27 de julio de 2014

MEMORABILIA GGM 774


LA VANGUARDIA.com
Barcelona – España
11 de julio de 2014

Magazine

Diccionario del boom latinoamericano


De izquierda a derecha, García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Barral, Julio Cortázar y Josep Maria Castellet, en la comida del premio Barral de novela de 1972, en el restaurante La Font dels Ocellets
 

Balcells, Carmen. El gran catalizador. Esta chica nacida en un medio rural –Santa Fe de la Segarra, pedanía de Les Oluges, Lleida–, ajena por completo al sofisticado mundo de la edición, inventará en España el oficio de agente literario, representando a los autores del boom cuando no eran tan famosos y, apoyándose en la fuerza que le dan sus ventas estratosféricas, impondrá nuevas condiciones a los editores, consiguiendo crear bajo su ala la primera generación de novelistas en español auténticamente profesional. Además, se los traerá a vivir a Barcelona y se ocupará de su intendencia doméstica: los colegios de los niños, encontrar piso o empleada del hogar, suministrar folios, whiskies... A muchos de ellos se los llevó de la editorial de Barral, argumentándole al editor: "Carlos, todos saben sumar...".

Barbudos. Apelativo con que se conoce a los guerrilleros cubanos que derrocaron a Fidel Castro. La revolución lanzó un discurso político paralelo al del boom literario: de igual modo que los desheredados ocupaban el poder político en Cuba y debían hacerlo en otros países progresivamente, la voz de los narradores latinoamericanos se imponía ahora con toda su fuerza en el mapamundi. El interés geopolítico del boom era básico: se crearon premios literarios, revistas y una institución (Casa de las Américas) para potenciarlo, y todos los escritores viajaban a Cuba al menos una vez al año para participar en jurados, debates o proyectos. De ahí que, al poco tiempo, Estados Unidos lanzara una contraofensiva para captar a algunos de estos escritores para la causa liberal, mediante un completo programa de cátedras y traducciones, y así la guerra fría vivirá uno de sus episodios en la piel de estos narradores.

Barcelona. Ciudad que, en los años sesenta del pasado siglo, sustituye a Buenos Aires como capital de la edición literaria en castellano, gracias al músculo de su industria editorial. Su condición periférica con respecto a Madrid le permite crear una atmósfera cultural antifranquista. En ella residen Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, José Donoso y muchos otros escritores; y a ella acuden a menudo de visita Carlos Fuentes o Julio Cortázar, entre otros. García Márquez experimenta en ella la metamorfosis de pasar de ser un escritor desconocido al más famoso del mundo y alude elogiosamente a la discreción de sus habitantes, que le permite vivir en ella sin agobios.

Barral, Carlos. El principal editor del boom. Primero, a través de Seix Barral, la editorial de su familia, a la que dio la vuelta como un calcetín, transformándola en el referente de la literatura de calidad, tanto europea como latinoamericana. Desde ahí lanzó a Mario Vargas Llosa al mundo y publicó a Guillermo Cabrera Infante. Luego, tras pelearse con la propiedad, fundó Barral Editores, a la que le seguiría Alfredo Bryce Echenique y en la que Vargas Llosa publicó Historia de un deicidio, su ensayo sobre García Márquez –que no dejó reeditar tras enemistarse con el colombiano en 1976–, y este, sus cuentos de La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada. Convirtió la localidad costera de Calafell en su ínsula Barataria y el lugar en que García Márquez, Vargas Llosa y Jorge Edwards escribirían algunos de sus libros.

Boom. Grupo de amigos escritores, de diferentes países latinoamericanos, que en los años sesenta y setenta publicaron una concentración insólita de obras maestras de la novela ('Cien años de soledad', 'La ciudad y los perros', 'Rayuela'...). Casi todos fueron nómadas, cambiando de país de residencia, y muchos de ellos coincidieron viviendo en Barcelona a finales de los años sesenta y principios de los setenta. En general, los unía, además de la amistad, el compromiso con la revolución cubana, la agente Carmen Balcells, viajes comunes y varios proyectos conjuntos, entre los que destacan un libro sobre dictadores en el que cada uno debía escribir un relato sobre un sátrapa de su país de origen, o revistas en las que todos colaboraban, desde 'Mundo Nuevo' a 'Libre'. Crearon el mercado global de los lectores en español, que aún disfrutamos. E inyectaron autoestima en el lector latinoamericano, que por primera vez ve que sus autores forman parte de la primera división mundial. Con ellos, el canon literario deja de ser occidental.

Castellet, Josep Maria. Apodado el mestre (el maestro) por los escritores, formaba parte del comité de lectura de Seix Barral y ejercía de pope y orientador para todos ellos. Simboliza la causa común de la cultura en catalán –dirigía Edicions 62– con lo que representó el boom, un discurso alternativo al emitido por el 'establishment'. Viajó al Amazonas con Carmen Balcells y Mario Vargas Llosa, donde se iniciaron en la ingesta de ayahuasca con una chamana.

Cortázar, Julio. Emigrado a París, trabajará como traductor junto a su esposa Aurora Bernárdez y escribirá algunas de las novelas más deslumbrantes de su época. Con su segunda pareja, la lituana Ugné Karvelis, ahondará en el compromiso con el castrismo. Y con la tercera, la canadiense Carol Dunlop, afrontará la etapa final de su vida, con la muerte de ambos por circunstancias hospitalarias poco claras. Altísimo y lampiño, un tratamiento hormonal le convertirá finalmente en un hombre con barba.

Donoso, José. Atormentado y neurótico, este chileno residente en Vallvidrera, en Barcelona –luego en Calaceite y Sitges–, nunca consiguió sentirse a gusto: a pesar de su calidad literaria, fue uno de los autores menos vendidos del boom y no asumió su homosexualidad. Enfermo de úlcera, convirtió en un infierno algunos momentos de la vida de sus seres queridos, su esposa Esther –que cambió de nombre a Pilar– y su hija Pilarcita, que jugaba a menudo con los hijos de García Márquez y Vargas Llosa –bromeaban con que, de adultos, se casarían– en lo que se conoce como el miniboom. Pilarcita escribió un demoledor libro sobre su padre, 'Correr el tupido velo', y luego se suicidó.

Edwards, Jorge. Diplomático chileno, fue el encargado de negocios que Salvador Allende envió a la Cuba castrista para preparar el terreno antes de nombrar un embajador. Pero su actitud abierta y sus tratos con escritores de fidelidad dudosa al régimen le hicieron enemistarse con el mismísimo Fidel Castro, que lo repudió en una carta directa a Allende. Por suerte para él, Pablo Neruda, inmune a las politiquerías, lo rescató como su segundo en la embajada en París. El golpe de Estado de Pinochet le pilló en Calafell, y decidió abandonar la diplomacia e instalarse en Barcelona.

Fuentes, Carlos. Uno de los miembros fundadores del boom y su principal propagandista. Su amplia red de contactos en varios países le sirve para encontrar trabajos alimenticios a varios de los escritores. Es el primero de ellos en conseguir ser traducido en Estados Unidos. Políglota, galán, amigo de potentados y hombres de Estado, su gran drama personal es la muerte de sus dos hijos. Fue el único que se negó a negociar con la censura española y publicó 'Cambio de piel' en México.

García Márquez, Gabriel. Con su novela 'Cien años de soledad', publicada por la editorial argentina Sudamericana en 1967, romperá todos los parámetros conocidos hasta entonces: el libro se convierte en el más vendido en español tras el 'Quijote' y crea una ola de entusiasmo en diversos países. Aprovecha la fama adquirida para hacer gestiones políticas lejos de los focos, desde liberación de prisioneros hasta negociaciones entre gobiernos y guerrillas. En Barcelona, ciudad de la que le había hablado el exiliado Ramon Vinyes, "el sabio catalán", en Barranquilla, trabaja con un mono azul de mecánico y, un día en que salió a conducir en su espectacular BMW metalizado sin quitárselo, en una gasolinera, el operario le dijo: "Vaya cabrón debe de ser su jefe...".

Pioneros. Antes que los autores del boom, hubo otros latinoamericanos que vivieron y publicaron en España. El venezolano Rómulo Gallegos recaló en Barcelona en 1932 y al año siguiente se trasladó a Madrid. Antes, Rubén Darío había trabajado en Madrid e intentado desintoxicarse del alcohol en Barcelona. La editorial catalana Maucci publicaba a Rubén Darío; Cénit y Abadía de Montserrat hicieron lo propio con César Vallejo, y hasta hubo un venezolano, Rafael Bolívar Coronado, que escribió en Maucci una antología de poetas bolivianos, con la peculiaridad de que se inventó a todos los autores. Tuvo tanto éxito que le encargaron otro volumen, esta vez de poetas costarricenses.

Vargas Llosa, Mario. El otro gran nombre del boom y, como García Márquez, premio Nobel de Literatura. Precoz, vivió en Madrid, París y Londres antes de recalar en Barcelona. Dejó a su esposa Julia Urquidi, su tía política, para casarse con su prima hermana Patricia, con quien sigue hasta hoy. Deslumbró ya con su primera novela, 'La ciudad y los perros', que ganó el premio Biblioteca Breve 1962 y por cuya integridad textual batalló como un jabato durante meses con el censor Carlos Robles Piquer. Encabezó la revuelta de intelectuales contra el régimen cubano cuando, en 1971, el castrismo encarceló al poeta Heberto Padilla, a quien solamente liberará tras obligarle a efectuar una vergonzante autocrítica.

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 LA GACETA
San Miguel de Tucumán - Argentina
29 de junio de 2014

Publicado originalmente el 7 de junio de 2009

LA GACETA EN MACONDO

¿Se puede decir algo nuevo
sobre García Márquez?
La génesis del triángulo Aracataca - Acapulco - Buenos Aires.

GABRIEL, EL EXORCISTA. Apenas leyó Cien años de soledad, Carlos Fuentes le escribió a Julio Cortázar: “Acabo de leer una obra maestra. La novela de Gabo nos libera a todos”.

Por Direccion de  La Gaceta

Cuando le hicieron la pregunta del título de esta nota a Dasso Saldívar, biógrafo del premio Nobel colombiano, él sentenció: "siempre quedará algo por decir mientras siga escribiendo". Esto último lo puso en duda, a fines de marzo de este año, la mítica agente literaria Carmen Balcells cuando declaró: "Creo que García Márquez no volverá a escribir nunca más, y es un cliente que representa el 36.2% de mi facturación". El propio Gabriel García Márquez consolidó la versión cuando afirmó, en la última Feria de Guadalajara, que le costaba escribir libros. Muchos pensaron entonces que sus obras completas se cerraban definitivamente con la pobre "nouvelle" Memorias de mis putas tristes, publicada en 2004.

Hace cuatro semanas, Gabo atendió por teléfono al diario El Tiempo, de Bogotá, y sostuvo que no hacía otra cosa que escribir; pero que su oficio era ese y no el de publicar. Sea cual sea el destino de sus escritos inéditos, lo cierto es que el creador de Macondo sigue dando de qué hablar y de qué escribir. En octubre pasado se presentó García Márquez: a life, la más completa biografía que se haya publicado sobre el escritor. Su autor, el británico Gerald Martin, dedicó 17 años de su vida a reconstruir la del autor colombiano. Para eso entrevistó, además del protagonista, a 300 personas entre las que se encuentran Mario Vargas Llosa (con quien García Márquez permanece enemistado desde hace 33 años, porque uno habría intentado seducir a la esposa del otro), Fidel Castro, Felipe González, Carlos Fuentes, Tomás Eloy Martínez y los familiares del biografiado. El libro, publicado en inglés por la editorial Bloomsbury (la versión en castellano será editada por el sello Debate en octubre de este año), rastrea esa infancia decisiva, después de la cual "nada importante sucedería", en la Aracataca natal, donde aparece un niño abandonado por sus padres en lo de sus abuelos, en la casa en la que se convertiría en lector voraz.

El texto de Gerald Martin configura la contrapartida de Vivir para contarla, la autobiografía de García Márquez, por su intento de apresar a un personaje que siempre ha intentado burlarse de los registros convencionales de la realidad. "La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla", sentencia el autor que siempre tiene quien le escriba. Martin tuvo que lidiar con las maniobras de despiste de Gabo, quien consciente y lúdicamente intenta fraguar los datos de su biografía. En algunas entrevistas, por ejemplo, dice que nació en un año y en otras, en un año diferente.

Uno de los grandes desafíos de Martin fue reflejar un ámbito en el que se confunden los límites entre realidad y ficción, entre Aracataca y Macondo. En ese espacio difuso se internó nuestro periodista Miguel Velárdez, y quizás siga todavía extraviado allí, sabiendo que en su suelo se encuentran las claves para comprender la desbordante novela de América. En este número, Suzanne Jill Levine, una de las grandes especialistas en la escritura del Nobel colombiano, nos ayuda a delinear un mapa posible para orientarnos en la selva garciamarquiana.

Nacimiento de Cien años...

¿En qué momento nace un libro? ¿Al ser concebido? ¿Cuándo se escribe? ¿Al publicarse? ¿O más bien, solo hasta el final de su sendero, cuando el lector lo descubre, lo lee y se reconoce en él? Estas preguntas se hace Eligio García Márquez (hermano menor del Nobel), en su libro Tras las claves de Melquíades, y concluye que el comienzo del camino de Cien años de soledad está en Aracataca y el extraordinario encuentro con los lectores, que se convertirían en millones, en la Argentina. Los padres y testigos de ese inigualado fenómeno editorial escriben en las páginas de este suplemento y nos cuentan cómo Cien años? empezó a multiplicarse un 5 de junio de 1967, el día en que la novela llegó a las librerías.

Ernesto Schoo, autor de la primera entrevista a García Márquez publicada en un medio argentino (nada menos que en el que lo catapultaría a la fama), narra cómo vivió una semana con el escritor, antes de que la gloria lo secuestrara para siempre. Tomás Eloy Martínez, artífice del célebre número de la revista Primera Plana y autor de la primera crítica integral de Cien años de soledad que se publicó en el mundo, relata el accidentado descubrimiento de la novela. Y Gloria Rodrigué, ex directora de la editorial que lanzó la gran obra del premio Nobel, rememora los entretelones de la decisión de publicar Cien años? y las desopilantes historias del único viaje que hizo García Márquez a la Argentina, hace 42 años.

Escritor oculto, libro inhallable
¿Por qué tuvo un éxito tan masivo e inmediato? Martínez y Levine coinciden en que una identificación profunda de los lectores con los personajes fue el factor decisivo. ¿Pero quién fue el primero en intuir el valor de esa obra en ciernes aparte del propio autor? Según Eligio García Márquez, esa sospecha se gestó también en junio, dos años antes del lanzamiento de la novela, y quien la tuvo fue un autor hoy oculto, llamado Luis Harss.

Harss, en 1965, estaba entrevistando a un grupo de escritores latinoamericanos. Algunos de ellos consagrados, otros eran promesas. Entre estas últimas estaba Carlos Fuentes, quien le sugirió incluir en sus entrevistas a un escritor desconocido que tenía publicados tres libros de muy escasa circulación (uno de los cuales, La hojarasca, había sido rechazado por la editorial argentina Losada). Así llegó a García Márquez y de ese encuentro derivó un ensayo de 40 páginas que Harss incluiría en Los nuestros, libro hoy inhallable que configuró el boom latinoamericano.

"Gracias a García Márquez, el lugar más interesante de la Colombia actual es un pueblo tropical llamado Macondo, que no aparece en ningún mapa? Es uno de esos lugares a los que llega el viajero sin haber dejado su casa, seguro de haber terminado el viaje antes de comenzarlo. Macondo, más un ambiente que un lugar, está en todas partes y en ninguna. Quienes van allá emprenden un viaje interior que hace escala en el rostro oculto de un continente", dice Harss en su libro, publicado en 1966.

Los originales de ese libro y la sugerencia de su autor de adquirir los derechos de la obra del secreto narrador colombiano llegaron a su editor, Paco Porrúa. Con el aval de Antonio López Llausás, Porrúa decidió pagarle 500 dólares a García Márquez por la novela que estaba escribiendo, recuerda Gloria Rodrigué, quien descubrió, por casualidad, la correspondencia entre Gabo y Porrúa donde pactan la edición de Cien años? Mercedes Barcha, la esposa de García Márquez, tuvo que empeñar una licuadora que le habían regalado para el casamiento y así poder enviar a la Argentina los originales de la novela, porque los dólares de Porrúa no habían llegado y lo único que tenían eran deudas.

Dos semanas antes del lanzamiento de la novela, se hace un adelanto en Primera Plana, la revista más influyente en la vida cultural de los argentinos, y de buena parte de los latinoamericanos, de esos años. La tercera semana de junio la revista publica un número que canoniza definitivamente a Cien años? con un título contundente: "La gran novela de América". Allí se incluía la entrevista de Schoo y la primera crítica integral del libro, en la que Martínez afirmaba: "No es improbable que dentro de mil años Güiraldes y Rómulo Gallegos, Azuela y José Eustacio Rivera figuren como palimpsestos perdidos de la infinita historia literaria; que Macedonio Fernández, y Arlt, y Borges, sean apenas la semilla natal de un mundo cuyos padres se llamarán Cortázar, Vargas Llosa, Onetti, Guimaraes Rosa, Carpentier. Este padre mayor que se les ha unido definitivamente, con sus Cien años de soledad, viene a aportar, él solo, una bandera nueva para la aventura: la novela que acaba de publicar resume, mejor que ninguna otra, todas esas corrientes alternas".

Mafia y razones del éxito

Un conjunto de factores abonaron el terreno para la explosión de Cien años? Las editoriales argentinas lideraban el mercado hispanoparlante, en Primera Plana se hacía un periodismo cultural de una calidad insuperable y América latina gozaba de una fertilidad literaria asombrosa. Borges, Asturias, Guimaraes Rosa, Rulfo, Carpentier, Onetti, Lispector, Arguedas, Cortázar, Roa Bastos, Cabrera Infante, Lezama Lima, Donoso, Fuentes y Vargas Llosa publicaban en esa época, generaban una gran comunidad de lectores y la mayoría estaban compenetrados con la revolución cubana, que recibía la atención de todo el planeta. Con una Madrid oscurecida por el franquismo y el vigor cultural que irradiaba la Argentina de los años 60, Buenos Aires era la gran capital de la comunidad de habla castellana.

El costado menos romántico de esta historia poblada de dificultades, casualidades y carencias lo reveló Luis Harss en una entrevista que le concedió a Tomás Eloy Martínez el año pasado. La punta del libro Los nuestros fue Cortázar; él le recomienda a Harss que lo conecte a Vargas Llosa y éste hace lo mismo con Fuentes, quien finalmente sugiere el nombre de García Márquez. "Existía la Mafia, como Fuentes, Cortázar y Vargas Llosa llamaban a su grupo de amigos; era una especie de trenza de escritores dispersos por México, París, Buenos Aires. Se leían los unos a los otros, y se admiraban", cuenta Harss. Carlos Fuentes, después de leer Cien años?, le escribe a Cortázar una carta en la que le dice: "Acabo de leer una obra maestra. La novela de Gabo nos libera a todos".

El 5 de junio de 1967

Más allá de los promotores de García Márquez y de los factores mencionados, en lo que ocurrió en los primeros días de vida de los ejemplares que editó Sudamericana lo sustancial fue la desmesurada riqueza de una novela que venía decidida no sólo a abrir las puertas del mundo a la literatura latinoamericana, y a la propia Latinoamérica, sino a cuestionar la forma en que el mundo se concebía a sí mismo. En los primeros siete días se vendieron 800 libros y, en pocas semanas, el boca en boca empezó a hacer aparecer ejemplares en las bolsas del supermercado, en los bancos de las plazas y en todos los veladores porteños.

"Los lectores de Cien años de soledad son hoy una comunidad que si viviera en un mismo pedazo de tierra, sería uno de los 20 países más poblados del mundo", señalaba García Márquez durante el homenaje que se le hizo en Cartagena de Indias, en 2007, por los 40 años de la novela. La dimensión planetaria del libro le debe mucho a la agente literaria Carmen Balcells, quien en pocos meses multiplicó las traducciones para ediciones de la novela a cargo de las más prestigiosas editoriales del mundo.

Un viaje de 38 años

El 20 de febrero de 1950, con 22 años, García Márquez vuelve a su pueblo natal, junto a su madre, para vender su vieja casa. "Lo que verdaderamente me sucedió en ese viaje a Aracataca fue que advertí que todo lo que me había sucedido en la infancia tenía un valor literario que recién empezaba a apreciar. Al volver a Barranquilla, rompí todos los borradores que tenía, me senté de inmediato ante la máquina y empecé otra vez de nuevo: me puse a escribir mi primera novela que tiene como escenario a Macondo, La hojarasca... Ahora soy consciente de que yo empecé a ser escritor en ese momento", dice García Márquez en una entrevista.

"Un día, yendo para Acapulco con Mercedes y los niños, iba yo manejando mi Opel, pensando obsesivamente en Cien años de soledad, cuando de pronto tuve la revelación: debía contar la historia como mi abuela me contaba las suyas? Cuando llegué a Acapulco la tenía completica de tanto que la había madurado entre curva y recta", le cuenta a Ernesto Schoo en México, una tarde de 1966. Cuando entra al hotel, corre desesperadamente a su cuarto para buscar una hoja. Encuentra un lápiz y escribe: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo".

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LA TRIBUNA
Cuartopoder
Madrid – España
9 de junio de 2014 

Nota muy personal sobre
Gabriel García Márquez

Salvador Clotas *

Sin Gabriel García Márquez la literatura de nuestro tiempo sería muy distinta. Creo que no cabe dudar de este aserto como no cabría hacerlo respecto de Proust, Kafka o Joyce.

Su genial capacidad creadora, su mágica relación con las palabras se ha comparado estos días con las de Cervantes. Solo el tiempo decidirá si Cien años de soledad  llegará a rivalizar con las aventuras de Don Quijote de la Mancha. Hoy por hoy Gabriel García Márquez sigue en el presente y es, sin duda alguna, uno de los mayores genios literarios del siglo XX y de lo que llevamos consumido del sigo XXI.

Hace ya muchos años le vi por última vez. Recibí uno de sus grandes y afectuosos abrazos. Fue en un congreso o en un mitin de los socialistas catalanes.

Su muerte me apenó y fue un aviso de que nuestro tiempo se acaba.

Con él se van muchas cosas y no solo literarias.

Una parte de la Barcelona de los últimos años de la dictadura, de la vida de los que compartimos con él muchos momentos y conversaciones.

Haber conocido a un escritor no sé si ayuda a comprender su obra. Haber conocido y tratado aquellos años barceloneses a Gabo fue algo en sí mismo magnífico como lo era su personalidad tan sencilla y afectuosa en la forma como genial y compleja en el fondo.

Aquella Barcelona en la que vivieron  ocho años Gabo y Mercedes tenía algo de milagrosa aunque lejos de la que reflejó Mendoza. En plena dictadura, aparecía casi como una ciudad europea, abierta y moderna en lo que a un cierto ambiente cultural se refiere. Ocurrían cosas que quizá el régimen ignoraba más que toleraba porque pienso que, de saberlo, Carmen Polo lo habría cortado de raíz. El desembarco de muchos escritores latinoamericanos la convirtieron en una especie de capital de la narrativa latinoamericana.

Con  Gabriel García Márquez coincidieron Mario Vargas Llosa, José Donoso, Mauricio Vásquez y muchos otros. No  hay que olvidar tampoco que junto a los que  atravesaron el atlántico estaban en la Ciudad Condal escritores como Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, Josep María Castellet, Ana M. Matute, los hermanos José Agustín, Juan y Luis Goytisolo, Manuel Vázquez Montalbán, Pere Gimferrer o los hermanos Moix y, aunque me ciña solo a la literatura, muchos más.

En algunos aspectos esa Barcelona contrastaba con la actual, un poco más provinciana, asfixiada por el nacionalismo cultural y un desbordante y a veces desbocado turismo, una ciudad que Félix de Azúa explica mucho mejor y con más matices de lo que yo soy capaz de hacer.

No quisiera desviarme de mi propósito de escribir sobre algunos recuerdos personales de mi trato con Gabo.

No fui habitual de su casa de la calle Caponata pero acudí allí en repetidas ocasiones. Recuerdo encuentros, cenas, sobremesas y creo que en más de una ocasión, haber compartido formar parte de un jurado literario, aunque quizás eso fue más tarde.

En La Vanguardia del pasado 20 de abril en un artículo sobre los amigos de Gabo, el periodista Xavi Ayen reproducía unas palabras mías sobre mi primer encuentro con el escritor, junto a Rosa Regás: “Vi a García Márquez la tarde en que llegó a Barcelona, en 1967, estaba también Rosa Regás, nosotros tomamos whiskey y Gabo una copa de vino, se refirió a nosotros despectivamente como ‘burgueses de Barcelona’. Entonces no lo conocía nadie. Tenía un aura simpática pero marcaba de un modo la lejanía entre su mundo y el nuestro, nos hacía notar que nosotros éramos europeos bienestantes y él un hombre de pueblo”.

El relato de ese primer encuentro ya lo he contrastado muchas veces con otro recuerdo algunos años más tarde que pone en evidencia el éxito de una novela que convirtió al escritor, casi desconocido, que llegó a Barcelona con problemas económicos y su nunca abandonado aire de hombre de pueblo, de pronto en una celebridad mundial y un millonario. Paseando una mañana por las Ramblas Barcelonesas con Carlos Barral y  Gabriel García Márquez, pasamos delante de una naviera que muchos de los que peinan canas recordaran y que lucia en su escaparate un anuncio con la foto de un lujoso yate. Al verlo, Carlos Barral, con su sempiterna afición al mar y a la navegación, exclamó casi suspirando: “Gabo, el día que tú y yo podamos permitirnos un velero como este….”. Gabo fue rápido: “Perdona Carlos, yo ya hace tiempo que me lo puedo permitir”. Pensé y sigo pensando que así era y la anécdota es significativa de lo que fue no solo del ascenso espectacular del gran escritor y amigo colombiano sino también de lo que tan desafortunadamente se ha llamado el boom latinoamericano que tuvo además de unos cuantos genios literarios indiscutibles, dos agentes no menos indispensables, el editor Carlos Barral y la agente literaria Carmen Balcells.

Al contrario de lo que pudiera hacer creer a alguien,  este cambio en su prestigio y en su situación económica modificó poco su estilo llano, espontáneo, afectuoso, de hombre sencillo. Su complejidad estaba en su imaginación y en los silencios que menciona Rosa Regás en el texto citado.

Fueron años de contactos frecuentes aunque no habituales. En aquella Barcelona había más necesidad y facilidad de contacto. Quizás el carácter y el público especial de la famosa discoteca Boccacio respondían a esto. No recuerdo haberme encontrado a Gabo en ese lugar, aunque es casi seguro que así fue.

Recuerdo muchos encuentros, cenas, copas y conversaciones, sin duda literarias que, con alguna importante excepción, como suele ocurrir muchas veces, podemos recordar la mesa a la que nos sentamos, la indumentaria de nuestro  interlocutor o interlocutora, pero no el contenido de nuestra charla.

Con Gabo acuden a mi memoria algunas conversaciones más o menos políticas, sobre mi experiencia carcelaria, que le interesaban mucho, como a Mario Vargas Llosa, sobre escritores y otros temas pero de forma muy especial recuerdo dos conversaciones en las que es probable que estuviésemos solos.

Como tantos otros escritores que he conocido, Gabo no solía prodigarse en explicaciones sobre los secretos de su escritura aunque recuerdo que una noche lo hizo. Desde luego su secreto no era frecuentar el diccionario de sinónimos Casares como tantos escritores hacían sino su uso de la palabra precisa y mágica a la vez. Así lo entendí yo. Desde luego, su modelo no era el código civil precisamente. Frente a los escritores de pluma fácil, me aseguró que él nunca había publicado una página que no hubiera revisado y corregido veinticinco veces. Supongo que se  refería  solo a su labor como escritor, no a la de periodista. Ignoro si lo siguió haciendo el resto de su vida creativa.

En mis años de estudiante, cuando Gabriel Ferrater me explicaba y me leía autores que yo desconocía o conocía muy poco usaba el verbo “vender” para denominar sus auténticas lecciones: ”Hoy te he vendido Ausias March, La Fontaine o Choderlos de Laclos”. Pues bien, Gabo me vendió Bajo el volcán, de Malcolm Lowry. Su conocimiento de la novela era impresionante. Me dijo que la leía una  vez al año. Lowry se convirtió en uno de mis escritores favoritos. Durante años leí y releí sus obras y me hice una pequeña biblioteca de este autor incluido el maravilloso estudio de Douglas Day. En realidad, los seguidores del autor de Bajo el volcán constituían casi una secta. En Valencia se publicaba una revista llamada El Farolillo que yo recibía. Pienso que Malcolm Lowry, que tanto influyó, en los novelistas latinoamericanos y españoles, es indiscutiblemente uno de los grandes del siglo XX.

Gracias Gabo, por todo.
(*) Salvador Clotas es político, escritor y editor.

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MEMORABILIA GGM
Cali - Colombia
27 de julio de 2014

Un amigo, suscriptor de este blog, nos envía la anécdota que publicamos a continuación:

Mario Jursich Duran publicó en su cuenta de Facebook hoy esta historia:

 Dos escritores van a almorzar.
Mauricio Montiel nos explica quién y por qué paga la cuenta:

Cuando García Márquez decidió fundar la revista Cambio en México a mediados de los ochenta yo fui el editor de la sección de cultura. Varias veces salimos a comer y nunca, nunca, me dejaba pagar. Un día le dije que si no me dejaba pagar no comía más con él. Y me dijo que bueno. Y él escogió dónde quería ir. Al final de la comida, cuando llegó la cuenta, me la arrancó de las manos y me dijo: "Mira, desde que nos sentamos en esta mesa he vendido miles de ejemplares de Cien años de soledad. ¿Cuántos libros has vendido tú?".

1 comentario:

MEMORABILIA GGM dijo...

Dice Guillermo Angulo:
"Barbudos que derrocaron a Fidel Castro". ¿Cuando lo derrocaron que no me di cuenta?