26 de junio de 2014

MEMORABILIA GGM 754



PRODAVINCI
Bogotá – Colombia
29 de Abril, 2014


Leer con el teléfono apagado

Por Juan Gabriel Vásquez |

Me enteré de su muerte por El País, de Madrid, cuando aún se veía en la página de internet la señal palpitante de noticia de última hora.

Antes de que tuviera tiempo de nada, comenzó a timbrar el teléfono. Sentí algo muy parecido al vértigo: a comienzos de mes, cuando corrió la noticia de que García Márquez estaba en el hospital, recibí unos cuantos correos y unas cuantas llamadas de amigos periodistas, gente que quiero y respeto, que me pedían una opinión (en el mejor de los casos) o un obituario (en el peor). Les dije que la mano no me daba para escribir el obituario de un vivo, y la cosa quedó así. Pero el jueves pasado, cuando salió al mundo finalmente la noticia de su muerte anunciada, me di cuenta de que no tenía las más mínimas ganas de hablar de García Márquez, ni siquiera con los amigos periodistas que más respeto y quiero. Apagué el teléfono, agarré el primero de sus libros que me encontré en la casa ajena donde estaba, me encerré en un cuarto y me puse a leer.

Había en ello un cierto egoísmo: la conciencia de que los medios se llenarían pronto con el palabrerío de tanto oportunista suelto, y el deseo, más bien higiénico, de que mis palabras de lector eternamente agradecido no colaboraran con esa promiscuidad. En las próximas horas —aposté conmigo mismo— todo el mundo resultaría haber conocido íntimamente a García Márquez, igual que todos los españoles estuvieron en la estación de Atocha con García Lorca y todos los argentinos le leyeron libros alguna vez al ciego Borges. Sí, aquello era egoísmo, un egoísmo tonto. Pero había otra razón: con la noticia de la muerte de García Márquez, lo que me cayó encima fue una urgencia de soledad y silencio, como si hubiera muerto un familiar o un amigo. Pero García Márquez no era para mí ni lo uno ni lo otro: era tan sólo el autor de algunos de los libros más importantes de mi vida. En un mundo lleno de amigos suyos, yo, por prudencia o timidez, nunca llegué a conocerlo; pasé una tarde con él, en agosto del año pasado y gracias a mi amiga Margarita Márquez, pero ya su cabeza no estaba para admitir a gente nueva. Por lo demás, mi contacto con él fue el mismo de todo lector con sus libros.

García Márquez fue el primer escritor colombiano que leí con gusto: a los 11 años, tras fracasar en mis intentos escolares por interesarme en El alférez real o en María, leí La hojarasca y El coronel no tiene quien le escriba. En ese tiempo García Márquez era ya un clásico vivo, pero eso a mí no me decía nada: en 1982, año del Premio Nobel, los autores que me importaban eran Dumas, Verne y Salgari. De cualquier forma, las dos primeras novelas de García Márquez me revelaron la existencia de algo insospechado: la literatura colombiana viva. No ha pasado un solo año desde entonces sin que lea un libro suyo, y más bien diría que cada uno de estos 30 años he leído o releído dos o más de sus libros. Y ahora me doy cuenta de lo extraño que me resulta el hecho de estar, por primera vez en mi vida, leyendo a García Márquez en un mundo donde ya no está García Márquez. Pronto me acostumbraré, claro, como nos acostumbramos todos a todas las extrañezas. Mientras tanto es cuestión de seguir leyendo. Si es posible, con el teléfono apagado.

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EL TIEMPO
Bogotá – Colombia
27 de abril de 2014


[…]
El capítulo de Gabo

Habla Mario Vargas Llosa

Ha dictado cátedra sobre ‘Cien años de soledad’

Hace poco dijiste que habías leído varias veces ‘Cien años de soledad’.
La he leído muchas veces, sobre todo cuando he tenido que enseñarla. La he enseñado mucho.

¿Ha cambiado tu percepción de la novela con el paso del tiempo?
Toda la novedad que representó cuando la leí por primera vez ya no existe, pero sí creo que va a pasar la prueba del tiempo. Es un libro que será leído muchísimo por su enorme originalidad, su enorme riqueza verbal, su imaginación chisporroteante. Todo eso constituye una unidad. Es uno de los libros de nuestro tiempo.

En ‘Historia de un deicidio’, tu libro sobre la obra de García Márquez, tu lectura crítica se dirige hacia esa novela del mismo modo en que en la narrativa vas en pos de un ‘cráter’ (momento de gran tensión dramática). ¿‘Cien años de soledad’ es el gran cráter de la obra de Gabo? ¿Es tu libro favorito de él?
Yo terminé ese libro cuando García Márquez trabajaba en algunos relatos de lo que luego sería 'Doce cuentos peregrinos'...

Y empezaba ‘El otoño del patriarca’.
Sí, pero ese libro ya no entra en 'Historia de un deicidio'. Te puedo decir que con el paso del tiempo sigo creyendo que 'Cien años de soledad' es la gran obra de García Márquez. Y creo que todas las otras o son una preparación para 'Cien años' o una derivación de ella.

Una de las cosas que comparten García Márquez y tú, además del Nobel, es el biógrafo, Gerald Martin, que prepara un libro sobre ti.
Ese es un libro que espero con mucho temor (risas) porque Martin ha conversado con todo el mundo, ha estado en todas partes, ha metido la nariz en todo lo que he hecho. Ahora bien, se demoró 17 años en la de García Márquez, así que espero que se demore 17 años también en la mía, para no estar aquí cuando salga (risas).

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EL HERALDO
Cartagena – Colombia
28 de abril de 2014

El panameño Rubén Blades
musicalizó el realismo mágico
de García Márquez.

Por Roberto Llanos Rodado
Editor general AL DÍA

Fue tal la importancia de la obra garciamarquiana que trascendió más allá de su plano literario,  e influyó en otros campos del arte como la música popular.

Un grande de la salsa, el poeta panameño Rubén Blades, sorprendió en 1987 a los amantes de este ritmo trepidante al grabar el disco Agua de Luna, compuesto por ocho canciones inspiradas en cuentos de nuestro Nobel, Gabriel García Márquez. El trabajo discográfico sale al mercado cuando Blades se lanza a experimentar un nuevo sonido con su propia agrupación, Seis del Solar.

Lamentablemente el disco tuvo oídos sordos en la radio local, cuyos programadores no supieron valorarlo y privaron a sus oyentes de una creación musical bien lograda, cargada de relatos en la voz del autor de Pedro Navaja, que encierran mensajes importantes de contenido social.

Sin embargo, melómanos de toda América sí supieron conferirle a este disco su real significado, y han llegado a catalogarlo como la musicalización del realismo mágico a ritmo de salsa.

Ojos de perro azul e Isabel, tal vez fueron dos de los temas que tuvieron un paso fugaz por las estaciones radiales, y eso, en programas especializados.

El primero basado en el cuento homónimo que Gabo escribió en 1950, y publicó en 1972. Ojos de perro azul, mirando cínicamente a la ciudad/ sonriendo crípticamente a la humanidad/ juzgando elípticamente a la sociedad, dice Blades en su canto.

Isabel es la musicalización de: Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo, que originalmente hizo parte  de la novela La Hojarasca (1955), y que luego algunos editores publicaron como un cuento independiente. Parte de su importancia literaria la cimentan los críticos en que es la primera vez en que Gabito menciona en una de sus obras a Macondo, el mítico escenario de Cien años de soledad. En uno de los versos de este tema Blades canta: Todo es posible y nada se pierde en Macondo/ Hasta sus fantasmas rehúsan ir a otro lugar/ Isabel siente la lluvia en Macondo darle olor a su soledad.

El álbum contiene las canciones No te duermas, Blackman, Claro oscuro, Laura Farina, La Cita. Los mencionados Ojos de perro azul e Isabel, y Agua de luna, que le da el título a la recopilación.

El homenaje de Daniel Santos

En 1983 el ídolo boricua, el Jefe, Daniel Santos, grabó en Bogotá para el sello discográfico Oro, el tema El hijo de Aracataca, de la autoría del compositor momposino Antonio Del Villar. Entre Gabo y el ‘Inquieto anacobero’ siempre hubo empatía, tanta que una vez el escritor expresó que si algún día llegaba a escribir una biografía, esa sería la de Daniel Santos.

Un reconocimiento especial merece el peruano Daniel Camino, quien en 1970, cuando el boom de la novela Cien años de soledad, compuso el tema Macondo, que interpretó el también peruano Johnny Arce. La versión más sonada de este tema en Colombia fue la de Billo’s Caracas Boys en 1972.

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