MEMORABILIA GGM 584
El Heraldo
Barranquilla -
Colombia
2 de junio de 2012
Cien Años de soledad en lengua wayuunaiki
Un tal prólogo de
García Márquez
Por JAIME DE LA HOZ SIMANCA*
*
Jaramillo –gabitero, como a sí mismo se llama–, es el
creador de memorabiliaggm, el portal de internet que rastrea la vida y obra de
García Márquez y en el que aparecen, desde 1999, en estricto orden, todos los
textos y referencias que se publican del Premio Nobel, casi todos los días, en
los más recónditos espacios de revistas y periódicos del mundo
hispanoamericano. En ese mismo portal también está el controvertido prólogo
–reproducido del que publicó en exclusiva el diario El Heraldo en la edición
del 18 de abril de 2012–, y sobre el cual opinaron escritores y periodistas,
entre ellos, el cronista Alberto Salcedo Ramos, quien dijo, segundos antes de
explotar una sonora carcajada: “Si ese prólogo lo escribió García Márquez,
entonces yo escribí La Divina Comedia”.
Pero las dudas son mayores, como se verá más adelante.
Reconocidos diarios de América, como El Comercio, de
Ecuador, presentaron la noticia del prólogo como si hubiera sido una reaparición
del Nobel después de un largo y justificado silencio. Otros, lo han reproducido
sin comentarios al margen; pero, entre seguidores, conocedores, gabólatras y
simples lectores de su obra, las suspicacias alcanzan niveles de mayor altura.
Varios escritores consultados prefirieron salidas diplomáticas o gambetas
cortas. Uno de ellos afirmó: “No quiero líos. Esta vez paso”.
En 2010 se habló por primera vez, públicamente, acerca de la
traducción de Cien Años de Soledad al
wayuunaiki, lengua que hablan quinientos mil indígenas de la etnia wayuu
distribuidos entre el departamento de La Guajira y el Estado Zulia de Venezuela. Según el Documento de Política Etnoeducativa
No. 2 del Ministerio de Educación Nacional, Tomo II, el 71% de la población
wayuu no lee ni escribe español.
Gabriel García Márquez y su familia han mostrado siempre sus
simpatías por La Guajira,
tierra donde nacieron Luisa Santiaga Márquez, madre del escritor, y Nicolás
Márquez, abuelo del mismo. Su abuela, Tranquilina Iguarán, es de origen wayuu.
En Cien años de soledad son visibles dos personajes de esa comunidad:
Visitación y Cataure, quienes arriban a Macondo con la peste del insomnio.
Inicialmente se llevó a cabo una reunión en medio del
Festival indígena de Uribia de 2010, y en ella participaron prestigiosos
lingüistas y especialistas del español y el wayuunaiki, al igual que la Ministra de Educación de
entonces, Paula Moreno, quien avaló el proyecto que también integran asesores e
ilustradores de la obra. Después de posteriores encuentros, entre el 18 y 20 de
mayo pasado, el grupo apareció en Riohacha, donde adelantó varias sesiones de
trabajo. Pero días antes, el mundo macondiano fue sorprendido con la
publicación de un extraño prólogo de seis breves párrafos en cuyo final aparece
el nombre de Gabriel García Márquez.
LOS PRÓLOGOS DE GABO. La reciente información sobre el
último prólogo atribuido a García Márquez explica que es el cuarto que escribe
a lo largo de su dilatada carrera; sin embargo, al aguijonear los recuerdos, o
al echar un vistazo a su abundante producción literaria, es evidente que el
número de prólogos escritos por Gabo se extravía en un laberinto de
presentaciones, reseñas de primeras páginas de las obras, prefacios e
introducciones que diluyen cualquier conteo que se intente. Hay muchos prólogos
memorables de electrizantes metáforas y giros asombrosos que reducen al de la
edición de Cien años de soledad en wayuunaiki a un simple escolio de
principiante.
Así, a vuelapluma, registra uno al Gabo prologuista al encontrar
su firma y el año –83– al final del texto que anteceden las notas y caricaturas
de Héctor Osuna, quien ese mismo año publicó el libro Osuna de frente. En tal
prólogo, titulado La historia vista de espaldas, remata nuestro Nobel de
literatura:
“Su negocio parece ser la salvación de las almas. Y su única
posición legítima, en consecuencia, sólo puede ser la de los cristianos
primitivos, que en el circo romano se dejaban comer por los leones cantando
plegarias de amor, porque estaban tan convencidos como Osuna de que en la
lógica de Dios eran ellos quienes se estaban comiendo a los leones”.
Cuatro años después, la editorial Mondadori publicó el libro
Habla Fidel, escrito por el veterano periodista italiano Gianni Mina. Se trata
de una extensa entrevista que alcanzan las 350 páginas, incluido el
deslumbrante y extenso prólogo de García Márquez, quien lo titula así: Fidel
Castro: el oficio de la palabra hablada. Dicho prólogo comienza de la siguiente
manera:
“Refiriéndose a un visitante extranjero al que había
acompañado durante una semana en una gira por el interior de Cuba, Fidel Castro
dijo: ‘Cómo hablará ese hombre, que habla más que yo’. Basta conocer un poco a
Fidel Castro para saber que era una exageración suya, y de las más grandes,
pues no es posible concebir a alguien más adicto que él al hábito de la
conversación. Su devoción por la palabra es casi mágica. Al principio de la
revolución, apenas una semana después de su entrada triunfal en La Habana, habló sin tregua
por la televisión durante siete horas. Debe ser un récord mundial…”.
En 1996, la Imprenta Nacional de Colombia terminó de imprimir
el libro de Álvaro Mutis, La mansión de Araucaíma y otros relatos, y en él
apareció un prólogo escrito por García Márquez que, tal vez, concluyó meses
antes de que la obra se conociera. O años. Se titula Mi amigo Mutis y el
párrafo de entrada es el siguiente:
“Álvaro Mutis y yo habíamos hecho el pacto de no hablar en
público el uno del otro, ni bien ni mal, como una vacuna contra la viruela de los
elogios mutuos. Sin embargo, hace diez años justos y en ese mismo sitio, él
violó aquel pacto de salubridad social, sólo porque no le gustó el peluquero
que le recomendé. He esperado desde entonces una ocasión para comerme el plato
frío de la venganza, y creo que no habrá otra más propicia que ésta”.
En 2003, Gabo prologó el libro El cerebro y el mito del yo,
del científico Rodolfo Llinás. En uno de sus apartes afirma que “este libro
maestro en el que Rodolfo Llinás propone la tesis casi lírica de que el
cerebro, protegido por la coraza del cráneo, ha evolucionado hasta el punto de
transmitirnos imágenes del mundo externo que –a diferencia de las plantas
arraigadas– nos permiten movernos en libertad sobre la tierra. Más asombroso
aún: son ensueños regidos por los sentidos en la oscuridad y el silencio
absolutos, que al ser elaborados por el cerebro se convierten en nuestros
pensamientos, deseos y temores. O –como pudo decirlo Calderón de la Barca- es el milagro
racional de soñar con los ojos abiertos”.
El Áncora Editores presentó en 1997 el libro Memorias del
expresidente Alberto Lleras Camargo y en él destaca el siguiente párrafo
escrito por el prologuista Gabriel García Márquez:
“Lo conocí en Ciudad de México en la primavera de 1970.
Apareció como un recuerdo de mi adolescencia bajo los árboles floridos del
Paseo de la Reforma,
con el vestido azul de rayas blancas con que solían uniformarse los hombres del
poder (…) Después de un apretón de su mano cargada de una energía recóndita, me
dijo: Camine y nos tomamos un trago”.
En 1984 fue publicado el libro Hemingway en Cuba, de
Norberto Fuentes, quien nueve años después abandonaría la Isla gracias a la ayuda de
García Márquez, autor del prólogo que catapultó el nombre del escritor cubano.
El último párrafo de esa pieza literaria dice así:
“El resultado final es este reportaje encarnizado y
clarificador de casi setecientas páginas que acabo de leer en sus originales, y
que nos devuelve al Hemingway vivo y un poco pueril que muchos creíamos
vislumbrar apenas entre las líneas de sus cuentos magistrales. El Hemingway
nuestro: un hombre azorado por la incertidumbre y la brevedad de la vida, que
nunca tuvo más de un invitado en su mesa y que logró descifrar como pocos en la
historia humana los misterios prácticos del oficio más solitario del mundo”.
Asimismo, existen prólogos de García Márquez a un texto
antológico de Cortázar, a La muerte en la Calle, cuentos de José Félix Fuenmayor, a un
diccionario de uso del español actual, y a sus propias novelas Del amor y otros
demonios y Doce cuentos peregrinos. En la última de las novelas citadas, el
prologuista concluye así:
“Siempre he creído que toda versión de un cuento es mejor
que la anterior. ¿Cómo saber entonces cuál debe ser la última? Es un secreto del
oficio que no obedece a las leyes de la inteligencia sino a la magia de los
instintos, como sabe la cocinera cuando está la sopa. De todos modos, por las
dudas, no volveré a leerlos, como nunca he vuelto a leer ninguno de mis libros
por temor de arrepentirme. El que los lea sabrá qué hacer con ellos. Por
fortuna, para estos doce cuentos peregrinos terminar en el cesto de los papeles
debe ser como el alivio de volver a casa”.
VARIACIONES ALREDEDOR DE UN TAL PRÓLOGO. No sería la primera vez que un texto apócrifo
se atribuye a un escritor cruzado por el prestigio, la fama y la
universalización de su obra. La historia de la literatura universal registra
los más inverosímiles casos de suplantación, entrevistas falsas y textos
inventados.
García Márquez no escapa a lo anterior; al contrario, ha
sido víctima de los más divertidos disparates. Él mismo cuenta, en una columna
publicada en 1982 y recopilada en Notas de prensa, que un día al despertar en
su cama de México leyó en un periódico que había dictado una conferencia el día
anterior en Las Palmas de Gran Canaria, al otro lado del océano. Seguidamente
aclaró que no había estado en ese sitio ni el día anterior ni en los veintidós
años precedentes.
Hace varios años circuló en internet el texto La marioneta
de trapo, atribuido a Gabriel García Márquez. Era, en el fondo, su despedida de
este mundo. El texto tenía el siguiente comienzo:
“Si por un instante Dios se olvidara de que soy una
marioneta de trapo, y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo
lo que pienso, pero, en definitiva pensaría todo lo que digo. Daría valor a las
cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan. Dormiría poco y soñaría
más. Entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta
segundos de luz…”.
El inusitado eco que tal texto tuvo en los medios, y el
juego de otros más a la trampa tendida, obligó a que el mismo Nobel aclarara
mediante su inconfundible desparpajo. Inicialmente dijo que el texto era tan
malo que no valía la pena desmentirlo. Después agregó que lo que podría matarlo
no era el cáncer que padecía sino la vergüenza de que alguien creyera que de
verdad era él quien había escrito una cosa tan cursi.
Jaime Abello Banfi, director de la Fundación para el Nuevo
Periodismo Iberoamericano, FNPI, expresó a distintos medios que el texto era
totalmente apócrifo; además, recordó que algo similar había ocurrido con Jorge
Luis Borges, a quien se le atribuyó la autoría de un poema mediocre titulado
Instantes.
Pregunto ahora a Abello por el prólogo a la edición de Cien
años de soledad en wayuunaiki y me dice que no lo conoce, que no sabe nada del
tal prólogo. “Voy a hablar con Jaime García Márquez a ver qué opina al
respecto”, agregó.
En el mismo sentido se expresó Margarita Márquez Caballero,
una de las fieles secretarias de García Márquez desde tiempos lejanos: “Sé del
proyecto de traducir la obra de Gabo al wayuunaiki. Además, conozco a Félix
Carrillo, director de ese proyecto; pero, desconozco lo del prólogo. Hablaré
con Mercedes Barcha”, dijo.
Por su parte, el gabólogo Fernando Jaramillo me expuso las
siguientes razones:
“Cuando publiqué en memorabiliaggm el prólogo de la edición
de Cien años de soledad en wayuunaiki, mi celular no dejó de sonar para
preguntarme si me había creido el cuento de que eso lo había escrito Gabo.
Todos los gabiteros de 5 mil kilómetros a la redonda gritaron que esa vaina no
es de Gabo. ¿Por qué no es de Gabo?, preguntamos los gabiteros. Primero, porque
no tiene el tono, ni el ritmo ni la cadencia poética del estilo de Gabriel
García Márquez. Y segundo, porque en la lista de los agradecimientos se nota
mucho la mano del traductor, que es de quien decimos que escribió y firmó por
García Márquez. Aunque, conociendo a Gabo, no tiene nada de raro que le haya
dicho: ‘Escríbelo tú, ahí’. Para mamarnos gallo a todos”.
Y remata: “…Pero van a vender toda la edición en 15 minutos.
Todos los coleccionistas de traducciones de Cien años de soledad en el mundo
(que son miles), están a la espera de la publicación y me han pedido que los
mantenga informados de ese momento. En La Guajira van a vender 2 ejemplares”.
La escritora, narradora, ensayista y profesora de literatura
hispanoamericana en la Universidad Complutense de Madrid, Consuelo
Triviño Anzola, autora de la novela La semilla de la ira, me señaló lo
siguiente: “La verdad es que no soy experta en García Márquez, pero creo
reconocer su estilo en las crónicas, en los prólogos y en algunas declaraciones
suyas. El prólogo que se le adjudica aquí es tan neutro que, en mi humilde
opinión, y sin el ánimo de polemizar con nadie, pudo haberlo escrito cualquier
persona”.
El escritor, periodista, ensayista y crítico literario,
Óscar Collazos, autor de 15 novelas y del libro García Márquez: La soledad y la
gloria, su vida y su obra, me contesta de la siguiente forma: “Sabía que se
estaba traduciendo Cien años de soledad al wayuunaiki. Si me piden un concepto
sobre el estilo y lenguaje de ese prólogo, digo que no encuentro a Gabo en
ninguna de sus líneas. ¿Cuándo lo escribió? Es una interpretación personal. Hay
que dirigirse a Jaime García Márquez. Tal vez él pueda decir algo más preciso”.
El antropólogo, escritor y columnista de origen wayuu,
Weildler Guerra, defiende con gran fervor la iniciativa de traducir Cien años
de soledad a la lengua de etnia, y espera la obra con gran ansiedad; pero tiene
su propia opinión acerca del prólogo:
“Dudo de que allí esté la prosa de Gabo. Esa no es su
estética ni su ritmo, el cual luce descolorido. Ahí no está García Márquez. El
piensa muy bien para elaborar cada frase. La prosa que conocemos de él es
siempre fulgurante”.
En el mismo sentido se expresa la escritora y abogada wayuu,
Estercilia Simanca Pushaina, quien agrega: “como lectora de García Márquez
esperaba un prólogo en el que estuviera visible más él, quien siempre ha
querido resaltar su origen materno. El prólogo me parece frío y distante.
Siento, sin confirmarlo, que no es de la autoría de Gabo. Es más, creo que ni
siquiera lo dictó”.
Finalmente, el escritor y poeta guajiro, Miguel Ángel López,
ganador del concurso Casa de Las Américas, no sólo defiende la iniciativa con
argumentos sólidos en los que la importancia radicaría en el símbolo de
interculturalidad, sino que “ese texto no es prólogo, sólo es un escolio de
agradecimiento de alguien ya cansado”.
PRÓLOGO
El siguiente es el prólogo atribuido a Gabriel García
Márquez para la edición de Cien años de soledad en lengua wayuunaiki:
El recuerdo constante de la
provincia de La Guajira
me lleva al reencuentro con la mirada de mis abuelos, mi madre, hermanos, tíos
y primos, regados por veredas y pueblos de esa tierra cálida y rebelde, ligada
a mi alma de viajero indómito.
Aquí y ahora, me siento envuelto
en ese universo que tanto me ha marcado: La Guajira. Y todo, porque
mi primo Félix Carrillo Hinojosa se propuso lo que nunca se había pensado:
traducir Cien años de soledad al wayuunaiki.
Al ver el texto del ejemplar de
Cien años de soledad, traducido por nativos de la cultura Wayuu, me he sentido
como Palabrero Mayor, en condiciones de expresar la fortaleza de esta raza de
hombres cálidos y siempre impetuosos.
Y aquí estamos juntos, en un
abrazo fraternal, que en nuestra tierra es eterno al escuchar qué han sentido
al traducir al wayuunaiki, la obra que ha llevado al mítico pueblo de Macondo a
muchos lectores en los más alejados rincones del mundo.
Hay que reconocer la intensa y
laboriosa tarea de los traductores, asesores e ilustradores de La Guajira colombiana y
venezolana que, en esa habla, es una sola.
Gracias a los traductores, María
Margarita Pimienta, Jackeline Romero Epiayú, Edxa Montiel, Jorge Pocaterra,
José Ángel Fernández, Luis Beltrán, los asesores Esteban Mosonyi, Nemesio
Montiel, Pipo Álvarez, Clotilde Navarro, Justo Pérez y los ilustradores Robinson
Arévalo y Guillermo Jayariyú, quienes reflejaron desde el universo Wayuu, la
ficción de Cien años de soledad.
Gabriel García Márquez
** ** **
ELMUNDO.com
El Cultural
Madrid – España
1º de junio de 2012
LIBROS
García Márquez o el secreto del relato
Mondadori reúne Todos los cuentos del Nobel.
Escritores y críticos 'deconstruyen' sus claves
Por NURIA AZANCOT
Mientras Madrid sigue en Feria,
Gabriel García Márquez (1927), perdido ahora, dicen, en las sombras de la
desmemoria -¿hay un infierno peor para quien soñó tanta magia y tanta
irrealidad?- recibe el mejor homenaje: la edición, en un solo volumen, de Todos los cuentos (Mondadori), con el
que la editorial celebra además sus primeros 500 títulos. El Cultural ha invitado a críticos y escritores de las dos orillas
para homenajear su palabra.
Lo de Gabo es cuento largo. Comenzó en 1947, con “La tercera
resignación”, incluido en Ojos de perro azul, y terminó en junio de 1982, con
“El avión de la bella durmiente”, uno de sus Doce cuentos peregrinos (1992). Entonces, en el prólogo del libro,
el Nobel colombiano explicó cómo habían surgido sus relatos y también algo
esencial a propósito del primero de ellos, en el que asistía a su propio
entierro. Allí uno de los asistentes le decía que él era el único que no se
podía marchar: “Sólo entonces comprendí -escribió- que morir es no estar nunca
más con los amigos”.
Pero ni modo. Sus mejores amigos, los de verdad, sus
lectores, escritores y críticos, tienen claro los ingredientes secretos de su
arte. El crítico y poeta Joaquín Marco destaca varios: por una parte, dice, “se
trata de la imaginación; por otra, de la recreación de un ambiente exótico, y
para muchos de los lectores occidentale,s de lo mágico maravilloso, aunque
resulte muy próximo a lo que es la realidad latinoamericana”. El novelista
colombiano Óscar Collazos destaca la creación de un universo personal, “un
sello García Márquez en el que los acontecimientos aparentemente más
insignificantes y pueblerinos conducen a una historia de desenlace
sorprendente. Macondo no es sino el nombre de una topografía en la que
cualquier acontecimiento cotidiano puede ser extraordinario”. Y Juan Antonio
Masoliver Ródenas, crítico y poeta, apunta a “la magia de su prosa. No sólo de
la de su realismo mágico sino, y sobre todo, la de sus crónicas periodísticas,
la de sus cuentos más concisos y faulknerianos”.
Encantador de lectores
El profesor uruguayo Jorge Ruffinelli nos descubre que, “así
como hay encantadores de serpientes, existen también encantadores de lectores”.
Y dice más. Que desde sus primeros textos (cuentos o crónicas periodísticos),
“Gabo supo cómo atrapar a sus lectores para no soltarlos nunca más. Lo aprendió
escuchando a su abuela contarle cuentos, y tal vez sea cierto. Porque ese don
es propio de los cuenteros populares, aquellos que, como explicaba E.M. Forster
en sus Aspectos de la novela, en lejanos tiempos les contaban historias a los
cazadores, que en las noches volvían a la tribu y se sentaban a escucharlos
alrededor del fuego. Cuando esos cazadores se aburrían del relato, el narrador
corría el riesgo de que se lo comieran. Sucede lo mismo con los escritores: les
va la vida en encantar a los lectores”.
-¿En qué consiste ese
encantamiento?
-En que esos textos nos llevan a lugares inesperados, y nos
hacen gozar o sufrir lo mismo que sus personajes, como esa mujer que una noche
de lluvia, con el coche descompuesto en la carretera, sube a un autobús para
buscar un teléfono y pedir ayuda, sin saber que ese autobús lleva a los
pacientes de un manicomio...”, destaca Rufinelli.
Antes que Gabo, resalta, estuvo Borges, que “cambió el
idioma castellano de la literatura. Años después apareció él, desde el trópico
colombiano, y le introdujo poesía a ese lenguaje. También le puso música a sus
frases, no sólo las del vallenato y las cumbias que debió escuchar en su
juventud, sino todos los ritmos de su Aracataca natal y sus itinerarios por el
mundo. Gabo aprendió a narrar en la calle. Y escribe mejor que todos los
académicos juntos”.
Pero los cuentos de García Márquez, por mucho que impregnen
la narrativa del siglo XX, no surgen de la nada. Marco destaca como
antecedentes a Alejo Carpentier, “que definió lo real maravilloso aludiendo al
ámbito latinoamericano”, y a José Estasio Rivera, (sic) en Caraima, (sic) una
novela centrada en parte sobre la selva, “emblemática en el sentido de que
parece intuir algunos elementos de la irracionalidad o de la distinta
racionalidad de la sociedad latinoamericana”. Y Masoliver Ródenas nos da más
pistas: Felisberto Hernández, Rulfo, Cortázar, Augusto Monterroso.
Gabo, como los Vétales
Hay quien, como Horacio Castellanos Moya, reconoce que a
Gabo lo tiene “presente por su enorme fama, aunque de su obra apenas quedan
huellas en mi memoria como para aventurar juicios de valor”, mientras que un
autor joven, español y tan negro como Carlos Zanón asegura que “es como los
Beatles. No puedes hacer pop pasados los 60 sin estar bajo la sombra de los
Beatles”. Porque Gabo, insiste, “es los Beatles de la literatura en castellano.
Su influencia ha sido generosa, arrasadora, popular. Se nota mucho, por
ejemplo, en las historias de familia de los autores posteriores, parece
imposible no ver en ellas su impronta. Él y todo lo que se construyó en su
alrededor revolucionó la literatura en castellano. García Márquez, Cortázar,
Vargas Llosa. Leyéndolos se tenía la sensación de que se podía escribir de
manera distinta sin cambiar tu herramienta: el lenguaje. Gabo es tan talentoso
como popular, admirable por cualquier público, un escritor tanto para autores
como para lectores. Tal vez sea su carácter popular lo que chirría a algunos
escritores de hoy”.
Los críticos también lo tienen claro. Si para Rufinelli, el
realismo mágico tuvo su época, y un escritor se “delata” al tratar de copiarlo,
“los más jóvenes han advertido que la influencia de Gabo no consiste en imitar
su estilo, sino su ejemplo: escribir bien, y no sólo bien, escribir
excelentemente”. “Hay una corriente que sigue su estela -subraya Marco-, pero
los jóvenes han reaccionado hasta el punto de intentar escribir una novela
alejada de los motivos, elementos y paisajes que lo identifican, encerrándose
en la novela urbana, policial”. Y Masoliver niega la mayor, asegurando que sus
cuentos son hoy poco conocidos, y que los nuevos narradores españoles, “tan
comprensible como lamentablemente”, han dado la espalda “a la literatura
hispanoamericana”.
¿Recomendaciones? Hay quien dice (Marco) que cualquiera, “incluidos
los que forman parte de Cien años de soledad”, quien destaca (Collazos,
Masoliver Ródenas) Los funerales de la Mamá Grande, de
1962 o apuesta por los Doce cuentos
peregrinos (Ruffinelli, Carlos Zanón). Ahora es su turno.
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