LA PATRIA
Manizales
- Colombia
16 de
julio de 2017
Columna
La nueva iglesia de García
Márquez
Por
Eduardo García A.
@Garciaguilar
En medio de los miles de homenajes que día a
día, mes a mes y año por año hacen las autoridades en institutos, embajadas,
consulados, universidades, palacios presidenciales, museos, bares, librerías, a
Gabriel García Márquez, por cualquier motivo, ya sea un aniversario más de su
libro máximo o cumpleaños de textos o hechos relacionados con su vida y obra,
asistentes, escuchas y ponentes pierden a veces la perspectiva histórica de lo
que significó su irrupción en el mundo literario en ese año 1967, cuando
apareció Cien años de soledad en la editorial Sudamericana de Buenos Aires.
El fenómeno García Márquez será irrepetible
porque el modelo romántico del escritor cervantino fundacional que representa a
la nación, al continente y a la lengua surge de la confluencia milagrosa de la
necesidad imperiosa de afirmación de un país, región o idioma en un contexto
histórico y a su vez de la solidaridad y la sed de revolución experimentada por
Occidente en un momento de cambios en paradigmas culturales y rechazo al
colonialismo y a la guerra.
García Márquez, más que otras estrellas del
boom en el momento como el cultísimo y afrancesado Alejo Carpentier, el moderno
y urbano Julio Cortázar, el barroco y recursivo Augusta Roa Bastos o el
realista y brillante académico Vargas Llosa, encarnó con su joven figura
popular e irreverente, su aspecto peculiar de bigote y cabello encrespado a lo
african look y camisas de flores y pantalones rojos, al escritor que desde un
origen muy humilde y desde una región periférica accede a las más altas esferas
de la gloria literaria en vida y se convierte en el padre de la patria, como
ocurrió en su momento con Victor Hugo, Walt Whitman o Leon Tolstoy, entre
muchas otras figuras de ese tipo, a su vez irrepetibles.
En la Europa de los tiempos de mayo del 68
había una intensa sed de revolución y de rechazo al imperio estadounidense que
hacía la guerra de Vietnam y mataba a Martin Luther King o apresaba a Ángela
Davis y las generaciones del momento en esa vieja región cargada de monumentos
e historia quedaron fascinadas por los insurgentes barbudos cubanos y sus
seguidores guerrilleros que proliferaron en el continente latinoamericano y se
convirtieron en modelo de insurgencia armada en muchas partes del llamado
Tercer Mundo.
América Latina se puso de moda como un símbolo
cultural y erótico. A un lado estaba el mártir crístico y barbudo
revolucionario Ché Guevara, cuya imagen yaciente recorrió el mundo ese mismo
año 1967 y después se convirtió en un ícono aun vigente medio siglo después. Al
otro lado, como la otra cara de la moneda, aparecía ese mismo año Gabriel
García Márquez, el escritor popular que accedía con Cien años de Soledad a las
altas esferas de la gloria literaria, hasta entonces reservada a los autores de
las grandes potencias coloniales.
Medio siglo después, ya afirmada América
Latina en su fuerza cultural, económica y política, las nuevas generaciones del
mundo miran hacia otras culturas como las asiáticas, africanas, nórdicas e
incluso leen en su mayoría a los autores anglosajones que a ambos lados del
Atlántico escriben en inglés. América Latina ha pasado de moda y aunque se
publican algunos libros y surgen fenómenos póstumos como el de Roberto Bolaño,
el continente se inscribe ya en el marco de esa cultura globalizada mundial,
digitalizada por la red de internet y sus clubes sociales como Facebook,
Twitter, YouTube y muchos más, foros donde la cultura y la vida por ahora
encuentran un escenario y un modo de difusión para las nuevas generaciones.
García Márquez ha sido cooptado por las
autoridades legislativas, ejecutivas, judiciales, eclesiásticas y militares
como un ícono nacional y continental y casi viene a suplantar poco a poco al
himno nacional con su inolvidable "Oh gloria inmarcesible, oh júbilo
inmortal, en surcos de dolores el bien germina ya". Asociaciones,
institutos, academias y premios cuentísticos, cinematográficos y periodísticos
que llevan su marca proliferan y se reproducen como champiñones de manera
exponencial en todas partes recaudando jugosas donaciones o presupuestos.
Presidentes, alcaldes, embajadores, cónsules,
ministros, rectores de universidades y colegios, se han convertido en la nueva
clerecía de una especie de religión gaboteológica que devora presupuestos,
papel para libros y afiches, imágenes para billetes y monedas y aplasta y
relega a toda otra expresión literaria que no sea la del Nobel omnipresente,
omnisciente, omnipotente y omnívoro.
Semana tras semana, mes por mes, año por año,
todos los calendarios institucionales se coordinan para celebrar de una y otra
forma su eternidad y uno no sabe ya si es al propio García Márquez a quien se
celebra o si son los propios clérigos de la garciamarquia los que se
autoengrandecen y logran así existir y protegerse del olvido y el anonimato
bajo la iluminación de las lengüetas de fuego que emanan desde sus tonsuras
ígneas, por la fuerza divina del nacido en Aracataca, como Jesús lo fue en
Belén.
No tardarán tal vez algún día en reunirse esos
prelados de todos los orígenes y pelambres en Cartagena de Indias, trajeados
con impolutos liqui-liquis o guayaberas bordadas para celebrar un cónclave
secreto en torno a sus cenizas, destinado elegir a un papa de la nueva
religión, una especie de Pedro fundacional o Aureliano o Melquíades o José
Arcadio sobre quien construir la poderosa Iglesia garciamarquina.
Ya los imagino ahí a todos congregados en ese
concilio donde las diferentes fuerzas y tendencias gabópatas, gabófilas o
gabomaniacas pugnarán para imponer a uno de los suyos y ya siento el fulgor y
la alegría del pueblo que acudirá en masa a la fiesta al ritmo de los
vallenatos de Escalona, cuando salga la miríada de mariposas amarillas desde
alguna chimenea para anunciar que al fin "habemus papam" macondiano.
Será la primera de una larga serie de pontífices que reinará a lo largo de los
próximos siglos desde su Vaticano cartagenero, bajo la supervisión celeste y
mamagallística de Don Gabriel.
** ** **
EL PAÍS
Cali -
Colombia
11 de julio
de 2017
Columna
Vargas Llosa y García Márquez
Por:
Santiago Gamboa
A todos los que nos interesa la literatura nos
ha conmovido o irritado la reciente charla de Vargas Llosa sobre García Márquez
en el marco de la universidad de verano de la Complutense de Madrid (disponible
en Youtube). A mí me produjo en simultánea las dos sensaciones, aparentemente
contrarias: me conmovió y me irritó. ¿Por qué? En ella Vargas Llosa es
interrogado por Carlos Granés, con gran acierto, haciendo que el peruano diga
cosas que probablemente son una primicia sobre su relación con García Márquez.
Pero el meollo del asunto es que Vargas Llosa, de un modo muy elegante, viene a
decir que García Márquez decidió seguir apoyando a Cuba después del Caso
Padilla para medrar en el ecosistema literario mundial, que era de izquierda, y
no tener problemas, mientras que él, coherente con la posición difícil, se tuvo
que tragar la lluvia de acusaciones que en esa época significaba enfrentarse a
Cuba. ¿Y qué hay detrás de esa frase? Es como si Vargas Llosa dijera: si yo no
obtuve más éxito mundial fue por mi coherencia política. Si no fui tan famoso y
célebre como García Márquez fue por la fidelidad a mis ideas. Esto implica
afirmar lo contrario: que García Márquez llegó lejos por su incoherencia, por
su entrega a lo fácil, por no adoptar la posición difícil que, en cambio, sí
adoptaron amigos suyos como Plinio Apuleyo Mendoza.
A pesar de que Vargas Llosa se refiere a ‘Cien
años de soledad’ en términos admirativos, lanza una bomba de mecha lenta contra
su rival, para que explote más adelante. Vargas Llosa quiere dejar sentado ante
la posteridad que García Márquez, por ser un pragmático, decidió no oponerse a
Cuba, y que eso impulsó su fama universal y su fuerza literaria. Y seguramente
su Nobel. No hay que olvidar que Vargas Llosa le pegó un puño a García Márquez
en México cuando eran los mejores amigos, en 1976. Algunos dicen que hubo un
lío de faldas. Otros que fue el puño de un escritor a otro que lo supera.
Hay que ver el contexto: cuando se publica
‘Cien años de soledad’, el autor latinoamericano de más proyección era el joven
Vargas Llosa. Era él el dueño de todas las miradas, el que conquistaba Europa
país por país con sus excelentes libros. Hasta que se publica ‘Cien años de
soledad’, en 1967, y Vargas Llosa pierda su trono de autor latinoamericano
novedoso y al alza. Con ‘Cien años’ todas las miradas se vuelven hacia GGM y no
hubo ya nada qué hacer. El éxito universal del libro y el nacer de Gabo como un
artista excepcional al que todos los notables del mundo querían invitar a su
casa fue el pan cotidiano. Algo que no debió dejar tranquilo al joven Vargas
Llosa de esos días que, por un par de años, alcanzó a probar la fruta del éxito
exclusivo. Es el problema de toparse con un grande: como Ronaldo con Messi, en
fútbol. Como Federer con Nadal, en tenis.
** ** **
Una vieja nota interesante del fundador del nadaísmo. N
del E.
CROMOS
Bogotá -
Colombia
N°2.661
11 de
noviembre de 1968
Columna.
Gabo: el filósofo macondino
Por
Gonzalo Arango
Gabriel García Márquez es, para mi gusto, el
mejor novelista colombiano de todos los tiempos. En Europa dicen que Cien años
de soledad es El Quijote latinoamericano, o sea, el Cervantes de este
continente. Gabo, fuera de sus novelas en las que mete el más maravilloso
arsenal de magia y realidad, nunca se ha “tomado en serio”. En sus reportajes
periodísticos, bromea, frivoliza, se sale por la tangente. Es decir, no
trascendentaliza al estilo aburrido y pedante de los intelectuales que no
trabajan ni crean, pero que posan para la inmortalidad dando declaraciones
lapidarias, conceptos aristotélicos, hablando de lo que no saben, dogmatizando
sobre el cielo y la tierra. Gabo, al revés, se toma en serio en la soledad
paciente de su trabajo, pero a la hora de la verdad, su obra saca la cara por
él, y en sus libros está dicho todo. Lo demás es pasabocas.
Por eso me sorprendió un reportaje que publica
la revista Enfoque internacional, que dirige José Arizala, y en donde García
Márquez habla de su trabajo, de su pensamiento estético, de los compromisos del
arte en la realidad social, y que me parece constituye su verdadero “credo”
como novelista. Nunca antes había leído una confesión tan sincera y “seria” del
gran escritor colombiano. Por eso considero necesario divulgar más extensamente
lo que piensa Gabo de sí mismo y de Cien años de soledad. Con ese fin elaboré
esta síntesis:
No soy
dogmático
Siempre estoy experimentando, por eso mis
teorías literarias cambian todos los días. No tengo una fórmula. El día que
tenga una formula estoy acabado. Me contradigo. Quien no se contradice es
dogmático, y ser dogmático es ser reaccionario. Yo no quiero ser reaccionario.
Contra
la pared
La mala hora me colocó contra la pared. Pero
sin La mala hora yo no habría podido escribir Cien años de soledad. Porque al
quedar contra la pared, tuve que romper la pared. En distinto sentido, Cien
años de soledad me ha vuelto a dejar en la misma situación. Pues bien, tengo
que romper de nuevo la pared. Aspiro a que cada novela me coloque contra la
pared.
El
peligroso realismo
En La mala hora quise hacer un realismo
directo. Quise comprometerme con una realidad que me había impresionado mucho:
la violencia. Yo no podía ser indiferente a esa realidad. Y resultó mi peor
novela. Porque en ella caí en las formulas, caí en lo que ahora algunos me
piden que haga.
El
escritor no es líder político
Hay gente que cree que los novelistas somos
historiadores o políticos. Pero no nos pueden pedir que arreglemos todo. En mi
viaje a Suramérica me di cuenta que la gente, especialmente la juventud, busca
un líder. Y cuando surge un escritor, le piden que sea líder. No. Nosotros
contamos cuentos. Yo escribo ahora lo que me sale del alma, creo que eso hace
más por cambiar la situación, hace más por el país. Tengo una ideología, y a
través del lente de esa ideología veo todo y hago cuentos. Caperucita Roja es
un cuento que tiene ideología.
La
dignidad del artista
Hemos reaccionado contra lo que podría
llamarse el escritor mendicante. Antes los escritores querían ser una carga
para la sociedad, que la sociedad los mantuviera, los subvencionara. Pero
cualquier subvención compromete al escritor. Y esto es válido para todo tipo de
sociedad. Esto es terriblemente peligroso, y es algo que me inquieta. Yo nunca
he recibido una subvención, una beca, nada por el estilo. Cada centavo me lo he
ganado con mi máquina de escribir. Ahora puedo vivir de lo que escribo, no
porque escriba mejor ni distinto, sino porque he trabajado veinte años.
Ser
rebelde siempre
El escritor debe mantenerse siempre
independiente, debe ser siempre rebelde, en cualquier sociedad, porque la
sociedad es infinitamente perfectible.
Vamos a
ver quién gana...
Todo es real en Latinoamérica. Por eso no creo
que en mi novela haya una mistificación perjudicial de la realidad. Por
ejemplo: relato la masacre de las bananeras en una forma que puede llamarse
falsa, superficial, sin documentos históricos. Pero el hecho es que ahora hay
en América 80 mil lectores que saben que en Colombia, en las bananeras, hubo
una masacre. Antes no lo sabían. Yo describo la mecánica del hecho. Y cuando
alguien me decía que este libro era peligroso yo digo que hubo tres mil muertos
y que en realidad no hubo sino veintiséis, pero ustedes los informadores
oficiales, reducen la cifra a veintiséis, yo la aumento a tres mil, a ver quién
gana.
Yo voy mis restos a García Márquez: porque es
de los pocos escritores que en Colombia juegan limpio, y lo han apostado todo a
la belleza y a la verdad, con una honestidad profunda, lúcida, y digna del
arte.
** ** **
REVISTA JET-SET
Bogotá –
Colombia
28 de junio de 2017
Nota de
prensa
Gonzalo García Barcha,
el hijo artista de Gabo
.
Por redacción de Jet-Set
Aunque
prefiere mantener un perfil bajo, los medios de comunicación no lo olvidan, y
menos ahora cuando acaba de salir la edición conmemorativa del medio siglo de
Cien años de soledad, en la que participa como tipógrafo. El heredero del nobel
literario es editor de libros, artista plástico e ilustrador.
Gonzalo
García Barcha se crió en México, estudió en Nueva York y creció
profesionalmente en París. No obstante adora los vallenatos y la comida
colombiana.
Gonzalo García Barcha es el hijo más reservado de Gabriel García Márquez. Su hermano, el cineasta Rodrigo García, también lo es, pero a
fuerza de promocionar sus películas le ha tocado mojar más prensa.
García
Barcha, quien es ilustrador, artista
plástico y tipógrafo, vive en París,
donde aprovecha cada viaje en el metro para utilizar una aplicación de su
iPhone para dibujar a mano alzada como si lo hiciera exactamente sobre papel.
Es más, varias de estas imágenes, casi todas de rostros y figuras humanas,
fueron trasladadas al óleo como parte de una exposición que tituló Panorama
y que presentó en la galería Espacio Mario Rangel Faz, de Ciudad de México.
El ambiente cultural de la Ciudad Luz lo inspira. Un día va al Museo de Louvre o a las
galerías del Barrio Latino cerca del río Sena. Lo hace solo o secundado por su
esposa Pía Elizondo, una
fotógrafa de la escuela documentalista que retrata las ciudades sin el
‘maquillaje’ del photoshop. La pareja, que comparte algo más que la
afinidad artística, prefiere vivir
lejos de la sombra de Gabriel García Márquez. Cuando Gabo estuvo enfermo
fueron muy amables, pero un poco lacónicos con los periodistas que cubrieron la
lamentable noticia.
Gonzalo
estudió diseño en Parsons School of Design, en Nueva York,
donde de manera persistente se dedicó a
una de las aficiones más curiosas del mundo: la recolección de tipo de
letras antiguas o clásicas de los primeros libros impresos en la España
precolonial y en los virreinatos de América. Cuando ya tenía una colección
tipográfica relativamente grande decidió vivir del mercado editorial.
En México
fundó El equilibrista, una imprenta de libros de lujo y vanguardia que más
tarde creció en aras de llegar a los nichos de mercado de los cineastas con los
que creó títulos y créditos para el cine
y la televisión. Hace unos años colaboró en las películas Grandes
esperanzas, de Alfonso Cuarón;
Nine
lives, con la actriz Jennifer Garner
(sic); y Diez historias de amor, que dirigió su hermano Gonzalo
(sic) García Barcha.
Los hijos
de Gabo no nacieron escritores, pero siempre han estado ligados de una u otra
manera al mundo de la literatura. Gonzalo se encargó de buscar un tipo de letra
exclusivo para una edición especial de 200 ejemplares de Vivir para contarla,
la única obra realmente biográfica de su padre.
Según la
prensa mexicana este ha sido uno de sus trabajos predilectos. La fuente
tipográfica que utilizó lleva el nombre de Enrico Martínez, fundidor e impresor de la Nueva España en el
siglo XVII, quien fue visionario al buscar modelos de letras en el mercado
editorial de los Países Bajos. Recientemente también se unió a la fiesta
editorial por los 50 años de uno de los libros más leídos de la historia, Cien
años de soledad, con una edición ilustrada de Penguin Random House. García
Barcha también se encargó del diseño
tipográfico.
“Empecé a
pintar a la edad en la que lo hacemos todos. Mi pasión por los símbolos fue un
poco más tardía. Nació del placer de
inventar y descifrar códigos. Con el trazo de las primeras letras
entendí cómo funcionaba un sistema de símbolos. Lo que me inició en la
tipografía”, dijo el artista.
El mundo
laboral de Gonzalo en apariencia pertenece a una élite intelectual, pero no.
García Barcha de vez en cuando se
interesa por las letras de los niños. Para él, entre más infantiles,
mucho mejor.
** ** **
“Ediciones
del Equilibrista”, una de las divisiones de Elzevir Editores S. A. de C. V., la
empresa editorial de propiedad de Gonzalo García Barcha, publicó un pequeño
libro con el cuento de Gabriel García Márquez, El rastro de tu sangre en la nieve. Aquí el ejemplar en la
biblioteca de MEMORABILIA GGM.
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