Confidencial
Managua –
Nicaragua
14 de
diciembre de 2014
El mapa tiene que rehacerse
García Márquez es uno de los pocos autores que se vale de
su propia obra periodística como punto de partida para la creación de sus obras
de ficción
Por Guillermo
Rothschuh Villanueva
La venezolana Susana Rotker afirma que la
crónica contemporánea se debe a José Martí, Rubén Darío y Manuel Gutiérrez
Nájera. Con abundantes pruebas demuestra que las raíces de la crónica moderna
hay que buscarla en estos tres grandes escritores. Su tesis conduce a resituar
el mapa de la crónica latinoamericana y mundial. La exprofesora de la Fundación
del Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) dejó constancia de su aseveración en
La invención de la crónica (Fondo de Cultura Económica), texto póstumo editado
por su esposo Tomás Eloy Martínez. Este dato obliga a revisar el mapa donde se
asienta en alto relieve que sus fundadores inmediatos fueron los miembros del
denominado Nuevo Periodismo, integrado por los estadounidenses Truman Capote,
Tom Wolfe, Norman Mailer y Guy Talase entre otros.
Una de las aseveraciones rotundas de la
exprofesora de literatura latinoamericana y directora del Rutgers Center for
Hemispheric Studies, en Nueva Jersey, consiste en liberarnos del equívoco que
traza una línea divisoria entre periodismo y ficción. En iguales términos se
había expresado la española Rosa Montero. Una revisión de los mojones que
delimitan el mapa del denominado nuevo periodismo permite constatar que uno de
los primeros portentos en levantar su propia tienda dentro de este espacio
controversial fue el colombiano Gabriel García Márquez. Exaltamos sus crónicas
como un dechado de escritura pero no nos aventuramos a decir que el creador del
reino de Macondo también fue fundador de esa nueva forma de expresión
denominada como nuevo periodismo. ¿Por qué tememos? ¿A qué obedece esta
omisión?
El texto de Tom Wolfe sobre el llamado Nuevo
Periodismo se ha convertido en imprescindible para apreciar en su justa
dimensión a los forjadores de esa nueva modalidad de escritura que conquistó
para siempre el gusto de los estadounidenses e incluso otros gustos más allá de
sus fronteras. Con esa propensión que tienen los estadounidenses de creerse el
ombligo del mundo ningún autor proveniente de otros lugares tiene cabida en el
mapa trazado por Tom Wolfe. No hay duda que debemos festejar el nacimiento de
una nueva grafía al presentar hechos y de bucear en otros ámbitos en lo que
hasta entonces era pan de todos los días en el anchuroso universo del
periodismo. Los iluminados fijaron nuevas rutas y emprendieron la conquista de
nuevos territorios. Un mérito indiscutible. Una nueva visión con otros
alcances.
Nadie puede regatear ni ensombrecer los
réditos obtenidos por esas otras maneras de dibujar personas y relatar
circunstancias como lo hicieron los miembros del Club Nuevo Periodismo
Estadounidense. El primer olvido de Wolfe a la hora de hacer el recuento fue
omitir los nombres de Martí, Darío y Gutiérrez Nájera. Nada tendría de mala esa
omisión si no fuese por esa enorme propensión que tienen los estadounidenses de
soslayar otras regiones a la hora de hacer el recuento histórico de muchos
acontecimientos ocurridos fuera de sus límites. Una rápida mirada sobre el
Museo de los Media en Washington me permitió comprobar que en el santuario
levantado para rendir culto a medios y periodistas el recuento hecho gira en
torno a su propio entorno con un sesgo inocultable. Para ellos la historia
central del periodismo ocurre en casa.
Otra omisión considerable viene a ser la
enorme ceguera de Wolfe al obviar a periodistas de otras partes del orbe. En su
reconocimiento era inevitable que entrase el polaco Ryszard Kapuscinski. La
obra periodística Kapuscinski demuestra hasta la saciedad el ejercicio que hizo
de la profesión con una alta solvencia poética y literaria. Para mostrar la
belleza de su escritura y capacidad investigativa yendo hacia las profundidades
de los acontecimientos históricos basta mencionar Cristo con un fusil al
hombro. El desplazamiento de Kapuscinski por diversos países y continentes y la
manera como construye sus relatos son tan depuradas para tomar en cuenta. A la
hora del recuento definitivo fueron pasadas por alto. Ni siquiera considero que
no tuvo cabida por la crítica profunda que yace en la obra del polaco hacia
Estados Unidos.
En cuanto al latinoamericano García Márquez
igualmente basta El relato de un náufrago para percatarnos que el centro de
gravedad del llamado nuevo periodismo está situado en estas tierras del olvido.
Muchísimo antes que Truman Capote y Guy Talase sedujesen a los estadounidenses
con A sangre fría (1966) y El rey y el poder (1969) ya el colombiano había
causado revuelo entre sus pares al publicar la serie sobre las desventuras del
miembro de la armada colombiana Luis Alejandro Velasco. Sobreviviente del
destructor Caldas el joven Velasco relató las angustias que vivió a partir del
28 de febrero de 1955 al redactor de El Espectador de Bogotá. A partir de ese
momento García Márquez daba un giro de ciento ochenta grados al periodismo
latinoamericano y empezaba a caminar por las avenidas del periodismo mundial.
No creo que haya sido una gratuidad de parte
de García Márquez llamar a la organización nacida de su inspiración Fundación
del Nuevo Periodismo Iberoamericano. Estaba consciente que lo reconocieran o no
él pertenecía a esa corriente electrizante que abrió de par en par las
compuertas de un nuevo estilo de hacer periodismo. García Márquez es uno de los
pocos autores que se vale de su propia obra periodística como punto de partida
para la creación de sus obras de ficción. Muchos novelistas hacen el recorrido
a la inversa. En el plano casero Sergio Ramírez no se cansa de repetir y
señalar que uno de sus abrevaderos predilectos son las notas rojas aparecidas
en los medios de comunicación. El reino animal (2006) y Flores oscuras (2013) tienen
su origen en este mundo escabroso. Sabe sacar provecho a lo que otros plantean.
Donde podemos apreciar a García Márquez en
todo su esplendor viene a ser en la conjunción y mutación de tres obras
distintas. La vida feliz de Margarito Duarte primero fue una nota de prensa
(Octubre-1980), después la hizo un cuento bajo el nombre de Santa
(Diciembre-1981) y la incluyó en Los doce cuentos peregrinos (1992) luego la
convirtió en novela Del amor y otros demonios (1994). Tres obras diferentes y
un solo autor verdadero. Muy pocos creadores se han dado este lujo. Una lectura
somera de su obra periodística sirve como prueba irrefutable para enterarnos
que estamos ante un hombre que se adelantó en confesar, en su breve saludo a
Hemingway, que se había percatado que se encontraba “divido entre mis dos
oficios rivales”. Entre el periodista y el novelista que siempre fue. Con estos
adelantos urge rehacer el mapa del llamado Nuevo Periodismo.
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El Universal
Cartagena - Colombia
15 de Diciembre de 2014
Cuando Gabo
"echaba cuentos"
COLPRENSA
Que las generaciones
recientes de escritores no tenían nada que valiera la pena destacar. Que no se
veía por ninguna parte, en tantos libros publicados, a un nuevo cuentista.
Menos, a un nuevo novelista. Corría 1947 y esa era la queja que Eduardo Zalamea
Borda hacía pública en el suplemento literario del diario El Espectador, que
dirigía. A él —decía— se le reprochaba que solo abriera sus páginas para
escritores viejos.
Pero la verdad,
insistía Zalamea en esas líneas de desahogo, “es que no hay jóvenes que
escriban”.
Gabriel García Márquez
era por entonces un estudiante del Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá,
embebido en la poesía ‘piedracelista’ gracias a su profesor Carlos Julio
Calderón Hermida, a quien años después dedicaría ‘La hojarasca’. Empujado por
los consejos de su maestro y por “un sentimiento de solidaridad para con mis
compañeros de generación” —como escribiría en sus memorias— el muchacho se
aventuró con un cuento y lo envió sin mayores expectativas a las oficinas del
diario bogotano.
“El domingo siguiente,
el 13 de septiembre de 1947, cuando abrí el periódico, vi mi cuento a toda
página y una nota del propio Zalamea en la que reconocía haberse equivocado;
decía que evidentemente con ese cuento surgía un genio de la literatura colombiana
o algo parecido. Hasta entonces —escribió Gabo— a mí nunca se me había ocurrido
que pudiera ser escritor”.
El relato que apareció
publicado se llamó ‘La tercera resignación’. Y el resto es historia.
Se trata de la primera
evidencia que conservan los ‘gabólogos’ sobre los afectos del Nobel colombiano
por las historias breves. Por el cuento. Porque ya en esas líneas se intuía su
tremenda voluntad narrativa: “Estaba pesado y duro aquel ruido. Tan pesado y
rudo que de haberlo alcanzado y destruido habría tenido la impresión de estar
deshojando una flor de plomo”.
Muchos años después,
aún alumbrado por la notoriedad de ‘Cien años de soledad’, García Márquez le
confesaría a Luis Harss —autor de ‘Los nuestros’, la biblia del Boom— que
aborrecía esos primeros cuentos de El Espectador, al punto de que él mismo
sería capaz de quemarlos. Aquello, enhorabuena, no solo nunca sucedió sino que
el escritor colombiano dejó para la eternidad cuatro volúmenes de cuentos.
El primero, ‘Ojos de
perro azul’, responde a la fascinación de Gabo en sus primeros años de letras
por el cuento fantástico. El libro es un testimonio de los catorce cuentos que
escribió entre 1947 y 1955. El poeta y periodista Juan Gustavo Cobo Borda los
define como “relatos oníricos” en donde comienzan a asomarse “algunas de sus
obsesiones literarias, como el muerto que está en el ataúd y que la gente
observa, aunque él sepa bien que no está muerto”. Una influencia contundente,
dice, de ‘La metamorfosis’ de Kafka, “que leyó siendo muy joven” y de Allan Poe
y “sus historias de sueños irrealizados o deseos incumplidos”.
El segundo en
aparecer, en 1965, fue ‘Los funerales de la Mamá Grande’ que arropa a dos de
sus cuentos más difundidos —‘La siesta del martes’ y ‘Un día de estos’— y es un
libro para tomárselo más en serio. Situémonos: García Márquez tiene 35 años y
en un lustro dará a luz a su novela cardinal sobre estirpes que no tienen una
segunda oportunidad sobre la tierra. Así que no es fortuito que allí, en esas
páginas, ocurra la fundación de uno de los escenarios más famosos de las letras
mundiales: Macondo.
En ‘La increíble y
triste historia de la cándida Eréndida y su abuela desalmada’ asistimos en 1972
a un autor que sigue la línea de ‘Los funerales’; muy distante ya del escritor
experimental de ‘Ojos de perro azul’. A quien leemos aquí es al Gabo que más
queremos todos, con ese estilo intenso y mágico que iluminó ‘Cien años de
soledad’. Ese estilo que nos entregó en este volumen de cuentos dos de sus
relatos más entrañables: ‘Un señor muy viejo con unas alas enormes’ y ‘El
ahogado más hermoso del mundo’.
La última de esas
antologías, ‘Doce cuentos peregrinos’, se editó en 1992. Son relatos de una
pluma consagrada que nos lleva en un viaje por Europa. Por París. Por
Barcelona. Por Roma. Por Nápoles. ¿Alguien puede acaso salir ileso de ‘El
rastro de tu sangre en la nieve’? Es un clásico del García Márquez cuentista:
una chica recién casada, esposa de un dandi que alardea con carros de lujo, se
hiere en el dedo donde lleva el anillo de bodas y va dejando su rastro rojo
sobre la nieve inmaculada. Es el Gabo de las exageraciones, es el Gabo
periodista que pretende hacernos creer, como nos decía John Lennon, que la
realidad le deja mucho a la imaginación.
Se trata de una obra
que, según el escritor bogotano Guido Tamayo, “es una clarísima declaración de
aprecio de Gabo por el cuento”.
Tamayo fue uno de los
hombres detrás del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez,
liderado por el Ministerio de Cultura, y fallado hace apenas unas semanas. Un
galardón que buscaba ‘reivindicar’ una de las facetas menos celebradas del
Nobel de Aracataca: la de ser un narrador de pequeñas historias.
Para Tamayo resulta
inútil detenerse en la discusión de si fue mejor el Gabo novelista que el Gabo
cuentista. “Lo único que se necesita saber es que Gabriel García Márquez fue un
extraordinario contador de cuentos. Y que, como él mismo lo explicó alguna vez,
novelas suyas como ‘Cien años de soledad’ y ‘El otoño del patriarca’ están
confeccionadas con pequeñas historias”.
Lo cree también el
escritor cartagenero Roberto Burgos Cantor, autor de libros de cuento como ‘Lo
amador’ y ‘De goces y desvelos’. “Hay grandes novelistas que no se animaron a
escribir cuento. Nunca les interesó.
García Márquez lo hizo
casi como un compromiso con su propia infancia. Con esas historias fantásticas
que le contaban su abuelo Nicolás Márquez y su abuela Tranquilina Iguarán. Era
un compromiso con toda esa rica oralidad del Caribe que puso al servicio de su
literatura”.
Pero, ¿por qué siguen
siendo tan poco difundidos los cuentos del Nobel colombiano? ¿Por qué fue
necesario crear un concurso para recordarnos a todos que Gabo no fue solo un
espléndido novelista?
Guido Tamayo encuentra
una respuesta en la indiferencia misma que la industria editorial ha tenido por
el género. “Si uno se pone a mirar el ‘Boom latinoamericano’ encuentra que fue
un movimiento de género y no de autores. Muchos decían que, con este, nuestro
continente había alcanzado la mayoría de edad porque ya publicaba novelas. Fue
por eso que el ‘Boom’ excluyó a grandes como Onetti y Borges”.
Juan Gustavo Cobo no
se atreve a inferir si el propio García Márquez era consciente de esa etiqueta
injusta.
De lo que sí tiene
certeza es de que la prosa de los cuentos del hijo del telegrafista conservan
la misma gracia y contundencia del resto de su obra. “Cuando uno lee ‘Los
funerales de la Mamá Grande’ encuentra la mejor y más aguda sátira de lo que es
Colombia. De todo ese patrimonio intangible del que parecemos no darnos cuenta:
gobernantes corruptos, reinados de belleza por todo y esa aparente legalidad
con la que pretendemos justificar la ilegalidad”.
Mundos como ese fueron
el resultado de su larga búsqueda por las páginas de autores como Hemingway,
Virginia Wolf y el ‘Pedro Páramo’ de Juan Rulfo que es también una novela llena
de pequeños relatos. Una búsqueda en la que también tropezó con el Faulkner
cuentista y con Yasunari Kawabata, ese clásico de las letras japonesas que le
dejaría en las manos el sabio catalán Ramon Vinyes en los tiempos de La Cueva
de Barranquilla.
En opinión de Tamayo
el único cuento del que Gabo “no salió bien librado fue ‘Memorias de mis putas
tristes’, un cuento que no sé si la editorial o el propio escritor quiso alargar
forzosamente para convertirlo en novela breve”.
Roberto Burgos tercia
en la discusión y prefiere creerle a J. M. Coetzee, quien en un ensayo se
refirió a esta novela como “un capítulo que se independizó de ‘El amor en los
tiempos del cólera’. Lo único que nos debe importar es que son pocos los que
logran descubrir con la mirada un hecho significativo. Descubrir que en un
asunto aparentemente elemental se mueve algo que nadie más ha visto. Ese ojo lo
tuvo Gabo. Y lo que descubrió con ese ojo nos ha hecho inmensamente felices.
¿Importa acaso si fue en sus novelas o fue en sus cuentos?”.
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SEMANA
Bogotá - Colombia
16 de diciembre de 2014
Nación
Los 40 años de
‘Alternativa’
Una exposición en el Archivo de
Bogotá revive lo mejor de esta publicación.
‘Alternativa’ solo ha
habido una. El 18 de febrero de 1974 se lanzó su primera edición. Duró apenas
seis años, pero en ese corto lapso produjo un periodismo diferente de lo que
hasta ese momento se había visto en el país.
Con motivo de los 40
años de la fundación de este singular proyecto, hace pocos días el Archivo de
Bogotá inauguró una exposición para revivir lo mejor de la revista. Al homenaje
asistieron varios de los protagonistas de esa aventura. Allá estuvieron con más
kilos, más canas y menos pelo Enrique Santos, Antonio Caballero, Hernando
Corral, Bernardo García, Jorge Orlando Melo y Jaime Abello. Ante más de 100 personas
que se abarrotaron en un moderno salón del Archivo, los veteranos evocaron los
días de gloria. Solo faltaron algunos grandes como Gabriel García Márquez y
Orlando Fals Borda.
Alternativa nació como
un medio de izquierda, comprometido con la causa socialista pero distante de
las arengas trasnochadas. Como era antiestablecimiento tenía algo de
tirapiedra. Sin embargo, como los que tiraban la piedra eran algunos de los
mejores escritores del país, siempre se cuidó la elegancia en la prosa y en sus
diseños. “Dábamos valor a la imagen, a todo lo gráfico, que no era algo
característico de la izquierda”, recordó Enrique Santos.
Santos, quien había
sido uno de los fundadores de la revista, rápidamente se convirtió en el líder.
Esto le granjeó el mote de ‘guerrillero del Chicó’. Hasta ese momento había sido
solamente el heredero del periódico El Tiempo, el cual representaba todo lo que
Alternativa habría de atacar. Su tránsito de delfín a revolucionario no fue
visto con buenos ojos por su padre. Este había sido maltratado en el testamento
de su tío Eduardo Santos por haber sido en su juventud simpatizante del general
Franco durante la Guerra Civil española.
La disidencia
ideológica no solo tuvo un costo económico para el padre sino también para el
hijo una generación después. Enriquito tomó tan en serio su militancia contra
el sistema, que para financiar Alternativa vendió una de las tres acciones de
El Tiempo que había heredado de su tío Eduardo.
“Amplios sectores de
la opinión pública colombiana están sintiendo, ahora más que nunca, la carencia
de una publicación nacional, periódica, independiente y crítica. La progresiva
concentración de los medios masivos de información en manos de quienes detentan
el poder político y económico ha permitido que esta minoría oculte, deforme y
acomode a su antojo los grandes hechos nacionales. (…) No es fácil en Colombia
abrir una ventana por donde entre el viento fresco de un pensamiento de
izquierda”. Con esas palabras, escritas en el editorial del primer número de la
revista 40 años antes, Santos abrió el conversatorio.
Daniel
Samper Pizano, Antonio Caballero, Jorge Gómez Pinilla, Jorge Restrepo, Enrique
Santos y de espalda Hernando Corral, entre otros. Foto archivo particular
Este grupo de
escritores, periodistas, artistas, investigadores y, ante todo, pensadores
pretendía decir lo que según ellos ocultaba la ‘gran prensa’ aunque su meta
final no era periodística sino política: unir a toda la izquierda colombiana,
un proyecto que aún nadie ha logrado. Precisamente, “uno de los fracasos de
‘Alternativa’ fue que nunca consiguió esa unidad. Y en eso seguimos 40 años
después”, dijo Antonio Caballero en la sala.
Tan novedoso era tener
una revista que no hablara desde la esquina conservadora ni liberal, que los
primeros 10.000 ejemplares se agotaron en 24 horas. La oposición siempre cuenta
con un nicho y en Colombia por esos días había poca oposición. Alternativa tuvo
un gancho especial al haberla ejercido no con arengas de lucha de clases sino
con el fino humor de las caricaturas de Antonio Caballero.
Gabo –quien entró al
proyecto a regañadientes pero luego se convirtió en uno de los mayores
contribuyentes en términos económicos y periodísticos– dijo: “Yo creo haber
encontrado en ‘Alternativa’ una forma de militancia que he buscado durante
muchos años: un trabajo periodístico serio, comprometido hasta el tuétano. No
tengo vocación, ni formación, ni decisión para ir más allá. Sé que circulan
algunos rumores, pero que nadie espere de mí, en el campo de la política, nada
distinto, ni más importante, ni más heroico, que mi trabajo en esta revista”.
Este mensaje se lee en una pared de la exposición.
En la sala del Archivo
se pueden ver muchas de las portadas de los 257 números, las caricaturas de
Caballero, una línea del tiempo con los eventos mundiales que antecedieron a la
revista: el Frente Nacional, la Revolución Cubana, la consolidación del ELN, la
muerte del Che Guevara, Mayo del 68, el golpe de Estado de Pinochet y
finalmente el surgimiento del M-19 (un mes antes del lanzamiento de
Alternativa).
La exposición también
muestra los grandes momentos que cubrió la línea editorial y las secciones de
la revista, con artículos que, casi cuatro décadas después, sorprenden por su
vigencia. Se puede leer, inclusive, la correspondencia que mantuvieron los alternativos
durante las crisis internas.
Como es usual en los
medios con sesgo izquierdista, Alternativa tuvo problemas económicos y de
seguridad: Hernando Corral recordaba en el conversatorio los dos atentados que
sufrió Enrique Santos, el bloqueo económico y el sabotaje en la distribución.
Lo más grave fue el boicot de anunciantes. El tono de la revista era tan
radical, en esos días en que aún estaba presente el fantasma del comunismo, que
a pesar del éxito en la circulación prácticamente ninguna empresa se atrevía a
pautar con ellos. Sin pauta, con
poderosos enemigos y con fuertes divisiones internas, la revista tambaleaba.
En 1980 publicó su
último número a modo de despedida. En el editorial de aquella edición del 27 de
marzo del ochenta se leía: “Si hoy ‘Alternativa’ se despide, tampoco queremos
dar la impresión de que se debe exclusivamente a las canalladas del sistema.
También hemos sido víctimas de la improvisación, del sectarismo, de nuestra
incapacidad empresarial y de nuestro ingenuo desprecio por las implacables
reglas económicas de la llamada libre empresa”.
“A la larga,
‘Alternativa’ fue un fracaso económico pero un triunfo político”, dijo Jorge
Orlando Melo. “Hoy día, sin duda, ‘Alternativa’ estaría a favor de la paz. La
lucha armada está totalmente descartada y hemos visto cómo exguerrilleros
llegan al poder por las vías legales en toda América Latina. Hoy la izquierda
tiene posibilidades de movilidad que en esa época no tenía”, dijo Santos en una
entrevista con El Tiempo, al reconocer que en ese entonces la revista tenía
“una mal disimulada simpatía por la lucha armada”.
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