17 de septiembre de 2014

MEMORABILIA GGM 785



ANSA LATINA
Roma – Italia
14 de septiembre de 2014


COLOMBIA

Recuerdos de García Márquez
editados en un libro

Por Oscar Escamilla
BOGOTA,

Tras cinco meses de la muerte del afamado escritor colombiano Gabriel García Márquez, uno de sus tantos amigos, el periodista Darío Arizmendi publicó esta semana un libro de recuerdos mutuos, bajo el título "Gabo no contado".

Son en total 190 páginas de fotografías y textos en un recorrido que inicia por la entrevista que Arizmendi le hizo al escritor de "Cien años de soledad" en 1991 y que según el periodista fue la última de esa extensión que el narrador concedió en televisión.


Dario Arizmendi

El libro deambula por los recuerdos de los 32 años de amistad entre Arizmendi y Gabo, como suelen llamar en Colombia a García Márquez, incluso ya fallecido, pasando por el intento fallido de fundar un periódico y rematado por un episodio particular de una conversación inédita entre el escritor y Fidel Castro.

"Este libro se hizo como una necesidad interior que sentí de hacerle un homenaje al amigo; a ese ser tan especial que había tenido en mi vida el gusto de conocer", dijo Arizmendi durante la presentación del libro en Bogotá, ante un auditorio repleto de sus amigos.

Arizmendi es uno de los periodistas más influyentes de Colombia, cercano al establecimiento político y económico local, y un entrevistador habilidoso que conduce desde hace 24 años en la prestigiosa radio Caracol el programa matutino de noticias, el más escuchado según encuestas de sintonía radial.

Ambos se conocieron en 1982 cuando Arizmendi ejercía como director del diario El Mundo, de la ciudad de Medellín, y García Márquez ya arrastraba por entonces una fama de gran escritor, que ese mismo año lo llevaría a ganarse el Nobel de Literatura.

Para entonces, el narrador de Aracataca y creador el mundo fantástico de Macondo quería fundar un periódico en Bogotá que iba a llamarse El Otro, cuya principal característica debía ser el tono con el debían contarse las historias, relatos y noticias diarias.

Durante su narración de cómo se conocieron con Gabo, Arizmendi recordó que en febrero de 1982 recibió un carta a su nombre con un remitente que decía "R García", procedente de Ciudad de México y que tan solo decía: "Personal".

Era una misiva de dos páginas en la que lo invitaba a unirse a la idea de hacer El Otro, un diario que no se concretó debido al alboroto que el Nobel instaló en la vida de García Márquez y la certeza de que su vida no volvería ser igual.

Hubo, además, "otro detallito", según relató el periodista, y es que García Márquez pretendía invertir los 200.000 dólares que acompañaban al Nobel, pero su esposa Mercedes Barcha lo impidió con una frase lapidaria: "de esa platica no me toca ni un peso".

Pasaron los años y finalmente nos resignamos, llegamos a la conclusión de que no era conveniente y que por algo no se había hecho, y la última vez que lo vi en Distrito Federal me dijo: sabes qué, pensándolo bien fue providencial que no hubiéramos hecho El Otro, porque nos hubieran matado a todos", relató Arizmendi.

Para el momento en que se preparaba la salida del diario, Colombia empezaba a caminar por la senda de la peor violencia de su historia, a cuenta de los carteles de la droga y el posterior crecimiento de los grupos guerrilleros, seguido de la aparición de los escuadrones paramilitares.

Pese a que el diario nunca vio la luz, Arizmendi entró a hacer parte del amplio círculo de amigos íntimos del escritor y de paso se convirtió en una de sus fuentes permanentes de consulta sobre el estado de cosas que ocurrieron en años posteriores en el país y que era preocupación constante del narrador.
 
La amistad los llevó luego a compartir momentos inéditos como el ocurrido en diciembre de 1989 en la Habana, durante la celebración de los 30 años de la revolución cubana, en la que Fidel Castro y García Márquez sostuvieron una aireada discusión por una pregunta que el escritor le hizo al comandante sobre el Che Guevara.

Según Arizmendi, Castro llegó a la casa de los García Márquez en La Habana, donde él también se hospedaba, y empezó a relatar las hazañas de su llegada al poder, durante una jornada que se extendió hasta la madrugada.

"Como a eso de las dos de la mañana, Gabo, con dos whiskys en la cabeza, le dice: ¿oye Fidel por qué dejaste ir al Che a Bolivia a sabiendas que lo iban a matar? Castro le respondió: no me digas eso, tu conoces la historia, no me hagas esa acusación", relató el periodista.

Lo que siguió fue un momento de tensión entre los dos amigos que solo fue conjurado por las mujeres que departían aquella noche, pero que según Arizmendi demostraba las "serias discrepancias" que García Márquez tenía con Castro por temas y decisión relacionadas con la revolución cubana.

Arizmendi recordó que en esa momentos García Márquez le advertía que mientras estuviera con él olvidara su papel de periodista y por ello confesó que decidió olvidar muchas cosas que vio y escuchó en sus años como amigo del escritor, porque hacen parte de su vida íntima.

Sin embargo, escribió en cuadernos datos que no pudieran ser entendidos como "infidencias" de su amigo y metió en sobres marcados decenas de fotografías inéditas que aún conserva, algunas de las cuales incluyó en el libro.

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El Ciudadano
Santiago de Chile
N°152, abril de 2014

Columnas

El beso a Gabo
Por Pedro Lemebel·

Recién me despierta la ráfaga del luto nuevamente, y ahora es nuestro Gabo, cuando por años había contenido la virulencia de la enfermedad. Cuando se veía tan bien, tan vital como siempre de impecable guayabera blanca y esa risa de señor amable que lo acompañó en su vida, en sus viajes, en sus compromisos políticos con la Izquierda siempre, con los oprimidos del mundo, con las revoluciones del mundo. Con su amistad con Cuba y su letrado pueblo que lo quería tanto. Ha partido Gabo, una nefasta tarde de otoño aquí en este Santiago aún opaco por el humo de la catástrofe porteña. Y pareciera que el color sucio del cielo alargara infinitamente la desazón por la partida de un grande de las letras.


Pedro Lemebel

Gabo fue uno de mis primeros hallazgos literarios en la enseñanza media, entre tanta novela de zetas y caballerías coñas, aburridas estampas de la madre Patria en esos librones cabrones que debíamos leer para las pruebas. Fue ahí, en ese tiempo de desate juvenil que un profe de lenguaje, ciertamente más innovador, nos puso frente a los ojos la alucinante escritura de García Márquez. Y no lo podía creer leyendo a escondidas Ojos de Perro Azul, o el cuento de El ahogado más bello del mundo. No podía creer que alguien escribiera con esa locura y esa poética dislocada y  majestuosa. Y de ahí en adelante me devoré todos los primeros libros del Gran Gabo, que marcó mi adolescencia y mi juventud en esos años de dictadura. Se hizo nuestro cómplice y amigo, al saber de su solidaridad con el dolor del pueblo chileno. Se leía en libros arrugados por el trajín contra la tiranía. García Márquez influyó en ese tiempo pendejo cuando incluso escribí varios cuentos medio surrealistas, medio mágicos, medio cuáticos que después destruí cuando lo latinoamericano fantaseado de esa forma se utilizó como folclorismo para el gusto gringo.

Después vinieron otras lecturas, otros saberes, otras escrituras… llegaron los años ochenta cuando participaba con Pancho Casas en el colectivo de arte homosexual  Yeguas del Apocalipsis, eran los inicios de aquella aventura, y por lo mismo, éramos artistas de día completo, de semana corrida, correteando por las galerías de arte y eventos underground de la cultura alternativa. Éramos unas pendejas revoltosas, medio travestis, medio artistas, que íbamos a cuanto evento se anunciaba por ahí, para tomarnos el copete y comer en los cocteles. Y una de esas tardes en que veníamos sueltas de cuerpo, medio empinadas en algún trote canábico, caminando por Avenida Providencia, vemos un tumulto de gente a la salida de un teatro. Y nos acercamos, preguntando de qué se trataba. Y alguien nos dijo que estaban esperando la salida de Gabriel García Márquez de visita en el país. Entonces, como yo era la yegua besadora, título que me puso Pancho Casas por haberle robado besos brujos a varios famosos de la política y la cultura. Entonces, me dice Pancho: Mira Pedro, cuando aparezca Gabo, tú te metes entre la gente, hasta estar frente a él,  y lo besas. Y yo como una muñeca mecánica, le hice caso. Y cuando vino el alboroto por la salida de Gabo, veo su cabellera cana en la multitud, y camino como zombi, dando codazos y empujones, hasta quedar frente a su cara. Y ahí mismo, antes de subirse al auto, le tomo la cara con las dos manos y le estampo mi boca en su boca. Él no se asustó ni pareció sorprendido. Lo divirtió y exclamó un ¡HUY!, muerto de la risa. Por muchos años me quedó sonando el  ¡HUY! de su fresca reacción.  Nunca tuve la ocasión de encontrarlo de nuevo, ni siquiera en Cartagena, en su Fundación cuando me invitaron a conocerla. Ahora Gabo partió, y no existe la posibilidad de volver a encontrarlo. Y en el ayer me sigue sonando el ¡Huy¡ de aquella vez, de aquel  beso juguetón, de ese muac de cariño que le robé a nuestro Gabo, aquella calurosa tarde en Santiago de Chile, cuando lo despeinó mi beso apresurado al volar mariposas de plata de su frondosa cabellera lunar.

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