16 de diciembre de 2014

MEMORABILIA GGM 795



Confidencial
Managua – Nicaragua
14 de diciembre de 2014

El mapa tiene que rehacerse
García Márquez es uno de los pocos autores que se vale de su propia obra periodística como punto de partida para la creación de sus obras de ficción

Por Guillermo Rothschuh Villanueva

La venezolana Susana Rotker afirma que la crónica contemporánea se debe a José Martí, Rubén Darío y Manuel Gutiérrez Nájera. Con abundantes pruebas demuestra que las raíces de la crónica moderna hay que buscarla en estos tres grandes escritores. Su tesis conduce a resituar el mapa de la crónica latinoamericana y mundial. La exprofesora de la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) dejó constancia de su aseveración en La invención de la crónica (Fondo de Cultura Económica), texto póstumo editado por su esposo Tomás Eloy Martínez. Este dato obliga a revisar el mapa donde se asienta en alto relieve que sus fundadores inmediatos fueron los miembros del denominado Nuevo Periodismo, integrado por los estadounidenses Truman Capote, Tom Wolfe, Norman Mailer y Guy Talase entre otros.

Una de las aseveraciones rotundas de la exprofesora de literatura latinoamericana y directora del Rutgers Center for Hemispheric Studies, en Nueva Jersey, consiste en liberarnos del equívoco que traza una línea divisoria entre periodismo y ficción. En iguales términos se había expresado la española Rosa Montero. Una revisión de los mojones que delimitan el mapa del denominado nuevo periodismo permite constatar que uno de los primeros portentos en levantar su propia tienda dentro de este espacio controversial fue el colombiano Gabriel García Márquez. Exaltamos sus crónicas como un dechado de escritura pero no nos aventuramos a decir que el creador del reino de Macondo también fue fundador de esa nueva forma de expresión denominada como nuevo periodismo. ¿Por qué tememos? ¿A qué obedece esta omisión?

El texto de Tom Wolfe sobre el llamado Nuevo Periodismo se ha convertido en imprescindible para apreciar en su justa dimensión a los forjadores de esa nueva modalidad de escritura que conquistó para siempre el gusto de los estadounidenses e incluso otros gustos más allá de sus fronteras. Con esa propensión que tienen los estadounidenses de creerse el ombligo del mundo ningún autor proveniente de otros lugares tiene cabida en el mapa trazado por Tom Wolfe. No hay duda que debemos festejar el nacimiento de una nueva grafía al presentar hechos y de bucear en otros ámbitos en lo que hasta entonces era pan de todos los días en el anchuroso universo del periodismo. Los iluminados fijaron nuevas rutas y emprendieron la conquista de nuevos territorios. Un mérito indiscutible. Una nueva visión con otros alcances.

Nadie puede regatear ni ensombrecer los réditos obtenidos por esas otras maneras de dibujar personas y relatar circunstancias como lo hicieron los miembros del Club Nuevo Periodismo Estadounidense. El primer olvido de Wolfe a la hora de hacer el recuento fue omitir los nombres de Martí, Darío y Gutiérrez Nájera. Nada tendría de mala esa omisión si no fuese por esa enorme propensión que tienen los estadounidenses de soslayar otras regiones a la hora de hacer el recuento histórico de muchos acontecimientos ocurridos fuera de sus límites. Una rápida mirada sobre el Museo de los Media en Washington me permitió comprobar que en el santuario levantado para rendir culto a medios y periodistas el recuento hecho gira en torno a su propio entorno con un sesgo inocultable. Para ellos la historia central del periodismo ocurre en casa.

Otra omisión considerable viene a ser la enorme ceguera de Wolfe al obviar a periodistas de otras partes del orbe. En su reconocimiento era inevitable que entrase el polaco Ryszard Kapuscinski. La obra periodística Kapuscinski demuestra hasta la saciedad el ejercicio que hizo de la profesión con una alta solvencia poética y literaria. Para mostrar la belleza de su escritura y capacidad investigativa yendo hacia las profundidades de los acontecimientos históricos basta mencionar Cristo con un fusil al hombro. El desplazamiento de Kapuscinski por diversos países y continentes y la manera como construye sus relatos son tan depuradas para tomar en cuenta. A la hora del recuento definitivo fueron pasadas por alto. Ni siquiera considero que no tuvo cabida por la crítica profunda que yace en la obra del polaco hacia Estados Unidos.

En cuanto al latinoamericano García Márquez igualmente basta El relato de un náufrago para percatarnos que el centro de gravedad del llamado nuevo periodismo está situado en estas tierras del olvido. Muchísimo antes que Truman Capote y Guy Talase sedujesen a los estadounidenses con A sangre fría (1966) y El rey y el poder (1969) ya el colombiano había causado revuelo entre sus pares al publicar la serie sobre las desventuras del miembro de la armada colombiana Luis Alejandro Velasco. Sobreviviente del destructor Caldas el joven Velasco relató las angustias que vivió a partir del 28 de febrero de 1955 al redactor de El Espectador de Bogotá. A partir de ese momento García Márquez daba un giro de ciento ochenta grados al periodismo latinoamericano y empezaba a caminar por las avenidas del periodismo mundial.

No creo que haya sido una gratuidad de parte de García Márquez llamar a la organización nacida de su inspiración Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano. Estaba consciente que lo reconocieran o no él pertenecía a esa corriente electrizante que abrió de par en par las compuertas de un nuevo estilo de hacer periodismo. García Márquez es uno de los pocos autores que se vale de su propia obra periodística como punto de partida para la creación de sus obras de ficción. Muchos novelistas hacen el recorrido a la inversa. En el plano casero Sergio Ramírez no se cansa de repetir y señalar que uno de sus abrevaderos predilectos son las notas rojas aparecidas en los medios de comunicación. El reino animal (2006) y Flores oscuras (2013) tienen su origen en este mundo escabroso. Sabe sacar provecho a lo que otros plantean.

Donde podemos apreciar a García Márquez en todo su esplendor viene a ser en la conjunción y mutación de tres obras distintas. La vida feliz de Margarito Duarte primero fue una nota de prensa (Octubre-1980), después la hizo un cuento bajo el nombre de Santa (Diciembre-1981) y la incluyó en Los doce cuentos peregrinos (1992) luego la convirtió en novela Del amor y otros demonios (1994). Tres obras diferentes y un solo autor verdadero. Muy pocos creadores se han dado este lujo. Una lectura somera de su obra periodística sirve como prueba irrefutable para enterarnos que estamos ante un hombre que se adelantó en confesar, en su breve saludo a Hemingway, que se había percatado que se encontraba “divido entre mis dos oficios rivales”. Entre el periodista y el novelista que siempre fue. Con estos adelantos urge rehacer el mapa del llamado Nuevo Periodismo.


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El Universal
Cartagena - Colombia
15 de Diciembre de 2014

Cuando Gabo 
"echaba cuentos"
COLPRENSA

Que las generaciones recientes de escritores no tenían nada que valiera la pena destacar. Que no se veía por ninguna parte, en tantos libros publicados, a un nuevo cuentista. Menos, a un nuevo novelista. Corría 1947 y esa era la queja que Eduardo Zalamea Borda hacía pública en el suplemento literario del diario El Espectador, que dirigía. A él —decía— se le reprochaba que solo abriera sus páginas para escritores viejos.

Pero la verdad, insistía Zalamea en esas líneas de desahogo, “es que no hay jóvenes que escriban”.

Gabriel García Márquez era por entonces un estudiante del Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá, embebido en la poesía ‘piedracelista’ gracias a su profesor Carlos Julio Calderón Hermida, a quien años después dedicaría ‘La hojarasca’. Empujado por los consejos de su maestro y por “un sentimiento de solidaridad para con mis compañeros de generación” —como escribiría en sus memorias— el muchacho se aventuró con un cuento y lo envió sin mayores expectativas a las oficinas del diario bogotano.

“El domingo siguiente, el 13 de septiembre de 1947, cuando abrí el periódico, vi mi cuento a toda página y una nota del propio Zalamea en la que reconocía haberse equivocado; decía que evidentemente con ese cuento surgía un genio de la literatura colombiana o algo parecido. Hasta entonces —escribió Gabo— a mí nunca se me había ocurrido que pudiera ser escritor”.

El relato que apareció publicado se llamó ‘La tercera resignación’. Y el resto es historia.

Se trata de la primera evidencia que conservan los ‘gabólogos’ sobre los afectos del Nobel colombiano por las historias breves. Por el cuento. Porque ya en esas líneas se intuía su tremenda voluntad narrativa: “Estaba pesado y duro aquel ruido. Tan pesado y rudo que de haberlo alcanzado y destruido habría tenido la impresión de estar deshojando una flor de plomo”.

Muchos años después, aún alumbrado por la notoriedad de ‘Cien años de soledad’, García Márquez le confesaría a Luis Harss —autor de ‘Los nuestros’, la biblia del Boom— que aborrecía esos primeros cuentos de El Espectador, al punto de que él mismo sería capaz de quemarlos. Aquello, enhorabuena, no solo nunca sucedió sino que el escritor colombiano dejó para la eternidad cuatro volúmenes de cuentos.

El primero, ‘Ojos de perro azul’, responde a la fascinación de Gabo en sus primeros años de letras por el cuento fantástico. El libro es un testimonio de los catorce cuentos que escribió entre 1947 y 1955. El poeta y periodista Juan Gustavo Cobo Borda los define como “relatos oníricos” en donde comienzan a asomarse “algunas de sus obsesiones literarias, como el muerto que está en el ataúd y que la gente observa, aunque él sepa bien que no está muerto”. Una influencia contundente, dice, de ‘La metamorfosis’ de Kafka, “que leyó siendo muy joven” y de Allan Poe y “sus historias de sueños irrealizados o deseos incumplidos”.

El segundo en aparecer, en 1965, fue ‘Los funerales de la Mamá Grande’ que arropa a dos de sus cuentos más difundidos —‘La siesta del martes’ y ‘Un día de estos’— y es un libro para tomárselo más en serio. Situémonos: García Márquez tiene 35 años y en un lustro dará a luz a su novela cardinal sobre estirpes que no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra. Así que no es fortuito que allí, en esas páginas, ocurra la fundación de uno de los escenarios más famosos de las letras mundiales: Macondo.

En ‘La increíble y triste historia de la cándida Eréndida y su abuela desalmada’ asistimos en 1972 a un autor que sigue la línea de ‘Los funerales’; muy distante ya del escritor experimental de ‘Ojos de perro azul’. A quien leemos aquí es al Gabo que más queremos todos, con ese estilo intenso y mágico que iluminó ‘Cien años de soledad’. Ese estilo que nos entregó en este volumen de cuentos dos de sus relatos más entrañables: ‘Un señor muy viejo con unas alas enormes’ y ‘El ahogado más hermoso del mundo’.

La última de esas antologías, ‘Doce cuentos peregrinos’, se editó en 1992. Son relatos de una pluma consagrada que nos lleva en un viaje por Europa. Por París. Por Barcelona. Por Roma. Por Nápoles. ¿Alguien puede acaso salir ileso de ‘El rastro de tu sangre en la nieve’? Es un clásico del García Márquez cuentista: una chica recién casada, esposa de un dandi que alardea con carros de lujo, se hiere en el dedo donde lleva el anillo de bodas y va dejando su rastro rojo sobre la nieve inmaculada. Es el Gabo de las exageraciones, es el Gabo periodista que pretende hacernos creer, como nos decía John Lennon, que la realidad le deja mucho a la imaginación.

Se trata de una obra que, según el escritor bogotano Guido Tamayo, “es una clarísima declaración de aprecio de Gabo por el cuento”.

Tamayo fue uno de los hombres detrás del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, liderado por el Ministerio de Cultura, y fallado hace apenas unas semanas. Un galardón que buscaba ‘reivindicar’ una de las facetas menos celebradas del Nobel de Aracataca: la de ser un narrador de pequeñas historias.

Para Tamayo resulta inútil detenerse en la discusión de si fue mejor el Gabo novelista que el Gabo cuentista. “Lo único que se necesita saber es que Gabriel García Márquez fue un extraordinario contador de cuentos. Y que, como él mismo lo explicó alguna vez, novelas suyas como ‘Cien años de soledad’ y ‘El otoño del patriarca’ están confeccionadas con pequeñas historias”.

Lo cree también el escritor cartagenero Roberto Burgos Cantor, autor de libros de cuento como ‘Lo amador’ y ‘De goces y desvelos’. “Hay grandes novelistas que no se animaron a escribir cuento. Nunca les interesó.
García Márquez lo hizo casi como un compromiso con su propia infancia. Con esas historias fantásticas que le contaban su abuelo Nicolás Márquez y su abuela Tranquilina Iguarán. Era un compromiso con toda esa rica oralidad del Caribe que puso al servicio de su literatura”.

Pero, ¿por qué siguen siendo tan poco difundidos los cuentos del Nobel colombiano? ¿Por qué fue necesario crear un concurso para recordarnos a todos que Gabo no fue solo un espléndido novelista?

Guido Tamayo encuentra una respuesta en la indiferencia misma que la industria editorial ha tenido por el género. “Si uno se pone a mirar el ‘Boom latinoamericano’ encuentra que fue un movimiento de género y no de autores. Muchos decían que, con este, nuestro continente había alcanzado la mayoría de edad porque ya publicaba novelas. Fue por eso que el ‘Boom’ excluyó a grandes como Onetti y Borges”.

Juan Gustavo Cobo no se atreve a inferir si el propio García Márquez era consciente de esa etiqueta injusta.

De lo que sí tiene certeza es de que la prosa de los cuentos del hijo del telegrafista conservan la misma gracia y contundencia del resto de su obra. “Cuando uno lee ‘Los funerales de la Mamá Grande’ encuentra la mejor y más aguda sátira de lo que es Colombia. De todo ese patrimonio intangible del que parecemos no darnos cuenta: gobernantes corruptos, reinados de belleza por todo y esa aparente legalidad con la que pretendemos justificar la ilegalidad”.

Mundos como ese fueron el resultado de su larga búsqueda por las páginas de autores como Hemingway, Virginia Wolf y el ‘Pedro Páramo’ de Juan Rulfo que es también una novela llena de pequeños relatos. Una búsqueda en la que también tropezó con el Faulkner cuentista y con Yasunari Kawabata, ese clásico de las letras japonesas que le dejaría en las manos el sabio catalán Ramon Vinyes en los tiempos de La Cueva de Barranquilla.

En opinión de Tamayo el único cuento del que Gabo “no salió bien librado fue ‘Memorias de mis putas tristes’, un cuento que no sé si la editorial o el propio escritor quiso alargar forzosamente para convertirlo en novela breve”.

Roberto Burgos tercia en la discusión y prefiere creerle a J. M. Coetzee, quien en un ensayo se refirió a esta novela como “un capítulo que se independizó de ‘El amor en los tiempos del cólera’. Lo único que nos debe importar es que son pocos los que logran descubrir con la mirada un hecho significativo. Descubrir que en un asunto aparentemente elemental se mueve algo que nadie más ha visto. Ese ojo lo tuvo Gabo. Y lo que descubrió con ese ojo nos ha hecho inmensamente felices. ¿Importa acaso si fue en sus novelas o fue en sus cuentos?”.

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SEMANA
Bogotá - Colombia
16 de diciembre de 2014

Nación

Los 40 años de ‘Alternativa’
Una exposición en el Archivo de Bogotá revive lo mejor de esta publicación.

‘Alternativa’ solo ha habido una. El 18 de febrero de 1974 se lanzó su primera edición. Duró apenas seis años, pero en ese corto lapso produjo un periodismo diferente de lo que hasta ese momento se había visto en el país.

Con motivo de los 40 años de la fundación de este singular proyecto, hace pocos días el Archivo de Bogotá inauguró una exposición para revivir lo mejor de la revista. Al homenaje asistieron varios de los protagonistas de esa aventura. Allá estuvieron con más kilos, más canas y menos pelo Enrique Santos, Antonio Caballero, Hernando Corral, Bernardo García, Jorge Orlando Melo y Jaime Abello. Ante más de 100 personas que se abarrotaron en un moderno salón del Archivo, los veteranos evocaron los días de gloria. Solo faltaron algunos grandes como Gabriel García Márquez y Orlando Fals Borda.

Alternativa nació como un medio de izquierda, comprometido con la causa socialista pero distante de las arengas trasnochadas. Como era antiestablecimiento tenía algo de tirapiedra. Sin embargo, como los que tiraban la piedra eran algunos de los mejores escritores del país, siempre se cuidó la elegancia en la prosa y en sus diseños. “Dábamos valor a la imagen, a todo lo gráfico, que no era algo característico de la izquierda”, recordó Enrique Santos.

Santos, quien había sido uno de los fundadores de la revista, rápidamente se convirtió en el líder. Esto le granjeó el mote de ‘guerrillero del Chicó’. Hasta ese momento había sido solamente el heredero del periódico El Tiempo, el cual representaba todo lo que Alternativa habría de atacar. Su tránsito de delfín a revolucionario no fue visto con buenos ojos por su padre. Este había sido maltratado en el testamento de su tío Eduardo Santos por haber sido en su juventud simpatizante del general Franco durante la Guerra Civil española.


La disidencia ideológica no solo tuvo un costo económico para el padre sino también para el hijo una generación después. Enriquito tomó tan en serio su militancia contra el sistema, que para financiar Alternativa vendió una de las tres acciones de El Tiempo que había heredado de su tío Eduardo.


“Amplios sectores de la opinión pública colombiana están sintiendo, ahora más que nunca, la carencia de una publicación nacional, periódica, independiente y crítica. La progresiva concentración de los medios masivos de información en manos de quienes detentan el poder político y económico ha permitido que esta minoría oculte, deforme y acomode a su antojo los grandes hechos nacionales. (…) No es fácil en Colombia abrir una ventana por donde entre el viento fresco de un pensamiento de izquierda”. Con esas palabras, escritas en el editorial del primer número de la revista 40 años antes, Santos abrió el conversatorio.


Daniel Samper Pizano, Antonio Caballero, Jorge Gómez Pinilla, Jorge Restrepo, Enrique Santos y de espalda Hernando Corral, entre otros. Foto archivo particular

Este grupo de escritores, periodistas, artistas, investigadores y, ante todo, pensadores pretendía decir lo que según ellos ocultaba la ‘gran prensa’ aunque su meta final no era periodística sino política: unir a toda la izquierda colombiana, un proyecto que aún nadie ha logrado. Precisamente, “uno de los fracasos de ‘Alternativa’ fue que nunca consiguió esa unidad. Y en eso seguimos 40 años después”, dijo Antonio Caballero en la sala.

Tan novedoso era tener una revista que no hablara desde la esquina conservadora ni liberal, que los primeros 10.000 ejemplares se agotaron en 24 horas. La oposición siempre cuenta con un nicho y en Colombia por esos días había poca oposición. Alternativa tuvo un gancho especial al haberla ejercido no con arengas de lucha de clases sino con el fino humor de las caricaturas de Antonio Caballero.

Gabo –quien entró al proyecto a regañadientes pero luego se convirtió en uno de los mayores contribuyentes en términos económicos y periodísticos– dijo: “Yo creo haber encontrado en ‘Alternativa’ una forma de militancia que he buscado durante muchos años: un trabajo periodístico serio, comprometido hasta el tuétano. No tengo vocación, ni formación, ni decisión para ir más allá. Sé que circulan algunos rumores, pero que nadie espere de mí, en el campo de la política, nada distinto, ni más importante, ni más heroico, que mi trabajo en esta revista”. Este mensaje se lee en una pared de la exposición.

En la sala del Archivo se pueden ver muchas de las portadas de los 257 números, las caricaturas de Caballero, una línea del tiempo con los eventos mundiales que antecedieron a la revista: el Frente Nacional, la Revolución Cubana, la consolidación del ELN, la muerte del Che Guevara, Mayo del 68, el golpe de Estado de Pinochet y finalmente el surgimiento del M-19 (un mes antes del lanzamiento de Alternativa).

La exposición también muestra los grandes momentos que cubrió la línea editorial y las secciones de la revista, con artículos que, casi cuatro décadas después, sorprenden por su vigencia. Se puede leer, inclusive, la correspondencia que mantuvieron los alternativos durante las crisis internas.

Como es usual en los medios con sesgo izquierdista, Alternativa tuvo problemas económicos y de seguridad: Hernando Corral recordaba en el conversatorio los dos atentados que sufrió Enrique Santos, el bloqueo económico y el sabotaje en la distribución. Lo más grave fue el boicot de anunciantes. El tono de la revista era tan radical, en esos días en que aún estaba presente el fantasma del comunismo, que a pesar del éxito en la circulación prácticamente ninguna empresa se atrevía a pautar con ellos.  Sin pauta, con poderosos enemigos y con fuertes divisiones internas, la revista tambaleaba.

En 1980 publicó su último número a modo de despedida. En el editorial de aquella edición del 27 de marzo del ochenta se leía: “Si hoy ‘Alternativa’ se despide, tampoco queremos dar la impresión de que se debe exclusivamente a las canalladas del sistema. También hemos sido víctimas de la improvisación, del sectarismo, de nuestra incapacidad empresarial y de nuestro ingenuo desprecio por las implacables reglas económicas de la llamada libre empresa”.

“A la larga, ‘Alternativa’ fue un fracaso económico pero un triunfo político”, dijo Jorge Orlando Melo. “Hoy día, sin duda, ‘Alternativa’ estaría a favor de la paz. La lucha armada está totalmente descartada y hemos visto cómo exguerrilleros llegan al poder por las vías legales en toda América Latina. Hoy la izquierda tiene posibilidades de movilidad que en esa época no tenía”, dijo Santos en una entrevista con El Tiempo, al reconocer que en ese entonces la revista tenía “una mal disimulada simpatía por la lucha armada”.





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