21 de octubre de 2011

MEMORABILIA GGM 527

El Espectador
Bogotá - Colombia
El Magazín- BLOGS Cultura
20 de octubre de 2011 

Aló, García Márquez: celebridad al teléfono

Stanislaus Bhor (*)


El editor

Héctor Gil llegó ese octubre a Colombia. Venía de París. Era miembro de un clan de libreros, y se había ido quince años antes en un avión que salió de Medellín, ancló en New York y lo abandonó a su suerte en Bruselas. Entre trenes y escalas recaló en París y finalmente ancló en Barcelona, la de 1975, en el cenit de Boom de la literatura latinoamericana. Durante tres años trabajó como corrector de pruebas y lector de manuscritos para Editorial Planeta. Luego llegó a Francia para trabajar como hombre orquesta. Finalmente, fundó el Centre Curturel Colombien en un callejón que daba al bulevar de Saint Michel. Todas las veces que regresó a Colombia trataba de conseguir libros de autores nacionales, discos, catálogos de pintores y contactos para exhibir en su fundación. Por el Centre Culturel Colombien desfilaron desde Orlando Fals Borda, hasta Álvaro Mutis. Colombianólogos como el erudito Jacques Gilard (especialista en El grupo de Barranquilla y compilador de la obra periodística de García Márquez y de Cepeda Samudio), y el sicoanalista colombiano José Gutiérrez, discípulo de Erich Fromm. Gente de paso, perseguidos políticos por el régimen de Turbay Ayala que, según sus recuerdos “fue el que nos puso a pelear a todos con la violación de derechos humanos y tanta gente encarcelada”.  Eran visitantes y mundonautas. Latinos que transitaban por una calle paralela a Saint Michel, en el corazón latino y el centro de acciones de París.

Saint Michel queda a dos cuadras de la catedral de Notre Dame y cerca a La Sorbona, recuerda. El Centre Culturel Colombien quedaba en la calle de los hoteles, que fue donde pasaron las temporadas Nicolás Gillén, García Márquez, y todos los latinos que pasaban por París: “La casa hacía parte de la empresa en la que yo trabajaba y ahí se adecuó una parte para hacer la exhibición de cine y las presentaciones de escritores y la galería”.

A nombre de esa casa de cultura, El Centre Culturel Colombien, se editó aquel octubre de 1989, a su regreso, una de las entrevistas atípicas que le han hecho a Gabriel García Márquez. Se titula: Alooo Gabo, y trae un subtítulo: García Márquez responde en directo a sus lectores. Es una entrevista colectiva, y entre sus entrevistadores se cuenta un ama de casa, una secretaria de procuraduría, un ingeniero civil, un secretario del Partido Comunista, un estudiante de derecho, una estudiante de contaduría, varios periodistas, un colegial, un licenciado en comunicaciones. María Cristina Jaramillo, que entonces tiene 20 años, le reclama por los pasajes obscenos de El amor en los tiempos del cólera:

–[Usted] se adentra por los caminos de la perversidad al narrar las historias morbosas de Florentino Ariza, ¿creía que con esa novela iba a satisfacer la necesidad de los idealistas y los comerciantes para poder vender su libro?
–Mi bella María Cristina, dile por favor al que te escribió esa nota que me leíste, que no te ponga a decir tonterías a tan tierna edad. Lo que yo he procurado con mi libro es exponer los prejuicios para tratar de conjurarlos y lo que están haciendo contigo es inculcártelos.

La entrevista

Entre las entrevistas valiosas que le hicieron a García Márquez en su vida lúcida, y con las que puede trazarse un paralelo entre su vida, su evolución estética y su producción literaria, resultan memorables la que concede al chileno Luis Harss para incluir en el libro que fundó el canon del boom latinoamericano, Los nuestros (1966), y en donde queda dibujada su infancia, su presente en México, y los momentos previos que conducen a Cien años de soledad. La siguiente tal vez sea la que concede a Germán Castro Caicedo en una feria de libro de Bogotá en marzo de 1977 (puede leerse aquí http://sololiteratura.com/ggm/marquezgabocuenta1.htm) concedida poco después de la aparición de El otoño del Patriarca. En ella habla de sus supersticiones, de su adolescencia, de su teoría de los cinco centavos (que le faltaban para todo menos para whisky), de su amistad con Camilo Torres Restrepo y de su llegada a Europa. El olor de la guayaba (1982), entrevista a fondo que le hiciera un periodista de cuyo nombre no quiero acordarme (se llama Plinio Apuleyo Mendoza) y donde narra los años duros, los tres que pasó en París, con las tripas pegadas al espinazo, recogiendo las sobras de comida que tiraban las parisinas a los tachos de basura mientras redactaba El coronel no tiene quién le escriba se abordan aquí. En esa entrevista García Márquez perfila sus ideas políticas y la vocación irrefrenable. Narra los años de Bogotá como periodista, en donde se da la formación del corresponsal más en la reportería callejera que en salas de redacción y las obsesiones de su mundo interior quedan esbozados. La última entrevista, para redondear el periplo de su vida y periodizarla (a la par que su producción literaria), tal vez sea Alooo Gabo, esa entrevista colectiva que concedió a los lectores en la emisora Todelar, en 1986, cuando ya era Premio Nobel y un escritor que navegaba sobre un universo narrativo propio.

De dos casetes que contenían dicha entrevista fue que extrajo Héctor Gil el material que publicaría en formato libro en octubre del año ´89 bajo el auspicio del Centre Culturel Colombien de París.

–Llegué aquí en octubre y me ofrecieron como una primicia un texto desconocido de García Márquez. Entonces me explicaron que se componía de un programa que se transmitió por radio, y yo lo consideré interesante. Me pasaron la grabación, dos terceras partes. Lo primero que sale es el anuncio de que empieza la intervención de García Márquez y que responderá directamente a los oyentes. La entrevista fue al aire, pero a Todelar le importaba un bledo que se gastara media hora en cada respuesta. Eso lo hicieron por la mañana. Y el amigo que lo grabó fue quien hizo el asesoramiento.

En busca de versiones encontradas al respecto, Fernando Jaramillo, del blog Memorabilia, da esta versión de la historia: “Cuando se publicó El amor en los tiempos del cólera en diciembre de 1985, generó una avalancha de comentarios, críticas y columnas de prensa, que fueron muy bien recibidas por los seguidores del escritor Gabriel García Márquez. En febrero de 1986 se preparó, por parte de la cadena radial colombiana TODELAR, una entrevista colectiva que dirigió Juan Guillermo Ríos y emitió al aire el 24 de febrero de 1986. En dos casetes de 120 minutos tengo una grabación de todo lo que se dijo aquel día. En una visita que hice por esa misma época a la Editorial Oveja Negra, que editaba los libros de GGM, José Vicente Kataraín, el gerente, me regaló una trascripción en papel de esa entrevista. Cuando comparé los textos con las grabaciones, encontré diferencias sustanciales y de ahí deduje que la entrevista había sido practicada en una fecha diferente a la de su emisión y luego editada en cinta para los oyentes de la cadena radial. En Cali, la ciudad en donde vivo, fue trasmitida por la emisora “La voz de Cali”. Pero fue escuchada en todo el país por la emisoras de la cadena”.

Alooo Gabo, como fue titulada por Héctor Gil, pese a los cortes, es una de las entrevistas esenciales para comprender el pensamiento de García Márquez. Sobre todo, porque no hay entrevistador. Las preguntas son propuestas directamente por sus lectores, y los lectores son tan variados que se cuenta entre ellos un general de cuatro soles que le reclama por qué la novela empieza en un tono poético y luego decae y se enloda con escenas mundanas y sexuales, a lo que el autor responde con un saludo al general que sigue vivo. Luego le recuerda que él, siendo un hombre formado en la escuela de la guerra colombiana, que conoce las partes menos alentadoras de la realidad, que tuvo que perseguir y dar de baja a su amigo, el sacerdote y guerrillero Camilo Torres Restrepo, debería aceptar al menos que la vida no es color de rosa: “Yo tengo un compromiso con toda la realidad, no sólo con la melodramática”, concluye. Hay un gramático, Roberto Cadavid (Argos), que le interroga por las inconsistencias históricas y por los anacronismos descolocados que encuentra en la novela, y al que responde que en una novela hasta el espacio físico y el histórico son objetos de ficción. Hay aprendices de escritor interesados en establecer la relación del autor con los personajes, a los que responde que los personajes son la colcha de retazos de toda la gente que se ha conocido, e invierte la pregunta al decir que lo sorprendente es que un lector pueda identificarse con ellos después de tal mescolanza. Hay un sicólogo interesado en hacerle confesar que su obra está inmersa en algún tipo de filosofía social que se corresponde a la realidad de la época, al que responde “en el año cero, o sea el día en que cambió siglo, cuando el doctor Juvenal Urbino se iba a hacer el primer viaje en globo a la población de Ciénaga, un periodista le pregunta que si perecía en su aventura cuáles serían sus últimas palabras. El doctor Juvenal Urbino le contestó: ‘si perezco en esta aventura mis últimas palabras serán: que creo que este siglo cambia para el mundo entero, menos para nosotros.’ Yo comparto totalmente esa creencia del doctor”, de donde se desprende que a) hay un universo propio y detenido en una novela que jamás corresponderá con el de nuestra realidad, y b) que la pregunta es delirante. Hay por lo menos tres preguntas que referencian la tecnología incipiente de los computadores personales en los años ochentas, y son preguntas que un García Márquez visionario aprovecha para divulgar su preferencia por el procesador de textos y espantar la idea falsa de que la escritura se ve afectada por el instrumento usado para ser plasmarla. Y está la intervención de una periodista que habría de convertirse en novelista, Laura Restrepo, quien quizá sea la que mejor glosa la novela cuestionada.

Héctor Gil: “Y todo fue de pura cacería al aire libre. Mucha gente que preguntaba nunca se imaginó que podría hablar con García Márquez. Ese es otro señuelo que puso la emisora. Es muy anecdótico lo que incumbe a García Márquez con las ediciones y con sus reportajes y entrevistas. Lo primero que él hizo aquí en El Espectador fue un reportaje falso sobre el Chocó donde está palpable que al resto del país no le interesa el Chocó, ni sabe dónde queda. El otro interesante fue el viaje a la conferencia de los países poderosos en Ginebra para la crisis del canal de Suez: él se preparó en una semana y media, y con ello tuvo para entrevistar a los protagonistas, lo que muestra su formación sólida como reportero de combate. Luego supo, una semana después, que la dictadura había cerrado El Espectador, y se quedó tres años en Europa, y así estudió cine con el guionista De Sica, Sabatini, y descubrió que el cine se aprendía en la calle, con el neorrealismo. Cuando ya es célebre, da una entrevista pública y la gente se abalanza a preguntar, sólo por oírlo. El libro, con la entrevista Alooo Gabo, lo recibí yo un sábado, y viajaba el miércoles a París. Aquí se lo entregué a un amigo que tenía una librería en la Jiménez con quinta, frente al edificio antiguo de El Espectador, en tiempos de García Márquez. El librero era abogado. Yo dejé en su librería todo lo que salió, hasta los dos casetes de las grabaciones. Y alcancé a llevarme para París 50 ejemplares de la entrevista. Pedí que me reservaran veinte ejemplares más para que no se fueran a perder. Cuando volví a Colombia, a los tres meses, me encontré con el muchacho al que había delegado la función de promocionar el libro. Entonces me preguntó que si yo no sabía lo que había pasado con ese libro. Le dije: “No, ¿qué pasó?” Y me dijo: “El señor Ratarraín mandó por ellos a la librería.” “¿Quién?” “Kataraín, el editor de Oveja Negra”. Se trataba del gerente de la editorial Oveja Negra que era entonces dueño de los derechos de edición de García Márquez en Colombia y quien envió por ellos a la librería porque quería capitalizar el libro dizque como una producción directa de su editorial.

Balidos de oveja negra

La historia de Editorial Oveja Negra quedó marcada entre el gremio de libreros y editores por la metáfora que va implícita en su nombre. Una editorial que nació con el lema de izquierda para la educación de las clases proletarias, que obtuvo en un momento dado los derechos de edición del Premio Nobel y las coediciones de clásicos de la literatura universal con Seix Barral, y que luego se vio envuelta en un escándalo de sobreediciones y piratería, para pasar de publicar Joyce y Chesterton y Saramago y Antonio Caballero y Cepeda Samudio a acabar publicando las memorias de Madame Rochy, Sin tetas no hay paraíso y las memorias de los criminales de la ultraderecha colombiana y los ensayos de los parlamentarios.

Hacia mediados de los años ochenta, en plena efervescencia post Nobel, cuando salía al mercado un libro de García Márquez, automáticamente podía encontrarse en todas las esquinas su réplica en versión pirata. Al contrastar las réplicas, a muchos les resultaban indiferenciables del original. Los tirajes para el pago de derechos se saldaban a la agencia literaria Balcells por cuatroscientos mil ejemplares, pero Carmen Balcells tuvo noticias de que el tiraje real doblaba y triplicaba el tiraje saldado, y que los libros piratas resultaban tan legítimos como los originales, sólo que por ellos no se pagaba ningún derecho. ¿Quién era la Oveja Negra entonces?

Harold Alvarado Tenorio, en un obituario lleno de digresiones, dedicado a la recién desaparecida Editorial Norma, reconstruye el siguiente fresco de la época.

Harold Alvarado Tenorio: “Todo comenzó, como ha sugerido entre líneas y mala leche Andrés Hoyos, con el fin de la revista Alternativa y la aparición de la Editorial Oveja Negra, convertida de la noche a la mañana en una poderosa empresa editorial y política merced al triunfo literario de Gabriel García Márquez y a las astucias y componendas financieras del gobierno de López Michelsen y José Vicente Kataraín, su gerente estrella. Fue en esa vieja casa de la Calle 18, al lado del restaurante El Trébol, donde crecieron uno por uno los personajes que han decidido la vida cultural de Colombia desde entonces. Allí están no sólo los jefes guerrilleros sino los pintores, periodistas, poetas y escritores que han controlado los medios y las empresas de las artes, con Belisario Betancur [Presidente 1982–1986], conocido entonces como “La Mirla”, ocupando todo el cielo de ese mundo. Pero un día Carmen Balcells oyó que en América se vendían sobre–tirajes de las ediciones del ya Premio Nobel y tratando de escurrir el bulto, Katica, como le decían entonces, acusó falsamente a sus colaboradores de piratería. Eso explica la astucia de Roberto Posada a la pregunta de “si GGM era tan leal con sus amigos ¿cómo dejaba que la implacable catalana dejara fuera del gran negocio a quien para entonces exportaba más de 10 millones de dólares en libros, falsos o verdaderos, cada año?” Por algo fue el editor estrella de los años de auge de “la ventanilla siniestra” de que habló Carlos Lleras Restrepo. La voz que había contado todo a Carmen Balcells no era otra que la más dolida, aun cuando aparentemente feliz, con el triunfo de GGM [Álvaro Mutis]. Y esa misma voz ofrecía la solución: ceder los derechos de autor del Nobel a una empresa muy sólida pero que carecía de una línea editorial dedicada a la literatura: Norma; eso sí, siempre y cuando se colaborara también con la expansión del mercado del libro para el grupo Prisa en América con su correspondiente nicho para Norma en España. Desde entonces Álvaro Mutis sería promocionado, a la sombra de GGM, como uno de los grandes escritores, y novelistas de América Latina. Ocho novelas en 6 años produjo el iluminado ganador del Premio Príncipe de Asturias, Reina Sofia y Cervantes, concedidos bajo el imperio de José María Aznar [1996–2004] y sus ministros de Cultura Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, Mariano Rajoy y  Pilar del Castillo”.

De corsarios y piratas

Héctor Gil tiene los ojos amarillos y las manos temblorosas, huellas imborrables de varias décadas de bohemia sangrienta. La edad de los viejos bohemios es incalculable, porque pueden parecer varios lustros mayores de lo que en realidad son. Está vestido con una chaqueta desteñida, un saco de lana roja en el fondo y lleva boina vasca, sin insignias. Nos encontramos en el salón San Mortiz, uno de los más antiguos y económicos del centro de Bogotá, en la calle 16 con carrera 8. Le dije que quería hacerle algunas preguntas sobre la edición de Alooo Gabo, aquella entrevista que algunas veces se encuentra en toldos de saldos con la caricatura de García Márquez en portada. Él sonríe, desencajando la mandíbula hacia al lado derecho como un robot que se ha quedado sin batería o un niño al que se le ha ocurrido una idea súbita. Aprieta los labios, pasa saliva y asiente.

–Cuénteme.

Resumo las versiones que tengo al respecto, y ninguna coincide con su propia versión. En la más descabellada él aparece como un francés erudito que vino a parar a Colombia y logró obtener los derechos directamente de García Márquez sobre una entrevista concedida a una emisora parisina. Esto a Héctor Gil parece divertirle. En esa versión, García Márquez acepta de viva voz la edición de un libro con sus respuestas, pero luego, a través del representante legal en Colombia, se retracta y niega que él hubiese dado una entrevista por tal medio. A este punto, Héctor Gil reacciona con una mirada entre perpleja e incrédula. En otra versión, le digo, se destaca sólo la pugna legal que entabló el editor Kataraín para recoger el libro de la librería Nueva Época que estaba situada entonces frente al TPB, en la carrera 6 con Avenida Jiménez. Aquí se pone serio.

–Es que García Márquez le dio un ultimátum a Kataraín cuando empezó a sacar los reportajes tras la cortina de hierro, y luego fue sacándole el resto de las obras, y García Márquez nunca se enteraba de eso.

Resumo la última versión, de Guillermo Martínez, Trilce Editores, y que al parecer es la que más se acerca a la verdad, porque su cabeza se mueve afirmativamente a todo el inventario: la entrevista fue al aire, mediada por el periodista Juan Guillermo Ríos, y entre los que entrevistaron a García Márquez estuvo el general Valencia Tovar y la escritora Laura Restrepo. El editor del libro, según Martínez, fue un tal Héctor Gil, que había sido fundador de una casa cultural en París donde entre otras personalidades había estado Samuel Beckett pero del que ya no tenía noticias, salvo que se dedicó al alcohol para celebrar el inicio del siglo XXI y aún seguía celebrándolo en el 2011. El libro se perdió y era casi inconseguible hoy.

Allí estaba entonces, sentado con Héctor Gil, entre las mesas azules y las sillas rojas y los baldosines con flor de lis del San Moritz, descartando versiones y con una taza de café de por medio.

–¿Usted nunca se interesó por recuperar la entrevista confiscada por Oveja Negra?

–Sí, yo fui dos veces a Oveja Negra. Y ellos me respondieron que para qué me interesaba “esa barrabasada.” Les respondí: porque yo lo he impreso; y además: ¿cuántas obras ha impreso usted y no son buenas, sino novelas ordinarias? ¿Por qué no puedo interesarme por una entrevista que yo pude cotejar y que se grabó en directo? Le eché en cara por la edición de un libro de mi amigo en París y amigo en Bogotá, el erudito Jacques Gilard. Gilard sacó dos volúmenes gruesos de todo el periodismo de Álvaro Cepeda Samudio, todo lo que había publicado en Barranquilla. En la otra visita le dije que Gilard mandaba decir que por favor le enviara sus libros. “¡Cómo así!”, dijo Kataraín: “¡Qué más quiere! ¡Yo le publiqué ese ladrillo y no se ha vendido!” “Pues Gilard no ha recibido ni un ejemplar de su parte, porque solo tiene el que compró en París en una librería donde llegan ediciones latinoamericanas. De parte de Oveja Negra nunca llegó nada a Tolousse. Es más: la compilación del periodismo de Cepeda Samudio fui yo quien se la consiguió, porque tenía tres. Uno se lo di a Gilard, otro lo dejé en la Sorbona, y otro es el que conservo conmigo. ¿Entonces qué ejemplares le va a mandar a Jacques Gilard?”, le insistí. Kataraín respondió: “Vuelva cuando tenga tiempo.” Le dije: “Tengo tiempo ya.” Me pasó cinco libros. Esos cinco se los llevé a Jacques Gilard a Francia.

–¿Y recuperó la edición de Alooo Gabo?

–Nada. Como el libro salió al precio de costo, entonces mucha gente sí lo compró, ahí, en la librería, y en las ferias callejeras donde lo llevaron. A veces uno con suerte encuentra algunos de esos ejemplares por ahí, rematados en la calle, o en anticuarios. En todo caso, para Oveja Negra se llevaron todo el stock que había en la librería Nueva Época alegando que era una edición pirata. Nunca me devolvieron nada. Por aquel tiempo Kataraín era poderoso: empezó a editar constantemente, porque se vinculó al Moir [partido de izquierda] y se centró en publicaciones políticas para la universidad. Después creció comercialmente y se dedicó a editar y a ser impresor, y claro, se creció con García Márquez. Luego García Márquez le retiró los derechos a Kataraín.

–¿Nunca le interesó informar a García Márquez que usted había editado aquella entrevista?

–Sí. Se la hice llegar por intermedio de Álvaro Mutis. Nos lo encontramos allá en París, precisamente, y cuando él se bajaba del bus yo empezaba a subirme. Cambié de opinión y me puse a esperarlo, y a Mutis le entregué cinco ejemplares y le dije que era para hacérselos llegar a García Márquez. Él dijo que antes de ir a Bogotá iría a México, y eso fue lo que hizo. De modo que García Márquez se enteró por esos ejemplares, como eran amigos… Por supuesto, ha habido ecos y comentarios que ha suscitado esa entrevista en muchas partes donde han contado con un ejemplar. La gente se pregunta: “¿Pero quién editó este libro pirata?” Fui yo.

Celebridad al teléfono

Un libro pirata es una copia degradada del libro original que no paga derechos ni al editor, ni al autor. Si se alega que Alooo Gabo es un folletín pirata, técnicamente no es demostrable, porque nunca hubo original. Que sea trivial, solo significa que tal y como está el texto hubiese ameritado una labor editorializable, acaso la intervención de un reportero que captara el ambiente dentro de la cabina de grabación  y que al mismo tiempo hubiese tenido acceso a los testimonios externos de quienes llamaron para sondear la satisfacción o recepción o impacto que hayan tenido la sesión de respuestas; alguien que hubiese aislado los términos, delimitado las categorías estéticas, las históricas, las vitales; pero que nadie realizó. Se transcribió tal y como fue emitida. Y sin embargo, el valor de esa entrevista está hoy determinado por la secuencialidad que ocupa dentro de un conjunto mayor de entrevistas que abren puertas sobre el pensamiento estético, vital y político de García Márquez. El valor está dado por la pluralidad de preguntas sobre una misma obra, que no se habría conseguido con la mirada de un solo entrevistador, y por la pluralidad de respuestas de orden estético, filosófico, político, confesional que tuvo en deferencia el autor para con los oyentes. La entrevista se convierte así en un muestreo social que permite describir desde el estrato de los compradores de libros, hasta los niveles de inferencia lectora del país en esos años. La disyuntiva de si resulta válido o no publicar todo lo que un autor dice o dejó en borradores abre una discusión con múltiples perspectivas. Antes que nada, hay que considerar el punto de vista de los propios autores (a quienes se les va la vida corrigiendo borradores para que, una vez muertos y cremados, una viuda sin pensión vitalicia, o los herederos, emborronen todo con la publicación desafortunada del borrador crudo, que el propio autor jamás habría dado a la imprenta.) Está, por supuesto, la perspectiva de Max Brod y de los amigos de Virgilio, que tienen la responsabilidad de sacar a la luz o destruir los textos de Kafka y del poeta, desobedeciendo los mandatos incendiarios de los autores, y no lo hacen, y se les agradece. Está, por supuesto, el punto de vista del público lector, ávido de profundizar en una obra o, simplemente, de comprar fetiches si son de su autor favorito (y que es en últimas el que más derecho tiene sobre los libros de un escritor). Y está el punto de vista de los agentes literarios y de los editores, que es el punto de vista del mercado de masas, del circuito de las promociones, y que todo lo que vale un autor posicionado lo miden en cifras.

La réplica a si fue ético o no publicar el corpus de la entrevista sin un filtro editorial que contextualizara y diseccionara las preguntas y respuestas, necesitaría un análisis del momento y de las circunstancias mediáticas en que se dio. Estamos frente a una entrevista pública que concede un Premio Nobel de Literatura a sus lectores, por intermedio de una emisora radial suramericana. El despliegue mediático que siguió al otorgamiento del Premio Nobel catapultó a García Márquez a los linderos de la celebridad, por no usar otra palabra más altisonante pero apropiada: divinidad. Lipovetsky, que ha explorado los aspectos periféricos de las divinidades humanas, ha descrito el culto de la celebridad como la sustitución de la alianza social por un orden de mundo jerarquizado “[un mundo] más vertical que horizontal, [gobernado] por divinidades elevadas, trascendentes y omnipotentes más altas que el hombre” (El lujo eterno, Anagrama, pg 32), y Raoul Vanegem recuerda que la intimidad de las personas debe permanecer impenetrable excepto cuando “decide exhibirse sin reserva (ver Nada es sagrado, todo se puede decir)”. La propiedad intelectual es una forma de la privacidad. García Márquez aceptó exponerse, romper la privacidad, sin reserva. Llamar por teléfono a García Márquez producía una euforia social equivalente a la de llamar directamente al presidente de la república para decirle que está gobernando mal, o llamar a Nicole Kidman para decirle que la prótesis nasal que usó en Las Horas convirtió a su personaje en el retrato más fiel que ha hecho el cine de Virginia Woolf, y que sus nalgas níveas en Ojos bien cerrados jamás las olvidaremos. Algunas de los entrevistadores que tuvo García Márquez aquel día pretenden incluso averiguar cuál era el estado sexual del autor en el momento de redactar El amor en los tiempos del cólera. ¿Por qué se lanza un energúmeno a acuchillar El Ángelus de Millet, o a disparar contra la Monalisa? ¿Por qué le disparan a Lennon un tiro a la cabeza? ¿Por qué los venezolanos llaman en masa los domingos al presidente Chávez? ¿Por qué las colegialas retiran su ropa interior para lanzarla sobre el cantante de reguetón Daddy Yankee? ¿Por qué Godin lanza un pastel al rostro de Marguerite Duras o a Jean–Luc Godard o a Bill Gates y llama a esa protesta “terrorismo dulce”?

Porque los ídolos son una representación de lo sagrado. García Márquez, en medio de la difusión de El amor en los tiempos del cólera, accedió a contestar a los oyentes, y esa aceptación es también una oportunidad de aproximarse al ídolo y de difundirlo: “yo lo toqué, yo estuve ahí, yo le hablé, yo pregunté si se masturbaba”.

La entrevista, según testimonio de Fernando Jaramillo, quien en una labor de fan incondicional ha recopilado casi la totalidad de los textos de prensa que se han escrito sobre García Márquez en español, fue difundida en Cali, en diferido, lo que hace pensar que se debió difundir al mismo tiempo en otras emisoras de la cadena radial del resto del país. Era un boom. Era un texto en busca de editor. Y lo encontró, en Héctor Gil.

Centre Culturel Colombien, bienvenidos

Corre, frenética e injusta, la década del setenta. Héctor Gil trabajaba en las páginas culturales del periódico El Tiempo, bajo la orientación del editor Eduardo Mendoza Varela, cuando se convoca a un concurso entre trabajadores que trae premio insólito: un viaje a Europa. Son treinta competidores versus Héctor Gil, que ha sido adicto al alcohol, pero nunca al jaque mate. Jamás sabrá por cuenta de qué dios se ganará aquel premio. Tal vez por Apolo. Él corrige: Tal vez por Baco. Y se ríe y bebe el café de un sorbo, como si fuera vino tinto. El premio costea el viaje y otorga albergue temporal en Barcelona. El concurso se convoca en septiembre, pero sólo se puede largar de Colombia hasta mayo del ´75.  Se va a Buenaventura, para zarpar en barco. Un martes, a salir el jueves, pero sucede que esa semana incautan uno de los primeros buques cargados con droga en el Pacífico, y “de aquí no sale ni la puta madre del capitán del barco,” dice el policía. Ya no recibirán más pasajeros a bordo de la Flota Mercante Grancolombiana hasta que se establezca quiénes son los aliados con los narcos, lo que nunca se establecerá, y por eso no habrá más viajes interoceánicos para mundonautas. De modo que se va a Cartagena, a intentarlo por el océano atlántico. Nada. Después a Barranquilla. Nada. Después a Medellín. En Medellín encuentra al padre de un compañero de bachillerato del gimnasio Caldas, a quien le comenta sus planes inmediatos. El padre de su amigo le presta el dinero para costear lo que le falta. La mitad del premio, que incluye el tiquete, se ha perdido por vencimiento de términos, aclara. Don Javier, que fue un ingeniero reconocido en el pueblo de su infancia, ahora está de urbanista en una Medellín que empiezan a remodelar los millones de dólares que arroja el narcotráfico. El ingeniero le dice: “¿Cuánto necesita para su viaje?” No lo sabe, ha perdido parte de la beca, pero dice que aún lo esperan en el albergue. Don Javier le pide que averigüe. El pasaje en avión hasta Europa cuesta catorce mil pesos. El ingeniero le extiende un cheque por diecisiete mil pesos, a nombre de la empresa aérea. Le quedan tres mil en caja, con los que cuenta para defenderse en Europa. Logra salir de Medellín a Nueva York, y de ahí tomar un vuelo que hará escala en Bruselas. En Bruselas, debe tomar el tren hasta Barcelona. Pero antes de partir, en la agencia de viajes cambian de planes y le ofrecen un nuevo itinerario: le llevarán con el mismo tiquete hasta Honolulú, pero de ahí deberá comprar otro pasaje, de ida a Barcelona que incluya regreso a Colombia, por la misma ruta. Responde: “Ustedes no entienden: yo voy a Barcelona para quedarme, y no pienso regresar; así que devuélvanme los tres mil pesos.” Le confiesan que no hay vuelos directos a Barcelona, que en Nueva York deberá comprar un nuevo tiquete, con escala en Bruselas, con cargo a la aerolínea: ellos le vendieron el tiquete sin haber plaza. De Bruselas deberá partir por tierra a Barcelona y cobrar el saldo. Acepta, porque no entiende, y apenas pisa el cielo de Bruselas “un domingo a mediodía, hago el reclamo para que me devuelvan el sobrante del tiquete, los tres mil pesos; ellos me dijeron que no podían, que eso apenas era una agencia, pero que la principal estaba en el centro de Bruselas, y allí solo atendían hasta el lunes. ¿Y ahora qué hago?”. Detiene a un taxista, y le pregunta por un hotel. El taxista habla español y dice saber de un hotel confiable. El propio taxista hablará con el gerente en francés y le resumirá el caso, prometiéndole que al día siguiente el pasajero pagará la cuenta cuando le den el excedente del tiquete. Pernocta esa noche en Bruselas. Sólo hasta las cuatro de la tarde del día siguiente aceptarán darle el recibo de pago por el sobrante, pero con una cláusula: sólo podrá cobrarlo hasta llegar a Barcelona, directamente en la empresa aérea. “Hipueputas.” Trata de reclamar. Le dan una palmada en el hombro y dicen: “Cálmese, que esto no es Colombia”. No dice si pagó o no pagó la habitación de ese hotel. “Hijueputa”, diría el gerente, en francés, si no pagó. Llega a París el mismo lunes, por tren. Tiene que buscar la embajada para sellar el pasaporte. La embajada queda en la rue d´elisé, pero el taxista confunde la calle en su mal francés con una avenida. Logra llegar a las dos de la tarde, la hora en que ya cierran la embajada para almorzar. Lo invitan, de parte del cónsul. Luego oirán su caso, chequearán los documentos y le propondrán que se quede hasta el día siguiente, en París, y que ellos se comprometen a conseguirle un pasaje en tren a Barcelona. En París se quedará del martes al miércoles. El miércoles le entregan un tiquete París–Barcelona, a las tres de la tarde. El tren sale a media noche, pero ya en la noche se declara la huelga. A las nueve no hay trenes circulando Francia. “¿Y por qué no hay trenes si la huelga empieza hasta media noche?” “Porque las huelgas de acá son en serio”. Se queda de miércoles a jueves, y sale temprano, a las siete. Héctor Gil llegará a su destino, Barcelona, esa misma tarde, a las cinco.

–Recapitulemos, don Héctor: usted se gana una beca, sale de Medellín, da esa peripecia, llega a Barcelona y ahí se queda tres años.

–Correcto.

–¿Y cómo se ganó la vida en esos años?

–Lo primero que hice fue ir a Editorial Planeta. Yo llevaba una carta del editor del periódico El Tiempo para el director de la editorial. Una carta con siete meses de atraso. Entonces el director verificó, luego dio instrucciones a la secretaria, para que me atendiera como pudiera y después dispuso todo para que me enviaran al hotel, porque estaban celebrando los 25 años del Premio de Novela. En ese hotel me estuve cinco días, por cuenta de la editorial. Luego me dieron un libro para corregir. En dos días lo llevé de vuelta. Me pagaron, y de ahí en adelante me quedé revisando los manuscritos como corrector. Yo tenía experiencia. Había trabajado en Colombia como corrector de El Tiempo, y hacía comentarios de libros, así que era también reseñista. Me quedé tres años en Barcelona hasta que me cansé y dilapidé lo que tenía ahorrado en un tiquete de kilómetros. Así recorrí toda España, por donde me daba la gana, y llegué hasta Portugal. Cuando el ahorro se agotó, durante la Semana Santa del 78, llegaron unos invitados de Francia. A ellos les comenté que tenía ganas de ir a París. Entre ellos venía una señora, y ella me dijo: “Pues cuando vaya, mi casa queda a sus órdenes”. Y a los quince días le caí a Francia. En el París de entonces había empleos de rebusque para uno vivir, muchos. En el campus universitario de La Sorbona vi un aviso donde solicitaban gente para pintar las paredes de un albergue que daba a la calle. Ahí mismo me fui, como a las once, y llegué antes de las doce. Me ofrecí, que yo podía pintarlas; me dijeron que volviera a la una, y volví faltando quince, y entonces me dijeron: debe pintar esto, y esto de ahí. Lo calculaban en cinco horas, y yo hice todo el trabajo en tres. Entonces me pidieron que volviera al día siguiente. Y al día siguiente me pidieron que regresara al día siguiente. Era un hospedaje de estudiantes. En uno de sus salones fundé el Centre Culturel Colombien, de París.”

Lo que impresiona, aparte de la tos recurrente de sus pulmones empapados, es la fijación que tiene por precisar las horas de sus llegadas y salidas, y los días que duró su itinerario por esta vida. Es difícil que uno conserve el dato exacto de la hora de llegada del día en que vive. Aún más improbable conservar la hora y el día de treinta años antes. Las explicaciones que me doy es que tiene memoria absoluta, o lleva un diario (que relee para no olvidar), o simplemente busca parecer exacto. ¿A qué obedece ese afán de precisión? A que quiere convencer a sus jueces. Pero esta tarde los jueces son invisibles en el salón de onces San Moritz. Es el hombre que habla en la calle consigo mismo, el hombre que vive del día, del salario y la oportunidad del momento, el hombre que cuenta las horas, el que sabe que el pasado es irrecuperable, y lo desafía.

–Soy Héctor Gil, editor y librero.

Fragmento

Laura Restrepo: ][pasa otro tanto con el personaje femenino, no es ella la que toca la iniciativa en este sentido, ella es inducida a esta felicidad por Florentino Ariza, ¿es esto una visión machista de la vida y de la relación entre un hombre y una mujer?

García Márquez: No, Laura, no es una visión machista, es todo lo contrario, una visión feminista como la de toda la novela. Florentino Ariza, en efecto, por ser hombre tiene todas las oportunidades para formarse como se formó y para conseguir al fin el amor que tanto había anhelado. Fermina Daza en cambio, que parece ser feliz, está condenada al hogar, es una sirvienta de lujo, una sirvienta consagrada exclusivamente al culto del marido y en ese sentido es una víctima de los convencionalismos y los prejuicios de su clase. Creo que si esto no es una visión feminista he cometido un error desde el principio hasta el fin, pero creo que sí lo es.

Alooo… Gabo, Gabriel García Márquez responde en directo a sus lectores, Centre Culturel Colombien, febrero de 1989, Ediciones David & Ayala, Carátula, Ponto Moreno; transcripción, Luz Elena Montenegro; textos, Ruth Pabón Aguirre; diagramación, Saúl Serrano; impresión Graficar, LTDA; Bogotá, Colombia.

Nota: La Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá posee tres ejemplares de la entrevista.

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(*) Colaborador. Blogger y cronista independiente. Autor de La balada de los bandoleros baladíes, Editorial Universidad Veracruzana. Escribe en http://www.unahogueraparaqueardagoya.blogspot.com/


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Anotaciones al margen a este blog:
Cuando se publicó Alooo... Gabo, El Tiempo reseñó el libro, el 15 de marzo de 1989, en la sección de libros de esa semana. Quien era mi señora en esa época, Zorayda Borrero, me obsequió un ejemplar que compró en la Librería Nueva Epoca de Bogotá. En una comunicación telefonica que hice a esa librería, Amilcar Ayala me puso en contacto con Hector Gil que se encontraba presente y me prometió ir a mi apartamento para conversar sobre el libro. Gil planeaba en esos días visitar a su familia en Cali.

Héctor compartió en mi apartamento sobre el libro. En esa época Katarain aun no me había obsequiado la trascripción en papel de la entrevista a Gabriel García Márquez. Pero me contó de muchas cosas del escritor y su relación con Francia como su Medalla de la Legión de Honor y su apartamento en Paris, que debió adquirir por razones legales sobre ingresos obtenidos en ese país.

Un regalo de Héctor que conservo en mi biblioteca es “Veinte y cuarenta años de algo peor que la soledad” una publicación del mismo Centre Culturel Colombien en Paris sobre el texto escrito por Jacques Gilard, que fuera publicado en la revista Rumbos en 1983.

Entre los textos que encontré diferentes estaba la respuesta de GGM que no fue al aire en la entrevista radial y que se publicó en Para que no se las lleve el viento y en MEMORABILIA GGM 493. Esta respuesta inedita me sirvió de pretexto para exponer mi teoría de que El amor en los tiempos del cólera, fue escrita primero la última parte de la novela y al final la introducción.

    Portada y contraportada del libro que motiva esta nota de  Stanislaus Bhor. La publicación está en la biblioteca personal de Fernando Jaramillo.

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