MEMORABILIA GGM 617
EL TIEMPO
Bogotá –
Colombia
22 de
octubre de 2012
El Nobel de Barranquilla
Por
Heriberto Fiorillo
A principios de los 90, durante una entrevista
colectiva para la televisión inglesa, Gabriel García Márquez le reiteró a su
carnal Alfonso Fuenmayor -en presencia del otro mosquetero macondiano, Germán
Vargas Cantillo- lo que ya había dicho tiempo atrás en Estocolmo y en Roma:
"La parte más importante de mi vida fue la que pasé en Barranquilla con
ustedes. A mí se me abrieron muchas ventanas. De todos modos, hubiera sido un
escritor porque esa era mi vocación, pero sin ustedes, otra dirección hubiera
tomado. Sin Barranquilla, no hubiera sido Premio Nobel".
En 1983, Gabo conversó con María Teresa Herrán
en una entrevista que siempre valoramos, en relación con sus amigos de
Barranquilla. "Amigos son los que uno quiere como son -le dijo GGM a María
Teresa-. Hoy, las afinidades laborales suelen crear más amistades que las circunstancias
casuales." Y para responder por qué había escogido a Álvaro Cepeda
Samudio, a Alfonso Fuenmayor y a Germán Vargas como sus más grandes amigos,
Gabo explicó: "Los he escogido porque, primero, tienen una buena formación
literaria; segundo, porque poseen muy buen criterio y, lo más importante de
todo: que de
Integrantes
del Grupo de La Cueva: Germán Vargas, Alfonso Fuenmayor, Cecilia pPorras,
Alvaro Cepeda y Figurita
verdad verdad me dicen lo que piensan, así sea
lo más doloroso".
"Sus amigos -había dicho Germán Vargas-
estábamos seguros de que Gabito llegaría a ser un gran escritor, y hay
constancia escrita de ello. Creo que él compartía también esa certidumbre, por
cuanto conocía sus espléndidas capacidades mejor que nadie: su disciplina, su
consagración al trabajo literario. Por lo demás, no se necesitan especiales
condiciones de adivino para darse cuenta de que en el García Márquez de
entonces había ya un gran escritor futuro."
"Como yo era el menor -explicó Gabo a
María Teresa-, me convertí un poco en el hermano que había que sacar adelante.
Ellos fueron decisivos en mi formación intelectual, orientaron mis lecturas, me
ayudaron, me prestaron libros y, como amigos, a pesar de todas las
circunstancias de mi vida, ellos siguen siendo los mejores."
Entonces, María Teresa le preguntó si, en su
opinión, el hecho de que fueran amigos del Nobel opacaba su propia carrera
intelectual, a lo que Gabo opinó: "Sí, pero en el fondo siempre supimos
que uno de nosotros tenía que surgir. Era una especie de pacto tácito. Por eso
creo sinceramente que ellos aceptan que me haya tocado a mí, con gran
satisfacción interna, porque piensan que a ellos también les corresponde parte
del mérito."
Visto así, el Nobel fue también un premio para
el Grupo de Barranquilla, por los cuentos de Gabito que criticaron, los libros
que le prestaron, las opiniones, el afecto y el apoyo incondicional que le
dieron. "Aquellos años febriles fueron los decisivos en mi formación de
escritor. Eran unos tiempos raros, en los que todo el mundo se ayudaba, de
palabra o de obra, en la Barranquilla libre y liberal de los años 50".
"Precisamente, en Estocolmo -y esto lo
recordaba también Germán-, unos días después de recibir el Premio Nobel de
Literatura, al que nos había hecho invitar, Gabo nos convidó y nos dijo: 'Ahora
vamos a hacer únicamente una reunión para mis amigos de Barranquilla'.
"Eramos solo Alfonso con su mujer, yo con
la mía, la viuda de Álvaro, Gabito y Mercedes. Nos reunió en una suite de un
hotel distinto del hotel donde estaba alojado él oficialmente, y allí nos
presentamos sin decirle a nadie y pasamos todo un día hablando, recordando. Un
día que yo llamo dedicado a la nostalgia."
A la nostalgia de aquellos años decisivos en
una ciudad que, gracias a Gabo, pero también a Germán, Álvaro y Alfonso, tiene
derecho a seguir sacando pecho por ese Nobel magnífico de hace treinta años.
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EL HERALDO. Com
Barranquilla
- Colombia
20 de
Octubre de 2012 - 05:26 pm
Gabriel García Márquez:
un día, después del Nobel
Por Heriberto
Fiorillo
Gabo, impaciente porque no llega Álvaro Mutis,
durante la entrevista que le hizo Heriberto Fiorillo antes de ir a recibir el
‘Aguila Azteca’, condecoración del gobierno mexicano.
Este reportaje bien podría comenzar así:
Excepcionalmente se ha concedido el Premio Nobel de Literatura a un autor de
innumerables méritos, dentro de los cuales no sería el menos importante ese de
ser el novelista más grande del mundo actual y uno de los más interesantes de
todos los tiempos.
No es posible, en realidad, por tres razones.
La primera, porque esta introducción fue ya publicada en 1950. La segunda,
porque no se refería entonces a Gabriel García Márquez sino a William Faulkner.
Y la tercera, porque la escribió precisamente García Márquez.
Lo hizo bajo el seudónimo de “Séptimus”, en su
columna habitual de EL HERALDO, en Barranquilla, cuando tenía apenas 23 años,
guardaba el borrador de su primera novela dentro de una gaveta y experimentaba
un inevitable sentimiento de inconformidad anual frente al veredicto de la
Academia Sueca.
Según el Gabito redactor de aquella época, los
escandinavos casi nunca acertaban una decisión. En ese contexto, el premio al
maestro Faulkner resultaba, por supuesto, una excepción. Lo acostumbrado era no
premiar maestros. “Si la institución del Premio Nobel fuera más antigua
–escribía Séptimus– posiblemente nos sorprenderíamos ahora de que no le hubiese
sido otorgado a Cervantes, a Racine o a Rabelais”.
En efecto, ni James, ni Kafka, ni Proust lo
obtuvieron. Ni siquiera Tolstoi recibió la bendición de la Academia. Y para el
García Márquez que aprendía el oficio literario en el quehacer del periodismo
esto era imperdonable.
Su criterio al respecto no sufrió variación
alguna en 30 años. En septiembre de 1980,
Gabo revalidó sus conceptos de EL HERALDO en
cuatro entregas dominicales para El Espectador.
—Esas columnas sobre el Nobel las escribí
tratando de tirármelo. De conjurarlo.
Me lo dice este viernes, temprano en la
mañana, en la sala blanca de su casa mexicana, sentado bajo el cuadro de
Alejandro Obregón, perforado a tiro por el mismo artista. Hace 24 horas que el
mundo se enteró de la noticia: García Márquez, Premio Nobel. No importa lo que
él pensara, la Academia había decidido otorgárselo a su obra.
GGM y Heriberto Fiorillo
Hoy Gabo se ha puesto por excepción una
corbata. Está metido en un elegante traje gris que juega con la plata de sus
canas, y se ha paseado nervioso sobre el tapete, mirando su reloj de manilla a
cada rato, esperando a Mercedes, su mujer, y a Álvaro Mutis, el escritor amigo
que ha disfrutado el honor por estos días de ser el chofer especial del Nobel.
Lo del vestido y la corbata se explican en una
condecoración distinta, el Águila Azteca, que el gobierno mexicano concede a
los extranjeros más ilustres, y que García Márquez recibirá dentro de una hora
en Los Pinos, la mansión presidencial. Varios premios se han juntado. Desde
Cuba anunciaban ayer la condecoración Félix Varela para Gabo. Pero el que hacía
más ruido era, sin duda, el Nobel.
–Conmigo cambió el criterio de la Academia,
porque en ella había imperado ese deseo de encomiar la obra de autores
desconocidos. De verdad, nunca nadie descifrará cuáles son las razones
políticas que se toman en consideración para dar el Nobel. Yo, como decía alguna
vez un amigo, creo que el premio es políticamente bueno si resulta acertado, y
políticamente malo, si no.
Le digo que todo lo que él dijo sobre Faulkner
en aquella columna de hace 32 años se le podría aplicar a él. Entonces se ríe
con amplitud cómplice: La vida me ha enseñado que uno nunca debe decir “de esta
mierda no comeré”.
La casa, iluminada y limpia, está llena de
flores amarillas. La canasta del presidente Betancur ha sido colocada por
Mercedes en un rincón especial de la sala. Un amigo mandó una caja de guayabas
y otro, Antonio Caballero, llamó desde el lunes, cuando nadie sabía a ciencia
cierta si el Nobel era para Gabo, diciendo a manera de presagio convincente que
como estaba seguro de que Gabo se lo ganaba, entonces llamaba con anticipación,
para evitarse el teléfono congestionado del jueves. Todos lo tomaron a broma.
García Márquez era apenas uno de los pocos
candidatos en una lista en la que figuraba también Borges, por enésima vez.
–El miedo que yo sentía era que me tocara
sustituir a Borges en esa candidatura anual. Yo tengo 54 años y había sido
nominado durante los últimos cuatro. Borges tiene más de 80. ¿Te imaginas? ¿Qué
tal que me hubieran tocado 30 años más de candidatura? Por eso he dicho en
numerosas ocasiones que la mayor satisfacción que me ha dado el Nobel es saber
que el próximo año no seré candidato.
Le
pregunto cuál es el premio que más satisfacciones le ha dado en la vida, y él
me contesta con rapidez:
El primero. Uno de cuento. El que le dio la
Asociación de Escritores y Artistas de Colombia a Un día después del sábado, en 1955.
¿Quién
se debe ganar un premio que nunca se ha ganado? –decido
continuar en esa tónica repentista.
Rulfo y Graham Greene, el Premio Nobel. Por
ejemplo, el criterio de la Academia para no darle el premio a Greene creo que
es el de que se trata de un autor demasiado comercial. Y eso no es cierto. Lo
que pasa es que le gusta a mucha gente. Tiene lectores. Y se vende.
¿Algún
premio que te gustaría ganar?
¡Un concurso de belleza!
¿En qué
se parecen los premios literarios a los concursos literarios?
Te digo en qué no se parecen. En que uno los
premios tiene que ganárselos a huevo, mientras los concursos dependen de muchos
factores…
Hace unos minutos he comenzado a tutearlo sin
darme cuenta. Es extraño. Con García Márquez a casi todo el mundo le ocurre.
Cuando se habla con él es tanta la confianza que despierta, y tanta su
sencillez, que uno lo tutea porque siente, contra toda lógica, que tratarlo de
usted es faltarle al respeto.
¿Pensaste
por algún momento en rechazar el Nobel?
Nunca pensé en rechazarlo, porque jamás pensé
que me lo darían. Se sospechaba… Después de cuatro años de candidatura era
posible que cayera en cualquier momento. Sin embargo, yo pensé que esa vaina la
iban a dejar para dentro de 10 o 15 años.
Encima de la chimenea hay así, puesta sin
marco, una foto de García Márquez con Muhammad Alí y Robert De Niro. Se escucha
un ruido de tacones y es Mercedes que baja las escaleras, de negro entero y
blusa rojísima. “¿Nada que llega Álvaro?”, pregunta.
–Nada –responde Gabo–. Tenemos que estar allá
en una hora. Tú sabes cómo son los embotellamientos.
La demora de ese carro manejado por Álvaro
Mutis es cómplice inintencional de mi reportaje.
¿Para
qué le sirve a un escritor el Nobel?
No sé. Depende de las circunstancias. A mí me
ha servido como arma política. El Nobel da más audiencia y cierto poder
público.
Cuando yo digo arma política no estoy pensando
en las elecciones o en la Cámara de Representantes. Pienso en la posibilidad
que tengo de contribuir en la solución de problemas como los de Centroamérica o
de América Latina en general, que al fin y al cabo es lo que me importa
realmente.
¿Y a los
escritores jóvenes colombianos para qué les sirve que García Márquez se haya
ganado el Nobel?
Yo creo que para ellos es importante. Porque
les demuestra que se puede. Que un tipo que nace en Aracataca y empieza a joder
con una máquina de escribir se gane el Premio Nobel. Y más rápido que los otros
escritores colombianos. Ahora que no se pongan a decir que el Nobel no podrá
ser ganado por otro colombiano.
Eso es peligroso. Antes se oía decir que,
bueno, que Cien años de soledad los
había jodido porque nadie podría escribir jamás otro libro como ese. Ahora
dirán que tampoco nadie más se ganará el Premio Nobel porque ya se lo dieron a
un colombiano.
Eso sí es del carajo. Como si los escritores
escribieran para ganarse un Nobel o para superar Cien años de soledad. Uno escribe por necesidad. Creo sí, que era
Rilke quien decía: “Si eres capaz de vivir sin escribir, no escribas”.
Entonces se acuerda del discurso que lleva en
un bolsillo interior del saco. Es apenas una página.
–Lo terminé de corregir esta mañana, pero es
más fácil escribir una página en novela.
¿Y el
del Nobel?
Bueno, ese se lo ayudan a hacer a uno
(Mercedes sonríe al otro lado de la sala). Uno puede pedir auxilio. En la
ceremonia de los premios Nobel, en Estocolmo, el único que dice discursos es el
de Literatura. Entonces yo quiero coordinar con los otros, para que me digan lo
que quieren decir y así yo decirlo en nombre de ellos.
De pronto se queda mirando la grabadora y los
periódicos que llevo en la mano y me pregunta curioso:
–¿Y cómo va la revista?
Va bien –le respondo.–Es que hacer una revista es muy difícil. En cambio, un diario no.
En eso es en lo que se equivoca todo el mundo.
Con un periódico la vaina es más fácil. Tú estableces una rutina de trabajo y
le das un empujoncito diario con un punto de vista original y lo tienes hecho.
Las revistas trabajan en el último día de la semana, como si fueran un diario.
Así todo se hace de carrera, la última noche.
Yo lo devuelvo, con otra pregunta, al tema que
inició nuestra conversación esta mañana, cuando llegamos tocando la puerta
antes de salir porque, si no, hubiéramos tenido que competir con una lluvia en
tormenta de periodistas que había caído de todo el mundo y que han seguido
llegando con la ansiedad de una exclusiva.
En la puerta de la casa, unos niños del barrio
escribieron sobre el piso de cemento un letrero que dice: “¡Felicidades. TE
AMAMOS!”.
Los pintores cometieron una sola equivocación:
media hora después de estar haciendo a brocha el mensaje para Gabo, un señor
asomó la cabeza a través de una ventana y les gritó: “¡Ey, aquí no es. Es en la
casa de al lado!”. Así que a los muchachos les tocó pintar dos veces su letrero
amoroso.
¿Por qué
escribiste tanto sobre el Nobel?, ¿por qué tanto interés en el tema?
Porque han logrado hacer un misterio con él.
Para mí hay dos misterios que se parecen: cómo se elige al Premio Nobel y cómo
se elige al Presidente en México. Sobre esto último me gustaría hacer una
investigación similar a la que realicé con el Nobel. Es algo apasionante. Y muy
curioso, porque cada presidente va guardando el secreto y no se revela nunca de
qué manera una serie de factores llegan al candidato.
Artur
Lundkvist, según dijiste en tus artículos, es el único miembro de la Academia
Sueca que conoce perfectamente el castellano y quien selecciona y propone los
posibles candidatos de nuestra lengua al Nobel. Tú mencionas haber cenado
alguna vez con él.
Debió
tener, por supuesto, alguna influencia en tu elección…
Lundkvist es un viejo estupendo, que habla el
castellano muy bien y conoce a fondo la literatura latinoamericana. Como él
propone a los escritores de habla española, me propuso a mí. A él también le
debo el premio. Considero que fue mi padrino en la Academia. Yo fui a su casa,
a una de esas cenas extrañas en Suecia.
Era verano y a las seis de la tarde había
mucha luz aún. Así es allá, y entonces tienen que cerrar las cortinas y prender
las luces para que parezca de noche, porque si no, uno no se siente cenando.
Ah, pero fíjate cómo fue la cosa. Yo había
decidido no ir a visitarlo, porque me daba mucho pudor que pareciera que iba a
pedirle el Premio Nobel, sobre todo porque hay muchos libros ahí en su casa con
dedicatorias que le piden el premio francamente.
Él me envió un recado muy afectuoso. Me mandó
decir que su desgracia era que muchos escritores que a él no le interesaban y
que él no quería ver, apenas llegaban a Estocolmo lo primero que hacían era
tratar de ir a verlo.
Y que, en cambio, los que él si quería ver,
por pudor no iban a verlo. De modo que él no podía ver a quienes quería ver,
porque esos eran los que tenían pudor. Ante su mensaje, yo fui.
Me invitó a cenar esa noche. Nadie, claro, se
atrevió siquiera a mencionar la palabra Nobel, ni a preguntar cómo era el
premio ni nada. Por puro, físico, pudor. ¿Eso hace como cuánto? Como cuatro
años, ¿verdad, Mercedes?
Sí, responde la voz que al fondo, en la cocina,
da instrucciones a las dos muchachas del servicio. Yo le pregunto a Gabo cómo comprenden los demás miembros de la Academia
la obra de un escritor en español, si Lundkvist es el único que habla este
idioma.
Entiendo que cuando él propone al escritor que
ha leído recientemente, se van haciendo selecciones. Me imagino que cuando un
escritor de lengua castellana es aceptado entre los candidatos, los miembros de
la Academia tienen que leerlo como puedan, en el idioma que sea.
¿Por qué
a Borges no le han dado el Nobel?, ¿es porque, como tú dijiste, se fue a Chile,
donde Pinochet, y dijo en serio o en broma que su dictadura era democrática y
cosas por el estilo?
El premio para Borges estaba resuelto, y se lo
quitaron. Es que Lundkvist es un tipo muy jodido. Un hombre muy político. Y era
muy amigo de Neruda. Entonces esas declaraciones le dieron un encabronamiento
del carajo. Fue Lundkvist quien peleó el Nobel mío. Hace tres años, Lundkvist
declaró que él no se moría sin que me dieran el Premio Nobel. Y el año pasado
tuvo un infarto.
Los amigos que se acordaban de sus
declaraciones me decían:
“Te van a dar el premio ya, ¡porque Lundkvist
debe tener miedo de morirse sin que te toque!”. Y fíjate que quien me mandó el
primer mensaje sobre mi Nobel fue él.
¿Cómo te
sentiste los años en que te candidatizaban y luego no te lo otorgaban?
Era una molestia. Yo no le paraba nunca bolas,
pero apenas llegaba octubre ya yo sabía que venía toda la joda esa del Premio
Nobel…
En
Colombia, con el tiempo, te estás convirtiendo en una especie de redentor. La
mayoría de las noticias buenas para el país, si no todas, nos vienen de ti.
Colombia está soñando con un redentor hace
muchos años. Ahí está esperando un líder, un mesías. Es algo de toda la vida.
Cualquier signo especial lo interpretan con la venida del Mesías.
Bueno, si querían nombre internacional, ya
tienen un Premio Nobel de Literatura. Lo cual no significa absolutamente nada,
porque a Miguel Ángel Asturias le dieron ese mismo Nobel y eso no ha resuelto
absolutamente ningún problema en Guatemala.
De manera que el Nobel tampoco va a
resolverles ningún problema a los colombianos. Eso debemos resolverlo todos. No
se trata de un asunto providencial. Pero la idea de que el Mesías va a llegar y
que están tratando de encontrarlo es evidente. Ahora mismo lo están viendo en
Belisario.
¿Y a
Aracataca por qué no has vuelto?
Lo que sucede con Aracataca es que hubo un
momento en que ya no pude ir con naturalidad. Yo llegaba y se paralizaba todo.
La gente se echaba a las calles. Se volvía aquello una fiesta gamonal.
Y esto ocurrió ya hace mucho tiempo. Lo
formidable sería llegar al pueblo y estar ahí, como un cataquero cualquiera…
Dicen
que en el pueblo se sigue hablando de tu desamor, que no les construyes una
escuela, que…
Las escuelas son dadas por el Gobierno, no por
los particulares.
Fíjate, sin embargo, que yo podría llegar a
Aracataca de la manera más natural y visitar gente, pero ¿tú sabes lo que es
estar en una casa y todo el pueblo en la puerta viéndolo a uno ahí sentado? Yo
soy muy tímido para esa vaina…
Súbitamente se pone de pie, mira el reloj y
habla en dirección a Mercedes, que está en el comedor lleno de flores con el
cineasta Guillermo Angulo, desde hace varios días en México.
—Bueno, ¡vámonos, que estos no llegaron!
Y se va, casi tropezándose al salir, para
mirar a lado y lado de la calle a ver si pasa un taxi, y entonces llega en
seguida, rauda, la limusina manejada por Álvaro Mutis, y Gabo se monta en ella
con Mercedes y doblan hacia la autopista que los llevará hasta Los Pinos, donde
habrá una condecoración y un abrazo presidencial de López Portillo, una copa de
champaña para brindar por todas esas medallas que también guardará Mercedes en
una urna de cristal con las demás, que son bastantes, en medio de los fogonazos
de los fotógrafos y las preguntas a rifle de tanto periodista que lo quiere y
le pregunta por apartes de su sentido discurso dedicado a los mexicanos, con
sus propios ojos hundidos por la emoción, hablando en nombre de los
indocumentados del mundo.
Después intentará llegar a casa y lo recibirán
con flores y tarjetas, telegramas, frutas y regalos otra vez. Llamadas que
repicarán de nuevo porque el teléfono se había recalentado y dejado a tantos
sin felicitar de viva voz al novelista, y él ya no querrá atender más
cuestionarios de prensa ni espabilar ante los flashes sino desear mandarlo todo
al carajo, así sea por un instante, para quedarse un rato con los amigos, como
la noche en que llegamos de Colombia y después de tanta preguntadera y tanta
foto con él dentro del estudio, hablando de los 170 mil dólares que le paga el
Nobel, de Eréndira.
La película que dirige desde ayer el brasileño
Ruy Guerra, con Irene Papas como la abuela desalmada y Claudia Ohana como su
cándida nieta; del periódico a financiar con el Nobel, de esa historia de amor
en novela que terminará en seis meses si lo dejamos tranquilo, y siempre del
premio sueco, que cuándo lo recibe, que si irá de guayabera, que si se morirá
de frío, hasta que él, en serio y mamando gallo, se despida y se encierre a
escribir en su estudio, después de repetirnos, decidido y con ternura: “¡y no
me jodan más con ese Nobel!”
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EL UNIVERSAL
Cartagena
de Indias - Colombia
22 de octubre de 2012
Facetas
Aquel invierno en Estocolmo
Por GLORIA TRIANA * -
Todo empezó el jueves 21 de Octubre a las 6 de
la mañana cuando las emisoras anunciaron que Gabriel García Márquez había
ganado el Premio Nobel de literatura. Fue precisamente el escritor y periodista
tolimense Germán Santamaría quien enviado por El Tiempo a México le haría la
primera entrevista. En esta entrevista Gabo dijo tal vez sin pensar que se
cumpliría su deseo: no quiero estar solo en Estocolmo, me gustaría celebrar mi
premio con cumbias y vallenatos.
En ese momento yo trabajaba en Colcultura
dirigiendo una sección que se llamaba Festivales y Folclor que como su nombre
lo indica era la encargada de atender en todo el país lo relacionado con lo que
ahora se llama el patrimonio inmaterial. Al leer esta noticia fui de inmediato
a la oficina de Aura Lucía Mera Directora de la época, para proponerle que
organizáramos la presencia de la música para cumplir con los deseos del Nobel.
Aura Lucía hizo un almuerzo en su casa para discutir el asunto y allí decidimos
que Gabo nos pertenecía a todos y que deberíamos llevar también joropos y
currulaos, pasillos, bambucos y torbellinos y Aura Lucía me encomendó
seleccionar lo mejor de cada una de estas expresiones.
Al día siguiente apareció una noticia en la
prensa: la “Cacica” Consuelo Araújo anunciaba que había seleccionado a los
hermanos Zuleta para ir a Estocolmo, de inmediato la llamé para proponerle que
se uniera a la delegación que estábamos preparando.
Viajé por el país para visitar los grupos que
por mi trabajo ya conocía de antemano. Examiné con cuidado sus montajes y
repertorios y cuando tenía todo escogido presenté la propuesta para tener la
aprobación. No me acuerdo como se filtró la noticia de lo que estábamos
haciendo. Entonces empezaron las presiones de otros grupos que prefiero no
mencionar, que también querían asistir a este acontecimiento único para el
país, pero ya la selección estaba hecha y la Directora me pidió ir a la prensa
a comunicarla. Lo primero que hice fue ir donde Enrique Santos Calderón para
que me ayudara a divulgarla. Cuando estaba en su oficina entró una llamada de
México y era Gabo, Enrique le contó lo que teníamos preparado y él no hizo
ninguna objeción.
Gabriel
García Márquez y Gloria Triana.
Fotos de
Olga Lucía Jordán
Cuando se hace pública la noticia empieza una
polémica en los medios, nos acusaron de tropicalistas, tercermundistas,
subdesarrollados, íbamos a hacer el oso más grande de la historia del país,
íbamos en una palabra a empañar el Nobel.
La organización no fue fácil, era Noviembre y
ya no había presupuesto en Colcultura y menos podía haber un rubro previsto
para celebración de un Premio Nobel, la mayoría de artistas seleccionados no
tenían pasaporte, ni ropa de invierno y algunos de los hombres no tenían
libreta militar razón por la cual no podían sacar el pasaporte, todos esos
trámites me tocó hacerlos mientras la Directora conseguía los recursos.
Por fin se conformó una delegación de 60
personas: los hermanos Zuleta y el Maestro Escalona, Carlos Franco y su
Conjunto folklórico de Barranquilla, Totó la Momposina y sus tambores,
representaban el Caribe, la Negra grande de Colombia, el Pacífico, y las danzas
del Ingrumá de Riosucio dirigidas por Julián Bueno la zona Andina y el Maestro
Quinitiva la música llanera.
Cuando todo estaba listo nuestro Embajador en
Suecia, dijo que él no era empresario de farándula, que eso no se usaba en el
Nobel y que él iba hacer una fiesta donde solo cabían los diplomáticos y los
amigos del Gabo. Al reflexionar sobre la época yo creo que el Embajador tenía
razón, eso nunca había pasado en la entrega del Nobel y todavía teníamos una
Constitución del siglo XIX que no reconocía el carácter multiétnico y
pluricultural de la nación.
Todo pareció derrumbarse en ese momento, pero
la tranquilidad llegó cuando la Academia Nobel contestó que esta delegación
podía presentarse en el Banquete Nobel y en el Museo Etnográfico de Estocolmo.
En ese momento pensamos que el viaje valía la pena. Los suecos le daban a
nuestras expresiones culturales populares un estatus que el país y los medios
le negaban.
Como muchos columnistas estaban en contra, el
Presidente Betancur pidió que se le presentara el montaje que se había hecho en
un concierto en el Teatro Colón y después de verlo aprobó el viaje. Le pidió al
Embajador alquilar el salón más exclusivo de Estocolmo para realizar fiesta
para el Nobel, donde todo el mundo incluidos los artistas pudieran celebrar.
Llegó el día de la partida, en un chárter de
Avianca que hizo escala en la isla de Guadalupe, Madrid, París y llegó a
Estocolmo al amanecer. Nos embarcamos todos: los músicos, los danzantes, las
cantadoras, la Directora de Colcultura, Jaime Arias el Ministro de Educación,
los amigos de Gabo.
Después de haber pasado por la Aduana sueca,
tambores, máscaras, pencas de congos, banderas del paloteo, bandolas, arpas,
gaitas, flautas de millo, acordeones, pañolones, espermas para la cumbia y
cuanta parafernalia era necesaria para nuestro trabajo ante la mirada atónita
de los Suecos, el primer impacto, fue llegar al barco que serviría de
residencia durante nuestra estancia en el frío invierno nórdico.
El día anterior al banquete se palpaba por los
pasillos del Grand Hotel un clima tenso y extraño de conversaciones en voz baja
y miradas inquisidoras, especialmente entre los periodistas e invitados especiales
colombianos. Todos temían que pasara lo que algunos columnistas habían
pronosticado antes del viaje. Esa preocupación se la habían transmitido al
Nobel, quién no se atrevía a expresarla abiertamente.
Consuelo Araujo la “Cacica” había decidido
acompañarnos en el barco porque como periodista estaba escribiendo un diario
que nunca publicó pero cuyos manuscritos yo conservo. Como había notado ese
ambiente de tensión en el Grand Hotel decidió ir a visitar a Gabo a su
habitación.
“De verdá, de verdá, comadre dígame como ve
usted lo de la muestra folclórica, le dijo Gabo a Consuelo cuando ella lo
visitó.
Y aquí escribe Consuelo, en su diario “hay que
hacer un paréntesis para decir que algo descubrí no sé cuándo y que confirmé en
ese momento en la suite de Gabo. Y ello es que él estaba preocupado. No lo dijo
ni lo admitió siquiera cuando yo lo frenteé y sin rodeos le comenté: estás
cagado del miedo porque en el fondo tú también estás pensando en ese maldito
oso. Puedes jurar que no pero yo sé que sí. El se rió y Mercedes me dio una
mirada que no necesitaba más explicación. Pero –seguí diciendo– ese es otro
motivo más que tendremos porque ahora –y apenas llegue al barco se lo digo a
Gloria Triana–además de todo el mundo que anda nervioso y expectante creyendo que
no hay razones para creer en el buen papel que vamos a hacer ¿tenemos que
convencerte a ti también?”
Y continúa Consuelo diciendo: “No era ningún
secreto para quienes como Rafael Escalona, Nereo López o yo que sin ser
exactamente cantantes ni músicos ni bailarines estábamos metidos hasta el alma
dentro del grupo humano sobre el que iban a estar y estuvieron todas las
miradas y sobre el que se echó, desde el primer momento la responsabilidad de
parir ese tan sonado oso, o no parirlo, que si en Estocolmo nuestro folklor y
nuestras manifestaciones culturales y artísticas triunfaban –como en efecto
triunfaron rotundamente– el triunfo iba a ser, sin duda, un triunfo exclusivo
de Colombia. Y punto. Pero si en cambio había el más mínimo traspiés en la
ejecución, por ejemplo, de cualquiera de las danzas y bailes, había un solo
compás trascordado en cualquiera de los merengues o paseos de Escalona o en los
joropos llaneros, la culpa, la responsabilidad indiscutible iba a ser nada más
que de esa loca de Gloria Triana y toda esa gente bruta, corroncha y gritona
que ella trajo para acá.”
Después de tantas tensiones y expectativas
negativas, llegó la noche gloriosa del Banquete Nobel en el Palacio del
Ayuntamiento. Detrás de una columna vestida con mi traje de cumbiambera porque
no tenía invitación y de otra manera no hubiera podido entrar al Palacio, yo
observé las caras sorprendidas de los colombianos y deslumbradas de los
invitados de todo el mundo cuando la magia de Macondo descendía por las
escaleras del palacio al son de los tambores.
Prefiero citar la narración que Consuelo
Araujo hizo de esa noche en su estilo caribeño, poético y contundente para que
Uds. no piensen que estoy auto elogiando mi trabajo:
“Ya se ha dicho casi todo sobre esa noche
maravillosa cuando sesenta corronchos convertidos por arte de nuestra fuerza
interior en las estrellas de ese momento descendimos –ahí sí – con paso de
triunfadores por las antiguas escaleras de mármol hacia el salón
central....Comenzaron a sonar en ese ámbito de deslumbrante elegancia donde ya
se habían escuchado las trompetas anunciando la llegada de los reyes, el golpe
seco, ronco y profundo de los tambores marcando los compases de la cumbia y al
conjuro de ese ritmo fueron descendiendo “como auténticas princesas” que habían
dormido bajo otras formas y en sitios insospechados y remotos y ahora se
despertaban y cobraban vida y movimiento al son de nuestra música, las hermosas
muchachas de Palenque que Carlos Franco tiene en sus danzas del Atlántico
llevando en sus manos las banderas de Colombia y Suecia. Ahí seguían detrás de
ellas toda la gracia y la dulzura de la gente de las montañas andinas que
Julián Bueno ha reunido tras un trabajo paciente y valioso de enamorado de las
cosas de su tierra; ahí iban siguiéndolos la fuerza y el embrujo de la Costa
Pacífica en la majestad y belleza de Leonor González Mina y su hijo Candelo; el
calor y el color del Caribe con Totó y su legendario y casi mítico Batata y
Julito Rentería y Huitoto y Marco Vinicio y el gaitero que parecía una vara de
junco moreno espigado y casi etéreo flotando sobre el mármol.....Se preguntarán
ustedes qué diablos hacía yo metida dentro del conjunto desfilando y, más aún,
actuando al lado de la voz de Poncho Zuleta y de los otros tres muchachos. Yo
también me lo pregunto todavía. Pero no vacilé ni un momento en decidirme a
colocarme mi hermosa manta Guajira, mi pañoleta de flores en la cabeza, mis
collares tayronas y mi rosa amarilla sobre la oreja....cuando las notas de
Emilianito y la voz prodigiosa de Poncho comenzaron a cantar:
“Está lloviendo en la nevada/ arriba e´
Valledupar/ apuesto a que el río Cesar/ crece por la madrugada/,cuando en un
rapto de emoción Poncho me pasó el micrófono para que le ayudara en el coro ese
que dice.: Y si el río se lleva el puente/ busco otro modo de verte/ yo vi,
detrás de mis propias lágrimas, a Tachia Quintanar –una vasca amiga de los
García Barcha– doblada literalmente doblada sobre si misma a ras con la mesa y
con la cara entre sus dos manos presa de un llanto compulsivo que le sacudía
todo el cuerpo. Después ella misma me dijo que cuando sonó el primer acorde y
logró identificar el vallenato, casi grita porque estaba precisamente pensando
en ese paseo que García Márquez le enseñó, de tanto oírselo cantar, hace más de
20 años en París cuando ninguno de los dos tenían calefacción ni mucha comida.
Fue algo apoteósico, delirante, mágico. Los aplausos que retumbaban en el salón
hicieron que Emilano Zuleta y Pedro García y Pablo López acometieran los
compases de la “Patillalera” que fue recibida con otra ovación y con Gabo
echado hacia bien atrás en su silla para poder mirar desde su sitio real hacia
el escenario donde estábamos los descendientes de Francisco el Hombre
rindiéndole a él y por encima de todos a él, el tributo de nuestra admiración y
solidaridad.”
Por estar mirando hacia abajo donde estaban
los invitados, Consuelo no se percató que a mí también se me aguaron los ojos
cuando Totó La Momposina cantó la cumbia soledad que mucha gente pensó que
había sido compuesta para la ocasión que dice en uno de versos:
Viejo pueblo
Aracataca
Pedacito de Colombia
Tierra donde yo nací
Entre rumores de
cumbia
A quererte yo
aprendí
Y el coro responde:
Soledad, soledad,
Vive tu vida
Vive Cien de Soledad
Una cumbia que habla de su lugar de
nacimiento, de su libro más conocido, del tema de su bello y emotivo discurso.
Y es aquí donde la Reina Silvia de ancestro brasilero empieza a hacer las
palmas y la siguen los dos mil quinientos invitados al banquete.
Cuando estábamos preparándonos para regresar
al barco con la satisfacción de haber triunfado, alguien llegó a decirnos que
estábamos invitados por los Reyes a cenar en el Palacio como en cualquier
cuento de hadas, posiblemente con el mismo menú del banquete oficial, pues no
era fácil preparar de un momento a otro una cena para 60 personas.
Al día siguiente la sorprendida fui yo al ver
el orgullo patrio reflejado en las caras de satisfacción de quienes horas antes
presagiaban un sonado oso, cuando leyeron en el Dagens Nyheter el más prestigioso,
conservador y monárquico periódico de Estocolmo el titular que aún conservo en
la memoria: Los amigos de García Márquez nos enseñaron cómo se celebra un
Nobel. “Las cosas nunca serán como antes en el Salón azul del Ayuntamiento. Los
sesenta músicos y bailarines de su país natal, hicieron que toda ese sociedad
pomposa: rey y reina, doctos o incultos siguieran el ritmo de los tambores con
las manos”.
Como los periodistas colombianos habían
viajado a cubrir el oso, ninguno se presentó en el barco a entrevistar a los
artistas, a lo mejor tampoco hubieran podido pues toda la prensa internacional
estaba allí, era la primera vez que esto sucedía en la celebración
del premio Nobel que en esa fecha cumplía 81 años de creado, la primera y la
última pues ninguno de los premiados en estos 30 años ha recibido un homenaje
semejante. La prensa del mundo aprobó lo que la nuestra había rechazado con
vergüenza. Los suecos tenían razón “Nunca las cosas serían como antes en la
Salón Azul del Palacio.”
Quiero terminar citando a William Ospina en un
artículo sobre GGM publicado recientemente en el Espectador titulado Tejedor de milagros:
“El país en que vivimos hoy con todo lo que
tiene de fascinante y de creador no es ya el país enlutado de Miguel Antonio
Caro. Ni el de los políticos y los gramáticos: es el país diverso sorprendente
y mágico de Gabriel García Márquez. Muchas cosas que hoy son Colombia solo
llegaron a la literatura a través de sus obras: el pensamiento mágico indígena,
la sensualidad del mundo caribeño, esa certeza de que los poderes centrales de
este mundo no saben nada de la vida.” Fue precisamente ese país diverso
sorprendente y mágico lo que llevamos para acompañarlo en aquel invierno en
Estocolmo.
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