4 de noviembre de 2012

MEMORABILIA GGM 620

Celebración del momento histórico
en que nació el boom latinoamericano
de la literatura

El Litoral.com
Santa Fe – Argentina
2 de noviembre de 2012

Cuando Latinoamérica colonizó
al mundo con la imaginación

La publicación de La ciudad y los perros
de Mario Vargas Llosa
es tomado como el punto de partida.

Carmen Sigüenza - EFE

Todo empezó con el deseo de convertir “el dolor en una fiesta” y de colocar a Latinoamérica de otra forma en el mundo. Una magia, un carnaval de la literatura, alimentado por Borges, Carpentier, Rulfo y Onetti, y que Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa convirtieron en un “boom”, del que se cumplen 50 años.

Y es que, sin saberse en qué fecha exacta se inicia el llamado “boom” latinoamericano que dejó a Europa boquiabierta gracias a la proyección que le dieron desde España editoriales como Seix Barral, se ha tomado la publicación hace 50 años de La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa como punto de partida.

Un homenaje a unos escritores que van a volver a ser revisados en un congreso internacional que comienza el 5 de noviembre en Madrid, en la Casa de América, y que inaugurará Mario Vargas Llosa.

Ese nombre, ese sonido de “boom” que definió el apabullante éxito de la nueva novela latinoamericana, fue puesto por el periodista y escritor Luis Harss (Valparaíso, Chile, 1936), quien anticipó este fenómeno sin precedentes en su libro Los nuestros, que publicó en 1966 y que ahora vuelve a editar Alfaguara.

Ahí estaban los maestros, Borges, Asturias, Guimaraes Rosa, Onetti o Rulfo, y los jóvenes que serían los magos del “boom”: Cortázar, Carlos Fuentes, García Márquez y Mario Vargas Llosa.

“No estoy contento con este nombre y muchas veces me arrepiento de él porque me parece un poco superficial”, explica Harss.

“En 1966 –argumenta Harss– me encontraba como periodista en una reunión en la que estaba Vargas Llosa, en Buenos Aires, con el jurado en torno al premio Primera Plana, y empezaron a hablar de la novela iberoamericana, y entonces hice un comentario idiota al decir que lo que estaba pasando con la novela era como el ‘boom’ económico que había vivido Italia; luego lo escribí en un reportaje y desde entonces se quedó”.

Estos escritores se preocuparon por encontrar un lenguaje y por cómo hacer del continente americano una experiencia universal, señala Harss.

“Un continente que había sido marginal, digamos, que alguien llamó el pecado capital de América, que consistía en haber nacido fuera de la cultura y fuera de la historia y que hasta entonces la novela lo había aceptado con un tipo de novelas parciales y regionales. De pronto, estos autores hablaban aceptando su propia tradición, su propia cultura, pero la proyectaron hacia fuera: universalizaron los temas”, sostiene el periodista chileno.

El contexto político, en los años sesenta y setenta, también caracterizó a este grupo de escritores: las dictaduras o la revolución cubana marcaron sentimientos mezclados de utopía, tragedia, barbarie, insatisfacción o deseo de justicia.

“Vale tener en cuenta -escribe Carlos Fuentes en su libro La gran novela latinoamericana- que, literariamente, esta es la tierra común del Señor Presidente de (Miguel Ángel) Asturias y el Tirano Banderas de Valle-Inclán, el Primer Magistrado de Carpentier y el Patriarca de García Márquez, el Pedro Páramo de Rulfo y los Ardavines de Gallegos, el Supremo de Roa Bastos, el minúsculo don Mónico de Mariano Azuela y el Trujillo Benefactor de Vargas Llosa”.

Así, se fue construyendo una imaginación liberada, un canto de libertad. Una épica del desencanto que convirtió las balas en belleza radical, la naturaleza extrema en mito y el lenguaje en una fiesta mágica. Una nueva realidad que dio títulos como La casa verde, de Vargas Llosa; Cien años de soledad, de García Márquez; Rayuela, de Cortázar o La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes. Estos solo por mencionar brevemente algunos de los muchos libros que fueron éxitos del “boom” y que traspasaron la frontera de España y América Latina, ya que fueron traducidos en toda Europa.

Admiradores de Joyce, Proust, Sartre, Camus o Faulkner, los dueños del “boom” son unos clásicos que viven, como García Márquez y Vargas Llosa, ambos premios Nobel, y que tienen ahora la oportunidad de ser revisitados.

“Serán revisitados para recordarlos, criticarlos y ponerlos en su sitio. Ellos dieron un salto hacia adelante y marcaron un punto de inflexión”, dice a Efe Juan José Armas Marcelo, director de la cátedra Mario Vargas Llosa, organizadora del congreso internacional sobre el “boom”, junto con Acción Cultural Española.

Y es que, al fin y al cabo, como escribió García Márquez, “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.

Análisis

Ana Mendoza – EFE

Los escritores nacidos después de los 60 los ven como clásicos

Los escritores hispanoamericanos nacidos después de 1960 nunca sintieron que pesara sobre ellos como una losa el listón tan alto que dejaron los novelistas del “boom“ latinoamericano. Al contrario: los consideran sus clásicos y, como dice Jorge Volpi, “de los clásicos solo se puede aprender”.

“Yo no sería escritor si no hubiera leído ‘Cien años de soledad’ a los 16 y ‘Rayuela’ a los 19. Y no sería el escritor que soy si no hubiera leído toda la obra de Vargas Llosa a los 21”, afirma el novelista colombiano Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973), al responder unas preguntas sobre el 50 aniversario del “boom”.

Esas preguntas las han contestado el mexicano Jorge Volpi, de 44 años, y los peruanos Fernando Iwasaki, de 51, y Santiago Roncagliolo, de 37.

Los cuatro viven en España, han ganado premios importantes y son representativos de la nueva literatura latinoamericana, muy distinta de la del “boom” pero con la que, según Volpi, tratan de “responder a los grandes desafíos” de aquel movimiento fundamental, que, asegura Roncagliolo, “puso a América Latina en el mapa cultural“.

“Antes de los escritores del ‘boom’ nadie sabía que existíamos”, señala el autor de “Abril rojo” (Premio Alfaguara 2006).

La principal consecuencia de ese movimiento “son decenas de libros memorables. Y luego, claro, inventar una América Latina literaria, que ha llegado a suplantar a la América Latina real”, apostilla Volpi, autor de “En busca de Klingsor” (premios Biblioteca Breve y Grinzane Cavour) y de “La tejedora de sombras” (Premio Planeta Iberoamericano).

La genialidad de autores como García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes o Cortázar, pudo “oprimir” a “ciertos compañeros de generación o de la siguiente promoción”, pero “de ninguna manera” a quienes nacieron después de 1960, asegura Iwasaki, Premio Nacional de Narrativa y Premio Nacional de Ensayo.

“Los autores del ‘boom’ fueron nuestros maestros y nuestras referencias literarias. Nosotros los leímos sin envidias y sin ánimo de competir, porque los descubrimos como lectores a la edad de quince años o menos”, dice Iwasaki.

“Son nuestros clásicos, y de los clásicos solo se puede aprender. Fueron y son mis maestros. Habría que imaginar que, en otras tradiciones, serían los equivalentes de Shakespeare o de Goethe”, subraya Volpi.

Para Vásquez, que ganó el Premio Alfaguara con “El ruido de las cosas al caer”, nacer después de esa generación le “facilitó mucho las cosas”.

“Lo que hicieron esos libros extraordinarios fue abrirnos el camino: enseñarnos a aprovechar otras tradiciones, darnos un ejemplo de consagración al oficio, mostrarnos los riesgos de mezclarse con la política”, comenta Vásquez.

Roncagliolo supone que el “boom” marcó un listón “anormalmente alto”, y, de hecho, cuando él empezó su carrera literaria “la idea“ que tenía de un escritor era que “debía ser capaz de escribir 700 páginas, ganar un Nobel y ser candidato a presidente”, afirma con humor.

¿Alguno de estos escritores sintió ganas de hacer eso tan freudiano de “matar al padre“?
“Nunca”, asegura Vásquez, al referirse a García Márquez: “Me han entrado ganas de discutir mucho y a veces pelear a puñetazo limpio. Y muchas veces ni siquiera es con él, sino con sus imitadores baratos que han convertido la literatura latinoamericana en un parque temático del realismo maravilloso. A ellos sí que les reprocho algo”.

En el caso de Roncagliolo, el “padre” es Vargas Llosa y reconoce que “es difícil hacer algo que no haya hecho él: desde columnas políticas hasta espectáculos de teatro, desde crónicas periodísticas hasta programas de televisión. Simplemente, llega un momento en que comprendes que no tienes que hacerlo”.

La realidad política y social de América Latina es muy distinta de la que había en los años sesenta y setenta, y también ha cambiado la literatura: “Nuestros países son democracias. Ya no se debate la revolución. Eso significa que los escritores ya no somos personajes políticos. No hace falta”, indica Roncagliolo, convencido de que hoy día “nadie se creería novelas como ‘Cien años de soledad’ o ‘Rayuela’”.

“Hace cincuenta años la gente creía en la utopía. Hoy no le creemos ni al periódico. Conozco muchos escritores realistas hoy en día, pero no he encontrado ni un Cortázar”, añade el autor de “Pudor”.

Iwasaki lo ve así: “Los maestros del ‘boom’ escribieron los grandes relatos nacionales y las primeras novelas totales. Hoy es el tiempo de las épicas íntimas y de los grandes relatos familiares que atraviesan lenguas y continentes distintos”.

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El País
Madrid - España
3 de noviembre de 2012


Lo que aprendí del boom

¿Han ‘matado al padre’ las nuevas generaciones de escritores latinoamericanos?
Diez de los más destacados de estos autores analizan un fenómeno
que ha dejado una huella indeleble en su literatura


Guadalupe Nettel (México, 1976)
Gracias al boom aprendí algunas cosas que han influido en mi forma de ver la literatura: la primera —y basta leer La ciudad y los perros para darse cuenta— es que la novela no es necesariamente un género de madurez y que es posible practicarlo de manera virtuosa siendo aun muy joven. La segunda, y la más importante de todas, es que se debe escribir desde quienes somos, desde aquello que nos hace únicos e irrepetibles, en vez de querer imitar el estilo de los autores a los que admiramos. Esto lo entendí leyendo a Gabriel García Márquez, pero también a todos los escritores que, en vez de concentrarse en buscar su propia voz, intentan reproducir el estilo del escritor colombiano. La tercera es que más vale no pertenecer a ningún grupo literario que encasille nuestra literatura y la cuarta es que el amor —tanto por las personas como por los libros— es eterno mientras dura.

 Mayra Santos-Febres (Puerto Rico, 1966)
Como muchos otros escritores de mi generación, crecí en el boom. El boom construyó un sistema de referencias más literario que real, pero que apelaba a las ansias de identidad que necesitábamos como región. Del boom aprendimos todos que se puede ser un latinoamericano universal. Además, pudo brindar claves para la creación y captación de realidades tan distintas como las de Orhan Pamuk, Salman Rushdie, Toni Morrison, Paul Auster o Ben Okri. Todos estos escritores han confesado su deuda con el boom. Saber que Colombia, México, Perú, España y Puerto Rico decidieron mediante sus escritores que éramos familia, a mí me hizo crecer con un panorama que sobrepasa la geografía. Sentirme heredera de una tradición tan vasta me incita a querer superar los legados del boom, y fraguar (y se debe fraguar) otra manera de ser ibero / latinoamericano / universal en el mundo.

Damián Tabarovsky (Argentina, 1967)
 El boom retoma la ilusión de que el escritor latinoamericano tiene que tener algo de for export, de very typical (Bolaño es el último avatar del boom) con algunas gotitas de denuncia social y pasteurización de tradiciones locales. A la vez, introduce la novedad de que para ser escritor, o aún peor, hombre de letras, hace falta tener a una Carmen Balcells, o alguien como Carmen Balcells, o a muchos como Carmen Balcells; expresa el momento en que Barcelona comenzó a volverse sede del poder económico editorial en castellano; informa sobre la necesidad del mercadeo de izquierda como paradigma de la figura mediática del escritor latinoamericano (García Marketing, como lo llamaba Fogwill). Lamentablemente no aprendí demasiado de esas cosas. O por la negativa, tal vez sí, mucho. Algo más: hace poco releí Pedro Páramo y Tratados en La Habana, casi antagónicos y ambos notables.

Wendy Guerra (Cuba, 1970)
 El boom es mi certeza de que en medio de las crisis o la guerra fría, el autor puede generar patologías literarias, divinos síntomas de escritura excepcionales en un estilo común a sus contemporáneos. Como en el Renacimiento, en geografías distintas surgen tópicos comunes, evidencias culturales antes inverosímiles y la literatura patenta, exhibe, prueba lo que antes parecía una alucinación endémica. Lo inaceptable es reconocido a través de la alta palabra. Nací en 1970, soy un personaje concebido tras la copulación colectiva en un mar de misiles y poesía lezamiana, ellos me entrenaron en defender mi literatura (que es mi persona) por misterioso que pueda resultarle a quienes (hoy) impiden sea editada o leída. Comprendí que yo misma soy ese personaje literario pensado, escrito, dibujado por la mano del boom, yo soy su hija, existo y tengo voz por ellos, a pesar de las nuevas guerras frías.

Yuri Herrera (México, 1970)
Quizá lo primero es lo que los mismos escritores del boom aprendieron de los modernistas: que la voluntad de estilo define la mirada sobre la realidad y la fuerza de su narrativa. Que la del boom, entre otras cosas, adolece de ser una lista compuesta casi exclusivamente por hombres. Que un fenómeno mercadotécnico a veces solo es eso, y a veces se aprovecha de algo evidente, como que la mejor literatura en lengua española ya se estaba escribiendo en el continente americano. Que un buen escritor no necesariamente es una autoridad moral: algunos de los que escribieron las mejores novelas del siglo XX también plagiaron el trabajo de otros, sostuvieron amistades con dictadores, justificaron invasiones injustificables y subordinaron sus opiniones políticas a las necesidades de sus patrocinadores. Que una buena novela sobrevive a las mezquindades de sus autores e inclusive a su propio éxito.

Alberto Fuguet (Chile, 1964)
Lo que más aprendí del boom: lecciones de vida, ejemplos a no seguir. No tratar de abarcarlo todo, no ser tan grande. Poder tropezar. Aprendizajes: las mafias funcionan, una agente superpoderosa puede lograr mucho, un autor vale más que su editorial. ¿Qué más? La idea de España como casa matriz me complica. El boom (onomatopeya inglesa para designar el estallido de una bomba: rara definición, ¿no?) fetichizó la figura del autor; los transformó en superhéroes. Le dio acceso al poder e hizo que estuviera demasiado cerca de este. Pero lo que más me complica es la idea de que unos ganaron y otros quedaron fuera. El nosotros. Uno de “los nuestros”. Lo tenían muy claro: quién era quién. Hoy, claro, el veredicto ha cambiado. Puig ahora es delantero. Quedan algunas obras maestras, lo que no es poco. Y la esperanza de que ojalá nunca vuelva a ocurrir.

Juan Gabriel Vásquez (Colombia, 1973)
Entre los muchos legados de esa generación extraordinaria, uno me interesa especialmente: el derecho a la contaminación. Me refiero al destierro de todo nacionalismo literario, al choque voluntario de la provinciana y castiza novela latinoamericana con otras lenguas y otras tradiciones: otras voces, otros ámbitos. Borges y Onetti habían entreabierto las ventanas de nuestra literatura para que por ellas entraran los otros, de Kipling y Stevenson a Faulkner y Céline; pero esas rupturas los obligaron a justificarse repetidamente, y fueron siempre miradas como heterodoxias o herejías. El boom convirtió aquella ventanilla entreabierta en una tronera: entró a saco en la gran novela moderna, y nos legó a los que vinimos después la posibilidad de mirar más allá de nuestra lengua y nuestras fronteras para construir novelas. Y eso hemos hecho: sin pedir permiso y, sobre todo, sin causar escándalo.

Andrés Neuman (Argentina, 1977)
Ninguna etiqueta explica la realidad, pero algunas la mutilan hasta volverla incomprensible. De eso que llamamos boom aprendí el abismo entre los rótulos y las obras. ¿Qué tiene que ver Lezama con Onetti? ¿Por qué García Márquez (1927) y Vargas Llosa (1936) sí, mientras Puig (1932) no? ¿Hasta cuándo maestros como Di Benedetto o Ribeyro seguirán fuera de la foto? ¿Por qué no figuran poetas, habiéndolos brillantes? ¿No resulta sospechoso que ni siquiera Elena Garro, Silvina Ocampo o Clarice Lispector aparezcan en tan viriles listas? De eso que llamamos boom admiro la ambición estética de sus autores, que me hace pensar en la infinitud de la escritura; y recelo de sus mesianismos políticos, que me hacen pensar en la patología del liderazgo. Entre tanta generalización, dos décadas de textos extraordinarios. Tan grandes que merecen ser leídos como por primera vez, desordenando los manuales.

Iván Thays (Perú, 1968)
Antes del boom, los escritores eran parte de una tribu literaria regionalista, y quienes cumplían ese requisito no existían en el radar literario; el boom rompió esa reducción tribal y se organizó bajo un criterio insoslayable: la libertad formal y la libertad a la hora de escoger los temas. Gracias a su talento y a esa libertad, sus libros —incluso los que pueden ser considerados más “regionales”— pudieron leerse no solo como un folleto informativo sobre un continente exótico, sino además como textos cuyos temas comprometían a todos los seres humanos. El boom ganó un espacio para los escritores que habían llegado antes y para los que íbamos a llegar después. Si algo aprendí de ellos es a no someterme a una agenda nacional, latinoamericana o del propio boom para escribir, y a defender mi derecho —no siempre respetado o asumido por los demás— a ser leído fuera de cualquier tribu.

Julián Herbert (México, 1971)
Me resulta caricaturesca la actitud de autores de mi generación que descalifican íntegramente el boom. Por otro lado, me entusiasman poco los libros que García Márquez, Fuentes o Vargas Llosa publicaron durante las dos últimas décadas. La región más transparente, La tía Julia y el escribidor o Crónica de una muerte anunciada siguen siendo un gozo. También muchos cuentos de Cortázar. Pero mis narradores latinoamericanos favoritos del periodo —Cabrera Infante, Ibargüengoitia, Julio Ramón Ribeyro, Manuel Puig— no son, en sentido estricto, parte del boom: más bien refieren una sensibilidad pop que se aleja del exotismo y el simbolismo autoinfligidos y privilegia el humor sobre lo sublime. No creo que el boom sea un fenómeno generacional, sino editorial y, hasta cierto punto, una actitud ante el lenguaje. Si esto es verdad, entonces prefiero el bip: una literatura en tonos más punzantes.

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lainformacion.com
Madrid - España
3 de noviembre de 2012

"Magníficas" editoriales
argentinas y "amigos"
de Borges impulsaron el "boom"


Por Mar Marín

(Agencia EFE)

Buenos Aires, 3 nov.- "Cada vez que llegaba una caja de libros de Buenos Aires, hacíamos fiesta". Los libros de los que habla Gabriel García Márquez en esta cita fueron obra de las legendarias editoriales argentinas que dieron un impulso fundamental a la literatura latinoamericana.

"Eran los libros de Sudamericana, de Losada, de Sur, aquellas casas magníficas que traducían los amigos de Borges", escribe el nobel colombiano en El olor de la guayaba.

La Argentina de los años sesenta es un país con una ebullición cultural sin procedentes, alimentada por figuras como Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges o Adolfo Bioy Casares, y por la inquietud de los grandes editores del momento, en buena parte españoles exiliados, como es el caso de Sudamericana, Losada o Espasa-Calpe.

No por casualidad es Sudamericana la primera en publicar Cien años de soledad, en mayo de 1967, en una arriesgada apuesta de su editor, Francisco Porrúa, por el entonces desconocido escritor colombiano.

Gloria Rodrigué, nieta de Antonio López Llausas, fundador de Sudamericana, aún recuerda las anécdotas de su abuelo sobre los autores del "boom" y se enorgulleces de haber trabajado durante 40 años en la mítica editorial que también fue la primera en publicar a Julio Cortázar.

Cien años de soledad se contrató con la lectura de un solo capítulo, con una primera edición de 8.000 ejemplares. Una apuesta muy fuerte para un autor desconocido", explica a Efe Rodrigué, que hoy lleva las riendas de Edhasa.

La editora relata que, en agosto de 1967, García Márquez viajó a Buenos Aires y su abuelo le llevó, en un maletín, un adelanto de los 500 dólares de los derechos del libro al hotel donde se alojaba con su esposa, en el barrio porteño de Recoleta.

"Gabo sacó los billetes, los tiró sobre la cama y le dijo a Mercedes: ahora sí puedes ir a comprarte el vestido que quieras".

'Cien años de soledad se empezó a vender entonces y no ha parado", continúa Rodrigué, que admite que no todo fueron éxitos en el "boom".

"Los primeros libros de Cortázar no se vendían. Bestiario (1951) estuvo once años sin venderse, pero el mercado era distinto y los editores apostaban entonces a los autores. Si los libros no se vendían, se mantenía la apuesta y se iba construyendo al autor", explica.

"Cuando salió Rayuela (1963), Cortázar pasó a la fama, y tuvo y tiene un éxito extraordinario. Había que esperar a los autores", insiste.

Junto a la apuesta decidida de los editores, el lenguaje común fue determinante para impulsar el "boom", surgido de una generación de intelectuales con una extraordinaria formación cultural, muchos de ellos traductores, como era el caso de Borges y Cortázar.

"Traducíamos a Simone de Beauvoir, Camus, Malraux... No era sólo un 'boom' en Latinoamérica, sino también en Europa", salvo, puntualiza Rodrigué, en España, donde la censura impuesta por la dictadura franquista impedía publicar a muchos de los autores de vanguardia.

"Muchos de los libros se hacían aquí porque en España no se podían hacer. Para evitar la censura, a veces mandábamos libros a un depósito clandestino en España y se vendían con una tapa falsa".

La efervescencia de la izquierda latinoamericana y el triunfo de la revolución cubana fueron también fundamentales para impulsar la obra de escritores latinoamericanos, apunta Susana Cella, investigadora de la Universidad de Buenos Aires.

"Ya no era como en los años de las vanguardias, que el punto de encuentro era París, ahora los intelectuales se reunían en La Habana, un país con un proceso de cambio que generaba mucha expectativa", continúa Cella en declaraciones a Efe.

Paralelamente, las editoriales argentinas "tenían voluntad de riesgo, de no ir a lo seguro o a la marca registrada como ocurre ahora, sino de difundir nuevos autores, de buscar nuevas expresiones".

Y en este caldo de cultivo, la publicación de Los Nuestros en 1966, del influyente crítico argentino Luis Hars, contribuyó a delimitar lo que luego se llamaría la generación del "boom".

En Los Nuestros, Hars incluye a figuras consagradas, como Borges, Miguel Ángel Asturias o Juan Rulfo, junto a escritores ascendentes, como Alejo Carpentier, Cortázar, Carlos Fuentes o Mario Vargas Llosa, y a un desconocido: García Márquez.

Hoy, Rodrigué sostiene que ni autores ni editores fueron conscientes de que formaban parte de un fenómeno que marcaría la historia de la literatura.

"No eran conscientes de su trascendencia. El boom latinoamericano fue una época gloriosa que difícilmente se puede repetir. Ahora parece que la cultura dejó de ser un bien universal y hay una tendencia a encerrarse en los nacionalismos en todos lados. Eso atenta porque la cultura tiene que ser universal", concluye.

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El Heraldo
Barranquilla - Colombia
4 de Noviembre de 2012

 Cultura
Celebran en Madrid
50 años del ‘boom’
latinoamericano

EFE

Un congreso que comienza mañana en Madrid, en la Casa de América, y que inaugurará Mario Vargas Llosa, enmarca los 50 años del boom latinoamericano. Ese nombre, que definió el éxito de la nueva novela latinoamericana fue del periodista y escritor chileno Luis Harss, quien anticipó este fenómeno en su libro Los nuestros, (1966) y que ahora vuelve a editar Alfaguara.

Al encuentro académico, que se desarrollará además en distintas universidades españolas, asistirán 46 escritores de ambas orillas del Atlántico, jóvenes y consagrados.

En conversación con Efe, el editor Jorge Herralde recuerda que antes de los años 70 se puede hablar de una “prehistoria barcelonesa” del boom que se fragua cuando “a causa de la Guerra Civil española un grandísimo editor como fue Antoni López Llausás fundó Editorial Sudamericana, el sello que publicó, nada menos, que Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez y Rayuela, de Julio Cortázar”.

“Muchos en Barcelona casi aprendimos a leer gracias a estas ediciones latinoamericanas de Sudamericana y Losada, también fundada por un español”, relata Herralde.

Después, recuerda el editor, llegaron a Barcelona en los años setenta muchos autores e incluso algunos se instalaron durante años como García Márquez y Vargas Llosa, que vivían en el barrio de Sarriá, muy cerca de la editorial Anagrama.

Posteriormente lo hicieron  el mexicano Sergio Pitol y el chileno José Donoso, mientras otros estaban de paso como el mexicano Carlos Fuentes o el argentino Julio Cortázar.

El protagonismo de Barral aparece sin embargo compartido con el papel que jugó, y aún juega, la “superagente literaria” Carmen Balcells, como la llamaba su amigo Manuel Vázquez Montalbán, o la Mamá Grande del boom, como se han referido a ella en ocasiones García Márquez o Vargas Llosa.

El éxito de la Agencia Literaria Balcells comenzó con el colombiano, cuyos derechos gestionó desde los primeros años de la década de 1960, y posteriormente se fueron sumando a su nómina de escritores, Juan Carlos Onetti,  José Donoso o Alfredo Bryce Echenique.

A sus 85 años y con problemas de salud, García Márquez, que un día decidió vivir en México, sigue siendo una referencia indiscutible para las nuevas generaciones de escritores, que asumen su legado como un regalo. Es una personalidad que para siempre figurará en los anales de la literatura universal.

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