28 de marzo de 2012

MEMORABILIA GGM 567

El malpensante 128
Bogotá - Colombia
Marzo de 2012


CONTRA LA MEZQUINDAD


Cualquiera que haya leído un periódico el pasado 6 de marzo habrá notado la inquietante inquina y la colosal mezquindad de los lectores con Gabriel García Márquez. Ese día, el mismo en que nuestro Nobel cumplía 85 años de vida, un número altísimo de lectores en El Tiempo, El Espectador, Semana o El País de Cali -para solo mencionar a cuatro de los principales medios nacionales- se dejó venir con ternuras como que "nadie entiende por qué le dieron el Nobel a García Márquez cuando en Colombia hay, por lo menos, diez escritores mejores que él" (y entre ellos, el autor de esa nota ponía en lugar especialísimo a ¡Álvaro Salom Becerra!). Junto a esas penetrantes disquisiciones críticas, no faltaron viejos reclamos en contra del autor de Cien años .como que había sido incapaz "de ponerle luz a Acaracata" o justificaciones tan pintorescas de la renuencia a cantarle el happy birthday como:"Y por qué vamos a celebrar e! aniversario de ese escritor comunista, amigo de los Castro, y que además ni siquiera vive en Colombia".

Si bien los foros de lector no brillan precisamente por su sindéresis, es posible que algunos de estos comentaristas se hayan sentido hastiados con el despliegue de untuosidad que vimos ese día y reaccionaran de mala manera. En efecto, fue bastante bochornoso ver a ciertos comunicadores declarar su "amor incondicional" por obras que seguramente no han leído o que gente que nosotros presumíamos con algunas luces se diera garra con un tema tan infértil como "el posible sucesor de Gabo en la literatura colombiana" -lo mismo intentaron hacer con el Pibe Valderrama en el pasado- o que en una entrevista radial con Carmen Balcells, un conductor se empecinara en preguntarle a la agente literaria "quién era mejor escritor, García Márquez o Vargas Llosa" (una pregunta absolutamente idiota, no solo porque carece de respuesta objetiva sino porque además evidencia que quien la formula no entiende que la literatura no es una gesta deportiva).

- Gabriel Garcia Márquez, fotografiado el 14 de marzo de 2011 en Ciudad de México

Aunque todo esto sea lamentable, y en cierto modo justifique la mezquindad de tantos comentarios, cabría recordarle a los malquerientes que Gabriel García Márquez hizo con el español algo tan extraordinario que frente a eso todos sus defectos, reales o imaginarios, palidecen o simplemente se esfuman (lo cual de ningún modo equivale a decir que entonces debemos ignorarlos). En sus libros, García Márquez nos dio un estándar de excelencia tan elevado que pasarlo por alto debido a prejuicios tontos sería como renunciar a los poderes de la imaginación. Como bien dijo Carlos Monsiváis, "uno debe leer los libros del Gabo para saber a qué alturas puede llegar el español que habla y para ver lo que puede lograr una persona con el solo recurso de su amor al idioma".
Asi que, en vez de estar reprochándole cosas más bien cursis –digan lo que digan, un escritor no tiene la menor obligación de ponerle servicio eléctrico a su comunidad–, deberíamos celebrarlo como el autor de libros absolutamente inolvidables y en consecuencia volver cuantas veces podamos al castellano milimétrico de El coronel, a la prosa milagrosa de Cien años o al idioma sensual y gozón de cualquiera de sus otros libros. El mejor regalo de cumpleaños no solo para Gabriel Garda Márquez sino para cualquier escritor es seguir leyendo lo que ha escrito.

COMO ENTRE MALPENSANTES la gratitud todavía es una virtud de buen recibo, a partir de marzo nuestros lectores encontrarán en nuestro sitio web la gran mayoría de los artículos que hemos publicado en estos quince años sobre García Márquez. Son doce piezas entre las que se encuentran entrevistas, anécdotas personales, ensayos sobre su obra, y un par de rarezas firmadas por el Nobel: un cuento de juventud y una serie de fotografías acompañadas por textos que Gabo escribió cuando aún era un flaco y poco conocido periodista treintañero.

Esta pequeña antología digital no será el último reconocimiento que hagamos a García Márquez este año. Estamos comenzando un proyecto para llenar otro de los vacíos que confirman la mezquindad que los colombianos hemos tenido con el Nobel. Mientras otros grandes escritores latinoamericanos, como Rulfo, Borges o Cortázar, cuentan con detalladas compilaciones de sus fotografías, no existe nada parecido a una iconografía completa de Gabo. Estamos trabajando en ese libro y en unos meses los iremos poniendo al tanto del resultado.

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EL TIEMPO
Bogotá – Colombia
20 de Marzo del 2012


El Patriarca en su onomástico

Por: Amadeo Rodríguez Castilla
Economista consultor

Colombia y la patria grande Latinoamericana han estado de plácemes con la llegada a sus 85 años (el pasado 6 de marzo) del colombiano vivo más universalmente conocido como es nuestro premio Nobel Gabriel García Márquez. Dicho evento ha sido objeto de un amplio cubrimiento mediático, como corresponde a un personaje de tales dimensiones, proceso en el cual hemos visto y leído sinnúmero de artículos, reseñas y reportajes, no solo sobre su vida y obra, sino sobre otras facetas de su dilatada vida pública, de lo cual destaco, por su enfoque original y profundidad conceptual, la columna 'Tejedor de milagros', de nuestro próximo Nobel William Ospina, en 'El Espectador' del 11 de marzo.

Como quiera que no soy persona autorizada en las lides literarias porque "doctores tiene la santa madre iglesia...", no pretendo aquí ocuparme de nada distinto que reseñar ciertas circunstancias de mi vida accidentalmente vinculadas con el entorno del Patriarca, y comentar algunas posiciones de nuestro afamado escritor en su calidad de hombre público. Por ejemplo, en enero de 1964 había llegado a Bogotá con la intención de matricularme en una universidad pública, de la que había recibido aviso de haber obtenido no solo el cupo de admisión, sino una beca para la manutención, lo cual me impactó tanto que, en medio de penurias, empaqué mis cosas y me vine a Bogotá sólo con el pasaje de venida. Sucedió que, efectivamente, había obtenido el cupo de admisión, pero no la beca de manutención, lo cual me causó una inmensa frustración y la sensación de desolación al comprender que solo quedaba el camino del retorno a Cartagena, en cuya universidad ya estaba matriculado.

Pero, en una época en la que el teléfono fijo era un lujo que pocos hogares ostentaban, las cartas demoraban algo así como diez días y el telegrama (el marconi) era fuente de equívocas interpretaciones por su brevedad, la solución del regreso se me había convertido en un problema mayor, que tenía que solucionar sin involucrar a mi familia, primero, por la escasez de recursos para ayudarme y, segundo, por cuanto era un asunto mío que yo debía resolver.

En tales circunstancias me devané los sesos pensando en a quién acudir y me acordé de un amigo cadete que estaba en la Escuela General Santander e hice el viaje hasta Muzú, con resultados negativos. Por ello decidí que, al día siguiente (domingo), iría hasta Telecom para llamar a una familia amiga en Cartagena en búsqueda de alternativas.

Sucedió que, cuando caminaba por la 7a. hacia la oficina de Telecom del edificio Murillo Toro, al llegar a la avenida Jiménez estaban en fila unos taxis de servicio colectivo que promocionaban la ruta hacia el hipódromo de Techo, y sin pensarlo dos veces, en una especie de pálpito, me embarqué hacia el hipódromo con la intención de conocerlo y de disfrutar la tarde hípica.

A la entrada me encontré con Jaime García Márquez, entonces estudiante de ingeniería civil en la Universidad de Cartagena, quien estaba acompañado de dos de sus hermanos (uno de ellos Gabo) y un concuñado. Enterado Jaime, a las primeras de cambio, sobre mis dificultades pasajeras sacó de su chaqueta un tiquete de Avianca y me dijo: "Tómalo, que yo de aquí voy por tren para Santa Marta y luego arreglamos en Cartagena".

Además me invitó a hacer parte de su grupo, que tenía reservado una especie de palco preferencial. Fue una tarde de grandes emociones, pues, además de solucionar inesperadamente el problema objeto de preocupación, me permitió conocer y disfrutar el mundo de la hípica con las apuestas locales antes de cada carrera y observar los divertidos comentarios del grupo sobre el desarrollo de las carreras y participar en ellos.

Al terminar la jornada, me trajeron en un auto muy grande convertible, de los años 50, hasta el Centro Urbano Antonio Nariño, en donde uno de ellos tenía un apartamento. Pero, antes de entrar al parqueadero, GGM tuvo la extrema amabilidad de acompañarme hasta un paradero en donde podía coger un bus 'trolley' (que funcionaba con electricidad) y me indicó que ese bus me llevaría hasta la carrera 10a. con calle 24, cerca de mi lugar de hospedaje.

Confieso que el cúmulo de emociones de ese día fue tan grande que no reparé en la importancia del personaje con quien en ese entonces compartí, pese a que ya en esa época era un periodista de amplio reconocimiento y estaba ad portas de ganarse o ya se había ganado el Premio Esso de Novela.

Días más tarde, en "arreglo de cuentas" en Cartagena, Jaime comentaba, al calor de unas cervezas, que la aspiración inmediata de Gabo era la de ser guionista cinematográfico, y de ahí su interés en irse a México.

Años más tarde, como estudiante de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional, seguía las cosas que sobre GGM publicaba la prensa, especialmente en EL TIEMPO y 'El Espectador', pero con un interés más marcado en sus actuaciones políticas que en su carrera literaria, pues su activismo en la materia era tal que polarizaba opiniones y muchos trataban de desconocer sus méritos literarios por simple hostilidad política. Por ello, un día de 1969, en una visita en su oficina al doctor Eduardo Lemaitre Román, importante hombre público conservador y curtido experto en literatura, me sorprendió gratamente la cálida forma como él se refería, en charla telefónica, a la reciente aparición en Argentina de la primera edición de Cien años de soledad, ya que él era muy amigo del presidente de la época, Carlos Lleras Restrepo, y estaba muy reciente el incidente en el que Gabo hizo público su rechazo a la oferta del canciller en ese momento, Alfonso López Michelsen, a un eventual nombramiento como cónsul de Colombia en Barcelona, lugar de residencia del escritor. De esa famosa novela yo solo había leído los fragmentos publicados en la prensa y ya como profesional, participante en un seminario sobre política comercial en la Cepal Chile, en 1971, casi paso una vergüenza con colegas del cono sur, Chile, Argentina y Uruguay, quienes insistentemente me preguntaban por cosas o palabras de esa novela que yo les absolvía luego de que me explicaban el contexto de sus observaciones.

Al respecto, la idiosincrasia caribe me permitió salir del paso a las preguntas de qué era "un potrozo" o padecer de "unos golondrinos". Por supuesto que lo primero que hice la regresar al país fue leerla completamente y enviar algunos ejemplares de regalo a esos amigos.

En un nuevo viaje de estudios a Alemania, en 1973, llevé el texto La cándida Eréndira y su abuela desalmada como material de lectura de viaje y luego se lo obsequié a una de las traductoras (alemán-español) del seminario, de nombre Helga Brossig, quien no solo quedó fascinada con el texto, sino que me dijo que esa lectura le había abierto nuevos horizontes en su conocimiento del idioma español, que le habían enriquecido su imaginación enormemente.
 

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