteco envidioso de Miguel Ángel Asturias? ¿Te acordás con la que salió
ese güevón? Que dizque vos sacaste a tu coronel Aureliano Buendía del Baltazar
Claës de La búsqueda del absoluto de Balzac, quien arruina a su mujer tratando
de fabricar oro pero en vez de oro sólo fabrica un diamante. ¡Cómo lo ibas a
plagiar si tu coronel Aureliano Buendía no fabrica diamantes sino pescaditos de
oro! El tono, claro, de las dos novelas, la tuya y la suya, se parece mucho.
Ustedes dos escriben como comadres chismosas, en prosa cocinera. Pero eso está
bien para el tema de ambos. Además, ¿quién te puede probar Gabito que le
robaste a Balzac el tono? Robarle un autor a otro el tono es como robarle un
hombre a otro el alma. Y si a ésas vamos, también a vos te lo robó Salvador
Allende. Ah no, fue su sobrina, ¿cómo es que se llama?
En fin, Gabito, para terminar porque ando
corrigiendo unas pruebas y muy apurado, una última inquietud, ahora sobre el
título de tu libro genial. ¿Por qué le pusiste «Cien años de soledad» en vez de
«Un siglo de ausencia» como el bolero? Yo hubiera preferido «un siglo» ya que
estás hablando en números redondos y que tuviste el acierto de que no fueran
ciento uno o noventa y nueve, lo cual es otra genialidad. ¿Cómo se te ocurrió?
Claro que «años» me suena mal. «Año» me suena a «caño», «coño». Yo sería
incapaz de poner la palabra «año» en el título de un libro mío. La eñe es fea
letra, hay que desterrarla del idioma. En cuanto a la soledad, mejor cambiásela
por «ausencia», pues en español «Soledad» también es nombre propio, y así algún
malpensado puede pensar que tus «Cien años de Soledad» son los cien años que
doña Soledad lleva sola: doña Soledad Acosta viuda de Samper, doña Sola, doña
Solita, ¡ay!
Gabito: No te preocupés que vos estás por
encima de toda crítica y honradez. Vos que todo lo sabés y lo ves y lo olés no
sos cualquier hijo de vecino: sos un narrador omnisciente como el Todopoderoso,
un verraco. Y tan original que cuanto hagás con materiales ajenos te resulta
propio. Vos sos como Martinete, un locutor de radio manguiancho de mi niñez,
que con ladrillos robados a la Curia se construyó en Medellín un edificio de
quince pisos propio. E hizo bien. Las cosas no son del dueño sino del que las
necesita. Además vos también estás por encima del concepto de propiedad. Por
eso te encanta Cuba y no lo ocultás. El realismo mágico es mágico. ¡Qué mágica
fórmula!
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