20 de agosto de 2014

MEMORABILIA GGM 781



EL PAÍS
Madrid – España
21 de abril de 2014
  
María Luisa Elío, la destinataria
de Cien años de soledad

Por: Víctor Núñez Jaime |

Durante los 18 meses en los que Gabriel García Márquez escribió Cien años de soledad, cuatro amigos suyos acudían casi todas las noches a su casa de la colonia San Ángel Inn, en el sur del DF, para que les contara el curso de la novela. Eran Carmen y Álvaro Mutis, María Luisa Elío y Jomí García Ascot.
García Márquez se las arreglaba para narrarles versiones diferentes a lo que en realidad escribía. “Si contaba lo que estaba escribiendo, espantaba a los duendes”, recordó el Nobel colombo-mexicano en un artículo publicado en la revista Cambio en 2001. No obstante, María Luisa Elío y Jomí García Ascot escuchaban los relatos improvisados “como señales cifradas de la Divina Providencia. Así que –agrega el también autor de La hojarasca– nunca tuve dudas, desde sus primeras visitas, para dedicarles el libro”.


En efecto, se abre Cien años de soledad y antes del célebre inicio (“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.”), aparece la dedicatoria: “Para Jomí García Ascot y María Luisa Elío.”
Fui a visitar a la destinataria de Cien años de soledad en 2007, cuando Gabo estaba apunto de cumplir 80 años. Tenía entonces 80 años de vida, una cara de luna (“porque tomo cortisona”, dijo), unos ojos verdes como aceitunas que electrizaban lo que miraba, boca carmesí para expresar sus recuerdos y una madura relación amistosa con los García Márquez. Era la tercera hija de Carmen Bernal y de Luis Elío, familia exiliada en México a causa de la Guerra Civil Española. Realizó el guión y actuó la película En el balcón vacío (1961), la única versión cinematográfica del exilio ibérico en México. Escribió Tiempo de llorar y otros relatos (El Equilibrista 1988, Turner 2002), un libro en donde relata el viaje que efectuó a su Pamplona natal después de treinta años de haber salido y en donde recuerda su infancia como metáfora de los sufrimientos de toda una generación de exiliados.

Casi 40 años después de la publicación de la obra literaria más importante del siglo XX, María Luisa Elío Bernal estaba sentada en la sala de su departamento a donde llegó con cierta dificultad debido a los problemas de movilidad de sus piernas. Frente a un vaso de agua con hielos (del que bebió tres largos tragos durante la entrevista) recordó el día en que conoció a Gabriel García Márquez y el curso de su amistad, dio su testimonio acerca de la gestación y el nacimiento de Cien años de soledad y trazó algunos rasgos de su historia personal:

–Una vez Álvaro Mutis nos invitó a mi esposo (Jomí García Ascot) y a mí a cenar a su casa porque llegaba un amigo colombiano, una persona –nos dijo– que nos iba a agradar. Esa persona era Gabriel García Márquez, que pasaba por México con rumbo a París. Creo que todavía no estaba casado con Mercedes, ni Álvaro con Carmen. Fue una noche maravillosa. Apareció un jovencito-jovencito, blanco-blanco, que era Gabo. Yo no entiendo por qué dicen que Gabo es moreno, es blanco-blanco de piel. Si se levanta una manga de la camisa o un el pantalón está blanquísimo. Yo le digo: “qué asco, qué blanco eres.”

En fin, aquella primera ocasión que lo vi, Álvaro le decía:

–Gabo, Gabo, cuenta eso que estás pensando escribir, cuenta cosas...

Y él empezó a contar acerca de un barco que había visto no sé dónde. Y luego dijo que en su pueblo había visto llover flores y algo más. Me encantó.

Años después, salíamos del Palacio de Bellas Artes de una conferencia de Carlos Fuentes, estoy casi segura que era de él, y nos íbamos mi esposo y yo junto con Álvaro y Carmen Mutis y pocos más a comer un arroz a la catalana que hizo la propia Carmen en su casa. Éramos un grupito chiquito en el que también iba Gabo. Llegamos, y entonces Gabo empezó a contarnos lo que pensaba a escribir. Y todo el mundo estábamos con la boca abierta alrededor de él, maravillados todos; aunque luego veríamos que lo que dijo se parecía poco a lo que en realidad escribió. Al rato, la pequeña reunión se fue disolviendo y nos quedamos hablando sólo Gabo y yo. ¡Imagínate!, yo estaba enloquecida con tanta cosa fantástica que me decía. Eran nada más y nada menos que los cimientos de Cien años... Al final me dijo:

–¿Te gusta la historia?
–Me maravilla, me vuelve loca. ¡Escribirás la Biblia otra vez!
–¿Pero te gusta? –volvió a preguntar.
–Sí.
–Entonces es tuya.

Me quedé muda. No acaba de entender eso de “es tuya”. ¡Qué iba a hacer yo en la vida para justificar que todo eso fuera mío!... Pero claro, una vez leído el libro, sí lo siento mío, totalmente.

Cuando Gabo estaba escribiendo Cien años de soledad, íbamos todas las noches Álvaro, Carmen, Jomì y yo. Yo tenía una juventud muy de que siempre me dolía algo. Durante el día, yo en cama, le hablaba a Gabo por teléfono y platicábamos sobre la novela. En la noche llegaba mi marido del trabajo y decía:
–Vamos a casa de los Gabos.

Llegábamos y comíamos algo. Gabo y Mercedes ya tenían cientos de deudas, sobre todo con el carnicero. Pero Mercedes siempre tenía algo de comer. Luego bebíamos whisky, entonces no estaba tan de moda el tequila, y así pasábamos nuestra reunión. A veces llevábamos a los niños, mi hijo Diego es un año menor que Gonzalo, el segundo hijo de Gabo.


La idea de la novela surgió en Gabo durante un viaje de fin de semana a Acapulco que hizo con su esposa y sus hijos. De regreso a la ciudad de México, se encerró a escribir seis horas diarias durante 18 meses, entre 1965 y 1967.

El 30 de octubre de 1965, García Márquez había escrito una carta para Francisco Porrùa, entonces editor de Sudamericana, en respuesta a la petición de éste para publicar algo del colombiano, y se la envío a Buenos Aires. Le contaba que su libro en proceso de escritura era muy largo y complejo. No obstante –le especificó– era la obra en la que tenía depositadas sus mejores ilusiones. Y, aunque la novela todavía estaba inconclusa, se la ofreció para que la publicara su editorial.

Meses después, Gabo terminó la novela y se la envió en dos partes porque no tenía 82 pesos para enviar las hojas en un solo paquete. Por error, remitió primero la segunda parte del libro. Pero a los dos días siguientes, luego de conseguir dinero al empeñar un calentador y una batidora, puso las páginas iniciales en el correo.

Paco Porrúa le mandó a ciudad de México un adelanto de 500 dólares, dinero con el que el Nobel colombiano comenzó a saldar sus deudas familiares.

Sudamericana hizo una primera edición de Cien años... con un tiraje de ocho mil ejemplares, pero se agotaron en una semana. Y desde entonces, no ha parado de reeditarse. A la fecha suman más de treinta millones de ejemplares vendidos, sin contar los elaborados por la piratería.

La novela se publicó el 5 de junio de 1967. En Argentina era un año más del gobierno de Juan Carlos Onganía, quien  realizaba una “represión discreta” mientras varios aficionados festejaban el primer título mundial del Racing. Precisamente en junio de 1967 se llevó a cabo la llamada “Guerra de los seis días”: Israel atacó Egipto, Irak, Jordania y Siria, apoderándose del Sinaì, los altos de Golán y el sector árabe de Jerusalén. Cerca estaba la muerte del Che Guevara. En México, la catedral metropolitana había sufrido un incendio que destruyó algunos de sus importantes tesoros artísticos. En Tlatelolco ya se había firmado el tratado para la desnuclearización de América Latina. Y los hijos de Gabo, Rodrigo y Gonzalo, tenían seis y tres años, respectivamente.

El éxito del libro forzó a Gabo a visitar Buenos Aires, pero esa sería su primera y última vez en la capital porteña. Estuvo cerca de un mes y fue jurado de un concurso literario organizado por la revista Primera Plana. Luego vendría la fama mundial.

Apenas García Márquez recibió los primeros ejemplares de Cien años de soledad, llamó por teléfono a María Luisa Elío, que entonces vivía en la colonia Las Águilas:

Levanté el auricular y escuché a Gabo decirme:
–Vente por el primer ejemplar del libro.
Llegamos mi esposo y yo y apareció él con el primer ejemplar en las manos.
–Toma, es el tuyo –me dijo a mí.
Luego, como me separé de marido, el sentido de mi pudor y decencia me hizo decir:
–Esto no es mío, pero tampoco tuyo.

Y regalé ese primer ejemplar de Cien años... ¡Qué tonta me vi! Qué cosas hace uno... Si es que lo debí haber guardado y ahora sería millonaria –dijo María Luisa Elío con una sonrisa.

En infinidad de ocasiones, amigos del autor y lectores anónimos se han preguntado cuánto es verdad y cuánto es mentira en la novela. Pero la mayoría ha concluido que es una tarea inútil y que lo mejor es disfrutar de la obra y creer lo increíble porque Gabo es un mentiroso ejemplar, un renovador de las estructuras narrativas y el padre de los fabuladores contemporáneos.

En El olor de la guayaba, García Márquez le dijo a Plinio Apuleyo Mendoza que “Cien años de soledad carece por completo de seriedad y está llena de señas a los amigos más íntimos, señas que sólo ellos pueden descubrir.” Sin embargo, Elío aseguró no identificar personajes o circunstancias específicas. “Yo creo que al decir eso, Gabo se está refiriendo principalmente a Álvaro Mutis. Uno decía: quién de todas nuestras conocidas habrá puesto como Remedios la bella, quién será... O: a ver, tal personaje que piensa así debe ser... Pero sólo en la cabeza de Gabo está la verdad.”

–Doña María Luisa, después del éxito de Cien años..., ¿cambió en algo su relación amistosa con Gabo?
–No cambió porque siempre fue espléndida y sigue siendo espléndida. He tenido la suerte de que he podido ser muy su amiga, sin que su éxito apabullara nuestra amistad. Yo disfruto ese Gabo casero, que está con su mujer, con sus hijos, un gran marido, un gran padre, un espléndido amigo y hermano... Que Gabo es el mejor escritor del mundo, todos lo saben, no lo tengo que decir yo... Para mí él y su familia son muy especiales. Son algo extraordinario que me ha pasado en mi vida. No hace falta tenerlo frente a mí constantemente, somos muy amigos. Pero si llamo ahora mismo a Mercedes y le digo que voy para su casa, me dice sí. Y hace un bacalao que sabe que me encanta. Entonces, llego a su casa y siento que no he ido a otra parte, sino que estoy entrando en mi casa.

Como bien lo anuncia el título, el tema de la novela es la soledad. “Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad”, dijo García Márquez en su discurso de aceptación del premio Nobel de literatura en 1982.

–¿Qué representa la soledad para María Luisa Elío?
– Para mí la soledad es la vida misma. Yo hace poco tuve un accidente fuerte. Estuve diez horas bajo un mueble; nadie podía sacarme porque era de noche. Luego me sacaron y me llevaron a un sanatorio y allí me morí. O eso creyeron todos, que me había muerto. Pero sentí una soledad total, perfecta. Y hora, como casi no puedo andar, estoy muy sola. Tengo unos dolores muy fuertes, sobre todo en la espalda, sólo sentada o acostada puedo estar, sobre todo acostada. Y esa soledad es casi un privilegio. Es una soledad que yo agradezco con toda el alma. Estando sola hablo conmigo misma. Tengo grandes, grandísimas conversaciones conmigo misma. Gabo tiene razón: estamos condenados a la soledad. Pero para mí eso es un estado de gloria. Lees mi libro Tiempo de llorar y notas que está lleno de soledad y que al escribir trato de quitar y no de poner. Porque me parece que das más quitando que poniendo. T. S. Eliot, dice en Cuatro cuartetos: “En mi fin está mi principio.”

Hace algunos años, María Luisa Elío abusó de los somníferos. Sólo eso, abuso. Porque niega categóricamente un intento de suicidio. Y para explicar lo ocurrido, se remontó a su infancia al tiempo que descuelga de la pared y muestra un pequeño retrato en blanco y negro, enmarcado en color oro. Es ella cuando era niña, rubia, con trenzas y un abrigo.

– Mira: esta es una chica con una cara que... es especial, no es cualquiera. Esos ojos sí eran ojos de persona, ahora los tengo de vieja accidentada. Pero aquí estoy dos años antes de la Guerra Civil Española. Yo era la niña más feliz del mundo, alegre, dichosa, pero la guerra me partió, me hizo sumamente desdichada. Eso se fue acumulando, acumulando con otras cosas personales como la muerte de mi madre, la muerte de mi padre, la separación de mi esposo... Lo que pasó aquella vez con los somníferos fue que me hicieron una radiografía de esas que pinchan la espalda. Regresé a casa en un camión, no tenía dinero para un taxi, y pasé la noche sola con mi hijo, sin nadie que me cuidara, con un niño que tenía que levantar al día siguiente para el Colegio... en fin yo no tenía fuerzas para nada. Sólo quería dormir y dije: a la fuerza me voy a dormir y me tomé unas pastillas. Pero nunca intenté suicidarme.

En el librero que ocupa una pared de piso a techo y de extremo a extremo en la sala de María Luisa Elío, se podían apreciar obras de Sor Juana Inés de la Cruz y T. S. Eliot, entre muchos otros libros. Pero destacaba una obra gruesa, que sobre el lomo blanco tiene un recuadro rojo que  dice Vivir para contarla. Son las memorias de García Márquez dedicadas especialmente para su amiga. En la portadilla hay una flor y dibujada con tinta negra y unas letras que dicen: “Para María Luisa. Otra vez. Gabo.”

–Sí, las memorias de mi contemporáneo. Ya tendremos la misma edad ¿eh?, dijo Elío mientras echaba un vistazo al libro.

Durante años, las biografías oficiales estipulaban que Gabriel García Márquez había nacido el 6 de marzo de 1928. Sin embrago, fue su padre, Gabriel Eligio García, quien proporcionó la fecha correcta del nacimiento: 6 de marzo de 1927, un año antes de la famosa huelga bananera de 1928. La fe de bautismo del escritor, fechada el 27 de julio de 1930 por el cura de la iglesia de San José de Aracataca, Francisco C. Angarita, registra también como fecha de nacimiento el 6 de marzo de 1927. Y así también lo señala Dasso Saldìvar en su biografía definitiva sobre Gabo (García Márquez. El viaje a la semilla, Alfaguara, 1997).

Pero doña María Luisa Elío no duda del año, sino del día:
–¿Es el seis de marzo? –preguntó– Yo creí que era el 14. Qué bueno que me dices...
–¿Ya pensó que le va a decir ese día a su amigo?
–Gabito, un beso. Nada más.

María Luisa Elío murió en 2009.

** ** **

lainformacion.com
Madrid – España
24 de junio de 2014 

Fotografía

Silvana Paternostro dice que
la vida de Gabo es
"fascinante de principio a fin"
"Si ninguno de los personajes de Gabriel García Márquez está en un pedestal, ¿por qué tiene que estarlo él?". Entre conversación y conversación, Silvana Paternostro "humaniza" al escritor colombiano con su biografía oral "Soledad & compañía", en la que retrata una vida que fue "fascinante de principio a fin".

Silvana Paternostro dice que la vida de Gabo es "fascinante de principio a fin"

Madrid, 24 jun (EFE).- "Si ninguno de los personajes de Gabriel García Márquez está en un pedestal, ¿por qué tiene que estarlo él?". Entre conversación y conversación, Silvana Paternostro "humaniza" al escritor colombiano con su biografía oral "Soledad & compañía", en la que retrata una vida que fue "fascinante de principio a fin".

"Los pedestales no son tan interesantes como los personajes de carne y hueso, y la historia oficial nunca es tan interesante como la de la calle", continúa la periodista barranquillera, quien explica en una entrevista a Efe que los "matices", esencia de toda literatura, también lo son en su propia obra

Así, Gabo -o Gabito, como siempre le llamaron los que le conocieron de niño- "deja de ser un santo para sus fieles seguidores o Satanás para quienes lo ven como amigo de Fidel Castro", para convertirse en el "personaje principal" de su propia historia, contada esta vez a través de otros.

Nacido a partir de un encargo que la revista Talk le hizo a Paternostro y que creció hasta convertirse en el libro que hoy es, "Soledad & compañía" (Debate) indaga en la vida de García Márquez a través de "voces frescas" y huyendo de aquellas que ya "habían formalizado sus párrafos sobre su relación con el escritor".

Abrir las páginas de esta biografía, afirma la periodista, es como abrir las puertas de una "fiesta" en la que "todos los personajes de sus libros se encuentran con el lector", o las de una "clase" en la que se respira la "humanidad a borbotones" de los entrevistados, aquellos cuyo camino se cruzó en algún momento con el del autor.

Figuras como amigos, vecinos, familiares o escritores dan su testimonio sobre el creador de "La hojarasca", algunos con la certeza que respiran frases como "esto yo lo sé porque Gabo me lo contó a mí"; otros dejando sus "¿cómo se llamaba?" o sus imprecisos "no sé qué vaina". Los titubeos, en ocasiones, acaban con un sincero "no me acuerdo".

"Del chisme literario al chisme de faldas", señala Paternostro, quien salpica la biografía de anécdotas, como las diferentes perspectivas del incidente con Mario Vargas Llosa y su puñetazo o las palabras de María Luisa Elío, a quien va dedicado "Cien años de soledad", y que escuchó la historia de Macondo antes de que se convirtiera en tinta gracias al poder de sus "cuéntame más".

Precisamente es "Cien años de soledad", la obra que estructura el relato y con la que García Márquez cumplió una de sus ambiciones, como opina Paternostro: "En las entrevistas aprendí que él habló desde muy temprano de hacer algo nuevo, algo que pusiera a la costa colombiana en el mapa literario".

Y lo hizo, desatando un éxito -o "gabomanía", como se apunta en el libro- que no solo le cambió a él, sino también a "su pueblo, su país, sus amigos, su mujer y a la literatura colombiana, hispanoamericana y universal", observa la autora.

La biografía da fe de cómo aquel "metiche" del que decían que "no valía para escribir" llegó a lo más alto gracias a su disciplina, siendo, "tenaz, tenaz", como recuerda el fotógrafo Quique Scopell.

Por eso, defiende Paternostro, la historia del escritor, siempre rodeado de "buenos amigos" que le ayudaron a lo largo de su trayectoria, nos da "lecciones de vida".

Cargada de una "investigación de detective, algo de suerte y circunstancias", la periodista, sencillamente "deja hablar" a los personajes, interponiendo las diferentes versiones que escucha.

"Al fin y al cabo, no existe una sola verdad", concluye Paternostro, quien se encarga de recordar las palabras que García Márquez dejó en sus propias memorias: "La vida no es lo que vivimos, sino cómo la recordamos".

** ** **

EL TIEMPO
Bogotá - Colombia
25 de junio de 2014

Darío Mesa, uno de los primeros
críticos que le vio futuro a Gabo
En los años 50 ejercía como crítico literario.
Dice que ante 'La Hojarasca' solo pudo maravillarse.

Por Liliana Martínez Polo
Cultura y entretenimiento


Darío Mesa, de 92 años, revisa un ejemplar de la primera edición de 'La hojarasca'.
Foto: Ana María García / EL TIEMPO

La primera edición de La hojarasca (1955) era una tristeza, por lo modesta. Llegó a las librerías después del esfuerzo que Gabriel García Márquez y sus amigos hicieron por rescatarla. Según relato de Dagmar Ploetz –la traductora de Gabo al alemán–: “El pequeño editor que había recibido los manuscritos había desaparecido cuando estuvieron listos los ejemplares impresos y así, García Márquez y sus amigos tuvieron que pagar la edición”.

Y ellos mismos llevaron los ejemplares a librerías como La Gran Colombia. Allí la adquirió Darío Mesa, crítico literario de Cromos, que después hizo una exitosa carrera en la docencia enseñando sociología e historia. En ese momento, Mesa sentía que no había nada nuevo bajo el sol en materia de novela en el país. “Seguíamos bajo el costumbrismo que venía del siglo XIX. Había algo de realismo de corte europeo, pero todavía se sentía la influencia de la generación de Jorge Isaacs (1837-1895) –recuerda Mesa, hoy de 92 años–. Las relaciones culturales del país con el resto del mundo eran muy débiles”.

Así, ante La hojarasca solo pudo maravillarse. “Me sorprendió –dice–. Lo podía comparar con la literatura norteamericana”. Y lo reflejó en su reseña del 27 de junio de 1955, días antes de que Gabo partiera para Europa, enviado por El Espectador:

“García Márquez es quizás un novelista técnicamente mejor equipado que cualquiera otro en Colombia; y es también uno de los talentos literarios, tal vez el talento literario mejor constituido de la joven generación colombiana”, decía su texto.

Y finalizaba diciendo: “Tenemos ya un novelista nuevo, tal vez el que hace años esperábamos todos, quizás el que verdaderamente puede lograr una fusión y una unidad dinámica de lo interno y de lo externo, de lo individual y de lo colectivo en la vida de este tiempo colombiano. Se presiente a veces nuestra novela moderna, la novela de la nación moderna. ¿La escribirá García Márquez?”

Y fue de las muy pocas críticas positivas a La hojarasca en ese año. “Mi conclusión –dice Alicia Guerrero de Mesa, esposa del profesor– es que Gabo, al partir a esa etapa dura de Europa, no alcanzó a leerla en ese momento. Por eso, quizás, decía que no tuvo críticas positivas”.

Por su lado, el crítico seguía expectante de lo que fuera a producir ese “nuevo escritor” con el que se había cruzado a veces debido a que tenían conocidos del mundo intelectual en común. Pero ya no escribiría más críticas sobre él, pues dejó el periodismo en 1960, para meterse de lleno a la docencia.

Ahora que compila los artículos y críticas de su esposo, Alicia ha descubierto artículos acerca de obras como China 6 a.m., de Manuel Zapata Olivella (1954) y de obras de Eduardo Caballero Calderón y Antonio José Restrepo. También publicaba en la emblemática revista Mito: “Hizo una reseña muy citada internacionalmente sobre Las guerrillas del Llano, de Eduardo Franco”, recuerda Alicia, que no deja pasar por alto que se enamoró de Mesa al leer uno de sus artículos.

Él ya no escribía. Pero como matrimonio continuaron leyendo juntos. “Darío se valió durante años de la literatura para sus clases –cuenta Alicia–. Acudía a Shakespeare y a Cervantes para hablarles a los estudiantes de sociología”.

Después de vivir dos años en Alemania, la pareja volvió al país cargada con las obras completas de Marx, Hegel, Engels, Schiller, Goethe. Traerlas fue una odisea. Pero sirvió para introducir las cátedras de estos autores en las universidades donde Mesa enseñaba. En 1965, cuando García Márquez comenzaba la redacción de Cien años de soledad, el antiguo crítico era ya profesor de dedicación exclusiva al departamento de Sociología de la Nacional.


Los alumnos grababan sus conferencias. Y años después, ellos mismos, ya jubilados, le propusieron compilarlas y convertirlas en libros. Así vieron la luz publicaciones como Seminario sobre la Filosofía del Derecho de Hegel, o el más reciente, titulado: Miguel Antonio Caro, el intelectual y el político.

Con Gabo, Mesa se cruzó varias veces después de la crítica del 55: en un almuerzo y en una breve temporada suya en El Espectador. Nunca mencionaron el tema.

“Darío siempre ha sido un guía –dice Alicia–. Alberto Mayor, sociólogo, nos escribió que el artículo de La hojarasca no solo fue una profecía sobre el nobel, sino sobre él, porque aún no era profesor, pero siempre encontró el potencial en cada uno e impulsaba a desarrollarlo”.

Una vida en la docencia

Darío Mesa ha publicado estudios sobre historia, economía y cultura colombianas.
Entre estos, ‘Treinta años de historia colombiana’. Fue profesor invitado en Leipzig (Alemania), de 1962 a 1964. En 1965 se vinculó al Departamento de Sociología de la Universidad Nacional. Dictó cátedras sobre Karl Marx y Max Weber.
Y dirigió seminarios sobre Lógica y Filosofía del Derecho de Hegel,
entre otros autores.

No hay comentarios: