28 de junio de 2014

MEMORABILIA GGM 756



MEMORABILIA GGM
Cali – Colombia
27 de junio de 2014

El autor de la página que sigue leyó su texto
en las honras fúnebres a GGM en Cartagena de Indias.
Gabriel Eligio es hijo de Aida García Márquez
y sobrino de GGM consecuentemente.
Se publica el texto con autorización de su autor
y por la gentileza de Iliana Restrepo
que nos hizo llegar su contenido.
A ellos nuestros agradecimientos.
 (N del E.)

Un señor de bigotes
vestido de blanco

Por Gabriel Eligio Torres García

Después de un juego de pelota, bajo el ardiente sol de las dos de la tarde y con una temperatura de cuarenta grados a la sombra, era un paso casi obligado acercarme a la casa de mis abuelos en busca de una bebida fría de cualquier cosa, que en mi familia se conoce como “chuculia”, especialidad de mi abuela Luisa Santiaga. Al entrar por la puerta de atrás, que era el camino más corto hasta la cocina, ella salió a mi encuentro con su caminar sigiloso y actitud mediadora diciéndome que no entrara, que una de mis tías se pondría rabiosa, ya que había visita y a la visita le molestaba el ruido. Como nunca hice mucho caso a las prohibiciones, me acerqué a los calados que dividían el comedor de la sala y entonces lo vi: era un señor de bigotes vestido de blanco que, sentado en una mecedora, disfrutaba de un vaso de chuculia; lo sostenía con la mano derecha dejando ver una brillante pulsera de plata; su pierna derecha doblada mostraba unos zapatos blancos sin medias, e irradiaba el hálito natural de altivez y arrogancia que identifica a mi familia como una marca de nacimiento. “Carajo, tanto alboroto por ese señor”…repliqué y casi al mismo tiempo, como si hubiera adivinado lo que iba a decir, mi abuela respondió: “Silencio, que ese es tu tío Gabito”. Lo que en la ignorancia de mi corta edad no sabía, era que Gabriel José de la Concordia García Márquez, además de ser el tío Gabito del que tanto hablaban en la familia, era ya y en ese momento, uno de los escritores más famosos en el planeta; que sus libros se vendían con la misma urgencia con que se compran los artículos de primera necesidad y que sus historias y personajes eran los mismos que escuché desde que tuve uso de razón en esas reuniones de los mayores a las que llamaban “rincón guapo” y que no eran más que un método para ejercitar la memoria.

Este 17 de abril, un día después del cumpleaños de su hijo Gonzalo y un jueves santo, al igual que Úrsula Iguarán, él falleció. La noticia de su muerte habría de esparcirse por todo el mundo en el momento en que nosotros apenas tratábamos de reponernos de la partida de otro de sus hermanos.

¿Qué nos queda para decir sobre un hombre del que se ha dicho todo? sólo describirlo como lo conocimos nosotros, su familia; contarles que en cuanto se cerraba la puerta de la calle ya no era él con esa fama que traía a cuestas. Era uno más de los hijos de Luisa Santiaga y Gabriel Eligio: cariñoso, mamagallista, siempre sacándole chiste a todo y a todos, demostrándonos como también nos enseñó su madre Luisa Márquez, que el poder de la grandeza de un hombre estaba en la humildad. Quería saber todo lo que ocurría cuando él estaba en sus viajes por el mundo, ya que de allí, de esas anécdotas en el seno de la familia, nutría gran parte de su mundo literario.

Vivir para contarla, por ejemplo, además de ser un rincón guapo de quinientas setenta y nueve páginas es, para nosotros los García Márquez, un legado que seguirá marcando por siempre y para siempre nuestra estirpe; nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos podrán saber que llevan en su sangre el virus de la literatura, gracias a un bisabuelo que plasmó en un papel lo que la vida le mostró y podrán escudriñar los caminos intrincados de su descendencia, al igual que Aureliano Babilonia lo hizo con los pergaminos traducidos de Melquíades y así los García Márquez de entonces conocerán a una abuela, que describía una habitación con todo lo que hay dentro, guiada únicamente con la luz de la memoria y magnificada por sus nostalgias, ya que en ese momento había quedado ciega.

Sabrán que un buen día Gustavo, su hermano, salió renegando de la cocina porque el jugo que se había acabado de tomar sabía a ventana; o de su hermano menor Eligio Gabriel, quien incendió un mueble solo por la simple curiosidad de conocer a los bomberos. Podrán saber que Alfredo Ricardo en los viajes alucinantes de su mundo artificial demostraba una agilidad mental poco común, pues cantaba volteando las palabras sin perder el tiempo ni la melodía de la canción.

Escucharán de una tía abuela que un día se apareció vestida de negro con una gran sonrisa y con la novedad que venía a despedirse porque se iba a morir, lo cual cumplió meses después; se reconocerán por sus nostalgias heredadas y sabrán que no fue en balde, que la viuda Juana Hernández de Márquez salió de la provincia de Aragón (España), llegó a la Guajira y se casó con Blas Iguarán; que Aminadab García Gordon conoció a María de los Ángeles Paternina y hace más de dos siglos, en el fragor de los mosquitos y en las noches del Caribe, dieron origen a toda una descendencia en una región donde la realidad y la imaginación tienen un límite débilmente marcado; en donde la Emulsión de Scott, como la bonanza del banano y la telegrafía como los globulitos de azúcar, habrían de tener un papel muy importante en el quehacer cotidiano de nuestras vidas.

En fin, tantas historias que salían de los hermanos y de cosas tan inverosímiles, que siempre sostuvo y lo dijo en su discurso La soledad de América Latina: “lo más difícil para nosotros los escritores de esta parte del mundo es la carencia de recursos convencionales para tratar de hacer más creíble nuestra realidad”.

En estos días en que escuchaba los diferentes comentarios sobre dónde debían reposar los restos de Gabo, unos que en México porque allí vivió los últimos cincuenta años, otros que en Aracataca porque fue la tierra que lo vio nacer, o en Cartagena que también lo considera suyo, tantos lugares como vidas se necesitarían para tratar de ponerse de acuerdo. Pero eso es de esperarse en alguien que como él, logra por medio de su vida y su obra, volverse un ser universal.

La mejor forma de entender esto fue referido por él mismo. En alguna ocasión escuché cuando Mercedes reclamaba que no había terminado de desempacar las maletas cuando ya tenían que irse para el otro lado del mundo, porque Gabo debía confirmar un dato de algo que estaba escribiendo. En ese momento Luisa Márquez, quien era portadora del gen mamagallista, con su expresión a medio reír le preguntó: “Gabito¿ y tú donde es que vives?”. El, que siempre tenía una respuesta preparada antes de saber la pregunta le respondió: “madre lo que sucede es que yo no tengo casa, todas son de Mercedes; yo soy como uno de esos indigentes que no tienen dónde dormir y duermo donde me coja la noche”.

A pesar de que sus viajes a la casa de mis abuelos siempre fueron cortos por sus incontables compromisos, pudo resolverle la vida a quien en su momento lo necesitó. No sé cómo lo hacía, pero tenía el don premonitorio de aparecer en el instante en que más lo necesitaban. Como aquel día en que llegó sin anunciarse y después de una conversación con mi padre, irrumpió en la fortaleza inquebrantable de la terquedad de mi abuelo quien, más por tradición que por convicción, contrariaba los amores de sus hijas y con el argumento irrefutable de que ya estaba bueno, que ya era hora de empezar a vender la mercancía, triunfó en su labor celestina arreglando el matrimonio de mis padres. A lo mejor, de no haber sido así, hoy yo no estaría contándoles el cuento.

Siempre pedía que le hicieran todas esas comidas con “sabor a familia”. En una ocasión su hermano Hernando, el único bombero que se pensionó sin apagar un incendio en toda su vida y el maestro de los chistes instantáneos, como Gabo lo definió en su autobiografía, debía irse a trabajar. Luisa Márquez al ver que estaba contra el tiempo le improvisó un desayuno con lo que quedó del día anterior, mientras a Gabo le había preparado un desayuno diferente. Para sorpresa de todos pidió que le dieran de lo que estaba comiendo Hernando ya que era eso lo que no encontraba en tantos restaurantes del mundo y era lo que más extrañaba de la comida de la casa de su madre, sencillamente porque tenía un ingrediente especial: el amor.

Cien años de soledad, junto con varios de los libros de Gabo, son para nosotros los García Márquez historias premonitorias donde entre líneas hemos ido encontrando las claves de nuestra propia realidad. Así como Aureliano Babilonia descifró las claves de Melquíades mientras desaparecía junto a la ciudad de los espejismos (Macondo), a Eligio casi al tiempo en que puso punto final a una obra magistral del periodismo literario sobre las claves que influenciaron a Gabo para dar forma a todo ese mundo mítico de Macondo, la muerte nos los arrebató. Gustavo, así como el coronel, se quedó esperando una pensión que nunca llegó y al igual que los Buendía, a los García Márquez nos ha tocado luchar contra la peste del olvido que no es sino otra forma de vivir la soledad.

El periodismo fue su oficio y de alguna manera su polo a tierra. La técnica investigativa del periodista le sirvió como herramienta para darle vida a sus obras y la literatura fue su pasión. Esa relación la plasmó en una de sus frases célebres: “En el periodismo como en la literatura se es víctima afortunada de los mismos engaños de la poesía”

Yo lo comparo con esos seres fantásticos, los juglares vallenatos, poetas primitivos que iban de pueblo en pueblo cantando las noticias de la región y que no se sabe a ciencia cierta si mueren como el resto de los mortales o sólo desaparecen después de haber vivido durante siglos, pero que desde mucho antes habitan en el reino inmortal de la leyenda.

Hoy no se nos fue, solo se adelantó. Su recuerdo, como su legado, quedará a salvo de las inclemencias del olvido. Continuará vivo dentro de su mundo macondiano gozando de una vida sin edad, así como sus personajes. Será inmune al deterioro del tiempo. Su imagen permanecerá intacta mientras afuera, en nuestra realidad, continuarán envejeciendo los siglos.

Hoy con mis sentimientos a merced de la nostalgia, mientras escribo estos recuerdos, me es imposible ubicarlo en mi memoria como lo vi la última vez: ese abuelito taciturno y cariñoso pero con su gen mamagallista intacto. Solo logro transfigurar su imagen con recursos poéticos y mantener la que prevalece en la retina de mis recuerdos: la de un señor de bigotes vestido de blanco que, en sus viajes fugaces y sin anunciarse, iba de visita a la casa de mis abuelos.

** ** **

Cadena SER
Madrid – España
18 de abril de 2014

García Márquez y Di Stéfano
El premio Nobel de Literatura era seguidor del Junior de Barranquilla
y relató en 1950 su experiencia en un partido ante el Millonarios de Di Stéfano

Por Alejandro Rodríguez  

"Y entonces resolví asistir al estadio. Como era un encuentro más sonado que todos los anteriores, tuve que irme temprano. Confieso que nunca en mi vida he llegado tan temprano a ninguna parte y que de ninguna tampoco he salido tan agotado...", así comienza el relato de 'Gabo' en el periódico publicado en el diario 'El Heraldo' en junio de 1950.

Gabriel García Márquez era hincha del Junior de Barranquilla, un equipo que milita en la máxima división del fútbol colombiano. El ganador del premio Nobel de Literatura compartió en un texto publicado en 'El Heraldo' su experiencia como hincha en el campo en un duelo ante Millonarios, otro equipo del fútbol de Colombia. Millonarios, el equipo rival de su Junior era el equipo estrella de Colombia en aquellos años, no obstante contaba en sus filas con un joven Alfredo Di Stefano.

En 'El Juramento', que es como se titula el texto más futbolístico de García Márquez, el autor resume con sumo detalle su experiencia en el estadio, recogiendo detalles y explicando las sensaciones que recorrieron su cuerpo durante el partido, dejando siempre cabida al humor con el que 'Gabo' quiso interpretar este texto.


Di Stefano en el Millonarios.- (EFE)

 "En primer término, me pareció que el Junior dominó a Millonarios desde el primer momento, (...) puesto que muy pocas veces pudo estar la bola, en el primer tiempo, dentro de la mitad correspondiente a la portería del Junior. (¿Qué tal va mi debut como comentarista de fútbol?)", preguntaba al lector 'Gabo' tras un primer análisis del partido.

García Márquez compara a los miembros de su equipo con escritores, diciendo de Heleno Freitas, entrenador que reflotó a Junior en la década de los cincuenta que "Heleno habría sido un extraordinario autor de novelas policíacas. Su sentido del cálculo, sus reposados movimientos de investigador y finalmente sus desenlaces rápidos y sorpresivos le otorgan suficientes méritos para ser el creador de un nuevo detective para la novelística de policía".

En 'El Juramento', 'Gabo' reconoce su pasión por el balompié, llegando a calificar su comportamiento en Municipal de Barranquilla –estadio de Junior– como de "energúmeno, limpio de cualquier barniz que pueda ser considerado como el último rastro de civilización".

Por último, explica que con la publicación de este artículo regresó "de forma irrevocable a la hermandad de los hinchas”, y se propuso seguir convirtiendo a esta religión de amantes del fútbol a más gente para poder compartir con más gente su pasión por el deporte rey.

Aquella tarde de 1950 en Barranquilla se dieron cita dos genios que pasarán a la historia. Uno por sus piernas y otro por sus manos. De las piernas de Di Stéfano, el hombre que con sus goles convirtió al Real Madrid en el mejor equipo del siglo XX y Gabriel García Márquez, el escritor que con sus manos escribió las mejores obras del mismo siglo.

** ** **

EL ESPECTADOR
Bogotá – Colombia
29 de Abril, 2014

Queremos tanto a Gabo

Por Piedad Bonnett

Si García Márquez, que opinaba que lo único que uno no debe hacer es morirse, hubiera podido narrar su propia muerte, lo habría hecho con el humor que le era proverbial, y con el realismo mágico que hace que todo en sus libros esté al borde de la desmesura.

Habría señalado, por ejemplo, que escogió para dejarnos un Jueves Santo, víspera de uno de los pocos días del año en que no circulan los periódicos, como jugándoles una broma cruel a sus colegas periodistas, que tuvieron que devolverse a sus puestos de trabajo y revolar en cuadro para conseguir testimonios, pues esa es una fecha en que mucha gente se encuentra semidesconectada del mundo. Y también que, si bien no llovieron mariposas amarillas ni se desató un diluvio, la tierra mexicana tembló y siguió temblando, como si manifestara también su pena.

Escribiría también que la noticia se extendió por todo el orbe, estremeciendo a obispos y presidentes y reinas de belleza y ciudadanos corrientes que por un momento se resistieron a aceptar, como en el caso de la Mamá Grande, que García Márquez fuera mortal, mientras los distintos gobiernos emitían comunicados de duelo y los políticos de siempre, aquellos del eterno blablablá histórico, declaraban su pesar en mensajes previsibles, con palabras previsibles. Y que, como en Colombia estamos, no faltó tampoco la mala leche de unos cuantos, entre ellos la de una congresista sin luces que lo condenó públicamente al infierno —¡qué elegancia, qué don de la oportunidad, qué agudeza!— por sus tratos con Fidel, el único de sus contemporáneos que, efectivamente, parece tener el don de la inmortalidad.

Todos los días mueren escritores famosos, actores que han acompañado nuestras horas, hombres de Estado respetables, pero pocas veces vemos que esas muertes susciten un pesar tan evidente y declarado como el que ha desatado la muerte de Gabo, como cariñosamente le decimos los colombianos. ¿Por qué? No creo que tenga mucho que ver con su personalidad, poco conocida más allá de sus amistades, ni con el hecho de ser un Premio Nobel o un hombre con unas determinadas ideas políticas, que, entre otras, le granjearon muchas críticas; y ni siquiera con el hecho de ser, de lejos, uno de los escritores más importante de los últimos cien años. Creo que su muerte nos duele así porque sentimos que estamos profundamente agradecidos por las horas de felicidad que sus libros nos han dado, y porque el universo entrañable de sus personajes nos pertenece de manera entrañable. En ellos nos reconocemos como en un espejo, con nuestras dichas y nuestras miserias, seamos colombianos, o polacos, o chinos. El coronel que alimenta el gallo del hijo muerto; Úrsula, “a quien nunca se le oyó cantar”; Pilar Ternera, “cuya risa espantaba las palomas”; el Patriarca, que llora detrás de las puertas su soledad de siglos, hacen de algún modo parte de nuestra vida, y de paso nos revelan a su autor como alguien con una profunda intuición y una comprensión amorosa de sus semejantes. Pero, sobre todo, con una capacidad de revelar a través del lenguaje la entraña de las cosas, de las almas, de nuestra historia, como sólo puede hacerlo un gran poeta.

No hay comentarios: