12 de junio de 2011

MEMORABILIA GGM 497
EL ESPECTADOR
Bogotá – Colombia
Junio 12 de 2011 


García Márquez enfrenta la piratería editorial del gigante asiático

"En China Gabo es todo un mito"

Por: Nelson Fredy Padilla

Desde Pekín, el primer traductor autorizado de 'Cien años de soledad'
al mandarín le explicó a El Espectador su "misión imposible".
Ya lo fue de Julio Cortázar y aspira a serlo de Álvaro Mutis.

La noticia registrada por este diario el mes pasado no es de poca monta: por primera vez Gabriel García Márquez autorizó la traducción en China de Cien años de soledad, operación confirmada desde Inglaterra por The Guardian a través de la española Carmen Balcells, la mujer de hierro que defiende la obra del Nobel de Literatura en 35 idiomas, responsable de que esa novela haya vendido más de 30 millones de ejemplares. El contrato es una declaración de guerra contra las versiones piratas de los libros del colombiano, que desde hace tres décadas abundan en las calles del gigante asiático de 1.370 millones de habitantes, el mercado más grande del mundo para lo que sea.

Chen Mingjun, editor de Thinkingdom House, logró lo que parecía imposible, porque en 1990 el propio escritor fue testigo de lo que pasa con su obra en las calles chinas y quedó tan indignado que prometió nunca autorizar derechos. Mingjun negoció durante casi tres años con Balcells hasta que cerró el acuerdo por un millón de dólares. Y fue él quien escogió a Fan Yen como el primer traductor autorizado de la obra cumbre de García Márquez en mandarín, a quien El Espectador entrevistó gracias a los buenos oficios del profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona Laureano Ramírez Bellerín, el traductor chino-español más reconocido en su país.

El doctor en filología hispánica Fan Yen 
con su 'Cien años de soledad' en mandarín.

Fan Ye se puso feliz de que lo contactaran desde Colombia y más desde el periódico “donde trabajó el Gran Gabo”. “Esta entrevista es un honor poco menos que convertirse en un personaje del mundo Macondo...”.

¿En qué momento decide traducir ‘Cien años de soledad’?

Muchos años después, frente a la pantalla del ordenador, el hispanista Fan Ye había de recordar aquella tarde remota en que decidió asumir esa misión imposible... Y amaneció.

¿Cómo definir al excodirector del Instituto Confucio en la Universidad de Granada, donde aprendió español leyendo la poesía de García Lorca y poesía mística del siglo XVI?

“Nací a los treinta y tres años”, le respondería con el verso de Vicente Huidobro. Soy un poco Buendía, algo cronopio... Curiosamente este cronopio se graduó en la Universidad de Pekín e incluso obtuvo el doctorado de filología hispánica. Imparte en la misma universidad asignaturas como “Poesía española”, “Literatura áurea”, etc. Y, cómo no, ha vertido Todos los fuegos el fuego del Gran Cronopio al chino. Además ha preparado una antología de la poesía china contemporánea, La niebla de nuestra edad (junto con Javier Martín Río).

¿Cómo llegó a Cortázar y qué ha significado para usted? ¿Antes había estudiado al poeta español Luis Cernuda y al chileno Vicente Huidobro?

Según Cortázar, un encuentro casual es lo menos casual en nuestras vidas. Yo diría que el encuentro entre un libro y una persona es un misterio. Empecé con “Instrucciones para subir una escalera” en el tercer año de la universidad (si mal no me recuerdo: vivir para contarla, sí, pero también contar para recrearla) y poco después, “Las armas secretas”: “Curioso que la gente crea que tender una cama es exactamente lo mismo que tender una cama, que dar la mano es siempre lo mismo que dar la mano, que abrir una lata de sardinas es abrir al infinito la misma lata de sardinas. «Pero si todo es excepcional»...”. Me sentía como si me hubiera encontrado con un viejo amigo perdido desde hacía mucho tiempo. Leí a Cernuda en un momento que no quiero recordar. Su voz me dejó una herida encendida, bien escondida y siempre abierta. El encuentro con el creador del Altazor acaeció más tarde.

¿Es verdad que las traducciones ilegales en mandarín de ‘Cien años de soledad’ alteran la fuerza de su lenguaje?

Todos tienen su propia versión de Macondo, y por consiguiente, su propia estrategia de verterlo al otro idioma. Como traductor, no me importa cuál es el estilo de las traducciones ya existentes, sino el de García Márquez: encontrarlo, transmitirlo o reencarnarlo, otra vez, a mi manera.

¿Quién es el editor Chen Mingjun y qué significa que Thinkingdom House, que ya ha traducido al mandarín a nóbeles como Doris Lessing y Toni Morrison, pague los derechos, por ahora para una tirada de 300 mil ejemplares?

Chen creó esta editorial, y según él mismo, uno de los principales motivos por los que la montó, ha sido publicar Cien años de soledad “decentemente”.

La gerente de la editorial Penguin en China dijo a ‘The Guardian’ que es difícil competir allí legalmente. ¿Cómo hará Thinkingdom para vender?

Han prometido retirar del mercado todas las copias piratas, sin excluir los recursos jurídicos.

Su opinión de ‘Cien años de soledad’ como lector y traductor.

Se trata de una lectura-aventura de “los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos” (permítame evocar los versos de San Juan de la Cruz para expresar esta experiencia vertiginosa...). Suma felicidad para el lector, y masoquismo total para el traductor.

¿Qué personajes lo cautivaron?

Curiosamente, algunos personajes secundarios. Por ejemplo, la chica Nigromanta de los últimos capítulos, quien “rescató de un charco de vómitos y lágrimas” al Aureliano Babilonia desolado por la muerte de Amaranta Úrsula. “Lo llevó a su cuarto, lo limpió, le hizo tomar una taza de caldo. Creyendo que eso lo consolaba, tachó con una raya de carbón los incontables amores que él seguía debiéndole, y evocó voluntariamente sus tristezas más solitarias para no dejarlo solo en el llanto”. Pocas líneas como éstas nos dejan entrever la ternura del gran Gabo. Violentamente dulce.

¿Fue difícil entender la genealogía de los Buendía?

No tanto. Imagínese, somos un pueblo que posee novelas de la magnitud de Sueño en el Pabellón Rojo, en que aparecen más de cuatrocientos personajes con nombres propios (pero no se repiten tanto como en el caso de la familia Buendía, gracias a Dios...).

¿Cuál fue la metodología y técnica de lectura y traducción?

Para traducir una obra así me parece fundamental encontrar ese tono de voz, “absolutamente imperturbable”, en palabras de Claudio Guillén, con que contó toda la historia. Estoy convencido de que si una traducción, una reescritura consiguiese reencarnarlo en otra lengua, ya tendría casi garantizado el éxito. Lo intenté. Ahora les toca a los lectores juzgar si lo he conseguido o no.

¿Cuánto tiempo necesitó?

Casi un año. Ojalá haya dispuesto de más tiempo para masticar y rumiar, revisar, pensar...

¿Cuáles fueron los capítulos, personajes o apartes de la estructura narrativa que más esfuerzo le demandaron?

Se encuentran innumerables obstáculos en “estas aguas tempestuosas de la Gabilandia”, en palabras de mi amigo y profesor, Roberto H. E. Oest, quien me ayudó muchísimo aclarando dudas a través de abundantes ‘emilios’, incluso en momentos muy difíciles, después del terremoto acaecido en Japón, donde tiene él su residencia. Tras consultar miles de veces a los amigos y enciclopedias, aprendí la diferencia entre el quebrantahuesos y el gallinazo, qué significan los códigos culturales “con los dedos cruzados” o “el mal de ojo”, a qué se refiere cuando nombra a “los cachacos”, y que “el Gran Magisterio” es la Piedra filosofal...

¿Aprendió los juegos de palabras de este lado del mundo?

Uno de los retos consiste precisamente en un código cultural y el juego de palabras que implica: frente al primer corregidor de Macondo, don Apolinar Moscote, José Arcadio Buendía declaró: “... no necesitamos ningún corregidor porque aquí no hay nada que corregir”. Le he dado muchas vueltas para no perder la gracia, y al final de una búsqueda agotadora entre centenares de cargos de la jerarquía feudal de la antigua China, encontré la palabra Li zheng, un término arcaico que designaba un tipo de funcionario de rango muy bajo, jefe administrativo de una aldea. Li significa ‘aldea’ y Zheng, ‘correcto’ o ‘corregir’. ¡Eureka!

Defíname Macondo.

El verano pasado vivía en una casa granadina por el Paseo de los Tristes, sobre la orilla del río Darro, con vista a La Alhambra. Allí empecé esa misión imposible. El mundo de Macondo me parece un álter ego de La Alhambra. Y ¿qué tiene que ver un palacio real con una novela, un mundo de ficción? Pues ambos son laberintos de ámbar, variaciones de la habitación de Melquíades, donde “el tiempo sufría tropiezos y accidentes, y podía por tanto astillarse y dejar... una fracción eternizada”.

¿Qué tanto conocen los chinos la obra de García Márquez?

En China, Gabo y su Cien años de soledad es todo un mito, y durante mucho tiempo han sido, para casi una generación de escritores chinos, fuentes de “ansiedad de influencia”.

¿Qué dicen sus alumnos chinos?

Muchos están encantados (en el sentido literal de la palabra). Especialmente cuando les explico la intertextualidad que implica con El Quijote, la Biblia, otros escritores latinoamericanos...

¿Qué otros libros de Gabo leyó?

También me impresionaron El coronel no tiene quien le escriba y Del amor y otros demonios.

¿Con qué autor chino o asiático comparar el realismo mágico?

Se me ocurre Mo Yan, aunque hay algunos más que en su momento no resistieron la tentación de imitar al autor prototipo (en sus ojos) del realismo mágico, al menos la primera frase: “Muchos años después...”.

¿Qué opina el novelista Mo Yan sobre ‘Cien años de soledad’?

“¡Caramba! —dijo Mo Yan—, es la primera palabra que se me escapó de la boca al leer las primeras páginas: ¡La novela también se escribe así!”.

¿En qué traducción trabaja?

En un librito de Julio Cortázar, Historias de cronopios y famas, que es totalmente diferente de la novela garciamarquiana. Pero las dos coinciden en su hechizo creativo, lo cual es la esencia de la literatura.

¿Conoce otros autores colombianos que hayan sido traducidos al chino?

Álvaro Mutis y La mansión de Araucaíma, aunque me gusta más Summa de Maqroll el Gaviero, que todavía no tiene versión china.

¿Va a traducir a Mutis?

Me gustaría tantear la mar de Maqroll el Gaviero... en su momento.

¿Qué autores chinos deberíamos leer en Colombia y por qué?

Les recomendaría un clásico, la mejor novela china del siglo XVIII, para muchos la mejor de todos los siglos; me refiero, claro, al Sueño en el Pabellón Rojo. Ya hay un hermosa versión castellana, gracias a la fructífera colaboración entre un hispanista chino y sinólogos españoles: traducción de Zhao Zhenjiang y José Antonio García Sánchez, revisada por Alicia Relinque Eleta (Círculo de Lectores, 2009).

¿Cómo aprendió español y cómo deberíamos aprender mandarín?

“Sólo lo difícil es estimulante”, dijo el poeta Lezama Lima.

¿Qué novela está leyendo?

Repasando algunos capítulos de El Quijote.

Un mensaje para García Márquez.

Le preguntaría cómo es la “camisa de inválido” que llevaba el sabio catalán en el barco (seguí a la interpretación de la versión inglesa, pero no estoy seguro...) y le contaría, a cambio, un chiste de mi tierra.


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El malpensante.com
Bogotá – Colombia
Mayo de 2011


García Márquez:
tres encuentros cartageneros

Juan Carlos Ensuncho-Bárcena

Cartagena de Indias está llena de historias que tienen a García Márquez como protagonista. El autor cuenta tres de las suyas.

 
Plaza de San Diego, agosto de 1998
Es viernes por la noche. La plaza está llena. La mayoría somos aspirantes a músicos, artistas o actores de Bellas Artes, o futuros filósofos, economistas o abogados de la Universidad de Cartagena. Abundan la cerveza, los cigarrillos y el vino de caja. Hace un par de meses, mis amigos y yo decidimos crear un “movimiento literario y artístico” para cambiar el aburrido panorama de la literatura y las artes de Cartagena. Bautizamos nuestro movimiento “desechismo” porque creemos que lo que más ha producido el siglo XX es basura. Solemos reunirnos bajo los arcos de la fachada de la escuela de Bellas Artes, donde algunos meses atrás el poeta Raúl Gómez Jattin durmió sus últimos meses de vida.

Esta noche discutimos sobre el tal realismo mágico, esa forma tan rimbombante de llamar la realidad más común de nuestra geografía caribe. Todos nos confesamos admiradores de García Márquez, pero estamos hastiados de su omnipresencia y de las cualidades de rey o, lo que es más divertido, de papa, que le han atribuido muchos académicos, críticos y lectores. Ya existen expertos “gabólogos”, “gabistas”, “gabiteros” e incluso ha surgido una manía de última hora: la “gabomanía”. Los desechistas nos sentimos muy lejos de todas esas categorías. Creemos que el tipo escribe bien, pero ése es su deber. Como el nuestro. Creemos que de él no nos diferencia nada más que el monto en nuestra cuenta y el número de lectores –sí, claro, lo sabemos, somos jóvenes, ilusos y un poco idiotas–.

En medio de la discusión sobre “gabología”, nos percatamos de que el hombre de marras está saliendo de Fellini, un restaurante italiano frente a la plaza. Los desechistas no sabemos qué hacer, pero un bailarín amigo, defensor de Gabo en la discusión, sí lo sabe: saca un libro de su morral y emprende la persecución. Lo seguimos a través de la calle y lo vemos abordar al Nobel:

–Maestro, regáleme un autógrafo.

El hombre se detiene, se da vuelta, le pide a sus acompañantes que continúen. Examina el libro.

–Esta edición es pirata.

–Estamos en Cartagena, Nobel.

–Te la valgo.

Abre el ejemplar de Noticia de un secuestro, que los desechistas nos hemos rehusado a leer por la excesiva publicidad que ha tenido y porque no pasa de ser material periodístico, cosa deleznable para nosotros. El Nobel estampa su reconocida firma, con flor y dedicatoria: “Para Fornier”.

Rafa, el pintor, le transmite a García Márquez nuestra idea de que él no ha inventado nada, que eso de realismo mágico no existe.

–Tienes razón, eso fue un invento de los franceses, que tienen la manía de ponerle nombre a todo lo que no entienden.

Rafa queda desarmado ante la respuesta. Guardaba la esperanza de que el Nobel le diera pie a su reto. Los demás empiezan a retirarse mientras García Márquez le devuelve el libro al bailarín.

–Maestro, que si puede ir a tomarse una foto con un señor que vino de México, en aquella mesa –le dice una mesera.

–Dígale a ese señor que respete, que venga él. Mucho me he roto yo el culo como para tener que ir hasta su mesa.

–Bueno, maestro. Muchas gracias.

–Dígale que venga, que con mucho gusto me tomo la foto con él.

Pero el señor no viene. García Márquez se queda solo, visiblemente afectado por la escena. Yo, que hasta el momento solo he tenido el papel de observador, decido intervenir.

–Saludos le mandó su hermana Carmen Rosa, maestro.

Dirige su mirada hacia mí.

– ¿Y tú cómo sabes de ella? –pregunta sorprendido.

–Es que yo soy de San Marcos.

–¿Y cómo está? ¿Cómo sigue del corazón?

–Estable. Pero aún no se ha querido operar. Le da miedo.

–Una vez le teníamos el quirófano listo en Bogotá, con el mejor cardiólogo, en la mejor clínica. Pero no quiso.

–Sí, ella me contó que le habían dado cuatro meses de vida si no se operaba. Y de eso han pasado ya cuatro años.

–Ella tiene una salud de acero. Yo la recuerdo mucho.

–¿De la época de Sucre?

–Sí, especialmente de esa época, la más feliz de la familia. Recuerdo que cuando llegué de Barranquilla en esas vacaciones me fue a recibir al puerto.

Se ha puesto nostálgico. Su mano derecha está sobre mi hombro izquierdo. Siento su energía poderosa, su entrañable afecto por la familia, su forma de decir cosas aun desde el silencio. Me siento como hablando con don Uriel de la Ossa, mi vecino de toda la vida en San Marcos, gran narrador y dueño de un humor extraordinario.

–Bueno, ¿pero cómo es que sabes tanto de ella?

–Es que siempre la he conocido en el pueblo como la señora Carmen. Solo hace dos años me enteré de que era hermana suya. Y como estoy estudiando periodismo comencé a visitarla para conocerla mejor.

–¿Y qué piensas hacer con eso?

–Pues no sé. Algo saldrá. De momento, he descubierto un documento que le puede interesar.

–¿Ajá?

–Un artículo de prensa que publicó su papá, Gabriel Eligio, en el periódico La Juventud de San Marcos en 1922. Es un perfil de dos señores de la aldea, en ocasión de la posesión del general Ospina.

–¡Qué vaina! ¿Y dónde encontraste eso?

–Aquí en Cartagena, en el Archivo Histórico, pero no lo pude fotocopiar, el ejemplar está casi deshecho. Lo transcribí a mano.

–Ajá. Con que siguiéndole la pista al viejo.

No son más de cinco minutos de charla, pero me sirven para corroborar algunos datos que me había contado Carmen Rosa. Como esa noche en que ella se anudó un largo cordel al dedo gordo del pie y llevó el extremo al antejardín, para que cuando Gabito llegara en la madrugada, ella pudiera enterarse y abrirle sin que el viejo o Luisa se dieran cuenta. Ríe al recordar esa noche, como el niño que entonces era.

Entre el viejo Gabo que estoy viendo y el Gabito del que ahora hablamos, recuerdo las palabras con las que semanas atrás marqué un ejemplar de mi revista, para entregarlo al Nobel: “¿Qué le diría al joven que usted fue si se lo encontrara por la calle?”, escribí en la primera página de la primera edición de Ciclo. Me acerqué tímidamente. El vigilante de la enorme casa del centro se limitó a decir: “Déjasela por ahí”. Deslicé la revista bajo la puerta del garaje y no supe nada más de ella, hasta este momento.

–¿Recibió la revista que le dejé hace unas semanas en su casa?
–¿Cuál sería?
Ciclo.

–Claro. La leí toda. Me divertí haciéndolo. Sobre todo el artículo sobre la silla de plástico y el suero dietético. ¿Y qué quieren hacer con la revista?

–Pues seguirla publicando, maestro. Ése es nuestro interés.

–Bueno, pues pa’lante. Yo me la pasaba en ésas cuando tenía tu edad. Inventando revistas y periódicos por todos lados. Es una satisfacción sin igual.

–Bueno, no le quito más tiempo, maestro. Gracias, que tenga feliz noche.

–Ningún maestro, mijo. Gracias a ti por la información que me has dado. Mañana mismo llamo al Archivo. Hasta mañana.

–Hasta mañana.

Sus acompañantes aún lo esperan. Entre ellos, una mujer alta, gorda, blanca, de cabello canoso y corto, que al mismo tiempo parece catalana y matrona del sur de Sucre. Mis compañeros me reciben intrigados, no tienen idea de qué me quedé hablando con el tipo. Creo que me ven como una especie de traidor a la causa desechista. Aguantando las ganas de contarles, me voy a la tienda de la esquina, compro una cerveza, enciendo un cigarrillo y vuelvo con ellos.

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