MEMORABILIA GGM 607
El mundo entero celebra el cumpleaños 85 de un ícono latinoamericano:
Gabriel García Márquez, también se conmemoran los 45 años de la aparición de su
novela Cien años de soledad y los 30 del
Premio Nobel en Suiza (sic).
Muchas personas no saben que García Márquez cantó profesionalmente
algunos años, en un night club llamado L´Scala,
en París, donde se reunían exiliados latinoamericanos, entre ellos el cubano
Nicolás Guillén.
“En L´Scala nos reuníamos –cuenta
el colombiano- no para consumir, sino para cantar y ganar algo. Cantábamos
canciones mexicanas y boleros cubanos, junto al pintor venezolano de apellido
Soto. Todavía existe un cassette con el mexicano Carlos Fuentes donde
cantábamos un Long Play de canciones mexicanas.
El Nobel cantando
Yo ganaba por noches unos francos (un dólar) con lo que iba agarrando
algo. Pero no imaginas cuánto placer sentía cuando en la oscuridad las parejas
se amaban al idilio de un bolero. Estas cosas ya las conté en la revista Opina
(1989) de La Habana”.
Es curioso que García Márquez se haya atrevido a cantar en público, a
pesar de que “les tengo miedo a los micrófonos y a las cámaras de televisión como a
los aviones, pero las necesidades obligan en la vida”.
En aquellos tiempos en que García Márquez vivía en París, siempre
recordaba a los boleristas de Cuba, especialmente del Conjunto de La Sonora
Matancera.
“Yo llegué a admirar tanto a Bienvenido Granda, que siempre he creído
que yo me dejé el bigote para toda la vida, por Bienvenido Granda, que lo
llamaban El Bigote que canta y en
México, en los momentos de su gran apogeo, yo usaba el bigote muchísimo más
grande, y más poblado que ahora, y me llamaban los compañeros de trabajo El Bigote que Escribe”.
Gabriel conoció a Bienvenido en México, en el Teatro Blanquita, y donde
quiera que se presentara Bienvenido Granda,
lo seguía. “Ya era un hombre mayor y continuaba teniendo ese chorro de
voz, tan extraordinario. Eran épocas de mis malos tiempos en México, cuando
escribía Cien años de soledad. La
referencia para mí, siempre fue la de Bienvenido”.
Al escritor le gusta que le pregunten por Bienvenido porque hay una
tendencia entre los intelectuales de evadir sus gustos populares. “Yo sé que a
muchos intelectuales le gusta en secreto, pero les da pena que se sepa que les
gusta. A mí no me da pena y me siento muy orgulloso que esto me guste, porque
es parte de la cultura en la cual yo me formé y la cultura de la cual soy
parte, que es la cultura del Caribe. Como chiva podemos decir, que por fin hay
un Premio Nobel de Literatura, al cual le gusta Bienvenido Granda”.
Pero, volviendo a la etapa en que Gabriel estaba en París, entre 1955 y
1959, cuando vivían en pensiones de mala muerte, donde también pernoctaba
Nicolás Guillén. Era justamente en el Hotel Saint Michel, el menos sórdido de
la calle de hoteles baratos donde una cohorte de latinoamericanos y argelinos
esperaban un pasaje de regreso comiendo queso rancio y coliflores hervidas.
“Viví pobre a morir, era corresponsal de El Espectador y los giros
mensuales tardaban a consecuencia de la presencia del dictador Rojas Pinilla”.
En una de sus crónicas, titulada Punto
final a un incidente ingrato, el colombiano ha tenido la sinceridad de
reconocer que “He comido sobras de un cajón de basuras en París”, lo cual no
debe asombrarnos en escritores de la bohemia de París, recordemos los avatares
de Balzac.
Estas experiencias ayudan y es así como García Márquez llega a
comprender el mundo de París y de la Europa aristocrática. “Aprendí a
desconfiar de los intelectuales franceses y de la decadencia de Europa que ya
estaba vieja; mientras que América era lo nuevo, renovado y vivo. En París me
di cuenta cuál era mi cultura, allí comprendí que lo mío estaba en el Caribe.
Por eso estoy comprometido, desde ese momento, con lo popular, esa es mi
esencia, aunque haya llegado a la cima de la fama”.
García Márquez recuerda a Guillén en su cuartucho descolorido, sin baño
y una cama donde se habían suicidado dos amantes lúgubres de Senegal. “Yo no logro evocar –recuerda el Gabo– la imagen del poeta cubano en aquella
habitación”.
Aún en los tiempos más crueles del invierno, Nicolás Guillén conservaba
en París la costumbre muy cubana de despertarse (sin gallo) con los primeros
gallos, y de leer los periódicos junto a la lumbre del café. Luego abría la
ventana de su balcón y despertaba a la calle entera gritando las últimas
noticias de la América latina traducidas del francés en jerga cubana.
Total que el 1 de enero de 1959 Nicolás Guillén gritó en la pensión una
noticia única: -¡Se cayó el hombre!
“Nosotros no sabíamos cuál hombre se había caído, qué dictador
latinoamericano. –memoriza García Márquez–. Cuba siempre ha sido un país
mítico, después de su azarosa guerra de independencia. Yo conocí de Fidel
Castro, en 1953, a través de Guillén, quien padecía de un destierro sin
esperanza. En aquellos días era todavía un enigma imprevisible. No podíamos imaginar que en la Sierra Maestra
se estaba gestando la primera revolución socialista de América Latina. Por lo
tanto, la noticia fue espectacular”.
Después de aquella noticia, el colombiano, en calidad de periodista,
llega a Cuba por primera vez, a través de Venezuela que había colaborado tanto
con la lucha revolucionaria de Cuba. “El 18 de enero de 1959, un hombre del Movimiento 26 de julio de la Revolución
cubana buscaba periodistas que quisieran ir a La Habana. Yo era partidario de
la Revolución Cubana y me enrolé sin pesarlo dos veces, junto a Plinio Apuleyo
Mendoza.
Viajé sin pasaporte, sólo contaba con un recibo de lavandería, el
agente de la aduana solamente me deseó un feliz viaje. Íbamos –como el Granma-,
sobrecargado de gentes, con peligro de que no aterrizáramos felizmente. El
piloto me dijo que llegaríamos solo con la ayuda de la Virgen de la Caridad del
Cobre”.
A partir de 1959 traba contacto en directo con los cantantes y músicos
cubanos que pululaban por los bares, clubs y cabaretuchos habaneros. “En La
Habana la fiesta estaba en su apogeo. Había mujeres espléndidas que cantaban en
sus balcones, pájaros luminosos en el mar, música por todas partes. Todos los
niños contaban con juguetes, turrones y cochinito asado por doquiera. Trabajé
duramente todo el día como corresponsal de Prensa Latina, en la noche, ya
tarde, vivimos la bohemia habanera que era de las más espléndidas del mundo”.
De aquellos tiempos de la década de 1960 el novelista siente mucha
nostalgia, especialmente cuando escucha a Los Beatles. “Ellos contaminaron al
mundo con una música sencilla, amable.
Cuando los escuché por primera vez yo residía en San Ángel, donde no
teníamos nada de comodidades, pero había disco negros de pasta, de los clásicos
europeos y el primer disco de Los Beatles, que lo escuchaba hasta los
escritores como Carlos Fuentes. En México cuando escribía Cien años de soledad, gastaba los discos de Los Beatles, que
escuchaba para estimularme. La apoteosis de la nostalgia de la década
prodigiosa. Escucho la música de aquellos tiempos con cierto miedo porque
siento que me acordaré de esa música por el resto de mi vida. Es la trampa de
la nostalgia, que quita de su lugar a los momentos amargos y los pinta de otro color,
y los vuelve a poner donde ya no duelen. Como en los retratos antiguos, que
parecen iluminados por el resplandor ilusorio de la felicidad, y en donde sólo
vemos con asombro cómo éramos de jóvenes. Todos caímos en la trampa de la
nostalgia que colorea nuestras vidas. A partir de entonces nada fue igual, todo
fue más natural de lo que era antes. Yo estaba en esa etapa en que se está
lleno de ilusiones y esperanzas”.
Desde aquellos tiempos de la bohemia, Gabriel apreciaba mucho a los
cantantes. “Soy amigo de los cantantes. Me encanta andar entre la farándula.
Cuando estoy con mis amigos íntimos no hay nada que me guste más que hablar de
música. Tengo más discos que libros. Descubrí el milagro de que todo lo que
suena es música, autos de las calles, claxon, vocerío…todo. Música es todo lo
que suena. Soy un melómano empedernido, siempre digo mi lema: lo único mejor
que la música, es hablar de música. Sigo creyendo que es la pura verdad. He escuchado tanta música como he podido
conseguir. En las discotecas de New York he comprado discos caribeños que no se
logran en ningún lugar”.
Ahora que García Márquez viaja poco, se refugia en su choza de México
escuchando la música de todas partes: “Mis músicas preferidas, por supuesto,
las de origen popular. Tengo una colección de música del Caribe, es la que más
me interesa, sin excepción. Desde las canciones de Rafael Hernández y el trío
Matamoros, hasta las plenas de Puerto Rico, los tamboritos de Panamá, los polos
de la isla de Margarita, en Venezuela, o los merengues de Santo Domingo. Y, por
supuesto, lo que más ha tenido que ver con mi vida y con mis libros, los cantos vallenatos de la costa
del Caribe de Colombia. Cien años de
soledad, es un gigante vallenato. Vi de muy niño al primer acordeonero, una
verdadera revelación para mí. Después descubrí la literatura y me di cuenta de
que el procedimiento es el mismo”.
Otras músicas que el colombiano aprecia son las de Jamaica, Martinica,
Daniel Santos “quien me llamaba a mi casa para que le escribiera sus memorias.
Admiro a Armando Manzanero, Toña la Negra. Las baladas del pop español. El inmortal
Pérez Prado es uno de mis idolos más antiguos y tenaces, como debe constar en
los archivos de los periódicos en que escribí mis primeras notas, en El Heraldo
de Barranquilla (1951)”.
“Mira, hablar de la música sin hablar de los boleros es como hablar de
nada…Tengo miles de boleros en disco de pasta negra, tengo boleros, rancheras,
todo lo que es la época de Bienvenido Granda, de Miguel Matamoros, de Daniel
Santos, de Quico Mendive”.
Yo pensaba que García Márquez escribía escuchando boleros, pero, en
1985 reveló a la revista Opina: “Yo no puedo escribir escuchando música, porque
le pongo más atención a la música que a lo que estoy escribiendo. Tengo que
escribir en absoluto silencio; pero en las notas que estoy escribiendo, oigo
mucha música, especialmente boleros de mi tiempo. Y no sólo tomo información de
otros libros y de la música, sino también de la música y según lo que este
escribiendo, es la música que oigo”.
El novelista es amigo de grandes del bolero: “Hace unos años recibí en
Barcelona un telegrama de alguien que solicitaba mi ayuda para escribir sus
memorias y que se firmaba con el seudónimo de “El Inquieto Anacobero”. Un
seudónimo cuyo titular es conocido de todo el Caribe. Daniel Santos, el Jefe”.
Rubén Blades musicalizó algunos cuentos de Gabriel y también hay muchos
gigantes del bolero que llaman a su casa. Con Manzanero también ha hecho
alianza musical. “Manzanero es uno de los más grandes poetas actuales de la
lengua castellana. Yo estuve tratando de hacer un bolero junto a Manzanero, lo
intente durante un año por lo menos. Y es lo más difícil que hay. Poder
sintetizar en las cinco o seis líneas de un bolero, todo lo que un bolero
encierra, es una verdadera proeza literaria”.
Manzanero llegó a pedirle a
García Márquez que escribiera el argumento y él lo versificaría. “Pero yo lo
que quiero es escribir la letra completa de un bolero.
Traté con el trovador Silvio Rodríguez también. Con Silvio fuimos tan
lejos en el experimento. Yo le di el argumento, y él me dio en un casete la
métrica; el número de silabas que podía tener cada verso, inclusive las
terminaciones de la rima. Estuve meses tratando, pero no pude. Es muy difícil.
Un bolero es algo que yo admiro muchísimo”.
El escritor de Cien años de
soledad, le concede una importancia capital al bolero, “expresa
sentimientos y situaciones que a mí me conmueven y que sé que a muchísima gente
de mi generación conmovió. Un bolero
puede hacer que los enamorados se quieran más y a mí me basta para querer hacer un bolero.
Lograr que los enamorados se quieran más, aunque sea un momentico, es
culturalmente importante, y si es culturalmente importante es revolucionario”.
El movimiento de la salsa de la década de 1970 en Nueva York le llamó
mucho la atención al novelista. “Acepto la salsa, con la conciencia de que no
es una nueva música, sino la continuación exiliada y sofisticada para bien de
la música tradicional de Cuba. Cuba fuera una gran potencia, aún mayor, si
contara con una industria musical y estuviera en los circuitos de la
comercialización, pero el bloqueo no se lo permite. Yo tengo muchos discos de
salsa. Rubén Blades me ha hecho el honor de poner música a algunos de mis
cuentos. Fue una endiablada aventura. Nada me hubiera gustado más en este mundo
que haber escrito la historia tremenda de Pedro Navajas”.
Sigo pensando que García Márquez de haber contado con más tiempo para
escribir, hubiera dejado crónicas musicales inmortales.
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