16 de mayo de 2024

MEMORABILIA GGM 940

Publicamos algunos de los comentarios que se hicieron hasta hoy, de la novela

En agosto nos vemos. (VIII)


EL PAIS

Cali - Colombia

21 de marzo de 2024

 

Columnistas

 

García Márquez, por siempre

No pude ocultar el orgullo de colombiano cuando en reciente viaje a Barcelona conocí la deslumbrante biblioteca ‘Gabriel García Márquez’. El edificio que la alberga es perfecto, y sus usuarios, aparte de los libros, cuentan con alto número de computadores.

 

Por Jorge Restrepo Potes

Como no soy crítico literario, sino un devorador de libros desde cuando Ester Roldán me enseñó a juntar letras en su escuelita de Tuluá, no puedo definir si la obra póstuma del nobel colombiano es novela corta o cuento largo.

De lo que no me cabe duda alguna es que ese texto fue escrito desde la primera hasta la última palabra por García Márquez, antes de que su memoria cayera en las brumas del olvido. 

Es posible que su editor Cristóbal Pera o su eficiente secretaria Mónica Alonso hayan hecho correcciones simples, pero el estilo, la musicalidad, la puntuación y la trama solo podían salir del medio de escritura utilizado por el autor en su casa de México D.F.

Ahora saltan los críticos, muchos de ellos los que abominaron del cataqueño por sus posturas políticas, a censurar la publicación de ‘En agosto nos vemos’, que en buena hora autorizaron sus hijos Rodrigo y Gonzalo García Barcha. En el prólogo, ambos se declaran culpables de hacer lo que hicieron, pero quedan absueltos, pues su ilustre padre les dijo con relación a la obra: “Hagan lo que quieran”.

No soy objetivo en cuanto a la figura literaria de García Márquez, y estimo con Daniel Samper Pizano, que después de Cervantes, es el más grande escritor en idioma castellano. 

He leído y releído todo lo escrito por García Márquez y por eso me atrevo a decir, que luego de esa cumbre que es ‘Cien años de soledad’, me sedujo más ‘El amor en los tiempos del cólera’, que es la más prodigiosa historia de amor que ha pasado por mis ojos, superior a ‘Madame Bovary’ o ‘Ana Karenina’ o ‘El amante de Lady Chaterley’. 

Esta última obra de García Márquez la leí en un par de horas. La trama de que la mujer que va a una isla todos los agostos a llevar gladiolos a la tumba de su madre, y que siempre busca efímeros encuentros sexuales con hombres desconocidos, parece una simpleza. Pero lo que debemos apreciar es la belleza de los párrafos, las palabras reinventadas por el autor, que riñen a veces con las definiciones del diccionario, en fin, todo en ella logra que seamos solidarios con Ana Magdalena Bach, en su extraña conducta eróticosexual. 

Ese cuento largo o novela corta ha sido, como siempre sucedió cuando García Márquez lanzaba algo suyo, un éxito en ventas, porque la gente acudió en masa a comprarlo. 

No habrá más obras de nuestro compatriota. Pero sus 23 novelas, los excelentes cuentos, las notas de prensa, o las entrevistas, como las compiladas por mis queridos amigos Poncho Rentería y Fernando Jaramillo, quedarán por siempre como centinelas de la memoria, de quien dio a Colombia tanto prestigio ante el mundo. 

No pude ocultar el orgullo de colombiano cuando en reciente viaje a Barcelona conocí la deslumbrante biblioteca ‘Gabriel García Márquez’. El edificio que la alberga es perfecto, y sus usuarios, aparte de los libros, cuentan con alto número de computadores, y son legión los muchachos y muchachas que acuden para adelantar allí sus trabajos universitarios. 

 

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LA NACIÓN

Buenos Aires - Argentina

21 de marzo de 2024

 

Una mirada a la novela póstuma

de García Márquez

 

Aquí hay una mirada a “En agosto nos vemos”, la novela póstuma del gran escritor Gabriel García Márquez. “La verdad es que esta novela es de la época de Memorias de mis putas tristes. Y parece que comenzó a escribirlas al mismo tiempo”, escribe el exdefensor del Pueblo, Vólmar Pérez Ortiz. 

Por Vólmar Pérez Ortiz

Al terminar de leer la novela póstuma de García Márquez, cuya publicación el autor no autorizó en vida, la primera impresión que produce es que no se trata de una novela de la estirpe de Cien años de soledad, El amor en los tiempos del cólera y El otoño del patriarca. Por consiguiente, se trata de una novela corta o un relato largo, que más parece de la etapa anterior a Cien Años de Soledad.

La verdad es que esta novela es de la época de Memorias de mis putas tristes. Y parece que comenzó a escribirlas al mismo tiempo, por lo que es posible que una haya influido en la otra, al menos en la escogencia y el tratamiento del tema.

“En agosto nos vemos”, García Márquez se sale de la línea del realismo mágico para explorar una temática que tiene que ver con la libertad en el marco de un matrimonio bien avenido.

Se trata de la historia de una infidelidad matrimonial en que incurre su protagonista Ana Magdalena Bach cada 16 de agosto; fecha en la que, cada año, visitaba la tumba de su madre en una isla del Caribe que ella había elegido tres días antes de morir para que fuera enterrada. Es como si su progenitora hubiera elegido ese sitio para que su hija encontrara la libertad que creía anhelar.

Ana Magdalena Bach, después de cumplir con el ritual de depositar un ramo de gladiolos frescos en la tumba de su madre, quedaba desocupada y debía esperar hasta el día siguiente para poder tomar el transbordador que la llevaba de regreso a su residencia. Por ello le quedaba la noche para sus fugaces idilios.

La rutina

La novela invita a una reflexión sobre la rutina que puede producir un matrimonio de 27 años cuando se han cumplido sus fines, o parte de ellos, que es cuando los hijos toman su propio destino.

En este caso, cuando su hija Micaela decide irse de monja luego de llevar una vida licenciosa y su hijo decide dedicarse por completo a la música, como lo había hecho su esposo durante 40 años. Se trata de una familia de músicos y ella, que había cursado la carrera de Artes y Letras sin graduarse, también entendía de música.

“En agosto nos vemos” plantea el dilema que puede existir entre las nociones de lealtad y de infidelidad, que es un tema recurrente en el análisis de las relaciones de pareja.

Sin sentimientos de culpa

Ana Magdalena Bach, luego de sus aventuras amorosas en el pueblo donde está enterrada su madre, no queda con sentimientos de culpa, ni acude a mecanismos expiatorios para liberarse de ese sentimiento, si hubiera existido.  Lo único que le preocupa es el temor a ser descubierta, pero no toleraría que su esposo, que advertía sus cambios de personalidad, hubiera incurrido en una práctica similar.

Hay quienes creen que la novela póstuma de García Márquez tiene algo de sus vivencias personales si tenemos en cuenta que él mismo tuvo una hija extramatrimonial que, si interpretamos en forma amplia el contexto de la novela, ese episodio pudo haber sido la expresión del sentimiento de libertad que el texto de la misma reivindica en Ana Magdalena Bach.

Además, describe a Doménico Amaris, el esposo de Ana Magdalena Bach, con expresiones que algunas veces él utilizó para describirse a sí mismo: caricaturista prestidigitador, seductor de salón, bolerista de Agustín Lara y contador de chistes. 

Por otro lado, creo que, a pesar de que en el texto de la novela aparece refrendado el talento del narrador, la frescura y donosura de su estilo, es evidente que García Márquez no alcanzó a concluirla -como se ha dicho-, a juzgar por la forma precipitada como termina y la falta de revisión final, no obstante, las correcciones de redacción y de estilo que aparecen reproducidas.

Por eso la publicación de la novela, contrariando la voluntad de su autor, no deja de ser una apuesta arriesgada de los hijos del Nobel, porque, en efecto, no se trata de una novela de la escuela del realismo mágico, sino de un relato   cautivante y delicioso para ser leído que, no por ello, no parece guardar la dimensión de las grandes novelas que le merecieron consagración universal. 

 

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Revista Santiago

Santiago de Chile

19 de marzo de 2024

 

Columna de opinión

 

García Márquez: otra novelita burguesa

por Álvaro Bisama

En agosto nos vemos, el libro inédito que los hijos y los editores de García Márquez decidieron sacar a la luz, no aporta nada al universo narrativo del autor, salvo como testimonio melancólico de sus últimos años, donde el fracaso de su estilo tardío es tan solo el merodeo de un registro otoñal y una despedida triste, antes que un descubrimiento o una novedad fulgurante. Reveladora, porque nos recuerda la costumbre de la literatura latinoamericana de saquear sus propios mitos hasta dejarlos vacíos.

Quizás no haya una forma elegante de salir de esto. Antes que la ficción, lo más interesante de En agosto nos vemos, la última novela de Gabriel García Márquez, es la historia de su escritura, que quiere contener la tristeza del duelo y la ternura de una despedida familiar. Lo básico: el colombiano trató por mucho tiempo de contar esta historia acerca de una mujer que cada año visita la tumba de su madre en una isla, para luego sostener una relación de una noche con un desconocido, determinada por la promesa de una vida que nunca tendrá, pues está atrapada en un matrimonio tan burgués como predecible.

García Márquez o Gabo, como le dicen amigos, conocidos y fans, se refirió a ella en alguna nota de prensa en 1999 y publicó uno de sus capítulos como cuento en la prensa (Cambio, El País), mientras se abocaba a trabajar en varias versiones que tuvieron como contrapunto la internación del autor por un cáncer en Los Ángeles y, luego, un cierre triste, cuando la demencia senil se tomó su cuerpo y diluyó su memoria. “Este libro no sirve. Hay que destruirlo”, dijo sobre el manuscrito, que ya contaba con varias versiones. Décadas después y con la bendición póstuma de sus hijos, que lo releyeron y no lo encontraron tan espantoso (“Mucho mejor de cómo lo recordábamos”, escribieron Rodrigo y Gonzalo García) o simplemente rentable, el texto (la versión n°5) fue rescatado del archivo de Harry Ransom Center de la Universidad de Texas, en Austin, corregido por el editor Cristóbal Pera (que había trabajado en Vivir para contarla) y presentado al público como la enésima resurrección de un santo varón de la literatura del siglo pasado. Todo lo anterior está explicado tanto en el prólogo de los hijos como en el epílogo (a cargo de Pera), además de un apéndice con algunas fotografías del manuscrito, donde es posible ver las correcciones que el colombiano hizo a mano sobre una de las versiones preservadas.

La ficción es bastante más sencilla. En la novela vemos como Ana Magdalena Bach, la heroína, toma un transbordador que la lleva a una isla cada 16 de agosto, visita el cementerio donde está enterrada su madre y tiene un affaire con un desconocido que puede lucir conmovedor, alocado, frustrante o melancólico, dependiendo del año. Luego, vuelve a su rutina cotidiana y a “un matrimonio bien avenido con un hombre que amaba y que la amaba, y con el cual se casó sin terminar la carrera de Artes y ras, todavía virgen y sin noviazgos anteriores”.

Su tragedia, entonces, tiene que ver con cómo Ana Magdalena trata de navegar por una serie de tormentas interiores. De este modo, extraña a alguno de sus amantes pasajeros, sospecha de la fidelidad del esposo, le inquieta la voluntad de su hija de volverse monja; y, lo que es más terrible, cada viaje la somete a la incertidumbre de pensar que su vida se ha convertido en un equívoco. Ana, como el Gurov de “La dama del perrito” entiende que lo otro (el deseo secreto, su libertad pasajera, los ajustes de cuentas con su madre y consigo misma) es lo único relevante, pues la define de modo íntimo. 

Por supuesto, García Márquez narra todo con cierta eficacia, por medio de un lenguaje casi siempre contenido, concentrado en la efectividad de pensar en cada capítulo casi como un relato independiente y cada frase como una sentencia rotunda. Esa eficacia menor quizás define al libro, que carece de todo vértigo y que exhibe un realismo lánguido, ubicado en las antípodas de lo que siempre fue la obra de su autor; o sea, lejísimo del vértigo de aquella imaginación que, más allá de ese color local que era experto en imprimirle, resultaba un modo de entender cómo narrar el paisaje y las vidas americanas.

Por supuesto, hay destellos o resplandores en el volumen. El viejo estilo del Premio Nobel puede atisbarse un poco ahí en dosis frustrantes donde cierta ligereza suya, quizás misteriosa, sirve para narrar las tribulaciones de una burguesía donde parece no transcurrir el tiempo. Además, se puede reconocer cierta belleza cansada en este paisaje que solo sabe ser triste, como sucede en los momentos muertos o los tiempos perdidos de los viajes de la protagonista, en las que se dedica a leer “novelas sobrenaturales” (Drácula, El día de los trífidos, Crónicas marcianas, Defoe) casi como una tradición secreta que planea sobre la trama.

Por lo mismo, salir a buscar lo fallido es acá un ejercicio inútil. Este es un libro que está a varios continentes de distancia de las obras más conocidas del novelista, lejos de cualquier arte mayor, y hace descansar su valor literario en su condición de reliquia. Por lo mismo, vale la pena quizás como anécdota, en tanto búsqueda final de ese talento perdido. Y sí, quizás lo más interesante es aquel gesto de unos hijos, que aspiran a reconocer en el volumen la silueta de su padre en una escritura que los permite abrazar sus recuerdos y hacer más llevadera su ausencia. En cualquier caso, nada de lo anterior es inesperado, pero está sepultado por una movida editorial, ya clásica a estas alturas, donde se rescata un manuscrito perdido para revivir, gracias a una respiración artificial que descansa en el prestigio y la fama del autor, por un rato a una obra canónica cuyas mejores virtudes conviven en el presente con las poses ridículas, el lugar común y la posibilidad del meme.

Pero de literatura hay poco, quizás nada. De hecho, si Memoria de mis putas tristes era una reescritura más bien impresentable de Kawabata, En agosto nos vemos luce como una de las muchas novelas intercambiables de Haruki Murakami; una de las olvidables. A años luz de la prosa desaforada de El otoño del patriarca, este es un relato muy menor, que tiene conciencia de esa condición y que opera explotando la nostalgia de las sombras chinescas del Boom, una zona sagrada llena de rituales, que hasta el día de hoy exige ser abordada con reverencia y no poco cuidado, aunque desde hace medio siglo que pelea con su propia caricatura. De hecho, ahora mismo, la publicación más o menos reciente de volúmenes como Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina (2021) o Las cartas del boom (2023), sigue delimitando los contornos de esas biografías literarias para insistir en ellas como una cosmogonía fundacional de nuestra literatura.

Pero no le podemos exigir calidad literaria a un fantasma. Sí podemos preguntarnos cuánto de lo que recordamos o atesoramos de su mejor obra realmente sobrevive en esta reliquia encontrada, y si su estilo y su imaginación pueden ser reconocidos como algo más que ecos o murmullos en esta prosa final, donde tal vez la mejor opción es hacer la vista gorda y leer con esa fe ciega que aún parecen exigirle al mundo los viejos coroneles de la literatura latinoamericana, por más que estén muertos. 

Ahí, al lado de sus novelas inolvidables y sus biografías que aspiran a ser recordadas como fabulosas, campea una fascinación insaciable que ha terminado convertida en un nicho comercial. Por lo mismo, esta novela es a la vez innecesaria y reveladora. Innecesaria, porque En agosto nos vemos no aporta nada al universo narrativo del autor, salvo como otro testimonio melancólico de sus últimos años, donde el fracaso de su estilo tardío es tan solo un merodeo otoñal, una despedida triste antes que un descubrimiento o una novedad fulgurante.

Y reveladora, porque nos recuerda la costumbre de la literatura latinoamericana de saquear sus propios mitos hasta dejarlos vacíos. No es raro; el truco más inquietante de los escritores del Boom fue quizás hacernos olvidar que sus autores (con García Márquez y Vargas Llosa a la cabeza) escribieron novelas fabulosas o totales para terminar convertidos en sus mejores personajes, haciendo de sí mismos la forma final de su propia literatura y del culto a la personalidad su novela más poderosa, acaso un texto coral que nunca termina de escribirse: la cacofonía de una ficción acerca de las amistades hechas y deshechas, de la vida política como una peripecia trágica y de la celebridad como una trampa antes que una fiesta. 

 

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EL CORREO DEL GOLFO

Rak Media City, Al Jazeera Al Hamra,

Ras Al Khaimah (Emiratos Árabes Unidos).

24 de marzo de 2024

 

Opinión

 

Leer o no leer, esa es la cuestión.

A propósito del libro póstumo de Gabo

Para alivio de quienes siempre estuvimos pendientes de algo nuevo del Maestro, sus hijos no han sido egoístas a la hora de compartir este nuevo relato

 

Por Dixon Moya

Camino por el barrio La Candelaria, (en Bogotá, Colombia) en la ruta cotidiana hacia mi trabajo y paso al frente de la librería Lerner, y observo que sus vitrinas exhiben multiplicados por cientos, un solo libro, la novela póstuma del genio de las letras en nuestro idioma, Gabriel García Márquez, titulada “En Agosto nos vemos”. Al tiempo que veo salir a personas, con el libro recién comprado.

Haciendo un paréntesis, la Lerner es uno de esos templos de la lectura en Bogotá, que ha sobrevivido a todos los tiempos y calamidades, para fortuna de quienes pensamos que la literatura nos salva de algo, así sea del aburrimiento como dijo en sabio y divertido comentario la poeta centenaria uruguaya Ida Vitale (nunca un apellido tan bien puesto), al periodista Óscar López del programa español Página Dos.

Pero regresemos al punto central de esta columna. Desde el anuncio por parte de los hijos de García Márquez, Rodrigo (cineasta consagrado en Hollywood) y Gonzalo (artista y diseñador reconocido en Francia), que publicarían una novela que el mismo Gabo había reescrito mil veces, como era su costumbre y que al final, no le había convencido, por lo cual había decidido que era mejor destruirla, a pesar de que incluso, había leído fragmentos de la misma obra inacabada a sus amigos y en espacios públicos a públicos absortos.

Se ha desatado la polémica, al menos a nivel nacional, sobre si fue una buena decisión, incluso si fue ético, desobedecer al padre y en contra de su voluntad publicar la novela. En la historia de la literatura, hay varios ejemplos de desobediencias afortunadas, de herederos que, en contra de la voluntad de los autores, no destruyeron obras que resultaron ser imprescindibles, e incluso consagraron a los escritores, así fuera de forma póstuma. Es cierto que, en estos tiempos modernos, también hemos tenido libros postreros, que han pasado con más pena que gloria, obras inéditas de autores reconocidos, pero eso sólo lo sabemos leyendo las obras, no hay otra manera de averiguarlo.

De todo esto, me ha gustado que como sucedía en vida de García Márquez cuando publicaba una novela en Colombia, se desataba un torbellino cultural y social, porque trascendía los círculos intelectuales y siempre era motivo de discusión nacional la calidad de la obra, si superaba a las anteriores o no. Los problemas políticos y cotidianos se superaban por la polémica literaria y eso era ya un gran motivo de celebración, que un país que ha producido escritoras y escritores formidables, pero que no tiene gran tradición de lectura, se sumergiera en las páginas de un libro, para poder participar en la polémica, con argumentos.

Ahora bien, estoy seguro que aquí no se trata de un tema de dinero, porque los herederos de García Márquez, incluso por sus propios trabajos, no pasan por apuros económicos, ellos pudieron haber sido buenos hijos, destruyendo el manuscrito y haberse evitado dar mil explicaciones a propios y extraños. Pero para alivio, de quienes siempre estuvimos pendientes de algo nuevo del Maestro, no han sido egoístas a la hora de compartir este nuevo relato que no será una de las grandes obras del premio Nobel, pero como decía alguien por ahí, seguramente será mejor que muchos de los libros que se publican actualmente.

Al final, creo que compraré y leeré la publicitada obra, no en este momento, pues deseo dejar pasar la “novelería”, los debates y las filas, pero será en agosto, si Dios lo permite. Mejor dicho, querido Gabo, en agosto nos leeremos.

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Dixon Moya es diplomático colombiano de carrera, escritor por vocación, lleva un blog en el periódico colombiano El Espectador con sus apellidos literarios, en el cual escribe de todo un poco: http://blogs.elespectador.com/lineas-de-arena/  En Twitter (a ratos muy escasos) trina como @dixonmedellin.

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