23 de julio de 2020

MEMORABILIA GGM 909

CLARÍN
Buenos Aires
2 de julio de 2020
Cultura
 Los mejores años de Cortázar,
García Márquez, Vargas Llosa
y Fuentes, en una nueva serie
“Impriman la leyenda” analiza y debate el boom latinoamericano. Trabaja con imágenes de archivo y recreaciones de actores. Las claves de un fenómeno que proyectó al mundo a los escritores del continente.
"Creo que el boom es una nebulosa, que nadie supo bien qué cosa era", dice el Nobel peruano Mario Vargas Llosa. "Fue una explosión, algo pasó con la literatura que se escribía en esta parte del mundo", introduce el periodista Ezequiel Martínez. "En América latina estamos escribiendo una sola novela con distintos capítulos", define, en una imagen de archivo, el mexicano Carlos Fuentes. "Fíjate lo que eso significa como signo revolucionario, como búsqueda de una identidad", reflexiona por su parte el Gran Cronopio, Julio Cortázar.   
Pero también se cruzan voces críticas, como la de la cronista argentina Leila Guerriero ("Fue un boom de testosterona, no había mujeres en el boom"; "diría que quizás fue un misterioso alineamiento de planetas, si creyera en esas cosas"). Y está también quien opina que "se trató de una de las mayores operaciones de marketing del siglo XX". 
Impriman la leyenda, con dirección de Cecilia Priego y producción de Blas Eloy Martínez para Haddock Films, es una nueva serie de Encuentro que explora las claves de aquel fenómeno cultural que, aunque todavía se discute, marcó un antes y un después en la historia de la literatura del continente. Se emite los martes a las 21.30 (y también queda en el canal de Encuentro de YouTube).
"Rayuela", publicada en 1963, de Julio Cortázar. Una de las obras que generó más impacto en su momento.
"Veníamos trabajando con material de archivo y hacia tiempo queríamos hacer algo que abordara la relación entre la realidad y la ficción. A raíz de un concurso del INCAA para proyectos de docuficción, empezamos a elaborar esta serie que tiene como eje el boom latinoamericano, pero que aborda temas como el rol de la mujer, la industria editorial, el marketing, los egos y la ficcionalización de la realidad y el contrato autor-lector", cuenta Martínez a Clarín, hijo de otro escritor notable, Tomás Eloy Martínez . "Nos interesaba mucho la puesta en escena de una redacción y de las representaciones de los conflictos a partir de un único escenario. Así surgió este formato. Ceci desarrolló esa puesta con mucha creatividad. Finalmente, serán cuatro capítulos temáticos de 28 minutos cada uno, dedicados a distintos aspectos del boom latinoamericano y en los que se desarrollan algunas cuestiones muy interesantes e incluso polémicas".
“Hay algunas cuestiones todavía muy interesantes e incluso polémicas, como el de las escritoras mujeres, invisibilizadas en el marco del boom”.
Blas Eloy Martínez
PRODUCTOR DE LA SERIE.
En el canal de Encuentro de YouTube ya puede verse el primer capítulo, Operación boom, que aborda, a partir de imágenes de archivo, entrevistas y recreaciones de ficción, aquella movida literaria y editorial que, a partir de 1960, proyectó al mundo a un puñado de novelistas latinoamericanos relativamente jóvenes, que fueron ampliamente distribuidos en Europa. Sus obras daban cuenta de la riqueza de la narrativa de la región y también de la complejidad y la belleza de su historia y su mitología. Este martes se estrena el segundo capítulo.
El colombiano Gabriel García Márquez, el argentino Julio Cortázar, el peruano Mario Vargas Llosa fueron las caras visibles de un fenómeno inaudito que propagó el interés por la literatura latinoamericana a nivel planetario, así como el guatemalteco Miguel Ángel Asturias y el mexicano Carlos Fuentes.
"Fue un boom de testosterona, no había mujeres en el boom", señala y cuestiona Leila Guerriero, una de las entrevistadas.
Siempre bajo la cuidadosa tutela de la agente literaria española Carmen Balcells, con quien tenían una relación que trascendía lo profesional: además de beneficiarlos con contratos que ampliaban los derechos de los autores sobre la venta de sus libros -y cambiaron en su momento las reglas entonces vigentes en el mercado editorial-, ella cuidaba de sus escritores "como una madre", grafica una entrevistada.
Millones de lectores se interesaron por leer a los autores del boom  latinoamericano, alentados por una activa estrategia de promoción que terminaría redundando en una explosión comercial", según señala el periodista español Xavi Axén.
Claudia Piñeiro, Gabriela Cabezón Cámara, Josefina Licitra, Martín Kohan, Rodrigo Fresán y Sylvia Molloy son otros de los entrevistados para la serie, así como el agente literario Guillermo Schavelzon.
En aquellos años, desde la tapa del suplemento cultural de Primera Plana, que dirigía el periodista y escritor Tomás Eloy Martínez, también se propulsaban las carreras de autores como el cubano José Lezama Lima, que por entonces nadie conocía. Y títulos como Cien años de Soledad, uno de los emblemáticos del boom. Francisco Porrúa fue uno de los primeros editores en el mundo en leer la famosa novela de Gabo, elogiada en ese suplemento y que había llevado al colombiano -que obtendría el Nobel en 1982- a la tapa.

Vargas Llosa, en la ficción. El programa incluye logradas recreaciones de las caras más visibles del movimiento editorial y literario que proyectó al mundo a los autores latinoamericanos.
Rayuela, de Cortázar (que originalmente iba a llamarse Mandala) y La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, que para muchos da nada menos que inicio al boom, fueron otros de los títulos que dieron impulso definitivo a la presencia de los autores del continente en el extranjero.
El peruano había empezado a escribir esa novela en Madrid y la terminaría en París, recuerda la serie, que también expone audios de archivo en los que los propios protagonistas del movimiento relatan sus vivencias en primera persona y leen fragmentos de sus títulos más famosos. 
"La literatura rompe, destruye, la idea de la tribu y la proyecta, te vuelve un ciudadano del mundo", define Vargas Llosa en la primera emisión.
"El boom también representa cierto paternalismo europeo, que gustaba descubrir las miserias lujosas en el estilo que se reflejaban en estos libros: las dictaduras, los excesos, los fusilamientos masivos; hay ago del salvajismo de lo tropical de las novelas del boom que resultaba reconfortante para las sociedades europeas algo aburridas", reflexiona, por su parte, Guillermo Martínez.
"Ellos van a ir siempre a las historias enormes, que tienen una importancia histórica y social", analiza Cabezón Cámara, en relación a los escritores del boom. "Eran abarcativos, no se contentaban con hablar de sus problemáticas familiares, sino de que buscaban hablar de las sociedades, dar cuenta de sus respectivos universos", completa la colombiana Margarita García Robayo.
Margarita García Robayo. "Eran abarcativos, no se contentaban con hablar de sus problemáticas familiares", comenta la colombiana.
Aunque no todo fue color de rosas: la complicidad entre los autores más celebrados daría lugar después a los celos, resquemores, competencias. Carlos Fuentes nunca llegaría a equiparar la fama o las ventas de Vargas Llosa o García Márquez. Cortázar asumiría una prudente distancia. Y esas diferencias se verían profundizadas por la pelea entre Vargas Llosa y García Márquez, por las discrepancias políticas, el trasfondo de algunas situaciones personales, las adhesiones y críticas a la Revolución Cubana (1959), entre otros factores que los terminaron enfrentando.
Impriman la leyenda también aporta algunas claves sobre lo que vino después: una consecuencia visible del boom fue el impacto y la fascinación global que provocó el realismo mágico de García Márquez. "Generó toda una corriente (literaria) y fue algo maravilloso, pero que también produjo sus deformidades en la percepción lo que tenía que ser la literatura latinoamericana", piensa Guerriero. "Muchos autores de las generaciones posteriores sufrieron las consecuencias de que los editores no estuvieran interesados más que en el realismo mágico", agrega Guillermo Martínez. "Aunque esto obedecía a un fenómeno de tipo editorial o comercial, no creo que la línea estilísticas del boom hayan determinado nada para los escritores que siguieron", piensa el autor de Crímenes imperceptibles. 
El capítulo de este martes estará dedicado a las mujeres que el boom invisibilizó. No es de extrañar que José Donoso llamara al boom "la pandilla masculina": fueron todos hombres, muchos casados con escritoras, cuyas carreras quedaron en el camino. Elena Garro -de la que García Márquez dijo que había inventado el realismo mágico-, Gabriela Mistral -única latinoamericana que ha recibido el Nobel-, y Alejandra Pizarnik son tres de las más conocidas que suelen mencionarse entre las olvidadas.
¿El boom era un club que no aceptaba mujeres? Ese es uno de los interrogantes que develará la segunda emisión, titulada Bajo la sombra del boom. Después vendrá Ficciones verdaderas, un capítulo que aborda el uso que los autores hicieron de la ficción para tapar los huecos narrativos que les escondía la realidad; y Compromiso y después, el cuarto y último capítulo, dedicado a la participación política que asumieron y a la forma en que ésta se coló en la obra de cada uno de los autores.

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El Espectador
Bogotá – Colombia
19 de julio de 2020

Cultura
La explicación de la gloria universal de Gabriel García Márquez

Entrevista con el profesor
Álvaro Santana-Acuña
Es el autor de “Ascenso a la gloria: cómo se escribió ‘Cien años de soledad’ y cómo se convirtió en un clásico global”, el primer libro basado en el archivo del Nobel, que la familia vendió al Ransom Center de la Universidad de Texas.

Por: Nelson Fredy Padilla C.

  Álvaro Santana-Acuña también es el comisario de la exposición sobre Gabriel García Márquez en el Harry Ransom Center, en Austin, Texas. / Archivo particular

A finales de 2014, año en el que murió Gabriel García Márquez, se supo que su familia vendió el archivo personal del escritor colombiano al Harry Ransom Center. Lo que no muchos saben es que el primer investigador en celebrarlo fue Álvaro Santana-Acuña, profesor del estadounidense Whitman College, historiador y doctor en sociología por la Universidad de Harvard. Él había decidido desde 2010 buscar la explicación de cómo el Premio Nobel de 1982 había escrito su emblemática novela Cien años de soledad. Diez años después presenta, a través de El Espectador, el resultado de un maratónico trabajo de campo surgido de la verificación de cada uno de los documentos de esos archivos de la Universidad de Texas, en Austin; un paraíso literario donde también reposan las memorias documentales de otros grandes escritores como el irlandés James Joyce, los norteamericanos William Faulkner y Ernest Hemingway, el sudafricano J. M. Coetzee y el argentino Jorge Luis Borges.

Ascenso a la gloria: cómo se escribió Cien años de soledad y cómo se convirtió en un clásico global, se titula el libro de casi 400 páginas editado este año por la Universidad de Columbia, en Nueva York, en el que condensa los procesos de invención, escritura e impacto de la considerada máxima novela del realismo mágico. Por ese rigor fue elegido comisario de “García Márquez: la creación de un escritor global”, la primera exposición que se hizo a partir del archivo y que se podrá visitar en el Ransom Center desde enero de 2021. Una vez leído el libro, que busca editor para una edición en español, entrevistamos a Santana-Acuña, nacido en las Islas Canarias.

Creía que el mayor documento de investigación sobre la vida y obra de García Márquez era “Una vida”, la biografía que escribió el inglés Gerald Martin, pero estoy de acuerdo con el propio autor británico en que Ascenso a la gloria es otra investigación de fondo desde los cabos sueltos de Cien años de soledad. ¿Cuál fue su metodología?
Trato a Cien años de soledad como si fuese una persona de carne y hueso y así escribir su biografía. Una novela, como una persona, tiene antepasados familiares. Por eso, empiezo cuarenta años antes de que García Márquez la escribiese. Luego, en los primeros capítulos conoces a su padre, Gabo, y a otras personas que ayudaron a que esta novela se escribiera. Y por último, vemos cómo se ha hecho mayor hasta convertirse en un clásico global. Acabo en 2020, cuando la propagación de la COVID-19 ha provocado que miles de personas lean las páginas sobre la peste del insomnio en Cien años de soledad para poder entender mejor lo que está ocurriendo con la pandemia actual.

El escritor checo Milan Kundera insiste en sus ensayos en que el escritor debe confrontarse con su época y la respuesta a ello será su obra. Esa es la explicación que usted establece en los capítulos 1 al 4, al hacer una valiosa reconstrucción del contexto social, histórico, político y cultural del mundo en que nació y creció el Nobel, revisando influencias trascendentales como Faulkner. ¿Quería responder a eso?
La pregunta que quiero responder en esos capítulos es: ¿cómo fue posible que naciese una novela como Cien años de soledad? No fue fácil. García Márquez trató de escribirla durante más de quince años. Lo intentó en Colombia, Francia, Estados Unidos y Venezuela. La escribió en Ciudad de México entre 1965 y 1967. Mi libro subraya la importancia de la imaginación. Es el resultado de una imaginación que condensa casi cuarenta años de vivencias personales y las influencias de la literatura, el cine, la música y el periodismo.

Luego me impactó cómo explica, siempre basado en los documentos de García Márquez, la influencia del llamado “boom” de la literatura latinoamericana sobre Cien años de soledad. ¿Cuál es su conclusión de la que usted llama “mafia creativa”?
García Márquez llegó con su familia a Ciudad de México en 1961. Allí fue testigo del boom de la literatura latinoamericana, liderado por Fuentes, Donoso, Asturias, Vargas Llosa, Carpentier, Mujica Láinez, Cortázar y Borges, entre otros. Era un autor poco conocido, pero pronto se identificó con los ideales del boom. Esa explosión de la novela latinoamericana acabó siendo uno de los movimientos literarios más importantes del último siglo y su éxito internacional ayudó a convertir a Cien años de soledad en un superventas cuando se publicó, en 1967.

Hasta ahora habíamos visto a Cien años de soledad como la obra monumental de un superdotado y no como una construcción colectiva, que es lo que usted documenta y demuestra. ¿El realismo mágico fue en realidad una enmarañada empresa de la que conocíamos solo a su dueño?
García Márquez es un escritor único. Pero Ascenso a la gloria demuestra que su “genialidad” al escribir Cien años de soledad fue el fruto de su enorme disciplina de trabajo, la búsqueda de una prosa perfecta y la ayuda incondicional de un grupo de amistades, escritores y artistas en tres continentes. El realismo mágico fue un intento colectivo, sin dueños, de plasmar la singularidad de América Latina a través de la literatura. Décadas después, es ya un género artístico global. Lo curioso es que cuando Cien años de soledad salió, en 1967, ningún crítico dijo que era una novela de realismo mágico. Solo se la empezó a llamar un texto mágico realista años después.

Emocionante acceder a la correspondencia del escritor, porque a través de sus amigos el lector es testigo de la construcción de la gran novela del realismo mágico. ¿Qué tanto influyeron?
El archivo del Ransom Center tiene correspondencia de García Márquez con Plinio Apuleyo Mendoza, Guillermo Angulo, Germán Vargas, Álvaro Cepeda Samudio y Guillermo Cano. Son más de cien cartas. A través de la correspondencia se puede reconstruir cómo García Márquez escribió Cien años de soledad y, sobre todo, cómo sus amistades influyeron en la imaginación del escritor, pues este les pedía su opinión sobre lo que estaba escribiendo y ellos le dieron ideas que aparecieron en el texto final de la novela.

¿Qué opinión tiene de la influencia de Guillermo Cano, director de El Espectador, asesinado en 1986?
Ascenso a la gloria incluye referencias a las cartas de Guillermo Cano. Esa correspondencia es muy importante para entender el período entre 1955 y 1958, cuando García Márquez trabajaba para El Espectador como corresponsal en Europa. En esas cartas el autor le cuenta que está empezando a
crear una manera de escribir periodismo, con un estilo más literario, que luego usó para narrar historias en Cien años de soledad. Su correspondencia con Cano muestra la profunda y estrecha amistad que los unía (El Espectador publicó en 2019 decenas de cartas inéditas de Gabo a Cano, fechadas hasta finales de los años 70, que no hacen parte del archivo del Ransom Center).

Me extrañó no encontrar ninguna referencia al investigador francés Jacques Gillard, teniendo en cuenta que fue el máximo estudioso de la conexión de García Márquez con el periodismo y de los primeros escritos que desembocaron en Cien años de soledad. ¿No aparece su rastro en los papeles del Ransom?
La obra de Jacques Gillard es clave porque, entre otras razones, recopiló y publicó los escritos periodísticos del joven García Márquez en Cartagena, Barranquilla y Bogotá entre 1948 y 1954. Pero la presencia de Gillard en los papeles de Gabo en el Ransom Center es pequeña. Solo hay copia de una entrevista que le hizo a García Márquez.

Para periodistas y escritores hay grandes revelaciones en su libro, como el proceso de las tres copias de Cien años de soledad, mecanografiadas en 1966, hasta las pruebas de galera de 1967. ¿Qué trabajo le demandó y qué descubrió tras la verificación de centenares de correcciones a mano?
Ascenso a la gloria reconstruye por primera vez el proceso de escritura de la novela a través de los textos iniciales, entrevistas, capítulos sueltos publicados y manuscritos entre 1950 y 1967. Hice un trabajo muy detallado de comparación, palabra por palabra, del texto completo de la novela con esas otras versiones. Se descubren muchos de los secretos de cómo la escribió. Los lectores se llevarán grandes sorpresas. Por ejemplo, descubrirán que el coronel Aureliano Buendía no iba a ser el personaje central de la novela, que Remedios la Bella, en una versión previa, no era tan bella y se llamaba Rebeca de Asís, que Soledad era un personaje real (era la mujer del coronel y no el estado de ánimo en Macondo) o que el último Buendía no nacía con una cola de cerdo.

Interesante el proceso de revisión de estilo entre lo que le aconsejaba a Gabo la economía narrativa de Hemingway y la adjetivación de Carpentier, entre el enigma y el mito. ¿Cuál maestro influyó más?
En 1957, cuando terminó El coronel no tiene quien le escriba, García Márquez había logrado depurar su estilo, haciéndolo lo más directo y económico posible, inspirándose en las técnicas de Hemingway. Pero en 1964, Gabo leyó El siglo de las luces, de Carpentier, una novela que tuvo un gran impacto en él en muchos aspectos. Su deuda con la novela de Carpentier está desde las similitudes en el título, la conexión con la cultura del Caribe, la referencia a los mitos americanos, la narración histórica que cubre décadas y sobre todo el uso de un lenguaje con poderosos adjetivos. Como demuestran sus cartas que cito en el libro, sin la novela de Carpentier, García Márquez no habría podido escribir Cien años de soledad de la manera en que lo hizo.

¿Reveladora la maduración del lenguaje en Cien años de soledad, desde el uso de arcaísmos hasta el de modernismos para hacer creíble la evolución temporal y cultural de un siglo?
El uso de un lenguaje que cambia con el paso del tiempo fue una de las cosas que Gabo aprendió de Carpentier. Cuando se vieron en Ciudad de México, Carpentier le explicó a Gabo que en El siglo de las luces (una novela ambientada en el siglo XVIII) no puso palabras posteriores a ese siglo. Los personajes tenían que expresarse en la lengua de su tiempo. Gabo se inspiró en esa técnica para que el lenguaje de Cien años de soledad evolucionase, de más arcaico a más actual, al mismo tiempo que la vida en Macondo se iba modernizando.

Las adiciones son notables, como en la página 108 de las pruebas de galera, donde agregó 120 palabras para describir cómo lloró el coronel Buendía dentro del útero de Úrsula. Lo mismo en cuanto a edición. ¿Esto qué le dice a usted como literato?
Es un excelente ejemplo de una obsesión de García Márquez: escribir una prosa perfecta. Cuando corregía las pruebas de imprenta de Cien años de soledad, se dio cuenta de que necesitaba recordar al lector la soledad que aquejaba al coronel Buendía y lo hizo añadiendo 120 palabras, recalcando que el coronel había llorado dentro del vientre de su madre, que ella interpretó como un signo de su futura soledad. Además de un gran creador, era un excelente editor. La capacidad para editar su propia escritura con semejante precisión, y así darle al texto revisado un salto de calidad, lo convierte en un escritor muy superior al resto.

¿Qué opina de la obsesión por los detalles, por ejemplo en el papel de las termitas en la casa desde el primer capítulo publicado en El Espectador hasta la versión final?
Sin duda es otro ejemplo de dicha capacidad de creación y autoedición. El 1° de mayo de 1966, El Espectador publicó por primera vez un fragmento de Cien años de soledad. Era el capítulo uno. En esa versión se dice que las termitas ya estaban destruyendo la casa de los Buendía. Al revisar el texto, Gabo se dio cuenta de que nombrar a las termitas tan pronto adelantaba demasiadas pistas sobre el final de la novela. En la versión definitiva del texto, las termitas no aparecen hasta los capítulos finales, dando mayor suspenso al desenlace de la historia.

Tremenda relevancia detrás de la novela del crítico mexicano Emmanuel Carballo, uno de los lectores y correctores. ¿Por qué no se le ha reconocido como debiera?
El problema es que con las obras de arte en general se suele decir que son el resultado de la genialidad de su creador. De Cien años de soledad se nos dice que García Márquez se encerró durante 18 meses para escribirla. En realidad, como explico en mi libro, no la escribió solo. Lo acompañaron más de veinte personas que vivían en tres continentes. Unas lo llamaban por teléfono, otras le escribían cartas y otras lo visitaban. Entre esos colaboradores estaba Carballo, uno de los críticos literarios más importantes de América Latina. García Márquez y Carballo se veían cada semana para discutir durante horas los borradores de la novela que Gabo le iba llevando. Como muestra de agradecimiento, García Márquez le regaló al crítico una copia del manuscrito final. Al guionista Luis Alcoriza, le regaló las pruebas de imprenta. A Jomí García Ascot y María Luisa Elío, que venían a verlo casi a diario, les dedicó la novela. A Carmen Miracle y Álvaro Mutis les dedicó la edición francesa. Para ser una novela sobre la soledad, García Márquez la escribió con la colaboración de muchas personas.

En los capítulos 5 al 7 estudió el impacto internacional de la novela entre 1967 y 2020, valiéndose de datos académicos y populares de noventa países y 45 idiomas. ¿Por qué?
El enfoque tradicional es decir que una obra se convierte en clásica porque así lo dicen los críticos y los académicos. Sin duda, esa opinión es importante. Pero yo tomé un enfoque más amplio para demostrar cómo todo tipo de lectores –curas, guerrilleros, celebridades, políticos, libreros, lectores anónimos, gobiernos…– se han apropiado de la obra. Recopilar toda esa información fue una tarea ardua que ofrece una visión más representativa de cómo las personas convierten una obra de arte en un clásico global.

Explique esta afirmación final suya: si Cien años de soledad se hubiera publicado antes del “boom” literario y editorial de 1967, “habría caído en la misma oscuridad global que las obras de Héctor Rojas Herazo y Eduardo Caballero Calderón”.
García Márquez tuvo la idea para escribir Cien años de soledad en 1950. Poco después se hizo muy amigo de Rojas Herazo y también leyó las obras de Caballero Calderón. Lo cierto es que la idea original de Cien años de soledad y su estilo eran muy parecidos a las historias rurales y tradicionalistas de estos autores. Pero a García Márquez le ayudó estar dentro del “boom” para darle a su idea un giro más cosmopolita y latinoamericano, tal como tiene la versión de Cien años de soledad de 1967 y no la de 1950. Para mí, es un ejemplo de cómo las obras de arte no se pueden desligar de las relaciones sociales y el contexto en el que son imaginadas.

Más allá del talento y la disciplina, ¿hasta qué punto Gabo fue un visionario que investigó un mercado y fabricó el producto cultural que reclamaba su época al recrear en una sola obra, como usted lo muestra en el libro, novelas como La búsqueda del absoluto (1834), del francés Honoré de Balzac; Los Sangurimas (1934), del ecuatoriano José de la Cuadra, hasta “Pedro Páramo (1955), del mexicano Juan Rulfo?
Gabo es un artista de su tiempo que estaba muy bien informado sobre el futuro inmediato de la novela en América Latina y de las tendencias del mercado literario internacional. Tenía la misma información que contemporáneos como el venezolano Adriano González León, la mexicana Elena Garro, el colombiano Álvaro Cepeda Samudio o el argentino Manuel Mujica Láinez. Todos publicaron obras literarias exitosas que demuestran que conocían bien la situación inmejorable de la novela latinoamericana en la década de 1960. Pero lo que le dio a García Márquez una ventaja adicional para escribir y divulgar su novela al comienzo fueron su trayectoria personal, profesional y sus contactos con importantes escritores y editores del boom latinoamericano.

Sucedieron muchas cosas en el mundo para que el libro se convirtiera en un clásico universal. ¿Fue mucho más que sentarse a esperar a que los astros se alinearan, no?
Cuando Cien años de soledad se publicó, García Márquez no pensó que había escrito un clásico sino un libro muy bueno. De hecho, su expectativa era que se lograse vender la primera edición de 10.000 ejemplares en seis meses. Pero se agotó en tres semanas. Como explico en el libro, convertirse en un clásico global depende de varios factores y dos son básicos. Primero, que el autor y su entorno pierdan el control sobre la difusión de la obra y, segundo, que esta se la apropien a lo largo de los años nuevas generaciones que nada tuvieron que ver con su creación.

Termina el libro profundizando en la configuración y trascendencia de un clásico de la literatura. ¿Para usted, junto a qué otros clásicos debe figurar Cien años de soledad?
En mi investigación confirmé que a menudo lectores de todo el mundo ponen a Cien años de soledad junto a El Quijote, La Divina Comedia, En busca del tiempo perdido, Madame Bovary, Moby Dick o Guerra y paz. Tampoco faltan las comparaciones con otro tipo de obras artísticas como Las Meninas de Velázquez o La Mona Lisa de Da Vinci.

Aparte de las exigencias del canon literario, explíqueme ese fenómeno increíble de apropiación universal del legado macondiano, sea para un pozo petrolífero de la British Petroleum o para miles de cosas más. ¿Un clásico puede ser tan popular?
Un clásico es clásico porque, conforme pasan los años, tiene la capacidad de entrar en la vida de nuevas generaciones de lectores de maneras muy diferentes a las imaginadas por su creador. Hoy, Macondo es mucho más que una aldea de ficción. Decenas de personas oyen hablar de Macondo por primera vez como el nombre de una plataforma petrolífera, una cumbia, un restaurante, una librería, una plaza pública, un buque de carga portacontenedores o hasta una estrella situada a 91 años luz de la Tierra.

¿Qué sintió al terminar de estudiar a un autor y una novela que ha sido traducida a 49 idiomas, ha vendido más de cincuenta millones de copias y figura entre las treinta obras literarias más vendidas de todos los tiempos?
Escribir Ascenso a la gloria me tomó diez años, visitando archivos y bibliotecas en siete países, y amasando información producida sobre la novela en todos los continentes a lo largo de más de sesenta años. Lo primero que sentí fue alivio y luego una gran sorpresa, porque solo entonces, al terminarlo, me di cuenta de la enormidad del libro que empecé en 2009.

¿Cuándo publicará su libro en español?
Confío en que salga en 2021. Busco una editorial para publicarlo en español.

* Vea el video sobre el archivo
de Gabriel García Márquez,
la exposición y el libro a partir de él,
 preparado para los lectores de
El Espectador por el Harry Ransom Center
y el profesor Álvaro Santana-Acuña:

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Centro Gabo
Cartagena  de Indias
21 de Julio de 2020

Lectura
Manuel Zapata Olivella,
la buena estrella de García Márquez
Los aportes de Manuel Zapata Olivella
a la formación cultural del joven Gabriel García Márquez.

 
Diseño de ilustración Fundación Gabo / Julio Villadiego

Por Orlando Oliveros Acosta

En 1955, cuando publicó su colección de relatos China, 6 a.m., a Manuel Zapata Olivella no le pagaron con plata sino con libros. Su editor de entonces, Samuel Lisman Baum, le entregó quinientos ejemplares de La hojarasca y se perdió luego en las calles lúgubres de Bogotá. Aquella era la primera novela de Gabriel García Márquez, la misma que había sido rechazada por la Editorial Losada tres años antes y que ahora, sin mucho éxito, la ofrecían por cinco pesos en las librerías de la capital. De modo que Zapata Olivella había adquirido un botín incierto. Durante años, mientras exploraba el mundo, vendió uno por uno estos ejemplares hasta convertirlos en el dinero que tendría que haber recibido por sus derechos de autor. Fue, más que un mal negocio, un gran favor, porque así había repartido por tres continentes la literatura de un buen amigo, que entonces prometía como escritor pero que se espichaba en las ventas.

Algunas décadas más tarde, Zapata Olivella pensaría en esta anécdota y concluiría que siempre había estado en el sitio oportuno para hacerle favores a García Márquez. Más aún: que él, incansable promotor de la cultura colombiana, había sido para el futuro premio nobel un heraldo de la buena suerte.

En sus memorias, Vivir para contarla, García Márquez describió a Manuel Zapata Olivella como un hombre de oficios diversos: médico de caridad, novelista, activista político, difusor de la música caribe. Sin embargo, aclaró Gabo, “su vocación más dominante era tratar de resolverle los problemas a todo el mundo”. Incluido él, por supuesto. Se habían visto por primera vez en Bogotá cuando  estudiaban en la Universidad Nacional. Gabo, con veinte años, cursaba Derecho y Zapata Olivella, con veintisiete, Medicina. El encuentro se había dado a finales de 1947 en la esquina de la carrera Séptima con la avenida Jiménez de Quesada. Varios rasgos comunes hicieron que la química fuera inmediata: habían nacido en el Caribe, muy lejos de aquel frío abominable, odiaban el gris de las calles, pensaban como hombres de izquierda y amaban la literatura. Los biógrafos dirían después que a los dos los habían parido en marzo bajo un aguacero apocalíptico que ahogó marranos y anegó traspatios. Aquella tarde bogotana, Gabo conversó sobre sus dificultades económicas y confesó que quería abandonar su carrera universitaria para dedicarse a la ficción. Zapata Olivella no lo previno ni lo apoyó, pero elogió los dos cuentos que él había publicado en El Espectador: “La tercera resignación” y “Eva está dentro de su gato”.

Fue en un segundo encuentro en Cartagena cuando en verdad le tendió la mano. La noche del 18 de mayo de 1948. García Márquez había estado vagando por el barrio Getsemaní cuando Zapata Olivella lo llamó desde un andén en la Calle del Espíritu Santo. Se alegraron de verse vivos luego de los disturbios del Bogotazo y pasaron la noche reconstruyendo las horas posteriores al asesinato de Jorge Eliecer Gaitán. En el momento en que Gabo recordó su decisión de convertirse en escritor, Zapata Olivella le recomendó que se volviera periodista.

– El periodismo no es mi oficio –dijo García Márquez.

– A la corta, periodismo y literatura terminan siendo lo mismo –respondió Manuel.

En contra de sus deseos, Zapata Olivella le consiguió una entrevista con Clemente Manuel Zabala, el jefe de redacción del recién fundado periódico El Universal. La cita quedó para el día siguiente a las cinco de la tarde. García Márquez rondó por la sede del periódico unas horas antes, espió el interior por las ventanas y se sintió intimidado con la visión que tuvo de Clemente Manuel Zabala. Así que a las 5:00 pm no estaba en El Universal sino en su cuarto de hotel, leyendo resignado Los monederos falsos de André Gide. Su lectura fue interrumpida por un manotazo de Zapata Olivella.

– ¡Vamos, carajo! –le gritó– Zabala te está esperando.

Casi a rastras, García Márquez entró a El Universal. Allí sería halagado por el jefe de redacción –había leído sus cuentos en El Espectador– y escribiría su primer artículo de prensa. El primero de cinco tomos gordos. En el número 381 de la Calle San Juan de Dios: la calle donde 46 años después estaría la sede de su Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano y, en ella, enmarcado como un diploma de graduación, la transcripción de un discurso suyo, titulado “Periodismo, el mejor oficio del mundo”.

El Caribe con Manuel

Cartagena, abril de 1981. Un periodista colombiano de la revista Coralibe entrevistó a García Márquez en el departamento de una de sus hermanas. “Nunca me he cansado de decir que Cien años de soledad no es más que un vallenato de trescientas cincuenta páginas”, dijo el escritor. Acto seguido comenzó una disertación sobre la música vallenata. El vallenato como género narrativo. La Escuela del Cesar, la Escuela de La Guajira y la Escuela Sabanera de Bolívar. Rafael Escalona y Pacho Rada. La leyenda de Francisco El Hombre y el vallenato urbano. El Festival Vallenato y la política. La Zona Bananera y los ritmos de Curazao. García Márquez parecía un erudito, un cirujano diseccionando acordeoneros y juglares. De pronto, en el momento en que su cátedra se enmarañaba de conceptos, hizo una pausa. Guardó silencio para darle espacio a su nostalgia y dijo:

– Es una de las mejores épocas de mi vida. Esa que viví en Valledupar. En ese tiempo yo iba por la Provincia con Zapata Olivella.

Se refería a los viajes que había realizado por el Caribe colombiano a mediados del siglo anterior. Empezaron en diciembre de 1949, después de que Zapata Olivella obtuviera el título de doctor. La tesis de grado, “La dialéctica aplicada al diagnóstico clínico”, sugería un interés por los pobres y los oprimidos. Por eso Manuel había escogido La Paz para hacer su año rural. Era un pueblito lleno de necesitados, a pocos kilómetros de Valledupar. En el trayecto hacia aquellas tierras del olvido pasó por Cartagena, se vio con García Márquez y le pidió que se sumara a la travesía. Ansioso por conocer la región de sus abuelos, el joven periodista aceptó la propuesta.

El 14 de marzo de 1950 Gabo publicó en El Heraldo una columna titulada “Abelito Villa, Escalona & Cía” en la que relató las historias de este viaje. Contó que Zapata Olivella y él habían parrandeado en Valledupar con Abel Antonio Villa, reconocido juglar de música vallenata, para quien “componer un merengue es como el que hace una jaula”. Abelito Villa les habló sobre Pacho Rada, otro mítico compositor del Magdalena, que cierto día fue detenido por un corregidor arbitrario y causó una revuelta desde la cárcel con el poder de su acordeón: conmovidos por las notas de su instrumento musical, los habitantes soltaron al preso y apalearon al corregidor. En retrospectiva, uno se pregunta si no fue esta la historia que inspiró el desacato de José Arcadio Buendía contra Don Apolinar Moscote cuando a éste lo nombran corregidor de Macondo en Cien años de soledad.

A través Zapata Olivella, la columna de García Márquez llegó a las manos de Rafael Escalona. “Escalona es hoy el intelectual del vallenato, y sus colegas de alpargatas y sombrerón alón están satisfechos de que así sea”, leyó el joven compositor. La mención le entusiasmó tanto que concertó una cita con García Márquez en Barranquilla. Se reunieron en el Café Roma, el jueves 23 de marzo de 1950. Gabo lo sorprendió desde el principio porque entró al café cantando “El hambre del liceo”:

Qué tiene Escalona
Qué tiene ese muchacho
dicen las personas cuando lo ven tan flaco,
pero es que no saben el hambre que se pasa
cuando el vallenato se sale de su casa…

De ese momento existe una fotografía a blanco y negro. Gabo, flaco como una escoba, lleva puesta una camisa de mangas largas y un cigarrillo entre los dedos de su mano izquierda. Escalona luce más elegante, con una camisa de cuadros escoceses tapada por un saco oscuro. Los detalles de su conversación fueron reseñados en una columna que García Márquez publicó al día siguiente en El Heraldo. Fue un gesto con el que Gabo se ganó la amistad de Escalona. Gracias a eso y a otros actos de camaradería, el compositor lo convidó a la casa de sus padres en Valledupar. Gabo viajaría en abril. Allá escucharía las historias de Clemente Escalona, el padre, que al igual que Nicolás Márquez, abuelo materno del novelista, era un veterano del bando liberal que había luchado en la Guerra de los Mil Días: uno de los tantos que seguía esperando la pensión que el gobierno les había prometido, como el pobre viejo de El coronel no tiene quien le escriba.

Los biógrafos afirman que entre 1951 y 1952 García Márquez realizó otros viajes similares por el Caribe colombiano en compañía de Zapata Olivella y Rafael Escalona. A veces se les unía el fotógrafo Nereo López. Juntos recorrieron Valledupar, Manaure, La Paz y otros municipios circundantes. Iban de plaza en plaza cazando juglares. García Márquez cargaba siempre con una libreta de notas. En ella copiaba el universo explosivo y melancólico de las parrandas.

Cuando no había una fiesta, ellos la creaban. Así ocurrió una noche en La Paz. Los tres amigos habían llegado al pueblo con la esperanza de oír los cantos de Juan López. El músico, sin embargo, había huido y los habitantes permanecían en un silencio espantoso. Veinte días antes la policía había asaltado La Paz, matando y quemando quince casas para dar una lección de autoridad. Gabo, Zapata Olivella y Escalona visitaron a Pedro López, hermano de Juan. Le pidieron que cantara algo para ellos y él respondió que estaban de luto y que todos los músicos habían clausurado sus instrumentos. Los amigos insistieron tanto que, al final, una mujer cansada del silencio convenció a la gente de que el luto no podía durar más tiempo. Estimulado por el espíritu combativo de sus vecinos, Pedro López sacó su acordeón y cantó. Poco a poco, fueron saliendo de sus escondites las cajas y las guacharacas, el ron y los tenderos, los borrachos y los puestos de fritangas, hasta que en La Paz se recuperó el son. Porque con la música crecen de nuevo las flores decapitadas por la tragedia.

No sabemos cuál es el tamaño exacto del aporte que Zapata Olivella hizo a la formación cultural de García Márquez en esta época. Pero podemos suponer que fue muy grande. Manuel había recorrido palmo a palmo el mundo y sabía tanto de él que era lo más cercano a Melquíades, el gitano vagabundo de Cien años de soledad. En 1943, con apenas veintitrés años, suspendió sus estudios de medicina para explorar el continente americano. En Panamá trabajó como obrero en la Zona del Canal y fue acusado de espía por los estadounidenses. Sufrió el hambre en Guatemala, donde lustró zapatos y lo noqueó un boxeador por quince quetzales. En México anestesió a suicidas y a toxicómanos, además de actuar como extra en la película Doña Bárbara. Vio en Los Ángeles el infierno a los pies de Hollywood, vivió con el poeta Langston Hughes en Nueva York y fue discriminado por su color de piel en muchos restaurantes del Sur. Cuando García Márquez viajó a su lado por los pueblos del Caribe debió sentir su vasta experiencia, el cúmulo de historias que caían de su cabeza como un racimo de plátanos.

Por si fuera poco, Zapata Olivella fue el responsable de la resonancia que el apellido Buendía tendría en la obra de García Márquez. A finales de 1949, durante un encuentro en Cartagena, Manuel le entregó a Gabo un folleto escrito por su padre, Antonio María Zapata, en el que se narraban las gestas de Aureliano Naudín y Ramón Buendía, ambos militares en la Guerra de los Mil Días. En sus memorias, Gabriel explica que el “apellido había de seguir conmigo por siempre jamás”. Aunque es evidente que el coronel Aureliano Buendía es un personaje más complejo cuyos orígenes se remontan a diversas fuentes, lo cierto es que su nombre depende en mayor medida de este acontecimiento. Claro está, Naudín y Buendía no serán más gloriosos ni verosímiles que su compañero de ficción. Pues en la escritura de García Márquez, como en la de otros buenos autores, los seres imaginados triunfan con ventaja sobre los de carne y hueso.

Una estrella en el telón de acero

En la bandera de la Unión Soviética, sobre el martillo y la hoz, había una estrella que García Márquez descubrió vacía. Su resplandor tenía algo anodino, como el brillo de las latas en los vertederos. Fue una decepción que el escritor sufrió en 1957, cuando se adentró en los países del Bloque Socialista y lo único que alumbró fue la solidaridad de los hermanos Zapata Olivella.

El 18 de junio de 1957, en París, García Márquez se embarcó en un Renault 4 junto al periodista Plinio Apuleyo Mendoza y su hermana Soledad rumbo a la Alemania Oriental. Vieron las calles tristes y pordioseras de Leipzig, y se pasearon por las penumbras, casi bíblicas, de Berlín Oriental. Estaban estrellándose contra el muro del desencanto. No obstante, para no formarse una idea equivocada de lo que era el comunismo, decidieron visitar otros países del Este, aprovechando el VI Congreso Mundial de la Juventud que se celebraba en Moscú. El problema entonces era el visado a la Unión Soviética, que a García Márquez ya le habían negado en cuatro ocasiones por no tener un respaldo oficial.

Gabo, Plinio y Soledad estaban de vuelta en París, pensando cómo ingresar a aquella inmensa nación de antiguos zares, cuando pasó por la ciudad el conjunto folclórico de Delia Zapata Olivella. Integrado en su mayoría por negros cimarrones de San Basilio de Palenque, el conjunto había sido invitado al Festival de Moscú. Manuel Zapata Olivella estaba allí, enmascarado como un “domador de fieras”. Él les dijo a Gabriel y a Plinio que podían unirse a la agrupación, suplantando a un saxofonista y a un acordeonero que se habían quedado en el camino. Gabo no tocó el acordeón, pero tocó la caja, y cantó con la voz meliflua que había usado el año anterior para ganarse unos francos en las noches parisinas del club L’Escale.

Fueron cuatro días de viaje en el que atravesaron Berlín, Praga, Bratislava, Kiev y Moscú. Zapata Olivella entonó con ellos diez o doce vallenatos esenciales. Aquello era, en un fenómeno que no hubiera podido concebir Ernest Hemingway, una auténtica fiesta movible.

Dos años después, en octubre de 1959, García Márquez le preguntó a un primo suyo qué novelistas colombianos andaba leyendo.

– A Manuel Zapata Olivella… He visto la noche.

– Sí, sí –respondió Gabriel y añadió una frase que parecía fijar al autor en el firmamento de su propio título–: El negro es bueno.


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