MEMORABILIA GGM 603
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Bogotá - Colombia
24 de Agosto de 2012
Gabriel
García Márquez
contra
el olvido
Por Juan Gustavo Cobo Borda
Juan Gustabo Cobo Borda
Continúan publicándose muchas interpretaciones de la obra de Gabriel
García Márquez. Colegas escritores, destacados profesores universitarios, de
aquí y del exterior, analistas de otras áreas del conocimiento, distintas de la
literatura, que encuentran útiles sugerencias en su obra. He aquí algunas de
las que llaman la atención.
V. S. Pritchett, en El viaje
literario (Fondo de Cultura Económica, 2011) reúne cincuenta brillantes
ensayos sobre autores estadounidenses, europeos y latinoamericanos. El habitual
colaborador del New Statesman y el New Yorker, con la orden del Imperio
Británico sobre su pecho, cierra su volumen al hablarnos de Borges y de García
Márquez. Repasar La hojarasca y
algunos de sus cuentos le da pie para concentrarse en Cien años de soledad.
“La prosa de García Márquez es sencilla, exacta, sutil y chispeante y
salta fácilmente hacia lo cómico y lo exuberante, como en Cien años de soledad” (p. 457).
Hacer alusión a Rabelais y mirar El
otoño del patriarca donde “García Márquez entreteje magistralmente lo real
y lo conjeturado” (p. 462) muestra su agudeza.
Por su parte, Nélida Piñón, la narradora brasileña, en su libro de
ensayos Aprendiz de Homero (Alfaguara,
2008), habla de Cervantes, Machado de Assis, “alma enigmática”, y de tres
colegas: Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez. El ensayo
sobre este último se titula Trampa del
olvido y comienza, al hablar de los Buendía, de su ingreso en “el escenario
demoniaco de la memoria” (p. 281). Luego explica, al hablar de Cien años de soledad:
“Y aunque adoremos nuestra modernidad como si jamás hubiésemos sido
arcaicos en el pasado, el libro corresponde a una parábola onírica. Nos induce,
en su totalidad, a que hechos y seres, a lo largo del transcurso narrativo,
asuman dimensiones por encima de los recursos de lo real”.
Milan Kundera, en Un encuentro
(Tusquets, 2009), prolonga, en cierto modo, esa ruptura de barreras al
hablarnos de La novela y la procreación, donde esta, en el caso de Cien años de soledad, no tiene su centro
en un individuo único, sino en “un desfile de individuos” (p. 54) y “cada uno
de ellos lleva en sí su olvido futuro, y todos y cada uno son conscientes de ello;
ninguno permanece en la escena de la novela de principio a fin”. El individuo
humano, el individualismo europeo, “se fundirá en el hormiguero humano”. Para
concluir: “esta novela, que es una apoteosis del arte de la novela, es a la vez
un adiós dirigido a la era de la novela”.
El profesor Gene H. Bell Villada, de padre norteamericano y madre
china-filipina nacida en Hawái, entrega 514 páginas de su “estudio de interés
general” sobre García Márquez. El hombre
y su obra (Ediciones B, 2012).
En su trabajo los más de diez millones de ejemplares de Cien años de soledad y sus traducciones
a más de treinta idiomas (incluidas las versiones piratas en griego y árabe)
pueden ser atribuidos “al estilo de su prosa lucida y accesible, su actitud de
asombro sereno, su trepidación narrativa de acción y aventuras, sus
irresistibles cuentos de amor, sus exuberantes episodios de sexo subido de
tono, sus secuencias humorísticas sobre mitos populares y fantasía, sus
insinuaciones muralísticas de la totalidad del pasado fallido de un continente
y, por último, pero no menos importante, su irreverente sentido del humor” (p.
29).
En el capítulo 5, Las lecturas, entramos en el taller creativo en el
que García Márquez se ha formado: Sófocles, la Biblia, Rabelais, donde señala
con acierto cómo su gigantismo e hipérboles desmesuradas se basan en una
precisión aritmética que García Márquez astutamente también supo emplear. Al
hablar de Gargantúa menciona “pasó once meses en el vientre de su madre, para
su alimentación se requerían 17.913 vacas y cuando orinaba en la ciudad de
París se ahogaban 260.418 personas, sin incluir mujeres y niños” (p. 148).
Allí entran también Faulkner, Virginia Woolf y Pedro Páramo con sus
aportes reconocibles. Pero este hombre de izquierda e “historiador lírico de su
región”, quien ha contribuido como nadie a edificar sobre experiencias
colectivas latinoamericanas como la violencia política o las dictaduras de
cuartel, ha superado “uno de los conflictos más confusos de la historia
humana”, como es el caso colombiano, con el poder de su imaginación poética.
Conflicto que Bell-Villada compara con “los casos de Líbano durante la década
de 1970, Yugoslavia en la década de 1990 e Irak en la década de 2000” (p. 59).
Finalmente, Enrique Krauze en Redentores.
Ideas y poder en América Latina (Debate- Random House Mondadori, 2011)
dedica unas treinta paginas a García Márquez y a Fidel Castro, “la sombra del
patriarca”, donde nuevos datos aportados por la biografía de Gerald Martin
llevan a Krauze, con certera perspicacia, a replantear de nuevo las
contradictorias relaciones entre poder y literatura y el papel de los creadores
ante el despotismo de los tiranos. Su obnubilación edípica ante padres
devoradores, que terminan por exigir la umisión sin preguntas. Un tema
inquietante no solo en las novelas del Nobel, sino también en su fascinación
personal por figuras, además de Castro, como Torrijos o Chávez.
En todo caso, todas estas lecturas comprueban como García Márquez sigue
abierto a nuevas preguntas por interlocutores tan válidos como los hasta aquí
mencionados. El olvido no será su destino.
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