En
MEMORABILIA GGM del 30 de diciembre del año pasado publicamos un aparte de una
entrevista a Fernando Botero y preguntamos que habría pasado con la amistad
entre el pintor y el Nobel. Aquí hay una respuesta.
(N del E.)
eltiempo.com
Bogotá –
Colombia
9 de febrero 2012
¿POR QUÉ A
BOTERO
LE CAE
"GORDO" GABO?
Por pasajero_FSR
A
Botero no le cae bien García Márquez. Es un hecho constatable en diferentes
entrevistas que el pintor antioqueño ha dado, la más reciente en la revista
Soho, en la que su editor preguntó lo que siempre se le ha preguntado, y Botero
contestó tal y como siempre lo ha hecho: defendiendo su obra y explicando su
procedimiento y labor artística cada vez que aparece la figura del nobel
colombiano. No entiende por qué el obvio (y frívolo) discernimiento del público
que relaciona los dos estilos creativos: el realismo mágico de Gabo y el uso de
la exageración, y la "volumetría gastronómica" (según Cobo Borda) que
hace que sus formas aparenten ser gordas. Es molesto y entendible la agobiante
explicación a los periodistas y la incorregible precisión al público. Ambos no
escuchan. Averiguan lo mismo. En tanto Botero también manifiesta lo suyo, al
contrario de lo que muchos creen, Gabo le cae pesadísimo.
Suena
duro, claro. Pero las desavenencias han alimentado la historia del arte. La
célebre rivalidad entre el elegante, lúcido y bello Leonardo en contraste con
el escabroso y de salvaje espíritu Michellangelo. Aquel señalaba con sorna su
desprecio por la escultura, y éste respondía con altaneros reclamos sobre la
constante inconstancia del hombre de Vinci. O la que protagonizaron en pleno
siglo XX dos escritores norteamericanos célebres: Ernst Hemingway y Scott
Fitzgerald. Uno le criticaba (y celebraba en ocasiones) su estilo de escritura,
sus modales artificiosos y hasta su mujer, la remilgada Zelda Fitzgerald. Éste
siempre señaló el injustificado prestigio del autor de "Felicidad",
llegando incluso a comentar con inquina, ante la descomunal proyección de
masculinidad de Hemingway, que éste "se ponía pelucas en el pecho". O
la que enfrentó a Mozart con Salieri, la de Picasso con Matisse o Modigliani, o
la lucha ideológica latinoamericana entre García Márquez y Vargas Llosa.
Para
entender un poco las idiosincrasias que repercuten en la apreciación mutua, es
bueno revisar las ocasiones en que pudieron haberse cruzado, es decir, las
oportunidades en que estuvieron hablando, compartiendo escenarios o ámbitos
puntuales. En esta exploración surge el nombre de Álvaro Mutis, conocido
relacionista público y hombre de cultura, es difícil encasillarlo pues como
señalaba Gabo en un artículo "la mayoría de sus amigos -a quienes Mutis
les parece un hombre fabulosamente simpático- no pueden explicarse a qué horas
escribe sus libros". Fue él quien apoyo a Gabo desde que se conocieron en
1949 de diferentes formas: citas con editores, recomendación con jefes de
diarios, presentación de poetas bogotanos y hasta viajes de inspiración al
extranjero. En 1954 Gabo entra a trabajar en el diario capitalino El
Espectador, en un acuerdo de última hora entre Guillermo Cano y Mutis.
Por
su parte, Mutis pudo conocer muy bien a Fernando Botero. Pues vivió con el
joven pintor y su esposa Gloria Zea, en la capital mexicana entre 1957 y parte
de 1958, después de una temporada en prisión por asuntos financieros. Estadía
en medio de dificultades económicas del matrimonio colombiano (él se dedicaba
exclusivamente a pintar y ella se encargaba de la crianza de su primer hijo, Fernando).
Es muy probable por la admiración que siempre profesó Mutis por Gabo que lo
nombrase en alguna conversación, y pidiese a Botero su opinión, pero no hay
mayor constatación. En una charla con Gloria Zea hace poco más de un año
comentó que "se trataban todos los temas de Colombia, México y el mundo,
pero Botero nunca dijo nada particular sobre Gabo". Quizás porque no
conocía su obra, que consistía en cuentos publicados, su novela La
Hojarasca y la reconocida serie por entregas del Relato de un Náufrago. En su estadía en
Nueva York años después, según un amigo "hizo apuntes positivos sobre Cien años de Soledad".
En
1960 Botero hizo algunas ilustraciones del cuento de Gabo La Siesta del Martes para El Espectador, pero
como él mismo lo señala "este era un oficio diario que no representaba mis
gustos o predilecciones literarias". Era bien pago su trabajo,
simplemente, en aquellos años en que comenzaba a figurar con fuerza en el medio
artístico colombiano.
Ahora,
si pensamos en Bogotá hace cincuenta años, es una ciudad que resurge de las
cenizas del Bogotazo (1948), en medio de tensiones políticas: el golpe de
Estado de Rojas Pinilla (1953), el período de la dictadura, la guerra civil y
su epítome de La Violencia
(1948-1958). En aquella ciudad la Avenida Jiménez (Hoy Eje ambiental) era el centro
la vida política, cultural y económica. A sus cafés acudían las figuras de la
poesía, el arte, las narrativas, son muchos los recuerdos de aquellas célebres
tertulias y sus participantes. En Bogotá se conversaba mucho. La oficina de
Gabo quedaba en el segundo piso y la de Mutis en el quinto del mismo edificio.
La sede de El Tiempo estaba en los estudios de la Carrera Séptima,
el Parque Santander reunía a los jóvenes empresarios bogotanos.
En los años ochenta los dos viven en Paris,
cerca del barrio Latino. Allí residen el hermano de Gabo, Eligio, artistas como
Luis Caballero, Luciano Jaramillo, Darío Morales o el cineasta Luis Ospina, y
otros más. En esta época se hicieron reportajes y entrevistas a Gabo desde
París, recordando sus tiempos de hambre y bohemia, o sus visiones de
Latinoamérica, sus amistades, sus sueños. Es significativo que por estos años
muchos le hicieran saber a Gabo su alegría o satisfacción por su Premio Nobel: Morales
le regaló un retrato gigantesco, Plinio Mendoza le hizo un par de buenos
reportajes, Caballero le envío una sentida
Darío Morales
pinta a GGM
felicitación.
Algunos se acercaron a su casa para darle su saludo cortés y amable, otros lo
atiborraban en fiestas y comidas. Botero nunca se acercó a su casa ni tuvo el
disimulo (como buen relacionista público que siempre ha sido) de enviarle sus
saludos o felicitaciones. Nada. Se puede ser suspicaz si recordamos que a
Vargas Llosa le regaló un óleo que el escritor peruano conserva -según un
escrito suyo- en su estudio en Europa. Pero con Gabo, nada, cada quien en lo
suyo: Botero en su estudio y Gabo al frente de su computador, como niño curioso
que estrena juguete. Revisar los posibles encuentros conduce a una inocuidad.
Un desgaste innecesario. La respuesta, o al menos la explicación está en
Vargas Llosa y su cuadro de Fernando Botero
lo
que señala el crítico e historiador de arte colombiano Álvaro Medina:
"Botero es un artista celoso". Celos que nacen de la rivalidad con
los artistas de su generación, con sus compatriotas o con pintores y escultores
del mundo. Celos por ser el protagonista. En diversas entrevistas en su
juventud señalaba su "admiración por el trabajo de Obregón, su manejo del
color...", su estilo que, hay que señalar, muchos artistas de la época
intentaban imitar o introducir como pauta pictórica. O las alabanzas al
muralismo mexicano y sus cabezas visibles, Diego Rivera, Orozco y Siqueiros,
incluso el renovador Rufino Tamayo. Al final dijo que Obregón nunca lo había
influenciado, o que "Siqueiros era el peor pintor del mundo y Rivera, una
mera derivación del expresionismo alemán". La defensa por su identidad que
se entreteje con el mito y con el célebre afán de trabajo lo lleva a este tipo
de afirmaciones, comprensibles, claro, pues a la
larga el artista intenta desligarse de su pasado,
afincarlo y proyectar su futuro, precisamente apelando a una historia de sí
mismo.
Le
cae pesadísimo, no ha leído con entusiasmo su obra, nunca se cruzan y es
probable que no lo hagan. La relación nunca nació ni llegó a crecer. Hubo
varios puentes que pudieron haberlos comunicado. Pero el asunto al fin de
cuentas, está en las personalidades, en identificar la frontera entre el mito o
la invención de la realidad y la verdad, al menos la verdad convertida en
cotilleo. Son muchas las diferencias que los separan, pero son a mi parecer más
los puntos de encuentro, las semejanzas en temas, tratamientos: en su creación
artística. Aquí reside la importancia de la relación entre las cabezas visibles
del arte y la literatura colombiana. Por ahora nos quedamos entre la antipatía
de uno y la indiferencia del otro.
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