Buenos Aires
2 de julio de 2020
Cultura
García Márquez, Vargas Llosa
y Fuentes, en una nueva serie
“Impriman la leyenda” analiza y debate el
boom latinoamericano. Trabaja con imágenes de archivo y recreaciones de
actores. Las claves de un fenómeno que proyectó al mundo a los escritores del
continente.
"Creo que el boom es una
nebulosa, que nadie supo bien qué cosa era", dice el Nobel peruano Mario
Vargas Llosa. "Fue una explosión, algo pasó con la literatura que se
escribía en esta parte del mundo", introduce el periodista Ezequiel
Martínez. "En América latina estamos escribiendo una sola novela con
distintos capítulos", define, en una imagen de archivo, el mexicano Carlos
Fuentes. "Fíjate lo que eso significa como signo revolucionario, como
búsqueda de una identidad", reflexiona por su parte el Gran Cronopio,
Julio Cortázar.
Pero también se cruzan voces
críticas, como la de la cronista argentina Leila Guerriero ("Fue un boom
de testosterona, no había mujeres en el boom"; "diría que quizás fue
un misterioso alineamiento de planetas, si creyera en esas cosas"). Y está
también quien opina que "se trató de una de las mayores operaciones de
marketing del siglo XX".
Impriman la leyenda, con dirección
de Cecilia Priego y producción de Blas Eloy Martínez para Haddock Films, es una
nueva serie de Encuentro que explora las claves de aquel fenómeno cultural que,
aunque todavía se discute, marcó un antes y un después en la historia de la
literatura del continente. Se emite los martes a las 21.30 (y también queda en
el canal de Encuentro de YouTube).
"Rayuela", publicada en
1963, de Julio Cortázar. Una de las obras que generó más impacto en su momento.
"Veníamos trabajando con
material de archivo y hacia tiempo queríamos hacer algo que abordara la
relación entre la realidad y la ficción. A raíz de un concurso del INCAA para
proyectos de docuficción, empezamos a elaborar esta serie que tiene como eje el
boom latinoamericano, pero que aborda temas como el rol de la mujer, la
industria editorial, el marketing, los egos y la ficcionalización de la
realidad y el contrato autor-lector", cuenta Martínez a Clarín, hijo de
otro escritor notable, Tomás Eloy Martínez . "Nos interesaba mucho la
puesta en escena de una redacción y de las representaciones de los conflictos a
partir de un único escenario. Así surgió este formato. Ceci desarrolló esa puesta
con mucha creatividad. Finalmente, serán cuatro capítulos temáticos de 28
minutos cada uno, dedicados a distintos aspectos del boom latinoamericano y en
los que se desarrollan algunas cuestiones muy interesantes e incluso
polémicas".
“Hay algunas cuestiones todavía
muy interesantes e incluso polémicas, como el de las escritoras mujeres,
invisibilizadas en el marco del boom”.
Blas Eloy Martínez
PRODUCTOR DE LA SERIE.
En el canal de Encuentro de
YouTube ya puede verse el primer capítulo, Operación boom, que aborda, a partir
de imágenes de archivo, entrevistas y recreaciones de ficción, aquella movida
literaria y editorial que, a partir de 1960, proyectó al mundo a un puñado de
novelistas latinoamericanos relativamente jóvenes, que fueron ampliamente
distribuidos en Europa. Sus obras daban cuenta de la riqueza de la narrativa de
la región y también de la complejidad y la belleza de su historia y su
mitología. Este martes se estrena el segundo capítulo.
El colombiano Gabriel García
Márquez, el argentino Julio Cortázar, el peruano Mario Vargas Llosa fueron las
caras visibles de un fenómeno inaudito que propagó el interés por la literatura
latinoamericana a nivel planetario, así como el guatemalteco Miguel Ángel
Asturias y el mexicano Carlos Fuentes.
"Fue un boom de
testosterona, no había mujeres en el boom", señala y cuestiona Leila
Guerriero, una de las entrevistadas.
Siempre bajo la cuidadosa tutela
de la agente literaria española Carmen Balcells, con quien tenían una relación
que trascendía lo profesional: además de beneficiarlos con contratos que
ampliaban los derechos de los autores sobre la venta de sus libros -y cambiaron
en su momento las reglas entonces vigentes en el mercado editorial-, ella
cuidaba de sus escritores "como una madre", grafica una entrevistada.
Millones de lectores se
interesaron por leer a los autores del boom
latinoamericano, alentados por una activa estrategia de promoción que
terminaría redundando en una explosión comercial", según señala el periodista
español Xavi Axén.
Claudia Piñeiro, Gabriela Cabezón
Cámara, Josefina Licitra, Martín Kohan, Rodrigo Fresán y Sylvia Molloy son
otros de los entrevistados para la serie, así como el agente literario
Guillermo Schavelzon.
En aquellos años, desde la tapa
del suplemento cultural de Primera Plana, que dirigía el periodista y escritor
Tomás Eloy Martínez, también se propulsaban las carreras de autores como el
cubano José Lezama Lima, que por entonces nadie conocía. Y títulos como Cien
años de Soledad, uno de los emblemáticos del boom. Francisco Porrúa fue uno de
los primeros editores en el mundo en leer la famosa novela de Gabo, elogiada en
ese suplemento y que había llevado al colombiano -que obtendría el Nobel en
1982- a la tapa.
Rayuela, de Cortázar (que
originalmente iba a llamarse Mandala) y La ciudad y los perros, de Vargas
Llosa, que para muchos da nada menos que inicio al boom, fueron otros de los
títulos que dieron impulso definitivo a la presencia de los autores del continente
en el extranjero.
El peruano había empezado a
escribir esa novela en Madrid y la terminaría en París, recuerda la serie, que
también expone audios de archivo en los que los propios protagonistas del
movimiento relatan sus vivencias en primera persona y leen fragmentos de sus
títulos más famosos.
"La literatura rompe,
destruye, la idea de la tribu y la proyecta, te vuelve un ciudadano del
mundo", define Vargas Llosa en la primera emisión.
"El boom también representa
cierto paternalismo europeo, que gustaba descubrir las miserias lujosas en el
estilo que se reflejaban en estos libros: las dictaduras, los excesos, los
fusilamientos masivos; hay ago del salvajismo de lo tropical de las novelas del
boom que resultaba reconfortante para las sociedades europeas algo
aburridas", reflexiona, por su parte, Guillermo Martínez.
"Ellos van a ir siempre a las
historias enormes, que tienen una importancia histórica y social", analiza
Cabezón Cámara, en relación a los escritores del boom. "Eran abarcativos,
no se contentaban con hablar de sus problemáticas familiares, sino de que
buscaban hablar de las sociedades, dar cuenta de sus respectivos
universos", completa la colombiana Margarita García Robayo.
Margarita García Robayo. "Eran abarcativos, no se contentaban con
hablar de sus problemáticas familiares", comenta la colombiana.
Aunque no todo fue color de rosas:
la complicidad entre los autores más celebrados daría lugar después a los
celos, resquemores, competencias. Carlos Fuentes nunca llegaría a equiparar la
fama o las ventas de Vargas Llosa o García Márquez. Cortázar asumiría una
prudente distancia. Y esas diferencias se verían profundizadas por la pelea
entre Vargas Llosa y García Márquez, por las discrepancias políticas, el
trasfondo de algunas situaciones personales, las adhesiones y críticas a la
Revolución Cubana (1959), entre otros factores que los terminaron enfrentando.
Impriman la leyenda también aporta
algunas claves sobre lo que vino después: una consecuencia visible del boom fue
el impacto y la fascinación global que provocó el realismo mágico de García
Márquez. "Generó toda una corriente (literaria) y fue algo maravilloso,
pero que también produjo sus deformidades en la percepción lo que tenía que ser
la literatura latinoamericana", piensa Guerriero. "Muchos autores de
las generaciones posteriores sufrieron las consecuencias de que los editores no
estuvieran interesados más que en el realismo mágico", agrega Guillermo
Martínez. "Aunque esto obedecía a un fenómeno de tipo editorial o
comercial, no creo que la línea estilísticas del boom hayan determinado nada
para los escritores que siguieron", piensa el autor de Crímenes
imperceptibles.
El capítulo de este martes estará
dedicado a las mujeres que el boom invisibilizó. No es de extrañar que José
Donoso llamara al boom "la pandilla masculina": fueron todos hombres,
muchos casados con escritoras, cuyas carreras quedaron en el camino. Elena
Garro -de la que García Márquez dijo que había inventado el realismo mágico-,
Gabriela Mistral -única latinoamericana que ha recibido el Nobel-, y Alejandra
Pizarnik son tres de las más conocidas que suelen mencionarse entre las
olvidadas.
¿El boom era un club que no
aceptaba mujeres? Ese es uno de los interrogantes que develará la segunda
emisión, titulada Bajo la sombra del boom. Después vendrá Ficciones verdaderas,
un capítulo que aborda el uso que los autores hicieron de la ficción para tapar
los huecos narrativos que les escondía la realidad; y Compromiso y después, el
cuarto y último capítulo, dedicado a la participación política que asumieron y
a la forma en que ésta se coló en la obra de cada uno de los autores.
** ** **
El Espectador
Bogotá – Colombia
19 de julio de 2020
Cultura
La explicación de la gloria universal de Gabriel García Márquez
Entrevista con el profesor
Álvaro Santana-Acuña
Es el autor de “Ascenso a la gloria: cómo se escribió ‘Cien años de
soledad’ y cómo se convirtió en un clásico global”, el primer libro basado en
el archivo del Nobel, que la familia vendió al Ransom Center de la Universidad
de Texas.
Por: Nelson Fredy Padilla C.
A finales de 2014, año en el que murió Gabriel García
Márquez, se supo que su familia vendió el archivo personal del escritor
colombiano al Harry Ransom Center. Lo que no muchos saben es que el primer
investigador en celebrarlo fue Álvaro Santana-Acuña, profesor del
estadounidense Whitman College, historiador y doctor en sociología por la
Universidad de Harvard. Él había decidido desde 2010 buscar la explicación de
cómo el Premio Nobel de 1982 había escrito su emblemática novela Cien años de soledad. Diez años después
presenta, a través de El Espectador, el resultado de un maratónico trabajo de
campo surgido de la verificación de cada uno de los documentos de esos archivos
de la Universidad de Texas, en Austin; un paraíso literario donde también
reposan las memorias documentales de otros grandes escritores como el irlandés
James Joyce, los norteamericanos William Faulkner y Ernest Hemingway, el
sudafricano J. M. Coetzee y el argentino Jorge Luis Borges.
Ascenso a la gloria: cómo se escribió Cien años de soledad y cómo se convirtió en un clásico global, se
titula el libro de casi 400 páginas editado este año por la Universidad de
Columbia, en Nueva York, en el que condensa los procesos de invención,
escritura e impacto de la considerada máxima novela del realismo mágico. Por
ese rigor fue elegido comisario de “García Márquez: la creación de un escritor
global”, la primera exposición que se hizo a partir del archivo y que se podrá
visitar en el Ransom Center desde enero de 2021. Una vez leído el libro, que
busca editor para una edición en español, entrevistamos a Santana-Acuña, nacido
en las Islas Canarias.
Creía que el mayor documento
de investigación sobre la vida y obra de García Márquez era “Una vida”, la
biografía que escribió el inglés Gerald Martin, pero estoy de acuerdo con el
propio autor británico en que Ascenso a la gloria es otra investigación de fondo desde los cabos sueltos de Cien
años de soledad. ¿Cuál fue su
metodología?
Trato a Cien años de
soledad como si fuese una persona de carne y hueso y así escribir su
biografía. Una novela, como una persona, tiene antepasados familiares. Por eso,
empiezo cuarenta años antes de que García Márquez la escribiese. Luego, en los
primeros capítulos conoces a su padre, Gabo, y a otras personas que ayudaron a
que esta novela se escribiera. Y por último, vemos cómo se ha hecho mayor hasta
convertirse en un clásico global. Acabo en 2020, cuando la propagación de la
COVID-19 ha provocado que miles de personas lean las páginas sobre la peste del
insomnio en Cien años de soledad para poder entender mejor lo que está
ocurriendo con la pandemia actual.
El escritor checo
Milan Kundera insiste en sus ensayos en que el escritor debe confrontarse con
su época y la respuesta a ello será su obra. Esa es la explicación que usted
establece en los capítulos 1 al 4, al hacer una valiosa reconstrucción del
contexto social, histórico, político y cultural del mundo en que nació y creció
el Nobel, revisando influencias trascendentales como Faulkner. ¿Quería
responder a eso?
La pregunta que quiero responder en esos capítulos es: ¿cómo
fue posible que naciese una novela como Cien
años de soledad? No fue fácil. García Márquez trató de escribirla durante
más de quince años. Lo intentó en Colombia, Francia, Estados Unidos y
Venezuela. La escribió en Ciudad de México entre 1965 y 1967. Mi libro subraya
la importancia de la imaginación. Es el resultado de una imaginación que
condensa casi cuarenta años de vivencias personales y las influencias de la
literatura, el cine, la música y el periodismo.
Luego me impactó cómo
explica, siempre basado en los documentos de García Márquez, la influencia del
llamado “boom” de la literatura latinoamericana sobre Cien años de soledad. ¿Cuál es su conclusión de la que usted
llama “mafia creativa”?
García Márquez llegó con su familia a Ciudad de México en
1961. Allí fue testigo del boom de la literatura latinoamericana, liderado por
Fuentes, Donoso, Asturias, Vargas Llosa, Carpentier, Mujica Láinez, Cortázar y
Borges, entre otros. Era un autor poco conocido, pero pronto se identificó con
los ideales del boom. Esa explosión de la novela latinoamericana acabó siendo
uno de los movimientos literarios más importantes del último siglo y su éxito
internacional ayudó a convertir a Cien
años de soledad en un superventas cuando se publicó, en 1967.
Hasta ahora habíamos
visto a Cien años de soledad como la
obra monumental de un superdotado y no como una construcción colectiva, que es
lo que usted documenta y demuestra. ¿El realismo mágico fue en realidad una
enmarañada empresa de la que conocíamos solo a su dueño?
García Márquez es un escritor único. Pero Ascenso a la
gloria demuestra que su “genialidad” al escribir Cien años de soledad fue el
fruto de su enorme disciplina de trabajo, la búsqueda de una prosa perfecta y
la ayuda incondicional de un grupo de amistades, escritores y artistas en tres continentes.
El realismo mágico fue un intento colectivo, sin dueños, de plasmar la
singularidad de América Latina a través de la literatura. Décadas después, es
ya un género artístico global. Lo curioso es que cuando Cien años de soledad
salió, en 1967, ningún crítico dijo que era una novela de realismo mágico. Solo
se la empezó a llamar un texto mágico realista años después.
Emocionante acceder a
la correspondencia del escritor, porque a través de sus amigos el lector es
testigo de la construcción de la gran novela del realismo mágico. ¿Qué tanto
influyeron?
El archivo del Ransom Center tiene correspondencia de García
Márquez con Plinio Apuleyo Mendoza, Guillermo Angulo, Germán Vargas, Álvaro
Cepeda Samudio y Guillermo Cano. Son más de cien cartas. A través de la
correspondencia se puede reconstruir cómo García Márquez escribió Cien años de
soledad y, sobre todo, cómo sus amistades influyeron en la imaginación del
escritor, pues este les pedía su opinión sobre lo que estaba escribiendo y
ellos le dieron ideas que aparecieron en el texto final de la novela.
¿Qué opinión tiene de
la influencia de Guillermo Cano, director de El Espectador, asesinado en 1986?
Ascenso a la gloria incluye referencias a las cartas de
Guillermo Cano. Esa correspondencia es muy importante para entender el período
entre 1955 y 1958, cuando García Márquez trabajaba para El Espectador como
corresponsal en Europa. En esas cartas el autor le cuenta que está empezando a
crear una manera de escribir periodismo, con un estilo más literario, que luego
usó para narrar historias en Cien años de soledad. Su correspondencia con Cano
muestra la profunda y estrecha amistad que los unía (El Espectador publicó en
2019 decenas de cartas inéditas de Gabo a Cano, fechadas hasta finales de los
años 70, que no hacen parte del archivo del Ransom Center).
Me extrañó no
encontrar ninguna referencia al investigador francés Jacques Gillard, teniendo
en cuenta que fue el máximo estudioso de la conexión de García Márquez con el
periodismo y de los primeros escritos que desembocaron en Cien años de
soledad. ¿No aparece su rastro en los
papeles del Ransom?
La obra de Jacques Gillard es clave porque, entre otras
razones, recopiló y publicó los escritos periodísticos del joven García Márquez
en Cartagena, Barranquilla y Bogotá entre 1948 y 1954. Pero la presencia de
Gillard en los papeles de Gabo en el Ransom Center es pequeña. Solo hay copia
de una entrevista que le hizo a García Márquez.
Para periodistas y
escritores hay grandes revelaciones en su libro, como el proceso de las tres
copias de Cien años de soledad,
mecanografiadas en 1966, hasta las pruebas de galera de 1967. ¿Qué trabajo le
demandó y qué descubrió tras la verificación de centenares de correcciones a
mano?
Ascenso a la gloria reconstruye por primera vez el proceso
de escritura de la novela a través de los textos iniciales, entrevistas,
capítulos sueltos publicados y manuscritos entre 1950 y 1967. Hice un trabajo
muy detallado de comparación, palabra por palabra, del texto completo de la
novela con esas otras versiones. Se descubren muchos de los secretos de cómo la
escribió. Los lectores se llevarán grandes sorpresas. Por ejemplo, descubrirán
que el coronel Aureliano Buendía no iba a ser el personaje central de la
novela, que Remedios la Bella, en una versión previa, no era tan bella y se
llamaba Rebeca de Asís, que Soledad era un personaje real (era la mujer del
coronel y no el estado de ánimo en Macondo) o que el último Buendía no nacía
con una cola de cerdo.
Interesante el proceso
de revisión de estilo entre lo que le aconsejaba a Gabo la economía narrativa
de Hemingway y la adjetivación de Carpentier, entre el enigma y el mito. ¿Cuál
maestro influyó más?
En 1957, cuando terminó El
coronel no tiene quien le escriba, García Márquez había logrado depurar su
estilo, haciéndolo lo más directo y económico posible, inspirándose en las
técnicas de Hemingway. Pero en 1964, Gabo leyó El siglo de las luces, de Carpentier, una novela que tuvo un gran
impacto en él en muchos aspectos. Su deuda con la novela de Carpentier está
desde las similitudes en el título, la conexión con la cultura del Caribe, la
referencia a los mitos americanos, la narración histórica que cubre décadas y
sobre todo el uso de un lenguaje con poderosos adjetivos. Como demuestran sus
cartas que cito en el libro, sin la novela de Carpentier, García Márquez no
habría podido escribir Cien años de
soledad de la manera en que lo hizo.
¿Reveladora la
maduración del lenguaje en Cien años de soledad, desde el uso de arcaísmos hasta el de modernismos para hacer creíble
la evolución temporal y cultural de un siglo?
El uso de un lenguaje que cambia con el paso del tiempo fue
una de las cosas que Gabo aprendió de Carpentier. Cuando se vieron en Ciudad de
México, Carpentier le explicó a Gabo que en El
siglo de las luces (una novela ambientada en el siglo XVIII) no puso
palabras posteriores a ese siglo. Los personajes tenían que expresarse en la
lengua de su tiempo. Gabo se inspiró en esa técnica para que el lenguaje de Cien años de soledad evolucionase, de
más arcaico a más actual, al mismo tiempo que la vida en Macondo se iba
modernizando.
Las adiciones son
notables, como en la página 108 de las pruebas de galera, donde agregó 120
palabras para describir cómo lloró el coronel Buendía dentro del útero de Úrsula.
Lo mismo en cuanto a edición. ¿Esto qué le dice a usted como literato?
Es un excelente ejemplo de una obsesión de García Márquez:
escribir una prosa perfecta. Cuando corregía las pruebas de imprenta de Cien años de soledad, se dio cuenta de
que necesitaba recordar al lector la soledad que aquejaba al coronel Buendía y
lo hizo añadiendo 120 palabras, recalcando que el coronel había llorado dentro
del vientre de su madre, que ella interpretó como un signo de su futura
soledad. Además de un gran creador, era un excelente editor. La capacidad para
editar su propia escritura con semejante precisión, y así darle al texto
revisado un salto de calidad, lo convierte en un escritor muy superior al
resto.
¿Qué opina de la
obsesión por los detalles, por ejemplo en el papel de las termitas en la casa
desde el primer capítulo publicado en El Espectador hasta la versión final?
Sin duda es otro ejemplo de dicha capacidad de creación y
autoedición. El 1° de mayo de 1966, El Espectador publicó por primera vez un
fragmento de Cien años de soledad.
Era el capítulo uno. En esa versión se dice que las termitas ya estaban
destruyendo la casa de los Buendía. Al revisar el texto, Gabo se dio cuenta de
que nombrar a las termitas tan pronto adelantaba demasiadas pistas sobre el
final de la novela. En la versión definitiva del texto, las termitas no
aparecen hasta los capítulos finales, dando mayor suspenso al desenlace de la
historia.
Tremenda relevancia
detrás de la novela del crítico mexicano Emmanuel Carballo, uno de los lectores
y correctores. ¿Por qué no se le ha reconocido como debiera?
El problema es que con las obras de arte en general se suele
decir que son el resultado de la genialidad de su creador. De Cien años de soledad se nos dice que
García Márquez se encerró durante 18 meses para escribirla. En realidad, como
explico en mi libro, no la escribió solo. Lo acompañaron más de veinte personas
que vivían en tres continentes. Unas lo llamaban por teléfono, otras le escribían
cartas y otras lo visitaban. Entre esos colaboradores estaba Carballo, uno de
los críticos literarios más importantes de América Latina. García Márquez y
Carballo se veían cada semana para discutir durante horas los borradores de la
novela que Gabo le iba llevando. Como muestra de agradecimiento, García Márquez
le regaló al crítico una copia del manuscrito final. Al guionista Luis
Alcoriza, le regaló las pruebas de imprenta. A Jomí García Ascot y María Luisa
Elío, que venían a verlo casi a diario, les dedicó la novela. A Carmen Miracle
y Álvaro Mutis les dedicó la edición francesa. Para ser una novela sobre la
soledad, García Márquez la escribió con la colaboración de muchas personas.
En los capítulos 5 al
7 estudió el impacto internacional de la novela entre 1967 y 2020, valiéndose
de datos académicos y populares de noventa países y 45 idiomas. ¿Por qué?
El enfoque tradicional es decir que una obra se convierte en
clásica porque así lo dicen los críticos y los académicos. Sin duda, esa
opinión es importante. Pero yo tomé un enfoque más amplio para demostrar cómo
todo tipo de lectores –curas, guerrilleros, celebridades, políticos, libreros,
lectores anónimos, gobiernos…– se han apropiado de la obra. Recopilar toda esa
información fue una tarea ardua que ofrece una visión más representativa de
cómo las personas convierten una obra de arte en un clásico global.
Explique esta
afirmación final suya: si Cien años de soledad se hubiera publicado antes del “boom” literario y editorial de 1967,
“habría caído en la misma oscuridad global que las obras de Héctor Rojas Herazo
y Eduardo Caballero Calderón”.
García Márquez tuvo la idea para escribir Cien años de soledad en 1950. Poco
después se hizo muy amigo de Rojas Herazo y también leyó las obras de Caballero
Calderón. Lo cierto es que la idea original de Cien años de soledad y su estilo eran muy parecidos a las historias
rurales y tradicionalistas de estos autores. Pero a García Márquez le ayudó
estar dentro del “boom” para darle a su idea un giro más cosmopolita y latinoamericano,
tal como tiene la versión de Cien años de
soledad de 1967 y no la de 1950. Para mí, es un ejemplo de cómo las obras
de arte no se pueden desligar de las relaciones sociales y el contexto en el
que son imaginadas.
Más allá del talento y
la disciplina, ¿hasta qué punto Gabo fue un visionario que investigó un mercado
y fabricó el producto cultural que reclamaba su época al recrear en una sola
obra, como usted lo muestra en el libro, novelas como La búsqueda del
absoluto (1834), del francés Honoré de
Balzac; Los Sangurimas (1934), del
ecuatoriano José de la Cuadra, hasta “Pedro Páramo (1955), del mexicano Juan Rulfo?
Gabo es un artista de su tiempo que estaba muy bien
informado sobre el futuro inmediato de la novela en América Latina y de las
tendencias del mercado literario internacional. Tenía la misma información que
contemporáneos como el venezolano Adriano González León, la mexicana Elena
Garro, el colombiano Álvaro Cepeda Samudio o el argentino Manuel Mujica Láinez.
Todos publicaron obras literarias exitosas que demuestran que conocían bien la
situación inmejorable de la novela latinoamericana en la década de 1960. Pero
lo que le dio a García Márquez una ventaja adicional para escribir y divulgar
su novela al comienzo fueron su trayectoria personal, profesional y sus
contactos con importantes escritores y editores del boom latinoamericano.
Sucedieron muchas
cosas en el mundo para que el libro se convirtiera en un clásico universal.
¿Fue mucho más que sentarse a esperar a que los astros se alinearan, no?
Cuando Cien años de
soledad se publicó, García Márquez no pensó que había escrito un clásico
sino un libro muy bueno. De hecho, su expectativa era que se lograse vender la
primera edición de 10.000 ejemplares en seis meses. Pero se agotó en tres
semanas. Como explico en el libro, convertirse en un clásico global depende de
varios factores y dos son básicos. Primero, que el autor y su entorno pierdan
el control sobre la difusión de la obra y, segundo, que esta se la apropien a
lo largo de los años nuevas generaciones que nada tuvieron que ver con su
creación.
Termina el libro
profundizando en la configuración y trascendencia de un clásico de la
literatura. ¿Para usted, junto a qué otros clásicos debe figurar Cien años
de soledad?
En mi investigación confirmé que a menudo lectores de todo
el mundo ponen a Cien años de soledad junto
a El Quijote, La Divina Comedia, En busca
del tiempo perdido, Madame Bovary, Moby Dick o Guerra y paz. Tampoco faltan las comparaciones con otro tipo de obras
artísticas como Las Meninas de Velázquez o La Mona Lisa de Da Vinci.
Aparte de las
exigencias del canon literario, explíqueme ese fenómeno increíble de
apropiación universal del legado macondiano, sea para un pozo petrolífero de la
British Petroleum o para miles de cosas más. ¿Un clásico puede ser tan popular?
Un clásico es clásico porque, conforme pasan los años, tiene
la capacidad de entrar en la vida de nuevas generaciones de lectores de maneras
muy diferentes a las imaginadas por su creador. Hoy, Macondo es mucho más que
una aldea de ficción. Decenas de personas oyen hablar de Macondo por primera
vez como el nombre de una plataforma petrolífera, una cumbia, un restaurante,
una librería, una plaza pública, un buque de carga portacontenedores o hasta
una estrella situada a 91 años luz de la Tierra.
¿Qué sintió al
terminar de estudiar a un autor y una novela que ha sido traducida a 49
idiomas, ha vendido más de cincuenta millones de copias y figura entre las
treinta obras literarias más vendidas de todos los tiempos?
Escribir Ascenso a la
gloria me tomó diez años, visitando archivos y bibliotecas en siete países,
y amasando información producida sobre la novela en todos los continentes a lo
largo de más de sesenta años. Lo primero que sentí fue alivio y luego una gran
sorpresa, porque solo entonces, al terminarlo, me di cuenta de la enormidad del
libro que empecé en 2009.
¿Cuándo publicará su
libro en español?
Confío en que salga en 2021. Busco una editorial para
publicarlo en español.
* Vea el video sobre el
archivo
de Gabriel García
Márquez,
la exposición y el
libro a partir de él,
preparado para los lectores de
El Espectador por el
Harry Ransom Center
y el profesor Álvaro
Santana-Acuña:
** ** **
Centro Gabo
Cartagena de Indias
21 de Julio de 2020
Lectura
Manuel Zapata Olivella,
la buena estrella de García Márquez
Los aportes de Manuel Zapata Olivella
a la formación cultural del joven Gabriel García Márquez.
Diseño de ilustración Fundación Gabo /
Julio Villadiego
Por Orlando Oliveros
Acosta
En 1955, cuando publicó su colección de relatos China, 6 a.m., a Manuel Zapata Olivella
no le pagaron con plata sino con libros. Su editor de entonces, Samuel Lisman
Baum, le entregó quinientos ejemplares de La
hojarasca y se perdió luego en las calles lúgubres de Bogotá. Aquella era
la primera novela de Gabriel García Márquez, la misma que había sido rechazada
por la Editorial Losada tres años antes y que ahora, sin mucho éxito, la
ofrecían por cinco pesos en las librerías de la capital. De modo que Zapata
Olivella había adquirido un botín incierto. Durante años, mientras exploraba el
mundo, vendió uno por uno estos ejemplares hasta convertirlos en el dinero que
tendría que haber recibido por sus derechos de autor. Fue, más que un mal
negocio, un gran favor, porque así había repartido por tres continentes la
literatura de un buen amigo, que entonces prometía como escritor pero que se
espichaba en las ventas.
Algunas décadas más tarde, Zapata Olivella pensaría en esta
anécdota y concluiría que siempre había estado en el sitio oportuno para
hacerle favores a García Márquez. Más aún: que él, incansable promotor de la
cultura colombiana, había sido para el futuro premio nobel un heraldo de la
buena suerte.
En sus memorias, Vivir
para contarla, García Márquez describió a Manuel Zapata Olivella como un
hombre de oficios diversos: médico de caridad, novelista, activista político,
difusor de la música caribe. Sin embargo, aclaró Gabo, “su vocación más
dominante era tratar de resolverle los problemas a todo el mundo”. Incluido él,
por supuesto. Se habían visto por primera vez en Bogotá cuando estudiaban en la Universidad Nacional. Gabo,
con veinte años, cursaba Derecho y Zapata Olivella, con veintisiete, Medicina.
El encuentro se había dado a finales de 1947 en la esquina de la carrera
Séptima con la avenida Jiménez de Quesada. Varios rasgos comunes hicieron que
la química fuera inmediata: habían nacido en el Caribe, muy lejos de aquel frío
abominable, odiaban el gris de las calles, pensaban como hombres de izquierda y
amaban la literatura. Los biógrafos dirían después que a los dos los habían
parido en marzo bajo un aguacero apocalíptico que ahogó marranos y anegó
traspatios. Aquella tarde bogotana, Gabo conversó sobre sus dificultades
económicas y confesó que quería abandonar su carrera universitaria para
dedicarse a la ficción. Zapata Olivella no lo previno ni lo apoyó, pero elogió
los dos cuentos que él había publicado en El Espectador: “La tercera
resignación” y “Eva está dentro de su gato”.
Fue en un segundo encuentro en Cartagena cuando en verdad le
tendió la mano. La noche del 18 de mayo de 1948. García Márquez había estado
vagando por el barrio Getsemaní cuando Zapata Olivella lo llamó desde un andén
en la Calle del Espíritu Santo. Se alegraron de verse vivos luego de los
disturbios del Bogotazo y pasaron la noche reconstruyendo las horas posteriores
al asesinato de Jorge Eliecer Gaitán. En el momento en que Gabo recordó su decisión
de convertirse en escritor, Zapata Olivella le recomendó que se volviera
periodista.
– El periodismo no es mi oficio –dijo García Márquez.
– A la corta, periodismo y literatura terminan siendo lo
mismo –respondió Manuel.
En contra de sus deseos, Zapata Olivella le consiguió una
entrevista con Clemente Manuel Zabala, el jefe de redacción del recién fundado
periódico El Universal. La cita quedó para el día siguiente a las cinco de la
tarde. García Márquez rondó por la sede del periódico unas horas antes, espió
el interior por las ventanas y se sintió intimidado con la visión que tuvo de
Clemente Manuel Zabala. Así que a las 5:00 pm no estaba en El Universal sino en
su cuarto de hotel, leyendo resignado Los
monederos falsos de André Gide. Su lectura fue interrumpida por un manotazo
de Zapata Olivella.
– ¡Vamos, carajo! –le gritó– Zabala te está esperando.
Casi a rastras, García Márquez entró a El Universal. Allí
sería halagado por el jefe de redacción –había leído sus cuentos en El
Espectador– y escribiría su primer artículo de prensa. El primero de cinco
tomos gordos. En el número 381 de la Calle San Juan de Dios: la calle donde 46
años después estaría la sede de su Fundación para un Nuevo Periodismo
Iberoamericano y, en ella, enmarcado como un diploma de graduación, la
transcripción de un discurso suyo, titulado “Periodismo, el mejor oficio del
mundo”.
El Caribe con Manuel
Cartagena, abril de 1981. Un periodista colombiano de la
revista Coralibe entrevistó a García Márquez en el departamento de una de sus
hermanas. “Nunca me he cansado de decir que Cien
años de soledad no es más que un vallenato de trescientas cincuenta
páginas”, dijo el escritor. Acto seguido comenzó una disertación sobre la
música vallenata. El vallenato como género narrativo. La Escuela del Cesar, la
Escuela de La Guajira y la Escuela Sabanera de Bolívar. Rafael Escalona y Pacho
Rada. La leyenda de Francisco El Hombre y el vallenato urbano. El Festival
Vallenato y la política. La Zona Bananera y los ritmos de Curazao. García
Márquez parecía un erudito, un cirujano diseccionando acordeoneros y juglares.
De pronto, en el momento en que su cátedra se enmarañaba de conceptos, hizo una
pausa. Guardó silencio para darle espacio a su nostalgia y dijo:
– Es una de las mejores épocas de mi vida. Esa que viví en
Valledupar. En ese tiempo yo iba por la Provincia con Zapata Olivella.
Se refería a los viajes que había realizado por el Caribe
colombiano a mediados del siglo anterior. Empezaron en diciembre de 1949,
después de que Zapata Olivella obtuviera el título de doctor. La tesis de
grado, “La dialéctica aplicada al diagnóstico clínico”, sugería un interés por
los pobres y los oprimidos. Por eso Manuel había escogido La Paz para hacer su
año rural. Era un pueblito lleno de necesitados, a pocos kilómetros de
Valledupar. En el trayecto hacia aquellas tierras del olvido pasó por
Cartagena, se vio con García Márquez y le pidió que se sumara a la travesía.
Ansioso por conocer la región de sus abuelos, el joven periodista aceptó la
propuesta.
El 14 de marzo de 1950 Gabo publicó en El Heraldo una
columna titulada “Abelito Villa, Escalona & Cía” en la que relató las
historias de este viaje. Contó que Zapata Olivella y él habían parrandeado en
Valledupar con Abel Antonio Villa, reconocido juglar de música vallenata, para
quien “componer un merengue es como el que hace una jaula”. Abelito Villa les
habló sobre Pacho Rada, otro mítico compositor del Magdalena, que cierto día
fue detenido por un corregidor arbitrario y causó una revuelta desde la cárcel
con el poder de su acordeón: conmovidos por las notas de su instrumento
musical, los habitantes soltaron al preso y apalearon al corregidor. En
retrospectiva, uno se pregunta si no fue esta la historia que inspiró el
desacato de José Arcadio Buendía contra Don Apolinar Moscote cuando a éste lo
nombran corregidor de Macondo en Cien años de soledad.
A través Zapata Olivella, la columna de García Márquez llegó
a las manos de Rafael Escalona. “Escalona es hoy el intelectual del vallenato,
y sus colegas de alpargatas y sombrerón alón están satisfechos de que así sea”,
leyó el joven compositor. La mención le entusiasmó tanto que concertó una cita
con García Márquez en Barranquilla. Se reunieron en el Café Roma, el jueves 23
de marzo de 1950. Gabo lo sorprendió desde el principio porque entró al café
cantando “El hambre del liceo”:
Qué tiene Escalona
Qué tiene ese muchacho
dicen las personas cuando lo ven tan flaco,
pero es que no saben el hambre que se pasa
cuando el vallenato se sale de su casa…
De ese momento existe una fotografía a blanco y negro. Gabo,
flaco como una escoba, lleva puesta una camisa de mangas largas y un cigarrillo
entre los dedos de su mano izquierda. Escalona luce más elegante, con una
camisa de cuadros escoceses tapada por un saco oscuro. Los detalles de su
conversación fueron reseñados en una columna que García Márquez publicó al día
siguiente en El Heraldo. Fue un gesto con el que Gabo se ganó la amistad de
Escalona. Gracias a eso y a otros actos de camaradería, el compositor lo convidó
a la casa de sus padres en Valledupar. Gabo viajaría en abril. Allá escucharía
las historias de Clemente Escalona, el padre, que al igual que Nicolás Márquez,
abuelo materno del novelista, era un veterano del bando liberal que había
luchado en la Guerra de los Mil Días: uno de los tantos que seguía esperando la
pensión que el gobierno les había prometido, como el pobre viejo de El coronel no tiene quien le escriba.
Los biógrafos afirman que entre 1951 y 1952 García Márquez
realizó otros viajes similares por el Caribe colombiano en compañía de Zapata
Olivella y Rafael Escalona. A veces se les unía el fotógrafo Nereo López.
Juntos recorrieron Valledupar, Manaure, La Paz y otros municipios circundantes.
Iban de plaza en plaza cazando juglares. García Márquez cargaba siempre con una
libreta de notas. En ella copiaba el universo explosivo y melancólico de las
parrandas.
Cuando no había una fiesta, ellos la creaban. Así ocurrió
una noche en La Paz. Los tres amigos habían llegado al pueblo con la esperanza
de oír los cantos de Juan López. El músico, sin embargo, había huido y los
habitantes permanecían en un silencio espantoso. Veinte días antes la policía
había asaltado La Paz, matando y quemando quince casas para dar una lección de
autoridad. Gabo, Zapata Olivella y Escalona visitaron a Pedro López, hermano de
Juan. Le pidieron que cantara algo para ellos y él respondió que estaban de
luto y que todos los músicos habían clausurado sus instrumentos. Los amigos
insistieron tanto que, al final, una mujer cansada del silencio convenció a la
gente de que el luto no podía durar más tiempo. Estimulado por el espíritu
combativo de sus vecinos, Pedro López sacó su acordeón y cantó. Poco a poco,
fueron saliendo de sus escondites las cajas y las guacharacas, el ron y los
tenderos, los borrachos y los puestos de fritangas, hasta que en La Paz se
recuperó el son. Porque con la música crecen de nuevo las flores decapitadas
por la tragedia.
No sabemos cuál es el tamaño exacto del aporte que Zapata
Olivella hizo a la formación cultural de García Márquez en esta época. Pero
podemos suponer que fue muy grande. Manuel había recorrido palmo a palmo el
mundo y sabía tanto de él que era lo más cercano a Melquíades, el gitano
vagabundo de Cien años de soledad. En
1943, con apenas veintitrés años, suspendió sus estudios de medicina para
explorar el continente americano. En Panamá trabajó como obrero en la Zona del
Canal y fue acusado de espía por los estadounidenses. Sufrió el hambre en
Guatemala, donde lustró zapatos y lo noqueó un boxeador por quince quetzales.
En México anestesió a suicidas y a toxicómanos, además de actuar como extra en
la película Doña Bárbara. Vio en Los Ángeles el infierno a los pies de
Hollywood, vivió con el poeta Langston Hughes en Nueva York y fue discriminado
por su color de piel en muchos restaurantes del Sur. Cuando García Márquez
viajó a su lado por los pueblos del Caribe debió sentir su vasta experiencia,
el cúmulo de historias que caían de su cabeza como un racimo de plátanos.
Por si fuera poco, Zapata Olivella fue el responsable de la
resonancia que el apellido Buendía tendría en la obra de García Márquez. A
finales de 1949, durante un encuentro en Cartagena, Manuel le entregó a Gabo un
folleto escrito por su padre, Antonio María Zapata, en el que se narraban las
gestas de Aureliano Naudín y Ramón Buendía, ambos militares en la Guerra de los
Mil Días. En sus memorias, Gabriel explica que el “apellido había de seguir
conmigo por siempre jamás”. Aunque es evidente que el coronel Aureliano Buendía
es un personaje más complejo cuyos orígenes se remontan a diversas fuentes, lo
cierto es que su nombre depende en mayor medida de este acontecimiento. Claro
está, Naudín y Buendía no serán más gloriosos ni verosímiles que su compañero
de ficción. Pues en la escritura de García Márquez, como en la de otros buenos
autores, los seres imaginados triunfan con ventaja sobre los de carne y hueso.
Una estrella en el
telón de acero
En la bandera de la Unión Soviética, sobre el martillo y la
hoz, había una estrella que García Márquez descubrió vacía. Su resplandor tenía
algo anodino, como el brillo de las latas en los vertederos. Fue una decepción
que el escritor sufrió en 1957, cuando se adentró en los países del Bloque
Socialista y lo único que alumbró fue la solidaridad de los hermanos Zapata
Olivella.
El 18 de junio de 1957, en París, García Márquez se embarcó
en un Renault 4 junto al periodista Plinio Apuleyo Mendoza y su hermana Soledad
rumbo a la Alemania Oriental. Vieron las calles tristes y pordioseras de
Leipzig, y se pasearon por las penumbras, casi bíblicas, de Berlín Oriental.
Estaban estrellándose contra el muro del desencanto. No obstante, para no
formarse una idea equivocada de lo que era el comunismo, decidieron visitar
otros países del Este, aprovechando el VI Congreso Mundial de la Juventud que
se celebraba en Moscú. El problema entonces era el visado a la Unión Soviética,
que a García Márquez ya le habían negado en cuatro ocasiones por no tener un
respaldo oficial.
Gabo, Plinio y Soledad estaban de vuelta en París, pensando
cómo ingresar a aquella inmensa nación de antiguos zares, cuando pasó por la
ciudad el conjunto folclórico de Delia Zapata Olivella. Integrado en su mayoría
por negros cimarrones de San Basilio de Palenque, el conjunto había sido
invitado al Festival de Moscú. Manuel Zapata Olivella estaba allí, enmascarado
como un “domador de fieras”. Él les dijo a Gabriel y a Plinio que podían unirse
a la agrupación, suplantando a un saxofonista y a un acordeonero que se habían
quedado en el camino. Gabo no tocó el acordeón, pero tocó la caja, y cantó con
la voz meliflua que había usado el año anterior para ganarse unos francos en
las noches parisinas del club L’Escale.
Fueron cuatro días de viaje en el que atravesaron Berlín,
Praga, Bratislava, Kiev y Moscú. Zapata Olivella entonó con ellos diez o doce
vallenatos esenciales. Aquello era, en un fenómeno que no hubiera podido
concebir Ernest Hemingway, una auténtica fiesta movible.
Dos años después, en octubre de 1959, García Márquez le
preguntó a un primo suyo qué novelistas colombianos andaba leyendo.
– A Manuel Zapata Olivella… He visto la noche.
– Sí, sí –respondió Gabriel y añadió una frase que parecía
fijar al autor en el firmamento de su propio título–: El negro es bueno.
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