EL PAÍS
Madrid –
España
21 de
abril de 2014
María Luisa Elío, la
destinataria
de Cien años de soledad
Por:
Víctor Núñez Jaime |
Durante los 18 meses en los que Gabriel García
Márquez escribió Cien años de soledad, cuatro amigos suyos acudían casi todas
las noches a su casa de la colonia San Ángel Inn, en el sur del DF, para que
les contara el curso de la novela. Eran Carmen y Álvaro Mutis, María Luisa Elío
y Jomí García Ascot.
En efecto, se abre Cien años de soledad y
antes del célebre inicio (“Muchos años después, frente al pelotón de
fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde
remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.”), aparece la dedicatoria:
“Para Jomí García Ascot y María Luisa Elío.”
Fui a visitar a la destinataria de Cien años
de soledad en 2007, cuando Gabo estaba apunto de cumplir 80 años. Tenía
entonces 80 años de vida, una cara de luna (“porque tomo cortisona”, dijo),
unos ojos verdes como aceitunas que electrizaban lo que miraba, boca carmesí
para expresar sus recuerdos y una madura relación amistosa con los García
Márquez. Era la tercera hija de Carmen Bernal y de Luis Elío, familia exiliada
en México a causa de la Guerra Civil Española. Realizó el guión y actuó la
película En el balcón vacío (1961), la única versión cinematográfica del exilio
ibérico en México. Escribió Tiempo de llorar y otros relatos (El Equilibrista
1988, Turner 2002), un libro en donde relata el viaje que efectuó a su Pamplona
natal después de treinta años de haber salido y en donde recuerda su infancia
como metáfora de los sufrimientos de toda una generación de exiliados.
Casi 40 años después de la publicación de la
obra literaria más importante del siglo XX, María Luisa Elío Bernal estaba
sentada en la sala de su departamento a donde llegó con cierta dificultad
debido a los problemas de movilidad de sus piernas. Frente a un vaso de agua
con hielos (del que bebió tres largos tragos durante la entrevista) recordó el
día en que conoció a Gabriel García Márquez y el curso de su amistad, dio su
testimonio acerca de la gestación y el nacimiento de Cien años de soledad y
trazó algunos rasgos de su historia personal:
–Una vez Álvaro Mutis nos invitó a mi esposo
(Jomí García Ascot) y a mí a cenar a su casa porque llegaba un amigo
colombiano, una persona –nos dijo– que nos iba a agradar. Esa persona era
Gabriel García Márquez, que pasaba por México con rumbo a París. Creo que
todavía no estaba casado con Mercedes, ni Álvaro con Carmen. Fue una noche
maravillosa. Apareció un jovencito-jovencito, blanco-blanco, que era Gabo. Yo
no entiendo por qué dicen que Gabo es moreno, es blanco-blanco de piel. Si se
levanta una manga de la camisa o un el pantalón está blanquísimo. Yo le digo:
“qué asco, qué blanco eres.”
En fin, aquella primera ocasión que lo vi,
Álvaro le decía:
–Gabo, Gabo, cuenta eso que estás pensando
escribir, cuenta cosas...
Y él empezó a contar acerca de un barco que
había visto no sé dónde. Y luego dijo que en su pueblo había visto llover
flores y algo más. Me encantó.
Años después, salíamos del Palacio de Bellas
Artes de una conferencia de Carlos Fuentes, estoy casi segura que era de él, y
nos íbamos mi esposo y yo junto con Álvaro y Carmen Mutis y pocos más a comer
un arroz a la catalana que hizo la propia Carmen en su casa. Éramos un grupito
chiquito en el que también iba Gabo. Llegamos, y entonces Gabo empezó a
contarnos lo que pensaba a escribir. Y todo el mundo estábamos con la boca
abierta alrededor de él, maravillados todos; aunque luego veríamos que lo que
dijo se parecía poco a lo que en realidad escribió. Al rato, la pequeña reunión
se fue disolviendo y nos quedamos hablando sólo Gabo y yo. ¡Imagínate!, yo
estaba enloquecida con tanta cosa fantástica que me decía. Eran nada más y nada
menos que los cimientos de Cien años... Al final me dijo:
–¿Te gusta la historia?
–Me maravilla, me vuelve loca. ¡Escribirás la
Biblia otra vez!
–¿Pero te gusta? –volvió a preguntar.
–Sí.
–Entonces es tuya.
Me quedé muda. No acaba de entender eso de “es
tuya”. ¡Qué iba a hacer yo en la vida para justificar que todo eso fuera
mío!... Pero claro, una vez leído el libro, sí lo siento mío, totalmente.
Cuando Gabo estaba escribiendo Cien años de
soledad, íbamos todas las noches Álvaro, Carmen, Jomì y yo. Yo tenía una
juventud muy de que siempre me dolía algo. Durante el día, yo en cama, le
hablaba a Gabo por teléfono y platicábamos sobre la novela. En la noche llegaba
mi marido del trabajo y decía:
–Vamos a casa de los Gabos.
Llegábamos y comíamos algo. Gabo y Mercedes ya
tenían cientos de deudas, sobre todo con el carnicero. Pero Mercedes siempre
tenía algo de comer. Luego bebíamos whisky, entonces no estaba tan de moda el
tequila, y así pasábamos nuestra reunión. A veces llevábamos a los niños, mi
hijo Diego es un año menor que Gonzalo, el segundo hijo de Gabo.
La idea de la novela surgió en Gabo durante un
viaje de fin de semana a Acapulco que hizo con su esposa y sus hijos. De
regreso a la ciudad de México, se encerró a escribir seis horas diarias durante
18 meses, entre 1965 y 1967.
El 30 de octubre de 1965, García Márquez había
escrito una carta para Francisco Porrùa, entonces editor de Sudamericana, en
respuesta a la petición de éste para publicar algo del colombiano, y se la
envío a Buenos Aires. Le contaba que su libro en proceso de escritura era muy
largo y complejo. No obstante –le especificó– era la obra en la que tenía
depositadas sus mejores ilusiones. Y, aunque la novela todavía estaba
inconclusa, se la ofreció para que la publicara su editorial.
Meses después, Gabo terminó la novela y se la
envió en dos partes porque no tenía 82 pesos para enviar las hojas en un solo
paquete. Por error, remitió primero la segunda parte del libro. Pero a los dos
días siguientes, luego de conseguir dinero al empeñar un calentador y una
batidora, puso las páginas iniciales en el correo.
Paco Porrúa le mandó a ciudad de México un
adelanto de 500 dólares, dinero con el que el Nobel colombiano comenzó a saldar
sus deudas familiares.
Sudamericana hizo una primera edición de Cien
años... con un tiraje de ocho mil ejemplares, pero se agotaron en una semana. Y
desde entonces, no ha parado de reeditarse. A la fecha suman más de treinta
millones de ejemplares vendidos, sin contar los elaborados por la piratería.
La novela se publicó el 5 de junio de 1967. En
Argentina era un año más del gobierno de Juan Carlos Onganía, quien realizaba una “represión discreta” mientras
varios aficionados festejaban el primer título mundial del Racing. Precisamente
en junio de 1967 se llevó a cabo la llamada “Guerra de los seis días”: Israel
atacó Egipto, Irak, Jordania y Siria, apoderándose del Sinaì, los altos de
Golán y el sector árabe de Jerusalén. Cerca estaba la muerte del Che Guevara.
En México, la catedral metropolitana había sufrido un incendio que destruyó
algunos de sus importantes tesoros artísticos. En Tlatelolco ya se había
firmado el tratado para la desnuclearización de América Latina. Y los hijos de
Gabo, Rodrigo y Gonzalo, tenían seis y tres años, respectivamente.
El éxito del libro forzó a Gabo a visitar
Buenos Aires, pero esa sería su primera y última vez en la capital porteña.
Estuvo cerca de un mes y fue jurado de un concurso literario organizado por la
revista Primera Plana. Luego vendría la fama mundial.
Apenas García Márquez recibió los primeros
ejemplares de Cien años de soledad, llamó por teléfono a María Luisa Elío, que
entonces vivía en la colonia Las Águilas:
Levanté el auricular y escuché a Gabo decirme:
–Vente por el primer ejemplar del libro.
Llegamos mi esposo y yo y apareció él con el
primer ejemplar en las manos.
–Toma, es el tuyo –me dijo a mí.
Luego, como me separé de marido, el sentido de
mi pudor y decencia me hizo decir:
–Esto no es mío, pero tampoco tuyo.
Y regalé ese primer ejemplar de Cien años...
¡Qué tonta me vi! Qué cosas hace uno... Si es que lo debí haber guardado y
ahora sería millonaria –dijo María Luisa Elío con una sonrisa.
En infinidad de ocasiones, amigos del autor y
lectores anónimos se han preguntado cuánto es verdad y cuánto es mentira en la
novela. Pero la mayoría ha concluido que es una tarea inútil y que lo mejor es
disfrutar de la obra y creer lo increíble porque Gabo es un mentiroso ejemplar,
un renovador de las estructuras narrativas y el padre de los fabuladores
contemporáneos.
En El olor de la guayaba, García Márquez le
dijo a Plinio Apuleyo Mendoza que “Cien años de soledad carece por completo de
seriedad y está llena de señas a los amigos más íntimos, señas que sólo ellos
pueden descubrir.” Sin embargo, Elío aseguró no identificar personajes o
circunstancias específicas. “Yo creo que al decir eso, Gabo se está refiriendo
principalmente a Álvaro Mutis. Uno decía: quién de todas nuestras conocidas
habrá puesto como Remedios la bella, quién será... O: a ver, tal personaje que
piensa así debe ser... Pero sólo en la cabeza de Gabo está la verdad.”
–Doña
María Luisa, después del éxito de Cien años..., ¿cambió en algo su relación
amistosa con Gabo?
–No cambió porque siempre fue espléndida y
sigue siendo espléndida. He tenido la suerte de que he podido ser muy su amiga,
sin que su éxito apabullara nuestra amistad. Yo disfruto ese Gabo casero, que
está con su mujer, con sus hijos, un gran marido, un gran padre, un espléndido
amigo y hermano... Que Gabo es el mejor escritor del mundo, todos lo saben, no
lo tengo que decir yo... Para mí él y su familia son muy especiales. Son algo
extraordinario que me ha pasado en mi vida. No hace falta tenerlo frente a mí
constantemente, somos muy amigos. Pero si llamo ahora mismo a Mercedes y le
digo que voy para su casa, me dice sí. Y hace un bacalao que sabe que me
encanta. Entonces, llego a su casa y siento que no he ido a otra parte, sino que
estoy entrando en mi casa.
Como bien lo anuncia el título, el tema de la
novela es la soledad. “Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y
malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido
que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha
sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra
vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad”, dijo García Márquez en su
discurso de aceptación del premio Nobel de literatura en 1982.
–¿Qué
representa la soledad para María Luisa Elío?
– Para mí la soledad es la vida misma. Yo hace
poco tuve un accidente fuerte. Estuve diez horas bajo un mueble; nadie podía
sacarme porque era de noche. Luego me sacaron y me llevaron a un sanatorio y
allí me morí. O eso creyeron todos, que me había muerto. Pero sentí una soledad
total, perfecta. Y hora, como casi no puedo andar, estoy muy sola. Tengo unos
dolores muy fuertes, sobre todo en la espalda, sólo sentada o acostada puedo
estar, sobre todo acostada. Y esa soledad es casi un privilegio. Es una soledad
que yo agradezco con toda el alma. Estando sola hablo conmigo misma. Tengo
grandes, grandísimas conversaciones conmigo misma. Gabo tiene razón: estamos
condenados a la soledad. Pero para mí eso es un estado de gloria. Lees mi libro
Tiempo de llorar y notas que está lleno de soledad y que al escribir trato de
quitar y no de poner. Porque me parece que das más quitando que poniendo. T. S.
Eliot, dice en Cuatro cuartetos: “En mi fin está mi principio.”
Hace algunos años, María Luisa Elío abusó de
los somníferos. Sólo eso, abuso. Porque niega categóricamente un intento de
suicidio. Y para explicar lo ocurrido, se remontó a su infancia al tiempo que
descuelga de la pared y muestra un pequeño retrato en blanco y negro, enmarcado
en color oro. Es ella cuando era niña, rubia, con trenzas y un abrigo.
– Mira: esta es una chica con una cara que...
es especial, no es cualquiera. Esos ojos sí eran ojos de persona, ahora los
tengo de vieja accidentada. Pero aquí estoy dos años antes de la Guerra Civil
Española. Yo era la niña más feliz del mundo, alegre, dichosa, pero la guerra
me partió, me hizo sumamente desdichada. Eso se fue acumulando, acumulando con
otras cosas personales como la muerte de mi madre, la muerte de mi padre, la
separación de mi esposo... Lo que pasó aquella vez con los somníferos fue que
me hicieron una radiografía de esas que pinchan la espalda. Regresé a casa en
un camión, no tenía dinero para un taxi, y pasé la noche sola con mi hijo, sin
nadie que me cuidara, con un niño que tenía que levantar al día siguiente para
el Colegio... en fin yo no tenía fuerzas para nada. Sólo quería dormir y dije:
a la fuerza me voy a dormir y me tomé unas pastillas. Pero nunca intenté
suicidarme.
En el librero que ocupa una pared de piso a techo
y de extremo a extremo en la sala de María Luisa Elío, se podían apreciar obras
de Sor Juana Inés de la Cruz y T. S. Eliot, entre muchos otros libros. Pero
destacaba una obra gruesa, que sobre el lomo blanco tiene un recuadro rojo
que dice Vivir para contarla. Son las
memorias de García Márquez dedicadas especialmente para su amiga. En la
portadilla hay una flor y dibujada con tinta negra y unas letras que dicen:
“Para María Luisa. Otra vez. Gabo.”
–Sí, las memorias de mi contemporáneo. Ya
tendremos la misma edad ¿eh?, dijo Elío mientras echaba un vistazo al libro.
Durante años, las biografías oficiales
estipulaban que Gabriel García Márquez había nacido el 6 de marzo de 1928. Sin
embrago, fue su padre, Gabriel Eligio García, quien proporcionó la fecha
correcta del nacimiento: 6 de marzo de 1927, un año antes de la famosa huelga
bananera de 1928. La fe de bautismo del escritor, fechada el 27 de julio de
1930 por el cura de la iglesia de San José de Aracataca, Francisco C. Angarita,
registra también como fecha de nacimiento el 6 de marzo de 1927. Y así también
lo señala Dasso Saldìvar en su biografía definitiva sobre Gabo (García Márquez.
El viaje a la semilla, Alfaguara, 1997).
Pero
doña María Luisa Elío no duda del año, sino del día:
–¿Es el seis de marzo? –preguntó– Yo creí que
era el 14. Qué bueno que me dices...
–¿Ya pensó que le va a decir ese día a su
amigo?
–Gabito, un beso. Nada más.
María Luisa Elío murió en 2009.
** ** **
lainformacion.com
Madrid –
España
24 de
junio de 2014
Fotografía
Silvana Paternostro dice que
la vida de Gabo es
"fascinante de principio a
fin"
"Si ninguno de los personajes de Gabriel García
Márquez está en un pedestal, ¿por qué tiene que estarlo él?". Entre
conversación y conversación, Silvana Paternostro "humaniza" al
escritor colombiano con su biografía oral "Soledad & compañía",
en la que retrata una vida que fue "fascinante de principio a fin".
Silvana Paternostro dice que la vida de Gabo es
"fascinante de principio a fin"
Madrid, 24 jun (EFE).- "Si ninguno de los
personajes de Gabriel García Márquez está en un pedestal, ¿por qué tiene que
estarlo él?". Entre conversación y conversación, Silvana Paternostro
"humaniza" al escritor colombiano con su biografía oral "Soledad
& compañía", en la que retrata una vida que fue "fascinante de
principio a fin".
"Los pedestales no son tan interesantes
como los personajes de carne y hueso, y la historia oficial nunca es tan interesante
como la de la calle", continúa la periodista barranquillera, quien explica
en una entrevista a Efe que los "matices", esencia de toda
literatura, también lo son en su propia obra
Así, Gabo -o Gabito, como siempre le llamaron
los que le conocieron de niño- "deja de ser un santo para sus fieles
seguidores o Satanás para quienes lo ven como amigo de Fidel Castro", para
convertirse en el "personaje principal" de su propia historia,
contada esta vez a través de otros.
Nacido a partir de un encargo que la revista
Talk le hizo a Paternostro y que creció hasta convertirse en el libro que hoy
es, "Soledad & compañía" (Debate) indaga en la vida de García
Márquez a través de "voces frescas" y huyendo de aquellas que ya
"habían formalizado sus párrafos sobre su relación con el escritor".
Abrir las páginas de esta biografía, afirma la
periodista, es como abrir las puertas de una "fiesta" en la que
"todos los personajes de sus libros se encuentran con el lector", o
las de una "clase" en la que se respira la "humanidad a
borbotones" de los entrevistados, aquellos cuyo camino se cruzó en algún
momento con el del autor.
Figuras como amigos, vecinos, familiares o
escritores dan su testimonio sobre el creador de "La hojarasca",
algunos con la certeza que respiran frases como "esto yo lo sé porque Gabo
me lo contó a mí"; otros dejando sus "¿cómo se llamaba?" o sus
imprecisos "no sé qué vaina". Los titubeos, en ocasiones, acaban con
un sincero "no me acuerdo".
"Del chisme literario al chisme de
faldas", señala Paternostro, quien salpica la biografía de anécdotas, como
las diferentes perspectivas del incidente con Mario Vargas Llosa y su puñetazo
o las palabras de María Luisa Elío, a quien va dedicado "Cien años de
soledad", y que escuchó la historia de Macondo antes de que se convirtiera
en tinta gracias al poder de sus "cuéntame más".
Precisamente es "Cien años de
soledad", la obra que estructura el relato y con la que García Márquez
cumplió una de sus ambiciones, como opina Paternostro: "En las entrevistas
aprendí que él habló desde muy temprano de hacer algo nuevo, algo que pusiera a
la costa colombiana en el mapa literario".
Y lo hizo, desatando un éxito -o
"gabomanía", como se apunta en el libro- que no solo le cambió a él,
sino también a "su pueblo, su país, sus amigos, su mujer y a la literatura
colombiana, hispanoamericana y universal", observa la autora.
La biografía da fe de cómo aquel
"metiche" del que decían que "no valía para escribir" llegó
a lo más alto gracias a su disciplina, siendo, "tenaz, tenaz", como
recuerda el fotógrafo Quique Scopell.
Por eso, defiende Paternostro, la historia del
escritor, siempre rodeado de "buenos amigos" que le ayudaron a lo
largo de su trayectoria, nos da "lecciones de vida".
Cargada de una "investigación de
detective, algo de suerte y circunstancias", la periodista, sencillamente
"deja hablar" a los personajes, interponiendo las diferentes
versiones que escucha.
"Al fin y al cabo, no existe una sola
verdad", concluye Paternostro, quien se encarga de recordar las palabras
que García Márquez dejó en sus propias memorias: "La vida no es lo que
vivimos, sino cómo la recordamos".
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EL TIEMPO
Bogotá -
Colombia
25 de
junio de 2014
Darío Mesa, uno de los primeros
críticos que le vio futuro a
Gabo
En los años 50 ejercía como crítico literario.
Dice que ante 'La Hojarasca' solo pudo maravillarse.
Por
Liliana Martínez Polo
Cultura y entretenimiento
Darío Mesa, de 92 años, revisa un ejemplar de la primera
edición de 'La hojarasca'.
Foto: Ana María García / EL TIEMPO
La primera edición de La hojarasca (1955) era
una tristeza, por lo modesta. Llegó a las librerías después del esfuerzo que
Gabriel García Márquez y sus amigos hicieron por rescatarla. Según relato de
Dagmar Ploetz –la traductora de Gabo al alemán–: “El pequeño editor que había
recibido los manuscritos había desaparecido cuando estuvieron listos los
ejemplares impresos y así, García Márquez y sus amigos tuvieron que pagar la
edición”.
Y ellos mismos llevaron los ejemplares a
librerías como La Gran Colombia. Allí la adquirió Darío Mesa, crítico literario
de Cromos, que después hizo una exitosa carrera en la docencia enseñando
sociología e historia. En ese momento, Mesa sentía que no había nada nuevo bajo
el sol en materia de novela en el país. “Seguíamos bajo el costumbrismo que
venía del siglo XIX. Había algo de realismo de corte europeo, pero todavía se
sentía la influencia de la generación de Jorge Isaacs (1837-1895) –recuerda
Mesa, hoy de 92 años–. Las relaciones culturales del país con el resto del
mundo eran muy débiles”.
Así, ante La hojarasca solo pudo maravillarse.
“Me sorprendió –dice–. Lo podía comparar con la literatura norteamericana”. Y
lo reflejó en su reseña del 27 de junio de 1955, días antes de que Gabo
partiera para Europa, enviado por El Espectador:
“García Márquez es quizás un novelista
técnicamente mejor equipado que cualquiera otro en Colombia; y es también uno
de los talentos literarios, tal vez el talento literario mejor constituido de
la joven generación colombiana”, decía su texto.
Y finalizaba diciendo: “Tenemos ya un
novelista nuevo, tal vez el que hace años esperábamos todos, quizás el que
verdaderamente puede lograr una fusión y una unidad dinámica de lo interno y de
lo externo, de lo individual y de lo colectivo en la vida de este tiempo
colombiano. Se presiente a veces nuestra novela moderna, la novela de la nación
moderna. ¿La escribirá García Márquez?”
Y fue de las muy pocas críticas positivas a La
hojarasca en ese año. “Mi conclusión –dice Alicia Guerrero de Mesa, esposa del
profesor– es que Gabo, al partir a esa etapa dura de Europa, no alcanzó a
leerla en ese momento. Por eso, quizás, decía que no tuvo críticas positivas”.
Por su lado, el crítico seguía expectante de
lo que fuera a producir ese “nuevo escritor” con el que se había cruzado a
veces debido a que tenían conocidos del mundo intelectual en común. Pero ya no
escribiría más críticas sobre él, pues dejó el periodismo en 1960, para meterse
de lleno a la docencia.
Ahora que compila los artículos y críticas de
su esposo, Alicia ha descubierto artículos acerca de obras como China 6 a.m.,
de Manuel Zapata Olivella (1954) y de obras de Eduardo Caballero Calderón y
Antonio José Restrepo. También publicaba en la emblemática revista Mito: “Hizo
una reseña muy citada internacionalmente sobre Las guerrillas del Llano, de
Eduardo Franco”, recuerda Alicia, que no deja pasar por alto que se enamoró de
Mesa al leer uno de sus artículos.
Él ya no escribía. Pero como matrimonio
continuaron leyendo juntos. “Darío se valió durante años de la literatura para
sus clases –cuenta Alicia–. Acudía a Shakespeare y a Cervantes para hablarles a
los estudiantes de sociología”.
Después de vivir dos años en Alemania, la
pareja volvió al país cargada con las obras completas de Marx, Hegel, Engels,
Schiller, Goethe. Traerlas fue una odisea. Pero sirvió para introducir las
cátedras de estos autores en las universidades donde Mesa enseñaba. En 1965,
cuando García Márquez comenzaba la redacción de Cien años de soledad, el antiguo
crítico era ya profesor de dedicación exclusiva al departamento de Sociología
de la Nacional.
Los alumnos grababan sus conferencias. Y años después, ellos mismos, ya jubilados, le propusieron compilarlas y convertirlas en libros. Así vieron la luz publicaciones como Seminario sobre la Filosofía del Derecho de Hegel, o el más reciente, titulado: Miguel Antonio Caro, el intelectual y el político.
Con Gabo, Mesa se cruzó varias veces después
de la crítica del 55: en un almuerzo y en una breve temporada suya en El
Espectador. Nunca mencionaron el tema.
“Darío siempre ha sido un guía –dice Alicia–.
Alberto Mayor, sociólogo, nos escribió que el artículo de La hojarasca no solo
fue una profecía sobre el nobel, sino sobre él, porque aún no era profesor,
pero siempre encontró el potencial en cada uno e impulsaba a desarrollarlo”.
Una
vida en la docencia
Darío
Mesa ha publicado estudios sobre historia, economía y cultura colombianas.
Entre
estos, ‘Treinta años de historia colombiana’. Fue profesor invitado en Leipzig
(Alemania), de 1962 a 1964. En 1965 se vinculó al Departamento de Sociología de
la Universidad Nacional. Dictó cátedras sobre Karl Marx y Max Weber.
Y dirigió
seminarios sobre Lógica y Filosofía del Derecho de Hegel,
entre
otros autores.
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