29 de octubre de 2011

MEMORABILIA GGM 529

MEMORABILIA GGM
Cali – Colombia
29 de octubre de 2011

El ensayo que se publica a continuación está extractado del libro ¿Por qué es negra la noche? del escritor Julio Cesar Londoño. (Planeta, septiembre de 2010)


¿SE LE SECÓ EL 
CELEBRO A GABO?


Alonso Quijano fue un hombre sensato hasta que "la lectura de libros de caballería le secó el celebro". Entonces se creyó el Quijote de la Mancha y salió a "desfacer agravios, socorre: viudas y amparar doncellas, en especial aquellas que andaban con toda su virginidad a cuestas". Al parecer a Gabo le está sucediendo lo mismo, sólo que en este caso el origen del mal no es la lectura sino la escritura. El suceso es comprensible. Lo maravilloso es que no le hubiese sucedido antes, que la composición de 10 novelas, 47 cuentos y miles de artículos de prensa no le hubiese dejado exangüe el cerebro mucho antes. Hay que considerar, además, que sus libros no son rellenos descriptivos, como hacían los novelistas del siglo XIX, ni disquisiciones históricas como las que le gustaban a Walter Scott, ni reflexiones políticas, como estila Vargas Llosa, sino máquinas de fascinación capaces de cautivar al mundo, fábulas llenas de humanidad y de ingenio y de personajes tan vigorosos que ya han pasado a formar parte del imaginario colectivo contemporáneo; son historias escritas con un lenguaje que es un arte combinatoria de exploración de las infinitas posibilidades del castellano, de sus innumerables maneras de decir. 

Pero en los últimos años ese cerebro prodigioso está dando muestras de inocultable fatiga. El primer síntoma de agotamiento se advirtió en Vivir para contarla, el primer tomo de sus memorias. Es un buen libro, sin duda, pero allí empezó a hacer algo que no había hecho nunca, rellenar. Al episodio del asesinato de Gaitán le dedicó demasiadas páginas, un número excesivo para un episodio tan manido, para una persona de la que tanto se ha escrito, para el caudillo que aspiraba a la Presidencia de la República luego de fracasar en el Ministerio de Salud, en el Ministerio del Trabajo y en la Alcaldía de Bogotá. Para un señor que debe, como Galán, su mitológico tamaño a su muerte trágica. Un hombre, en suma, al que la muerte le ha sentado bien.

Él mismo ha reconocido que la "cuerda" se le está acabando. A finales de 2005 le dijo a Xavi Ayén, del periódico La Vanguardia de México: "Ya no me despierto por la noche asustado, tras haber soñado con los muertos de los que me hablaba mi abuela en Aracataca, cuando era niño, y creo que eso tiene que ver con lo mismo, con que se me acabó el terna".

Su discurso en el Congreso de la Lengua de Cartagena fue otra demostración de agotamiento. Era un momento que ameritaba la escritura de "aunque fuera un soneto" corno decía mi tía Imelda para conminamos a festejar el cumpleaños de algún pariente. Pero no, Gabo se limitó a "cortar y pegar" corno cualquier chico desaplicado. Volvió a contar la historia de las joyas de Mercedes, que resultaron ser vidrio puro cuando las llevaron al monte de piedad; volvió a contar el drama del envío del original de Cien años por correo a Buenos Aires, un mamotreto que pesaba tanto que tuvo que quitarle la mitad porque la plata no le alcanzaba para sufragar los portes postales, y sólo luego se percató de que había enviado la segunda parte. Todo el mundo se rió con estos chistes porque Gabo es nuestro bienamado y porque era el dueño de casa pero todos conocían esas historias y esperaban que el escritor vivo más importante del mundo se tornara la molestia de escribir algo original, siquiera un soneto, en lugar de asestamos esos venerables refritos.

"Lo que pasa –me explica un buenhombre– es que para Gabo estas cosas no son importantes. Está jarto de homenajes y el boato de las ceremonias lo aterra porque le da la impresión de estar asistiendo a su propio funeral. Por eso escribió cualquier cosa para salir del paso".
Disiento, buenhombre. Este no era un homenaje más. Era un momento" cabalístico”, algo importante para un sujeto tan supersticioso corno él, porque se celebraban tres aniversarios importantes en números redondos: los 80 años de su edad, los 40 de Cien años y los 25 del Nobel. Y estaban allí varios hombres de poder, gremio que lo fascina (Juan Carlos de Barbón, Bill Clinton, Álvaro Uríbe) y escritores tan famosos como Carlos Fuentes, tan tiernos como Skármeta y tan talentosos como Antonio Muñoz Molina, y 300 notables más, y la Real Academia Española lanzaba urbi et orbi un millón de ejemplares de Cien años. Definitivamente, no era un homenaje más.

Pero la prueba más contundente de su desfallecimiento creativo es Memoria de mis putas tristes. Desde Ojos de perro azul, ese tomito de cuentos surrealistas, atmósfera onírica y fantasía burda, Gabo no escribía nada tan malo. Aquí el problema no es de estilo. Su castellano sigue siendo potente y camaleónico, es decir, que toma siempre la coloratura exacta del entorno y la época, pero el argumento es desangelado. Que un viejito se agencie una niña para celebrar su cumpleaños número 90, que duerma con ella sin tocarla y se limite a olerla y a contemplarla toda la noche, no es tema suficiente para una novela. A lo sumo daba para un cuento o para un poemita decadente, o para una anécdota de salón sobre las excentricidades sexuales de los millonarios japoneses viejos.

El libro no es erótico porque el protagonista, como el autor, están demasiado viejos, se encuentran más allá del bien y del mal y carecen del morbo necesario, y el tema no fue bien recibido porque el palo ya no está para cucharas. Hace cincuenta años la pedofilia era de buen tono, una aberracioncilla que a nadie alarmaba. En 1955 Vladimir Nabokov publicó Lolita y el mundo lo ovacionó. En la película Novecento hay una escena de pederastia que los críticos ni siquiera mencionaron. En la misma Cien años hay dos niñas, Rebeca y una gitanita, que son iniciadas en los misterios del sexo antes de cumplir los doce años, y nadie se despeinó por ello. Aureliano Buendía se compromete con Renata Remedios, la hija de don Apollinar Moscote (no confundir con Remedios la Bella) cuando la pequeña todavía se orinaba en la cama.

Pero esos tiempos ya pasaron. Ahora los niños son sagrados, y la pedofilia es algo tan maloliente como la misma palabra.

Muchos dirán que no importa. ¿Qué tanto es un libro flojo en medio tantos libros deliciosos? Estoy de acuerdo. Él ya tenía todo el derecho –luego de dictarnos esa clase magistral de literatura y de vida que es su obra, luego de regalarnos tantas horas, tantos años de felicidad– a aburrirnos un poco y este desliz no alcanza a empañar su alto magisterio. 

Aunque todo parece indicar que ya está seco ese magín que creíamos infinito, ese corazón de donde brotaron las mil y una noches latinoamericanas, sus lectores aún esperamos el canto del cisne, el último milagro. Sería magnífico que se revolviera a escribir el segundo tomo de sus memorias, así tenga que mencionar a Vargas Llosa, a Plinio Apuleyo Mendoza y a otros amigos que ya no ama. Podría no mencionarlos. O mencionarlos de manera noble y discreta. O tirárselos, citarlos como actores de reparto, "poetas menores del hemisferio austral". O hablarnos de los presentimientos del general Ornar Torrijos en la víspera de su misterioso accidente; o del día en que se quedó encerrado con el papa en la Biblioteca Vaticana; o de las diligencias secretas que ha realizado por encargo de sus amigos poderosos para buscarles salidas a ciertos conflictos internacionales; o decirnos si es verdad que vio llorar a Fidel Castro cuando tuvo que ordenar el fusilamiento de su amigo del alma, el coronel Antonio de la Guardia, un héroe nacional involucrado, quizá por orden del mismísimo Comandante, en el tráfico internacional de drogas. Si Gabo ha hecho ficciones memorables con el tema del poder, ¿qué no podría hacer con todo lo que sabe del poder real de los líderes con los que ha tenido trato íntimo? ¿Estará ya escrito el volumen y guardado bajo siete sellos con instrucciones precisas para que se publique mucho después de su muerte, cuando todos los involucrados sean polvo?

Si no fuera así, si no hay más "memorias" o si el segundo tomo resultara más flojo y más triste que Las putas, no importa. De todas maneras, señor Gabriel García Márquez, usted ya tiene un lugar asegurado en la primera fila de la historia universa, de la literatura y en las yemas de los dedos de los lectores.

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