EL UNIVERSAL
Ciudad de México
Confabulario
3 de junio de 2017
CRONICA
Gabriel
García Márquez con Carlos Fuentes en
entrevista
con
el periodista francés Regis Debray en París (1976)
“El verbo ha encarnado”
Cincuenta años después de su publicación en Buenos
Aires, Cien
años de soledad sigue siendo un
fenómeno literario y editorial único de Latinoamérica. Las cartas entre García
Márquez y Carlos Fuentes nos ofrecen una perspectiva privilegiada sobre su
gestación y su impacto en la vida del novelista colombiano
Por
Gustavo Arango
Las novelas se
terminan de escribir muchas veces. Cuando su autor siente que materializó la
idea que lo poseía, la sensación es de euforia. Le falta corregir, averiguar
detalles, hacerse dueño de imágenes y frases, pero ya no hay temor de que la
obra nunca exista. Cuando de verdad termina, y entrega su novela al editor, lo
que siente es vacío y levedad. El 30 de julio de 1966, Gabriel García Márquez
sentía que había terminado de escribir la novela para la que su vida fue una
larga y paciente preparación. Vivía en la Ciudad de México y quiso compartir su
alegría con su amigo, Carlos Fuentes, quien estaba en París.
“He aquí la
noticia: se acabó Cien años de soledad. Pera saca los primeros
capítulos, mientras yo pulo los últimos, con unas dificultades de información
más o menos tremendas: hoy necesito saber cuáles eran los métodos medievales de
matar cucarachas y cuánto pesaban 7.214 doblones de a cuadro, encontrar alguien
que me traduzca un diálogo al papiamento y una veinte exquisiteces más, pero ya
estoy del otro lado. En la drástica reducción final quedó reducida a 550
cuartillas, pero mi ilusión es que agarren y tengan que ser leídas de una sola
sentada. Siento que me quedó mejor de lo que yo esperaba, y que en ningún
momento decae gravemente, y se sostiene el interés, el estilo torrencial y el
disparatorio de la vida cotidiana en el Caribe. En agosto la mando a
Sudamericana, que le prepara gran lanzamiento. Tiemblo de miedo, y espero ver
qué pasa”.
Cincuenta años
después de su publicación en Buenos Aires, Cien años de soledad sigue
siendo un fenómeno literario y editorial único en Latinoamérica. Son materia de
leyenda las circunstancias que rodearon su escritura, así como su éxito
inmediato y desaforado. Todo lector fiel de Gabo conoce la historia del viaje a
Acapulco en el que tuvo claridad sobre el tono que debía darle a su novela (la
misma impavidez con que su abuela le contaba, cuando era niño, historias
increíbles). Es parte de la leyenda el encierro obsesivo durante dieciocho
meses y las estrecheces familiares que Mercedes, su esposa, enfrentó con
estoicismo. Es muy conocida la historia de lo ocurrido en la oficina de
correos, cuando el dinero no alcanzó para enviar la novela completa, y las
palabras de Mercedes cuando por fin quedaron en la ruina y con las manos
vacías: “Ahora sólo falta que la hijueputa novela sea mala”.
En mayo de 2014, a
los dos años de la muerte de Carlos Fuentes y sólo un mes después de la muerte
de García Márquez, la sección de manuscritos de la Biblioteca Firestone, en la
Universidad de Princeton, levantó la restricción que existía sobre la correspondencia
entre Fuentes y García Márquez. Buena parte de esas cartas corresponden a los
años de escritura y proyección inicial de Cien años de soledad (1965-1969),
y ofrecen una privilegiada perspectiva sobre la gestación del “Quijote
latinoamericano”, como la llamaría Fuentes, y sobre su impacto inicial. Justo
un año después de aquella carta de julio del 66, Cien años de soledad se
extendería como reguero de pólvora por el mundo hispánico, y empezaría a
abrirse paso en Francia y Estados Unidos, cambiando para siempre la literatura
latinoamericana y la vida de su autor.
“Esto se volvió un chorro, magister”
“No se me ocurre un modo mejor de celebrar la primera mitad terminada de
mi novela”, escribió García Márquez el 30 de octubre de 1965, “que contestando
tu carta de Nueva York. Empiezo por decir que eres un malvado, por encontrarte
en Roma en este sábado sombrío, pero con un poco de egoísmo te lo agradezco,
porque ya no tengo a quien visitar y el té dominical lo dedico a escribir.
Hasta encontré el título de la novela: Cien años de soledad. Cómo
te suena?”
Cuando leemos un
libro, raras veces pensamos en el confuso –y a veces desalentador– proceso de
gestación. Ignoramos las preocupaciones cotidianas del autor, las
incertidumbres que ocupan sus días, los otros proyectos que se le atraviesan en
el camino. En esa misma carta, un año antes de terminar Cien años de
soledad, García Márquez habla de otra historia que empieza a obsesionarlo.
“Esto se volvió un
chorro, magister: encontré al fin la solución del dictador, con el título que
ya conoces: El otoño del patriarca. Recuerdas que mi problema era
dar con el contexto socio-histórico-económico, político? Qué tontería. La otra
noche, recordando el juicio de Sosa Blanco, encontré la clave: la novela debe
ser el monólogo del dictador, decrépito, despistado, sordo, y ya casi
completamente gagá, tratando de justificar sus actos durante 92 años en el
poder, ante un tribunal popular que lo juzga en el estadio de béisbol. Todo en
primera persona con las palabras del viejo, con sus errores, sus lagunas
mentales, sus tautologías, idiotismos, ingenuidades, etc. Ha sido una solución
tan explosiva, que la puedo tener lista en seis meses, y ahora sí sería fácil
la dimensión poética que tan difícil –o imposible– me resultaba del otro modo.
Tú que me conoces, te imaginarás lo contento –e insoportable–que estoy con este
hallazgo”.
Lo cotidiano le
disputa la atención que quiere darle a su novela. “Yo veía ya el cine desde un
punto muy lejano, hasta que Mercedes, muy compungida, me informó que al cabo de
400 cuartillas estábamos debiendo 21 mil pesos”. Decidió que trabajaría medio
tiempo en su novela y el resto lo ocuparía en escribir el guion de una película
de Arturo Ripstein, Patsy on the rocks, “o la vida licenciosa del
joven escritor gótico Carlos Fuentes”.
“Master: Es
importante que escribas con mucha frecuencia”, dice su carta del 25 de
diciembre de 1965. “El otro día estábamos en el jardín, viéndolo todo negro,
cuando llegó tu carta atiborrada de buenas noticias. Luego, analizándolas, nos
dimos cuenta de que ninguna de esas noticias resolvía nuestros problemas pero
tenían en cambio la virtud de hacerlos olvidar. En los días malos, Mercedes
dice: ‘Qué bueno que escribiera Carlos’”. Agrega en la carta que la novela
avanza “a paso de tortuga” y que espera terminarla en mayo.
Las cartas que le
dirige a Fuentes le sirven para aclarar ideas. Dice que, apenas termine, espera
“entrarle enseguida a El otoño del patriarca”. Dice que, además,
tiene “ya anotados unos cien cuentos muy cortos, muy sencillos, muy
cosmopolitas, que quiero empezar a trabajar cuanto antes. Esta literatura es
una mierda: te abandona cinco años y después te atropella exigiéndote cosas que
están por encima de las posibilidades por cuestiones de tiempo”. Escribe que
está “cada día más enconchado”, y se despide con “un gran abrazo de sus
huérfanos dominicales”.
“Trabajo como un
burro”, escribe en febrero de 1966. “La novela avanza, pero se hace cada vez
más larga”. Cuenta que “Mercedes descubrió que el dinero rinde más cuando lo
esconde entre las páginas de La región más transparente”.
El 21 de mayo de
1966 reflexiona sobre su novela y sobre la literatura latinoamericana. Ya
entonces es clara su intención de que “la mafia”, como llama al grupo en el que
incluye a Fuentes, Cortázar, Vargas Llosa y otros pocos, produzca un impacto a
nivel continental.
“Se necesita
alguien, que no sea ninguno de nosotros, para que diga las cosas como son. La
verdad, mi querido Carlos, es que nuestros antecesores no hicieron sino
sembrarnos escollos en el camino, y nosotros enfrentamos el problema de
descuajar la enmarañada selva de falsedades, que ellos inventaron, para después
explorar la selva original. Hasta la retórica, que era su fuerte, la usaron tan
espantosamente mal y la dejaron tan manoseada que, ahora que la necesitamos
para las buenas finalidades, está infestada de trampas peligrosas. No sólo
hemos partido de cero sino de más atrás y, si a pesar de eso estamos avanzando,
es algo que merece ser reconocido con cojones y no con gacetillas de
compromiso. Como siempre, los observadores de nuestra vida cultural están
esperando que sus realidades se las manden a decir de Europa”.
Carlos Fuentes
había respondido con entusiasmo a la lectura de unos capítulos. “Lo que me
decías en tu carta me ha llenado de alborozo”, escribe Gabo. “Llegó en un
momento oportuno, en uno de esos días negros en que me pregunto si no estaré
chapaleando en un pantano de mierda. Es lógico: nunca he trabajado tan solo, no
tengo puntos de referencia, salvo, quizás, a veces, Rabelais, y sufro como un
condenado no sólo tratando de meter en cintura a la retórica, sino buscando a
cada paso los límites y las leyes de la arbitrariedad, tratando de sorprender
la poesía en un momento de descuido –y no en plena efervescencia como la buscan
los poetas–y peleándome en fin para que vuelvan a tener sentido las palabras
que de tanto ser mal usadas ya no significan nada. Estoy doblando el cabo
final, sintiendo que ya casi le doy, y todavía me faltan como cuatrocientas páginas.
Todo esto, por supuesto, con el problema de siempre: al darle a la novela la
prioridad que merece, descuido el pan de cada día, y aquí estamos otra vez
viviendo de milagro, mientras los productos revientan el teléfono para que les
escriba chorros, lo peor es que ya nada me sabe a nada, sólo la novela, y no
soy capaz de escribir una letra que no sea para ella. Cuando pienso que este es
nuestro problema más grave, y que tampoco el socialismo ha podido resolverlo,
me pregunto qué hacemos los escritores pobres en este cabrón mundo”.
En mayo de 1966,
empieza a pensar en la vida después de su novela. Considera una oferta, “sólo
que muy estrecha de dinero”, para irse a Roma. “Como me dan los pasajes para
toda la familia, estoy tentado a aceptarla por uno o dos años, pensando que si
aquí voy a vivir con las mismas estrecheces, es mejor sobrellevarlas en Roma.
(…) No salgo a ninguna parte, me pudro en mi salsa, le soy fiel a Mercedes como
un perro, y ella está que se revienta de aburridora domesticidad. La perspectiva
de Roma, por consiguiente, brilla en el horizonte”.
A finales de
julio, ya con la sensación de estar “del otro lado”, García Márquez aprovecha
para pedir detalles sobre el coronel Lorenzo Gavilán, el personaje de La
muerte de Artemio Cruz que ha incluido en su novela y al que le ha
dado muerte en la masacre de las bananeras. También le pide a Fuentes que hable
con Cortázar para que le permita incluir una referencia a Rayuela:
quiere que Gabriel, el nieto de Gerineldo Márquez, viva en el mismo apartamento
“donde muchos años después había de morir Rocamadour”. Explica que no aceptó la
oferta de irse a trabajar a Italia, pues las exigencias no le permitirían
escribir. Ahora le pide a Fuentes “una pista sobre la posibilidad de conseguir
por seis meses en alguna universidad de Estados Unidos, una pensión de escritor
residente”.
“La novela del
dictador ya me atropella y necesito ver qué hago, pues no tengo derecho a
someter a Mercedes a la prueba que le hice con Cien años de soledad.
Hemos pasado ocho meses muy duros, estamos en la ruina y cargados de deudas que
tengo que pagar de aquí a diciembre, para empezar el otro libro en enero. Mi
drama es que toda la vida he trabajado como un burro para ganar dinero y no he
podido aprender a arreglármelas para escribir mis libros, que a partir de este
momento es lo único que me interesa. No quiero perder este entusiasmo, estás
ganas de escribir los temas que ya no me dejan dormir y que corren el riesgo de
perderse en una agencia de publicidad”.
Gabriel García Márquez en la
Alameda Central
de la Ciudad de México (Circa.
1965)
“No haré nada más que escribir novelas”
La correspondencia
revela el apoyo y la influencia de Carlos Fuentes en la gestación de la novela.
Por momentos parece que Fuentes tuviera más claridad sobre las dimensiones y el
sentido de lo que García Márquez estaba haciendo. En una etapa temprana le
dice: “Creo que tienes un hallazgo en las manos y te envidio”. Más adelante le
sugiere publicar la novela con Seix Barral, para darle mayor difusión
internacional. Gabo habla de la Revolución Cubana: “si los amigos cubanos se
van a convertir en nuestros policías se van a llevar, al menos de mi parte, una
buena mandada a la mierda” (marzo de 1967), “mi instinto de patriarca chino me
indica que Cuba va a terminar en luna de miel con los gringos (marzo de 1969);
de la industria cinematográfica mexicana; de un proyecto colectivo sobre los
dictadores de cada país: “Don Tomás (Cipriano de Mosquera) estaba completamente
loco y tiene mucho de tu Santa Ana” (junio de 1967); y del esfuerzo conjunto
por hacer visibles sus obras: “Ante todo, master, mi gratitud por tu artículo
en Siempre, por la mención en Life y por la
declaración en Mundo Nuevo. Me estás vedettizando” (julio de 1966).
El tono entre los dos es entrañable. Juegan a coquetearle a la esposa del otro:
“Un abrazo a la Macedonia, que otra vez se me fue viva al corral”, escribe
García Márquez; “Un beso a la divina Gaba, por la que se me cae la baba”,
replica Fuentes.
El 30 de
septiembre de 1966, Cien años de soledad estaba terminada:
“Master querido: no le había contestado porque la novela me dejó una cruda
horrible: de pronto me asaltó el terror de que en realidad no había dicho nada
en 500 cuartillas y me encerré con el neurótico propósito de hacerla otra vez
de otro modo. Todo se redujo, por fortuna, a unos cuantos machetazos, a limpiar
todo un poco más, y ya está en Buenos Aires. La mandé sin mostrársela a nadie.
Te imaginarás como estoy todavía esperando que los lectores de Sudamericana me
manden a decir que es una mierda”.
El manuscrito lo
pasó en limpio Esperanza, “La Pera”, el personaje de la gran crónica que García
Márquez siempre lamentó no haber escrito. “La Pera” trabajaba en una empresa
para la que Carlos Fuentes y él hacían textos publicitarios. “Era una mujer
extraordinaria”, diría García Márquez muchos años después. “Se dio el lujo de
pasar los dos libros de Juan Rulfo, varias novelas de Carlos Fuentes, y a todos
nos hacía correcciones. Terminó amnésica en Cuernavaca. Cuando
transcribía Cien años de soledad, llamó a preguntarme si tenía
nuevos capítulos y, como le dije que no, me preguntó: ‘Y, dígame una cosa, ¿al
fin fulanito sí se come a sutanita?’”.
García Márquez
venía negociando bajo la tutela de Carmen Balcells: ya había firmado contratos
para las traducciones de su novela al inglés y al francés, y pronto lo haría
para las ediciones de bolsillo de sus libros anteriores. La campaña de
expectativa fue de casi dos años. En diciembre del 65, recibió las pruebas de
la entrevistas-crítica que Luis Harrs le dedicó en Los nuestros. “La
encuentro estupenda”, escribió. “La semana entrante le mandaré a Harss, para
que se forme una idea, 80 cuartillas de la novela, la cronología, el árbol
genealógico de los Buendía, y otras notas. Si lo ves, dile que te muestre ese
material”.
Esas páginas
fueron lo único que Fuentes leyó antes de recibir el libro impreso. El 4 de
marzo de 1967, García Márquez escribe: “Cien años sale en mes y
medio, y el primer ejemplar te ira volando desde Buenos Aires. Ya corregí
pruebas y encontré pocas cosas de que arrepentirme. Serán diez mil ejemplares
que espero me saquen al fin del círculo de mis amigos. Los avances en Mundo
Nuevo, en Amaru y en Eco han pegado muy
bien: recibo cartas de entusiastas desconocidos de todas partes”.
En esa misma
carta, previendo un éxito modesto, García Márquez esbozó sus planes para los
meses siguientes: “Mercedes y yo vamos a meter nuestras cosas en una bodega.
Vamos a Buenos Aires por unos veinte días, soy jurado del concurso de Primera
Plana, al regreso 15 días en Colombia. Si el Rómulo se lo dan a Mario, como
sospecho y se lo merece, me daré el salto a Caracas para darle mi abrazo. A
principios de septiembre a París o Barcelona y, después de rascarme las pelotas
repasando mis nostalgias europeas, nos instalaremos en la costa catalana –ya
sin turistas franceses–, por un año mínimo, a escribir la novela del dictador,
que ya se me sale por las orejas, y un libro de cuentos. Estaremos cerca de París
y tendré coche, de manera que en el camino habrá oportunidad de organizar
encerronas envidiables como las que propones. Todo es posible gracias a una
cantidad de trabajo bestial que me he echado encima (cine, publicidad, T.V.
clandestina) aprovechando la velocidad que me quedó de la novela. En tres meses
tendré ahorrado suficiente dinero para el año en Europa, sin contar los
anticipos que espero de todos lados por Cien años, y que servirán
para prolongar la estancia por cuanto sea posible. Para mí, se acabaron los
primeros cuarenta años de trabajos forzados: a partir de ahora, aunque sea
comiendo tierra, no haré nada más que escribir novelas”.
“Yo estoy
prácticamente haciendo maletas”, escribió el 5 de junio. “El 15 de julio me voy
a Barranquilla, el primero de agosto a Caracas, el 15 de agosto a Buenos Aires,
el primero de septiembre regreso a Bogotá y en la segunda quincena de ese mes
vuelo directamente a Barcelona, y a escribir como un animal. Ya me arden los
dedos!”
“En estos días
recibirás directamente de Buenos Aires un ejemplar caliente de Cien
años de soledad. Yo lo espero en estos días, pero di instrucciones de que
los ejemplares de mafia se fueran, inclusive, primero que el mío. Tengo un
miedo de cucaracha ante la inminente aparición del mamotreto”. Prometía
investigar, en Bogotá, sobre “don Tomás”, su dictador elegido; pero el proyecto
colectivo no estaba entre sus prioridades. “Hay mucha prisa? Porque mi problema
es que ya, a estas horas, y sin contar el colectivo, tengo cuatro libros por delante.
Se me destapó el grifo, master”.
La novela se
terminó de imprimir el 30 de mayo de 1967, y llegó a las librerías de Buenos
Aires el 5 de junio. A finales de junio, la revista Primera Plana de
Buenos Aires publicó la primera reseña de la novela, escrita por Tomás Eloy
Martínez, y una extensa entrevista a García Márquez. La foto de portada lo
mostraba caminando por una callecita de San Ángel. Todo el aprendizaje de sus
años como publicista había sido puesto al servicio de la novela. Se esperaban
grandes cosas; pero no, cosas tan grandes.
“En cuanto a Cien
años”, escribió el 12 de julio, “estoy un poco aturdido: ya fue un
cañonazo. Se agotó la primera edición de 10 mil ejemplares en tres semanas,
solamente en el cono sur, y ya hay segunda edición. México pidió cuatro mil
ejemplares que se están vendiendo como pan. Lo que más me gusta es que no hubo
tiempo para esperar los críticos: se ha vendido a pura propaganda de boca.
Créeme que le tenía mucha confianza a este libro, pero no creí nunca que saliera
con esta fuerza explosiva. La sola noticia de que hoy lo estás leyendo me pone
la carne de gallina”.
“El verbo ha encarnado”
La respuesta de
Fuentes no se hizo esperar. Estaba llena de exclamaciones, de mayúsculas, de
conceptos eruditos y reacciones emocionales:
“PRIMER AÑO DESPUES
DE LOS CIEN DE SOLEDAD
“Venecia, 22 de julio de 1967
“MAESTRO Y ARCÁNGEL!!!!
“Tu carta acaba de llegar, y yo
andaba como chapulín entre las brasas a punto de achicharrarme de ganas de
escribirte, pero dispuesto a pasar cien años de ansias averiguando tus
sucesivos paraderos y yo con la buena nueva en la punta de la lengua.
“CIEN AÑOS DE
SOLEDAD ES UNA OBRA MAESTRA
“Y como no te lo podía decir a
ti, he aquí que en cuanto terminé, afiebrado, conmovido hasta la raíz, deslumbrado,
tu libro, me senté a escribirle a Julio Cortázar porque iba a estallar si no
hablaba con alguien que me lo entendiera todo y quizá lo mejor es que te
transcriba la carta a Julio y santas pascuas:
“Querido julio:
Te escribo por la necesidad imperiosa que siento de compartir mi
entusiasmo. No sé dónde anda en estos momentos Gabriel García Márquez. Puesto
que no puedo escribirle al autor te escribo a ti, a quien todos debemos tanto
(ese TANTO indefinible que es un aire nuevo, un campo más ancho, una
constelación que se integra). Acabo de leer Cien años de soledad y siento que he pasado una de las
experiencias literarias más entrañables que recuerdo. Conocía partes que
Gabriel me había dejado leer pero todo mi entusiasmo previo no me preparaba
para la deslumbrante totalidad de la crónica exaltante y triste, para esa prosa
sostenida sin desmayo, para esa imaginación radicalmente liberada. Me siento
distinto después de leer el libro, como si hubiera por fin podido reconocer a
toda mi gente y darle la mano (porque había que darle la espalda a esa misma
gente cuando era vista con la mirada circunstancial y patronizing del
naturalismo: Gallegos y Alegría e Icaza nos habían divorciado de media
América). Tengo la impresión de haber leído algo así como el Quijote
latinoamericano: un Quijote atrapado entre las montañas y la selva, sin campos
que recorrer, un Quijote enclaustrado que por ello tiene que inventar el
universo a partir de sus cuatro paredes derruidas. Qué maravillosa re-invención
del mundo a partir de esa re-invención de los inventos: qué prodigiosa imagen
cervantesca del mundo convertido en discurso de la literatura, en paso continuo
e imperceptible de lo real a lo vivido a lo imaginado. Los Buendía, como don
Quijote, sólo existen a partir de la literatura, pero la literatura se
convierte en la realidad superior porque es capaz de dar vida a los Buendía.
Tiene que quedar por ahí un Aureliano con la cruz de ceniza en la frente que
ahora salga a protestar contra la crónica del bisnieto del coronel Gerineldo
Márquez, a enmendar los errores inevitables y a proponer una nueva, radical,
insospechada lectura de los pergaminos de Melquiades. Alguna vez me escribiste
de la novela mutante. Creo que esta de Gabriel es eso: una generación y
regeneración al infinito de las figuras que nos propone el autor, mago inicial
de un exorcismo que ya no puede tener fin, y qué sentimiento de alivio, Julio.
¿No te sucede que cada buena novela latinoamericana te libera un poco, te
permite limitar con exaltación tu propio terreno, profundizar en lo tuyo con
una conciencia fraternal de que otros están completando tu visión, dialogando,
por así decirlo, con ella? Bueno, perdona tanto despropósito y abóname la
urgencia de compartir contigo esta alegría”.
Y vuelve a hablarle a García Márquez:
“Podría seguir indefinidamente.
Lo que voy a hacer es sentarme a escribir un ensayo larguísimo, digno de
Melquiades, o por lo menos de ese Aureliano Buendía que se salvó de la muerte
gracias a la protección del coronel Lorenzo Gavilán, que todavía anda, dicen,
perpetuamente levantado en armas en la Sierra Madre, dando de tiempo en tiempo
parte a las autoridades, más que de una rebelión, de una herencia, la del
coronel Aureliano Buendía”.
“Te confieso que me siento
aplastado con un blok del carajo. A ver cuánto me dura. Me parece inútil
escribir después de leer tu libro. Es la misma impresión que se tiene leyendo
la Biblia o los trágicos griegos. Todo ha sido dicho, el verbo ha encarnado”.
Uno de los tantos encuentro entre Gabriel García
Márquez y Carlos Fuentes. En la imagen. ambos escritores durante el IV Congreso
Internacional de la Lengua Española.
EFERicardo Maldonado
“Este extraño planeta en que he
caído”
“Todavía no empiezo El otoño”, escribe García Márquez el 2 de
diciembre de 1967, ya instalado con su familia en Barcelona. “Mi viaje por
Sudamerica me ha hecho cambiar por completo la perspectiva que tenía de ese
libro y he vuelto a pensarlo de nuevo desde el principio hasta el fin. Mientras
tanto, me estoy divirtiendo como un japonés con un cuento largo que me cayó de
pronto, y que empezaré a escribir uno de estos días. El solo título me tiene
dichoso: “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela
desalmada”. Es una locura que creo que te va a gustar mucho. Cien años
de soledad sigue vendiéndose como salchichón y ya sale la cuarta
edición. Para mí que el famoso Boom no es tanto un boom de escritores, como un
boom de lectores. Qué maravilla!
“Por otro lado, la
editorial Sudamericana me ha resultado estupenda, me liquidan mis sustanciosos
derechos con una religiosidad asombrosa y esto me está permitiendo hacer a
largo plazo los planes europeos que estaban previstos como cortos y estrechos.
Mercedes, con su sabiduría egipcia, lo ve y no lo cree. Yo, simplemente, estoy
asustado pero trato de que no se me note. Todavía no he podido formarme una
idea de este extraño planeta en que he caído”.
“He quedado como el aire”
Le tomaría algún
tiempo adaptarse al extraño planeta. Las distracciones permanentes: la fama, el
activismo político y las visitas constantes de amigos lo alejaban de la novela
del dictador. También, las dudas sobre lo que estaba haciendo.
“Mi novela crece y
crece deformada por la thah dormida de la historia del
Caribe”, escribe el 17 de marzo de 1969. “Ahora he descubierto que Cristóbal
Colón, como mi dictador, no tenía líneas en la palma de la mano, y por eso no
se sabe en cuál de sus tres tumbas están sus huesos. En Santo Domingo
encontraron un cofre con un letrero: ‘Ultima parte de los restos del
almirante’, como si el cadáver de un hombre pudiera pasar a la historia en
episodios continuados como las novelas por entregas. Ahora estoy escribiendo el
capítulo de un conquistador que nunca logró salirse de la armadura oxidada y se
murió dentro de ella después de vivir muchos años como un fantasma en el
palacio del dictador, desesperado por el amor de una monja con quien no pudo
acostarse a causa de su terrible cinturón de castidad de cuerpo entero. Lo malo
es que ahora la novela me va arrastrando, que ya no sé para donde carajos me
lleva ni cuántos tomos va a tener. Estoy haciendo lo que quería, es decir, lo
que me saliera de los cojones”.
García Márquez ya
no tiene afán de terminar. Faltan seis años para que El otoño del
patriarca aparezca publicado. Con la novela sobre la soledad del poder –o
de la fama– podrá hacer realidad su fantasía de los tiempos en que se resistía
a terminar Cien años de soledad. El 30 de septiembre de 1966, con
el manuscrito de su libro ya en Buenos Aires, le había escrito a Carlos
Fuentes: “Después de este mundo terrible que estuve manoseando durante catorce
meses –después de haberlo madurado durante diecisiete años– he quedado como el
aire”.
Antes de que la
fama viniera a alterar para siempre su vida, al final de un esfuerzo tremendo
del que apenas empezaba a reponerse, le confesó a su amigo su deseo secreto:
“Fíjate que los últimos días de Cien años de soledad empecé a
hacerme el pendejo, y quería seguir escribiéndola toda la vida, en cien tomos,
para no tener que enfrentarme otra vez a la pinche realidad cotidiana”.
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EL
UNIVERSAL
Cartagena
de Indias
4 de
junio de 2017
Columna
Así creó Gabo a sus personajes
Macondo
¿De dónde salió Macondo?- le pregunté a Gabriel García Márquez en una entrevista en su casa de Manga, Cartagena, en 1992. Macondo era el nombre de una hacienda bananera, cerca a Aracataca, su aldea natal. El nombre lo escuchó a sus cinco años, cuando iba con su abuelo Nicolás Márquez Mejía, el veterano coronel de la guerra de los Mil Días, quien en uno de sus viajes con su nieto, alguien le dijo al maquinista del tren: “Déjame en Macondo”.
¿De dónde salió Macondo?- le pregunté a Gabriel García Márquez en una entrevista en su casa de Manga, Cartagena, en 1992. Macondo era el nombre de una hacienda bananera, cerca a Aracataca, su aldea natal. El nombre lo escuchó a sus cinco años, cuando iba con su abuelo Nicolás Márquez Mejía, el veterano coronel de la guerra de los Mil Días, quien en uno de sus viajes con su nieto, alguien le dijo al maquinista del tren: “Déjame en Macondo”.
¿Por qué eligió Macondo como el
pueblo mítico donde se desarrolla su novela Cien años de soledad? “Me
gustó la resonancia poética del nombre”. Macondo además de ser un árbol
descubierto por el alemán Alexander von Humboldt en Turbaco en 1801, es
el nombre de un juego de azar en Sucre y en el Magdalena Grande. También es una
tribu errante en África: Los Makondos. Mucho antes de que García Márquez
eligiera el nombre para su pueblo, el escritor José Francisco Socarrás
(Valledupar 1905-1995), había utilizado a Macondo como escenario de algunos de
sus cuentos de su libro Viento
de trópico (1961), seis años
antes de Cien años de soledad.
El primer capítulo de Cien años de soledad abarca más de quinientos años
de historia de América y Europa.
García Márquez puso a trabajar a
más de veinte amigos en la recolección de información para los hechos
históricos de Cien años de soledad.
Gabriel es el último en irse de
Macondo. Todos los amigos mueren proféticamente en el orden de la realidad.
La novela rescata dos hechos
históricos: La Masacre de las Bananeras (1928) y las guerras civiles del siglo
XIX y las guerras bipartidistas.
García Márquez vaticinó una
tragedia colectiva: la pérdida de la memoria histórica en Colombia.
Aureliano Buendía
El primer coronel de apellido Buendía que escuchó Gabo siendo niño, de los labios de su abuelo Nicolás y su abuela Tranquilina Iguarán, fue el coronel liberal Francisco Buendía, veterano de la guerra de los Mil Días, que combatió contra el ejército conservador en 1895 en Aracataca. En 1948, trabajando en el diario El Universal, García Márquez conoció gracias a Manuel Zapata Olivella la historia de tres veteranos de la guerra de los Mil Días, cuyos perfiles los escribió en un pequeño folleto Antonio María Zapata, padre de Manuel Zapata Olivella. Eran: Ramón Buendía, José Manuel Buendía y Aureliano Naudín. En Cartagena y en el diario El Universal, se gestó el coronel Aureliano Buendía, suma de todos los coroneles veteranos de la guerra, entre ellos, el mismo abuelo de Gabo, una de las obsesiones tutelares en sus inicios.
El primer coronel de apellido Buendía que escuchó Gabo siendo niño, de los labios de su abuelo Nicolás y su abuela Tranquilina Iguarán, fue el coronel liberal Francisco Buendía, veterano de la guerra de los Mil Días, que combatió contra el ejército conservador en 1895 en Aracataca. En 1948, trabajando en el diario El Universal, García Márquez conoció gracias a Manuel Zapata Olivella la historia de tres veteranos de la guerra de los Mil Días, cuyos perfiles los escribió en un pequeño folleto Antonio María Zapata, padre de Manuel Zapata Olivella. Eran: Ramón Buendía, José Manuel Buendía y Aureliano Naudín. En Cartagena y en el diario El Universal, se gestó el coronel Aureliano Buendía, suma de todos los coroneles veteranos de la guerra, entre ellos, el mismo abuelo de Gabo, una de las obsesiones tutelares en sus inicios.
Remedios la Bella
Remedios la Bella, la fatídica mujer virgen que enloquece a los hombres y los lleva a morir de amor, y se eleva al cielo de Macondo, en cuerpo y alma con la sábana de Amaranta, es la síntesis de Remedios, la joven que trabajaba en el servicio doméstico en la familia de Gabo en Aracataca. Es la suma de la Virgen de los Remedios de Riohacha que se celebra el 2 de febrero. La joven desaparece un día de la casa y la madre del escritor dice inocentemente: “Se fue volando”.Y el escritor genio lo traduce textualmente como hacen los niños: se fue por los aires.
Remedios la Bella, la fatídica mujer virgen que enloquece a los hombres y los lleva a morir de amor, y se eleva al cielo de Macondo, en cuerpo y alma con la sábana de Amaranta, es la síntesis de Remedios, la joven que trabajaba en el servicio doméstico en la familia de Gabo en Aracataca. Es la suma de la Virgen de los Remedios de Riohacha que se celebra el 2 de febrero. La joven desaparece un día de la casa y la madre del escritor dice inocentemente: “Se fue volando”.Y el escritor genio lo traduce textualmente como hacen los niños: se fue por los aires.
Francisco El Hombre
Surge de la leyenda real de Francisco Moscote, al que desde niño, le decían: Francisco es un hombre, por su destreza al ejecutar el acordeón. Se cree que Francisco El Hombre venció al diablo en un duelo de acordeones. La leyenda se convirtió en uno de los mitos rescatados por García Márquez en su peregrinaje por los pueblos del Caribe. El personaje es la suma de todos los juglares del Caribe colombiano, del Magdalena Grande, el Cesar y la Guajira.
Surge de la leyenda real de Francisco Moscote, al que desde niño, le decían: Francisco es un hombre, por su destreza al ejecutar el acordeón. Se cree que Francisco El Hombre venció al diablo en un duelo de acordeones. La leyenda se convirtió en uno de los mitos rescatados por García Márquez en su peregrinaje por los pueblos del Caribe. El personaje es la suma de todos los juglares del Caribe colombiano, del Magdalena Grande, el Cesar y la Guajira.
Úrsula Iguarán
La matrona de Macondo que lleva las riendas de la casa y del destino de la saga de los Buendía: Úrsula Iguarán, es la síntesis de Luisa Santiaga Márquez Iguarán, la madre del escritor, la mujer guajira que vivió su embarazo en las tierras de sus ancestros en la Guajira. Y lo lleva a parir en Aracataca el 6 de marzo de 1927. Gabo es el contrapunto de los ancestros guajiros de su madre, y los ancestros sucreños de su padre Gabriel Eligio García Martínez.
La matrona de Macondo que lleva las riendas de la casa y del destino de la saga de los Buendía: Úrsula Iguarán, es la síntesis de Luisa Santiaga Márquez Iguarán, la madre del escritor, la mujer guajira que vivió su embarazo en las tierras de sus ancestros en la Guajira. Y lo lleva a parir en Aracataca el 6 de marzo de 1927. Gabo es el contrapunto de los ancestros guajiros de su madre, y los ancestros sucreños de su padre Gabriel Eligio García Martínez.
El Sabio Catalán
Es el escritor catalán Ramón Vinyes (1882-1952) que vivió desde los años treinta en Barranquilla, un hombre erudito que parecía haber leído todos los libros. Dirigió la revista “Voces”, y fue miembro del Grupo de Barranquilla. Aparece en las últimas ochenta páginas de Cien años de soledad. Gabo tuvo dos sabios en sus inicios: el sabio sanjacintero Clemente Manuel Zabala, primer jefe de redacción de El Universal y primer maestro de periodismo, y Ramón Vinyes, El Sabio Catalán, en Barranquilla.
Es el escritor catalán Ramón Vinyes (1882-1952) que vivió desde los años treinta en Barranquilla, un hombre erudito que parecía haber leído todos los libros. Dirigió la revista “Voces”, y fue miembro del Grupo de Barranquilla. Aparece en las últimas ochenta páginas de Cien años de soledad. Gabo tuvo dos sabios en sus inicios: el sabio sanjacintero Clemente Manuel Zabala, primer jefe de redacción de El Universal y primer maestro de periodismo, y Ramón Vinyes, El Sabio Catalán, en Barranquilla.
Pietro Crespi
Pietro Crespi es una evocación de los italianos que se asentaron en Aracataca, como Antonio Daconte, el que trajo el cine y el billar a Aracataca. Gabo integra el apellido Daconte a su personaje Nena Daconte, en su cuento El rastro de tu sangre en la nieve, y a su personaje Galileo Daconte en su novela El amor en los tiempos del cólera.
Pietro Crespi es una evocación de los italianos que se asentaron en Aracataca, como Antonio Daconte, el que trajo el cine y el billar a Aracataca. Gabo integra el apellido Daconte a su personaje Nena Daconte, en su cuento El rastro de tu sangre en la nieve, y a su personaje Galileo Daconte en su novela El amor en los tiempos del cólera.
Melquíades
¿Dónde se te ocurrió inventar a ese personaje bíblico que resucita como Jesús y como Lázaro en Cien años de soledad? García Márquez me contó que “Nostradamus, el autor de Las Centurias, es el personaje que engendró a Melquíades”, un hombre capaz de vencer a la muerte y el paso del tiempo.
¿Dónde se te ocurrió inventar a ese personaje bíblico que resucita como Jesús y como Lázaro en Cien años de soledad? García Márquez me contó que “Nostradamus, el autor de Las Centurias, es el personaje que engendró a Melquíades”, un hombre capaz de vencer a la muerte y el paso del tiempo.
Epílogo
García Márquez se encerró 18 meses para escribir Cien años de soledad, pero desde 1947, fecha en que publica su primer cuento La tercera resignación, empieza a construir su obra monumental en veinte años. De regreso al Caribe y viviendo entre Cartagena y Barranquilla, siente que los “temas comenzaron a atropellarme”.
García Márquez se encerró 18 meses para escribir Cien años de soledad, pero desde 1947, fecha en que publica su primer cuento La tercera resignación, empieza a construir su obra monumental en veinte años. De regreso al Caribe y viviendo entre Cartagena y Barranquilla, siente que los “temas comenzaron a atropellarme”.
Deseaba que todo ocurriera dentro
de una casa, pero las historias desbordaban con su espíritu los límites de
Macondo. La magia de García Márquez empezó así.
La peste del olvido en Macondo fue
una clarividencia de García Márquez, quien sufrió junto a su familia la pérdida
de la memoria de su abuela Tranquilina Iguarán, de su madre Luisa Santiaga y de
algunos de sus hermanos.
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LA TERCERA
Santiago
de Chile
11 de mayo
de 2017
Culto
Luisa Rivera, la dibujante de Macondo
Por Constanza Troncoso
Cien años de soledad cumple medio siglo y
Penguin Random House preparó una edición conmemorativa ilustrada. La elegida
para darle forma y color a la obra maestra de Gabriel García Márquez fue la
chilena Luisa Rivera, quien cuenta a Culto cómo fue este viaje en acuarelas por
el realismo mágico del Nobel colombiano.
”El
Quijote de nuestro tiempo”, así bautizó Pablo Neruda a la obra maestra de
Gabriel García Márquez cuando recién había sido publicada, en 1967. El poeta
acertó. Cien años de soledad es hoy una viga maestra de la literatura
contemporánea, y aunque nadie puede asegurar que vivirá 400 años como la obra
de Cervantes, ha cumplido sus primeros 50 años con plena salud.
Del
castellano pasó al francés, al inglés, al italiano, incluso al chino; hoy el
título puede encontrarse en al menos 35 lenguas. Ha sido reproducida en
ejemplares de gran tamaño, de lujo, modestos, de bolsillo y seguramente existen
cientos de versiones pirata. Este año se suma una edición ilustrada de Cien
años de soledad, que será lanzada por Penguin Random House para celebrar
este aniversario.
“La
primera vez que lo leí todavía estaba en el colegio”, cuenta Luisa Rivera
(Santiago, 1988), la artista que fue convocada para darle forma y color a las
fantasías del Nobel colombiano. Rivera actualmente reside en Londres, donde se
dedica a ilustrar de manera particular en proyectos editoriales y comerciales.
Dice que trabajar con esta obra es un gran hito en su carrera y además la
considera uno de sus libros favoritos. “Esta novela está muy arraigada en
nuestra cultura, por lo que darle vida a ese imaginario colectivo era un gran
desafío”, comenta.
—¿Qué
fue lo primero que hiciste para enfrentar este desafío?
—Primero releí el libro, estudié atentamente su
contenido e hice bocetos. En ese proceso, busqué entrevistas y discursos de
Gabo para escucharlas y que me acompañaran. También estudié mucho las descripciones,
porque quería retratar adecuadamente el lugar y los personajes.
—¿Cómo
representaste Macondo y porqué?
—Si
bien Macondo es un lugar ficticio, descubrí elementos geográficos que son
valiosos para la historia y quería traerlos a las ilustraciones. Me refiero a
lo siguiente: aunque es un lugar ficticio, es un lugar en Colombia, porque el
libro señala que está al oeste del Riohacha. Además, Colombia tiene diversos
paisajes, así que seguí pistas o descripciones para entender la flora y fauna
del lugar, por ejemplo, frases como “Al sur estaban los pantanos, cubiertos de
una eterna nata vegetal, y el vasto universo de la ciénaga grande”. Hay muchas
cosas imaginadas, pero quería incluir ciertas especies que fueran específicamente
de ese lugar. En cuanto al colorido, quería algo que reflejara el lugar pero
también ese elemento extraño del realismo mágico.
—¿Cómo
traspasaste al dibujo el tono onírico de la obra de García Márquez?
—Me
siento cómoda trabajando con ese género, porque mi trabajo ha estado siempre
muy influido por el realismo mágico. Gracias a eso, el proceso fue muy fluido e
intuitivo.
La
artista hizo ilustraciones, en acuarela y gouache sobre papel, para la cubierta
del ejemplar, la contracubierta, el lomo, las guardas, 10 ilustraciones
interiores a doble página, un retrato de Gabriel García Márquez, un árbol
genealógico y capitulares para cada capítulo. En esta versión conmemorativa
también participó uno de los hijos del autor colombiano, el diseñador Gonzalo
García Barcha, quien creó la tipografía del libro, a la que bautizó Enrico.
—¿Qué
fue lo que más disfrutaste dibujar de esta historia?
—¡Honestamente,
todo! El proyecto completo fue increíble. Este es uno de mis libros favoritos,
así que trabajar con él es como un sueño. Quizás la primera ilustración, la
fundación de Macondo, fue especialmente significativa porque era abrir ese
mundo.
—Luego
de estudiarla tanto ¿qué dirías que hace tan especial a esta novela?
—Literariamente
es exquisita. El manejo de los tiempos es genial, y la temática alucinante, porque
crea un mundo de principio a fin. Además, es una de las obras que consolidó el
realismo mágico y, como si fuera poco, reúne muchos aspectos de la identidad
latinoamericana. Por donde se vea, es increíble.
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Prensa Latina
La Habana – Cuba
1° de mayo de 2017
Noticia
Gabo, un
ausente presente
en feria de
Buenos Aires
Stand de Cien
años de soledad en la Feria del libro de Buenos Aires
Buenos
Aires, 1 mayo (PL) Sus libros, sus fotos, una exposición dedicada a su vida y
obra, el premio Nobel de Literatura colombiano Gabriel García Márquez está muy
presente en la Feria del Libro de Buenos Aires.
Su
imagen resalta en una esquina del gigantesco pabellón, en el cual confluyen las
casas editoriales invitadas a la cita literaria, con sede en el centro La
Rural, y sus libros son muy buscados por los lectores.
Pero
lo que más llama la atención es una hermosa casita de madera, una especie de
sitial de honor que rinde tributo a su obra cumbre, Cien años de soledad, en el 50 aniversario de su publicación.
Cincuenta
años de Cien años de soledad, reza el
cartel de esta iniciativa, que invita a adentrarse en ese mundo de Gabo. En sus
paredes una fotografía que ha recorrido el mundo, en la que se ve a un García Márquez
muy joven con el libro abierto sobre su cabeza.
Las portadas
del libro
La
exposición cuenta con las portadas de las reediciones de esta obra, desde la
primera versión de mayo de 1967 hasta la última edición, la 131, que salió a la
luz en mayo de 2014.
Pero
quizás lo que más cautiva es escuchar su voz recitando el primer capítulo de
una novela que ha marcado y sigue marcando a más de cuatro generaciones.
Además
se puede apreciar un facsímil que reproduce una carta que Gabo envió en octubre
de 1965 al renombrado editor argentino Francisco Paco Porrúa, en el que le
contaba que estaba trabajando en su quinto libro (Cien años de soledad).
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