MEMORABILIA GGM 564
EL TIEMPO
Bogotá - Colombia
7 de marzo de
2012
Los 85 de Gabo
Por: ÓSCAR COLLAZOS
El mundo recordó con gratitud al inmenso escritor, aún vivo,
que edificó uno de los más altos monumentos de la memoria cultural y humana de
América Latina.
Empezó a ser doloroso saber que Gabo ya no escribiría.
Uno de los episodios más inquietantes de Cien años de soledad (1967), ese
magnífico lugar común en la obra de Gabriel García Márquez, narra la peste del
insomnio. "En ese estado de alucinada lucidez -dice el narrador- no solo
veían las imágenes de sus propios sueños, sino que unos veían las imágenes
soñadas por los otros".
Jorge Luis Borges -se asegura que leyó la novela y se le
atribuye un comentario desdeñoso sobre su extensión- debió de haberse sentido
maravillado por el juego de espejos de sueños que son soñados. Pero pronto
llegarán a Macondo las "evasiones de la memoria", que Aureliano
advierte cuando tiene "dificultades para recordar todas las cosas del
laboratorio" y decide marcarlas para recordar sus nombres.
"Poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades
del olvido (Aureliano), se dio cuenta de que podía llegar un día en que se
reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su
utilidad." Y es así como este hombre, tocado por la locura y la
curiosidad, piensa que hay que asignarles funciones a las cosas, pues Macondo
sigue viviendo "en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por
las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los
valores de la letra escrita".
José Arcadio Buendía
construye "la máquina de la memoria que una vez había deseado para
acordarse de los inventos de los gitanos". Había que preservar del olvido
los conocimientos adquiridos en una vida. El "diccionario giratorio"
que inventa consigna las "nociones más necesarias para vivir." En
aquellas 14 mil fichas milagrosas había encontrado un remedio de urgencia a la
realidad de un "pueblo que se hundía sin remedio en el tremedal del
olvido".
Hasta allí, en unas pocas páginas, García Márquez instala en
el primer plano de Macondo el tema de memoria y olvido. Con la soledad y el
poder serán los grandes temas de su fresco literario.
No deja de perturbar, sin embargo, la lectura de un episodio
que, cuarenta y cinco años después, parece el fragmento olvidado de su
biografía.
Sabemos que la cura definitiva a la peste vendrá de manos de
Melquíades, el "hombre decrépito" que regresa a morir en Macondo,
adonde llegó un día, por los tiempos de la fundación, con los disparates de sus
inventos y el germen envenenado de la curiosidad que contagia "la
desaforada imaginación de José Arcadio Buendía".
El primero en probar la pócima del gitano, "la
sustancia de color apacible", es el mismo José Arcadio. La luz se le hace
de inmediato en su memoria y Macondo vuelve a la vigilia y a la lucidez, a
"la reconquista de los recuerdos" y al "deslumbrante resplandor
de alegría".
Este es uno de los más inquietantes fragmentos de la épica
macondiana. Lo es no solo por el significado que García Márquez le concede a la
memoria individual y colectiva, sino porque, de manera premonitoria, se
anticipa a uno de los episodios de su propia vida, quizá al último episodio
trágico que pueda vivir un escritor: el olvido del mundo y de sí mismo.
La última novela de García Márquez fue Memoria de mis putas tristes (2004). Dos años antes había publicado
Vivir para contarla. En el 2007,
numerosos escritores de lengua española, todos y sin duda los mejores,
ofrecieron en Cartagena de Indias el más grande homenaje que se pueda ofrecer a
un escritor vivo.
Entonces empezó a ser más doloroso saber que Gabo ya no
escribiría. El martes, el día de su cumpleaños, el mundo recordó con gratitud
al inmenso escritor, aún vivo, que edificó uno de los más altos monumentos de
la memoria cultural y humana de América Latina.
** ** **
EL INFORMADOR
Santa Marta – Colombia
10 de marzo de 2012
Macondo
La mujer y Gabo
Columna de Álvaro
González-Uribe
El jueves anterior se celebró el día de la mujer y dos días
atrás el cumpleaños 85 de Gabriel García Márquez. Como todos los ochos de
marzo, con respecto a las cualidades y bondades de la mujer hubo alborozo y
consenso general, así se resalten sincera o fingidamente solo un día del año.
Pero con respecto a Gabo volvieron a vociferar, también como
siempre, sus malquerientes gratuitos de su propia patria, que lo acusan de un
sartal de mentiras y exageraciones que para mi, entre otras, tiene dos
explicaciones principales: por un lado, un odio ciego y mal repartido que cunde
en Colombia a diestra y siniestra, en especial en los últimos años; y por otro
lado, un preocupante y creciente desconocimiento de literatura. Estoy seguro de
que la inmensa mayoría de quienes atacan a Gabo porque sí y porque no, jamás
han leído una obra suya.
Vi las fotos de García Márquez el día de su cumpleaños, un
hombre grande vencido por el inexorable tiempo, y sentí una enorme tristeza al
leer las frases hirientes, groseras e injustas de los foristas de varios
periódicos, como antes de algunos columnistas. No tengo dudas de que Gabo es el
colombiano más importante que ha tenido Colombia, pero aquí sobran los
improperios ciegos contra él, así como faltan hacia otro también muy famoso
como Pablo Escobar. Algo falla en Colombia.
Pero bueno, confiemos en que esos colombianos de mala leche
y espesa amargura tengan para su bien una segunda oportunidad feliz sobre la
tierra, y mejor unamos las cercanas fechas de Gabo y de la mujer con cuatro
frases que sobre ella dijo el maestro de Aracataca y padre de Macondo.
Es un homenaje para ambos, pues si hay algún escritor que le
dé a la mujer un papel protagónico tan alto dentro de su obra, ese es Gabo.
Entre muchos, solo recordemos nombres como Úrsula Iguarán, Amaranta y Rebeca
Buendía, Pilar Ternera, Petra Cotes, Bendición Alvarado, Leticia Nazareno,
Fermina Daza, la Mamá
Grande, Ángela Vicario, Eréndira o Sierva María. Dice nuestro
Nobel:
“Las mujeres sostienen el orden de la especie con puño de
hierro, mientras los hombres andan por el mundo empeñados en todas las locuras
infinitas que empujan la historia”.
Sobre cómo se formó su visión del papel histórico de las
mujeres, Gabo respondió a Plinio Apuleyo Mendoza en El olor de la guayaba: “Tal
vez en casa de mis abuelos, mientras escuchaba los cuentos sobre las guerras
civiles. Siempre he pensado que ellas no hubieran sido posibles si las mujeres
no dispusieran de esa fuerza casi geológica que les permite echarse el mundo
encima sin temerle a nada. En efecto, mi abuelo me contaba que los hombres se
iban a la guerra con una escopeta, sin saber siquiera para dónde iban, sin la
menor idea de cuándo volverían, y por supuesto, sin preocuparse de qué iba a
suceder en casa. No importaba: las mujeres se quedaban a cargo de la especie,
haciendo los hombres que iban a reemplazar a los que cayeran en la guerra, y
sin más recursos que su propia fortaleza e imaginación”.
Y esta, brillante y conocida: “En todo momento de mi vida
hay una mujer que me lleva de la mano en las tinieblas de una realidad que las
mujeres conocen mejor que los hombres, y en las cuales se orientan mejor con
menos luces. Esto ha terminado por convertirse en un sentimiento que es casi
una superstición: siento que nada malo me puede suceder cuando estoy entre
mujeres. Me producen un sentimiento de seguridad sin el cual no hubiera podido
hacer ninguna de las cosas buenas que he hecho en la vida. Sobre todo, creo que
no hubiera podido escribir. Esto también quiere decir, por supuesto, que me
entiendo mejor con ellas que con los hombres”. (Nos pasa a muchos).
“El machismo, tanto en los hombres como en las mujeres, no
es más que la usurpación del derecho ajeno.”
¡Qué vivan las mujeres y Gabo!
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