MEMORABILIA GGM 620
Celebración del momento histórico
en que nació el boom latinoamericano
de la literatura
El
Litoral.com
Santa Fe – Argentina
2 de noviembre de 2012
Cuando Latinoamérica colonizó
al mundo con la imaginación
La
publicación de La ciudad y los perros
de
Mario Vargas Llosa
es
tomado como el punto de partida.
Carmen Sigüenza - EFE
Todo empezó con el deseo de convertir “el dolor en una fiesta” y de
colocar a Latinoamérica de otra forma en el mundo. Una magia, un carnaval de la
literatura, alimentado por Borges, Carpentier, Rulfo y Onetti, y que Fuentes,
García Márquez y Vargas Llosa convirtieron en un “boom”, del que se cumplen 50
años.
Y es que, sin saberse en qué fecha exacta se inicia el llamado “boom”
latinoamericano que dejó a Europa boquiabierta gracias a la proyección que le
dieron desde España editoriales como Seix Barral, se ha tomado la publicación
hace 50 años de La ciudad y los perros
de Mario Vargas Llosa como punto de partida.
Un homenaje a unos escritores que van a volver a ser revisados en un
congreso internacional que comienza el 5 de noviembre en Madrid, en la Casa de
América, y que inaugurará Mario Vargas Llosa.
Ese nombre, ese sonido de “boom” que definió el apabullante éxito de la
nueva novela latinoamericana, fue puesto por el periodista y escritor Luis
Harss (Valparaíso, Chile, 1936), quien anticipó este fenómeno sin precedentes
en su libro Los nuestros, que publicó
en 1966 y que ahora vuelve a editar Alfaguara.
Ahí estaban los maestros, Borges, Asturias, Guimaraes Rosa, Onetti o
Rulfo, y los jóvenes que serían los magos del “boom”: Cortázar, Carlos Fuentes,
García Márquez y Mario Vargas Llosa.
“No estoy contento con este nombre y muchas veces me arrepiento de él
porque me parece un poco superficial”, explica Harss.
“En 1966 –argumenta Harss– me encontraba como periodista en una reunión
en la que estaba Vargas Llosa, en Buenos Aires, con el jurado en torno al
premio Primera Plana, y empezaron a hablar de la novela iberoamericana, y
entonces hice un comentario idiota al decir que lo que estaba pasando con la
novela era como el ‘boom’ económico que había vivido Italia; luego lo escribí
en un reportaje y desde entonces se quedó”.
Estos escritores se preocuparon por encontrar un lenguaje y por cómo
hacer del continente americano una experiencia universal, señala Harss.
“Un continente que había sido marginal, digamos, que alguien llamó el
pecado capital de América, que consistía en haber nacido fuera de la cultura y
fuera de la historia y que hasta entonces la novela lo había aceptado con un
tipo de novelas parciales y regionales. De pronto, estos autores hablaban
aceptando su propia tradición, su propia cultura, pero la proyectaron hacia
fuera: universalizaron los temas”, sostiene el periodista chileno.
El contexto político, en los años sesenta y setenta, también
caracterizó a este grupo de escritores: las dictaduras o la revolución cubana
marcaron sentimientos mezclados de utopía, tragedia, barbarie, insatisfacción o
deseo de justicia.
“Vale tener en cuenta -escribe Carlos Fuentes en su libro La gran novela latinoamericana- que,
literariamente, esta es la tierra común del Señor
Presidente de (Miguel Ángel) Asturias y el Tirano Banderas de Valle-Inclán, el Primer Magistrado de Carpentier y el Patriarca de García Márquez, el Pedro Páramo de Rulfo y los
Ardavines de Gallegos, el Supremo
de Roa Bastos, el minúsculo don
Mónico de Mariano Azuela y el Trujillo
Benefactor de Vargas Llosa”.
Así, se fue construyendo una imaginación liberada, un canto de
libertad. Una épica del desencanto que convirtió las balas en belleza radical,
la naturaleza extrema en mito y el lenguaje en una fiesta mágica. Una nueva
realidad que dio títulos como La casa
verde, de Vargas Llosa; Cien años de
soledad, de García Márquez; Rayuela,
de Cortázar o La muerte de Artemio Cruz,
de Carlos Fuentes. Estos solo por mencionar brevemente algunos de los muchos
libros que fueron éxitos del “boom” y que traspasaron la frontera de España y
América Latina, ya que fueron traducidos en toda Europa.
Admiradores de Joyce, Proust, Sartre, Camus o Faulkner, los dueños del
“boom” son unos clásicos que viven, como García Márquez y Vargas Llosa, ambos
premios Nobel, y que tienen ahora la oportunidad de ser revisitados.
“Serán revisitados para recordarlos, criticarlos y ponerlos en su
sitio. Ellos dieron un salto hacia adelante y marcaron un punto de inflexión”,
dice a Efe Juan José Armas Marcelo, director de la cátedra Mario Vargas Llosa,
organizadora del congreso internacional sobre el “boom”, junto con Acción
Cultural Española.
Y es que, al fin y al cabo, como escribió García Márquez, “la vida no
es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para
contarla”.
Análisis
Ana Mendoza – EFE
Los escritores nacidos después
de los 60 los ven como clásicos
Los escritores hispanoamericanos nacidos después de 1960 nunca
sintieron que pesara sobre ellos como una losa el listón tan alto que dejaron
los novelistas del “boom“ latinoamericano. Al contrario: los consideran sus
clásicos y, como dice Jorge Volpi, “de los clásicos solo se puede aprender”.
“Yo no sería escritor si no hubiera leído ‘Cien años de soledad’ a los
16 y ‘Rayuela’ a los 19. Y no sería el escritor que soy si no hubiera leído
toda la obra de Vargas Llosa a los 21”, afirma el novelista colombiano Juan
Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973), al responder unas preguntas sobre el 50
aniversario del “boom”.
Esas preguntas las han contestado el mexicano Jorge Volpi, de 44 años,
y los peruanos Fernando Iwasaki, de 51, y Santiago Roncagliolo, de 37.
Los cuatro viven en España, han ganado premios importantes y son
representativos de la nueva literatura latinoamericana, muy distinta de la del
“boom” pero con la que, según Volpi, tratan de “responder a los grandes
desafíos” de aquel movimiento fundamental, que, asegura Roncagliolo, “puso a
América Latina en el mapa cultural“.
“Antes de los escritores del ‘boom’ nadie sabía que existíamos”, señala
el autor de “Abril rojo” (Premio Alfaguara 2006).
La principal consecuencia de ese movimiento “son decenas de libros
memorables. Y luego, claro, inventar una América Latina literaria, que ha
llegado a suplantar a la América Latina real”, apostilla Volpi, autor de “En
busca de Klingsor” (premios Biblioteca Breve y Grinzane Cavour) y de “La
tejedora de sombras” (Premio Planeta Iberoamericano).
La genialidad de autores como García Márquez, Vargas Llosa, Carlos
Fuentes o Cortázar, pudo “oprimir” a “ciertos compañeros de generación o de la
siguiente promoción”, pero “de ninguna manera” a quienes nacieron después de
1960, asegura Iwasaki, Premio Nacional de Narrativa y Premio Nacional de
Ensayo.
“Los autores del ‘boom’ fueron nuestros maestros y nuestras referencias
literarias. Nosotros los leímos sin envidias y sin ánimo de competir, porque
los descubrimos como lectores a la edad de quince años o menos”, dice Iwasaki.
“Son nuestros clásicos, y de los clásicos solo se puede aprender.
Fueron y son mis maestros. Habría que imaginar que, en otras tradiciones,
serían los equivalentes de Shakespeare o de Goethe”, subraya Volpi.
Para Vásquez, que ganó el Premio Alfaguara con “El ruido de las cosas
al caer”, nacer después de esa generación le “facilitó mucho las cosas”.
“Lo que hicieron esos libros extraordinarios fue abrirnos el camino:
enseñarnos a aprovechar otras tradiciones, darnos un ejemplo de consagración al
oficio, mostrarnos los riesgos de mezclarse con la política”, comenta Vásquez.
Roncagliolo supone que el “boom” marcó un listón “anormalmente alto”,
y, de hecho, cuando él empezó su carrera literaria “la idea“ que tenía de un
escritor era que “debía ser capaz de escribir 700 páginas, ganar un Nobel y ser
candidato a presidente”, afirma con humor.
¿Alguno de estos escritores
sintió ganas de hacer eso tan freudiano de “matar al padre“?
“Nunca”, asegura Vásquez, al referirse a García Márquez: “Me han
entrado ganas de discutir mucho y a veces pelear a puñetazo limpio. Y muchas
veces ni siquiera es con él, sino con sus imitadores baratos que han convertido
la literatura latinoamericana en un parque temático del realismo maravilloso. A
ellos sí que les reprocho algo”.
En el caso de Roncagliolo, el “padre” es Vargas Llosa y reconoce que
“es difícil hacer algo que no haya hecho él: desde columnas políticas hasta
espectáculos de teatro, desde crónicas periodísticas hasta programas de
televisión. Simplemente, llega un momento en que comprendes que no tienes que
hacerlo”.
La realidad política y social de América Latina es muy distinta de la
que había en los años sesenta y setenta, y también ha cambiado la literatura:
“Nuestros países son democracias. Ya no se debate la revolución. Eso significa
que los escritores ya no somos personajes políticos. No hace falta”, indica
Roncagliolo, convencido de que hoy día “nadie se creería novelas como ‘Cien
años de soledad’ o ‘Rayuela’”.
“Hace cincuenta años la gente creía en la utopía. Hoy no le creemos ni
al periódico. Conozco muchos escritores realistas hoy en día, pero no he
encontrado ni un Cortázar”, añade el autor de “Pudor”.
Iwasaki lo ve así: “Los maestros del ‘boom’ escribieron los grandes
relatos nacionales y las primeras novelas totales. Hoy es el tiempo de las
épicas íntimas y de los grandes relatos familiares que atraviesan lenguas y
continentes distintos”.
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El
País
Madrid - España
3 de noviembre de 2012
Lo que aprendí del boom
¿Han
‘matado al padre’ las nuevas generaciones de escritores latinoamericanos?
Diez de los más destacados de estos
autores analizan un fenómeno
que ha dejado una huella indeleble en su
literatura
Guadalupe Nettel (México, 1976)
Gracias al boom aprendí algunas cosas que han influido en mi forma de
ver la literatura: la primera —y basta leer La ciudad y los perros para darse
cuenta— es que la novela no es necesariamente un género de madurez y que es posible
practicarlo de manera virtuosa siendo aun muy joven. La segunda, y la más
importante de todas, es que se debe escribir desde quienes somos, desde aquello
que nos hace únicos e irrepetibles, en vez de querer imitar el estilo de los
autores a los que admiramos. Esto lo entendí leyendo a Gabriel García Márquez,
pero también a todos los escritores que, en vez de concentrarse en buscar su
propia voz, intentan reproducir el estilo del escritor colombiano. La tercera
es que más vale no pertenecer a ningún grupo literario que encasille nuestra
literatura y la cuarta es que el amor —tanto por las personas como por los
libros— es eterno mientras dura.
Mayra Santos-Febres (Puerto Rico, 1966)
Como muchos otros escritores de mi generación, crecí en el boom. El
boom construyó un sistema de referencias más literario que real, pero que
apelaba a las ansias de identidad que necesitábamos como región. Del boom
aprendimos todos que se puede ser un latinoamericano universal. Además, pudo
brindar claves para la creación y captación de realidades tan distintas como
las de Orhan Pamuk, Salman Rushdie, Toni Morrison, Paul Auster o Ben Okri.
Todos estos escritores han confesado su deuda con el boom. Saber que Colombia,
México, Perú, España y Puerto Rico decidieron mediante sus escritores que
éramos familia, a mí me hizo crecer con un panorama que sobrepasa la geografía.
Sentirme heredera de una tradición tan vasta me incita a querer superar los
legados del boom, y fraguar (y se debe fraguar) otra manera de ser ibero / latinoamericano
/ universal en el mundo.
Damián Tabarovsky (Argentina,
1967)
El boom retoma la ilusión de que
el escritor latinoamericano tiene que tener algo de for export, de very typical
(Bolaño es el último avatar del boom) con algunas gotitas de denuncia social y
pasteurización de tradiciones locales. A la vez, introduce la novedad de que
para ser escritor, o aún peor, hombre de letras, hace falta tener a una Carmen
Balcells, o alguien como Carmen Balcells, o a muchos como Carmen Balcells;
expresa el momento en que Barcelona comenzó a volverse sede del poder económico
editorial en castellano; informa sobre la necesidad del mercadeo de izquierda
como paradigma de la figura mediática del escritor latinoamericano (García
Marketing, como lo llamaba Fogwill). Lamentablemente no aprendí demasiado de
esas cosas. O por la negativa, tal vez sí, mucho. Algo más: hace poco releí
Pedro Páramo y Tratados en La Habana, casi antagónicos y ambos notables.
Wendy Guerra (Cuba, 1970)
El boom es mi certeza de que en
medio de las crisis o la guerra fría, el autor puede generar patologías
literarias, divinos síntomas de escritura excepcionales en un estilo común a
sus contemporáneos. Como en el Renacimiento, en geografías distintas surgen
tópicos comunes, evidencias culturales antes inverosímiles y la literatura
patenta, exhibe, prueba lo que antes parecía una alucinación endémica. Lo
inaceptable es reconocido a través de la alta palabra. Nací en 1970, soy un
personaje concebido tras la copulación colectiva en un mar de misiles y poesía
lezamiana, ellos me entrenaron en defender mi literatura (que es mi persona)
por misterioso que pueda resultarle a quienes (hoy) impiden sea editada o
leída. Comprendí que yo misma soy ese personaje literario pensado, escrito,
dibujado por la mano del boom, yo soy su hija, existo y tengo voz por ellos, a
pesar de las nuevas guerras frías.
Yuri Herrera (México, 1970)
Quizá lo primero es lo que los mismos escritores del boom aprendieron
de los modernistas: que la voluntad de estilo define la mirada sobre la
realidad y la fuerza de su narrativa. Que la del boom, entre otras cosas,
adolece de ser una lista compuesta casi exclusivamente por hombres. Que un
fenómeno mercadotécnico a veces solo es eso, y a veces se aprovecha de algo
evidente, como que la mejor literatura en lengua española ya se estaba
escribiendo en el continente americano. Que un buen escritor no necesariamente
es una autoridad moral: algunos de los que escribieron las mejores novelas del
siglo XX también plagiaron el trabajo de otros, sostuvieron amistades con
dictadores, justificaron invasiones injustificables y subordinaron sus
opiniones políticas a las necesidades de sus patrocinadores. Que una buena
novela sobrevive a las mezquindades de sus autores e inclusive a su propio
éxito.
Alberto Fuguet (Chile, 1964)
Lo que más aprendí del boom: lecciones de vida, ejemplos a no seguir.
No tratar de abarcarlo todo, no ser tan grande. Poder tropezar. Aprendizajes:
las mafias funcionan, una agente superpoderosa puede lograr mucho, un autor vale
más que su editorial. ¿Qué más? La idea de España como casa matriz me complica.
El boom (onomatopeya inglesa para designar el estallido de una bomba: rara
definición, ¿no?) fetichizó la figura del autor; los transformó en superhéroes.
Le dio acceso al poder e hizo que estuviera demasiado cerca de este. Pero lo
que más me complica es la idea de que unos ganaron y otros quedaron fuera. El
nosotros. Uno de “los nuestros”. Lo tenían muy claro: quién era quién. Hoy,
claro, el veredicto ha cambiado. Puig ahora es delantero. Quedan algunas obras
maestras, lo que no es poco. Y la esperanza de que ojalá nunca vuelva a
ocurrir.
Juan Gabriel Vásquez (Colombia,
1973)
Entre los muchos legados de esa generación extraordinaria, uno me
interesa especialmente: el derecho a la contaminación. Me refiero al destierro
de todo nacionalismo literario, al choque voluntario de la provinciana y
castiza novela latinoamericana con otras lenguas y otras tradiciones: otras
voces, otros ámbitos. Borges y Onetti habían entreabierto las ventanas de
nuestra literatura para que por ellas entraran los otros, de Kipling y
Stevenson a Faulkner y Céline; pero esas rupturas los obligaron a justificarse
repetidamente, y fueron siempre miradas como heterodoxias o herejías. El boom
convirtió aquella ventanilla entreabierta en una tronera: entró a saco en la
gran novela moderna, y nos legó a los que vinimos después la posibilidad de
mirar más allá de nuestra lengua y nuestras fronteras para construir novelas. Y
eso hemos hecho: sin pedir permiso y, sobre todo, sin causar escándalo.
Andrés Neuman (Argentina, 1977)
Ninguna etiqueta explica la realidad, pero algunas la mutilan hasta
volverla incomprensible. De eso que llamamos boom aprendí el abismo entre los
rótulos y las obras. ¿Qué tiene que ver Lezama con Onetti? ¿Por qué García
Márquez (1927) y Vargas Llosa (1936) sí, mientras Puig (1932) no? ¿Hasta cuándo
maestros como Di Benedetto o Ribeyro seguirán fuera de la foto? ¿Por qué no
figuran poetas, habiéndolos brillantes? ¿No resulta sospechoso que ni siquiera
Elena Garro, Silvina Ocampo o Clarice Lispector aparezcan en tan viriles
listas? De eso que llamamos boom admiro la ambición estética de sus autores,
que me hace pensar en la infinitud de la escritura; y recelo de sus mesianismos
políticos, que me hacen pensar en la patología del liderazgo. Entre tanta
generalización, dos décadas de textos extraordinarios. Tan grandes que merecen
ser leídos como por primera vez, desordenando los manuales.
Iván Thays (Perú, 1968)
Antes del boom, los escritores eran parte de una tribu literaria
regionalista, y quienes cumplían ese requisito no existían en el radar
literario; el boom rompió esa reducción tribal y se organizó bajo un criterio
insoslayable: la libertad formal y la libertad a la hora de escoger los temas.
Gracias a su talento y a esa libertad, sus libros —incluso los que pueden ser
considerados más “regionales”— pudieron leerse no solo como un folleto
informativo sobre un continente exótico, sino además como textos cuyos temas
comprometían a todos los seres humanos. El boom ganó un espacio para los
escritores que habían llegado antes y para los que íbamos a llegar después. Si
algo aprendí de ellos es a no someterme a una agenda nacional, latinoamericana
o del propio boom para escribir, y a defender mi derecho —no siempre respetado
o asumido por los demás— a ser leído fuera de cualquier tribu.
Julián Herbert (México, 1971)
Me resulta caricaturesca la actitud de autores de mi generación que
descalifican íntegramente el boom. Por otro lado, me entusiasman poco los
libros que García Márquez, Fuentes o Vargas Llosa publicaron durante las dos
últimas décadas. La región más transparente, La tía Julia y el escribidor o
Crónica de una muerte anunciada siguen siendo un gozo. También muchos cuentos
de Cortázar. Pero mis narradores latinoamericanos favoritos del periodo
—Cabrera Infante, Ibargüengoitia, Julio Ramón Ribeyro, Manuel Puig— no son, en
sentido estricto, parte del boom: más bien refieren una sensibilidad pop que se
aleja del exotismo y el simbolismo autoinfligidos y privilegia el humor sobre
lo sublime. No creo que el boom sea un fenómeno generacional, sino editorial y,
hasta cierto punto, una actitud ante el lenguaje. Si esto es verdad, entonces
prefiero el bip: una literatura en tonos más punzantes.
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lainformacion.com
Madrid - España
3 de noviembre de 2012
"Magníficas" editoriales
argentinas y "amigos"
de Borges impulsaron el "boom"
Por Mar Marín
(Agencia EFE)
Buenos Aires, 3 nov.- "Cada vez que llegaba una caja de libros de
Buenos Aires, hacíamos fiesta". Los libros de los que habla Gabriel García
Márquez en esta cita fueron obra de las legendarias editoriales argentinas que
dieron un impulso fundamental a la literatura latinoamericana.
"Eran los libros de Sudamericana, de Losada, de Sur, aquellas
casas magníficas que traducían los amigos de Borges", escribe el nobel
colombiano en El olor de la guayaba.
La Argentina de los años sesenta es un país con una ebullición cultural
sin procedentes, alimentada por figuras como Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges
o Adolfo Bioy Casares, y por la inquietud de los grandes editores del momento,
en buena parte españoles exiliados, como es el caso de Sudamericana, Losada o Espasa-Calpe.
No por casualidad es Sudamericana la primera en publicar Cien años de soledad, en mayo de 1967,
en una arriesgada apuesta de su editor, Francisco Porrúa, por el entonces
desconocido escritor colombiano.
Gloria Rodrigué, nieta de Antonio López Llausas, fundador de
Sudamericana, aún recuerda las anécdotas de su abuelo sobre los autores del
"boom" y se enorgulleces de haber trabajado durante 40 años en la
mítica editorial que también fue la primera en publicar a Julio Cortázar.
Cien años de soledad se
contrató con la lectura de un solo capítulo, con una primera edición de 8.000
ejemplares. Una apuesta muy fuerte para un autor desconocido", explica a
Efe Rodrigué, que hoy lleva las riendas de Edhasa.
La editora relata que, en agosto de 1967, García Márquez viajó a Buenos
Aires y su abuelo le llevó, en un maletín, un adelanto de los 500 dólares de
los derechos del libro al hotel donde se alojaba con su esposa, en el barrio
porteño de Recoleta.
"Gabo sacó los billetes, los tiró sobre la cama y le dijo a
Mercedes: ahora sí puedes ir a comprarte el vestido que quieras".
'Cien años de soledad se
empezó a vender entonces y no ha parado", continúa Rodrigué, que admite
que no todo fueron éxitos en el "boom".
"Los primeros libros de Cortázar no se vendían. Bestiario (1951) estuvo once años sin
venderse, pero el mercado era distinto y los editores apostaban entonces a los
autores. Si los libros no se vendían, se mantenía la apuesta y se iba
construyendo al autor", explica.
"Cuando salió Rayuela (1963),
Cortázar pasó a la fama, y tuvo y tiene un éxito extraordinario. Había que
esperar a los autores", insiste.
Junto a la apuesta decidida de los editores, el lenguaje común fue
determinante para impulsar el "boom", surgido de una generación de
intelectuales con una extraordinaria formación cultural, muchos de ellos
traductores, como era el caso de Borges y Cortázar.
"Traducíamos a Simone de Beauvoir, Camus, Malraux... No era sólo
un 'boom' en Latinoamérica, sino también en Europa", salvo, puntualiza
Rodrigué, en España, donde la censura impuesta por la dictadura franquista
impedía publicar a muchos de los autores de vanguardia.
"Muchos de los libros se hacían aquí porque en España no se podían
hacer. Para evitar la censura, a veces mandábamos libros a un depósito
clandestino en España y se vendían con una tapa falsa".
La efervescencia de la izquierda latinoamericana y el triunfo de la
revolución cubana fueron también fundamentales para impulsar la obra de
escritores latinoamericanos, apunta Susana Cella, investigadora de la
Universidad de Buenos Aires.
"Ya no era como en los años de las vanguardias, que el punto de
encuentro era París, ahora los intelectuales se reunían en La Habana, un país
con un proceso de cambio que generaba mucha expectativa", continúa Cella
en declaraciones a Efe.
Paralelamente, las editoriales argentinas "tenían voluntad de
riesgo, de no ir a lo seguro o a la marca registrada como ocurre ahora, sino de
difundir nuevos autores, de buscar nuevas expresiones".
Y en este caldo de cultivo, la publicación de Los Nuestros en 1966, del influyente crítico argentino Luis Hars,
contribuyó a delimitar lo que luego se llamaría la generación del
"boom".
En Los Nuestros, Hars incluye
a figuras consagradas, como Borges, Miguel Ángel Asturias o Juan Rulfo, junto a
escritores ascendentes, como Alejo Carpentier, Cortázar, Carlos Fuentes o Mario
Vargas Llosa, y a un desconocido: García Márquez.
Hoy, Rodrigué sostiene que ni autores ni editores fueron conscientes de
que formaban parte de un fenómeno que marcaría la historia de la literatura.
"No eran conscientes de su trascendencia. El boom latinoamericano
fue una época gloriosa que difícilmente se puede repetir. Ahora parece que la
cultura dejó de ser un bien universal y hay una tendencia a encerrarse en los
nacionalismos en todos lados. Eso atenta porque la cultura tiene que ser
universal", concluye.
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El
Heraldo
Barranquilla - Colombia
4 de Noviembre de 2012
Cultura
Celebran en Madrid
50 años del ‘boom’
latinoamericano
EFE
Un congreso que comienza mañana en Madrid, en la Casa de América, y que
inaugurará Mario Vargas Llosa, enmarca los 50 años del boom latinoamericano.
Ese nombre, que definió el éxito de la nueva novela latinoamericana fue del
periodista y escritor chileno Luis Harss, quien anticipó este fenómeno en su
libro Los nuestros, (1966) y que
ahora vuelve a editar Alfaguara.
Al encuentro académico, que se desarrollará además en distintas
universidades españolas, asistirán 46 escritores de ambas orillas del
Atlántico, jóvenes y consagrados.
En conversación con Efe, el editor Jorge Herralde recuerda que antes de
los años 70 se puede hablar de una “prehistoria barcelonesa” del boom que se
fragua cuando “a causa de la Guerra Civil española un grandísimo editor como
fue Antoni López Llausás fundó Editorial Sudamericana, el sello que publicó,
nada menos, que Cien años de soledad,
de Gabriel García Márquez y Rayuela,
de Julio Cortázar”.
“Muchos en Barcelona casi aprendimos a leer gracias a estas ediciones
latinoamericanas de Sudamericana y Losada, también fundada por un español”,
relata Herralde.
Después, recuerda el editor, llegaron a Barcelona en los años setenta
muchos autores e incluso algunos se instalaron durante años como García Márquez
y Vargas Llosa, que vivían en el barrio de Sarriá, muy cerca de la editorial
Anagrama.
Posteriormente lo hicieron el
mexicano Sergio Pitol y el chileno José Donoso, mientras otros estaban de paso
como el mexicano Carlos Fuentes o el argentino Julio Cortázar.
El protagonismo de Barral aparece sin embargo compartido con el papel
que jugó, y aún juega, la “superagente literaria” Carmen Balcells, como la
llamaba su amigo Manuel Vázquez Montalbán, o la Mamá Grande del boom, como se
han referido a ella en ocasiones García Márquez o Vargas Llosa.
El éxito de la Agencia Literaria Balcells comenzó con el colombiano,
cuyos derechos gestionó desde los primeros años de la década de 1960, y
posteriormente se fueron sumando a su nómina de escritores, Juan Carlos
Onetti, José Donoso o Alfredo Bryce
Echenique.
A sus 85 años y con problemas de salud, García Márquez, que un día
decidió vivir en México, sigue siendo una referencia indiscutible para las
nuevas generaciones de escritores, que asumen su legado como un regalo. Es una
personalidad que para siempre figurará en los anales de la literatura
universal.
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