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General Roca, Provincia de Río Negro, Argentina.
20 de junio de 2012
Zona Cordillerana
PALIMPSESTOS
Burdeles IV
Por Néstor Tkaczek
ntkaczek@hotmail.com
Hace unos días, Julio Maestre, un coterráneo suyo, me
transmitió el cotilleo cruel hoy en el círculo más íntimo del colombiano más
famoso.
Ya no habrá, parece, ni segunda ni tercera parte de Vivir para contarla, esa autobiografía
inigualable de García Márquez, y no la habrá porque la materia central de
género, la memoria, es ahora una estrella fugaz en la vida de Gabo.
Admito que a la perplejidad inicial le siguió una ronca
amargura.
"Puto el tiempo", recuerdo que le dije a Maestre y
no más.
Los burdeles están presentes en gran parte de sus obras, y
al leer su autobiografía en la que cuenta algunas anécdotas estupendas sobre
los burdeles, nos damos cuenta del porqué éstos tienen una presencia
insoslayable en muchas de sus novelas.
Recién llegado a Cartagena, con apenas 21 y sin un peso,
Gabo recurre muchas veces a un burdel de la playa llamado "El Cisne",
allí seduce a "una pajarita nostálgica de papá (que me) invitaba a dormir
con el poco de amor que le sobraba al amanecer".
Aprovecha para estudiar y sostiene que gracias a los
cuidados de la chica y a la permisividad de los propietarios, logró aprobar
derecho romano.
Ya en Barranquilla, García Márquez, cumpliendo el sueño de
Faulkner del prostíbulo como lugar ideal para el escritor*, vivió un año en un
hotel de lance llamado pretenciosamente "El Rascacielos", aunque
apenas tenía cuatro pisos.
"Gracias a la buena conducta me hice a la confianza del
personal del hotel, hasta el punto de que las putitas me prestaban para la
ducha su jabón personal. En el puesto de mando, con sus tetas siderales y su
cráneo de calabaza, presidía la vida su dueña y señora, Catalina la Grande".
Toda la obra de García Márquez tiene fuertes puntos de
contacto con el burdel y las prostitutas, alguna vez el autor sostuvo que en la
costa Caribe colombiana, donde vivió su infancia y juventud, el burdel era
parte de la educación sentimental y carnal de los hombres.
Ese rol de educadora lo cumplía con creces María Alejandrina
Cervantes la madama de Crónica de una
muerte anunciada.
El narrador la describe como una dama, casi una servidora
pública: "fue ella quien arrasó con la virginidad de mi generación. Nos
enseñó mucho más de lo que debíamos aprender, pero nos enseñó sobre todo que
ningún lugar de la vida es más triste que una cama vacía".
Recuerdo que en el Macondo de Cien años de soledad hay dos prostíbulos: la casa de Pilar Ternera
y la tienda de Catarino.
También está la sensualidad irresistible de la mulata Petra
Cotes.
Hay otros textos que aluden a las prostitutas-niñas como
Cándida Eréndira explotada por su abuela, con quien recorre como si fuera un
troupe de circo innumerables pueblos fantasmales, en los que montan su carpa
del amor y los hombres hacen cola por semanas para ingresar; o Delgadina, la
niña escuálida y dormida que le tiene preparada Rosa Cabarcas al anciano
narrador de Memoria de mis putas tristes,
que en sus noventa años quiere regalarse una noche de amor loco con una
adolescente virgen.
A los recuerdos de los burdeles de su juventud, García
Márquez ha añadido en sus libros toda una tradición de burdeles que muestran ya
la cara jubilosa ya la cara triste de la prostitución, aunque está siempre
tamizada por su inigualable escritura.
* “De día tranquilo
como para escribir sin ser perturbado y de noche siempre de fiesta” (N del E.)
Columna original en
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