MEMORABILIA GGM 642
MEMORABILIA
GGM
Cali –
Colombia
Diciembre
29 de 2012
Nuevo libro de
Plinio A. Mendoza sobre GGM
Por
Fernando Jaramillo
Oportunamente informados por Gabriel Ruiz en
NTC… hacemos la reseña preliminar del libro publicado por Editorial B sobre las
cartas que Mendoza ha recibido de Gabriel García Márquez a lo largo de su vida.
Aunque GGM es alérgico a escribir cartas para
evitar que se hagan mal uso de ellas, según me lo dijo personalmente cuando nos
conocimos en Cartagena de Indias, con Plinio debió comportarse de manera
diferente ya que su amigo de toda la vida es además su compadre en el sentido estricto
de la palabra.
Ahora Plinio Apuleyo ha entregado el libro bajo
el título de Gabo cartas y recuerdos para
ser publicadas en Editorial B, la misma editorial que se hará cargo de la
publicación del libro de Germán Castro Caycedo que lleva por título Cuatro años de soledad, en donde se
narran las aventuras de GGM en Zipaquirá a su paso por el Liceo Nacional de
Varones.
Portada del libro y reseña
Pero no deben hacerse muchas ilusiones
nuestros suscriptores pues la editorial no es particularmente obsesiva con la prontitud
en la llegada de los libros a las librerías. El libro de Castro Caycedo ha sido
anunciado desde hace más de mes y medio y aun no está en librerías. El de
Plinio llegará detrás de ese. Solo que Gabo
periodista viene pisándole los talones y quizás no sea bueno encontrar tres
títulos al mismo tiempo dedicados al mismo personaje sin que haya desmedro en
las ventas de todos.
** ** **
Lecturas para fin
de año
Revista Coroto on line
Blog del autor
El Paso –
Tx. - EUA
2 de diciembre
de 2012
Los Nuestros, reedición de
un libro de Luis Harss
Fotografía
tomada de Alfaguara.
Por: Federico Pizano*.
Schopenhauer solía afirmar que, sólo pasados
unos cincuenta años, un libro podía adquirir las características de clásico
inmortal. En pocas palabras, si el texto soportaba la mirada crítica, luchaba
contra el olvido y terminaba ganándose la reverencia de los entendidos; se
daría por justificada la tala de algunos árboles para su elaboración.
El sello Alfaguara parece tenerlo claro, al
reeditar Los nuestros de Luis Harss. Volumen oculto o mítico donde los haya, el
mismo autor reconoce un poco su naturaleza bajo estas palabras en las Notas a
la nueva edición: “Me pregunto por qué el libro se leyó tanto”. Y también
adelanta algo: “Me habría gustado cambiar muchas cosas para esta edición, pero
me di cuenta que Los nuestros es una reliquia de época, venerable a pesar mío y
de sus defectos, y exceptuando unos cortes y algunas correcciones de estilo he
dejado todo como estaba”.
Salvado el cubrimiento de espalda, habría que
decir que Luis Harss fue un rebelde y hasta visionario, muy a pesar suyo: con
insolencia intelectual, en su momento tocó, saboreó y desmenuzó un material que
no llegaba a su pubertad narrativa. Con ojo avizor se hizo con una mano de
cartas, con la que pocos jugadores de su época pudieron pensar en tener la
partida ganada: Carpentier, Asturias, Borges, Guimaraes Rosa, Onetti, Rulfo,
Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa.[1] Y lo que todavía lo hizo ir más
allá: los entrevistó, analizó sus obras y escribió sus impresiones en inglés.
Es posible que en esto último reside su mayor
logro y fracaso. Harss demostró tener buen ojo, apenas oteó los alcances del
boom latinoamericano.[2] Al mismo tiempo, se reafirmó en su acción al
transvasar sus impresiones en una lengua foránea para así entregarle carne
fresca a los estudios anglosajones. El hecho no es de extrañar en absoluto. El
autor pertenece a ese tipo de seres marcados por ciertas dicotomías. En primer
lugar, su nacionalidad se encuentra dividida entre Norteamérica, Chile y
Argentina. Para sus allegados del círculo editorial, más que periodista, Harss
es escritor. Además de Los nuestros[3],
Harss es conocido como el mejor traductor al inglés de Felisberto Hernández y
de sor Juana Inés de la Cruz.[4] Por si esto fuera poco, en el año 1981 fue el
editor en jefe de The Review: Latin American Literature and Arts Author
Files.[5]
Pero hay que volver a Los nuestros. A ratos, pareciera que su intento se queda corto y
termina por ahogar el espíritu latinoamericano. El mismo autor advierte que la
posterior traducción al español tuvo que hacerla a seis manos, con las mismas
que pudo haber estrangulado las imágenes propias del Caribe y otras latitudes.
Pero no por ello este libro de entrevistas en profundidad deja de ser una
sorpresa. Harss realiza un compendio de quienes brillaban y de quienes apenas
estaban comenzando a hacerlo. Para tal fin, logra quitarse los tabúes que
agilizan la reverencia fácil hacia los intelectuales, e intenta ser lo menos
condescendiente con su material de estudio. Sus incursiones, en consonancia con
los riesgos propuestos por el boom, también rehúyen a ser otras más del montón.
Por el contrario, las entrevistas incluidas intentan seguir esquemas minuciosos
y casi cortados con patrones milimétricos. En vez de echar mano de la manida
pregunta-respuesta o de fórmulas aún más conocidas, Harss, con fortuna y sin
ella, juega a detenerse en los pequeños detalles, en las incidencias iniciales
y en intentar hacer un cuento de cada entrevistado.
De esta forma, petrifica toda acción al
suspenderse ante Joao Guimaraes Rosa y en los polvillos solares que terminan
por posársele en su pelo gris, en el carácter monosílabo y la corpulencia de
Miguel Ángel Asturias, en el amor de Jorge Luis Borges por “...el pan y la sal,
las estaciones, el arte de la amistad, el gusto del café, el sueño, el hábito,
la diversidad y el olvido...”, en las huellas de la renuncia y el desgano en el
andar de oficinista envejecido propio de Juan Carlos Onetti o en la chispa retardada
de Juan Rulfo.
Harss entra en la acción con elegancia. Rehúye
hacerse más importante que el entrevistado y, luego de la introducción, alterna
las máximas de las conversaciones, con la historia del país de origen o del
lugar de la cita, con los análisis de sus obras y con extractos de las mismas.
Sin embargo, su concienzuda investigación devora a grandes mordiscos sus
intentos. Si bien es de agradecer la profundidad con la que trata a cada uno de
sus pacientes, también es cierto que sus excesos terminan por ahogarlos en el
fondo. El lector, por mucho que quiera conocer la obra del artista, también
está ansioso por saber qué opina cada uno de ellos. No obstante, Harss a veces
los amordaza y termina por darle la mayor importancia a cada libro publicado. Es
lógico que en ellos se encuentra la esencia del escritor, pero por esa misma
razón existen y necesitan de datos anexos. El canibalismo del método en Los
nuestros es progresivo, antropófago hasta el agotamiento. Cada autor habla a
ráfagas, luego de su presentación, pero poco a poco el comentario redactado de
cada libro se hace obsesivo y casi sin final. Harss se detiene en los
argumentos hasta de los cuentos, relata cada historia con lujos de detalle y
suele ser inclemente con sus críticas.
A García Márquez le destroza La hojarasca al calificarla, bajo los
epítetos de obra despatarrada, verbosa, escrita a saltos y malograda. Hace otro
tanto con La mala hora, texto que
considera improvisado, con escenas que se marchitan y escrita con impulsos
desorientados. De La ciudad y los perros
de Vargas Llosa, libro que justifica esta reedición de Los nuestros, afirma que
no intriga y no seduce al lector, que es un intento injusto del autor por
despistar. Esta novela es tan desequilibrada para Harss como también sostiene
que lo es Señor presidente. De la
obra de Miguel Ángel Asturias destaca la “...sátira un tanto burda, la torpeza
y el sentimentalismo de las escenas amorosas, las intermitencias y
desarticulaciones, la frenética extravagancia de muchos episodios, sus
protagonistas espectrales y despersonalizados y los arbitrarios mecanismos de
coincidencia que los unen...”. De Los
pasos perdidos sostiene que sus párrafos resultan exasperantemente
retóricos y con una sintaxis petrificada; mientras que desdeña la falta de
complejidad psicológica en casi todos los personajes creados por Carpentier.
Con Cortázar, a pesar de objetarle cierta cirugía estética habida en la
metafísica de Los premios, se muestra más permisivo. En sus páginas sólo le
rebate a Rayuela el “...nivel
intelectual de difícil acceso al lector común…”. Un caso parecido sucede con
Borges. Del escritor argentino sólo es capaz de hacer notar su barroquismo,
bruscas soluciones de continuidad y tartamudeo presentes en la Historia universal de la infamia. Del Grande sertao de Guimaraes Rosa sostiene
que “...es un coloso intrincado y algo indigesto...” y que “...Tiene algunos
defectos fastidiosos...”. Por su parte, a Juan Carlos Onetti parece no
perdonarle sus evidentes deudas (perjudiciales para Harss) contraídas con
Faulkner, en especial las contenidas en Los
adioses. De igual forma, no cesa de hacer notar la influencia de Dos Passos
en Carlos Fuentes, a quien le desmonta su libro La región más transparente. A ese texto termina por calificarlo de
incómodo, con demasiado montaje y con una abundancia que llega hasta el
derroche. “...Es una novela fotográfica, explícita en sus métodos,
frecuentemente deslumbrada por su propio virtuosismo. Las caracterizaciones,
poco matizadas, tienden al arte de la cartelera...”. Por último, y luego de
llenar en llamas el llano de Rulfo, Harss esgrime algunas consideraciones sobre
Pedro Páramo. En ellas sostiene que
sus personajes languidecen, es sensiblera, no agrega nada nuevo al tema del
déspota local y su personaje central es cortado por un viejo molde. Sin
embargo, como otra ironía histórica que encierra este volumen, Harss filtra la
noticia de una posible nueva novela de Rulfo, llamada La cordillera, con la que el mexicano pudiera mejorar sus vicios de
escritura.
Pese a todo, Los nuestros no deja de poseer
una indiscutible valía como documento de la época, como libro de culto. A
manera de saciar el feroz apetito de los seguidores del boom, y de sus autores
relacionados, el texto de Harss contiene cápsulas, en forma de datos sueltos o
breves comentarios pronunciados por los mismos escritores. Ilustra la fibra
burlona de Borges en sus libros y hechos, como aquel que lo hizo arengar sobre
Walt Withman en un auditorio venezolano que esperaba un discurso sobre la
literatura del país anfitrión. De igual manera, se entromete en la ascendencia
española de Rulfo, en su carácter taciturno y en su cargo dentro del Instituto
Indigenista mexicano. A Asturias, en cambio, le extrae la confesión de cómo
elaboró su primera novela, a partir de recuerdos configurados y repetidos. Con
Carpentier se queda suspendido en múltiples comentarios acerca de su tardío
descubrimiento francés del realismo mágico latinoamericano. De Cortázar ilustra
su apretado pasado como un ser casi huérfano, que llegó a lograr un puesto como
maestro de escuela; amén de su posterior conversión al surrealismo, a la
patafísica de Alfred Jarry y al fino humor de sus obras posteriores. “...Otra
parte del libro (Manual de instrucciones)...” dice Cortázar refiriéndose a las Historias de cronopios y de famas, “...
lo escribí después de casarme... La culpa de esos textos la tiene mi mujer, que
un día, mientras subíamos con gran fatiga una enorme escalera de un museo, me
dijo de pronto: ‘Lo que pasa es que esta es una escalera para bajar’. Me
encantó la frase y le dije a Aurora: Uno debería escribir algunas instrucciones
de cómo subir y bajar por una escalera...”. En su apartado sobre Guimaraes Rosa
resalta su incontinencia narrativa e, incluso, llegan a relucir frases tan
reveladoras como las del tipo: “...Si viviera cien años... no tendría tiempo
suficiente para escribir todas las historias que tengo en la cabeza...” A
Vargas Llosa le extrae su tortuosa relación paternal, la materia prima de su
primera novela y las impresiones vivenciales que configuraron La casa verde. Algo parecido también
hace con un García Márquez, sumido en la comodidad de su hogar mexicano. Hasta
a Onetti, en medio de su natural desaprensión, le extrae sus orígenes ingleses
(mas no italianos) y la mejor definición de la atmósfera presente en El astillero: “...Es como un día de
lluvia en que me traen un abrigo empapado, para ponérmelo...”
Algo que llama la atención es la conciencia
que mantiene Harss sobre el carácter incompleto de su libro. Aunque en sus
consideraciones acerca de la obra de Rulfo acaba por no dar en la diana[6], el
autor no esconde cierta grata corazonada acerca de la novela en la que se
encontraba sumergido García Márquez (en este caso, Cien años de soledad). De igual manera, lamenta no haberse
entrevistado con el cubano José Lezama Lima o con el venezolano Rómulo
Gallegos, a quien la muerte lo sorprendió en la época de Los nuestros. En una edición anterior a la que acaba de rescatar
Alfaguara, y que aún no tenía los recortes mencionados por su autor, hubo un
ejercicio de mea culpa en su Epílogo, con
retracciones. El mismo estuvo dedicado a jóvenes promesas como Guillermo
Cabrera Infante, Daniel Moyano y Salvador Garmendia. Sin embargo, incluso en
este intento por indulgencias no dejaron de echarse de menos nombres tan
importantes como los de Jorge Amado, Álvaro Mutis, José Donoso, Augusto Roa
Bastos, Manuel Puig, Alfredo Bryce Echenique, Octavio Paz, Ernesto Sabato,
Augusto Monterroso, Adolfo Bioy Casares o Arturo Uslar Prietri. Este hecho ya
lo había advertido el mismo Donoso en su Historia
personal del Boom:
“...Los
nuestros, de Luis Harss... recogió hace algunos años a diez escritores que
entonces parecían definitivos en el panorama literario, pero cuya primacía en
cuanto a reputación y a calidad literaria, en varios casos, apenas un puñado de
años más tarde parece discutible...”
Quizás, para los efectos de calmar algunos
ardores, Harss realiza un Prólogo arbitrario en el que supuran las
explicaciones, el origen y el desarrollo de la novela latinoamericana. En éste,
se pasea por la influencia de Rómulo Gallegos, de Horacio Quiroga, de Leopoldo
Marechal, de Felisberto Hernández, de Leopoldo Lugones, de Agustín Yáñez, de
Carlos Reyles y de Roberto Arlt, entre otros. Por tal razón, se apresura a
cubrirse las espaldas al dejar plena constancia sobre la división de sus diez
escritores entrevistados, al tomar como base a tres generaciones bien
diferenciadas por las fechas de nacimientos y estilos.
Escrito todo esto, las consideraciones de
Schopenhauher sobre la pervivencia o caducidad de los libros todavía se presta
a eternas discusiones. Quizá Los nuestros
de Luis Harss ilustre uno de los tantos filtros por los que tienen que
pasar los textos en la tortuosa fila india hacia la inmortalidad; los mismos
que, a su vez, casi se enfrentaron y le prohibieron el paso.
[1] Las omisiones, que las hay, la excusa con una idea de Paco Porrúa,
el primer editor de este libro en español: eran tan escandalosas que harían
exitoso este volumen.
[2] Todos los escritores del boom han estado de acuerdo en endosarle la
creación del término al mismo Harss. El peruano Mario Vargas Llosa, en una
reciente entrevista publicada en Internet, responde hacia la paternidad de la
etiqueta boom latinoamericano: “Nadie lo sabe, nadie está de acuerdo, nadie
puede precisar cuándo se usó por primera vez esta expresión. Si hay que fijar
una fecha o lugar de nacimiento, yo diría que fue un libro que a mediados de
los años sesenta una editorial norteamericana encargó al escritor
norteamericano-argentino Luis Harss, y que se publicó en español como Los
nuestros. Creo que Harss fue el primero en utilizar esa expresión, el boom, y
también el primero que presentó una galería de escritores latinoamericanos que
formaban parte de este movimiento o tendencia. Ahí estábamos Güimaraes Rosa,
García Márquez, Fuentes y yo, y no estoy muy seguro si Onetti...”
[3] Cuyo título original fue: Into the mainstream: Conversations with
latin-american writers.
[4] Para los entendidos el trabajo que realizó, en Piano Stories y en
Sor Juana´s Dream, es excelente. Tanto así que, en algunos centros de estudios
norteamericanos, se le da mucha importancia a la introducción y comentarios,
que el mismo Harss confeccionó para el libro de la religiosa.
[5] Ésta fue una revista norteamericana dedicada a la literatura
iberoamericana. En ella se filtraban las correspondencias entre los editores
del magacín con los autores, traductores, firmas de editoriales estadounidenses
y estudiantes. De igual forma, publicaban manuscritos de poesía y prosa en
español o portugués, artículos de nuevo periodismo, entrevistas, documentos
literarios y fotografías.
[6] Él mismo refiere en una nota final la enemistad que se ganó con el
autor de Pedro Páramo.
Los Nuestros
ALFAGUARA/2012/416 PPS.
http://www.revistacoroto.com/apps/blog
*FEDERICO PIZANO
Promotor cultural ecuatoriano. Ha publicado en diferentes blogs de
Latinoamerica. Su línea de investigación es la reseña literaria de los últimos
años. Este es otro ejercicio que gentilmente cede para las páginas de Coroto.
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